GA203 Stuttgart, 9 de enero de 1921 - La dificultad de muchas almas para encarnarse hoy en día

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RUDOLF STEINER

RESPONSABILIDAD DEL SER HUMANO EN LA EVOLUCIÓN DEL MUNDO

La dificultad de muchas almas para encarnarse hoy en día


Stuttgart, 9 de enero de 1921

La última vez que estuve aquí llamé su atención sobre cómo se pueden comprender las relaciones en la Tierra civilizada actual a partir de la encarnación de las almas. Les señalé cómo deben verse las verdades antroposóficas en la realidad exterior, cómo hay que tomarse en serio aquello que nos impide, que nos aleja, por ejemplo, de aceptar el desarrollo histórico de la humanidad tal y como se acepta hoy en día en muchos casos: simplemente como una especie de prolongación de las fuerzas perceptibles en el exterior a lo largo de las generaciones. Hay que tener muy claro que lo que fluye con la sangre a través de las generaciones no explica los acontecimientos del presente. Estos acontecimientos solo se explican si se es consciente de que las almas provienen de regiones muy diferentes a aquellas en las que vivieron los antepasados físicos de la humanidad actual de cualquier territorio. Hemos intentado arrojar algo de luz sobre este tema. Hoy quiero volver a abordar toda esta situación, que hemos caracterizado para nuestra existencia terrenal, desde otro punto de vista.

Sin embargo, tendré que señalar algunas cosas que ya se han tratado en conferencias anteriores desde diferentes puntos de vista. Pero lo que importa ahora es que recibamos cada vez más impulsos internos para estar a la altura de las tareas del presente. Esta madurez no puede llegar si solo unas pocas personas intuyen con toda seriedad en qué consisten las grandes tareas del presente. Vivimos en una época en la que muchas personas deben comprender lo que tiene que suceder. Por eso hay que trabajar para que el mayor número posible de personas comprenda lo que debe saberse, quererse y sentirse en el presente, para que la humanidad pueda alcanzar una especie de ascenso. Porque no querer ascender significa, en la época actual, querer descender.

Ahora bien, hay otra conclusión con respecto a la encarnación de las almas en los cuerpos presentes, distinta de la que mencioné la última vez.

Ya he indicado en conferencias anteriores que, para la investigación en ciencias espirituales, es claramente perceptible cuántas almas, que ahora deben descender, por así decirlo, de los mundos espirituales hacia los cuerpos físicos, contemplan esta encarnación en los cuerpos físicos con una especie de aversión, con una especie de antipatía. En la actualidad, —y esto se debe precisamente a nuestras condiciones terrenales actuales—, existe ya una cierta antipatía por parte de las almas humanas hacia el hecho de volver a descender a cuerpos físicos. Es evidente que, al insinuar esto, se habla de experiencias del alma que precedieron a la encarnación en cuerpos físicos y que no pertenecen a la memoria habitual actual, de modo que lo que se caracteriza de esta manera es inconsciente para muchas personas hoy en día. Pero puede hacerse consciente cuando lo que nace de la investigación espiritual se evalúa en función de los acontecimientos del día, de los acontecimientos del presente. Deberíamos tomarnos muy en serio esta evaluación de los conocimientos que provienen de la investigación espiritual en función de los acontecimientos del presente.

El presente es, en el fondo, un tiempo que no se acerca a las personas como lo hacían los tiempos pasados. Como ustedes saben, soy totalmente reacio a utilizar la expresión «tiempo de transición», ya que siempre se vive en un tiempo de transición. Lo importante es lo que se transita. Y lo importante no es tanto repetir la frase de que vivimos en un tiempo de transición, sino reconocer precisamente en este presente lo que viene del pasado y que hay que superar en el presente, lo que hay que preparar para el futuro. Y hay que decir que este siglo XX en el que vivimos está tan determinado en sus relaciones con la humanidad en desarrollo que, al vivir en parte en este siglo XX, las almas que están en cuerpos físicos deben experimentar algo muy especial a lo largo de esta vida en la Tierra. Las experiencias deben ser significativas, decisivas en cierto modo. Traten solo una vez de comparar lo que se puede experimentar en el presente con las experiencias humanas de épocas anteriores, y llegarán a la conclusión de que, aunque quizá algunos hablen a la ligera cuando dicen: Lo que ha sucedido hasta ahora en el siglo XX no admite comparación con los acontecimientos anteriores de la historia que se han registrado en los anales humanos. Pero precisamente cuando se profundiza en los acontecimientos del presente, hay que reconocer que esto es así, que efectivamente en nuestra época la humanidad debe experimentar cosas que no se pueden comparar con las de épocas anteriores.

