GA091 Landin, 18 de septiembre de 1906 - Sustancia y fuerza

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 RUDOLF STEINER. 

NOTAS DE MATHILDE SHOLL 1904 - 1906
   
SUSTANCIA Y FUERZA
 

Landin, 18 de septiembre de 1906

La fuerza primigenia y la sustancia primigenia son una unidad. A partir de esta unidad surge todo lo que se manifiesta. Fue la conciencia de esta fuerza y sustancia primigenias, lo que la impulsó a manifestarse, del mismo modo que la conciencia del ser humano es lo que lo impulsa a encarnarse físicamente. Esta conciencia también descansa en el origen primigenio, pero se expresa emergiendo de este origen primigenio. Para que pueda emerger, necesita una parte de la fuerza primordial, la vida, y de la sustancia primordial, el ser. Así pues, al principio emergió la conciencia, el pensamiento de Dios, basándose en las otras partes de la unidad divina, en la fuerza y la sustancia o la vida y el ser. La conciencia es el espíritu, la vida es el hijo, la voluntad es el padre. La conciencia es lo deseado, la fuerza es lo que desea; la vida ejecuta la voluntad de la fuerza primigenia.

Para observarse a sí misma, la conciencia de la fuerza primigenia se elevó sobre las olas de la vida desde esta fuerza primigenia. Así surgió la conciencia, como los rayos de luz del interior de un cuerpo luminoso. Fue transportada por el ritmo de la vida que brotaba desde el interior. El portador de la conciencia permanece oculto, al igual que el núcleo de un cuerpo luminoso permanece oculto. No vemos el centro del sol radiante, el centro, el núcleo de una llama permanece oscuro; la fuerza de la manifestación humana en el interior del ser humano, que irradia el aura, parece incluso para el ojo del vidente como el núcleo oscuro de una llama.

La conciencia de la fuerza primigenia es el espacio infinito, y en este espacio se nos presentan como figuras los pensamientos de la fuerza primigenia. Mientras que en las figuras vemos la máxima expresión de la conciencia de la fuerza primigenia, en el cambio de la apariencia vemos la expresión de la vida de la fuerza primigenia; pero la fuerza suprema en sí misma descansa en la unidad, de la que surge la diversidad. En el mundo hay dos polos de la fuerza primigenia; un polo está donde la fuerza y la sustancia aparecen como una sola cosa, como indivisibles; y el otro polo es aquel donde tanto la  fuerza como la sustancia aparecen como muchos detalles, en la manifestación física. Pero al igual que la fuerza y la sustancia primigenias, alcanzan también el grado más elevado de conciencia en esta división suprema, esta estructura suprema de la fuerza y la sustancia forma también parte de la perfección del ser divino. La perfección del lado consciente de lo divino, reside en la posibilidad de contemplarse a sí mismo conscientemente a través del cosmos estructurado. La grandeza del poder reside en la unidad, la grandeza de la conciencia en la diversidad, la grandeza de la vida en el mantenimiento constante de la conexión entre el poder primigenio y la manifestación.

En el Uno, la fuerza y la sustancia están juntas en eterno reposo; en la vida, la fuerza y la sustancia están en movimiento, en ritmo; en la conciencia, la fuerza y la sustancia se enfrentan. La conciencia se enfrenta a lo que se expresa a través de ella misma. Solo entonces entra en juego la objetividad del mundo, frente a la subjetividad de la conciencia. 

A partir de la sustancia y la fuerza primordiales, se va elevando la conciencia a lo largo de la vida. Ahora puede ver los dos polos, la fuerza y la sustancia, en lo que se ha manifestado; pero en lo que está por venir, la vida, reconoce su unión y, con ello, también reconoce su unidad original. Así se une la trinidad de todo el ser.

