GA068d Nuremberg 15 de diciembre de 1908 - El secreto de los temperamentos

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El secreto de los temperamentos ✻↓

 LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Nuremberg 15 de diciembre de 1908


¡Estimados asistentes! A menudo se dice, y con toda razón, que el mayor misterio del ser humano es el propio ser humano. Sin embargo, aunque esta frase se repite con frecuencia, en realidad no se comprende en toda su profundidad y significado, por no decir más. Es más, en muy pocos casos se siente y se percibe con suficiente intensidad todo el misterio que envuelve al ser humano. En realidad, cuando el ser humano mira más allá de las cosas más superficiales de la existencia, no solo se enfrenta a sí mismo como un enigma significativo y difícil de resolver, sino que también cada uno de nuestros semejantes se nos presenta, en una relación determinada y muy profunda, como un enigma. Y lo que hoy nos interesa especialmente es que, cuando hablamos del enigma del ser humano, no debemos esperar resolverlo con una única respuesta; sino que, si procedemos no de forma teórica, sino de acuerdo con la vida, debemos decir: en este enigma del ser humano se incluyen, en el fondo, tantos enigmas individuales como personas hay en el mundo.

Cada persona, dentro de ciertos límites, puede considerarse un enigma singular dentro del gran enigma humano. Y estrechamente relacionado con esta visión del enigma del ser humano está lo que hoy nos ocupa: ese peculiar matiz del ser humano, ese tono básico de la individualidad humana, que se nos presenta de una manera en una persona y de otra en otra, y que denominamos con la palabra: el temperamento del ser humano.

Todo lo que puede esclarecernos sobre la diversidad de las naturalezas humanas está contenido precisamente en esta palabra, y podemos esperar que, si somos capaces de arrojar algo de luz sobre el misterio de los temperamentos humanos, también podamos conseguir una herramienta para resolver un poco el enigma del ser humano en sus más diversas formas. Por supuesto, precisamente cuando abordamos este enigma humano no de forma teórica y general, sino de forma viva e individual, debemos abordarlo allí donde a primera vista parece totalmente incomprensible, en el tono básico tan variado de la individualidad, que se manifiesta como temperamento; cuando abordamos este enigma humano de forma viva e individual, no debemos caer en la gran ilusión de que un conocimiento externo del ser humano, un conocimiento meramente sensorial y físico del ser humano, pueda de alguna manera ayudarnos a avanzar.

Desde el punto de vista de las ciencias espirituales o, digamos, teosóficas, como hemos mencionado aquí en numerosas ocasiones, el ser humano es un ser de composición muy variada, y solo lo comprendemos cuando no nos limitamos a observar su exterior, lo que ven los ojos y palpan las manos, lo que pueden percibir los sentidos externos, lo que puede analizar la mente humana ligada al cerebro, sino que solo podemos esperar comprender plenamente al ser humano poco a poco cuando también tenemos en cuenta los miembros suprasensibles de la naturaleza humana. Y como ya se ha dicho muchas veces cuáles son los miembros de la naturaleza humana, hoy solo es necesario mencionarlos de pasada, en la medida en que lo necesitemos, para luego entrar a considerar los temperamentos humanos.

Lo que los ojos ven, las manos tocan, lo que los órganos físicos pueden percibir en el ser humano, es, desde el punto de vista de la ciencia espiritual, solo el miembro más externo del ser humano, el miembro del ser humano que tiene en común con toda la naturaleza mineral aparentemente inerte que lo rodea. Más allá de eso, tenemos un siguiente miembro de la esencia humana, un miembro que los sentidos externos no pueden percibir, que ya pertenece a los miembros suprasensibles e invisibles de la naturaleza del ser humano. Y mientras que lo que el ser humano tiene en común con la naturaleza inerte lo denominamos cuerpo físico, a este primer miembro suprasensible lo denominamos cuerpo etérico o cuerpo vital. Lo encontramos en todos los seres vivos, en las plantas, a la cuales impregna y organiza de la misma manera que al ser humano, y en los animales. En las ciencias espirituales no hablamos de este cuerpo etérico o vital en el sentido materialista en que se habla de la vida, como si la vida fuera solo algo que surgiera como un efecto del cuerpo físico y de la interacción de las fuerzas y sustancias del cuerpo físico. No, para la ciencia espiritual, este cuerpo etérico no es solo algo independiente, algo que la conciencia del ser humano, capaz de ver más allá del mundo sensorial con clarividencia, ve realmente como una realidad, al igual que los ojos sensoriales ven el cuerpo físico, sino que este cuerpo etérico es, en realidad, lo primero, lo verdaderamente creador que subyace al cuerpo físico. El cuerpo físico no es la causa, sino la consecuencia del cuerpo más sutil, el cuerpo etérico o vital. Al igual que, —esta metáfora ya se ha utilizado aquí en varias ocasiones—, al igual que para alguien que mira dentro de un recipiente con agua, el agua puede condensarse y formar trozos de hielo, lo espiritual nos rodea y lo físico es la condensación de lo espiritual. Por lo tanto, dentro del cuerpo etérico humano, el físico, con todas sus sustancias y fuerzas, es una condensación del cuerpo etérico. Y lo mismo sucede con todos los seres vivos.

Un tercer miembro de la entidad humana, que solo comparte con los animales, es el llamado cuerpo astral, portador del placer y el sufrimiento, la alegría y el dolor, los deseos, los instintos y las pasiones, las ideas y los pensamientos. El cuerpo astral es el portador de todo lo que se agita en el interior del alma humana y, al igual que el cuerpo físico es una condensación del cuerpo etérico, ésta, (el alma), es una condensación del cuerpo astral. Es sin duda una objeción muy fácil la que se hace desde el punto de vista materialista: ¿podéis imaginar que en algún lugar del mundo existan pasiones, pensamientos, sentimientos, placeres y sufrimientos que vuelen libremente? ¿No deben estar ligados a un cuerpo físico? Ciertamente, si alguien tiene un recipiente con agua delante y solo empieza a ver cuando el agua se ha congelado, entonces puede negar la existencia del agua. Así, el materialista tiene toda la razón cuando dice que para él solo existe lo físico; pero quien reconoce los órganos superiores del ser humano, que Goethe denomina «ojos del espíritu», también debe reconocer que nuestro mundo no solo está lleno de contenidos tangibles y visibles, sino también de entidades, de procesos que solo consisten en pasiones, instintos y deseos entremezclados y que pueden condensarse en lo etéreo y lo físico. En resumen, distinguimos en el ser humano su tercer miembro, el llamado cuerpo astral, portador del placer y el dolor, la alegría y el sufrimiento, los deseos y los pensamientos.

Y como cuarto miembro, siempre hemos reconocido en el ser humano aquello que encierra el nombre del hombre, que solo puede resonar desde dentro cuando debe designar aquello a lo que se aplica; como cuarto miembro designamos al portador del yo humano, de la autoconciencia humana. El yo solo puede nombrarse a sí mismo; solo desde sí mismo puede darse el nombre de «yo»; es imposible que el nombre «yo» llegue a sus oídos desde fuera si debe referirse a usted mismo.

Esto solo pretende esbozar cómo concebimos al ser humano como un ser de cuatro miembros. Todos estos miembros interactúan entre sí de las formas más diversas. El yo actúa sobre el cuerpo físico, etérico y astral, el cuerpo astral actúa sobre el yo, el cuerpo físico y el cuerpo etérico, y así sucesivamente. Estos cuatro miembros de la naturaleza humana se encuentran en una interacción constante. Es importante que, además de esta interacción, que siempre puede observarse con la conciencia clarividente durante la vigilia, tengamos en cuenta también los cambios que pueden producirse en la relación entre estos cuatro miembros, en primer lugar los cambios que se producen a diario en la alternancia entre la conciencia diurna despierta y la conciencia dormida.

Cuando el ser humano se duerme, su cuerpo físico y su cuerpo etérico permanecen en la cama. El cuerpo astral y el yo salen de ella. Por la mañana, el yo y el cuerpo astral vuelven a sumergirse en los cuerpos etérico y físico y utilizan los órganos a través de los cuales se puede percibir el entorno como físico. El ser humano también está presente durante la noche, aunque la inconsciencia se extienda a su alrededor. Simplemente no ve nada porque, en su estado actual de desarrollo, no tiene oídos ni ojos espirituales en su cuerpo astral. Debe servirse de los órganos físicos, y eso solo puede hacerlo cuando se sumerge en el cuerpo físico. Ese es el cambio que experimenta el ser humano día tras día. La naturaleza humana experimenta otra transformación, aquella que se describe con las significativas palabras que, en el fondo, ya abarcan gran parte del enigma humano: nacimiento y muerte, o también vida y muerte.

Hoy también debemos recordar brevemente lo que le sucede al ser humano cuando atraviesa la misteriosa puerta de la muerte. No es como cuando el ser humano se duerme. Al morir, el cuerpo físico del ser humano permanece como cadáver, y primero se separan de este cadáver el yo, el cuerpo astral y el cuerpo etérico. Lo que no ocurre entre el nacimiento y la muerte, lo de que el cuerpo etérico abandone al físico, tiene lugar con la muerte. Ya vemos por ello que el cuerpo etérico es, a lo largo de toda la vida, tanto en estado de vigilia como en estado dormido, un luchador contra la descomposición del cuerpo físico. Allí donde el cuerpo etérico no lucha contra esa descomposición, es cuando el cuerpo físico sigue sus propias sustancias y fuerzas y se desintegra, se descompone. Esa es la naturaleza propia del cuerpo físico, que se manifiesta en forma de cadáver. El hecho de que no se manifieste durante la vida, de que no siga las fuerzas químico-físicas como en la muerte, se debe al cuerpo etérico, que entre el nacimiento y la muerte es un fiel luchador contra la descomposición del cuerpo físico. Y cuando el ser humano ha atravesado la muerte, al haber abandonado su cuerpo físico, puede seguir viviendo en el mundo espiritual con los frutos que ha cosechado en la vida entre el nacimiento y la muerte, que ha cosechado a través de sus experiencias. El cuerpo etérico, que se separa del cuerpo físico, contiene una fiel representación de todas las experiencias vividas entre el nacimiento y la muerte, y lo que nos llevamos a la siguiente vida después de la muerte, a la vida en el espíritu es algo así como una esencia, un extracto del cuerpo etérico,. De nuestro cuerpo etérico, que por lo general se separa de nosotros al cabo de unos días como un segundo cadáver, nos llevamos algo así como un extracto que permanece para toda la eternidad. Contiene algo así como un breve resumen de la última vida; eso es lo que nos llevamos a la vida futura.

Ahora bien, después de la muerte aún nos queda una tarea por cumplir. Debemos pasar por una especie de período de prueba, un tiempo de desapego. La mejor manera de imaginarse este tiempo es partir de una simple consideración, decirse a sí mismo: el cuerpo astral del ser humano es el portador del placer y el dolor, de los instintos, los deseos y todos los placeres. No es el cuerpo físico el portador de los mismos; éste solo proporciona el soporte instrumental para su disfrute. El disfrute en sí mismo reside en el cuerpo astral. Pero el cuerpo astral lo llevamos con nosotros después de la muerte. Inmediatamente después de la muerte, es tal y como era en vida. Supongamos que el ser humano era un gourmet. Después de la muerte, aún tiene su cuerpo astral, que siempre anhela los bocados deliciosos. Pero no hay posibilidad de satisfacer este placer. Solo se puede satisfacer si se tiene paladar. El cuerpo físico se abandona, por lo que el cuerpo astral anhela después de la muerte los placeres de la vida. Lo mismo ocurre con todo aquello que solo puede satisfacerse mediante instrumentos físicos. Hay que deshabituarse de todo ello en un tiempo determinado.

Este período de desapego, en el que el ser humano aprende a no desear nada que solo pueda satisfacerse a través de los órganos físicos, se denomina habitualmente el tiempo de los deseos, Kamaloka. Porque cuando el ser humano ha pasado por este período de desapego, cuando ya no desea nada que solo pueda satisfacerse a través de los sentidos físicos, entonces se despoja del tercer cadáver. Primero se despoja del cadáver físico, luego del cadáver etérico, que se disuelve pocos días después de la muerte física, y luego se despoja de lo inútil del cuerpo astral. Y entonces el ser humano es ese ser puramente espiritual que atraviesa un tiempo de vida puramente espiritual.