Para corroborar lo que acabo de decir, se podrían citar muchos ejemplos de la actualidad. Pero solo quiero mencionar unos pocos. Desde el punto de vista de la región terrestre en la que vivimos, y considerando las cosas más bien desde un punto de vista espiritual en este momento, podemos decir: En el fondo, tal vez sea aterrador que en esta Europa Central se hayan producido con tanta rapidez los cambios que han tenido lugar desde mediados del siglo XIX hasta nuestro siglo XX. Normalmente no se presta atención a todo lo que ha sucedido. Quien sea sensible a ello puede comparar la forma de pensar de los habitantes de Europa Central hace setenta u ochenta años con la forma de pensar actual, pero sobre todo cómo sentían entonces y cómo sienten ahora. Hay una diferencia externa muy clara. El estado de ánimo de la humanidad centroeuropea ha cambiado extraordinariamente. Y a esto se suma otra cosa. Es cierto que las personas, al menos la mayoría, pasan por alto los acontecimientos más importantes, no se dan cuenta de ellos. Pero estos acontecimientos están ahí. Hoy en día hay escritos bienintencionados, procedentes de personas de las regiones más occidentales del mundo, de ingleses, de norteamericanos, que están llenos de compasión externa por la situación material de la humanidad centroeuropea. Eso es cierto. Pero lo que subyace precisamente a esta corriente espiritual es algo que debería seguirse con la mayor atención en Europa Central. Porque esta Europa Central, que hoy más que nunca se encuentra en una posición decisiva entre Oriente y Occidente, —entendiendo por Occidente aquellas regiones en las que predomina el elemento angloamericano—, parece estar, sobre todo si se observan las circunstancias externas actuales, abocada a perder su carácter espiritual particular. Les ruego que no malinterpreten lo que voy a decir ahora. Por supuesto, se pueden comprender perfectamente las necesidades materiales, y no es tan difícil hacerlo hoy en día, en esta época de miseria y necesidad; pero la necesidad espiritual es algo que, sobre todo hoy en día, hay que tener muy en cuenta.

Intenten, sin prestar atención a lo que se dice por prejuicio, a lo que quizá se diga en su propio interior por prejuicio, resumir lo que los acontecimientos actuales encierran en su seno para el destino de Europa Central en relación espiritual. ¿No tiende todo, absolutamente todo, a erradicar de la Tierra esta espiritualidad centroeuropea? Si se considera este hecho con imparcialidad, uno debería sentir en su interior el impulso de hacer todo lo posible para que esta espiritualidad centroeuropea real siga adelante. Si no se producen manifestaciones de poder muy significativas, tanto el este como el oeste de la Tierra se unirán a través de Europa Central, probablemente primero en una terrible enemistad, pero luego, superando esa enemistad, en una corriente que en realidad no debería ser deseada desde Europa Central, en una corriente que luego querrá propagarse como cultura mundial, como civilización mundial. Y lo que voy a decir ahora tiene que ver con la antipatía que sienten hoy en día las almas que descienden a la Tierra por habitar en los cuerpos físicos actuales. No solo aquellas almas de las que les hablé recientemente, que en su mayor parte proceden de la antigua Europa Central y luego se trasladaron al este con su encarnación actual, no tenían realmente muchas ganas de estar en estos cuerpos antes de su encarnación, sino también aquellas almas que se encuentran en las regiones occidentales, en América, en gran parte de Inglaterra, que, como saben, vivieron en cuerpos orientales hace relativamente mucho tiempo, no consideraban su encarnación con plena simpatía, como era el caso en épocas anteriores del desarrollo de la Tierra. Las almas, ni las del Este ni las del Oeste, viven, si se me permite decirlo, de manera totalmente normal en estos cuerpos. Esto se nota claramente cuando se aborda la civilización actual con los medios de la investigación científica espiritual.

Tenemos, sobre todo, a estas personas del Este. Ahora sabemos qué almas son. Y gracias a las diferentes representaciones de la historia cultural de la ciencia espiritual que se han dado, también sabemos en qué cuerpos residen estas almas. Es cierto que estas almas del Este no tienen todas un interés común, pero sí existe un cierto interés predominante en las regiones orientales de Europa. Estas almas, las almas dominantes, sacan inconscientemente la conclusión de su antipatía hacia su encarnación de no trasladarse completamente al escenario de los acontecimientos terrenales, de no sumergirse por completo en los hechos de estos acontecimientos terrenales. Existe una aversión arraigada en las almas del Este, precisamente en las personas más importantes del Este, hacia el conocimiento y la participación en lo que se ha convertido en cultura exterior en Europa Central y Occidental, en lo que se ha convertido en ciencia natural exterior, en tecnología exterior, etc.  Y se puede decir: en contraposición a lo que era el mejor estado de ánimo centroeuropeo de épocas pasadas, hoy vemos cómo numerosas almas de Europa Central, a partir de las circunstancias de la encarnación que describí la última vez, se ven afectadas por esta aversión a integrarse en los hechos, en las circunstancias del presente. - Consideremos nuestra época con total imparcialidad. ¿Cuántas personas hay hoy en día que quieren volver a sumergirse de una manera totalmente errónea en la concepción espiritual de Oriente, que sienten precisamente un cierto impulso místico de no participar en lo que ocurre hoy en día en el mundo exterior, que quieren huir hacia una visión mística y entusiasta de la vida, que quieren traer a nuestra vida tan diferente lo que una vez fue legítimo para la vida oriental de épocas pasadas, pero que ahora se ha quedado atrás de forma decadente.