Existe una ley según la cual el efecto de una fuerza disminuye en la misma medida en que aumentan los cuadrados de la distancia que la separa de ella. En el cosmos físico vemos la manifestación de la divinidad, la configuración de su conciencia. En esta configuración de la conciencia divina, en la manifestación más intensa de los pensamientos de Dios, vemos también la mayor distancia de la fuerza primigenia. Por eso, en el mundo exterior visible podemos reconocer mejor la diversidad de los pensamientos que surgen de la fuerza primigenia, pero la grandeza de la fuerza nos parece allí menor, porque la fuerza se ha entregado allí al manifestarse en muchos fenómenos individuales. Lo que reconocemos en el mundo físico, lo que reconocemos en las formas, es la estructura de la fuerza primigenia. Solo cuando consideramos el espacio como la conciencia de la divinidad, y las formas que hay en él como los pensamientos de la divinidad, es cuando podemos reconocer el significado del mundo físico que se nos presenta en el espacio. Todo lo que nos rodea en el espacio son pensamientos en la conciencia de la fuerza primigenia eterna y divina. Mientras que la fuerza y la sustancia primigenias son una y lo llenan y abarcan todo lo que existe y vive, ellas dan forma a sus pensamientos en el espacio y les transmiten una parte de su fuerza, una parte de su sustancia, como en el caso de los minerales; además, una parte de su vida, como en el caso de las plantas; y, por último, una parte de su conciencia, como en el caso de los animales y los seres humanos. Además, le dio al ser humano el poder de la libertad, es decir, de tomar conciencia de sí mismo. A través del ser humano, la divinidad se contempla a sí misma. Y por ello le transmitió al ser humano el poder de reconocer a la divinidad; [de reconocer que los seres humanos, al igual que todo lo creado, son los pensamientos de Dios hechos realidad y que reciben su vida de la divinidad y que su poder, su voluntad, descansa en la voluntad de la divinidad].

Cada pensamiento de Dios encarnado es un reflejo de la unidad original. La más grande objetividad del mundo es el reflejo de la más grande subjetividad. Del Uno surgieron muchas figuras individuales por medio de la vida que emanaba de él, y todas estas figuras individuales expresan una parte de las fuerzas del Uno. Cada figura en el mundo es perfecta cuando expresa la parte de la fuerza original que debe expresar, para lo cual ha sido destinada esta fuerza original.

El mundo mineral debe expresar sobre todo la esencia primordial, la sustancia primordial en múltiples seres individuales. El mundo vegetal debe expresar la vida singular en múltiples formas vivientes; el reino animal debe expresar la sensibilidad en múltiples seres individuales. El ser humano debe convertirse en un reflejo de toda la fuerza primigenia, y para ello se le ha dado la posibilidad de la autoconciencia y la emancipación. Se ha convertido en un hijo de la divinidad, dotado de todos los poderes divinos, de modo que puede desarrollarse libremente hasta alcanzar la semejanza con Dios. Todos los seres físicos son pensamientos de Dios, pero el ser humano es un pensamiento de Dios que se vuelve hacia la vida y la voluntad de la divinidad. Surgido de la voluntad y la vida de la divinidad como pensamiento, vuelve en pensamiento a la vida y la voluntad, y así cierra el ciclo del poder divino, devolviendo a su origen primigenio aquel poder divino articulado y emergido.