La transición que comienza con el abandono de las pasiones físicas se manifiesta en que el ser humano experimenta inicialmente, en lo más profundo de su ser, algo que podría describirse como una sensación de felicidad. Ahora comienza, sobre todo, el tiempo en el que trabaja para alcanzar una nueva existencia, en el que comienza a aplicar lo que ha aprendido en vidas anteriores, lo que ha recogido como frutos, para convertirlo poco a poco en un arquetipo espiritual del que la próxima vida pueda ser una imagen. La creación siempre está relacionada con el sentimiento de felicidad. Y esa creación, en la que formamos poco a poco el arquetipo para una próxima existencia, es la felicidad suprema. No quiero hablar de la felicidad que se asocia con cada producción espiritual, pero ya es felicidad cuando, perdón por la comparación, la gallina participa en la producción del nuevo pollito. La felicidad es lo que impregna a un ser en toda su creación. Por lo tanto, la felicidad es también lo que experimenta el ser humano al liberarse de todas las barreras del mundo físico, al reunir espiritualmente todo lo que, una vez desarrollado espiritualmente, avanza hacia una nueva existencia en esta Tierra.

Cuando el ser humano ha madurado su esencia espiritual, lo cual lleva mucho tiempo, comienza de nuevo el descenso al mundo físico, y entonces el ser humano se rodea de tres nuevos cuerpos. Dependiendo de las características del ser humano, las sustancias del mundo astral se unen y forman su nuevo cuerpo astral. Podemos comparar esta formación, por ejemplo, con lo que ocurre cuando esparcimos virutas de metal sobre una placa delgada y pasamos un imán por debajo; estas virutas de metal se organizan entonces en todo tipo de formas, en las que brillan. De la misma manera, la sustancia astral se organiza alrededor de un núcleo espiritual durante el descenso.

A continuación, el ser humano es conducido a una pareja de padres y, a través de la unión de este núcleo espiritual, que se ha unido a su envoltura astral, con lo que tiene lugar entre los padres, se forma el resto de las envolturas humanas alrededor de este núcleo del ser humano. En la interacción de lo que desciende con los padres, se forma un nuevo cuerpo etérico y un nuevo cuerpo físico, de modo que cada vez que vemos a un ser humano entrar en la existencia, tenemos que decirnos: este ser humano recibe de dos lados lo que realmente es para esta existencia terrenal. El ser interior desciende de las alturas espirituales. Al ser espiritual y astral, el ser humano desciende de mundos superiores. A través de lo que se hereda de generación en generación, de los antepasados a los descendientes, se integra en el ser humano lo que vemos como envoltura exterior, pero también gran parte de lo que pertenece al cuerpo etérico, al luchador contra la descomposición del cuerpo físico.

Y ahora, al comprender que el ser humano está formado por dos aspectos, nos preguntamos qué sucedería si predominara uno u otro extremo. Supongamos que el ser humano solo aportara algunas cualidades de las alturas espirituales, entonces su cuerpo astral tendría un contenido un poco más rico, y lo que se estructura alrededor del ser humano como envoltura etérica y física tendría un efecto abrumador. Es decir, un ser humano así, que solo aporta un contenido pobre, estaría en todos sus antepasados, una repetición, por así decirlo, dentro de la línea hereditaria. Cuanto más rico es el contenido que el ser humano aporta, más se transforma en algo individual lo que pasa de los antepasados al nieto, lo que se encuentra en la línea hereditaria en forma de similitudes generales.  Las personas que descienden pobres desde lo espiritual se ven, por así decirlo, abrumadas en su interior por lo exterior, que las rodea a través de la raza, la tribu, la familia y la clase social, y tienen los rasgos de carácter que tiene su pueblo, su familia. Las personas que descienden con un rico contenido, con un importante desarrollo de la fuerza interior, se destacan como individualidades bien definidas, que también absorben lo que pasa de los antepasados a los descendientes, pero la similitud queda en segundo plano frente a los rasgos individuales, que son consecuencia del desarrollo espiritual de la individualidad. Podemos comprobar que esto es cierto cuando observamos a los pueblos «primitivos» o, más concretamente, cuando dirigimos nuestra mirada espiritual hacia los tiempos primitivos de la Tierra. Allí, los miembros de un mismo pueblo se parecen entre sí. ¿Por qué se parecen? Porque las personas que se encarnan en tales tiempos primitivos han pasado por pocos niveles de existencia, han experimentado poco en etapas anteriores y, por lo tanto, aportan poco del mundo espiritual. En los pueblos más desarrollados tenemos etapas más avanzadas; allí aparecen personas que tienen muchas, muchas vidas a sus espaldas, que han cosechado frutos muy ricos de vidas anteriores y, por lo tanto, traen consigo lo que han cosechado a lo largo de muchas vidas en lo espiritual y se crean una existencia individual. Pero cada ser humano debe, por así decirlo, llegar a este compromiso dentro de nuestro período actual de la humanidad; debe descender y encerrarse en envolturas físicas que debe tomar de la línea hereditaria. En cada ser humano existe esta dualidad que se une para formar un todo. Por un lado, el ser humano es similar a lo que fluye a través de sus antepasados, por otro lado, es un ser propio.

Sin duda, el pensamiento materialista se opone firmemente a este tipo de ideas. Por ejemplo, se dice: «¿De qué está hablando con eso de la humanidad en decadencia? ¡Todo eso es hereditario! Incluso las cualidades del genio más grande las podemos encontrar en nuestros antepasados». Hay personas que toman a Goethe o Leibniz o a este o aquel y investigan hasta llegar a los antepasados más remotos y encuentran las cualidades que destacan en el genio dispersas entre los antepasados, una cualidad en uno y otra en otro. Y así nos dicen estas personas: «Podéis ver cómo el genio se basa únicamente en la herencia». El genio rara vez se encuentra al principio de una generación, sino que suele estar al final de la misma, que también le es propio, heredado de los antepasados. ¡Qué lógica tan extraña! Porque quien reflexione sobre esta lógica, encontrará que dice lo contrario de lo que afirma. 

Esta lógica pretende demostrar que el genio hereda sus características. Lo demostraría si se pudiera probar lo siguiente: aquí hay un genio, su hijo ha heredado sus características, su nieto también, y así sucesivamente. Pero ese no es el caso. Eso es precisamente lo que se niega. El genio es estéril. Es raro que las cualidades geniales se puedan heredar fácilmente. Si el genio se encuentra al final de una serie de generaciones, eso no significa que esa individualidad se transmita en su totalidad a lo largo de la serie. Por supuesto, el cuerpo físico y el cuerpo etérico, que son los instrumentos del núcleo del ser humano, provienen de la línea hereditaria, y no es maravilloso que muestren las cualidades que se pueden leer aquí y allá. Es tan inteligente como decirle a alguien, después de que se haya caído al agua y lo hayan sacado: «Está mojado». Es obvio. Lo mismo ocurre con las cualidades que se heredan. La lógica que se aplica habitualmente es errónea, ya que refuta de alguna manera el hecho bien fundamentado de que el ser humano proviene de dos líneas, una de las cuales se transmite de generación en generación y se denomina raza, pueblo, tribu, familia, mientras que la otra se encuentra dentro del mundo espiritual, donde el ser humano avanza de vida en vida y, en largos períodos de tiempo entre la muerte y un nuevo nacimiento, prepara precisamente ese nuevo nacimiento en un mundo puramente espiritual. Estas dos líneas confluyen.

¿Cómo se logra la concordancia entre lo que proviene del mundo espiritual y lo que se encuentra dentro de la línea hereditaria y se define con palabras como pueblo o familia? ¿Cómo se logra un equilibrio? Este equilibrio solo puede lograrse si las características que distinguen al ser humano, en la medida en que pertenece a una raza, una tribu, una familia, se enfrentan a otras similares y se unen con las que provienen de abajo. Si fuéramos solo autómatas que se reproducen en la línea hereditaria, diríamos: así somos. — Miramos hacia arriba, a la línea ancestral, y encontramos en nuestros antepasados las características que están en nuestros cuerpos físico y etérico. No solo encontramos en nuestros antepasados la forma de la nariz y la frente, el color del pelo y la fisonomía, sino que también se heredan características internas que se acercan mucho a lo que se puede describir con la palabra «moral». Hay conceptos, por ejemplo sobre sensaciones y sentimientos, que son propios de esta familia o de esa raza o de esa tribu. ¿Cómo se reproducen? Si la reproducción se limitara al cuerpo físico, los seres humanos solo se parecerían entre sí en ese aspecto. El hecho de que también coincidan en aquellas características que son rasgos distintivos de una tribu se debe a que el cuerpo etérico también se transmite de generación en generación. Y del mismo modo que el cuerpo físico repercute desde abajo sobre el cuerpo etérico, las características que el cuerpo físico imprime desde abajo en el cuerpo etérico, una vez formado, se convierten en las peculiaridades raciales. Originalmente, el cuerpo físico surgió como una especie de condensación del cuerpo etérico. Pero una vez que está ahí, absorbe las impresiones del mundo exterior. Estas influyen a su vez en el cuerpo etérico y, en la medida en que lo hacen, se transmiten dentro de la línea hereditaria. Así, el cuerpo etérico de cada ser humano, por ser este último, por así decirlo, descendiente de algún antepasado, está dotado de características típicas, estereotipadas, propias de la raza.

El núcleo espiritual del ser humano, en el que desciende al mundo físico, debe adaptarse a lo que tiene a su disposición en ese momento en el mundo físico como envoltura. Esta debe aportarle algo que sea afín a las propiedades del cuerpo etérico. En otras palabras: el yo que desciende debe poder imprimir tales cualidades en el cuerpo etérico, de modo que este, a través de las cualidades que le son impresas desde arriba, desde el cuerpo astral, pueda formar el compromiso entre lo que viene de abajo y lo que viene de arriba. Cuando el ser humano entra en una nueva existencia, en el cuerpo etérico confluyen ciertas cualidades que se encuentran en él debido a que está conectado hacia abajo con el cuerpo físico y otras cualidades fluyen hacia él desde arriba, que le son impresas por el cuerpo astral que desciende.

Las características que el cuerpo astral descendente imprime en el cuerpo etérico constituyen el temperamento humano. Aquí es donde reside el temperamento. El ser humano trae consigo este temperamento. Aún no lo tiene cuando solo posee el cuerpo astral; lo adquiere cuando este cuerpo astral, al descender, se une al cuerpo etérico, que tiene ciertas características de la raza y del pueblo. Dado que desarrolla, por así decirlo, ciertas características que corresponden a lo que hay abajo, pero que también se ajustan a las peculiaridades originales y esenciales del ser humano, el temperamento es algo que es a la vez individual y que, por así decirlo, impone su tono sobre las características generales que el ser humano tiene en común con la raza, la tribu y la familia. Si solo heredáramos las peculiaridades de la raza, la tribu y la familia, seríamos figuras medias; si viéramos venir desde arriba con nuestro núcleo esencial y ahora tuviéramos que entrar en él, por así decirlo, eso no sería muy acertado. Lo que traemos con nosotros, lo que quizás hayamos desarrollado hace milenios, poco tendría que ver con lo que nos encontramos. El temperamento es aquello que, como individuo, puede adaptarse a lo general estereotipado desde abajo.

Por tanto, el ser humano emerge de su temperamento como un ser completamente individual. Porque a través de su temperamento, el ser humano suaviza su obstinación como ser individual, la atenúa. Pero al mismo tiempo elimina lo estereotipado. Por eso vemos que los temperamentos de las personas surgen de la mezcla de, en el fondo, unos pocos temperamentos básicos.

Todos ustedes conocen los cuatro colores básicos del temperamento, que se denominan melancólico, flemático, sanguíneo y colérico. En realidad, no solo hay cuatro, sino siete matices de temperamento. Solo el temperamento colérico es, en esencia, independiente. Los temperamentos sanguíneo, flemático y melancólico tienen todos un lado activo y otro pasivo, por lo que se presentan de dos maneras. Esto da siete colores, como se pueden distinguir siete colores en el arco iris, siete tonos en la escala musical. El octavo es solo una repetición de la prima. Pero eso no nos debe preocupar demasiado. Debemos tener claro que nunca debemos atribuir uno de estos temperamentos a una persona en concreto, sino que cada persona es una mezcla de todos estos temperamentos; solo lo que destaca de los cuatro le hace parecer melancólico, flemático o sanguíneo, y según el caso lo calificamos como tal o como tal. En el melancólico están contenidos los demás, solo que pasan a un segundo plano frente al estado de ánimo melancólico. Esto se puede demostrar fácilmente si se toma como ejemplo a Napoleón, que sin duda tenía un temperamento colérico. Piense en lo flemático que era en determinadas cosas que no le interesaban. Podía ser muy flemático en ciertos ámbitos. El ser humano tiene una característica destacada, pero está compuesto por los cuatro o siete colores básicos del temperamento.

