RUDOLF STEINER
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La vida resulta incomprensible sin una extensión de la conciencia hacia lo prenatal y posterior a la muerte.
Hemos hablado de diversas maneras sobre las relaciones entre la cosmovisión de las ciencias espirituales y la concepción social de la vida. Hablamos de estas cosas porque hoy en día es necesario que se comprenda desde diferentes perspectivas que una recuperación profunda de nuestra vida y un desarrollo verdaderamente provechoso hacia el futuro solo son posibles si las concepciones e ideas espirituales se incorporan a la forma de pensar y a las ideas de las personas.
Además de lo que dije recientemente con respecto a la retrospectiva de la vida, hay algo más que se aplica a esta retrospectiva. Les he señalado que, cuando el ser humano mira retrospectivamente en su vida, debería ser consciente de que, con la conciencia ordinaria, solo percibe de forma discontinua los eslabones de su vida y que entre estos eslabones discontinuos que el ser humano recuerda, se encuentran los estados dormidos, que en realidad quedan fuera, por lo que el ser humano se entrega a cierto equívoco en relación con su retrospectiva. Él cree que la vida es continua, pero no lo es. Esta vida es de tal manera que solo nos muestra episodios inconexos. Pero desde los fundamentos de la ciencia espiritual, hay que tener claro que lo que no se percibe en la retrospectiva de la vida es, sin embargo, una experiencia, una experiencia tan real como la que se incorpora a la conciencia ordinaria.
Ahora bien, las experiencias que el alma humana atraviesa entre el momento de dormirse y el de despertarse no son fáciles de describir, porque si el ser humano quiere hacerse una idea de las experiencias que tienen lugar, entre el momento de dormirse y el de despertarse, tiene que liberarse de muchas cosas que forman parte de su concepto habitual de la conciencia.
Vivimos para la vida habitual en el espacio y el tiempo. Cuando dormimos profundamente, —desde el punto de vista de la conciencia habitual, hablando ahora—, no vivimos ni en el tiempo habitual ni en el espacio habitual. Cuando recordamos lo que nos sucede en el tiempo entre el momento de dormirnos y el de despertarnos, el recuerdo es en sí mismo una especie de sombra o, como se dice, una proyección de lo vivido mientras dormimos en el espacio y el tiempo de la vida diurna despierta.
Sin embargo, si uno desea examinar estas circunstancias más detenidamente, también debe tener en cuenta que el estado dormido no es simplemente el reposo frente al estado despierto. Precisamente en esta relación se da uno de los casos en los que los seres humanos juzgan más a partir de opiniones preconcebidas que a partir de la visión real. Si se considera que la vida despierta habitual es el estado normal del ser humano, cabe preguntarse: ¿cuándo se produce el descanso? En realidad, el descanso solo se da en dos momentos: al quedarse dormido y al despertarse. Quedarse dormido y despertarse son, en cierto modo, el cero frente al estado diurno despierto. Pero el estado dormido no es el cero, el estado dormido es lo contrario. Aquí se debe recurrir a la popular comparación de la aritmética. Por ejemplo, alguien puede tener cualquier cantidad de dinero, digamos cincuenta francos; entonces tiene algo. ¿Cuándo no tiene nada? Pues cuando no tiene nada. Pero si tiene cincuenta francos de deuda, entonces tiene menos que nada, entonces tiene lo negativo. Así es la nada, en relación con la vigilia: el dormirse y el despertarse; el estado dormido en sí mismo es, en relación con el estado habitual de vigilia, lo negativo. Porque mientras dormimos tienen lugar procesos opuestos a la vigilia, procesos de naturaleza completamente diferente, procesos que, sobre todo, en su realidad no están sujetos a las leyes del espacio y el tiempo como los procesos de la vida diurna despierta.
Pero hay algo, como ya pudieron intuir en la última conferencia, que en este estado dormido se encuentra realmente en su elemento, y ese algo es nuestro verdadero yo. El yo vive, sin duda, en nuestra voluntad, pero, como sabemos, allí también duerme. El yo real no entra en nuestra vida de pensamiento habitual. No seríamos conscientes del yo real si no lo percibimos como una especie de negativo. Y cuando miramos atrás a nuestras experiencias, no nos decimos: «Hemos vivido días y noches», sino que solo miramos atrás a los días. Y en lugar de decirnos: «Miramos atrás a las noches», decimos: «Yo», nos sentimos, nos percibimos como yo.