Eso es lo único que resulta tan perjudicial en nuestro presente: el misticismo ajeno al mundo. Este misticismo ajeno al mundo se presenta en diversas formas. Está presente en aquellos que se entusiasman con todo tipo de concepciones espirituales basadas en modelos orientales. Pero también está presente de una manera menos perceptible, que también debe tenerse en cuenta. Hoy en día, en toda la Tierra civilizada, de Oriente a Occidente, vivimos en una relación muy peculiar con algo que está íntimamente relacionado con toda nuestra civilización, incluso con la vida en general: vivimos en una relación peculiar con el lenguaje. Cuanto más nos acercamos a Oriente, más presente está el deseo de no rebajar el lenguaje al plano físico, de dejar que el lenguaje, el habla, esté impregnado de una cierta orientación del alma, de no disolverse en las palabras, sino de tener un sentimiento desbordante, rebosante, que no se esfuerza por disolverse completamente en las palabras. Se podría decir que existe el deseo de no adaptar el lenguaje a las condiciones del plano físico, sino de retenerlo, en cierto modo, en el ser humano, para expresar mejor en el lenguaje los estados de embriaguez, las experiencias de embriaguez. Hay que fijarse en cómo hay muchas personas en la actualidad que consideran directamente despreciable que el ser humano se esfuerce por hacer su lenguaje lo más plástico posible. Lo encuentran demasiado intelectualista, lo encuentran demasiado adaptado a las circunstancias del plano físico. Quieren mantener el lenguaje en una semioscuridad, en un estado crepuscular. Solo encuentran poético aquello que mantiene el lenguaje en un estado crepuscular, aman ese ensalzamiento del elemento lingüístico. Si uno aspira a que cada palabra, cada frase, coincida con alguna realidad plenamente vivida, eso es algo que a esas almas no les resulta simpático. Esas almas quieren hablar sin vivir con aquello para lo que existe el lenguaje: con las realidades. Este no querer vivir con las realidades es algo muy característico de gran parte de la humanidad actual. Y eso es, más o menos, la característica del lenguaje mismo, cuanto más nos acercamos a Oriente.

Por el contrario, las lenguas occidentales tienen otra característica. Aspiran a reflejar la realidad con el lenguaje, a sumergirse en las realidades con el lenguaje, pero no desarrollan el lenguaje por sí mismas, lo dejan difuminarse, de modo que, aunque se sumergen en las realidades, lo hacen con un lenguaje que no es lo suficientemente plástico, con un lenguaje que no abarca las cosas con suficiente cariño. Esto está relacionado con otras tendencias de Occidente. De Occidente proviene esencialmente esa forma de ver las cosas que en realidad no llega hasta el ser humano. En primer lugar, tenemos el darwinismo, que sin duda contiene aspectos admirables cuando se trata de comprender el mundo animal. No hay que fijarse tanto en los fanáticos del darwinismo como en el darwinismo en sí mismo. Hay muchas cosas admirables en el mundo animal, y se podría decir que el ser humano se encuentra en la cima del mundo animal. Pero eso no nos ayuda en nada a comprender al ser humano en sí mismo. Esto también lo vemos en Occidente en el ámbito social. En Occidente vemos cómo se imponen opiniones extrañas que, en realidad, excluyen al ser humano del campo de observación. Vemos cómo, dentro de la economía nacional occidental, el ser humano como tal no desempeña ningún papel especial. Lo que desempeña un papel es lo que se relaciona con el ser humano como algo externo y material. La propiedad privada que tiene un ser humano se considera en realidad como la individualidad en la economía nacional, no el ser humano en sí mismo. Y en Occidente no se habla realmente de la libertad que brota de todo el ser humano, sino que se habla, con convicción, solo de la libertad económica. Desde Adam Smith y desde tiempos aún más remotos, se habla de la libertad económica, de lo que el ser humano tiene que aportar a la civilización por el hecho de poseer algo que puede disfrutar en el mundo y por el hecho de que la posesión le da independencia económica, etc. Pero no se habla de lo que el ser humano es en realidad, de lo que brota del interior del ser humano con el carácter de la libertad.