En el mundo físico de las formas reconocemos la estructura superior de la divinidad, tanto en lo que respecta a la fuerza como a la sustancia, ya que, en el fondo, la fuerza y la sustancia siempre están conectadas. La estrecha relación entre las partículas individuales en todo lo mineral es solo una ilusión. Así como las formas individuales solo son reconocibles para nuestros sentidos porque están separadas, las partículas individuales del mundo mineral solo son reconocibles para nosotros porque hay espacios entre todos los átomos. Así como la separación de las formas individuales dio lugar a la luz y la sombra, haciéndolas visibles al ojo físico, todas las sustancias minerales son visibles al ojo físico porque la separación de los átomos produce luz y sombra. Si todo lo mineral fuera una unidad indiferenciada y nosotros también fuéramos indiferenciados dentro de esa unidad, no podríamos reconocer objetivamente nada en el entorno.  Entonces no habría separación, pero tampoco habría luz ni sombra, ni percepción física externa mediante los sentidos físicos. Para que los objetos pudieran destacar, —individualmente —, tenía que producirse una separación, tenía que haber luz entre nosotros y los objetos. Lo que ocurrió con la configuración de los pensamientos divinos, que se nos presentan como  seres individuales especiales, también ocurrió en toda la sustancia; los átomos individuales se separaron. No podríamos cortar un cuerpo si su sustancia formara una masa continua. No se puede cortar el agua, no se puede cortar el aire, porque las partículas del agua y del aire están más unidas que las partículas de las sustancias sólidas. Pero aún así se pueden separar las partículas de agua y aire mediante sustancias sólidas que se introducen continuamente en ellas. Sin embargo, sabemos que tanto las partículas de agua como las de aire tienden a agruparse continuamente. Encontramos algo similar en algunas sustancias sólidas, por ejemplo, en el hierro magnético, que también tiende a aglutinarse. Cuanto más fina y menos perceptible para nuestros sentidos físicos es una sustancia, más íntima es su conexión, menos podemos separar las partículas aisladas, más rápido se llenan los huecos y mayor es la fuerza que mantiene unidas las partículas aisladas. La sustancia primigenia no puede ser dividida por otra fuerza, es una en sí misma, indiferenciada; y cuando se produce algún hueco en las otras sustancias que han surgido de ella, lo llena por sí misma o mediante las sustancias que se han separado de ella. Así, todo está constantemente lleno de la plenitud de la divinidad.

Al descender, la sustancia primordial se vuelve cada vez menos densa. La materia sólida es en realidad la menos densa, porque es la menos continua, la más cambiante, la más desigual, la expresión de la mayor separación y el polo opuesto más fuerte de la sustancia primordial. El origen, en el que la sustancia y la fuerza son completamente uno, es el origen de toda la vida. La vida es la interacción de la fuerza y la sustancia. De lo inamovible surge un movimiento que transcurre rítmicamente. Este movimiento surge por voluntad del origen divino, y toda la vida proviene de este movimiento. Los dos polos se forman a partir de la unidad divina, la sustancia y la fuerza; lo que los mantiene unidos es la vida. En la vida, la sustancia y la fuerza están unidas. La vida es como una cuerda tensada entre el polo de la fuerza y el de la sustancia; y al igual que una cuerda, vibra rítmicamente entre estos dos polos, poniendo así todo lo que existe en movimiento rítmico.  Este movimiento rítmico, que es a la vez sustancia y fuerza, que surge de la tensión entre sustancia y fuerza, es lo que se expresa en todo lo vivo. Cuanto mayor es la tensión, más intensa es la vida; cuanto menor es la tensión, menos vida hay. Pero la vida solo puede manifestarse en la tensión menos intensa. En una cuerda muy tensa, casi no notamos las vibraciones. En una cuerda menos tensa, reconocemos más claramente el vaivén. El movimiento de la cuerda infinitamente tensa no se puede ver en absoluto, porque es demasiado rápido y el ritmo es tan ininterrumpido que equivale a la inmovilidad. Solo podemos percibir la vida cuando entre la fuerza y la sustancia, se produce donde la tensión es menos intensa. La tensión más débil se encuentra en lo físico, donde vemos el movimiento de la vida en el pasar y el surgir de las formas. Son las vibraciones más lentas, las ondas más grandes de la vida, pero también las que tienen menos fuerza, las que más destacan, pero también las que más se alejan. La tensión más fuerte de la vida concentra la vida en sí misma; no se destaca tanto y, por lo tanto, tampoco se retira con tanta fuerza. Permanece más en sí misma, a pesar de que la fuerza y la rapidez del ritmo son significativamente mayores. La mayor rapidez coincide con la mayor calma, la mayor fuerza reside en el cierre completo, [en el] no salir de sí mismo.