Poco a poco las personas deben ir asimilando estas verdades, de lo contrario se verán abrumadas por la visión del mundo puramente científica, que también ha invadido el resto de la vida y la visión de la vida de la mayoría de las personas modernas. Uno solo se puede llegar a conocer plenamente como ser humano, si en cada momento de la vida uno se dice a sí mismo: No solo eres un ser humano de carne y hueso con una conciencia, tal y como la conocen la mayoría de las personas que viven actualmente, sino que eres un ser humano que solo ha salido de su cuerpo desde que se duerme hasta que se despierta. Sin embargo, entonces vives en condiciones muy diferentes a las de la vida cotidiana, y solo entonces, entre el momento de dormirse y el de despertarse, tu yo se encuentra en su elemento natural; allí puede desarrollarse, allí es lo que puede reclamar: ser sustancial. Durante la vigilia diurna, nuestro yo solo está presente en la voluntad. En el pensamiento, en la imaginación e incluso en gran parte de los sentimientos y las sensaciones solo hay imágenes del yo.
Por eso es un gran error cuando algunas corrientes filosóficas afirman que lo que el ser humano denomina su yo es una realidad. Solo si el ser humano despertara a una conciencia superior mientras duerme, tomaría conciencia de su verdadero yo. O si comprendiera en qué consiste el proceso de la voluntad, entonces experimentaría su verdadero yo en dicho proceso volitivo.
Sin embargo, estas cosas deben pasar a formar parte de los sentimientos y las emociones de las personas si quieren desempeñar el papel adecuado en la vida. En cierto modo, el ser humano debe poder decirse a sí mismo: «Eres un ser que, con su concepto habitual del mundo, solo percibe su mitad; estás continuamente inmerso con la otra mitad de este ser en experiencias suprasensibles que no puedes percibir con tu conciencia habitual». El ser humano solo podrá adquirir de forma adecuada un cierto respeto por los principios creativos que hay detrás del ser humano si es capaz de conectar con lo suprasensible de esta manera. Por eso, en una época materialista como la nuestra, no solo desaparecerá la visión de lo sobrenatural, sino que también desaparecerá el respeto por los principios creativos del mundo. El respeto desaparecerá por completo de los corazones de las personas. ¡En la actualidad hay poco respeto, pocos sentimientos que realmente puedan elevar el espíritu hacia lo sobrenatural! Y muchos de los sentimientos que se intenta salvar no son más que un cierto sentimentalismo, y el sentimentalismo es al mismo tiempo falso, el sentimentalismo nunca es del todo verdadero.
Cuando uno asimila estas cosas en su conciencia, tanto a nivel intelectual como emocional, —y debo volver a mencionarlo en esta ocasión—, entonces se hace evidente ante la mirada del alma que la vida humana y la vida del mundo tienen algo del carácter de un gran misterio. Y sin esta visión de que la vida y el orden del mundo son un misterio, no se puede concebir un verdadero progreso en el desarrollo de la humanidad. Épocas como la nuestra, en las que ya nadie quiere creer que la vida encierra misterios, no pueden ser más que episodios. Pueden servir para que los seres humanos se alejen por un tiempo de sus raíces originales y, precisamente a través de la reacción contra este alejamiento, avancen aún más hacia una verdadera comprensión del misterio de la vida. Pero este misterio de la vida no puede revelarse al ser humano ni desde el sentimentalismo ni desde la abstracción. Solo puede revelarse cuando el ser humano está dispuesto a abordar concretamente los hechos del mundo suprasensible. Y algo parecido al comienzo de tal aceptación de los hechos suprasensibles será cuando realmente se pueda desarrollar una especie de sentimiento sagrado hacia el entrar en el estado dormido y se pueda desarrollar un sentimiento sagrado con respecto a la mirada retrospectiva hacia este estado dormido, en el que, sin hablar en sentido figurado, se puede caracterizar como: estar en las moradas de los dioses.
