LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL
Rudolf Steiner
La cuestión de la mujer y la Teosofía
Berlín, 2 de noviembre de 1905
Hoy permítanme abordar un tema muy actual, que afecta al presente inmediato, desde el punto de vista de la teosofía, y que puede estar a la orden del día, para poner en luz nuestra cosmovisión sobre una cuestión así, un movimiento que interviene directamente en la vida cultural. Para ello, permítanme citar un pequeño ejemplo de los últimos días, que es extraordinariamente significativo en varios aspectos. Es significativo que precisamente las personas con mentalidad práctica comprendan la necesidad de profundizar nuestra cultura a través de la cosmovisión teosófica y que, por otro lado, en los círculos más amplios, la teosofía siga siendo algo bastante desconocido.
El domingo pasado apareció en el «Tag» un artículo muy curioso, cuyo contenido político no voy a comentar en absoluto, sobre Rusia, Japón y la paz, escrito por Carl Peters. Se puede pensar lo que se quiera del nombre de Carl Peters, pero nadie negará que es uno de los grandes profesionales de nuestro tiempo. En este artículo habla de la diferencia en la percepción de la paz alcanzada entre Japón y Rusia dentro de ambos países. Menciona el manifiesto con el que se anunció esta paz al pueblo en Rusia, que contiene las palabras de que Dios conceda su gran bendición a este pueblo y al desarrollo de la lejana Rusia. A continuación, menciona el anuncio de la paz a Rusia. [El Mikado dice en su manifiesto de paz]: El resultado de la guerra se debe atribuir a las almas bondadosas de nuestros antepasados. Una vez aseguradas la paz y la tranquilidad, invocamos a los grandes antepasados para que nos hagan capaces de entregar los frutos a nuestros descendientes. El emperador de Japón visita el templo para comunicar a los antepasados imperiales la noticia de la firma de la paz. ... [Espacio en blanco] Menciono esto por las palabras que dice al respecto el autor del artículo. Dice: «Ambos tienen en común que apelan a un destino espiritual en el proceso mundial. La diferencia es que, según la concepción oriental, no se trata de una victoria de lo material. La concepción japonesa es más panteísta, la cristiana más [monoteísta]. Cuál de las dos tiene razón no se puede examinar con argumentos racionales». Me gustaría añadir lo siguiente: los japoneses son una nación [sobria, en cierto modo matemática], por lo que no creo que lo que nosotros podemos creer tenga mucha importancia para ellos. Si aceptan que pueden influir en el destino de la Tierra, no es por fe, sino por conocimiento. Me atrevería a suponer que Asia Oriental y Central poseen ciertos conocimientos espirituales con los que el Occidente altamente desarrollado ni siquiera puede soñar. Si pudieran y quisieran introducir esos conocimientos en nuestra cultura, cada vez más superficial, nos proporcionarían valores ideales que irían mucho más allá de lo que nosotros podemos ofrecerles. ... [Espacio en blanco]
No queremos examinar el contenido de estas palabras. Lo que queremos destacar es que han sido pronunciadas por un supuesto [profesional]. Hay dos cosas que deben llamarnos la atención. La primera es que se hace hincapié con palabras tan duras en la necesidad de una profundización espiritual de nuestra cultura, [en fuerzas que no viven en lo material], y que, por otro lado, se haga referencia al este de Asia y se exprese abiertamente la esperanza de que nuestra cultura, cada vez más superficial, reciba un impulso renovador del este, expresando la esperanza de que estos sabios puedan ofrecernos más de lo que nosotros podemos ofrecerles con nuestra cultura. Aquí, un hombre de mundo se toma muy en serio el hecho de que se pueda saber algo sobre las fuerzas que emanan de las personas que ya no viven en la existencia terrenal.
Es muy curioso que, por un lado, se haga tanto hincapié en la necesidad y que, por otro lado, no se tenga conciencia de que desde hace treinta años existe en Europa un movimiento que no parte de los restos de un pueblo antiguo cuya conciencia espiritual no puede alcanzar hoy su plenitud, sino que, digo, desde hace treinta años existe en Europa un movimiento espiritual como es la teosofía. Esto se olvida por completo; y no se tiene en cuenta en absoluto que tal vez estemos llamados aquí a fundar esta cultura espiritual de una manera muy diferente a la de los pueblos del este asiático. Todo ello arroja luz, por un lado, sobre el anhelo de espiritualidad, de conocimiento del mundo espiritual y, por otro lado, diría yo, sobre una concepción superficial de nuestras propias aspiraciones europeas.
