GA023 Los puntos claves de la cuestión social - La realidad de las soluciones que requiere la vida para los problema y necesidades sociales

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CAPÍTULO II

RUDOLF STEINER

LA REALIDAD DE LAS SOLUCIONES QUE REQUIERE LA VIDA PARA LOS PROBLEMAS Y NECESIDADES SOCIALES


El elemento característico que ha dado a la cuestión social su forma particular en los tiempos modernos puede describirse del siguiente modo: La economía, junto con la tecnología y el capitalismo moderno, ha aportado, como es natural, un cierto orden interno a la sociedad moderna. Al tiempo que la atención de la humanidad se ha centrado en lo que la tecnología y el capitalismo han aportado, se ha ido desviando de otras ramas, de otras áreas del organismo social. Si queremos que el organismo social goce de buena salud, es igualmente necesario alcanzar la eficacia a través de la conciencia humana en estas áreas.

Con el fin de caracterizar claramente determinadas fuerzas motrices mediante una observación global y universal del organismo social, me gustaría comenzar con una comparación. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que no se pretende más que una comparación. El entendimiento humano puede servirse de tal comparación para formarse representaciones mentales sobre el restablecimiento de la salud del organismo social. Para considerar el más complicado de todos los organismos naturales, el organismo humano, desde el punto de vista presentado aquí, es necesario dirigir la atención al hecho de que la esencia total de este organismo humano exhibe tres sistemas complementarios, cada uno de los cuales funciona con cierta autonomía. Estos tres sistemas complementarios pueden describirse de la siguiente manera. El sistema constituido por las facultades nerviosas y sensoriales funciona como un área en el organismo humano natural. También podría designarse, por el miembro más importante del organismo en el que las facultades nerviosas y sensoriales están hasta cierto punto centralizadas, como el organismo de la cabeza.

Una clara comprensión de la organización humana dará lugar a reconocer como segundo miembro, lo que me gustaría llamar el sistema rítmico. Consiste en la respiración, la circulación sanguínea y todo lo que se expresa en los procesos rítmicos del organismo humano.

El tercer sistema debe reconocerse en todo lo que, en forma de órganos y funciones, está relacionado con el metabolismo como tal. Estos tres sistemas contienen todo lo que, debidamente coordinado, mantiene sano el funcionamiento del organismo humano.

En mi libro "Von Seelenrätseln " Los enigmas del Alma, he intentado caracterizar, al menos a grandes rasgos, esta triple articulación del organismo natural humano. Para mí está claro que la biología, la fisiología, la ciencia natural en su conjunto tenderán, en un futuro muy próximo, hacia una consideración del organismo humano que perciba cómo estos tres miembros, -el sistema de la cabeza o sistema neuro sensorial, el sistema circulatorio o sistema mamario y el sistema metabólico-, mantienen los procesos totales en el organismo humano, cómo funcionan con cierta autonomía, cómo no existe una centralización absoluta del organismo humano y cómo cada uno de estos sistemas tiene su propia relación particular con el mundo exterior. El sistema cefálico a través de los sentidos, el sistema circulatorio o rítmico a través de la respiración y el sistema metabólico a través de los órganos de alimentación y movimiento.

Los métodos científicos naturales todavía no están lo suficientemente avanzados como para que los círculos científicos puedan conceder un reconocimiento, suficiente para un avance en el conocimiento, a lo que he indicado aquí, que es un intento de utilizar el conocimiento basado en la ciencia espiritual para fines científicos naturales.

Esto significa, sin embargo, que nuestro hábito de pensamiento, toda la forma en que concebimos el mundo, todavía no está completamente de acuerdo, por ejemplo, en cómo la esencia interna de las funciones de la naturaleza se manifiesta en el organismo humano. Uno podría muy bien decir: Sí, pero la ciencia natural puede esperar, sus ideales se desarrollarán gradualmente y llegará un momento en que se reconocerán puntos de vista como el suyo. Sin embargo, en lo que a esto se refiere, no es posible esperar. En toda mente humana, -pues toda mente humana participa en el funcionamiento del organismo social-, y no sólo en la mente de unos pocos especialistas, debe estar presente al menos un conocimiento instintivo de lo que este organismo social necesita. El pensar y el sentir sanos, la voluntad y las aspiraciones sanas con respecto a la formación del organismo social, sólo pueden desarrollarse cuando se tiene claro, aunque sea más o menos instintivamente, que para que el organismo social sea sano debe tener, como el organismo natural, una triple articulación.

Desde que Schäffle escribió su libro sobre la estructura del organismo social, se ha intentado encontrar analogías entre la organización de un ser natural, -el ser humano, por ejemplo-, y la sociedad humana como tal. Se ha buscado la célula del organismo social, la estructura celular, los tejidos, etc. Hace poco apareció un libro de Meray, Weltmutation (Mutación del mundo), en el que ciertos hechos y leyes científicos se trasladaban sin más a un supuesto organismo social humano. Lo que aquí se quiere decir no tiene absolutamente nada que ver con todas estas cosas, con todos estos juegos de analogía. Suponer que en estas consideraciones se está jugando a tal juego de analogías entre el organismo natural y el social es revelar una incapacidad para entrar en el espíritu de lo que aquí se quiere decir. No se intenta trasplantar ningún hecho científico al organismo social; muy al contrario, se pretende que el pensar y el sentir humanos aprendan a percibir las potencialidades vitales en la contemplación del organismo natural y luego sean capaces de aplicar esta sensibilidad al organismo social. Cuando lo que supuestamente se ha aprendido sobre el organismo natural se transfiere sin más al organismo social, esto sólo indica una falta de voluntad para adquirir la capacidad de contemplar e investigar el organismo social con la misma independencia que es necesaria para comprender el organismo natural. Si, para percibir sus leyes, se considera el organismo social como una entidad independiente del mismo modo que un investigador científico considera el organismo natural, en ese instante la seriedad de la contemplación excluye jugar con analogías.

También cabe imaginar que lo que aquí se expone se basa en la creencia de que el organismo social debe "construirse" a imitación de alguna sombría teoría científica. Nada más lejos de la realidad. Mi intención es señalar algo muy distinto. La actual crisis histórica humana requiere que surjan ciertas sensibilidades en cada individuo, que estas sensibilidades sean estimuladas por la educación, es decir, el sistema escolar, como lo es el aprendizaje de las funciones aritméticas. Lo que hasta ahora ha resultado de las viejas formas del organismo social, sin ser absorbido conscientemente por la vida interior de la mente, dejará de tener efecto en el futuro. Una característica de los impulsos evolutivos que intentan manifestarse en la vida humana actual es que tales sensibilidades son necesarias, del mismo modo que la escolarización lo ha sido durante mucho tiempo. A partir de ahora la humanidad debe adquirir un sano sentido de cómo debe funcionar el organismo social para que sea viable. Debe adquirirse el sentimiento de que es malsano y antisocial querer participar en este organismo carente de tales sensibilidades.

A menudo se dice que para estos tiempos es necesaria una "socialización". Mientras el corazón humano, el alma humana, no haya asimilado al menos el conocimiento instintivo de la necesidad de la triple articulación del organismo social, esta socialización no será un proceso curativo para el organismo social, sino un remedio curandero, tal vez incluso un proceso destructivo. Para que este organismo social funcione saludablemente, debe cultivar metódicamente tres miembros constitutivos.

LO ECONOMICO

Uno de ellos es la economía. Se la considerará en primer lugar porque, evidentemente, ha sido capaz de dominar la sociedad humana a través de la tecnología moderna y el capitalismo. Esta vida económica debe constituir un miembro autónomo dentro del organismo social, tan relativamente autónomo como lo es el sistema nervioso-sensorial en el organismo humano. La economía se ocupa de todos los aspectos de la producción, circulación y consumo de mercancías.

LO JURÍDICO

El segundo miembro del organismo social es el de los derechos civiles, de la vida política como tal. Lo que puede designarse como Estado, en el sentido del antiguo Estado de derechos, pertenece a este miembro. Mientras que la economía se ocupa de todos los aspectos de las necesidades naturales del hombre y de la producción, circulación y consumo de mercancías, este segundo miembro del organismo social sólo puede ocuparse de todos los aspectos de las relaciones entre los seres humanos que se derivan de fuentes puramente humanas. Es esencial para el conocimiento de los miembros del organismo social poder diferenciar entre el sistema de derechos legales, que sólo puede ocuparse de las relaciones entre los seres humanos que se derivan de fuentes humanas, y el sistema económico, que sólo puede ocuparse de la producción, circulación y consumo de mercancías. Es necesario sentir esta diferencia en la vida para que, como consecuencia de esta sensibilidad, la economía esté separada del miembro de derechos, como en el organismo natural humano la actividad de los pulmones al procesar el aire exterior está separada de los procesos del sistema nervioso-sensorial.

LO CULTURAL (ESPIRITUAL)

El tercer miembro, autónomo junto a los otros dos, debe entenderse en el organismo social como lo que pertenece a la vida espiritual. Para ser más precisos, ya que las denominaciones "cultura espiritual" o "todo lo que pertenece a la vida espiritual", tal vez no sean suficientemente precisas, se podría decir: todo lo que se basa en las aptitudes naturales de cada individuo humano; lo que debe entrar en el organismo social a partir de las aptitudes naturales, tanto espirituales como físicas, de cada individuo. El primer sistema, el económico, se ocupa de lo que debe estar presente para que el hombre pueda determinar su relación con el mundo exterior. El segundo sistema se ocupa de lo que debe estar presente en el organismo social con respecto a las interrelaciones humanas. El tercer sistema se ocupa de todo lo que debe surgir de cada individualidad humana e integrarse en el organismo social.

Así como es cierto que la tecnología moderna y el capitalismo han moldeado nuestra sociedad en los últimos tiempos, también es imperativo que las heridas necesariamente infligidas por ellos a la sociedad humana se curen a fondo relacionando correctamente al hombre y a la comunidad humana con los tres miembros del organismo social. La economía, por sí misma, ha adoptado formas bastante definidas en los últimos tiempos. A través de la eficiencia unilateral ha ejercido una influencia especialmente poderosa en la vida humana. Hasta ahora, los otros dos miembros de la sociedad no han estado en condiciones de integrarse adecuadamente en el organismo social con la misma certeza y según sus propias leyes. Por lo tanto, es necesario que cada individuo, en el lugar en el que se encuentre, se comprometa a trabajar por la formación social basándose en las sensibilidades descritas anteriormente. Es inherente a estos intentos de resolver las cuestiones sociales que en el presente y en el futuro inmediato cada individuo tenga su tarea social.

El primer miembro del organismo social, la economía, depende en primer lugar de la naturaleza, del mismo modo que el individuo, en cuanto a lo que puede hacer de sí mismo mediante la educación y la experiencia, depende de las aptitudes de sus organismos espiritual y físico. Esta base natural se imprime simplemente en la economía y, por tanto, en todo el organismo social. Está ahí y no puede ser afectada esencialmente por ninguna organización social, por ninguna socialización. Debe constituir la base del organismo social, al igual que las aptitudes del ser humano en diversos ámbitos, sus capacidades físicas y espirituales naturales, deben constituir la base de su educación. Todo intento de socialización, de dotar a la sociedad humana de una estructura económica, debe tener en cuenta la base natural. Este elemento elemental, primitivo, que vincula al ser humano a un determinado trozo de naturaleza, constituye el fundamento de la circulación de mercancías, de todo trabajo humano y de toda forma de vida cultural-espiritual. Es necesario tener en cuenta la relación del organismo social con su base natural, del mismo modo que es necesario tener en cuenta la relación del individuo con sus aptitudes cuando se trata del proceso de aprendizaje. Esto puede quedar claro citando casos extremos. En ciertas regiones de la Tierra, donde el plátano es un alimento de fácil acceso, lo que se tiene en cuenta es la mano de obra que hay que emplear para trasladar los plátanos desde su lugar de origen hasta un determinado destino y convertirlos en artículos de consumo. Si se compara el trabajo humano que hay que emplear para convertir los plátanos en artículos de consumo para la sociedad con el trabajo que hay que emplear en Europa Central para hacer lo mismo con el trigo, se verá que el trabajo necesario para los plátanos es al menos trescientas veces menor que para el trigo. Por supuesto, se trata de un caso extremo. Sin embargo, tales diferencias en la cantidad de trabajo necesaria en relación con la base natural también están presentes en las ramas de producción que están representadas en cualquier sociedad europea, no tan radicalmente como con los plátanos y el trigo, pero las diferencias existen. De este modo se corrobora que la cantidad de fuerza de trabajo que los hombres deben aportar al proceso económico está condicionada por la base natural de su economía. En Alemania, por ejemplo, en regiones de fertilidad media, el rendimiento del trigo es aproximadamente de siete a ocho veces la cantidad sembrada; en Chile el rendimiento es doce veces mayor, en el norte de México diecisiete veces mayor y en Perú veinte veces mayor, (los datos corresponden a una publicación del año 1895).

Toda la homogeneidad de los procesos que comienzan con la relación del hombre con la naturaleza y continúan con sus actividades de transformación de los productos de la naturaleza en bienes de consumo, todos estos procesos, y sólo éstos, constituyen el miembro económico de un organismo social sano. Este miembro es comparable al sistema cefálico del organismo humano que condiciona las aptitudes individuales y, al igual que este sistema cefálico depende del sistema pulmón-corazón, el sistema económico depende del trabajo humano. Pero así como la cabeza no puede regular independientemente la respiración; tampoco el sistema de trabajo humano debe ser regulado por las mismas fuerzas que activan la economía.