Al fin y al cabo, solo hay que ser consciente de lo lejos que está de esta idea, el concepto actual de la vida de lo irreflexiva que es la humanidad actual al contemplar esta otra cara de la vida. Pero, ¿cómo se puede comprender lo que hay más allá del nacimiento y la muerte si no se comprende lo que hay más allá del dormir y el despertar? Más allá del nacimiento y la muerte se encuentra en el ser humano lo que también está presente entre el nacimiento y la muerte, solo que entre el nacimiento y la muerte está oculto tras el envoltorio físico. Pero si hubiera menos religiosidad egoísta y más religiosidad altruista, —ya he hablado de ello—, se vería en lo que el ser humano vive desde el nacimiento la continuación de la vida prenatal o anterior a la concepción en el mundo espiritual. Sin embargo entonces, los fenómenos de la vida humana nos parecerían milagrosos, y sentiríamos la necesidad constante de descifrarlos. Tendríamos el anhelo de ver, a través del desarrollo humano, la revelación de lo que se forma, encarnado desde los mundos suprasensibles en el mundo sensorial. Y, en el fondo, hoy en día ya es así, que solo podemos comprender la vida después de la muerte de la manera correcta si miramos hacia la vida prenatal.
Como ven, existen secretos de la vida. En nuestra época, debido a las exigencias evolutivas de la humanidad, deben revelarse una serie de secretos de la vida. El ser humano no puede alcanzar la conciencia de su ser humano completo si no amplía la visión de sí mismo a la vida prenatal y post mortem. Porque si no dejamos que lo prenatal y lo post mortem se revelen en esta existencia física, solo conoceremos una parte de nuestro ser. Hoy en día sigue siendo extremadamente difícil hablar de estas cosas ante personas que no hayan recibido una formación previa en antroposofía, ya que o bien existe un interés supremo en no permitir que la verdad sobre estas cosas llegue a los seres humanos, o bien no existe una comprensión adecuada. Solo tienen que mirar a su alrededor y verán que las cosmovisiones habituales hoy en día se preocupan muy poco por la vida prenatal. Se preocupan por lo que hay después de la muerte por egoísmo, porque exigen no perecer con su cuerpo físico. Y las confesiones religiosas cuentan con este egoísmo, ya que, en el fondo, solo hablan de la vida después de la muerte, no de la vida prenatal.
Pero la cuestión no es eso solo, sino que hoy en día sigue siendo difícil hablar de estas cosas porque es un dogma de la Iglesia católica no creer en la vida prenatal, un dogma que también han adoptado otras confesiones cristianas. De modo que casi todas las confesiones cristianas actuales consideran una herejía hablar de la vida prenatal. Sin embargo, negarse dogmáticamente a considerar la vida prenatal es algo que afecta profundamente al desarrollo espiritual de la humanidad. Es realmente difícil imaginar, —y no me refiero siempre a cosas conscientes, sino más bien a aspectos inconscientes del desarrollo de la humanidad—, que haya algo que pueda engañar más al ser humano sobre su verdadera esencia que privarle de ideas sobre la vida prenatal. Porque toda la visión de la vida sobre el ser humano se ve falseada al hacer creer al ser humano que, por el mero hecho de haber sido engendrado por un padre y una madre, el ser humano ha sido puesto en la Tierra. La Iglesia se ha dotado así de un medio de poder enorme al privar al ser humano de la comprensión de la vida prenatal. Por eso, la Iglesia como tal luchará de la manera más terrible contra todas aquellas doctrinas que se refieren a la vida prenatal. La Iglesia no lo tolerará. No hay que hacerse ilusiones al respecto, pero tampoco hay que hacerse ilusiones sobre el hecho de que la vida simplemente no se puede comprender si no se tiene en cuenta la vida prenatal.