Ahora surge la pregunta: ¿cuándo es el ser humano preferentemente melancólico, flemático, sanguíneo o colérico? Ya se ha dicho en la introducción que todos los miembros de la naturaleza humana interactúan entre sí. Por tanto, todos los miembros superiores de la naturaleza humana influyen en el cuerpo físico. Si el ser humano no tuviera un yo, un yo individual, su sangre y toda la circulación sanguínea no serían como son. La circulación sanguínea es la expresión del yo. El yo es puramente espiritual, pero el efecto de este espíritu, de este yo, es la sangre en toda su circulación. La forma en que la sangre circula en nosotros es la expresión de nuestro yo. La expresión del cuerpo astral es el sistema nervioso, al menos una expresión. La expresión del cuerpo etérico es el sistema glandular. Solo aquellos seres que están atravesados por un cuerpo etérico pueden tener un sistema glandular, ya que el cuerpo etérico atraviesa el cuerpo físico con el sistema glandular, que es necesario para toda la vida, para la nutrición y la reproducción. Solo un ser que tiene un cuerpo astral puede pensar y sentir, ya que un cuerpo astral impregna al físico con un sistema nervioso. Y solo un ser que es un yo puede tener circulación sanguínea, ya que esta es la expresión física del yo. Así, cada miembro que consideramos superior actúa sobre el cuerpo físico. Pero, a la inversa, el cuerpo físico también actúa sobre los miembros superiores.

EL TEMPERAMENTO MELANCÓLICO

Hemos visto que los temperamentos tienen su expresión particular en el cuerpo etérico. El temperamento surge de este equilibrio que se produce entre lo que se imprime en el cuerpo etérico desde arriba, al descender el ser humano, y lo que entra en el cuerpo etérico desde abajo en forma de determinadas cualidades. Si el ser humano tiene un cuerpo físico de tal naturaleza en una determinada encarnación que este cuerpo físico ejerce una influencia más fuerte sobre el cuerpo etérico que el cuerpo astral y el yo, si la influencia predominante proviene del cuerpo físico, entonces se forma en el ser humano lo que se denomina temperamento melancólico. Debido a la peculiaridad con la que actúa el cuerpo astral descendente, ya que, por así decirlo, no domina completamente las leyes del cuerpo físico, este cuerpo físico, con toda su pesadez, repercute en el cuerpo etérico, y así se forma el temperamento melancólico. En particular, en el ser humano debe ser aquello en el cuerpo físico que es el instrumento físico del pensamiento, de la vida espiritual en general, lo que repercute en el temperamento melancólico sobre el cuerpo etérico, sobre todas las condiciones de vida del ser humano. Por lo tanto, aquel que, por así decirlo, no se hace dueño de su cerebro físico, de lo que de otro modo sería el instrumento físico para los pensamientos, a través de su cuerpo astral y su yo, quedará sometido al poder de sus pensamientos. El cuerpo físico obliga al cuerpo etérico a que el ser humano no se haga dueño de sus pensamientos, sino que sea dominado por ellos.

Eso es lo que motiva la melancolía del melancólico. Se arrastra detrás de sus masas de pensamientos, detrás de sus masas de sentimientos, que se repiten una y otra vez, porque el cuerpo físico tiene una influencia predominante sobre el cuerpo etérico. Y en todos los casos en que el cuerpo físico tiene una influencia predominante, es decir, excesiva, sobre el ser humano, en los que su vida se manifiesta de tal manera que no puede ser dominada por completo por los miembros superiores, se producen las consecuencias, incluso cuando estas se vuelven patológicas. Es solo la consecuencia de que los miembros superiores de la naturaleza humana no pueden ejercer su pleno dominio sobre el cuerpo físico cuando, por ejemplo, se producen ataques epilépticos o dolores de cabeza nerviosos. Tan pronto como el carácter melancólico tiende a lo patológico, pueden ocurrir este tipo de cosas.

Por eso, en Grecia, donde aún se tenían sentimientos clarividentes, se denominaba melancólico a aquel ser humano en el que la parte más densa ejercía la influencia predominante. El cuerpo físico es lo que el ser humano tiene en común con las entidades minerales, que se resumen bajo el concepto de tierra, y en Grecia aún se sabía lo que hoy ya no se sabe, que el cuerpo físico humano está formado por sus diferentes jugos, y en estos no se veía solo algo físico, no solo se investigaban en el retorte químico, sino que se sabía que eran la base de todo lo espiritual, y por eso se denominaba a este temperamento, en el que el cuerpo físico ejerce la influencia predominante, como negro, —melas—, el temperamento melancólico, porque se observaba en el ser humano la secreción de humores que provoca la dureza del cuerpo físico, por lo que este se sustrae a las influencias normales de los miembros superiores y convierte al ser humano en un ser sombrío e introvertido. Porque, gracias a sus miembros superiores, el ser humano pertenece a una comunidad mucho más amplia. A través de su cuerpo etérico y astral y de su yo, se sentiría parte del gran todo, del gran yo universal, de la divinidad. Lo que constituye los miembros espirituales del ser humano se une precisamente a lo personal por el hecho de que el ser humano está encerrado en la piel del cuerpo físico. Por eso al melancólico le cuesta tanto separarse de su existencia física individual, porque lo físico ejerce una influencia predominante.

EL TEMPERAMENTO FLEMÁTICO

Si el cuerpo etérico no está fuertemente influenciado ni por el cuerpo físico ni por el cuerpo astral y el yo, si los impulsos de la familia y las peculiaridades de la raza son poco pronunciados, si no hay una fuerte influencia sobre el cuerpo etérico desde arriba y desde abajo, si permanece, por así decirlo, neutral, entonces surge el temperamento flemático. La flema es el equilibrio en el cuerpo etérico. Ni el cuerpo físico ni el astral ni el yo ejercen una influencia especialmente fuerte. En este caso, el ser humano tiene la flema equilibrada de las fuerzas que se agitan en su interior en su cuerpo etérico. Esto se puede rastrear hasta la configuración física del cuerpo, que se proyecta hacia el exterior. Puede ver cómo, en el flemático, debido a que el cuerpo etérico no recibe influencias fuertes ni desde arriba ni desde abajo, el exceso de vida se deposita en la grasa. Puede ver en todos los detalles las consecuencias de lo que debemos ver en lo espiritual; lo físico es en todos los detalles una expresión de lo espiritual. Solo podemos comprender lo físico si comprendemos lo espiritual.

EL TEMPERAMENTO SANGUÍNEO

Si las cosas se distribuyen de tal manera que el cuerpo astral actúa predominantemente sobre el cuerpo etérico, ejerciendo una fuerte influencia sobre él y reprimiendo lo que proviene del cuerpo físico, entonces surge lo que llamamos temperamento sanguíneo. El cuerpo astral actúa en sí mismo como un cuerpo astral móvil; los sentimientos y sensaciones que se agitan y se mezclan se mueven y se agitan vivamente. Está entregado a todas las impresiones del mundo exterior. Enseguida veremos que es el yo el que contiene espiritualmente las imágenes fluctuantes que surgen en el cuerpo astral y que tienen su instrumento físico en el sistema nervioso, y la sangre, expresión del yo, las contiene físicamente. De hecho, el sistema sanguíneo y el sistema nervioso interactúan de una manera muy curiosa. Imaginemos que la sangre se debilita. ¿Qué ocurre? Aparecen imágenes fantásticas, alucinaciones, imágenes imaginarias que no corresponden a la realidad. Las inhibiciones adecuadas para estas fuerzas alucinatorias y fantásticas son, físicamente, la sangre y, espiritualmente, el yo. En el sanguíneo no hay nada patológico, pero está entregado a todas las impresiones del mundo exterior porque el yo propiamente dicho aún no actúa con suficiente fuerza. Lo que tiene un fuerte efecto es el cuerpo astral y el sistema nervioso. Por eso, el sanguíneo se entrega a cada impresión; por eso, el sanguíneo es ágil, porque su cuerpo astral es ágil. Observen el andar sanguíneo del niño sanguíneo, cómo salta, cómo le interesa esto y aquello. Si no fuera así, si no le interesara alternativamente esto y aquello, las impresiones tendrían que ser reguladas por el yo y la sangre.

EL TEMPERAMENTO COLÉRICO

Este es el caso del colérico. Cuando el yo y su sangre están activos, predominantemente activos, y actúan sobre el cuerpo etérico, se establece el temperamento colérico, que se excede hacia el otro lado, que no se precipita de una imagen a otra, sino que desarrolla fuerzas que contienen, que contienen el cambio. Estas fuerzas están presentes en él.

Así vemos cómo podemos aprender a comprender los diferentes matices del temperamento, que son causados por la influencia de lo que viene de arriba y de abajo. Si predomina la influencia del cuerpo físico sobre el cuerpo etérico, el resultado es el temperamento melancólico; si el cuerpo etérico es neutro, el resultado es el temperamento flemático. Si el cuerpo astral es particularmente activo en el interior, tenemos al sanguíneo, y si es el yo el que tiene preferentemente el dominio en la individualidad humana, el resultado es el colérico.

Todas estas cosas, una vez comprendidas en el plano espiritual, también se pueden encontrar expresadas en el plano físico. Piensen en las personas coléricas, aquellas en las que el yo está muy marcado; ellas reprimen el cuerpo astral. Y ahora bien, este es el formador original del cuerpo físico. El cuerpo astral tiene la necesidad, el anhelo, de hacer el cuerpo físico lo más delgado posible, de formarlo de la manera más variada posible. En las personas coléricas, el yo actúa en contra y frena así el crecimiento. Fíjense ahora en los coléricos, les mostrarán el crecimiento reprimido del cuerpo físico. Me gustaría llamar su atención sobre la imagen de un Fichte  que era colérico; tenía exactamente esa expresión en lo físico; y solo tengo que recordar a Napoleón, la expresión de su pequeña y robusta figura. También ahí se expresa el crecimiento reprimido.

Las peculiaridades del temperamento se manifiestan especialmente en aquello que el ser humano puede aportar a través de su individualidad, en contraposición a aquello que le caracteriza de forma general. Observen cómo el ser humano converge a partir de estas dos corrientes. El ser humano tiene formas muy marcadas; lo que es permanente y rígido en la expresión facial se hereda. Lo que es móvil se convierte en la expresión de lo individual, que proviene de lo espiritual. En lo móvil se encuentra el temperamento. Los rasgos faciales pueden ser expresión de lo fijo, lo heredado; la mirada es algo que el ser humano le debe a su individualidad. La mirada es la expresión del temperamento: la penetrante, del colérico; la inquieta, del sanguíneo; la reservada, del melancólico, y la apagada, del flemático. Fíjense, por ejemplo, en la forma de los pies. Un experto podría afirmar: tal raza tiene esta forma de pie, otra tiene aquella. Pero con el modo de andar es diferente. En él tenemos una expresión individual. El modo de andar muestra, como mucho, en sus formas básicas, el carácter racial, pero por lo demás entra en juego lo individual. Por lo tanto, el modo de andar es algo así como la mediación entre lo individual y lo general. Puede ver la marcha saltarina del sanguíneo, la firme del colérico, el paso pesado del melancólico, que es el resultado del cuerpo físico pesado con su influencia predominante sobre el cuerpo etérico, y puede ver la marcha indolente del flemático. En todas las características en las que interviene lo individual se manifiesta lo que es semiexclusivo, porque debe equilibrarse con lo que es general en la raza humana; por temperamento.