El ser humano se dedica a la actividad económica en su propio interés. Éste se basa en sus necesidades espirituales y en las necesidades de su alma. La forma de abordar estos intereses de la manera más adecuada dentro de un organismo social, de modo que el individuo pueda satisfacer mejor sus intereses a través del organismo social y también ser económicamente activo de la mejor manera, es una cuestión que debe resolverse en la práctica dentro de las distintas instalaciones económicas. Esto sólo puede ocurrir si los intereses son capaces de afirmarse libremente, y si surgen la voluntad y la posibilidad de hacer lo necesario para satisfacerlos. El origen de los intereses se encuentra más allá del círculo que circunscribe los asuntos económicos. Se desarrollan junto con el desarrollo del alma y el cuerpo humanos. La tarea de la vida económica consiste en establecer facilidades para satisfacerlos. Estas facilidades deben referirse exclusivamente a la producción e intercambio de mercancías, es decir, de bienes que adquieren valor a través de la necesidad humana. La mercancía tiene valor a través de la persona que la consume. Debido al hecho de que la mercancía adquiere su valor a través del consumidor, su posición en el organismo social es completamente diferente de las otras cosas que el ser humano, como miembro de este organismo, valora. La economía, a cuya circunferencia pertenecen la producción, el intercambio y el consumo de mercancías, debe considerarse sin prejuicios. Se hará evidente la diferencia esencial entre la relación de persona a persona, en la que uno produce mercancías para el otro, y la relación de derechos como tal. Una consideración cuidadosa llevará a la convicción y a la exigencia práctica de que en el organismo social los derechos jurídicos deben estar completamente separados del sector económico. Las actividades que han de llevarse a cabo en las instalaciones que sirven a la producción e intercambio de mercancías no son propicias para influir de la mejor manera posible en el ámbito de los derechos humanos. En la economía un individuo se dirige a otro individuo porque uno sirve a los intereses del otro, pero la relación de una persona con otra es fundamentalmente diferente en el ámbito de los derechos humanos.

Podría parecer que la distinción requerida se realizaría suficientemente si se previera en ella el elemento jurídico, que también debe existir en las relaciones entre las personas que participan en la economía. Tal creencia carece de fundamento en la realidad. El individuo sólo puede experimentar correctamente la relación jurídica que debe existir entre él y los demás cuando no experimenta esta relación en el ámbito económico, sino en un ámbito completamente separado de él. Por lo tanto, en el organismo social debe desarrollarse, junto a la economía e independientemente de ella, un ámbito en el que se cultive y administre el elemento de los derechos. El elemento jurídico es, además, el del ámbito político, el del Estado. Si los hombres trasladan sus intereses económicos a la legislación y administración del Estado de derechos, entonces los derechos resultantes no serán más que la expresión de estos intereses económicos. Cuando el Estado de derechos administra la economía pierde la capacidad de regular los derechos humanos. Sus actos e instalaciones deben servir a la necesidad humana de mercancías; por tanto, se desvían de los impulsos que corresponden a los derechos humanos.

Podría parecer que la distinción requerida se realizaría suficientemente si se previera en ella el elemento jurídico, que también debe existir en las relaciones entre las personas que participan en la economía. Tal creencia carece de fundamento en la realidad. El hombre sólo puede experimentar verdaderamente la relación jurídica que debe existir entre él y los demás si no experimenta esta relación en el campo económico, sino en un terreno completamente separado de él. Por lo tanto, en un organismo social sano, junto con la vida económica y la independencia, debe desarrollarse una vida en la que surjan y se administren los derechos que existen de persona a persona. Pero la vida jurídica es la del ámbito político propiamente dicho, el Estado. Si las personas incorporan a la legislación y la administración del Estado constitucional los intereses que deben servir en su vida económica, los derechos resultantes serán sólo la expresión de estos intereses económicos. Si el propio Estado constitucional es economista, pierde la capacidad de regular la vida jurídica de las personas. Porque sus medidas e instalaciones son humanas.

El organismo social sano requiere un estado político autónomo como segundo miembro junto al sector económico. En el sector económico autónomo, a través de las fuerzas de la vida económica, las personas desarrollarán instalaciones que servirán mejor a la producción e intercambio de mercancías. En el Estado político se desarrollarán los medios que orientarán las relaciones mutuas entre las personas y los grupos de un modo que se corresponda con la conciencia de los derechos humanos.

Este punto de vista, que defiende la separación completa de los derechos-Estado y la economía, es el que corresponde a las realidades de la vida. No puede decirse lo mismo del punto de vista que fusionaría las funciones económica y de derechos. Las personas activas en el sector económico poseen, por supuesto, una conciencia de los derechos; pero su participación en los procesos legislativos y administrativos sólo se derivará exclusivamente de esta conciencia de los derechos si su juicio en este ámbito se produce en el marco de un Estado de derechos que no se ocupe de cuestiones económicas. Tal Estado de derechos tiene sus propios órganos legislativos y administrativos, ambos estructurados según los principios que se derivan de la moderna conciencia de derechos. Estará estructurado según los impulsos de la conciencia humana que hoy se denominan democráticos. El área económica formará sus órganos legislativos y administrativos de acuerdo con los impulsos económicos. El contacto necesario entre las personas responsables de los órganos jurídicos y económicos se producirá de una manera similar a la que actualmente practican los gobiernos de los estados soberanos. A través de esta formación, la evolución de un órgano podrá tener el efecto necesario sobre la evolución del otro. Tal y como están las cosas ahora, este efecto se ve obstaculizado por un área que intenta desarrollar en sí misma lo que debería fluir hacia ella desde la otra.

La economía está sujeta, por un lado, a las condiciones de la base natural (clima, geografía regional, riqueza mineral, etc.) y, por otro, depende de las condiciones jurídicas que el Estado impone entre las personas o grupos que ejercen una actividad económica. Así pues, se establecen los límites de lo que puede y debe abarcar la actividad económica. Del mismo modo que la naturaleza impone desde el exterior requisitos previos al proceso económico que los que se dedican a la actividad económica dan por sentado como algo sobre lo que deben construir esta economía, todo lo que subyace a la relación jurídica entre las personas debería estar regulado, en un organismo social sano, por un Estado de derechos que, al igual que la base natural, sea autónomo en su relación con la economía.

En el organismo social que ha evolucionado a lo largo de la historia de la humanidad y que, mediante la era de las máquinas y la forma económica capitalista moderna, ha dado al movimiento social su sello característico, la actividad económica abarca más de lo que es bueno para un organismo social sano. En el sistema económico actual, en el que sólo deben circular mercancías, circulan también la fuerza de trabajo y los derechos humanos. En el proceso económico actual, que se basa en la división del trabajo, no sólo se intercambian mercancías por mercancías, sino que las mercancías se intercambian tanto por trabajo como por derechos. (Llamo mercancía a todo lo que ha sido preparado por la actividad humana para el consumo y llevado a una determinada localidad con este fin. Aunque esta descripción pueda resultar objetable o parecer insuficiente a algunos economistas, puede ser útil para comprender qué le compete a la actividad económica.) Cuando alguien adquiere un terreno mediante compra, el proceso debe considerarse un intercambio del terreno por una mercancía, representada por el dinero de la compra. Sin embargo, la tierra en sí no actúa como una mercancía en la vida económica. Su posición se basa en el derecho de una persona a utilizarla. Este derecho es esencialmente diferente de la relación en la que se encuentra el productor de una mercancía. Esta relación, por su propia naturaleza, no se solapa con el tipo completamente diferente de relación de persona a persona que resulta del hecho de que alguien tenga el uso exclusivo de un terreno. El propietario coloca a las personas que se ganan la vida en la tierra como sus empleados, o a las que deben vivir de ella, en una posición de dependencia respecto a él. El intercambio de mercancías reales que se producen o consumen no causa una dependencia que tenga el mismo efecto que este tipo de relación personal.

Observando con imparcialidad este hecho de la vida, se ve claramente que debe encontrar expresión en las instituciones de todo el organismo social. Mientras las mercancías se intercambien por otras mercancías en la esfera económica, el valor de estas mercancías se determina independientemente de las relaciones jurídicas entre personas o grupos. Sin embargo, en cuanto las mercancías se intercambian por derechos, las propias relaciones jurídicas se ven afectadas. No se trata del intercambio en sí. Éste es un elemento necesario y vital del organismo social contemporáneo basado en su división del trabajo; el problema es que a través del intercambio de derechos por mercancías los derechos se convierten en mercancías cuando se originan dentro de la esfera económica. Esto sólo puede evitarse mediante la existencia de mecanismos en el organismo social que, por un lado, tengan la función exclusiva de activar la circulación de mercancías de la manera más conveniente y, por otro lado, mecanismos que regulen los derechos, inherentes al proceso de intercambio de mercancías, de aquellos individuos que producen, comercian y consumen. Estos derechos no difieren esencialmente de otros derechos de carácter personal que existen independientemente del proceso de intercambio de mercancías. Si perjudico o beneficio a mi prójimo mediante la venta de una mercancía, esto pertenece a la misma categoría social que un perjuicio o beneficio mediante un acto u omisión no relacionado directamente con el intercambio de mercancías.

El modo de vida del individuo está influido por las instituciones de derechos que actúan junto con los intereses económicos. En un organismo social sano, estas influencias deben proceder de dos direcciones distintas. En la organización económica, la formación formal, junto con la experiencia, debe proporcionar a la dirección los conocimientos necesarios. A través de la ley y la administración en la organización de los derechos se realizará la necesaria conciencia de los derechos, con respecto a las relaciones de los individuos, o grupos de individuos, entre sí. La organización económica permitirá a las personas con intereses profesionales o de consumo similares, o con necesidades similares de otro tipo, unirse en asociaciones cooperativas que, a través de actividades recíprocas, constituirán la base de toda la economía. Esta organización se estructurará sobre una base asociativa y sobre las interrelaciones entre asociaciones. Las asociaciones se dedicarán a actividades puramente económicas. La base jurídica de su trabajo la proporciona la organización de derechos. Cuando estas asociaciones económicas puedan hacer sentir sus intereses económicos en los órganos representativos y administrativos de la organización económica, no sentirán la necesidad de presionar a la dirección legislativa o administrativa del Estado de derechos (por ejemplo, a los grupos de presión de agricultores e industriales, a los socialdemócratas de orientación económica) para conseguir allí lo que no es alcanzable dentro del sector económico. Si el Estado de derechos no es activo en ningún ámbito económico, entonces sólo establecerá mecanismos que se deriven de la conciencia de derechos de las personas implicadas. Aunque las mismas personas que son activas en el ámbito económico también participen en la representación del estado de derechos, lo que por supuesto sería el caso, no se puede ejercer ninguna influencia económica en el sector de los derechos, debido a la formación de sistemas económicos y jurídicos separados. Dicha influencia socava la salud del organismo social, como también puede socavarse cuando la propia organización estatal gestiona ramas del sector económico y cuando los representantes de los intereses económicos determinan las leyes de acuerdo con dichos intereses.

Austria ofreció un ejemplo típico de fusión de los sectores económico y de derechos con la constitución que adoptó en los años sesenta. Los representantes de la asamblea imperial de esta unión territorial fueron elegidos entre las filas de las cuatro ramas económicas: Los propietarios de tierras, la cámara de comercio, las ciudades, mercados y zonas industriales, y las comunidades rurales. De esta composición de la asamblea representativa se desprende claramente que pensaban que se conseguiría un sistema de derechos permitiendo que los intereses económicos se ejercieran. Sin duda, las fuerzas divergentes de sus numerosas nacionalidades contribuyeron en gran medida a la desintegración de Austria. Sin embargo, es igualmente cierto que una organización de derechos que funcionara junto a la economía habría permitido el desarrollo de una forma de sociedad en la que la coexistencia de las diversas nacionalidades habría sido posible.

Hoy en día, las personas interesadas en la vida pública suelen dirigir su atención a asuntos de importancia secundaria. Lo hacen porque sus hábitos de pensamiento les inducen a considerar el organismo social como una entidad uniforme. No se encuentra un proceso electivo adecuado para tal entidad. Independientemente del proceso electivo empleado, los intereses económicos y los impulsos que emanan del sector de los derechos entrarán en conflicto en los órganos representativos. Este conflicto debe dar lugar a una agitación social extrema. Hoy debe darse prioridad al objetivo primordial de trabajar por una separación drástica entre la economía y la organización de los derechos. A medida que esta separación se haga realidad, las organizaciones que se separan encontrarán, cada una según sus propios principios, los mejores medios para elegir a sus legisladores y administradores. Esta cuestión de cómo elegir a dichos representantes, aunque como tal de importancia fundamental, es secundaria en comparación con las otras decisiones apremiantes que deben tomarse hoy. Donde aún existan las viejas condiciones, estas nuevas formas podrían desarrollarse a partir de ellas. Donde lo viejo ya se ha desintegrado, o está en proceso de hacerlo, los individuos o grupos de individuos deberían tomar la iniciativa para intentar reorganizar la sociedad en la dirección indicada. Incluso los socialistas razonables consideran poco realista esperar una transformación de la noche a la mañana. Esperan que el proceso de curación que desean sea gradual y pertinente. Sin embargo, que las fuerzas evolutivas humanas históricas de hoy hacen necesario el deseo racional de una nueva estructura social es perfectamente obvio para toda persona objetiva que observe los acontecimientos actuales.

Quien considere "práctico" sólo aquello a lo que se ha acostumbrado dentro de los límites de sus propios horizontes, considerará "poco práctico" lo que aquí se presenta. Sin embargo, si no es capaz de cambiar su actitud y tiene influencia en algún ámbito, sus acciones no contribuirán a la curación, sino a la continua degeneración del organismo social, del mismo modo que las acciones de personas de mentalidad similar han contribuido a las condiciones actuales.