Pero hay algo que debe tenerse muy en cuenta. Piénsenlo: a las confesiones religiosas les interesaba ocultar a las personas información importante sobre sí mismas. Las confesiones religiosas se han propuesto como misión ocultar a los seres humanos las verdades más importantes sobre sí mismos. Estas confesiones religiosas han encontrado así el medio de envolver a los seres humanos en la torpeza, en la ilusión. Y hoy en día es necesario no dejarse engañar en este punto, no querer transigir por compasión con todo tipo de opiniones confesionales. No se puede transigir en esto. Y hay que tener en cuenta que no sirve de nada afirmar en ningún sitio: «La antroposofía se ocupa del Cristo, no es atea, tampoco es panteísta, etc.». Eso nunca les ayudará, porque a las confesiones eclesiásticas no les molesta que no se ocupen de Cristo, eso no les importa mucho, sino que precisamente les molesta que se ocupen de Cristo. Porque les interesa tener el monopolio de hablar sobre Cristo. En estas cosas no se puede ser indulgente consigo mismo, porque de lo contrario siempre se estará tentado de envolver las cosas más importantes de la vida en penumbra, niebla e ilusión. La humanidad tiene actualmente la necesidad de acercarse a los conocimientos espirituales. Pero lo que más se opone a los conocimientos espirituales son las confesiones dogmáticas de la Iglesia, en particular aquellas confesiones dogmáticas que se han ido desarrollando gradualmente en Occidente. La Iglesia como tal no puede ser realmente hostil a los conocimientos de las ciencias espirituales; eso es totalmente imposible, porque la Iglesia como tal solo debería ocuparse de los sentimientos del ser humano, de las ceremonias, del culto, pero no de la vida intelectual. El oriental culto no comprende en absoluto las confesiones religiosas occidentales, porque el oriental culto sabe muy bien que está vinculado al culto externo; le corresponde entregarse a las ceremonias a las que se entrega en su confesión. Puede pensar lo que quiera. En las confesiones orientales todavía se sabe algo de libertad de pensamiento. Los europeos han perdido por completo esta libertad de pensamiento. Han sido educados en la esclavitud del pensamiento, especialmente desde los siglos VIII o IX d. C. Por eso a las personas de la cultura occidental les resulta tan difícil comprender lo que he mencionado recientemente: que es fácil demostrar cualquier opinión. Se puede demostrar una opinión y se puede demostrar lo contrario. Porque el hecho de que se pueda demostrar algo no es prueba de la veracidad de lo que se afirma. Para llegar a la verdad, hay que adentrarse en capas mucho más profundas de la experiencia que aquellas en las que se encuentran nuestras pruebas habituales. Pero ciertas confesiones religiosas no han querido sacar a la superficie esa experiencia; por eso han separado al ser humano de verdades como esta: ¡Ahí estás, oh ser humano! A medida que tu organismo se desarrolla desde la infancia, se desarrolla gradualmente en ti lo que has vivido en la vida prenatal.
¿Y qué es lo que se desarrolla principalmente a partir de la vida prenatal en la vida humana individual entre el nacimiento y la muerte?
Ahora bien, distinguimos en el ser humano entre una vida individual y una vida social. Sin diferenciar estos dos polos de la experiencia humana, no es posible llegar a una concepción del ser humano: la vida individual, es decir, lo que en cierto modo consideramos nuestra experiencia más personal y privada cada día, cada hora; la vida social, aquella que no podríamos tener si no entrásemos continuamente en intercambio de ideas y en otras relaciones con otras personas. Lo individual y lo social influyen en la vida humana. Todo lo que es individual en nosotros es, en el fondo, la repercusión de la vida prenatal. Todo lo que desarrollamos en la vida social es la semilla de la vida post mortem. Recientemente hemos visto incluso que es la semilla del karma. Por lo tanto, podemos decir que en el ser humano hay lo individual y lo social. Lo individual es la repercusión de lo prenatal. Lo social es la semilla de lo postmortem.
La primera parte de esta verdad, que lo individual es, en cierto modo, la repercusión de la vida prenatal, se puede observar especialmente cuando se estudia a personas con talentos especiales. Digamos, porque en estos casos es bueno fijarse en lo radical, que se estudia a los genios humanos. ¿De dónde proviene la fuerza genial, el genio? El genio lo trae el ser humano consigo al nacer. Siempre es el resultado de la vida prenatal. Y como es comprensible que la vida prenatal se manifieste especialmente en la infancia, —más tarde, el ser humano se adapta a la vida entre el nacimiento y la muerte, pero en la infancia sale a la luz todo lo que el ser humano ha experimentado antes de nacer—, por eso en el genio se manifiesta lo infantil durante toda la vida. Precisamente la característica del genio es conservar la infantilidad a lo largo de toda la vida. E incluso es propio del genio conservar la juventud y la infantilidad hasta los últimos días, porque todo genio está relacionado con la vida prenatal. Pero no solo el genio, sino todos los talentos, todo aquello que hace que un ser humano sea un individuo, está relacionado con la vida prenatal. Por lo tanto, cuando se le dice al ser humano que no existe la vida prenatal, que no existe la preexistencia, ¿qué se está haciendo implícitamente? Se está difundiendo la doctrina de que no hay razón para los talentos individuales especiales. Ustedes saben que las confesiones religiosas auténticas, cuando son completamente sinceras y honestas, profesan que no hay razones para los talentos personales. No se trata de negar los talentos personales en sí mismos, sino que, al negar sus razones, se pueden considerar bastante insignificantes.