Si comprendemos este misterio del temperamento y cómo actúa, entonces diremos por un lado: «Oh, precisamente estas sutiles peculiaridades del ser humano nos muestran que solo podemos comprender al ser humano si lo entendemos no solo en términos físicos, sino en términos de su esencia completa». Y, por otro lado, también nos muestra lo necesario que es saber todo esto cuando trabajamos con el ser humano, cuando queremos fomentar su desarrollo. Sabemos por otras conferencias que hasta los siete años de edad se forma el cuerpo físico, desde entonces hasta los catorce años se forma el cuerpo etérico, y luego el cuerpo astral y el yo. Así se articulan las distintas partes entre sí. Por lo tanto, vemos que solo podemos comprender lo correcto si escuchamos algo de la peculiar impronta del ser humano en desarrollo en la peculiar composición química, por así decirlo, de los temperamentos. Solo así podemos, como educadores o consejeros, formar la naturaleza humana, si comprendemos esta peculiar composición, casi química, que se nos presenta a través de los cuatro temperamentos. En verdad, al igual que cada ser humano está compuesto por cuatro miembros, el cuerpo físico, el etérico, el astral y el yo, las influencias de estos cuatro se mezclan y se nos muestran en todos los matices posibles, que se remontan a estos cuatro o siete temperamentos. Y ahora vemos, —debido a que puede haber una mezcla tan múltiple—, cómo cada ser humano puede ser un enigma y cómo solo cuando lo comprendemos de forma viva podemos entenderlo. Si percibimos a cada uno como un enigma, entonces nos enfrentamos a él de forma verdaderamente correcta.

El temperamento no es algo teórico, sino algo que afecta a cada persona de manera diferente. No solo queremos descifrar al ser humano con la mente, sino que lo aceptamos en su totalidad y lo dejamos que se nos presente como un enigma. Entonces nos enfrentaremos al ser humano con todo nuestro respeto y amor, cuando sintamos su naturaleza individual de tal manera que, al final, nos parezca un enigma que admiramos con asombro, pero que comprendemos en nuestro sentir, en la forma en que nos enfrentamos a cada individuo a través de nuestro respeto y amor, a través de nuestra apreciación. Oh, hay otros enigmas además de los que se resuelven con la mente. Las personas son todas un enigma, y no se resuelven solo con la mente, sino que la forma en que las valoramos, honramos y respetamos, cómo las tratamos con nuestros sentimientos y cómo actuamos por ellas, también es una forma de resolver el enigma, y nos acostumbraremos a ello cuando aprendamos a sentir cómo se combina lo individual con lo general a través de su término medio, el temperamento. En verdad, vemos cómo confluyen dos corrientes en el ser humano cuando este entra en la existencia terrenal. Y vemos al mismo tiempo que estas corrientes deben interactuar para que lo que puede surgir como fruto de ello se lleve a una vida posterior, para vivirlo en una nueva encarnación. En el ser humano hay algo cambiante y algo eterno. El núcleo eterno asciende de mundo espiritual en mundo espiritual; pero lo que es cambiante no se experimenta innecesariamente. En el equilibrio entre el temperamento y el carácter racial, creamos desde nuestro cuerpo etérico los frutos que nos llevamos a lo largo de toda nuestra vida siguiente.

Y así, también es cierto para este ámbito que la libertad se aplica junto con la necesidad, que aunque entramos en la vida mediante la confluencia de ambas corrientes y la ley necesaria nos caracteriza, tampoco se destruye nada de lo que nosotros mismos caracterizamos dentro de nuestra individualidad y lo general.

La libertad y la necesidad son tan hermosas, la una como la otra, expresadas en la palabra de Goethe, —si la entendemos plenamente-—, que nos dice cómo la ley atraviesa la naturaleza humana; cuando vemos cómo interactúan los temperamentos en su mezcla química, encontramos, especialmente en este misterio del temperamento humano, la verdad de lo que Goethe expresa tan bellamente en su Symbolum y con lo que queremos concluir:

Como el día en que naciste al mundo,
El sol saludaba a los planetas,
Así has prosperado desde entonces, sin cesar,
Según la ley por la que te regías.
¡Así debes ser, no puedes escapar de ti mismo!
Así lo dijeron las sibilas, así lo dijeron los profetas,
Y ni el tiempo ni el poder pueden desintegrar
La forma moldeada que se desarrolla con vida.

Traducido por J.Luelmo oct.2025


 Ver mas conferencias sobre los temperamentos en el siguiente enlace <Los temperamentos>

GA068d Munich, 9 de enero de 1909 - Los temperamentos a la luz de la ciencia espiritual

Ver ciclo La naturaleza humana

Los temperamentos ✻↓ a la luz de la ciencia espiritual 

 LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Munich, 9 de enero de 1909


¡Estimados asistentes! Es una opinión muy repetida y justificada que el mayor misterio del ser humano dentro de nuestra vida física es el propio ser humano. Y podemos afirmar que gran parte de nuestra actividad científica, de nuestras reflexiones y de muchas otras cavilaciones del ser humano se refieren a resolver este misterio del ser humano, a comprender un poco en qué consiste la esencia de la naturaleza humana.

Las ciencias naturales y, como ya hemos visto en estas conferencias, también las ciencias espirituales, buscan desde diferentes ángulos resolver el gran enigma que encierra la palabra «ser humano». Sin embargo, cuando se habla del enigma del ser humano, se suele tener en mente al ser humano en general, al ser humano sin distinción en cuanto a tal o cual individualidad, y sin duda se nos plantean muchas tareas cuando queremos conocer al ser humano en general en su esencia. Pero hay otro enigma del ser humano; podemos decir que hay muchos, muchos otros enigmas del ser humano. Porque, además de que el ser humano en general es un gran enigma para el ser humano, ¿no nos parece que cada ser humano individual que encontramos es en sí mismo un enigma? ¡Qué difícil es comprender a las personas con las que nos encontramos, comprender los diferentes aspectos de su naturaleza, y cuánto depende en la vida de comprender a las personas con las que entramos en contacto!

Ahora bien, solo muy gradualmente podemos acercarnos a la solución de los enigmas individuales que cada persona nos plantea, pues existe una gran diferencia entre lo que se denomina la naturaleza humana en general y lo que encontramos en cada persona en particular. Y en ese espacio vemos también algunas cosas que son comunes a grupos enteros de personas. Entre estas cosas comunes se encuentran aquellas características de la esencia humana que hoy son objeto de nuestra consideración, lo que normalmente se denomina el temperamento del ser humano. En el fondo, es cierto que cada persona se nos presenta con un temperamento propio, pero podemos distinguir ciertos grupos de temperamentos.

Hablamos principalmente de cuatro temperamentos humanos: el sanguíneo, el colérico, el flemático y el melancólico. Y aunque la clasificación no sea del todo correcta cuando la aplicamos a individuos concretos, en general queremos separar a las personas en cuatro grupos según su temperamento. El mero hecho de que el temperamento humano, por un lado, se manifieste como algo que tiende a lo individual, como algo que diferencia a las personas, y, por otro lado, las vuelva a unir en grupos, nos demuestra que el temperamento debe ser algo que, por un lado, tiene que ver con la esencia más íntima del ser humano y que, por otro, debe estar en consonancia con la naturaleza humana en general. El temperamento humano es algo que apunta en dos direcciones. Por lo tanto, si queremos desentrañar el misterio, será necesario preguntarnos, por un lado: ¿en qué medida el temperamento apunta a lo que reside en la naturaleza humana general? Y, por otro lado: ¿cómo apunta al núcleo del ser humano, a su interior más auténtico?

Cuando planteamos esta pregunta, es natural que la ciencia espiritual parezca estar llamada a dar una respuesta. Porque la ciencia espiritual debe guiarnos al núcleo más íntimo del ser humano. En la medida en que el ser humano se nos presenta en la Tierra, nos parece que se despliega en una generalidad y, al mismo tiempo, como un ser independiente. Son dos las líneas que se encuentran cuando un ser humano entra en la existencia terrenal. Y ahí nos encontramos en medio de la contemplación espiritual de la naturaleza humana. Vemos al descendiente de sus padres, de sus antepasados y así sucesivamente; el ser humano se inserta en lo que podríamos llamar la línea hereditaria, y ustedes saben que el ser humano lleva en sí mismo, hasta lo más profundo de su esencia, características que sin duda debemos atribuir a la herencia. Goethe también dijo de sí mismo:


De mi padre heredé la estatura,
la seriedad en la vida,
de mi madre, el carácter alegre
y la pasión por contar historias.

Aquí vemos cómo Goethe, gran conocedor del ser humano, tiene que referirse a las cualidades morales del ser humano cuando quiere señalar las cualidades heredadas. Esto confluye con lo que es nuestra propia naturaleza. Esa es la otra corriente en la que se sitúa al ser humano, de la cual la cultura actual no quiere saber mucho. La ciencia espiritual nos muestra lo que confluye con lo que nos ha sido dado en la línea hereditaria; nos lleva ante el gran hecho de la llamada reencarnación y del karma. Nos muestra el modo en que el núcleo más íntimo del ser humano se conecta con algo que nos ha sido dado por la línea hereditaria. Para el científico espiritual, este núcleo esencial está envuelto en capas externas que provienen de la línea hereditaria. Y así como para comprender las características externas del ser humano debemos remontarnos a su padre y a su madre, mientras que si queremos comprender su esencia más íntima, debemos remontarnos a algo completamente diferente: a una vida anterior del ser humano.

Cuando un ser humano entra en la vida física, ya tiene una serie de vidas a sus espaldas. Y esto no tiene nada que ver con lo que se encuentra en la línea hereditaria. Si quisiéramos investigar cuál fue su vida anterior, cuando atravesó la puerta de la muerte, tendríamos que retroceder bastantes siglos. Después de atravesarla, vive en otras formas de existencia en el mundo espiritual. Y cuando llega de nuevo el momento de vivir una vida en el mundo físico, busca a sus padres. Y cada persona trae consigo ciertas características de su vida anterior. El ser humano se lleva consigo, hasta cierto punto, ciertas características, su destino. Después de haber realizado tal o cual acción, provoca la reacción contraria y se siente así rodeado de nuevas vidas. De este modo, se lleva consigo un núcleo esencial de su ser de encarnaciones anteriores y lo envuelve con lo que le ha sido dado por herencia.

Esto es importante mencionarlo, ya que en realidad nuestra época actual tiene poca inclinación a reconocer esta esencia interior, a considerar la idea de la reencarnación como algo más que una idea fantástica. La idea de ese núcleo interior, debe ir integrándose poco a poco en la cultura humana, al igual que la doctrina del gran erudito Redi, quien, en contra de la teoría dominante en aquella época de que los peces se originaban a partir del lodo de los ríos, demostró que lo vivo solo puede surgir de lo vivo. Y hoy en día se dice de manera similar que todo lo que hay en el ser humano se origina a través de la herencia.

Los estudiosos de las ciencias espirituales también pueden señalar este hecho, y así se ha hecho. Por ejemplo, en las familias de músicos, el talento musical se hereda, etc., todo lo cual sirve de apoyo a la línea hereditaria. También se dice, refiriéndose al genio, que rara vez aparece al principio de una generación, sino solo al final. En cuanto a las peculiares habilidades del genio, se remonta al pasado, se selecciona aquí y allá, se encuentra esta o aquella característica en uno u otro, y así sucesivamente, y luego se muestra cómo finalmente confluyeron en el genio que surgió al final de la generación. ¿Qué se pretende demostrar con esto? Nada más que el hecho de que la esencia del ser humano puede manifestarse según las capacidades del instrumento que es el cuerpo. Tal argumento no es más ingenioso que cuando alguien quiere llamarnos especialmente la atención sobre el hecho de que, si una persona cae al agua, se moja. Es natural que absorba el elemento en el que se encuentra. Lo que se pretende presentar como prueba podría considerarse más bien una prueba de que no es hereditario. Porque si el genio fuera hereditario, tendría que manifestarse al principio de la generación, entonces se podría demostrar que el genio es hereditario, pero no al final de la generación.

Vemos pues en el ser humano que se nos presenta en el mundo, la confluencia de dos corrientes. Vemos por un lado, lo que ha heredado de su familia y, por otro, lo que ha desarrollado a partir de su esencia más íntima: una serie de aptitudes, características, capacidades internas y destino externo. Estas dos corrientes confluyen; cada ser humano está compuesto por estas dos corrientes. Así, encontramos que el ser humano, por un lado, debe adaptarse a su esencia más íntima y, por otro, a lo que le ha sido transmitido por su línea hereditaria. Vemos que el ser humano lleva en gran medida la fisonomía de sus antepasados, podríamos decir que el ser humano es el resultado de la suma de sus antepasados.