Los esfuerzos que ya han comenzado a realizar los gobernantes para traspasar al Estado ciertas funciones económicas (correos, ferrocarriles, etc.) deben ser revertidos; el Estado debe ser relevado de todas las funciones económicas. Los pensadores a los que les gusta creer que están en el camino hacia un organismo social sano llevan estos esfuerzos de nacionalización a sus conclusiones lógicamente extremas. Desean la socialización de todos los medios económicos, en la medida en que son medios de producción. Un desarrollo sano, sin embargo, requiere que la economía sea autónoma y que el Estado político pueda, a través del proceso de la ley, afectar a las organizaciones económicas de tal manera que el individuo no sienta que su integración en el organismo social está en conflicto con su conciencia de derechos.

Es posible ver cómo las ideas presentadas aquí se basan en las realidades de la situación humana dirigiendo la atención al trabajo físico que el ser humano realiza para el organismo social. Dentro de la forma económica capitalista, este trabajo se ha incorporado al organismo social de tal manera que es comprado como una mercancía al trabajador por su empleador. Se produce un intercambio entre dinero (que representa mercancías) y trabajo. Pero, en realidad, este intercambio no puede tener lugar. Sólo lo parece. En realidad, el empresario recibe del trabajador mercancías que sólo pueden existir si el trabajador dedica su fuerza de trabajo a crearlas. El trabajador recibe una parte del contravalor de estas mercancías y el empresario la otra. La producción de mercancías es el resultado de la cooperación entre el empresario y el trabajador. Sólo el producto de su acción conjunta pasa a la circulación económica. Para la producción de la mercancía es necesaria una relación jurídica entre el trabajador y el empresario. El capitalismo, sin embargo, es capaz de convertir esta relación en otra determinada por la supremacía económica del empresario sobre el trabajador. En un organismo social sano, es evidente que el trabajo no puede pagarse. No puede alcanzar un valor económico por equivalencia con una mercancía. Las mercancías, producidas por el trabajo, adquieren valor por equivalencia con otras mercancías. El tipo y la cantidad de trabajo, así como la forma en que el individuo lo realiza para el mantenimiento del organismo social, deben estar determinados por sus propias capacidades, así como por los requisitos para una existencia humana digna. Esto sólo es posible si la determinación la lleva a cabo el Estado político independientemente de la gestión económica.

Mediante esta determinación, la mercancía adquirirá una base de valor comparable a la que existe en las condiciones impuestas por la naturaleza. A medida que el valor de una mercancía aumenta en relación con otra debido a que la adquisición de las materias primas necesarias para su producción se hace más difícil, su valor también debe depender de la clase y cantidad de trabajo que pueda emplearse para su producción de acuerdo con la legislación sobre derechos. De este modo, la economía pasa a estar sujeta a dos condiciones esenciales: la de la base natural, que la humanidad debe tomar como le viene dada, y la de la base de derechos, que debe crearse mediante una conciencia de derechos con raíces en un estado político independiente de los intereses económicos.

Es evidente que gestionando el organismo social de esta manera, la prosperidad económica aumentará y disminuirá según la cantidad de trabajo que la conciencia de los derechos decida gastar. En un organismo social sano es necesario que la prosperidad económica dependa de este modo, pues sólo tal dependencia puede impedir que el hombre se vea tan consumido por la vida económica que ya no pueda considerar su existencia digna de ser humana. Y, en verdad, toda la agitación del organismo social resulta del sentimiento de que la existencia es indigna de la dignidad humana.

Una comparación con los medios empleados para mejorar la base natural puede servir para encontrar posibles medios de evitar descensos pronunciados de la prosperidad como efecto de las medidas del sector de los derechos.

Un suelo poco productivo puede hacerse más productivo mediante el uso de medios técnicos; del mismo modo, si la prosperidad disminuye excesivamente puede modificarse el tipo y la cantidad de mano de obra. Esta modificación no debe emanar directamente de los círculos económicos, sino de la perspicacia que puede desarrollarse en una organización de derechos independiente de la vida económica.

Todo lo que ocurre en la organización social debido a la actividad económica y a la conciencia de los derechos está influido por lo que emana de una tercera fuente: las capacidades individuales de cada ser humano. Esto incluye los mayores logros espirituales, así como las aptitudes físicas superiores o inferiores. Lo que procede de esta fuente debe introducirse en el organismo social sano de manera muy distinta a como se hace con el intercambio de mercancías o con lo que emana del Estado. Esta introducción sólo puede efectuarse de manera sana si se deja a la libre receptividad del hombre y a los impulsos que provienen de las capacidades individuales. Los esfuerzos humanos y los logros que resultan de tales capacidades se ven, en gran medida, privados de la verdadera esencia de su ser si están influidos por los intereses económicos o la organización estatal. Esta esencia sólo puede existir en las fuerzas que el esfuerzo y la realización humanos deben desarrollar por sí mismos. La libre receptividad, único medio adecuado, se paraliza cuando la integración social de estos esfuerzos y logros está directamente condicionada por la vida económica u organizada por el Estado. Sólo hay una forma sana posible de desarrollo para la vida espiritual: lo que produzca será el resultado de sus propios impulsos y existirá una relación de mutua comprensión entre ella y los destinatarios de sus logros. (El desarrollo de las capacidades individuales presentes en la sociedad está conectado al desarrollo de la vida espiritual por innumerables y finos hilos).

Las condiciones aquí descritas para el sano desarrollo de la vida espiritual-cultural no se reconocen hoy en día porque la capacidad de observación se ha visto enturbiada por la fusión de gran parte de esta vida con el estado político. Esta fusión se ha producido en el transcurso de los últimos siglos y nos hemos acostumbrado a ella. Se habla, por supuesto, de "libertad científica y educativa". Sin embargo, se da por sentado que el Estado político debe administrar la "ciencia libre" y la "educación libre".

No se entiende que de esta forma el Estado haga depender la vida espiritual de las exigencias estatales. La gente piensa que el Estado puede proporcionar las instalaciones educativas y que los profesores que las ocupan pueden desarrollar la cultura y la vida espiritual "libremente" en ellas. Esta opinión ignora lo estrechamente relacionado que está el contenido de la vida espiritual con la esencia más íntima del ser humano en el que se desarrolla, y cómo este desarrollo sólo puede ser libre cuando se introduce en el organismo social a través de los impulsos que se originan en la propia vida espiritual, y no a través de otros. Mediante la fusión con el Estado, no sólo se ha determinado la administración de la ciencia y la parte de la vida espiritual relacionada con ella, sino también su contenido. Por supuesto, el Estado no puede influir directamente en lo que producen las matemáticas o la física. Pero la historia de las ciencias de la cultura demuestra que se han convertido en reflejo de las relaciones de sus representantes con el Estado y de las exigencias estatales. Debido a este fenómeno, los conceptos contemporáneos de orientación científica que dominan la vida espiritual afectan al proletario como ideología. Ha observado cómo ciertos aspectos del pensamiento humano están determinados por exigencias estatales que corresponden a los intereses de las clases dominantes. El proletario pensante veía en ello un reflejo de los intereses materiales, así como una lucha de intereses contrapuestos. Esto creó la sensación de que toda la vida espiritual es ideología, un reflejo de la organización económica.

Esta visión desoladora de la vida espiritual humana cesa cuando puede surgir el sentimiento de que en la esfera espiritual actúa una realidad que se contiene a sí misma y que trasciende lo material. Es imposible que surja tal sentimiento cuando la vida espiritual no se autodesarrolla y administra libremente dentro del organismo social. Sólo las personas activas en el desarrollo y la administración de la vida espiritual tienen la fuerza para asegurar su lugar apropiado en el organismo social. El arte, la ciencia, las cosmovisiones filosóficas y todo lo que las acompaña necesitan precisamente esa posición independiente en la sociedad humana, pues en la vida espiritual todo está interrelacionado. La libertad de una no puede florecer sin la libertad de la otra. Aunque el contenido de las matemáticas y la física no puede estar directamente influido por los requisitos del Estado, lo que se desarrolla a partir de ellas, lo que la gente piensa de su valor, los efectos que su cultivo puede tener en el resto de la vida espiritual, y mucho más, está condicionado por estos requisitos cuando el Estado administra ramas de la vida espiritual. Es muy diferente si un maestro de los grados escolares más bajos sigue los impulsos del estado o si recibe estos impulsos de una vida espiritual que es autónoma. A este respecto, los socialdemócratas no han hecho más que heredar los hábitos de pensamiento y las costumbres de las clases dominantes. Su ideal es incluir la vida espiritual en las instituciones sociales construidas sobre principios económicos. Si logran alcanzar su objetivo, sólo habrán continuado por el camino de la depreciación espiritual. Tenían razón, aunque unilateral, en su exigencia de que la religión fuera un asunto privado. En un organismo social sano, toda vida espiritual debe ser, con respecto al Estado y a la economía, un "asunto privado". Pero el motivo de los socialdemócratas para querer transferir la religión al sector privado no es el deseo de crear una posición dentro del organismo social en la que una institución espiritual se desarrolle de un modo más deseable y digno de lo que puede hacerlo bajo la influencia del Estado. Opinan que el organismo social sólo debe cultivar con sus propios medios sus propias necesidades vitales. Y los valores religiosos no pertenecen a esta categoría. Una rama de la vida espiritual no puede florecer cuando se la retira unilateralmente del sector público de esta manera, si las demás ramas espirituales permanecen encadenadas. La vida religiosa de la humanidad moderna sólo desarrollará su fuerza anímica junto con todas las demás ramas liberadas de la vida espiritual.

No sólo la creación, sino también la recepción por parte de la humanidad de esta vida espiritual debe determinarse libremente de acuerdo con las necesidades del alma. Los maestros, los artistas y otras personas cuya única conexión directa con una legislatura o una administración es la que tiene su origen en la propia vida espiritual, podrán, a través de sus acciones, inspirar el desarrollo de una receptividad por sus esfuerzos y logros entre los individuos que están protegidos por un estado político autosuficiente e independiente de verse forzados a existir sólo para trabajar, y que garantiza su derecho a un ocio que puede despertar en ellos una apreciación de los valores espirituales. Las personas que se consideran "prácticas" pueden objetar que la gente pasaría su tiempo libre bebiendo y que se produciría analfabetismo si el Estado se ocupara del derecho al ocio y si la asistencia a la escuela se dejara al libre sentido común humano. Dejemos que estos "pesimistas" esperen a ver qué ocurrirá cuando el mundo deje de estar bajo su influencia, con demasiada frecuencia determinada por un cierto sentimiento que, susurrándoles al oído, les recuerda suavemente cómo emplean su tiempo de ocio, qué necesitaban para adquirir un poco de "aprendizaje". No pueden imaginar el poder de entusiasmo que una vida espiritual realmente autónoma puede tener en el organismo social, porque el encadenado que conocen no puede ejercer sobre ellos una influencia tan entusiasta.

Tanto el estado político como la economía recibirán el rendimiento espiritual que requieren de un organismo espiritual autoadministrado. Además, la formación económica práctica alcanzará su plena eficacia mediante la libre cooperación con este organismo. Las personas que hayan recibido la formación adecuada podrán vitalizar su experiencia económica gracias a la fuerza que les aportarán los valores espirituales liberados. Las personas con experiencia económica trabajarán también para la organización espiritual, donde sus capacidades son más necesarias.

En el ámbito político, las percepciones necesarias se formarán mediante la activación de los valores espirituales. El trabajador adquirirá, a través de la influencia de tales valores espirituales, un sentimiento de satisfacción respecto a la función que su trabajo desempeña en el organismo social. Se dará cuenta de que sin una gestión que organice el trabajo de forma significativa, el organismo social no podría mantenerlo. Sentirá la necesidad de cooperación entre su trabajo y las capacidades de organización que se derivan del desarrollo de las capacidades humanas individuales. En el marco del estado político adquirirá los derechos que le aseguren su parte de las mercancías que produce; y concederá libremente una parte adecuada de los beneficios para la formación de los valores espirituales que fluyen hacia él. En el campo de la vida espiritual-cultural, será posible que quienes se dediquen a actividades creativas vivan del producto de sus esfuerzos. Lo que alguien practica en el campo de la vida espiritual es asunto suyo. Sin embargo, lo que pueda aportar al organismo social será recompensado por quienes necesiten su contribución espiritual. Quien no pueda mantenerse dentro de la organización espiritual con dicha compensación, tendrá que transferir sus actividades a la esfera política o económica.

Las ideas técnicas que derivan de la vida espiritual fluyen hacia el sector económico. Derivan de la vida espiritual incluso cuando proceden directamente de miembros de los sectores estatal o económico. Todas las ideas y fuerzas organizativas que fecundan los sectores económico y estatal tienen su origen en la vida espiritual. La compensación por esta aportación a ambos sectores sociales vendrá bien a través de la libre apreciación de los beneficiarios, bien a través de leyes determinadas por el estado político. Las leyes fiscales proporcionarán a este estado político lo que necesita para mantenerse. Éstas se elaborarán mediante una armonización de la "conciencia de los derechos" y los requisitos económicos.

En un organismo social sano, el sector espiritual autónomo debe funcionar junto a los sectores político y económico. Las fuerzas evolutivas de la humanidad moderna apuntan hacia una triformación de este organismo. Mientras la sociedad se rigió esencialmente por fuerzas instintivas, no surgió el impulso de esta formación. Lo que en realidad derivaba de tres fuentes funcionaba de forma algo tórpida conjuntamente en la sociedad. Los tiempos modernos exigen la participación consciente del individuo en este organismo. Esta conciencia sólo puede dar una forma sana al comportamiento y a la vida entera del individuo si está orientada desde tres lados. El hombre moderno, en las profundidades inconscientes de su alma, se esfuerza por lograr esta orientación; y lo que se manifiesta en el movimiento social es sólo el tenue reflejo de este esfuerzo.