Esto está relacionado con el hecho de que, a partir de las confesiones religiosas que han prevalecido durante siglos, ha surgido una educación de la humanidad europea que, en última instancia, ha conducido a la igualación del ser humano moderno. ¿Qué son hoy en día, en el fondo, los talentos individuales de las personas? ¿Y cuáles serían los talentos individuales si se aplicara la doctrina socialista habitual? En estas cuestiones, es menos importante fijarse en el nombre externo de una cosa que en sus conexiones internas. Quien, por un lado, es un católico dogmático y, por otro, odia las doctrinas socialdemócratas, se encuentra en una inconsistencia muy curiosa. Se encuentra en la misma inconsistencia que alguien que dice: «En 1875 conocí a un niño pequeño al que quiero mucho, y todavía hoy quiero mucho a ese niño pequeño». Pero ahora le dicen: «Pero mira, el niño pequeño de 1875 se ha convertido en el tipo que ahora tienes delante como socialdemócrata». «Sí», responde entonces, «al niño pequeño de 1875 lo sigo queriendo hoy como entonces, pero al que se ha convertido en él no me gusta, lo odio». —¡Pero la socialdemocracia se ha convertido en catolicismo! El catolicismo es solo el niño pequeño que ha crecido hasta convertirse en socialdemocracia. Ni esta última quiere admitirlo, ni el primero quiere reconocerlo, pero solo porque las personas no quieren ver vitalidad en lo social exterior, sino que en realidad solo quieren ver algo como de papel maché. Cuando se hace algo de papel maché, permanece rígido y conserva su forma mientras se mantiene; pero lo que hay dentro de la vida social crece y vive, y también se puede conservar. Pero hay que distinguir entre «engaño y realidad». Verán, se distingue entre engaño y realidad cuando se plantean, por ejemplo, la siguiente idea. Siglo VIII: catolicismo; siglo XX: ¡el catolicismo real del siglo VIII se ha convertido en socialdemocracia! Y lo que existe además como catolicismo no es el catolicismo real del siglo VIII, sino su imitación, es decir, el catolicismo falsificado; porque el catolicismo real se ha convertido entretanto en socialdemocracia.
Esto no se reconoce en general porque las personas no quieren molestarse en ver la realidad, sino porque anteponen ilusiones y engaños a la realidad. Y eso les resulta muy fácil, ya que simplemente le dan el mismo nombre a algo que hace tiempo que dejó de ser lo que era. Pero si hoy en día se le da a lo que se representa desde Roma en Europa, —tengo que describirlo—, el mismo nombre de catolicismo que a lo que se representaba desde Roma en el siglo VIII, es como si dijera de un anciano de sesenta años: ¡Es el niño de ocho años! — Hubo una vez un niño de ocho años, pero hoy ya no es un niño de ocho años.