Sin embargo, todas estas cosas apuntan a fenómenos mucho más profundos. Las almas que hoy se encarnan con cierta antipatía en cuerpos orientales, porque otras circunstancias las obligan a ello, tienen en realidad el deseo de no permitir que las capacidades cognitivas de estos cuerpos alcancen la comprensión de la realidad terrenal. Tienen el deseo de mantener al ser humano, en cierto modo, fuera de la conciencia de la realidad terrenal. Hay algo eminentemente luciférico en esta disposición del alma, y este carácter luciférico proviene de Oriente.

En Occidente, por el contrario, hay algo eminentemente arimánico en las almas. No quieren apoderarse de los cuerpos de tal manera que, a través de ellos y con los sentidos abiertos, puedan mirar al mundo exterior, sino que se sumergen en ellos de tal manera que no los abarcan ni los espiritualizan plenamente. Viven en los cuerpos, pero no los penetran por completo. Esto da lugar a lo que puede ser la consecuencia necesaria cuando se vive en el cuerpo humano y no se tiene un sentido abierto a lo que hay alrededor en el mundo. Si se tiene un sentido abierto, no solo se descubre en este mundo la realidad física y sensorial exterior, sino que se descubre la espiritualidad que subyace a esta realidad física y sensorial. Esta espiritualidad subyacente no se descubre si se está en el cuerpo, pero sin penetrar plenamente en él hasta la periferia. Ese es el estado de ánimo del alma occidental. Debido a estas circunstancias, se puede decir que, de hecho, algunos cuerpos de los occidentales están configurados de tal manera que las almas que los habitan, cuando los cuerpos crecen, no pueden manifestarse plenamente. Pero debido a que las almas humanas no se manifiestan plenamente en estos cuerpos, estos pueden convertirse en envolturas, en receptáculos para entidades completamente diferentes que se instalan en ellos, entidades que, por así decirlo, adormecen aquello que reside en las peculiaridades del alma humana.

Y por medio de todas estas cosas se extiende desde el este un estado de ánimo, y desde el oeste otro. El estado de ánimo que se extiende desde el este es el de mantener al ser humano en los sentimientos y sensaciones de épocas antiguas, que aún ascienden más instintivamente hacia la espiritualidad, sin dejar que el ser humano descienda tanto a la Tierra como para poder conectarse plenamente con la situación aquí en la Tierra. En Occidente, por el contrario, se impone la corriente de no considerar lo que ahora existe de tal manera que se perciba en ello la espiritualidad siempre progresiva en toda la existencia, sino que uno se detiene en lo que el ser humano se ha convertido, porque, aunque lo habita, pero no lo penetra, porque en realidad no lo ama tanto como para querer penetrarlo por completo. Desde Occidente se quiere conservar el estado actual de la humanidad con su mentalidad materialista y su comportamiento materialista. Desde Oriente se quiere impedir que lleguemos a lo que nos une con las condiciones materiales de la Tierra, pero también se quiere impedir que los seres humanos asimilen plenamente el presente. En realidad, ambas partes se esfuerzan por impedir que el ser humano llegue a comprender plenamente el presente. Y esto se ve reforzado por un miedo tremendo que se apodera inconscientemente de la humanidad. Quien observe con imparcialidad este presente, con las grandes decisiones que encierra, deberá enfrentarse de alguna manera con valentía a estas decisiones.

Ahora bien, hay dos maneras de evitar enfrentarse a las decisiones del presente. Una es convertirse en un místico o teósofo entusiasta y repetirlo de manera superficial. Entonces se puede establecer una sensación de bienestar interior en una cierta huida de los acontecimientos del presente. Uno puede elevarse por encima de ellos, puede incluso sentirse como un ser humano superior en este misticismo o teosofía y puede despreciar todo lo que sucede a su alrededor como «el mundo malo», como el mundo de la materia, que es inferior. Pero eso es precisamente lo perjudicial de ese extremo, al igual que lo es el otro extremo, que se manifiesta en la corriente más occidental, que en última instancia da lugar al hombre materialista, en el que el miedo a enfrentarse a las decisiones del presente adquiere otro carácter, de modo que dice: El ser humano es el producto de lo que ocurre en él física y fisiológicamente, y hablar de algo que depende de la propia decisión del ser humano es una tontería, no hay que tenerlo en cuenta. Es necesario cultivar lo que una vez se ha desarrollado física y corporalmente en la humanidad. Se es supersticioso cuando se habla de una espiritualidad especial. En este lado se huye de la espiritualidad, mientras que en el otro se huye de la materialidad.