Hacia finales del siglo XVIII, en circunstancias diferentes de las actuales, surgió de las profundidades de la naturaleza humana un llamamiento a una nueva formación del organismo social humano. El lema de esta reorganización consistía en tres palabras: fraternidad, igualdad, libertad. Cualquiera con una mente objetiva, que considere las realidades del desarrollo social humano con una sensibilidad sana, no puede evitar simpatizar con el significado que se esconde tras estas palabras. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, algunos pensadores muy inteligentes se esforzaron por señalar la imposibilidad de realizar estos ideales de fraternidad, igualdad y libertad en un organismo social uniforme. Tenían la certeza de que estos tres impulsos serían contradictorios si se practicaran en sociedad. Se demostró claramente, por ejemplo, que la libertad individual no sería posible si se practicara el principio de igualdad. Uno está obligado a estar de acuerdo con quienes observaron estas contradicciones; sin embargo, al mismo tiempo debe sentir simpatía por cada uno de estos ideales.

Estas contradicciones existen porque el verdadero significado social de estos tres ideales sólo se hace evidente a través de la comprensión de la necesaria triple articulación del organismo social. Los tres miembros no deben unirse y centralizarse en un órgano parlamentario abstracto y teórico. Cada uno de los tres miembros debe centralizarse en sí mismo, y entonces, a través de su cooperación mutua, puede producirse la unidad del organismo social global. En la vida real, las contradicciones aparentes actúan como elemento unificador. La comprensión del organismo social vivo puede alcanzarse cuando uno es capaz de observar la verdadera formación de este organismo con respecto a la fraternidad, la igualdad y la libertad. Entonces será evidente que la cooperación humana en la vida económica debe basarse en la fraternidad inherente a las asociaciones. En el segundo miembro, el sistema de derechos civiles, que se ocupa de las relaciones puramente humanas, de persona a persona, es necesario esforzarse por hacer realidad la idea de igualdad. Y en el sector espiritual relativamente independiente del organismo social es necesario luchar por la realización de la idea de libertad. Visto así, se hace evidente el valor real de estos tres ideales. Éstos no pueden realizarse en una sociedad caótica, sino sólo en un organismo social sano y triple. Ninguna estructura social abstracta y centralizada es capaz de realizar los ideales de libertad, igualdad y fraternidad en semejante desarreglo; pero cada uno de los tres sectores del organismo social puede extraer fuerzas de uno de estos impulsos y cooperar de manera positiva con los demás sectores.

Aquellos individuos que exigieron y trabajaron por la realización de las tres ideas -libertad, igualdad y fraternidad-, así como los que más tarde siguieron sus pasos, fueron capaces de discernir vagamente en qué dirección apuntan las fuerzas de la evolución de la humanidad moderna. Pero no han podido superar su creencia en el estado uniforme, por lo que sus ideas contienen un elemento contradictorio. No obstante, permanecieron fieles a lo contradictorio, pues en las profundidades subconscientes de sus almas continuó ejerciéndose el impulso hacia la triformación del organismo social, en el que la triplicidad de sus ideas puede alcanzar una unidad superior. Los hechos sociales claramente discernibles de la vida contemporánea exigen que las fuerzas de la evolución, que en la humanidad moderna pugnan por esta triformación, se conviertan en voluntad consciente.

Traducido por J.Luelmo feb.2019

GA023 Los puntos claves de la cuestión social - La verdadera forma de la cuestión social

  Índice

CAPÍTULO I

RUDOLF STEINER

LA VERDADERA FORMA DE LA CUESTIÓN SOCIAL, CAPTADA DE LA VIDA DE LA HUMANIDAD MODERNA


¿No revela la catástrofe de la guerra mundial el movimiento social moderno a través de hechos que prueban cuán inadecuados eran los pensamientos que durante decenios se creyeron comprender la voluntad proletaria?

Lo que actualmente se abre paso a la superficie de la vida a partir de reivindicaciones del proletariado que antes estaban reprimidas y en relación con ellas, hace necesario plantearse esta cuestión. Los poderes que provocaron la supresión han sido parcialmente destruidos. La relación en que estos poderes se han colocado con las fuerzas motrices sociales de una gran parte de la humanidad sólo puede ser mantenida por aquellos que no se dan cuenta en absoluto de lo indestructibles que son tales impulsos de la naturaleza humana.

Algunas personalidades, cuya situación en la vida les permitía influir con su palabra o sus consejos en las fuerzas de la vida europea que empujaban hacia la catástrofe de la guerra de 1914, se hacían las mayores ilusiones sobre estas fuerzas motrices. Podían creer que una victoria de su país calmaría los embates sociales. Tales personalidades tenían que darse cuenta de que sólo a través de las consecuencias de su comportamiento los instintos sociales salían plenamente a la luz. De hecho, la actual catástrofe de la humanidad resultó ser el acontecimiento histórico a través del cual estos instintos recibieron toda su fuerza. Las personalidades y clases dirigentes siempre tuvieron que hacer depender su comportamiento en los últimos años fatídicos de lo que ocurría en los círculos de mentalidad socialista de la humanidad. A menudo les hubiera gustado actuar de otra manera si hubieran podido ignorar el estado de ánimo de estos círculos. Los efectos de este estado de ánimo perduran en la forma que han tomado los acontecimientos en la actualidad.

Y ahora que se ha alcanzado una etapa decisiva en el desarrollo de la vida de la humanidad, que se ha estado preparando durante décadas, se está convirtiendo en un destino trágico que los pensamientos que han surgido en el desarrollo de estos hechos no estén a la altura de las circunstancias. Muchas personalidades que han formado su pensamiento en este desarrollo para servir a lo que vive en él como objetivo social, hoy poco o nada pueden hacer respecto a las cuestiones de destino que plantean los hechos.

Algunas de estas personalidades siguen creyendo que lo que durante tanto tiempo han considerado necesario para la reorganización de la vida humana se hará realidad y entonces demostrará ser lo suficientemente poderoso como para dar a los hechos exigentes una dirección posible para la vida. - Podemos hacer caso omiso de la opinión de los que aún creen que lo antiguo debe poder resistir a las nuevas exigencias de una gran parte de la humanidad. Podemos centrar nuestra atención en la voluntad de quienes están convencidos de la necesidad de una nueva forma de vida. No podemos evitar admitirlo ante nosotros mismos: Las opiniones partidistas caminan entre nosotros como momias rechazadas por el desarrollo de los hechos. Estos hechos exigen decisiones para las que los juicios de los viejos partidos no están preparados. En efecto, esos partidos han evolucionado con los hechos, pero sus hábitos de pensamiento se han quedado rezagados con respecto a ellos. Quizá no haya necesidad de ser inmodesto con opiniones que todavía hoy se consideran autorizadas si uno cree que puede deducir lo que se acaba de indicar del curso de los acontecimientos mundiales en el presente. De ello puede sacarse la conclusión de que es precisamente el presente el que debe ser receptivo al intento de caracterizar ese aspecto de la vida social de la humanidad moderna que, en su peculiaridad, está muy alejado de los hábitos de pensamiento de las personalidades socialmente orientadas y de las tendencias partidistas. Porque es muy posible que la tragedia que surge en los intentos de resolver la cuestión social tenga sus raíces precisamente en una incomprensión de los verdaderos esfuerzos proletarios. En una incomprensión incluso por parte de aquellos cuyos puntos de vista han surgido de estos esfuerzos. Pues el hombre no siempre juzga correctamente sus propios deseos.

Parecería, pues, justificado plantearse las siguientes preguntas: ¿Qué es lo que realmente quiere el movimiento proletario moderno? ¿Se corresponde esto con lo que, en general, tanto el proletariado como el no proletario consideran su objetivo? ¿La verdadera naturaleza de la cuestión social concuerda con lo que comúnmente se piensa sobre ella, o es necesaria una forma de pensar completamente diferente? A esta pregunta difícilmente la puede responder objetivamente alguien que haya estado en condiciones de comprender en la práctica la mentalidad proletaria moderna, especialmente la mentalidad de aquellos miembros del proletariado que han contribuido decisivamente a determinar la dirección que ha tomado el movimiento social.

Mucho se ha dicho sobre el desarrollo de la técnica moderna y del capitalismo, sobre el nacimiento de un nuevo proletariado y sobre cómo las reivindicaciones de este proletariado han surgido en el marco del nuevo sistema económico. Mucho de lo que se ha dicho es pertinente, pero no se ha tocado nada decisivo, cosa que resulta evidente para quien no haya sido hipnotizado por la idea de que las condiciones externas determinan la naturaleza de la vida humana y para quien sea consciente objetivamente de los impulsos que se originan en el alma humana. Es cierto que las reivindicaciones del proletariado han surgido durante la evolución de la técnica moderna y del capitalismo, pero el reconocimiento de este hecho no dice nada sobre el impulso puramente humano que reside en esas reivindicaciones. Mientras no se comprendan plenamente estos impulsos, la verdadera naturaleza de la "cuestión social" seguirá siendo inescrutable.

La importancia de la siguiente expresión es evidente para quien se familiarice con las fuerzas internas y profundas de la voluntad humana: el trabajador moderno ha adquirido conciencia de clase. Ya no sigue instintivamente la dirección de las demás clases sociales; se considera miembro de una clase separada y está decidido a influir en las relaciones entre su clase y las demás de una manera que sea ventajosa para sus propios intereses. Las corrientes psicológicas subyacentes relacionadas con la expresión "conciencia de clase", tal como la utiliza el proletariado moderno, permiten comprender la mentalidad de una clase obrera vinculada a la técnica moderna y al capitalismo. Es importante reconocer la profunda impresión que han causado en la mente del proletario las enseñanzas científicas sobre la economía y su influencia en el destino humano. Aquí se toca un hecho sobre el cual muchas personas que sólo pueden pensar en el proletario y no con él tienen nociones turbias, cuando no directamente peligrosas, considerando la gravedad de los acontecimientos contemporáneos. La opinión de que el obrero "inculto" ha sido engañado por el marxismo y los escritores proletarios que lo promulgan no conduce a una comprensión de la situación histórica. Esta opinión revela una falta de comprensión de un elemento esencial del movimiento social: que la conciencia de clase proletaria ha sido cultivada por conceptos que se derivan de los desarrollos científicos modernos. El sentimiento expresado en el discurso de Lassalle "La ciencia y el trabajador " sigue dominando esta conciencia. Esto puede parecer poco importante para ciertas "personas prácticas". Sin embargo, una visión verdaderamente eficaz del movimiento obrero moderno exige que se preste atención a este tema. Lo que reclaman tanto las alas moderadas como las radicales del movimiento proletario refleja la ciencia económica que ha cautivado su imaginación y no, como se ha mantenido, la propia vida económica transformada de algún modo en impulso humano. Esto queda claramente ilustrado por el carácter científico popularizado periodísticamente de la literatura proletaria; negarlo es cerrar los ojos a los hechos. Una característica fundamental y determinante de la situación social actual es que el proletario moderno es capaz de definir el contenido de su conciencia de clase en conceptos científicamente orientados. El obrero en su máquina puede estar muy alejado de la "ciencia" como tal; sin embargo, escucha la explicación de su situación de otros cuyos conocimientos se derivan de esta ciencia.

Todo el debate sobre la nueva economía, la era de las máquinas, el capitalismo, etc., puede ser muy esclarecedor en lo que respecta a las causas subyacentes del movimiento proletario. Sin embargo, el factor determinante de la situación social actual no consiste en que el trabajador haya sido atado a una máquina dentro del sistema capitalista, sino que, influidos por su posición dependiente dentro del orden mundial capitalista, se han desarrollado ciertos pensamientos en su conciencia de clase. Puede ser que los hábitos de pensamiento actuales inhiban el reconocimiento de las implicaciones de este hecho y hagan parecer que enfatizarlo constituye nada más que un juego dialéctico de conceptos. A esto hay que responder de la siguiente manera: no hay perspectivas de una intervención exitosa en la sociedad moderna sin la comprensión de los elementos esenciales involucrados. Cualquiera que desee comprender el movimiento proletario debe saber ante todo cómo piensa el proletario. Porque este movimiento, -desde sus moderados esfuerzos de reforma hasta sus abusos más excesivos-, no es activado por "fuerzas no humanas" o "impulsos económicos", sino por las personas, por sus ideas y por su voluntad.

Las ideas y las fuerzas de voluntad decisivas del movimiento social contemporáneo no están contenidas en lo que la tecnología y el capitalismo han implantado en la conciencia proletaria. El movimiento ha recurrido a la ciencia moderna como fuente de sus ideas, porque la tecnología y el capitalismo no eran capaces de proporcionar al trabajador la dignidad humana que su alma necesitaba. Esta dignidad estaba al alcance del artesano medieval a través de su oficio, con el que se sentía humanamente relacionado, una situación que le permitía considerar que la vida en sociedad era digna de ser vivida. Podía ver lo que estaba haciendo como la culminación de sus esfuerzos como ser humano. Sin embargo, bajo el capitalismo y la tecnología, no tenía otro recurso que sí mismo, -su propio ser interior- ,para buscar la base para una comprensión de lo que es un ser humano; porque esta base no está contenida en el capitalismo y la tecnología. Por lo tanto, la conciencia proletaria eligió el camino del pensamiento orientado científicamente. El elemento inherentemente humano de la sociedad se había perdido. Ahora bien, esto sucedió en un momento en que las clases dirigentes estaban cultivando un modo de pensamiento científico que ya no poseía el impacto espiritual necesario para satisfacer las múltiples necesidades de una conciencia humana en expansión. 