Quiero llamar su atención sobre algo que es necesario tener en cuenta, porque la vida social también debe considerarse como algo vivo y no como algo inerte, muerto. Y hasta que no se comprenda esto, la humanidad actual no ascenderá a una comprensión de la vida social verdadera. La vida social tiene sus raíces en esferas que hoy en día ya no podemos expresar con nuestros nombres exteriorizados en ningún idioma, quizá solo en los idiomas orientales, en menor medida en los idiomas europeos y en menor medida aún en el inglés o el americano, que están muy alejados de la realidad. Por lo tanto, nuestros idiomas son obstáculos para la comprensión de lo social. Por lo tanto, la humanidad solo avanzará en la comprensión de lo social si se emancipa de la mera comprensión del lenguaje. Pero hoy en día se aborrece mucho todo lo que va más allá de la mera comprensión del lenguaje. Y lo que se encuentra con mayor frecuencia hoy en día es que, cuando se quiere explicar algo, se antepone primero una explicación verbal. Pero es indiferente cómo se denomine una cosa, qué palabra se utilice para ello; se trata, ante todo, de llevar al ser humano a la cosa y no a la palabra. Por lo tanto, si queremos avanzar hacia el entendimiento social, debemos superar ante todo el encadenamiento a los idiomas. Pero el encadenamiento a los idiomas solo se supera cuando se superan los mayores prejuicios de nuestro tiempo. En los terribles años que hemos vivido, resonaba por todo el mundo: ¡Libertad para las naciones individuales! Y hoy en día, incluso las naciones más pequeñas quieren crear sus propias estructuras sociales. Una pasión, un paroxismo nacionalista se ha apoderado de la humanidad, y es tan perjudicial para la vida social de la Tierra como el materialismo lo es para la vida intelectual. Y así como el ser humano debe liberarse del materialismo para alcanzar la libertad y la espiritualidad, la humanidad debe liberarse de todo nacionalismo, sea cual sea la forma en que se presente, para alcanzar la humanidad universal. Sin ello, no es posible avanzar.
Sin embargo, en las lenguas no encontraremos la posibilidad de salir completamente del nacionalismo si estas lenguas no se apoyan en formas de expresión más profundas para lo espiritual. Verán, me gustaría concluir estas reflexiones más o menos con una imagen. Si ustedes reflexionan sobre esta imagen que voy a utilizar, podrán llegar a algunas conclusiones que pueden ser importantes para comprender la época actual. Observen hoy cualquier documento escrito. Esos pequeños demonios que aparecen en el papel blanco, a esos pequeños demonios se les llama letras, y se colocan unas junto a otras. Tienen formas grotescas y, al colocarlas unas junto a otras, significan los sonidos de nuestras lenguas. Esto se remonta a otras formas de escritura más expresivas. Y si retrocedemos mucho en el tiempo, llegamos a las formas escritas, digamos, como las que tenían los egipcios, o como era el sánscrito original, que se desarrolló más o menos en sus formas a partir del carácter serpentino. Los signos sánscritos son formas serpentinas transformadas con todo tipo de adornos. Las formas escritas egipcias eran todavía formas escritas pintadas, dibujadas, eran todavía imágenes, eran en sus tiempos más antiguos incluso la imaginación de lo que se representaba. La escritura provenía directamente de lo espiritual. Luego, la escritura se volvió cada vez más abstracta, hasta convertirse en lo que ya era más o menos bastante malo: nuestra escritura habitual, que solo se relaciona con lo que representa mediante el aprendizaje de sus formas.
Luego vino algo aún más terrible, la taquigrafía, que ahora es la muerte total de todo el sistema que se había desarrollado a partir de la antigua escritura pictográfica. Este desarrollo descendente debe dar paso a un nuevo ascenso; debemos volver a un desarrollo que nos saque de todo aquello en lo que nos ha sumido la escritura. Y con ello se intentó dar un nuevo comienzo. Aquí, en esta colina de Dornach, se encuentra. Por mucho que le falte al edificio de Dornach, por mucho que sea imperfecto, en sus formas es algo que expresa, en su forma actual, la esencia suprasensible a la que el ser humano debe aspirar hoy en día. Es, diría yo, también un jeroglífico del mundo. Si estudian realmente sus formas individuales, podrán leer en ellas mucho más de lo que pueden captar a través de las descripciones de lo espiritual, al menos esa es la intención. La intención es realizar en él una escritura mundial. La escritura surgió del arte, y debe volver al arte. Debe ir más allá del simbolismo, dejar que lo espiritual viva directamente en ella, volviéndose de nuevo un jeroglífico de una nueva manera.
Lo que se encuentra aquí, en esta colina, solo se comprenderá correctamente si nos decimos a nosotros mismos: en la actualidad existen diversas exigencias de la humanidad que deben tener una respuesta. En el fondo, las palabras del lenguaje actual no son suficientes para dar una respuesta. Se ha intentado dar esa respuesta con las formas de esta construcción. Hay muchas cosas imperfectas en él, pero se ha intentado dar una respuesta de este tipo mediante esta construcción. Y si se mira desde este punto de vista, se verá de la manera correcta.
Esto es lo que quería añadir hoy a las consideraciones anteriores.
Traducido por J.Luelmo oct, 2025
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