Por consiguiente, hoy en día nos encontramos con dos extremos en la constitución del alma humana: por un lado, el materialismo, que es arimánico, y por otro, el misticismo, que es luciférico. Por un lado, tenemos la gran corriente ideológica que va de Occidente a Oriente, que solo desarrolla una ciencia natural mecanicista a partir de la materia y que, por así decirlo, impregna nuestra educación exterior. Por otro lado, tenemos la corriente del este hacia el oeste, que hoy en día cautiva a muchos espíritus y que cautivará a cada vez más. Y uno desearía que lo que es la antroposofía no fuera destruido por estos espíritus, que lo interpretan precisamente desde un espíritu de misticismo entusiasta. Tenemos esta otra corriente que solo quiere crear desde una esfera ajena al mundo, tenemos esta tendencia especialmente presente en la cosmovisión teosófica, que quiere traer desde Oriente cosas que hace tiempo que han desaparecido y que hoy en día no sirven en absoluto a la humanidad.

Estos son los dos extremos que, en realidad, tal vez superando una terrible enemistad provocada por las circunstancias externas y las contradicciones internas, desean tender la mano desde ambos lados. Y debido a que estas corrientes existen, y debido a que ese es el caso, si se quisiera expresar de manera trivial, —pero en realidad no es trivial, sino trágico—, a los seres humanos de las regiones de Europa Central les va tan mal precisamente en el aspecto espiritual.

Esto es lo que hay que vigilar con el ojo del alma despierto. Porque si se quisiera expresar la cuestión de forma un poco radical, se diría: en esta Europa Central se ha preparado la síntesis superior, la concordancia, la armonía superior de estos dos extremos, de cuya armonía, de cuya concordancia solo puede brotar el progreso para la humanidad. Porque aquí, en Europa Central, han culminado corrientes espirituales que han surgido de fundamentos realmente significativos, en última instancia de lo que, como un resquicio de lo que fue en su día y cubierto por lo otro, apareció inicialmente como una espiritualidad intelectualista en el idealismo alemán, en cosmovisiones como las de Fichte, Schelling Hegel, de las cuales la de Schelling incluso estuvo a punto, al final, de dar a luz poco a poco lo que podría haber desembocado en una verdadera ciencia espiritual antroposófica, para la que aún no había llegado el momento adecuado en aquella época.

Pero parece como si todo el mundo se hubiera confabulado para impedir que lo que se avecinaba llegara a desarrollarse de alguna manera. Quiero decir: desde Oriente y Occidente, Lucifer y Ahriman se han confabulado para que esta síntesis no pueda prosperar. Porque aquí, en esta zona central de la Tierra, han estado realmente aquellos seres humanos que, aunque a veces han tenido que quedarse a medio camino debido a las circunstancias de la época, han aspirado a la espiritualidad, pero al mismo tiempo han aspirado a un conocimiento devoto de la naturaleza. Qué maravilloso vaivén se observa, por ejemplo, en Goethe, entre la continua atracción por contemplar el mundo espiritualmente y, por otra parte, por contemplarlo en toda la amplitud de sus manifestaciones naturales externas. Cuánto buscó Goethe la armonía entre lo que le decía el espíritu y lo que le revelaba la naturaleza. Y cómo vemos precisamente este sentido goethiano, que ya tiene raíces en toda Europa Central, ¡cómo lo vemos invadido! Por un lado, vemos continuamente la influencia de Occidente. La hemos visto en nuestra ciencia exterior, que está completamente «occidentalizada», si se me permite utilizar esta expresión, y que rechaza por completo lo espiritual en sus métodos. Aunque a veces adopta algo espiritual según la fe, se muestra reacia a incorporar lo espiritual en sus métodos, especialmente en la investigación científica. Y, por otro lado, ¿qué hemos aprendido en las últimas décadas de aquellas personas que quieren salir de esta corriente contraria que paraliza las alas? Dentro de la civilización europea, que ha visto surgir en su seno algo parecido a las «Cartas estéticas» de Schiller, en las que podría haber madurado un maravilloso desarrollo de lo anímico y lo espiritual, numerosas personas se han aferrado a las tonterías de todo tipo de místicos norteamericanos, como Ralph Waldo Trine y otros similares, a esa palabrería mística que, en comparación con lo que hay en la sustancia espiritual centroeuropea, es algo extraordinariamente inferior, una búsqueda egoísta y espiritual del bienestar interior, no de un verdadero auge espiritual. Aquí vemos todo el alcance de lo que yo llamaría la tendencia a la inundación de lo genuinamente centroeuropeo por lo occidental. Por supuesto, en el campo antroposófico esto es algo totalmente evidente, no se trata de decir nada en contra de las personas. Las personas deben ser respetadas por igual en todo el mundo. Pero, ¿es lo que vive en las personas lo mismo que lo que impregna las almas humanas como cultura, como atmósfera de civilización? ¿Es acaso correcto que alguien diga que se opone a las corrientes intelectuales occidentales y que con ello ataca a los occidentales? No, no ataca a las personas, sino que quiere señalar lo que vive como atmósfera espiritual en Occidente.