Las antiguas concepciones del mundo consideraban al hombre como un ser anímico que existía dentro de un marco existencial espiritual. Sin embargo, según el pensamiento científico moderno, no es más que un ser natural dentro del orden natural de las cosas. Esta ciencia no se experimenta como una corriente que fluye hacia la mente del hombre desde un mundo espiritual que también sostiene su alma. Un examen imparcial de la historia revela que la ideación científica ha evolucionado a partir de la ideación religiosa; esto debe admitirse a pesar de lo que uno pueda sentir sobre la relación entre los diversos impulsos religiosos y el pensamiento científico moderno. Pero estas antiguas concepciones del mundo con sus fundamentos religiosos no fueron capaces de transmitir sus impulsos anímicos a los modos de pensamiento modernos. Se retiraron y trataron de existir fuera de estos modos de pensamiento en un nivel de conciencia que la mente proletaria encontraba inaccesible. Este nivel de conciencia todavía tenía algún valor para los miembros de las clases dominantes, ya que correspondía más o menos a su posición social. Estas clases no buscaban nuevas concepciones porque la tradición les permitía conservar las antiguas. Pero el trabajador, despojado de sus tradiciones, encontró su vida completamente transformada. Privado de las viejas costumbres, perdió la capacidad de alimentarse de fuentes espirituales, de las que también se había alejado. 

En términos generales, el cientificismo moderno se desarrolló simultáneamente con la tecnología y el capitalismo, atrayendo en el proceso la fe y la confianza del proletariado moderno en busca de una nueva conciencia y nuevos valores. Pero los trabajadores adquirieron una relación diferente con el cientificismo que los miembros de las clases dominantes. Los que no sentían la necesidad de adaptar sus propias necesidades psicológicas a la nueva perspectiva científica. A pesar de estar profundamente imbuidos de la "concepción científica" de las relaciones causales que van desde el animal más inferior hasta el hombre, para ellos seguía siendo una convicción puramente teórica; no sentían la necesidad de reestructurar sus vidas de acuerdo con esta convicción. El naturalista Vogt y el escritor de divulgación científica Büchner, por ejemplo, estaban ciertamente imbuidos de la perspectiva científica. Pero junto a esta perspectiva, algo actuaba en sus mentes que les permitía mantener ciertas actitudes en la vida que sólo pueden justificarse mediante la creencia en un orden espiritual universal de las cosas. ¡Qué diferente es el efecto del cientificismo en una persona cuya vida está firmemente basada en tales circunstancias y en el proletario moderno, al que los agitadores continuamente acosan durante sus pocas horas libres con cosas como: la ciencia moderna ha curado al hombre de la creencia de que tiene un origen espiritual; ahora sabe que en los tiempos primitivos trepaba indecorosamente por los árboles y que tiene un origen puramente natural! 

El proletario moderno se vio confrontado con tales ideas cada vez que buscaba una base psicológica que le permitiera encontrar su lugar en el esquema de las cosas. Se tomó muy en serio el nuevo cientificismo y sacó de él sus propias conclusiones sobre la vida. La era tecnológica y capitalista lo afectó de manera muy diferente que a las clases dominantes, cuyo modo de vida todavía se sustentaba en impulsos espiritualmente gratificantes; a ellas les interesaba adaptar los logros de la nueva era a este estilo de vida. Sin embargo, el proletario se había visto privado de su antiguo modo de vida que, en cualquier caso, ya no era capaz de proporcionarle un sentido de su valor como ser humano. Lo único que parecía capaz de proporcionar la respuesta a la pregunta: ¿Qué es un ser humano?, era la nueva perspectiva científica, dotada como estaba de las fuerzas de la fe derivadas de las viejas formas de vida. 

Naturalmente, es posible divertirse con la descripción del modo de pensar del proletario como «científico», pero sólo si se equipara la ciencia con lo que se adquiere tras años de asistencia a «institutos de enseñanza superior» y se la contrasta con la conciencia del proletario, que es «iletrado». Tal diversión ignora uno de los hechos decisivos de la vida contemporánea, a saber, que muchas personas muy instruidas viven de manera no científica, mientras que el proletario analfabeto orienta todo su modo de vida según una ciencia que quizá ni siquiera posee. La persona instruida ha tomado la ciencia y la ha encasillado en un compartimento de su mente, pero sus sentimientos están determinados por relaciones sociales que no dependen de esta ciencia. Sin embargo, el proletario está obligado por sus circunstancias a vivir la existencia de una manera que corresponde a las convicciones científicas. Su nivel de conocimiento puede muy bien estar muy alejado de lo que las otras clases llaman «científico», pero su vida está, no obstante, orientada por la ideación científica. El estilo de vida de las demás clases está determinado por una base religiosa, estética y cultural general; pero para él la «ciencia», hasta en sus detalles más insignificantes, se ha convertido en dogma. Muchos miembros de las clases «dirigentes» se consideran «ilustrados», «librepensadores». Es cierto que la convicción científica vive en sus intelectos, pero en sus corazones todavía palpitan vestigios inadvertidos de creencias tradicionales.

Lo que las viejas formas de pensar no transmitieron a la concepción científica fue la conciencia de un origen espiritual. Los miembros de las clases dominantes podían permitirse el lujo de ignorar esta característica del cientificismo moderno porque sus vidas todavía estaban determinadas por la tradición. Los miembros del proletariado no podían hacerlo: la tradición había sido expulsada de sus almas por su nueva posición en la sociedad. Heredaron la concepción científica de las clases dominantes y la convirtieron en la base de una concepción de la esencia del hombre, una concepción, una “sustancia espiritual” que ignoraba su propio origen espiritual, que de hecho negaba su origen en el espíritu.

Sé perfectamente el efecto que tendrán estas ideas tanto en los no proletarios como en los proletarios, que se consideran personas «prácticas» y que, por tanto, consideran que lo que aquí se dice está muy alejado de la realidad. Pero los hechos que van surgiendo de la situación mundial acabarán demostrando que esta opinión es errónea. Una consideración objetiva de estos hechos revela que una interpretación superficial de la vida sólo tiene acceso a ideas que ya no coinciden con los hechos. El pensamiento dominante ha sido «práctico» durante tanto tiempo que no tiene la menor relación con los hechos. La actual situación catastrófica mundial podría ser una lección para muchos: ¿Qué creían que iba a pasar y qué pasó? ¿Debe suceder lo mismo con el pensamiento social?

También puedo imaginar el reproche que se le hace a alguien que profesa el punto de vista proletario: “Otro que quisiera desviar las cuestiones fundamentales de la cuestión social por caminos que son accesibles a la burguesía”. Esa persona no se da cuenta de que, aunque el destino la haya colocado en un medio proletario, su modo de pensar es heredado de las clases “dominantes”. Vive como proletario, pero piensa como burgués. Los nuevos tiempos no sólo exigen un nuevo modo de vida, sino también un nuevo modo de pensar. La concepción científica será vivificante sólo si su manera de abordar la cuestión de un contenido plenamente humano de la vida alcanza una fuerza igual a la que animaba a las antiguas concepciones.

Se indica aquí un camino que lleva al descubrimiento de un elemento del movimiento proletario moderno. Al final de este camino se entona en la mente del proletario una convicción: “Busco una vida espiritual. Pero la vida espiritual es una ideología, un reflejo en las personas de los acontecimientos externos que no se originan en un mundo espiritual”. Lo que ha surgido en los tiempos modernos como resultado de la transición desde la antigua vida cultural-espiritual es considerado por el proletariado como ideología. Para captar el estado de ánimo del espíritu proletario tal como se manifiesta en las demandas sociales, es necesario comprender qué efecto puede tener la idea de que la vida espiritual es una ideología. Es posible objetar que el trabajador medio no sabe nada de esta idea, que es más bien una consternación para las mentes medio educadas de sus líderes. Sostener esta opinión es ignorar los hechos, es no estar al tanto de lo que ha ocurrido en la vida de las clases trabajadoras durante las últimas décadas, es estar ciego a la relación que existe entre la visión de que la vida espiritual es una ideología, las demandas y acciones de los llamados socialistas radicales “ignorantes” y los actos de aquellos que “incuban revoluciones” a partir de impulsos oscuros.

Es trágico que haya tan poca empatía por el estado de ánimo que surge en las masas y por lo que realmente está sucediendo en las mentes de la gente. El no proletario escucha con ansiedad las demandas del proletariado y oye lo siguiente: "Sólo mediante la socialización de los medios de producción me es posible alcanzar una existencia humana digna". Lo que no comprende es que su clase, en la transición de los viejos tiempos a los nuevos, no sólo ha puesto al proletario a trabajar en medios de producción que no son los suyos, sino que además no le ha proporcionado alimento para su alma. Las personas que piensan de la manera descrita arriba pueden afirmar que el trabajador simplemente quiere alcanzar el mismo nivel de vida que poseen las clases dominantes y preguntarán qué tiene que ver esto con su alma. Incluso el trabajador puede afirmar que no exige nada de las otras clases para su alma, que sólo quiere que dejen de explotarlo y que dejen de existir las diferencias de clase. Semejante discurso no llega a la esencia de la cuestión social, no revela nada de su verdadera naturaleza. Si la población obrera hubiera heredado de las clases dominantes un contenido espiritual genuino y no un contenido que considera la vida espiritual como una ideología, sus reivindicaciones sociales se habrían planteado de un modo muy distinto. El proletario está convencido de la naturaleza ideológica de la vida espiritual, pero como consecuencia de esta convicción se vuelve cada vez más infeliz. Las consecuencias de esta miseria inconsciente, que sufre agudamente, superan con creces en importancia para la situación social actual a las justificadas exigencias de una mejora de las condiciones externas.

Los miembros de las clases dominantes no se reconocen como los autores de la militancia que se les plantea desde el mundo proletario, pero sí lo son en la medida en que han legado al proletariado una vida espiritual que necesariamente debe ser considerada como una ideología.

El movimiento social no se caracteriza por la exigencia de un cambio en el nivel de vida de una clase social determinada, sino más bien por la manera en que la exigencia de ese cambio se traduce en realidad mediante los impulsos mentales de esa clase. Consideremos los hechos por un momento desde este punto de vista. Veremos cómo las personas a las que les gusta pensar en términos proletarios se ríen ante la afirmación de que cualquier esfuerzo espiritual podría contribuir a resolver la cuestión social. Lo descartan como ideología, como teoría abstracta. Piensan que ninguna solución significativa a las candentes cuestiones sociales de hoy puede provenir de meras ideas, de una así llamada vida espiritual. Pero al examinarlo más de cerca resulta obvio que el centro neurálgico, el impulso fundamental del movimiento proletario moderno, no reside en lo que dice el proletario, sino en las ideas.

El movimiento proletario es, en una medida tal vez sin igual por ningún otro movimiento similar en la historia, un movimiento nacido de ideas. Cuanto más se lo estudia, más claramente se ve esto. Esta conclusión no es una conclusión a la ligera. Durante años enseñé una amplia gama de materias en un instituto de educación obrera. A través de esta experiencia he llegado a reconocer lo que está vivo y pujante en el alma del trabajador proletario moderno; también pude observar las actividades de los diversos sindicatos. Considero, por lo tanto, que no me baso en meras consideraciones teóricas, sino en los resultados de la experiencia real.

Conocer el movimiento obrero moderno en el que lo llevan a cabo los obreros (por desgracia, rara vez ocurre así en el caso de los intelectuales de vanguardia) es reconocer la profunda importancia del hecho de que una determinada corriente de pensamiento haya conquistado las mentes de un número sumamente grande de personas de una manera extremadamente intensa. El hecho de que las clases sociales sean tan antagónicas entre sí hace muy difícil la formulación de una posición respecto de los problemas sociales. A las clases medias de hoy les resulta muy difícil identificarse con la clase obrera y, por lo tanto, no pueden comprender cómo una dialéctica tan intelectualmente exigente como la de Karl Marx, -independientemente de lo que se pueda pensar de su contenido-, haya podido encontrar receptividad en la inteligencia proletaria virgen.

El sistema de pensamiento de Karl Marx puede ser aceptado por un individuo y rechazado por otro, tal vez con razones que parecen igualmente válidas. Incluso fue revisado después de la muerte de Marx y su amigo Engels por aquellos que veían la sociedad desde un punto de vista algo diferente. No deseo discutir aquí el contenido de este sistema, que no es, en mi opinión, el elemento significativo del movimiento proletario moderno. Su característica más significativa es, para mí, el hecho de que el impulso más poderoso activo en el mundo de la clase obrera es un sistema de pensamiento. Ningún movimiento práctico con reivindicaciones tan fundamentales y cotidianas se ha basado tan exclusivamente en una ideación pura como este movimiento proletario moderno. Es el primer movimiento de este tipo en la historia que ha elegido una base científica. Este hecho debe ser comprendido correctamente. Lo que el proletario moderno tiene que decir conscientemente -en términos de programa- sobre sus propias opiniones, sus necesidades y sus sentimientos, no parece ser esencial.

Lo más importante es que la base intelectual de la vida afecta a todo el hombre, mientras que las otras clases la limitan a determinados compartimentos de la mente. El proletario no puede reconocer este proceso porque la vida del intelecto, del pensamiento, la ha heredado como ideología. En realidad, construye su vida sobre la ideación, que al mismo tiempo considera una ideología irreal. No es posible comprender la interpretación proletaria de la vida y su realización a través de los actos de sus partidarios sin comprender también este hecho y sus consecuencias para la evolución humana.