Así pues en la existencia exterior, reconocemos la estructura de la conciencia divina en pensamientos individuales; y en los fenómenos que fluyen y refluyen reconocemos las mayores olas de la vida divina. Solo en el hecho de que las formas individuales se presentan ante nosotros de manera objetiva, y en el hecho de que la vida fluye y refluye, reconocemos la voluntad divina. La voluntad divina se manifiesta en la construcción y la destrucción. Existe la fuerza que hace que la vida fluya y refluya, y la fuerza que hace que las figuras surjan del mar de la vida. Que todo surja y vuelva a desaparecer es la expresión de la voluntad divina. La voluntad de Dios es siempre una, eterna, imperecedera, totalmente indiferenciada, pero su reflejo es la sucesión de la vida y la muerte.  Lo que dio vida a las figuras, también las retira de la vida, del mismo modo que el yo del ser humano lo empuja a la encarnación y lo retira de ella. La conciencia del ser humano se expresa en los pensamientos, la conciencia de Dios en las figuras. Lo que les da forma, lo que les hace crecer, es la vida divina. Pero el hecho de que la conciencia se forme de manera viva proviene de la voluntad divina.

En todo el mundo vemos los pensamientos plasmados de la divinidad. Que los pensamientos de la divinidad pudieran hacerse visibles exteriormente es posible gracias al sacrificio de la vida en el reino mineral. Allí, la vida se ha entregado para expresar el pensamiento. La vida se retira completamente detrás de la expresión del pensamiento. Nuestros pensamientos deben purificarse de todo lo que se mezcla con ellos, al igual que el cristal, que es transparente y uniforme, cerrado en sí mismo y sin deseos, expresa un pensamiento divino. El cristal es la expresión perfecta de un pensamiento divino.  La sustancia se ha ordenado según las líneas del pensamiento emitido por la conciencia divina. Los cristales son una expresión de las formas de los arquetipos de la vida, pero no están impregnados de vida. Cuando los ritmos vitales de la divinidad fluyen hacia esos pensamientos puros de Dios, cobran vida ante nuestros ojos. Como pensamientos divinos vivos, el mundo vegetal surge ante nosotros. Expresa el ritmo puro de la vida. La planta tampoco tiene deseos. Es pensamiento y vida, pero sin pasión, sin voluntad propia.

Cuando una parte de la voluntad divina fluye hacia las formas vivientes, surge un reino de pasión, tal y como lo vemos en el reino animal y en la naturaleza humana inferior. Ya nada se arraiga en el todo. Se separa del todo como algo especial. En su movimiento exterior, se independiza del todo. Esto es lo que provoca la voluntad divina que se manifiesta en él. Representa la voluntad propia separada de la conciencia de Dios. La pasión es también una fuerza de la divinidad que ha dado lugar a la independencia en las figuras creadas. El deseo es, en primer lugar, la expresión de la independencia así obtenida. Pero entonces la voluntad divina se sumergió en el ser humano de tal manera que la vida divina y la conciencia divina pudieron convertirse en su propia posesión, y gracias a la conciencia divina se reconoció a sí mismo como parte de la divinidad, como procedente de la divinidad. Pudo unirse de nuevo con la divinidad, primero mediante la conciencia, con lo que se superó la separación. Luego tuvo que unirse también con él en el reino del que se le había arrebatado la vida, y después en el reino que lo había impulsado a la existencia, en el reino de la voluntad divina, el poder del Padre.

 El reino del pensar es igual a la periferia; el reino de la voluntad es igual al centro; el reino de la vida es igual al movimiento rítmico entre el centro y la periferia. En el reino del pensar, el ser humano se vuelve independiente; a través del ritmo de la vida, se deja llevar de nuevo al origen del que surgió. En el reino de las manifestaciones individuales, se convierte en individualidad, en yo; al regresar al reino de la vida sobre las olas de la vida junto con otras individualidades, encuentra el camino de vuelta al poder del padre.

Según la ley, que se manifiesta con mayor intensidad en los mundos superiores que en el físico, la cual establece que no puede existir el vacío, según esta ley, el ser humano se renueva en la medida en que se entrega a la vida superior. Cuanto más se entrega, más fuertemente fluye hacia él la vida superior. Debe morir para llegar a ser. Cuanto más muere, más llega a ser, hasta que finalmente entra en la vida, donde ya no se percibe ninguna diferencia entre el devenir y el perecer, donde el devenir se produce tan rápidamente a partir del perecer que todo es una única vida duradera.