¿Y no vemos, por otro lado, que esta mentalidad centroeuropea está llena de un anhelo por incorporar a la vida intelectual fragmentos de la antigua sabiduría oriental? Al conocedor le duele el alma al ver cómo se asimila la sabiduría oriental. Incluso si se toma algo relativamente fácil de asimilar, como el Bhagavad Gita, hay que tener claro que lo que el hombre centroeuropeo puede obtener hoy del Bhagavad Gita es, como mucho, algo que él mismo ha forjado, pero que en absoluto es sabiduría espiritual oriental. Porque eso ya no se tiene ni siquiera en Oriente. La gente se entusiasma cuando puede meditar sobre algún pasaje del Bhagavad Gita, pero en el fondo no saca nada serio de ello, sino que solo tiene algo con lo que se proporciona una cierta voluptuosidad interior. No tiene el valor de aprovechar lo que ahora, precisamente en las regiones medias de la Tierra, sería respirable como una atmósfera espiritualizante. Hay que decir que precisamente en la penetración de la llamada teosofía oriental hay algo que desde hace mucho tiempo es una corriente contraria perjudicial dentro de Europa Central. Este juicio no se extiende al hecho de que no se pueda utilizar la nomenclatura de Oriente, los conceptos también de Oriente, para ciertas cosas, que no se deba intentar comprender Oriente. Eso es evidente. Se trata de cosas muy diferentes, precisamente de las cosas que he intentado caracterizar en estas insinuaciones.

Por el contrario, hay que señalar cómo tal devoción, —ya sea por el materialismo abierto de Occidente, tal y como se manifiesta en esta corriente, o por el materialismo disimulado de Occidente, tal y como se manifiesta a través de Trine o de la Ciencia Cristiana, que no es más que materialismo, solo que desde el lado opuesto—, supone un retroceso espiritual. Tanto la devoción por ello como la devoción por todo tipo de misticismos es lo que, en el ámbito espiritual, supone un retroceso decisivo. Lo que puede traer el progreso es aquello que, en el fondo, está bien preparado, pero que hoy en día ya existe, por así decirlo, como la capa subterránea de la civilización centroeuropea, sobre la que ya se ha superpuesto lo que es la influencia combinada de Oriente y Occidente. Porque es una verdad, como se ha insinuado aquí a menudo y como también pueden deducir de mis escritos y ciclos de conferencias: Lo que tenemos como Biblia exterior, lo que tenemos exteriormente como Nuevo Testamento, ha corrido básicamente la misma suerte que otros escritos orientales. Hoy en día no se tienen en su forma verdadera. Y si se intenta llegar a la forma verdadera, solo puede hacerse a través de la ciencia espiritual, que a su vez aporta la vitalidad necesaria para penetrar en estas cosas. Pero cuando se aporta esta vitalidad a la Biblia, al Nuevo Testamento, los que hoy son los representantes oficiales, los Traub y demás, son los primeros en presentarlo al mundo como una fantasía, como algo monstruoso, como algo condenable.

Aquí, en Europa Central, habría básicamente aquellas personas que, por un lado, realmente quisieran elevarse hacia la espiritualidad y, por otro lado, también tuvieran un sentido para comprender toda la amplitud del mundo exterior natural. Eso es lo que se necesita hoy en día. Solo desde este espíritu puede avanzar la humanidad. Por lo tanto, en el ámbito del conocimiento es tan necesario que las personas de hoy se profundicen en lo que la visión de la naturaleza puede ofrecer, como lo es, por otro lado, que se profundicen en lo que la ciencia espiritual puede aportar. Ni lo uno ni lo otro contiene la verdad completa, solo la armonía de ambos en el alma humana proporciona la verdad completa. Y lo mismo ocurre en el ámbito práctico. Ni la práctica religiosa unilateral, que quiere huir del mundo o, al menos, participar en él tal y como es, viviendo para ello en todo tipo de exaltaciones religiosas ajenas al mundo, ni, por otro lado, la rutina exterior que impera en nuestra vida pública, pueden hacernos avanzar de alguna manera. Solo puede avanzar en la vida práctica exterior quien abarca con amor ambas cosas: por un lado, lo que el mundo exterior nos exige en cuanto a medidas prácticas, y, por otro lado, está dispuesto a combinar lo que el mundo exterior nos exige con lo que se puede adquirir mediante una educación espiritual, que nos hace hábiles, de modo que esta destreza no es solo un entrenamiento externo, sino una forma de actuar iluminada por la espiritualidad interior, que al mismo tiempo tiene sus raíces en el estado del alma. Solo así se puede llegar a lo que el tiempo presente nos plantea como tarea. Eso es lo que debemos comprender ante todo.