De lo expuesto anteriormente se desprende que cualquier descripción de la verdadera naturaleza del movimiento social proletario debe dar prioridad a una descripción de la vida espiritual del trabajador moderno. Es esencial que el trabajador perciba las causas de su situación social insatisfactoria y encuentre en esta vida espiritual los métodos para cambiarla. Sin embargo, en la actualidad no es capaz de hacer nada más que rechazar con enojo o desprecio la afirmación de que un impulso significativo reside en estas corrientes espirituales subyacentes del movimiento social. ¿Cómo va a reconocer un impulso, que lo afecta, en lo que debe considerar como una ideología? No se puede esperar resolver una situación social insostenible por medio de una vida espiritual así percibida. Desde un punto de vista orientado científicamente, el proletario moderno considera que no sólo la ciencia en sí, sino también el arte, la religión, la moral y la justicia son facetas de la ideología humana. No ve en estos aspectos de la vida espiritual nada que se relacione con la realidad de su existencia y que pueda contribuir a su bienestar material. Para él, son un mero reflejo de la vida material. Aunque puedan influir indirectamente en la vida material del hombre a través del intelecto o influyendo en los impulsos de la voluntad, en un principio surgieron como emanaciones ideológicas de esta misma vida material. Considera que no pueden contribuir a la solución de los problemas sociales. Los medios para alcanzar el fin sólo pueden surgir de la realidad material.

La nueva vida espiritual ha sido transmitida de las clases dirigentes al intelecto proletario en forma desvitalizada. Es de suma importancia que se comprenda esto al considerar las fuerzas que deben emplearse para resolver la cuestión social. Si esta situación permanece inalterada, la vida espiritual de la humanidad estará condenada a la impotencia en lo que respecta a los desafíos sociales del presente y del futuro. Una mayoría del proletariado moderno está absolutamente convencida de esta impotencia, creencia que se expresa a través del marxismo y confesiones similares. Se dice que el capitalismo moderno ha evolucionado a partir de formas económicas más antiguas, que esta evolución ha colocado al proletariado en una posición insostenible con respecto al capital, que la evolución continuará hasta que el capitalismo se destruya a sí mismo por medio de las fuerzas que le son inherentes y que la liberación del proletariado coincidirá con la muerte del capitalismo. Los pensadores socialistas posteriores han despojado a esta convicción del carácter fatalista que le asignan ciertos círculos marxistas. Sin embargo, su naturaleza esencial permanece, como lo demuestra el hecho de que a un socialista contemporáneo no se le ocurriría decir que el incentivo del movimiento social podría derivar de una vida interior nacida de los impulsos de la época y que tiene sus raíces en la realidad espiritual.

La actitud mental de la persona obligada a llevar una vida proletaria está determinada por el hecho de que no puede albergar tales expectativas. Necesita una vida espiritual que le dé la fuerza necesaria para sentir su dignidad humana. Al estar atada al orden económico capitalista moderno, su alma necesariamente ansiaba una vida espiritual de ese tipo. Pero la vida espiritual que le dieron las clases dominantes creó un vacío en su alma. El movimiento social actual está determinado por el hecho de que el proletario moderno desea una relación con la vida espiritual completamente diferente de la que el orden social contemporáneo puede darle; y esto es lo que está detrás de sus demandas. Este hecho es evidentemente incomprendido tanto por el proletariado como por el no proletario. El no proletario no sufre bajo la etiqueta ideológica, (de su propia creación), que se le asigna a la vida espiritual. El proletario sí, y esta etiqueta ideológica le ha robado la creencia en el valor sustentador de los valores espirituales como tales. Encontrar una salida a la actual situación social caótica depende de una comprensión correcta de este hecho. El acceso a esta vía ha sido cerrado por el orden social que se ha desarrollado, junto con las nuevas formas económicas, bajo la influencia de las clases dominantes. Hay que adquirir la fuerza para abrirla.

Se producirá un cambio total de actitud en relación con este tema cuando se haya dado suficiente importancia al hecho de que una sociedad de hombres y mujeres en la que la vida espiritual funciona como una ideología carece de una de las fuerzas que hacen viable el organismo social. La sociedad contemporánea ha enfermado debido a la impotencia de la vida espiritual, y la enfermedad se agrava por la tozudez a no reconocer su existencia. Si se reconociera este hecho adquiriríamos la base sobre la cual podrían desarrollarse ideas verdaderamente apropiadas para el movimiento social.

Cuando el proletario habla de conciencia de clase cree tocar una de las fuerzas básicas de su alma. Pero la verdad es que desde que se vio envuelto en el orden económico capitalista ha estado buscando una vida espiritual que le sirva de sostén para su alma y que le haga consciente de su dignidad de ser humano, pero como resulta que la vida espiritual es considerada como ideología, él no es capaz de desarrollar esta conciencia. Él la ha buscado pero al no encontrarla, la ha sustituido por el concepto de conciencia de clase.

Su mirada se dirige exclusivamente a los factores económicos, como atraído por una poderosa fuerza sugestiva. Por eso ya no cree que el impulso necesario para lograr algo positivo en el campo social se pueda encontrar en otra parte. Cree que sólo la evolución de la vida económica no espiritual y sin alma puede generar condiciones que, a su juicio, corresponden a la dignidad humana. Por eso se ve obligado a buscar su salvación en la transformación de la vida económica. Se ve obligado a concluir que mediante la transformación de la vida económica desaparecerán todos los daños que provienen de la iniciativa privada, del egoísmo del empresario individual y de la incapacidad de satisfacer las demandas de dignidad humana de los trabajadores. Así, el proletariado moderno ha llegado a ver el único remedio para el organismo social en la transferencia de todos los medios de producción de propiedad privada a la explotación comunitaria o incluso a la propiedad comunitaria. Esta opinión fue posible porque hemos desviado nuestra atención de las fuerzas espirituales y nos hemos concentrado únicamente en el proceso económico.

En esto se originan los elementos contradictorios del movimiento proletario. El proletario moderno cree que alcanzará sus derechos como ser humano mediante el desarrollo de la economía. Lucha por esos derechos. Y, sin embargo, en el proceso aparece algo que nunca podría ser el resultado de actividades económicas por sí solas. Este fenómeno, que se considera una consecuencia de factores económicos únicamente, es una característica muy destacada de la cuestión social. Es un proceso que sigue una línea de desarrollo directa desde la antigua esclavitud, pasando por la servidumbre de la Edad Media, hasta el proletariado moderno. La circulación de mercancías y dinero, las realidades del capital, los bienes inmuebles, la propiedad privada, etc., son todos elementos de la vida moderna. Una característica de la sociedad contemporánea que el proletario no identifica claramente, ni siquiera reconoce conscientemente, pero que constituye el impulso fundamental de su voluntad social, es que el orden económico capitalista moderno, dentro de su propia esfera de actividad, reconoce sólo mercancías y sus respectivos valores. Dentro de este organismo capitalista se ha convertido en mercancía algo que el proletario siente que puede no ser una mercancía.

El proletario moderno aborrece instintivamente, inconscientemente, el hecho de tener que vender su fuerza de trabajo a su patrón de la misma manera que se venden las mercancías en el mercado, y que la ley de la oferta y la demanda desempeña su papel en la determinación del valor de su fuerza de trabajo de la misma manera que lo hace en la determinación del valor de las mercancías. Este aborrecimiento de la naturaleza mercantil de la fuerza de trabajo tiene un profundo significado en el movimiento social. Ni siquiera las teorías socialistas enfatizan este punto de manera suficientemente radical. Este es el segundo elemento que hace tan urgente la cuestión social; el primero es la convicción de que la vida espiritual es una ideología.

En la Antigüedad había esclavos. Se vendía a la persona entera como una mercancía. Una parte menor, pero al fin y al cabo sustancial, del ser humano se incorporaba al proceso económico mediante la servidumbre. El capitalismo es la fuerza que se empeña en dar carácter de mercancía a una parte del ser humano: su fuerza de trabajo. No quiero decir que esto no se haya reconocido. Al contrario, se reconoce como un hecho de importancia fundamental en el movimiento social moderno. Sin embargo, se considera que tiene un carácter económico, y con ello la cuestión del carácter de mercancía de la fuerza de trabajo se convierte únicamente en una cuestión económica. Se cree erróneamente que las soluciones se encontrarán en factores económicos mediante los cuales el proletario dejará de considerar la incorporación de su fuerza de trabajo a la sociedad como indigna de la dignidad humana. Se comprende cómo se desarrollaron históricamente las formas económicas modernas y cómo dieron carácter de mercancía a la fuerza de trabajo humana. Lo que no se comprende es que es inherente a la vida económica que todo lo que se incorpora a ella debe asumir el carácter de mercancía. No es posible despojar a la fuerza de trabajo humana de su carácter de mercancía sin encontrar antes un medio de extraerla del proceso económico. Por tanto, los esfuerzos no deben dirigirse a transformar el proceso económico de modo que la fuerza de trabajo humana reciba un trato justo en él, sino a extraer la fuerza de trabajo del proceso económico e integrarla en fuerzas sociales que la liberen de su carácter de mercancía. El proletario anhela una vida económica en la que su fuerza de trabajo pueda ocupar el lugar que le corresponde. Lo hace porque no ve que el carácter de mercancía de su fuerza de trabajo es el resultado de su total vinculación al proceso económico. 

Debido a que debe entregar su fuerza de trabajo al proceso económico, necesariamente se entrega a sí mismo junto con él. El proceso económico, por su propia naturaleza, tiende a utilizar la fuerza de trabajo de la manera más conveniente y continuará haciéndolo mientras la regulación del trabajo siga siendo una de sus funciones. Como hipnotizados por el poder de la economía moderna, todos los ojos se centran en lo que sólo ella puede lograr. Sin embargo, los medios a través de los cuales la fuerza de trabajo ya no necesita ser una mercancía no se encontrarán en esta dirección. Una forma económica diferente sólo convertirá la fuerza de trabajo en mercancía de una manera diferente. La cuestión laboral no puede integrarse adecuadamente en la cuestión social hasta que se reconozca que la producción, distribución y consumo de mercancías están determinados por intereses que deberían excluir a la fuerza de trabajo humana.

El pensamiento de nuestro tiempo no ha aprendido a distinguir entre dos funciones esencialmente diferentes en la vida económica: por una parte, la fuerza de trabajo, que está íntimamente asociada al ser humano, y por otra parte, el proceso de producción-distribución-consumo, que esencialmente no lo está. Si un pensamiento sano en este sentido pusiera de manifiesto la verdadera naturaleza de la cuestión del trabajo, entonces ese mismo tipo de pensamiento indicaría entonces la posición que debe asumir la vida económica en un organismo social sano.

Ya es evidente que la “cuestión social” puede concebirse en tres cuestiones particulares. La primera se refiere a la forma sana que debe asumir la vida espiritual y cultural en el organismo social, la segunda se ocupa de la justa integración de la fuerza de trabajo en la vida de la comunidad y la tercera se refiere al modo en que debe funcionar la economía dentro de esta comunidad.

Traducido por J.Luelmo feb,2019

GA058 Berlín, 28 de octubre de 1909 La misión de la devoción

 Índice 

CAMINOS DE LAS EXPERIENCIAS DEL ALMA

LA MISIÓN DE LA DEVOCIÓN

RUDOLF STEINER


IV conferencia

Berlín, 28 de octubre de 1909

Todos ustedes conocen las palabras con las que Goethe concluyó la obra maestra de su vida, El Fausto:

Todas las cosas pasajeras
no son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
Aquí encuentra su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos lleva a lo alto.

Huelga decir que, en este contexto, lo "eterno femenino" no tiene nada que ver con el hombre y la mujer. Goethe hace uso de un antiguo lenguaje. En todas las formas de misticismo, -y Goethe da estas líneas finales a un Chorus mysticus-, encontramos un impulso en el alma, al principio bastante indefinido, hacia algo que el alma todavía no ha llegado a conocer y a unirse con ello, pero hacia lo que debe esforzarse. Esta meta, que al principio el alma aspirante adivina sólo vagamente, es llamada por Goethe, de acuerdo con los místicos de diversas épocas, el eterno femenino, y todo el sentido de la segunda parte de Fausto confirma esta manera de tomar las líneas finales.

Este Chorus mysticus, con sus sucintas palabras, puede contraponerse a la Unio mystical, nombre dado por los verdaderos pensadores místicos a la unión con lo eterno-femenino, lejana espiritualmente pero al alcance humano.

Cuando el alma se ha elevado a esta altura y se siente una con lo eterno femenino, entonces podemos hablar de unión mística, y ésta es la cumbre más alta que vamos a considerar hoy.

En las dos últimas conferencias, sobre la misión de la cólera y la misión de la verdad, vimos que el alma está implicada en un proceso de evolución. Por una parte, indicamos ciertos atributos que el alma debe esforzarse por superar, mediante los cuales la cólera, por ejemplo, puede convertirse en educadora del alma; y vimos, por otra, cómo la verdad puede educar al alma a su manera especial.

El fin y la meta de este proceso de desarrollo no siempre pueden ser previstos por el alma. Podemos poner un objeto ante nosotros y decir que se ha desarrollado desde una forma anterior hasta su estado actual. No podemos decir lo mismo del alma humana, porque el alma progresa a través de una evolución continua en la que ella misma es el agente activo. El alma debe sentir que, habiéndose desarrollado hasta cierto punto, tiene que ir más allá. Y como alma autoconsciente debe decirse a sí misma: ¿Cómo es que soy capaz de pensar no sólo en mi desarrollo en el pasado, sino también en mi desarrollo en el futuro?