Dado que, en un primer momento, la esencia del ser humano no tiene nada que ver con lo que se hereda, sino que solo tiene que adaptarse a lo que más le conviene, también comprenderemos que es necesario que, para aquello que quizá haya vivido durante siglos en un mundo completamente diferente y sea trasladado a otro mundo, exista una cierta mediación; que la esencia del ser humano debe tener algo en común con lo inferior, que debe existir un eslabón intermedio, un vínculo entre el propio ser humano individual y lo general, es decir lo que él incorpora mediante la familia y la raza. El eslabón que, por un lado, transmite todas las cualidades internas que trae consigo de su encarnación anterior mas lo que le aporta la línea hereditaria, se engloban bajo el concepto de temperamento. Éste ahora se interpone entre las cualidades heredadas y lo que ha absorbido en su esencia interior. Es como si, al descender, este núcleo esencial se envolviera en una especie de matiz espiritual de lo que le espera allí abajo, de modo que, en la medida en que el núcleo esencial se adapta mejor al envoltorio del ser humano, el núcleo esencial del ser humano se tiñe del color del entorno en el que nace y de una cualidad que trae consigo.

De modo que podremos decir, al contemplar al ser humano completo: este ser humano completo está compuesto por el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Lo que en primer lugar es el cuerpo físico, lo que el ser humano lleva consigo de tal manera que es visible a los ojos sensoriales, lleva en sí, visto desde fuera, en primer lugar, los signos claros de la herencia. También aquello que vive en el cuerpo etérico del ser humano, en ese luchador contra la descomposición del cuerpo físico, en cuanto a características, es algo que se encuentra en la línea hereditaria. Luego llegamos a su cuerpo astral, que en sus características está mucho más ligado al núcleo esencial del ser humano. Y cuando llegamos al núcleo más íntimo del ser humano, es decir, al yo propiamente dicho, encontramos lo que pasa de encarnación en encarnación, lo que aparece como un mediador interno que irradia sus características esenciales al exterior. Características que al tener que conectarse, han de adaptarse al entrar el ser humano en el mundo físico.

Los temperamentos surgen a través de esta interacción en la naturaleza humana, entre el cuerpo astral y el yo, entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, a través de esta interrelación entre las dos corrientes. Por lo tanto, deben ser algo que depende de la individualidad del ser humano, de lo que se integra en la línea hereditaria general. Si el ser humano no pudiera configurar su esencia interior, cada descendiente sería solo el resultado de sus antepasados. Y lo que se configura en él, lo que lo hace individual, es la fuerza del temperamento; ahí reside el secreto de los temperamentos.

Pues bien, en toda la naturaleza humana, todos los miembros individuales interactúan entre sí; están en interacción. Cuando el núcleo del ser ha teñido el cuerpo físico y el cuerpo etérico, lo que ha surgido de ese teñido actúa sobre todos los demás elementos, de modo que depende de cómo se nos presente el ser humano con sus características si el núcleo del ser actúa con más fuerza sobre el cuerpo físico o si es el cuerpo físico el que actúa con más fuerza. Dependiendo de cómo sea el ser humano, puede influir en uno de los cuatro miembros, y la reacción en los otros miembros da lugar al temperamento. Cuando el núcleo del ser humano se reencarna, es capaz de integrar un cierto exceso de actividad en uno u otro de sus miembros gracias a esta peculiaridad. Así, puede integrar un cierto exceso de fuerza en su yo, o bien, el ser humano puede influir en sus otros miembros a través de determinadas experiencias vividas en su vida anterior.

Cuando el yo del ser humano se ha fortalecido tanto a través de sus destinos que sus fuerzas dominan de manera excelente en la naturaleza cuádruple del ser humano, entonces surge el temperamento colérico. Si está sometido a la influencia del cuerpo astral, surge el temperamento sanguíneo. Si el cuerpo etérico influye con exceso sobre los demás miembros, surge la naturaleza flemática. Si el cuerpo físico influye sobre los demás miembros del cuerpo, de modo que el núcleo del ser no ha sido capaz de superar ciertas durezas en el cuerpo físico, predomina el temperamento melancólico.

Así como consideramos que gran parte del cuerpo físico es la expresión inmediata del principio vital físico del ser humano, debemos considerar que el sistema glandular es la expresión física del cuerpo etérico; el sistema nervioso, concretamente la parte activa del mismo, debe considerarse la expresión física del cuerpo astral, y la fuerza pulsante de la sangre es la expresión del yo propiamente dicho. Por lo tanto, lo que ha caracterizado al yo se manifestará como la cualidad predominante. 

TEMPERAMENTO COLÉRICO

El temperamento colérico se manifestará como activo en una sangre que late con fuerza; así se manifiesta el elemento de fuerza en el ser humano, al tener una influencia especial sobre su sangre. En una persona así, en la que el yo actúa espiritualmente y la sangre actúa físicamente, vemos cómo la fuerza más íntima mantiene firme y fuerte la organización. Y tal como se enfrenta al mundo exterior, así querrá imponerse la fuerza de su yo. Esa es la consecuencia de ese yo.

TEMPERAMENTO SANGUÍNEO

 Cuando en el ser humano predomina el cuerpo astral, entonces la expresión física se manifestará en las funciones del sistema nervioso, y lo que produce el cuerpo astral es la vida en pensamientos, en imágenes, de modo que el ser humano dotado de temperamento sanguíneo tendrá la predisposición a vivir en las imágenes de su vida imaginativa. Debemos comprender claramente la relación del cuerpo astral con el yo. Si solo existiera el temperamento sanguíneo, se produciría un caos de imágenes ascendentes y descendentes. Lo que evita que las imágenes se mezclen de manera fantástica son las fuerzas del yo. Y en lo físico, es la sangre la que, en esencia, limita la actividad del sistema nervioso, por así decirlo.

Sería demasiado extenso mostrarles con todo detalle cómo se relacionan entre sí el sistema nervioso y la sangre, y que la sangre es el regulador de esta vida imaginativa, Cuando la sangre no es el regulador del sistema nervioso, cuando la sangre del ser humano se vuelve demasiado tenue, anémica, entonces aparecen también las construcciones fantásticas, hasta llegar a la ilusión y la alucinación. Si el cuerpo astral tiene un cierto exceso de actividad, la vida humana se presenta de tal manera que el ser humano no puede aferrarse a una idea, y la consecuencia es que tal persona puede entusiasmarse por todo lo que se le presenta en el mundo exterior, pero como no se aplica el freno para hacerlo de forma duradera en su interior, el interés que se ha despertado se desvanece rápidamente. Vemos cómo el sanguíneo pasa rápidamente de una idea a otra, cómo muestra un sentido voluble.

TEMPERAMENTO FLEMÁTICO

Cuando en una persona predomina el cuerpo etérico en sí mismo y la expresión de este cuerpo etérico, el sistema que determina el bienestar y el malestar en el ser humano, entonces la persona se verá tentada a querer permanecer cómodamente en su interior. Cuanto más cómodo se sienta el ser humano en su interior, más armonía creará entre el interior y el exterior. Si este es el caso, si incluso se cuida en exceso, entonces todas las aspiraciones del ser humano se dirigen hacia el interior, nos encontramos ante una persona flemática.

TEMPERAMENTO MELANCÓLICO

Y cuando el ser humano tiene un exceso de actividad en su sistema físico, es una señal de que el ser interior no puede hacer nada contra su sistema físico. Así es como se manifiesta el sistema físico endurecido cuando hay un exceso. El ser humano no puede mover lo que debería mover; siente obstáculos internos. Estos obstáculos se manifiestan porque el ser humano tiene que dirigir su fuerza hacia ellos. Lo que no se puede superar es lo que causa sufrimiento y dolor, lo que impide que el ser humano pueda mirar sin prejuicios al mundo que le rodea. Esta fijación es una fuente de dolor interior. Ciertos pensamientos e ideas comienzan a volverse permanentes, y el ser humano se vuelve melancólico y taciturno.

Y si comprendemos el temperamento a través de un ser sano, entonces muchas cosas de la vida nos resultarán claras; pero también nos será posible manejar de manera práctica lo que antes no podíamos. ¡Dirijamos nuestra mirada a muchas cosas que se nos presentan directamente en la vida! Tomemos, por ejemplo, al colérico, que tiene un centro fuerte y firme en su interior. Este yo es el que lo controla. Esas imágenes son imágenes de la conciencia. El cuerpo físico está formado según su cuerpo etérico, y el cuerpo etérico según su cuerpo astral. Él moldearía al ser humano de las formas más diversas, por así decirlo; al oponerse al crecimiento del yo en sus fuerzas sanguíneas, se mantiene el equilibrio entre la plenitud y la variedad del crecimiento. Pero si el yo tiene un exceso, puede frenar el crecimiento. Las personas coléricas suelen mostrarse como si tuvieran un crecimiento reprimido. Se pueden encontrar ejemplos y más ejemplos en la vida, por ejemplo, en la historia intelectual del filósofo Fichte. Por su aspecto exterior, era lo que se podría llamar una persona de crecimiento reprimido, había fuerzas en él que estaban reprimidas por el exceso del yo. ¡Tomemos a Napoleón! Ahí tenemos la imagen típica del crecimiento reprimido del colérico. Ahí podemos ver cómo actúa esta fuerza del yo desde el espíritu, cómo actúa esta fuerza del yo, de modo que la esencia más íntima del ser humano se manifiesta en la apariencia exterior. ¡Observen la fisonomía del colérico! Tomen, en cambio, al flemático. ¡Qué borrosos son sus rasgos! ¡Qué poco se puede decir que esa forma de frente se adapte al colérico!

Esto se manifiesta con especial intensidad en un órgano en el que el cuerpo astral o el yo ejercen su influencia formadora: en el ojo, en la mirada firme y segura del colérico. En el colérico encontrarán ustedes un ojo negro, negro azabache, porque, por una cierta ley, el colérico atrae hacia su interior precisamente aquello que su fuerza del yo, porque no deja que el cuerpo astral tiña aquello que se tiñe en otra persona. Observen también al ser humano en todo su comportamiento. Quien sea experto, puede casi ver desde atrás si [alguien] es colérico. El paso firme anuncia, por así decirlo, al colérico. Todo el ser humano es una huella de este ser más íntimo, que se nos revela de esta manera.

¡Tomemos al sanguíneo! El temperamento sanguíneo se manifiesta con especial intensidad en la infancia. ¡Observen cómo se expresa la plasticidad! Y del mismo modo, en el niño sanguíneo se nos presenta una cierta posibilidad interna de cambiar su fisonomía, mientras que en el colérico los rasgos son más marcados. Un ojo morado es muy a menudo la expresión de un temperamento sanguíneo.

¡Y sigamos adelante! Cuando nos acercamos al flemático, sabemos por su andar tembloroso que es incapaz de controlar las formas de su interior. Se puede ver en toda su persona. El melancólico se revela pronto por su cabeza inclinada hacia adelante y sus ojos bajos. Esto muestra que hay algo limitado.

CÓMO ENFRENTARSE A LOS TEMPERAMENTOS EN LA EDUCACIÓN

Aquí solo podemos insinuarlo todo, pero la vida del ser humano nos resultará mucho más comprensible si vemos que el espíritu actúa sobre las formas, de modo que el exterior del ser humano puede convertirse en una expresión de su interior. ¿Acaso no vemos cómo todo lo grande en la vida puede lograrse precisamente gracias a la unilateralidad de los temperamentos, cómo estos pueden degenerar en la unilateralidad? ¿No nos preocupa el niño porque vemos que el colérico puede degenerar hasta la malicia, el sanguíneo hasta la frivolidad, el melancólico hasta la tristeza, etcétera? ¿No será el conocimiento y la evaluación del temperamento de un valor esencial para el educador, especialmente en la cuestión de la educación y también en la autoeducación?

No debemos dejarnos llevar por la tentación de subestimar el valor del temperamento por ser una característica unilateral. Debemos tener claro que el temperamento conduce a la unilateralidad, que lo más radical del temperamento melancólico es la locura, lo del flemático, la debilidad mental, lo del sanguíneo, la demencia, y lo del colérico, todos esos arrebatos de naturaleza humana enfermiza que llegan hasta la furia, etc. El temperamento produce una gran y hermosa diversidad, porque los opuestos se atraen; sin embargo, la idolatría de la parcialidad del temperamento causa fácilmente daños entre el nacimiento y la muerte. Es importante que el educador pueda decirse a sí mismo: ¿qué haces, por ejemplo, con un niño sanguíneo? Hay que intentar aprender, a partir del conocimiento de todo el ser del temperamento sanguíneo, cómo hay que comportarse. Si se habla de la educación del niño en relación con otros puntos de vista, también es necesario hablar individualmente del temperamento en la educación del niño.