Hoy en día hay muchas personas que combaten esta ciencia espiritual, porque habla abiertamente de los hechos espirituales, porque, al igual que en física se habla del ánodo y del cátodo, esta ciencia espiritual habla de que las almas, con simpatía o antipatía, se introducen en los cuerpos terrenales desde los mundos espirituales. , con simpatía o antipatía, desde los mundos espirituales a los cuerpos terrenales. Debido a que esta ciencia espiritual observa tanto los fenómenos naturales como los hechos espirituales, es rechazada por muchos. Esta ciencia espiritual es rechazada por aquellos que solo quieren ver la naturaleza exterior, porque en realidad no pueden imaginarse nada al respecto, porque tal vez solo encuentran palabras en ella. Pero esta ciencia espiritual también es rechazada por todas aquellas personas que quieren vivir en un misticismo confuso, en antiguas confesiones religiosas tradicionales, que no han encontrado conexión con la nueva práctica de la vida. Esta ciencia espiritual también es rechazada por aquellos que no tienen ningún contenido en sus conceptos, sino que solo se deslizan y se deslizan en lo que hay en el sonido de las palabras, en el contenido de las palabras, como tantos filósofos contemporáneos, incluso aquellos que actualmente fundan «escuelas de sabiduría». Pero eso es precisamente lo que no necesitamos. No necesitamos una sabiduría de palabras que se niega a penetrar en los hechos de la naturaleza. Tampoco necesitamos un misticismo confuso y entusiasta. Y no podemos utilizar lo que quiere penetrar sin espíritu en los fenómenos de la naturaleza. Lo que necesitamos es una síntesis, una conexión entre ambos, porque eso es lo único real. Y desde este punto de vista hay que tener muy en cuenta que nuestro lenguaje, el lenguaje humano, simplemente al avanzar de este a oeste, en el fondo también en Europa Central, ha adoptado precisamente aquellas formas que le dan plasticidad, que hacen que este lenguaje sea algo que uno siente conectado en lo más profundo del ser humano con todo el estado de ánimo y la disposición del alma. Por otro lado, sin embargo, el lenguaje de Europa Central quiere ser precisamente algo que ahora también fluye hacia los acontecimientos externos, que no se retiene egoístamente en el ser humano. Esto es algo que se puede ver, por ejemplo, en un lenguaje como el de Goethe y Hegel. Ahí está claramente presente en la predisposición. Y las predisposiciones que están ahí son muy, muy desarrollables, tienden precisamente hacia lo que queremos alcanzar con los propósitos de las ciencias espirituales.

No hay que sorprenderse, sin embargo, de que la ciencia espiritual sea difamada, tanto por aquellos que están influenciados por Oriente como por aquellos que lo están por Occidente, difamada inconscientemente, difamada objetivamente. Pero, por otro lado, la ciencia espiritual también debe aclarar una y otra vez cuál es realmente su esencia. Por eso era mi obligación hablarles hoy de estas cosas, y a quienes forman parte del movimiento antroposófico les correspondería, en realidad, tratar de explicar con toda claridad lo que pretende la ciencia espiritual antroposófica, explicar con claridad que dentro de esta ciencia espiritual antroposófica no hay que temer de los hechos espirituales, del mundo suprasensible como de una realidad completa, de la misma manera que se habla del mundo físico, y también dejar claro que esta ciencia espiritual se centra precisamente en fortalecer el alma a partir de la educación espiritual del alma, de modo que el ser humano obtenga un juicio abierto y libre sobre lo que hoy en día son las necesidades prácticas. Que nuestras iniciativas prácticas surjan con cierta coherencia interna precisamente de nuestra visión más espiritual es algo que debería quedar claro para todos los que forman parte de este movimiento científico-espiritual. Porque entonces les corresponde a ellos, frente a los errores del mundo, presentar esta ciencia espiritual bajo la luz adecuada, mostrar lo que realmente quiere. Hoy en día no se pueden encontrar demasiadas oportunidades, porque todavía se dejan pasar innumerables ocasiones en las que se podría presentar la verdadera cara de esta ciencia espiritual bajo la luz adecuada.

Puede que les parezca que estoy analizando algunas cosas desde demasiados ángulos diferentes. Pero lo importante hoy no es que descubramos cada vez más y más datos interesantes sobre los mundos espirituales, sino que imprimamos de la manera correcta en los mundos sensoriales los impulsos que pueden llegar a nosotros desde esos datos de los mundos suprasensibles.