Ya hemos explicado muchas veces que el alma, con toda su vida interior, está compuesta de tres miembros. Hoy no podemos volver sobre esto en detalle, pero será mejor mencionarlo, para que esta conferencia pueda ser estudiada por separado. A estos tres miembros del alma los llamamos alma sensible, alma racional y alma consciente. El Alma Sensible puede vivir sin estar muy impregnada de pensamiento. Su función principal es recibir impresiones del mundo exterior y transmitirlas al interior. También es el vehículo de los sentimientos de placer y dolor, alegría y pena, que provienen de estas impresiones externas. Todas las emociones humanas, todos los deseos, instintos y pasiones surgen del interior del Alma Sensible. El hombre ha pasado de esta etapa a niveles superiores; ha impregnado el Alma Sensible con su pensar y con los sentimientos inducidos por el pensar. En el Alma racional, por consiguiente, no encontramos sentimientos indefinidos que surgen de las profundidades, sino sentimientos penetrados gradualmente por la luz interna del pensar. Al mismo tiempo, es a partir del Alma Racional donde hallamos surgir gradualmente el yo humano, ese punto central del alma que puede conducirnos al Yo real y que hace posible que purifiquemos, limpiemos y refinemos las cualidades de nuestra alma desde el interior, de modo que podamos convertirnos en el amo, líder y guía de nuestra voluntad, sentir y pensar.

Este Yo, como ya hemos visto, tiene dos aspectos. Una de sus posibilidades de desarrollo consiste en los esfuerzos que el hombre debe realizar para fortalecer cada vez más este centro interior, de modo que una influencia cada vez más poderosa pueda irradiarse desde él hacia su entorno y hacia toda la vida que lo rodea. Aumentar el valor del alma para el mundo circundante y, al mismo tiempo, reforzar su independencia: éste es un aspecto del desarrollo del Yo.

El reverso de esto es el egoísmo. Un yo demasiado débil se perderá en el torrente del mundo. Pero si a un hombre le gusta mantener sus placeres y deseos, su pensamiento y sus cavilaciones, todo dentro de sí mismo, su Yo estará endurecido y entregado a la búsqueda de sí mismo y al egoísmo.

Acabamos de describir brevemente el contenido del Alma Racional. Hemos visto cómo los impulsos salvajes, de los cuales la ira es un ejemplo, pueden educar al alma si son vencidos y conquistados. Hemos visto también que el Alma Racional es educada positivamente por la verdad, cuando la verdad es entendida como algo que el hombre posee interiormente y tiene en cuenta en todo momento; cuando nos conduce fuera de nosotros mismos y engrandece el Yo, mientras que al mismo tiempo fortalece el Yo y lo hace más altruista.

Así nos hemos familiarizado con los medios de autoeducación que se proporcionan al Alma Sensible y al Alma Racional. Ahora debemos preguntar: ¿Existe un medio similar para el Alma Consciente, el miembro más elevado del alma humana? También podemos preguntar: ¿Qué hay en el Alma Consciente que se desarrolle por sí misma, que corresponda a los instintos y deseos del Alma Sensible? ¿Hay algo que pertenece por naturaleza al Alma Consciente, de tal manera que el hombre podría adquirir muy poco de ella si no estuviera ya dotado de ella?

Hay algo que se extiende desde el Alma Racional hasta el Alma Consciente: la fuerza y la sagacidad del pensar. El Alma Consciente sólo puede expresarse gracias a que el hombre es un ser pensante, pues su tarea consiste en adquirir conocimiento del mundo y de sí mismo, y para ello necesita el instrumento más elevado del conocimiento: el pensar.

A través de las percepciones aprendemos sobre el mundo exterior; nos estimulan a adquirir conocimiento de lo que nos rodea. Para ello, basta con que dediquemos nuestra atención al mundo exterior y no nos quedemos de brazos cruzados frente a él, pues entonces el propio mundo exterior nos atrae para que saciemos nuestra sed de conocimiento observándolo. En cuanto al conocimiento del mundo suprasensible, la situación es muy diferente. En primer lugar, el mundo suprasensible no está delante de nosotros. Si un hombre desea conocerlo, para que este conocimiento penetre en su Alma Consciente, el impulso para hacerlo debe venir de dentro y debe penetrar en su pensamiento hasta el fondo. Este impulso sólo puede venir de las otras potencias de su alma, el sentir y la voluntad. A menos que su pensar sea estimulado por estas dos potencias, nunca será impulsado a acercarse al mundo suprasensible. Esto no significa que lo suprasensible sea meramente un sentimiento, sino que el sentir y la voluntad deben actuar como guías interiores hacia su reino desconocido. ¿Qué cualidades, entonces, deben adquirir el sentir y la voluntad hacia su reino desconocido.

¿Qué cualidades deben adquirir, pues, el sentir y la voluntad para ello?

En primer lugar, alguien podría objetar que el sentir sirva de guía para el conocimiento. Pero una simple consideración mostrará que, de hecho, eso es lo que hace el sentir. Cualquiera que se tome en serio el conocimiento admitirá que, al adquirirlo, debemos proceder con lógica. Utilizamos la lógica como instrumento para poner a prueba el conocimiento que adquirimos. ¿Cómo, entonces, si la lógica es este instrumento, puede la lógica misma ser probada? Se podría decir: La lógica puede demostrarse a sí misma. Sí, pero antes de empezar a probar la lógica por la lógica, debe ser posible al menos captar la lógica con nuestro sentir. El pensar lógico no puede demostrarse en primer lugar por el pensar lógico, sino sólo por el sentir. En efecto, todo lo que constituye la lógica se demuestra primero por el sentir, por la sensación infalible de verdad que habita en el alma humana. A partir de este ejemplo clásico podemos ver cómo el sentir es el fundamento de la lógica y del pensar. El sentir debe dar el impulso para la verificación del pensar. ¿En qué debe convertirse el sentir para dar impulso no sólo al pensar en general, sino al pensar en mundos que al principio desconocemos y no podemos examinar?

Un sentimiento de este tipo debe ser una fuerza que lucha desde el interior hacia un objeto aún desconocido. Cuando el alma humana trata de abarcar con el sentimiento alguna otra cosa, a este sentimiento lo llamamos amor. Por supuesto, se puede sentir amor por algo conocido, y hay muchas cosas en el mundo que podemos amar. Pero como el amor es un sentimiento, y el sentimiento es el fundamento del pensar en el sentido más amplio, debemos tener claro que lo suprasensible desconocido puede ser captado por el sentir antes de que intervenga el pensar. La observación desprejuiciada, por consiguiente, muestra que debe ser posible que los seres humanos lleguen a amar lo suprasensible desconocido antes de que sean capaces de concebirlo en términos de pensamiento. Este amor es, en efecto, indispensable antes de que lo suprasensible pueda ser penetrado por la luz del pensamiento.

También en este estadio, la voluntad puede impregnarse de una fuerza que se dirige hacia lo suprasensible desconocido. Esta cualidad de la voluntad, que permite al hombre desear llevar a cabo sus fines e intenciones con respecto a lo desconocido, es la devoción. De manera que la voluntad puede inspirar devoción hacia lo desconocido, mientras que el sentir se convierte en amor hacia lo desconocido; y cuando estas dos emociones se combinan dan lugar a la reverencia en el verdadero sentido de la palabra. Entonces esta devoción se convierte en el impulso que nos conducirá a lo desconocido, para que lo desconocido pueda ser asido por nuestro pensar. Así es como la reverencia se convierte en la educadora del Alma Consciente. Porque también en la vida ordinaria podemos decir que cuando un hombre se esfuerza por captar con su pensar alguna realidad externa que aún no le es conocida, se estará acercando a ella con amor y devoción. El Alma Consciente nunca obtendrá un conocimiento de los objetos externos a menos que el amor y la devoción inspiren su búsqueda; de lo contrario, los objetos no serán verdaderamente observados. Esto también se aplica muy especialmente a todos los esfuerzos para adquirir el conocimiento del mundo suprasensible.

En todos los casos, sin embargo, el alma debe dejarse educar por el Yo, fuente de la autoconciencia. Hemos visto cómo el Yo gana cada vez más independencia y fuerza superando ciertas cualidades del alma, como la ira, y cultivando otras, como el sentido de la verdad. Después de esto, la auto-educación del Yo llega a su fin; comienza su educación a través de la reverencia. La ira debe ser superada y descartada; el sentido de la verdad debe impregnar al Yo; la reverencia debe fluir del Yo hacia el objeto cuyo conocimiento se busca. Así, habiéndose elevado fuera del Alma Sensible y del Alma racional, venciendo la cólera y otras pasiones, y cultivando el sentido de la verdad, el Yo es atraído gradualmente hacia el Alma Consciente por la influencia de la reverencia. Si esta reverencia se hace cada vez más fuerte, se puede hablar de ella como un poderoso impulso hacia el reino descrito por Goethe:

Todas las cosas pasajeras
No son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos lleva a lo alto.

El alma es atraída por la fuerza de su reverencia hacia lo eterno, con lo que anhela unirse. Pero el Yo tiene dos caras. Se ve impelido por la necesidad a aumentar continuamente su propia fuerza y actividad. Al mismo tiempo tiene la tarea de no dejarse caer bajo la influencia endurecedora del egoísmo. Si el Yo pretende ir más allá y obtener conocimiento de lo desconocido y lo suprasensible, y toma la reverencia como guía, se expone al peligro inmediato de perderse a sí mismo. Esto es más probable que le ocurra, sobre todo, al ser humano si su voluntad está siempre sumisa al mundo. Si esta actitud se impone cada vez más, el resultado puede ser que el Yo salga de sí mismo y se pierda en el otro ser o cosa a la que se ha sometido. Esta condición puede compararse al desmayo del alma, a diferencia del desmayo corporal. En el desmayo corporal, el Yo se hunde en una oscuridad indefinida; en el desmayo del alma, el Yo se pierde espiritualmente, mientras que las facultades corporales y las percepciones del mundo exterior no se ven afectadas. Esto puede suceder si el Yo no es lo suficientemente fuerte para extenderse completamente en la voluntad y guiarla.

Esta auto sumisión del Yo puede ser el resultado final de una mortificación sistemática de la voluntad. Un hombre que sigue este camino se vuelve incapaz por falta de voluntad o de actuar por sí mismo; ha rendido su voluntad al objeto de su devoción sumisa y ha perdido su propio yo. Cuando esta condición prevalece, produce una impotencia duradera del alma. Sólo cuando un sentimiento devocional es calentado por el Yo, de modo que el hombre pueda sumergirse en él sin perder su Yo, puede ser saludable para el alma humana.

Entonces, ¿Cómo puede la reverencia llevar siempre consigo al Yo? El Yo no puede dejarse llevar en ninguna dirección, como Yo humano, a menos que mantenga en su pensamiento un conocimiento de sí mismo. Nada más puede proteger al Yo de perderse a sí mismo cuando la devoción lo lleva hacia el mundo. El alma puede ser conducida fuera de sí misma hacia algo externo por la fuerza de la voluntad, pero cuando el alma deja atrás el límite de lo externo, debe asegurarse de ser iluminada por la luz del pensamiento.

El pensar por sí mismo no puede guiar al alma hacia fuera; esto se produce por la devoción, pero el pensar debe entonces esforzarse inmediatamente por impregnar con la vida del pensamiento el objeto de la devoción del alma. En otras palabras, debe haber una resolución de pensar en este objeto. El impulso devocional pierde la voluntad de pensar, existe el peligro de perderse a sí mismo. Si alguien toma como principio no pensar en el objeto de su devoción, esto puede conducir en casos extremos a una debilidad prolongada del alma.

¿Está el amor, el otro elemento de la reverencia, expuesto a un destino similar? Algo de lo que irradia el Yo humano hacia lo desconocido debe verterse en el amor, para que ni por un momento el Yo deje de sostenerse. El Yo debe tener la voluntad de entrar en todo lo que forma el objeto de su devoción, y debe mantenerse frente a lo externo, lo desconocido, lo suprasensible. ¿En qué se convierte el amor si el Yo no se mantiene en el momento del encuentro con lo desconocido, si no está dispuesto a llevar la luz del pensamiento y del juicio racional a lo desconocido? El amor de ese tipo se convierte en entusiasmo sentimental (Schwarmerei). Pero el Yo puede comenzar a encontrar su camino desde el Alma Racional, donde vive, hacia lo desconocido externo, y entonces nunca puede extinguirse del todo. A diferencia de la voluntad, el Yo no puede mortificarse completamente. Cuando el alma busca abarcar el mundo externo con el sentimiento, el Yo siempre está presente en el sentir, pero si no es apoyado por el pensar y la voluntad, se precipita sin freno, inconsciente de sí mismo. Y si este amor por lo desconocido no va acompañado de un pensamiento resuelto, el alma puede caer en un extremo sentimental, algo parecido al sonambulismo, del mismo modo que el estado al que llega el alma cuando la devoción sumisa conduce a la pérdida del Yo es algo parecido a un desmayo corporal. Cuando un entusiasta sentimental sale al encuentro de lo desconocido, deja atrás la fuerza del Yo y se lleva consigo sólo fuerzas secundarias. Puesto que la fuerza del Yo está ausente de su conciencia, él trata de asir lo desconocido como uno lo hace en el reino de los sueños. En estas condiciones, el alma cae en lo que puede llamarse un estado prolongado de ensoñación o sonambulismo.

A su vez, si el alma es incapaz de relacionarse adecuadamente con el mundo y con los demás, si se precipita a la vida y rehúye utilizar la luz del pensar para iluminar su situación, entonces el Yo, habiendo caído en una condición sonambúlica, está destinado a extraviarse y a vagar por el mundo como un fuego fatuo.