Tenemos ante nosotros a un niño de temperamento sanguíneo, que fácilmente podría degenerar en inquietud, desinterés por las cosas importantes y, por el contrario, interesarse rápidamente por otras cosas; esto puede convertirse en una terrible parcialidad y se puede percibir el peligro cuando se profundiza en la naturaleza humana; entonces uno se dirá: El hecho de intentar inculcarle inmediatamente a este niño cualquier cualidad opuesta no cambia estas cualidades. En estas cosas, que están arraigadas en la naturaleza más íntima del ser humano, hay que tener en cuenta que solo se pueden moldear. En el caso de un sanguinismo que se ha vuelto unilateral, hay que insistir en su temperamento sanguíneo. Si se quiere comportarse correctamente con este niño, hay que prestar atención a algo, porque por muy sanguíneo que sea el niño, siempre hay algo que le interesa. Y aquello que se encuentra y que le interesa especialmente, debe tenerse en cuenta. Y aquello que para el niño es algo que no pasa desapercibido, hay que intentar mostrárselo como un hecho especial, de modo que su temperamento se extienda más allá de lo que le es indiferente; hay que intentar presentarle lo que para él es una afición bajo una luz especial, hay que enseñarle a aplicar su sanguinarismo. Se puede actuar de tal manera que, ante todo, se aproveche lo único que siempre se puede encontrar, es decir, las fuerzas que tiene el niño. Mediante castigos y reprimendas, no será capaz de interesarse permanentemente por algo. Mientras que si se despierta en él el interés, el amor por una persona, entonces ese amor por la persona hace que se produzca un auténtico milagro. Este puede curar el temperamento unilateral del niño. Hay que desarrollar un apego personal, hay que hacerse querido por el niño, esa es la tarea que hay que realizar con el niño sanguíneo. Depende de quien educa al niño que el niño sanguíneo aprenda a amar la personalidad.

Supongamos que una persona teme que su hijo tenga un temperamento colérico que se manifiesta de manera unilateral. Sin embargo, no se puede aplicar la misma receta que con un niño sanguíneo, ya que el colérico no podrá ganarse fácilmente el amor de los demás. Hay que llegar a él de otra manera, de persona a persona. Hay que ser apreciable y respetable en el sentido más elevado de la palabra para el niño colérico. Hay que procurar que el niño colérico nunca note que no puede obtener información ni consejo sobre lo que debe hacer. Hay que asegurarse de mantener las riendas de la autoridad en las manos y no mostrar nunca debilidad, como por ejemplo no saber qué consejo dar. Entonces es necesario que, cuando el niño colérico amenaza con degenerar en la parcialidad, se le enseñe especialmente aquello que es difícil de superar, que se le haga consciente de las dificultades de la vida proporcionándole cosas que le resulten lo más difíciles posible de superar. Hay que crear obstáculos para que el temperamento colérico no se reprima, sino que se exprese enfrentando al niño a ciertas dificultades que debe superar.

Con un niño flemático tendremos muchas dificultades si la educación nos impone la tarea de comportarnos con él de la manera adecuada. Es difícil influir en un flemático, pero hay una forma de lograrlo. No hay nada en un niño flemático a lo que se pueda apelar; hay que llevarlo a relacionarse con niños de su misma edad. Así como el sanguíneo debe tener apego a una personalidad, el flemático debe tener amistad y relación con tantos niños de su edad como sea posible. Esa es la única manera de despertar la fuerza que yace dormida en él. No podrá interesar al pequeño flemático con un tema de la escuela o de casa, pero podrá lograrlo a través del rodeo de otras almas de su misma edad.

También es muy difícil tratar al niño melancólico. ¿Qué debemos hacer? ¿Y si sentimos horror ante la amenaza de la unilateralidad del temperamento melancólico del niño, ya que no podemos inculcarle lo que no tiene? Debemos tener en cuenta que tiene la fuerza para aferrarse a sus inhibiciones, para resistirse. Si queremos encauzar esta peculiaridad de su temperamento, debemos desviar esta fuerza del interior hacia el exterior. Para el educador de un niño melancólico será especialmente necesario que se dé importancia a cómo se trata al niño, a que se le muestre que hay sufrimiento en el mundo. El niño melancólico es sensible al dolor; si quiere divertirlo, lo empujará de vuelta a su propio encierro. ¡Distraiga al niño mostrándole que hay sufrimiento! El melancólico más feliz es aquel que puede crecer junto a una persona que, por haber vivido experiencias difíciles, tiene mucho que decir, ya que así el alma actúa sobre el alma de la manera más feliz. En general, es bueno intentar curar al joven melancólico no rodeándolo de compañía divertida, sino dejándole experimentar el dolor justificado.

Por lo tanto, podemos decir que lo mejor para el sanguíneo es crecer con mano firme, que alguien externo le muestre aspectos de su carácter que le permitan desarrollar el amor personal, ya que el amor hacia una persona es lo mejor para el sanguíneo. No solo amor, sino también respeto y aprecio por lo que una persona es capaz de lograr, eso es lo mejor para el colérico.

Un melancólico puede considerarse afortunado si puede crecer de la mano de una persona que tiene un destino amargo. En la distancia adecuada que se crea a partir de la nueva visión, de la compasión que surge hacia la autoridad, en la empatía hacia el doloroso destino justificado, ahí está lo que necesita el melancólico. Crecen bien cuando pueden entregarse menos al apego a una persona, menos al respeto y la estima por los logros de una persona, y más a la empatía por el sufrimiento y el destino doloroso justificado.

El flemático es una persona a la que se puede llegar mejor si le enseñamos a interesarse por los demás, si le enseñamos a entusiasmarse por los intereses de otras personas.

  • El sanguíneo debe poder desarrollar el amor y el apego.
  • El colérico debe poder desarrollar el aprecio y el respeto por los logros de la persona.
  • El melancólico debe poder desarrollar un corazón compasivo por el destino ajeno.
  • Y al flemático se le deben mostrar como ejemplo los intereses de los demás.

Y cuando se trata de tomar las riendas de nuestra propia educación, pueden resultar especialmente útiles. Nos damos cuenta con nuestra mente de que nuestro temperamento sanguíneo nos juega malas pasadas, que corremos el riesgo de caer en un estilo de vida inestable, que vamos corriendo de un objeto a otro. Esto se puede contrarrestar si se toman las medidas adecuadas. Por mucho que el ser humano se repita a sí mismo: «Ahora mantén una cosa firme», su temperamento sanguíneo le jugará malas pasadas una y otra vez. Solo puede contar con la fuerza que tiene. Detrás de la razón deben estar otras fuerzas. ¿Puede un sanguíneo contar con algo más que con su temperamento sanguíneo? Y también en la autoeducación es necesario intentar hacer lo que la razón podría hacer de forma indirecta. Hay que intentar no interesarse por ciertas cosas que nos interesan. Hay que intentar ponerse artificialmente en esa situación, poner en su camino tantas cosas como sea posible que no le interesen. Entonces, si uno lo hace durante el tiempo suficiente, notará que este temperamento desarrolla la fuerza para cambiar.

Si nos damos cuenta de que la melancolía puede conducirnos a la parcialidad, debemos intentar crear obstáculos externos justificados y querer comprender estos obstáculos externos justificados en toda su forma, de modo que podamos desviar hacia objetos externos el dolor y la capacidad de sentir dolor que tenemos. La mente es capaz de hacerlo.

Del mismo modo, el colérico puede curarse a sí mismo de una manera especial, si consideramos el asunto desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Cuando nota que su interior enfurecido quiere desahogarse, debe intentar buscar, en la medida de lo posible, cosas que requieran poco esfuerzo para ser superadas; debe intentar provocar hechos externos fácilmente superables y debe intentar siempre descargar su fuerza de la manera más intensa en acontecimientos y hechos insignificantes. Si busca cosas insignificantes que no le ofrezcan resistencia, entonces volverá a encauzar su temperamento colérico unilateral en la dirección correcta.

El flemático hace bien en pensar que debe interesarse por algo, que debe buscar objetos que merezcan su atención, que el ser humano no se preocupa por ello. Debe buscar una ocupación en la que el flemático tenga razón y pueda dar rienda suelta a su flemático. De este modo, superará su flema, incluso si esta amenaza con degenerar en parcialidad.

Los realistas creen, por ejemplo, que lo mejor para un melancólico es proporcionarle lo contrario de lo que necesita. Sin embargo, quien piensa de forma verdaderamente realista apela a lo que ya hay en él.

Así vemos que es precisamente la ciencia espiritual la que no nos aleja de la vida real y verdadera, sino que nos ilumina a cada paso hacia las verdades y nos puede guiar en la vida para tener en cuenta lo real en todas partes. Porque son fantásticos aquellos que creen aferrarse a las apariencias externas. Debemos buscar razones más profundas si queremos adentrarnos en esta realidad, y si nos involucramos en tales consideraciones adquiriremos una comprensión de la diversidad de la vida. Nuestro sentido práctico se volverá cada vez más individual si no nos vemos obligados a aplicar una receta general, —no debes expulsar la frivolidad con seriedad—, sino a ver: ¿qué cualidades hay en el ser humano que deben estimularse? Y debemos ir hacia la individualidad.

Y ahí también podemos dejar que la ciencia espiritual actúe desde lo más profundo de nuestro ser, convertir la ciencia espiritual en el mayor impulso de la vida. Mientras siga siendo solo teoría, no vale nada. Debe aplicarse en la vida del ser humano. El camino para ello es posible, pero es largo. Se ilumina cuando conduce a la realidad. Entonces nuestras opiniones cambian y nos damos cuenta de ello, los conocimientos se transforman. Es un prejuicio creer que los conocimientos deben permanecer abstractos; pero cuando entran en lo espiritual, impregnan toda nuestra obra vital, impregnan toda nuestra vida, y entonces nos enfrentamos a la vida con conocimientos sobre la individualidad que llegan hasta los sentimientos y las sensaciones y se expresan en ellos, que tienen un gran respeto y aprecio. Las plantillas son fáciles de reconocer. Y pretender dominar la vida según patrones es fácil, pero no se puede tratar como un patrón. Entonces basta con un solo conocimiento, que se transforma en un sentimiento que hay que tener hacia la individualidad del ser humano, hacia la individualidad en toda la vida. Entonces, nuestro concienzudo conocimiento intelectual fluirá, por así decirlo, hacia nuestros sentimientos, de modo que podamos evaluar adecuadamente el enigma que se nos presenta en cada ser humano.

Pero esa es la verdadera razón que puede dar lugar al amor humano verdadero, fructífero y genuino. Esa es la razón por la que nos damos cuenta de lo que debemos buscar como esencia más íntima en cada ser humano. Y cuando nos impregnemos así del conocimiento espiritual, nuestra vida social de persona a persona se regulará de tal manera que cada individuo, al enfrentarse a los demás con aprecio, respeto y comprensión del enigma «ser humano», aprenderá a encontrar y regular su comportamiento hacia los demás. Solo aquel que vive desde el principio en abstracciones puede hablar de conceptos sobrios, pero quien busca el conocimiento auténtico lo encontrará y en su propio comportamiento, en su propia conducta, hallará el camino hacia el otro ser humano, encontrará la solución al enigma del otro ser humano. Así resolvemos el enigma individual de cómo nos comportamos con el otro. Solo encontramos la esencia del otro con una visión de la vida que proviene del espíritu. La ciencia espiritual debe ser una práctica de vida, un factor espiritual de la vida, totalmente práctica, totalmente vida, y no una teoría gris.

Respuestas a preguntas [Extractos]

Pregunta: También hay personas en las que no se manifiesta ningún temperamento. ¿Qué es lo que predomina en ellas?