Hoy en día es necesario que el alma esté alerta, que sea realmente consciente del peligro que amenaza tanto desde el lado del desarrollo humano, que quiere mantener a las personas en un entusiasmo Luciférico, como desde el lado que quiere hundirlas por completo en lo material Ahrimánico. Porque la falsa mística, la falsa intelectualidad, la alienación del mundo, que aspiran a un éxtasis, no a la plena claridad exterior y a la luz interior, este falso estado de ánimo oriental aspira precisamente a la falsedad interior. Se convierte en falsedad interior, al igual que el estado de ánimo occidental, que quiere hundir al ser humano en concepciones y comportamientos materialistas, conduce a la mentira exterior.

Eso es precisamente lo que amenaza hoy a la humanidad: por un lado, la decadencia hacia la falsedad interior a través de un misticismo erróneo y la conservación de antiguas confesiones religiosas; por otro lado, la falsedad exterior, —la retórica vacía de nuestro tiempo es ya el comienzo de la falsedad exterior—, a través de la inmersión en la mera materialidad. Estos dos peligros deberían ser percibidos con alma despierta precisamente por aquellos que buscan comprender la ciencia espiritual antroposófica. Eso es lo que quería escribir hoy en vuestras almas como un pensamiento que no debe ser solo un pensamiento que se escucha, que se toma teóricamente, sino que quiere ser un pensamiento que realmente se encienda en las almas y cuyo calor tenga como consecuencia impulsos vitales. Porque la ciencia espiritual no es lo que quiere ser si no enardece el alma y, de este modo indirecto, a través de este enardecimiento de las almas, crea realmente impulsos vitales en ellas. Si lo hacemos lo mejor que podamos, cada uno de nosotros, la unión de almas así sintonizadas se convertirá en algo que el presente necesita mucho, muchísimo.

Y ahora, queridos amigos, me gustaría hacer una observación intermedia que me resulta muy dolorosa, pero que debo hacer. Ya lo he dicho antes, pero hoy tengo que repetirlo: ahora no puedo atender a muchos deseos de mantener conversaciones privadas y cosas por el estilo, ahora no puedo cultivar la vida privada como antes, porque si estas tareas ocupan ahora todo el día y a veces también parte de la noche, los amigos deberían comprender que no queda tiempo para conversaciones privadas. Parece que esto se entiende muy, muy mal. Pero, por otro lado, hay un buen remedio para acabar con esta situación, que reconozco que es perjudicial: consistiría en que todos, en la medida de nuestras posibilidades, colaboráramos realmente en las tareas del movimiento antroposófico. Porque el hecho de que algunos individuos estén tan sobrecargados ahora es simplemente la consecuencia de que tenemos muy pocas personas que colaboren realmente de forma activa. Por supuesto, esto también se malinterpreta fácilmente, ya que normalmente se entiende que cada uno debe intentar colaborar como más le convenga. Pero hay que exponerse a este malentendido si se quiere destacar la verdad de que tenemos demasiados colaboradores. En los puestos que hemos podido crear, no tenemos pocos, sino demasiados, demasiados según algunos criterios. Pero lo importante no es que todos se peleen por lo que se ha creado, sino que se cree la posibilidad de trabajar de forma realmente eficaz creando cada vez más y más. Solo si entendemos las cosas así podremos avanzar de la manera correcta.

Como ya he dicho, me resulta sumamente doloroso, pero es absolutamente necesario que rechace muchos de los deseos personales. Y, queridos amigos, muchas cosas que son asuntos personales pueden realmente resolverse de otra manera, hasta que vuelvan tiempos más favorables. Este conservadurismo está muy extendido entre nosotros, el de querer imponer a la fuerza aquellas condiciones que antes eran buenas, pero que ahora ya no pueden existir, hasta que trabajemos de forma más enérgica en las tareas que ahora son absolutamente necesarias, desde la mañana hasta la noche, en la medida en que el tiempo nos lo permita, e incluso más allá de la noche. En estas cosas debemos ponernos de acuerdo, de lo contrario no conseguiremos nada dentro de nuestro movimiento. Hay muy poca conciencia de que para la expansión actual del movimiento, la ayuda mutua y el asesoramiento recíproco son necesarios. Imaginen si cada vez que estoy aquí en Stuttgart quisiera mantener conversaciones privadas con cada uno de los que están sentados aquí, cómo se podrían resolver las tareas que ahora nos incumben. Quizás algunos dirán que no entienden bien las cosas, pero también habrá quienes ya saben por qué tengo que decir estas cosas.
Traducido por J.Luelmo sep,2025

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