Si el alma sucumbe a la pereza mental y rehúye la luz del pensar cuando se encuentra con lo desconocido, entonces, y sólo entonces, albergará supersticiones en una u otra forma. El alma sensible, con sus ilusiones, que vaga por la vida como dormida, y el alma indolente, que no quiere tener plena conciencia de sí misma, son las almas más inclinadas a creer todo ciegamente. Su tendencia es evitar el esfuerzo de pensar por sí mismas y permitir que la verdad y el conocimiento les sean prescritos.

Si queremos conocer un objeto externo, tenemos que poner en juego nuestro propio pensamiento productivo, y lo mismo ocurre con lo suprasensible, sea cual sea la forma que adopte. Para conocer lo suprasensible, nunca debemos excluir el pensamiento. Si nos limitamos a la mera observación de lo suprasensible, nos exponemos a todos los engaños y errores posibles. Todos esos errores y supersticiones, todas las formas erróneas o falsas de penetrar en los mundos suprasensibles, pueden atribuirse en última instancia a la negativa a permitir que la conciencia sea iluminada por la luz del pensamiento creador. Nadie puede ser engañado por informaciones que se dice que vienen del mundo espiritual si tiene la voluntad de mantener su pensamiento siempre activo e independiente. Nada más será suficiente, y esto es algo que todo investigador espiritual confirmará. Cuanto más fuerte es la voluntad de pensamiento creativo, mayor es la posibilidad de obtener un conocimiento verdadero, claro y cierto del mundo espiritual.

Así vemos la necesidad de un medio de educación que conduzca al Yo hacia el Alma Consciente y guíe al Alma Consciente frente a lo desconocido, tanto lo desconocido físico como lo desconocido suprasensible. La reverencia, que consiste en devoción y amor, proporciona los medios que buscamos. Cuando estos últimos están imbuidos del tipo correcto de sentimiento propio, se convierten en peldaños que conducen a alturas cada vez mayores.

La verdadera devoción, cualquiera que sea la forma en que el alma la experimente, ya sea a través de la oración o de otro modo, nunca puede llevar a nadie por mal camino. La mejor manera de aprender a conocer algo es abordarlo ante todo con amor y devoción. Una educación sana considerará especialmente cómo se puede dar fuerza al desarrollo del alma a través del impulso devocional. Para un niño, el mundo es en gran parte desconocido: si hemos de guiarle hacia el conocimiento y el buen juicio sobre él, la mejor manera es despertar en él un sentimiento de reverencia hacia él; y podemos estar seguros de que, al hacerlo, le conduciremos a la plenitud de la experiencia en cualquier aspecto de la vida.

Es muy importante para el alma humana poder recordar una infancia en la que a menudo se sintió devoción, que llevó a la reverencia. Las frecuentes oportunidades de admirar a las personas veneradas y de contemplar con sincera devoción las cosas que aún están más allá de su comprensión, proporcionan un buen impulso para el desarrollo superior en la vida posterior. Una persona siempre recordará con gratitud aquellas ocasiones, cuando de niño en el círculo familiar, oyó hablar de alguna personalidad sobresaliente de la que todos hablaban con devoción y reverencia. Un sentimiento de santo temor, que da a la reverencia un carácter especialmente íntimo, impregnará entonces el alma. O alguien puede relatar cómo con mano temblorosa, más tarde, tocó el timbre y tímidamente se dirigió a la habitación de la personalidad venerada a quien estaba conociendo por primera vez, después de haber oído hablar de él con tanta admiración respetuosa. El mero hecho de haber llegado a su presencia e intercambiado unas palabras puede confirmar una devoción que nos será especialmente útil cuando tratemos de desentrañar los grandes enigmas de la existencia y busquemos la meta que anhelamos hacer nuestra. Aquí la reverencia es una fuerza que nos atrae hacia arriba, y al hacerlo fortalece y vigoriza el alma. ¿Cómo puede ser esto? Consideremos la expresión externa de la reverencia en los gestos humanos: ¿qué formas adopta? Doblamos las rodillas, cruzamos las manos e inclinamos la cabeza hacia el objeto de nuestra reverencia. Estos son los órganos mediante los cuales el Yo, y sobre todo las facultades superiores del alma, pueden expresarse más intensamente.

En la vida física un hombre se mantiene erguido extendiendo firmemente sus piernas; su Yo irradia a través de sus manos en actos de bendición; y moviendo su cabeza puede observar la tierra o los cielos. Pero al estudiar la naturaleza humana, aprendemos también que nuestras piernas se extienden de la mejor manera en una acción fuerte y consciente si primero han aprendido a doblar la rodilla donde la reverencia es realmente una acción fuerte y consciente si primero han aprendido a doblar la rodilla donde la reverencia es realmente merecida. Porque esta genuflexión abre la puerta a una fuerza que busca abrirse camino en nuestro organismo. Las rodillas que no han aprendido a doblarse en reverencia sólo emiten lo que siempre han tenido; extienden su propia nulidad, a la que no han añadido nada. Pero las piernas que han aprendido a hacer la genuflexión reciben, cuando se extienden, una nueva fuerza, y entonces es ésta, y no su propia nulidad, la que extienden a su alrededor. Las manos que quisieran bendecir y consolar, aunque nunca se hayan doblado en reverencia y devoción, no pueden otorgar mucho amor y bendición desde su propia nulidad. Pero las manos que han aprendido a plegarse en reverencia han recibido una nueva fuerza y son penetradas poderosamente por el Yo. Porque el camino tomado por esta fuerza conduce primero a través del corazón, donde enciende el amor; y la reverencia de las manos cruzadas, habiendo pasado a través del corazón y fluyendo hacia las manos, se convierte en bendición.

La cabeza puede girar los ojos y aguzar los oídos para observar el mundo en todas direcciones, pero no presenta nada más que su propio vacío. Sin embargo, si la cabeza se ha inclinado en reverencia, adquiere una nueva fuerza; llevará al encuentro del mundo exterior los sentimientos que ha adquirido a través de la reverencia.

Cualquiera que estudie los gestos de la gente, y sepa lo que significan, verá cómo la reverencia se expresa en la fisonomía externa; verá cómo esta reverencia aumenta la fuerza del Yo y así hace posible que el Yo penetre en lo desconocido. Además, esta autoeducación por medio de la reverencia tiene el efecto de sacar a la superficie nuestros oscuros instintos y emociones, nuestras simpatías y antipatías, que de otro modo se abren paso en el alma inconsciente o subconscientemente, sin ser cuestionados por la luz del juicio. Precisamente estos sentimientos se limpian y purifican mediante la autoeducación por la reverencia y mediante la penetración por el Yo de los miembros superiores del alma. Las oscuras fuerzas de simpatía y antipatía, siempre propensas al error, son impregnadas por la luz del alma y transformadas en juicio, gusto estético y sentimiento moral rectamente guiado. Un alma educada por la reverencia convertirá sus oscuras apetencias y aversiones en sentimiento de lo bello y sentimiento de lo bueno. Un alma que ha limpiado sus oscuros instintos e impulsos volitivos por medio de la devoción construirá gradualmente a partir de ellos lo que llamamos ideales morales. La reverencia es algo que plantamos en el alma como una semilla; y la semilla dará fruto.

La vida humana ofrece otro ejemplo. En todas partes vemos que el curso de la vida de un hombre pasa por etapas ascendentes y descendentes. La infancia y la juventud son etapas de ascenso; luego viene una pausa, y finalmente, en los últimos años, un declive. Ahora bien, lo notable es que las cualidades adquiridas en la niñez y la juventud reaparecen en una forma diferente durante los años de decadencia. Si ha habido mucha reverencia, correctamente guiada, como parte de la experiencia de la niñez, ésta actúa como una semilla que fructifica en la vejez como fuerza para la vida activa. Una niñez y juventud durante las cuales la devoción y el amor no fueron fomentados bajo la guía correcta, conducirán a una vejez débil e impotente. La reverencia debe apoderarse de toda alma que quiera progresar en su desarrollo.

¿Cómo es, entonces, con la cualidad correspondiente en el objeto de nuestra reverencia? Si miramos con amor a otro ser, entonces el amor recíproco de éste revelará lo que tal vez pueda surgir. Si un hombre se dedica amorosamente a su Dios, puede estar seguro de que Dios se inclina hacia él también con amor. La reverencia es el sentimiento que desarrolla por lo que él llama su Dios ahí fuera en el universo. Puesto que la reacción a la reverencia no puede llamarse en sí reverencia, no podemos hablar de una reverencia divina hacia el hombre. Entonces, ¿Qué es precisamente lo opuesto a la reverencia en este contexto? ¿Qué es lo que sale al encuentro de la reverencia cuando ésta busca lo divino? Es el poder, la omnipotencia de lo divino. La reverencia que aprendemos a sentir en la juventud vuelve a nosotros como fuerza para vivir en la vejez, y si nos volvemos reverentes hacia lo divino, nuestra reverencia vuelve a nosotros como una experiencia del Todopoderoso. Eso es lo que sentimos, tanto si miramos a los cielos estrellados en su gloria sin fin y nuestra reverencia se extiende a todo lo que hay a nuestro alrededor, más allá de nuestra brújula, como si miramos a nuestro Dios invisible, en cualquier forma, que impregna y anima el cosmos.

Miramos hacia arriba, hacia el Todopoderoso, y llegamos a sentir con certeza que no podemos avanzar hacia la unión con lo que está por encima de nosotros a menos que primero nos acerquemos a él desde abajo con reverencia. Cuando nos sumergimos en la reverencia, nos acercamos más al Todopoderoso. Así podemos hablar de un Todopoderoso en este sentido, mientras que un verdadero sentimiento por el significado de las palabras nos impide hablar de un Omnipotente. El poder puede incrementarse o aumentar en proporción al número de seres sobre los que se extiende. Es diferente con el amor. Si un hijo es amado por su madre, esto no le impide amar igualmente a su segundo, tercero o cuarto hijo. Es falso que alguien diga: Debo dividir mi amor porque debe abarcar dos objetos. Es falso hablar de un "todo-conocimiento" o de un "todo-amor" indefinido. El amor no tiene grado ni puede ser limitado por cifras.

El amor y la devoción juntos conforman la reverencia. Podemos tener una actitud devota hacia tal o cual desconocido si tenemos el sentimiento adecuado hacia él. La devoción puede ser aumentada, pero no tiene que ser dividida o multiplicada cuando se siente por un número de seres. Puesto que esto es válido también para el amor, el Yo no tiene necesidad de perderse o dispersarse si se vuelve con amor y devoción hacia lo desconocido. El amor y la devoción son, pues, las guías correctas hacia lo desconocido, y los mejores educadores del alma en su avance desde el Alma Racional hacia el Alma Consciente.

Mientras que la superación de la ira educa al Alma Sensible, y la búsqueda de la verdad educa al Alma Racional, la reverencia educa al Alma Consciente, poniendo cada vez más conocimiento a su alcance. Pero esta reverencia debe ser dirigida y guiada desde un punto de vista que nunca apague la luz del pensamiento. Cuando el amor fluye de nosotros, asegura por su propio valor que nuestro Ser pueda ir con él, y esto se aplica también a la devoción. Podríamos perder nuestro Ser, pero no es necesario. Ese es el punto, y debe tenerse especialmente en cuenta si un impulso de reverencia entra en la educación de los jóvenes. Una reverencia ciega e inconsciente nunca es correcta. El cultivo de la reverencia debe ir acompañado del cultivo de un sano sentimiento del Yo.

Mientras que los místicos de todas las épocas, junto con Goethe, han hablado del elemento desconocido, indefinido, al que el alma se siente atraída, como el eterno-femenino, podemos, sin malentendidos, hablar del elemento que siempre debe animar la reverencia como el eterno-masculino. Pues del mismo modo que el eterno femenino está presente tanto en el hombre como en la mujer, también este eterno masculino, este sano sentimiento yoico, está presente en toda reverencia del hombre o de la mujer. Y cuando el Chorus mysticus de Goethe se presenta ante nosotros, podemos, habiendo llegado a conocer la misión de la reverencia que nos conduce hacia lo desconocido, añadir el elemento que debe impregnar toda reverencia: el Eterno-masculino.

De este modo, ahora podemos llegar a comprender correctamente la experiencia del alma humana cuando se esfuerza por unirse con lo desconocido y alcanza la Unio mystica, en la que se consuma toda reverencia.

Pero esta unión mística dañará al alma si el Yo se pierde mientras busca unirse con lo desconocido en cualquier forma. Si el Yo se ha perdido, no aportará nada de valor a lo desconocido. El autosacrificio en la Unio mystica requiere que uno se haya convertido en algo, debe tener algo que sacrificar. Si un Yo débil, sin fuerza en sí mismo, se une con lo que está por encima de nosotros, la unión no tiene ningún valor. La Unio mystica sólo tiene valor cuando un Yo fuerte asciende a las regiones de las que habla el Chorus mysticus. Cuando Goethe habla de las regiones a las que la reverencia superior puede conducirnos, para obtener allí el conocimiento más elevado, y cuando su Chorus mysticus nos dice con bellas palabras:

Todas las cosas pasajeras
No son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-femenino
nos atrae hacia lo alto

Entonces, si entendemos correctamente la Unio mystica, podemos responder: Sí-

Todas las cosas transitorias
no son más que una parábola;
La insuficiencia de la Tierra
encuentra aquí su plenitud;
Lo indescriptible
Aquí se convierte en hecho;
Lo eterno-masculino
nos lleva a lo alto.

Traducido por J.Luelmo feb.2019