Respuesta: Es cierto. Hay personas en las que, por así decirlo, un matiz particular del temperamento no se manifiesta con excesiva intensidad. Sin embargo, el observador atento podrá descubrir que, en cierta medida, ese temperamento está presente. Debemos tener claro que, cuando se desarrolla un tema como este, no se puede decir todo lo que se podría decir. Así, si quisiera explicarles ciertos fenómenos que se dan en la vida, tendría que explicarles los distintos y complicados temperamentos, tendría que mostrarles cómo, sin embargo, en cada persona destacan ciertas características de uno de sus miembros, es decir, tienen un temperamento destacado. Pero también puede ocurrir que otro aspecto de la esencia humana influya en otros aspectos del ser humano. Así, cualquiera que estudie la disposición temperamental de Napoleón podría descubrir que debió de comportarse de manera muy flemática en relación con ciertas cosas, por lo que debemos decir: en cada ser humano se encuentran matices de los cuatro temperamentos, y lo que destaca es precisamente lo que proviene de un exceso especial.

Cuando se dice que el cuerpo astral actúa en exceso, —lo cual no es lo mismo que decir que ejerce un dominio absoluto sobre los demás—, significa que en esa persona actúa más de lo que sería normal. Puede ser que el cuerpo astral actúe en exceso, que no encuentre la armonía adecuada, al igual que ocurre con el cuerpo físico. Entonces, los excesos pueden neutralizarse y puede aparecer algo parecido a la absoluta falta de temperamento. Esto se debe a que se equilibran las cosas que están presentes en uno u otro lado. Siempre se podrá observar un temperamento destacado en una persona con una buena capacidad de observación anímica.

Pregunta: ¿Qué temperamento indica un ojo gris?

Respuesta: Debo apelar un poco a su benevolencia. No se puede discutir esto con tanta precisión aquí, se necesitarían muchas horas. Solo puedo responder sin poder darle la explicación. Por eso quiero decirle que, si me pregunta sobre la correspondencia entre los ojos grises y el temperamento, debe tener en cuenta que los ojos grises suelen tener un cierto matiz de uno u otro color. Hay ojos gris verdosos, gris marrones y gris azulados. Por lo general, los ojos gris azulados pueden indicar un temperamento melancólico, mientras que los ojos gris verdosos pueden indicar un temperamento flemático. Sin embargo, esto no se puede generalizar.

Traducido por J.Luelmo oct,2025

 Ver mas conferencias sobre los temperamentos en el siguiente enlace <Los temperamentos>

GA068d Bonn, 23 de abril de 1909 - El secreto de los temperamentos humanos a la luz de la ciencia espiritual

Ver ciclo La naturaleza humana

  El secreto de los temperamentos ✻↓ humanos 

a la luz de la ciencia espiritual

 LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL

Rudolf Steiner

 Bonn, 23 de abril de 1909


Estimados asistentes, tan pronto como el ser humano observa el mundo que le rodea, descubre, dondequiera que mire, en todas partes los mayores misterios y enigmas, fenómenos cuya causa no puede comprender, y sin lugar a dudas, el mayor misterio para el ser humano es el propio ser humano. Y esto se entiende muy bien en nuestra época tan materialista, si tenemos en cuenta que la ciencia actual intenta explicar al ser humano basándose en una hipótesis que dice que el ser humano se ha desarrollado a partir del reino animal, que los animales se desarrollaron a partir del reino vegetal y que las plantas se desarrollaron a partir del reino mineral. La ciencia espiritual admite que, mientras se mantenga este punto de vista, es totalmente imposible explicar la esencia humana. Todo sería más fácil de explicar, excepto la entidad humana, mientras se parta de la concepción materialista de que el ser humano ha evolucionado desde los reinos inferiores de la naturaleza, y es precisamente la ciencia espiritual la que estará en condiciones de demostrar, de demostrar claramente, que el ser humano no es un ser tal y como lo concibe la ciencia.

Echemos un vistazo al mundo y tratemos de tener claro lo que vemos a nuestro alrededor cuando pretendemos observar al ser humano. Lo primero que vemos en una persona es su cuerpo físico. Este cuerpo físico está compuesto por los mismos elementos que vemos a nuestro alrededor en la naturaleza. Podemos examinar químicamente el cuerpo físico del ser humano y veremos que en él rigen todas las fuerzas y leyes que también encontramos en el reino animal, en el reino vegetal y también en el reino mineral. Por lo tanto, podemos decir que el ser humano tiene en común el cuerpo físico con los tres reinos de la naturaleza que están por debajo de él.

Pero si nos limitáramos a considerar al ser humano únicamente como lo que llamamos cuerpo físico, nadie querría afirmar que este cuerpo pudiera ser un ser humano. Porque vemos que el ser humano tiene otras propiedades distintas a las que tienen los minerales. Vemos que el ser humano tiene en sí mismo la fuerza que le permite crecer, reproducirse y alimentarse. No podemos profundizar demasiado en esto hoy, solo diremos que la fuerza que se manifiesta en las funciones es consecuencia del cuerpo etérico o vital. Por cuerpo etérico no nos referimos al éter que la ciencia acepta como hipótesis. Este cuerpo etérico tiene que cumplir tareas muy concretas, como la alimentación, reproducción y demás. Pero este cuerpo vital, que permanece unido al cuerpo físico desde el nacimiento hasta la muerte, tiene otra función muy diferente. El cuerpo etérico se encarga de que el cuerpo físico no siga las leyes físicas. Si el cuerpo físico siguiera las leyes físicas, se desintegraría inmediatamente. Solo gracias a que el cuerpo físico está envuelto e impregnado por el cuerpo etérico, éste cuerpo físico conserva su forma y no se desintegra. Podemos decir que, durante la vida, desde el nacimiento físico hasta la muerte, el cuerpo etérico lucha contra la descomposición del cuerpo físico, y que el ser humano comparte este cuerpo etérico o cuerpo vital con todas las plantas y animales. Los minerales no tienen cuerpo etérico tal y como lo he descrito.

Si el ser humano tuviera solo un cuerpo físico y un cuerpo etérico, tendría la posibilidad de crecer y alimentarse, etc., es decir, todo lo que vemos en las plantas. Pero el ser humano tiene además algo que le es mucho más cercano que todas estas características, a saber, su alegría y su dolor, su placer y su sufrimiento, sus instintos, sus deseos y sus pasiones, y si el ser humano estuviera compuesto únicamente por un cuerpo etérico y un cuerpo físico, no tendría nada de esto. Tampoco podemos profundizar más en esto, pero por hoy solo podemos indicar que el cuerpo astral es el cuerpo que hace posible que un ser sienta alegría y dolor, placer y sufrimiento, instintos, deseos y pasiones. El cuerpo astral tiene también muchas otras características que pueden describirse con precisión mediante la ciencia espiritual, pero para nuestra reflexión de hoy basta con indicar lo que acabamos de decir.

Vemos que, dado que el cuerpo astral es portador de las características mencionadas anteriormente, se comprende que el ser que posee dicho cuerpo astral tiene una vida interior. Y si observamos la naturaleza, vemos que solo el reino humano y el reino animal tienen esa vida interior. Al igual que el ser humano comparte el cuerpo físico con los minerales, las plantas y los animales, del mismo modo que comparte el cuerpo etérico o vital con las plantas y los animales, también comparte el cuerpo astral con los animales. Pero si el ser humano solo tuviera un cuerpo físico, un cuerpo etérico y un cuerpo astral, no se diferenciaría de los animales. Pero si observamos al ser humano más de cerca y vemos en qué se diferencia de los animales, descubriremos que el ser humano tiene una capacidad que ningún otro ser de los reinos mencionados posee. El ser humano tiene autoconciencia. Puede decir «yo» refiriéndose a sí mismo. Si tomamos cualquier otra cosa, cualquiera puede decir «mesa» refiriéndose a una mesa, «reloj» refiriéndose a un reloj, «rosas» refiriéndose a rosas, «paño» refiriéndose a un paño, pero nadie puede decir la palabra «yo» sin referirse únicamente a sí mismo. Cada persona es para mí un «tú», y yo soy para cada otra persona un «tú». El yo o la autoconciencia es lo que diferencia al ser humano de todos los demás seres de los reinos de la naturaleza mencionados.

Así pues, vemos que el ser humano está compuesto por cuatro partes: el cuerpo físico, que está compuesto por sustancias y leyes físicas y químicas; un cuerpo etérico o vital, que protege al cuerpo físico de la descomposición; un cuerpo astral, que permite al ser humano tener una vida interior; y, por último, el yo, que permite al ser humano alcanzar la autoconciencia. Todo esto lo sabían los seres humanos en épocas anteriores, y solo cuando la humanidad se haya vuelto a dejar fecundar por la ciencia espiritual, se volverá a reconocer las grandes verdades que se encuentran en los libros sagrados de todos los pueblos. En estos libros encontramos mensajes sobre esta composición, pero nuestra ciencia actual no puede comprenderlos porque no está dispuesta a dejarse instruir, sino porque cree que puede descubrir por sí misma todo lo que se ha ocultado en los libros antiguos.

Ya hemos tenido ocasión anteriormente de hablar aquí, en esta ciudad, sobre otras cuestiones relacionadas con la ciencia espiritual, o como se la denomina en nuestra época, la teosofía, concretamente sobre la reencarnación y el karma. Ya hemos hablado aquí anteriormente de que la parte espiritual, el yo del ser humano, pasa de una encarnación a otra para adquirir en cada nueva encarnación nuevas experiencias, y que, según la gran ley del karma, el ser humano debe equilibrar todas sus acciones y todas sus experiencias. Cuando el ser humano muere, ¿qué ocurre entonces? Primero abandona su cuerpo físico, que es devuelto a la tierra física. El cuerpo físico se descompone y los elementos se disuelven. El cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo se retiran. Al cabo de poco tiempo, el cuerpo etérico se separa. El yo conserva y absorbe un extracto del cuerpo etérico. Tras el tiempo pasado en el plano astral, o como se denomina en la literatura teosófica: Kamaloka, el cuerpo astral también se desintegra. El yo también se lleva un extracto de este cuerpo astral y ahora atraviesa otros estados, que no es necesario describir aquí. Después de un tiempo determinado, el yo regresa, toma un cuerpo astral, un cuerpo etérico y se reencarna de nuevo en nuestra Tierra.

Si observamos este proceso más detenidamente, veremos que, a través de las diferentes reencarnaciones, el yo toma cada vez un nuevo cuerpo físico, que le es dado por sus padres. Este cuerpo físico tiene, por tanto, las características de los padres, y el cuerpo físico hereda los rasgos físicos de sus padres, abuelos, etc. Sin embargo, el yo no se hereda, es algo completamente diferente, que existía mucho antes de que existiera el cuerpo físico. El ser humano solo recibe el cuerpo físico de sus padres. Esta noche no queremos entrar, o al menos no demasiado, en el cuerpo etérico y astral en relación con la herencia.

La ciencia material afirma que el ser humano es producto de la herencia y se imagina, por ejemplo, que la genialidad es consecuencia de la herencia. Como ejemplo, menciona que en la familia Bach han vivido unos veinte músicos más o menos importantes en doscientos años y afirma que este don es consecuencia de la herencia, o bien demuestra que en la familia Bernoulli ha habido seis u ocho matemáticos importantes en un breve periodo de tiempo y lo atribuye a la herencia. Pero si la ciencia quisiera demostrar algo, tendría que poner en primer lugar a un genio y luego demostrar que el genio se ha heredado en generaciones posteriores, lo cual no es posible, ya que, como es sabido, sería difícil demostrar tales casos. Pero no obstante, ¿Cómo se explica que en la familia Bach o en la familia Bernoulli haya habido tantos grandes músicos y matemáticos?

La primera necesidad para ser músico, como lo fueron los Bach, es tener un buen oído, un buen órgano físico del oído. Sin ese oído, una persona no puede ser músico. Ahora bien, en la familia Bach se había desarrollado por herencia un oído muy bueno, y por eso nacieron en esa familia personas que tenían que pasar por un determinado desarrollo en el ámbito musical. Esto no es en absoluto una casualidad, sino que hay leyes muy concretas que son la base de estas encarnaciones. Si estas mismas personas hubieran vivido en otras familias, hubieran nacido de otros padres que no tuvieran un oído tan excelente, simplemente no habrían sido músicos, y lo mismo ocurre con la familia Bernoulli. Para ser matemático también se necesitan predisposiciones físicas muy concretas, y estas necesidades físicas estaban presentes en esta familia.

Hemos visto que el cuerpo físico se forma de nuevo cada vez, mientras que el yo permanece. Si entre el cuerpo y el yo no hubiera nada, todos los seres humanos serían más o menos iguales. Pero hay algo entre la esencia física del ser humano y el yo, y ese algo es el temperamento. Cada persona tiene un temperamento propio. Como saben, hay cuatro temperamentos: colérico, sanguíneo, flemático y melancólico.