Así como en el reino mineral reconocemos el ámbito de los pensamientos divinos, en el reino vegetal reconocemos el ámbito de la vida. Es el ámbito intermedio entre la configuración del pensamiento divino y la voluntad divina en los seres individuales. El reino vegetal transmite las corrientes de vida en el mundo. Sin el oxígeno que proporciona el reino vegetal, los reinos animal y humano no podrían vivir, y todo lo vegetal sirve para construir el cuerpo animal y humano. El reino mineral no contiene vida, de él el ser humano no puede obtener su vida; en el reino animal vemos la vida en la acumulación; lo que el ser humano utiliza del reino animal como alimento tampoco fomenta la vida en él, sino la acumulación de vida, la pasión. El reino vegetal es aquel en el que el ser humano respira y que también constituye su alimento natural, el que favorece su desarrollo vital. Así, por un lado, el reino mineral se construye a partir del reino vegetal muerto y, por otro, el reino animal y el reino humano se mantienen vivos a partir del reino vegetal vivo. En cuanto a la sustancia, el reino de la vida sirve para la construcción continua del reino mineral, y en cuanto a la fuerza, sirve para el desarrollo continuo del reino animal y humano. Así, los dos polos de la sustancia y la fuerza se nos presentan en la vida y el tejido del reino vegetal, el reino de la vida propiamente dicho.

Esto también representa la instauración de la Santa Cena. En la vida del mundo están contenidos ambos, la sustancia y la fuerza. El pan simboliza la planta muerta, que construye lo mineral en el mundo y también el cuerpo del ser humano; el vino simboliza la fuerza vital, que infunde la vida del mundo a la sustancia. Mientras el ser humano permanezca en la existencia mineral, debe tomar sustancia del reino de la vida para construirse y tomar fuerza para vivir. Cuando él mismo pasa del reino del mundo mineral, del devenir y el perecer, al reino de la vida, entonces encuentra en sí mismo la sustancia y la fuerza como los dos polos de su ser, entre los que transcurre su vida. Entonces ya no necesita desarrollarse mineralmente, sino que adquiere forma en los mundos superiores, en la vida misma. La forma y la vida se unen entonces en él, y él conduce a toda la Tierra de forma permanente al ritmo eterno de la vida.

Para que el ser humano alcance este nivel de desarrollo, debe dejar que en su interior surjan las fuerzas que actúan en el reino mineral y vegetal. Las formas ideales minerales y sin deseos de los cristales representan para él lo que debe llegar a ser su pensamiento. El cristal es la expresión del pensamiento puro, casto y divino. Así como la planta entrega toda su vida para expresar la voluntad divina, sin deseos propios, sin pasiones propias, también el ser humano debe vivir y crecer en el mundo solo como expresión del poder divino que la deidad ha depositado en él.

En el reino animal reconoce a qué conduce vivir una vida de pasión. Allí ve cómo la pasión trae sufrimiento, porque hace que los seres se aparten de la luz de la sabiduría. El reino animal es la expresión de la pasión, el reino del placer y el dolor. En el reino animal se manifiesta la fuerza no purificada. A través de la fuerza no purificada, el ser humano también es empujado hacia el placer y el dolor. Pero mediante la purificación de la fuerza, crece más allá del gozo y el dolor. Para purificar la fuerza, tiene como modelo la calma y la cohesión del reino mineral y la vida sin deseos del reino vegetal. Sus pensamientos deben concentrarse como las formas de un cristal; su vida debe transcurrir tan rítmicamente como la vida de las plantas, entonces plasmará la divinidad en su ser. Entonces, la fuerza en él ya no se expresará como pasión, sino como la más alta felicidad y como expresión del descanso dichoso en la voluntad de la divinidad, y lo que hay de sustancia en él solo le servirá para dar forma a una expresión sublime de la fuerza divina.

Traducido por J.Luelmo nov,2025

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