Como hemos dicho antes, el ser humano se compone de cuatro partes que juntas forman su esencia, a saber, el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el yo. Estas cuatro partes no se crearon al mismo tiempo, sino que hubo un largo proceso de desarrollo antes de que el ser humano llegara al nivel en el que se encuentra hoy. Pueden encontrar información más detallada al respecto en mi artículo «La crónica Akasha» en «Lucifer — Gnosis» (números 13 a 35).

Hasta ahora, la humanidad ha pasado por cuatro etapas de desarrollo, y en cada etapa se ha desarrollado una parte de su esencia. Es decir, primero se desarrolló su cuerpo físico, después su cuerpo etérico, luego su cuerpo astral y, por último, el yo. Ahora bien, cada una de estas cuatro partes se expresa en una parte física del ser humano, de tal manera que el cuerpo físico se expresa en los sentidos, el cuerpo etérico en las glándulas, el cuerpo astral en los nervios y el yo en la sangre. La sangre, tal y como la vemos hoy en día en el ser humano, es la expresión del yo, y no existía sangre antes de que surgiera el yo.

Ahora bien, cada persona tiene los cuatro cuerpos mencionados anteriormente y, por lo tanto, cada persona tiene órganos sensoriales, glándulas, nervios y sangre, pero estos cuatro cuerpos no están desarrollados con la misma intensidad en todas las personas. Existen todo tipo de combinaciones y, como veremos, estas combinaciones dan lugar a las diferencias en los temperamentos.

Como ya se ha dicho, la sangre es la expresión del yo. A alguien que ha desarrollado fuertemente el yo lo reconocemos como colérico; a alguien que ha desarrollado fuertemente el cuerpo astral lo reconocemos como sanguíneo. Al ser humano que ha desarrollado el cuerpo etérico en demasía lo reconocemos como flemático, y al ser humano que ha desarrollado en demasía el cuerpo físico lo reconocemos como melancólico. La ciencia espiritual es capaz de explicar esto con precisión, ya que sabe cómo se relacionan las cosas entre sí.

El temperamento colérico

Tomemos, por ejemplo, al colérico. Como ya se ha dicho, esta persona tiene un yo muy desarrollado. Por lo tanto, el principio sanguíneo está muy presente en ella. Si observamos a este tipo de persona, vemos que su complexión es algo comprimida. Un muy buen ejemplo lo encontramos en Johann Gottlieb Fichte, el filósofo alemán. Esto se debe a que la sangre ata los nervios y, por así decirlo, frena el crecimiento. También lo vemos en Napoleón. Son personas con un yo muy desarrollado, lo que se manifiesta en un temperamento colérico. Cuando vemos correr a este tipo de personas, es como si quisieran atravesar el suelo, no solo poner los pies en el suelo, no, es... [espacio en blanco]. Sus ojos negros como el carbón observan el mundo con agudeza. Todo su cuerpo transmite fuerza de voluntad y energía, a lo que contribuye su moderación. Con esto no quiero decir, por supuesto, que las personas coléricas tengan que ser pequeñas, sino que, si no fueran coléricas, serían algo más altas.

El temperamento sanguíneo

Tomemos ahora al sanguíneo. Como hemos visto, el sanguíneo tiene un cuerpo astral muy desarrollado y, por lo tanto, un sistema nervioso muy desarrollado, ¿y cuál es la consecuencia de ello? Que una persona así camina muy saltarina, todo brota de ella, porque su cuerpo astral tiene el poder y no está retenido por la sangre. Una persona así siempre camina saltando, tiene una mirada viva gracias a sus ojos azul claro y es rubia. Sin embargo, el sanguíneo tiene muy pocos intereses duraderos. En cuanto ve algo, le interesa, pero ese interés no es permanente. Al día siguiente ve otra cosa que le interesa más, y así sucesivamente. Pero como todo le interesa, se enfrenta al mundo con una cierta alegría de vivir.

El temperamento flemático

Pero veamos ahora al flemático. Como ya se ha dicho, esta persona tiene el sistema glandular más desarrollado, lo que le proporciona una comodidad interior. Una persona así no tiene interés en el mundo exterior, y eso ya lo vemos en su mirada apagada, en su andar tranquilo. Todo lo que le rodea le es indiferente y, como ya se ha dicho, la causa radica únicamente en que el cuerpo etérico o el sistema glandular ejercen el dominio.

El temperamento melancólico 

Tomemos ahora al melancólico. Tiene un cuerpo físico muy desarrollado, y no nos referimos a la musculatura, sino al principio del cuerpo físico. Una persona así se hunde, diríamos, bajo el peso de su cuerpo. No puede levantarse, no puede avanzar y, por eso, todo le resulta demasiado.

Los temperamentos y la educación

Hemos visto cómo estos cuatro temperamentos están relacionados con los cuerpos, pero realmente no tendría mucho valor práctico si no siguiéramos analizando el tema.

No solo podemos aplicar lo que vamos a discutir ahora a nosotros mismos, sino que también es muy importante en la educación. Tomemos, por ejemplo, a un niño colérico. Su temperamento le obliga a dar lo mejor de sí mismo en todo, no le cuesta nada dar lo mejor de sí mismo, porque su temperamento y su predisposición le dan las posibilidades para ello. ¿Cómo debemos educar a un niño así? Hoy en día, muchos padres están dispuestos a decir: «El niño hace todo con tanta facilidad que no tenemos por qué preocuparnos», pero eso no es correcto. Si dejamos que un niño así siga su camino, llegará un momento en que no le resultará tan fácil superar todas las dificultades. El niño debe ser guiado de una manera muy concreta. Si queremos dar a un niño así un educador adecuado, debemos buscar a una persona que sea capaz de responder a todas las preguntas que el niño le plantee, de modo que el niño sienta respeto por los conocimientos de esa persona. El niño debe comprender que hay alguien que tiene muchos más conocimientos que él, y precisamente por eso el niño adquiere la capacidad de respetar a quien está por encima de él. En general, veremos que estos niños no tienen muchas oportunidades de demostrar todo su potencial y, aunque quizá resulte incómodo para los padres, sería bueno que un niño así tuviera alguna vez la oportunidad de poner a prueba sus capacidades hasta el límite. Podemos ir aún más allá, debemos dejar que un niño haga algo que sabemos de antemano que no va a conseguir. De esta manera, el niño adquiere lo que podríamos llamar respeto por la fuerza de los hechos, y así podemos mantener a estos niños por el buen camino. Una persona colérica, y también un niño así, llevará a cabo con precisión todo lo que se proponga, es decir, mantendrá el interés por su causa.

Pero tomemos ahora como ejemplo a un niño sanguíneo. Como ya se ha dicho, este tipo de niño no tiene intereses duraderos. Muchos padres creen haber encontrado la solución adecuada cuando intentan, mediante castigos y golpes, obligar al niño a desarrollar intereses duraderos, pero eso no funciona. Debemos tener en cuenta lo que el niño tiene, no lo que no tiene, y lo que no tiene es la predisposición a desarrollar intereses duraderos. Tenemos que tenerlo en cuenta. Todas las cosas externas pasan rápidamente. Sin embargo, hay una cosa por la que todos los sanguíneos mantienen un interés duradero, y es el amor por una determinada personalidad. Mientras que el colérico necesita tener a su lado a alguien que le imponga respeto por sus conocimientos, al sanguíneo no le interesa en absoluto una personalidad así. El sanguíneo necesita tener a alguien a su lado a quien pueda amar, y si se tiene a una persona así, esta será capaz de guiar adecuadamente al sanguíneo. Como ya se ha dicho, el sanguíneo salta, por así decirlo, de un interés a otro. Para cambiar esto, no sirve de nada castigar al niño. Sin embargo, se puede intentar lo siguiente: darle al niño algo que le interese un poco más y quitárselo antes de que pierda el interés. También se le puede dar al niño algo que le interese temporalmente. Si se prueban estas dos cosas con tacto, se verá que muy pronto surgirá un interés duradero. Como ya se ha dicho, es conveniente que un niño así tenga a alguien a quien pueda querer, porque de ello depende mucho. Con un niño así no se consigue nada con el conocimiento, sino solo con el amor.

Ahora pasemos al temperamento flemático. Como hemos visto, una persona flemática, y también un niño flemático, tiene un cuerpo etérico muy desarrollado y, por lo tanto, lleva una vida interior cómoda, lo que hace que no sienta interés por las cosas externas. Un niño flemático no tiene interés por el mundo exterior, en la medida en que existe en relación con el mundo exterior. Pero hay algo más. Si bien el flemático no tiene interés por lo que le concierne a él mismo, sí tiene interés por las cosas y los asuntos de los demás. Si ponemos a un niño flemático en el entorno de otros niños, veremos que ese niño se interesa por los asuntos de los demás. Además, la convivencia con otros niños tiene un fuerte efecto sugestivo, y de esta manera se puede lograr mucho. Si queremos obligar al niño a interesarse, veremos que es totalmente inútil, pero se le puede enseñar a interesarse de la manera mencionada anteriormente.

El niño melancólico ha desarrollado de manera excelente el principio del cuerpo físico, por lo que todo le resulta difícil. Aunque no haya causas externas, el niño está de mal humor. Si se pensara que esto se puede cambiar proporcionándole al niño una alegría, —lo que por regla general no es mucha alegría—, pronto se descubriría que esto no es posible y que tales distracciones inventadas son inútiles. Esto también se debe a que el niño no tiene en sí mismo lo que le permite reaccionar ante cosas tan alegres. Debemos tener en cuenta lo que hay, y no lo que no hay. Hacemos bien en mostrar a un niño así el sufrimiento de otras personas, porque así el niño podrá ver que sus quejas son injustificadas. Por muy duro que pueda parecer, es totalmente correcto que le demos a un niño así la oportunidad de quejarse cuando realmente haya motivos para ello. Si después el motivo desaparece, el niño se sentirá aliviado y, de esta manera, le proporcionaremos un cambio que le enseñará a apreciar lo agradable y contribuiremos en gran medida a distraer su temperamento melancólico. Por supuesto, esto requiere mucho tacto, y eso es precisamente lo que importa en la educación.

Lo que hemos dicho aquí para los niños se aplica igualmente a los adultos. Si una persona tiene, por ejemplo, una fuerte predisposición melancólica, entonces debe buscar deliberadamente la oportunidad de sentirse incómoda. De esta manera, aprenderá a apreciar lo mejor. Lo mismo ocurre con las personas sanguíneas. Si vemos, por ejemplo, que somos demasiado volubles, que no podemos mantener nuestro interés en una cosa, entonces podemos apartarnos de las cosas que nos interesan mucho, —lo que también puede ocurrir—, antes de que ese interés se haya agotado. También podemos obligarnos a hacer algo durante una semana, por ejemplo, leer un libro que no nos interesa en absoluto. Nos obligamos a hacer esto y, al hacerlo, aprendemos a distinguir entre lo que merece nuestro interés y lo que no lo merece tanto. Si las personas se esforzaran realmente por escuchar lo que la ciencia espiritual tiene que decir sobre estos temas, no adoptarían la postura de la ciencia materialista actual, que afirma que todo esto es fantasía o algo aún peor. La ciencia espiritual es realmente capaz de dar respuesta a cuestiones importantes de la vida y resolver los enigmas humanos. No hay que pensar que la ciencia espiritual va a dar a cada persona una receta sobre lo que debe hacer y lo que no, pero sí indica los caminos que debe seguir quien se toma la vida realmente en serio. El ser humano que solo quiere aceptar todo lo que la ciencia materialista tiene que decir aprenderá sin duda mucho sobre las leyes físicas y las composiciones químicas de la materia física, pero no es posible que, basándose en esta ciencia materialista, el ser humano pueda encontrar lo que más le interesa. La ciencia espiritual o teosofía reconoce plenamente los grandes logros que la ciencia materialista ha aportado al mundo, pero también sabe que, basándose en esta ciencia, el ser humano solo puede reconocer una parte de su esencia. Si el ser humano realmente desea esforzarse por conocer su esencia interior, debe escuchar lo que la ciencia espiritual tiene que decir, ya que precisamente esta ciencia es capaz de dar al ser humano lo que la humanidad actual necesita.

Traducido por J.Luelmo oct, 2025

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