Más que cualquier otra cuestión, lo que se ha abordado aquí puede interesarnos al debatir la cuestión de la mujer. El movimiento teosófico no puede ser sospechoso en modo alguno de tratar este asunto de forma reaccionaria. La mera forma en que se ha desarrollado desmentiría de plano tal afirmación. Las mujeres han sido siempre algunas de las mejores fundadoras y colaboradoras del movimiento teosófico. De hecho, la verdadera fundadora de la Sociedad Teosófica, Helena Petrovna Blavatsky, era una mujer. Y la suma de conocimientos que se encuentra en las obras de esta mujer no tiene parangón en las obras culturales de los últimos siglos.
No hay por qué creer eso. Si uno se sumerge seriamente en lo que esta mujer ha aportado, crece la convicción de que lo que se acaba de decir es una verdad. Y Annie Besant, su sucesora, —otra vez una mujer—, supo combinar de manera extraordinaria la ciencia moderna, el pensamiento moderno y la concepción progresista de la vida con la mentalidad teosófica y el movimiento teosófico en general.
Dentro de la Sociedad Teosófica, hombres y mujeres trabajan juntos. Nunca se ha tenido la sensación, de alguna manera, de que el género juegue un papel importante dentro de la sociedad. Sí, es cierto que hay quienes, sin haber comprendido en profundidad el movimiento teosófico, lo han calificado de femenino; en parte porque fue fundado por una mujer, en parte porque quizá ahora la mayoría de los miembros del movimiento sean mujeres. Este hecho nos protege, sobre todo, del prejuicio de que podamos interpretar esta cuestión en un sentido retrógrado u hostil.
Pero el teósofo está llamado a considerar todas estas cosas a la luz de la espiritualidad, a la luz de la cultura espiritual más elevada. También debe hacerlo con respecto a este asunto. Sobre todo, nos llamará la atención que la cuestión femenina, tal y como se nos presenta ahora, es una consecuencia de nuestra cosmovisión moderna, de nuestro pensamiento y nuestro sentir modernos. Tal y como se nos presenta hoy, no habría sido posible hace cien años. En la medida en que la teosofía se preocupa siempre por comprender clara y nítidamente el espíritu de las épocas de la humanidad, también tendremos que comprender claramente cómo, a partir de nuestra cultura, esta cuestión de la mujer ha llegado a ser lo que es. La teosofía se esfuerza menos por criticar que por comprender en todas las direcciones. Por lo tanto, se comportará de manera menos programática con respecto a esta cuestión de la mujer, sino que tendrá que investigar cuál es la causa de esta cuestión.
No es tan fácil llegar al fondo de esta cuestión como de otras. Porque la teosofía se adentra profundamente en la naturaleza humana. Y esta es más variada y complicada de lo que se piensa. Mientras que el hombre moderno podía pasar por alto fácilmente la diferencia entre hombre y mujer, el teósofo debe examinar esta diferencia desde lo más profundo de la naturaleza humana y preguntarse si, a pesar de esta diferencia, esa peculiar colaboración que se ha desarrollado precisamente dentro de la Sociedad Teosófica podría atraer también a círculos culturales más amplios, y si tal vez podría convertirse en una concepción general del mundo en relación con esta cuestión en la actualidad.
Si echamos un vistazo a los tiempos pasados, vemos que la concepción que la mujer tenía de sí misma y la que tenía el sexo opuesto ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Del mismo modo, las instituciones externas en las que vivían ambos sexos también han cambiado considerablemente. Si solo se observa esto de forma superficial, no se llegará a la causa y al fundamento reales. Es sabido que, en los inicios de aquella época a la que no nos lleva la historia, sino la prehistoria, la mujer desempeñaba un papel muy diferente. Se sabe que el patriarcado, la «familia paterna», con su peculiar derecho de sucesión y otras instituciones sociales, surgió de una «familia materna» original, el matriarcado, en el que la mujer tenía una posición privilegiada en lo que se refiere a cuestiones relacionadas tanto con la descendencia, como el derecho de sucesión, etc.El teósofo debe preguntarse: ¿cómo se relaciona tal cosa con las fuerzas espirituales primordiales del mundo? Aquí llegamos a la discusión de un hecho que ya se ha mencionado varias veces, pero que debemos aplicar a este caso particular. La base de toda la vida humana en su desarrollo histórico en la Tierra es natural, tal que se ha desarrollado a partir de una disposición [instintiva] hacia el pensamiento consciente y claro, hacia instituciones conscientes y claras creadas por la mente y ciertos conceptos morales.
Los lazos originales de la humanidad surgieron de la naturaleza. El parentesco consanguíneo era lo original. Las instituciones que crearon los conceptos morales sustituyeron más tarde al antiguo parentesco consanguíneo.
El materialista no ve en este parentesco sanguíneo más que la cruda fuerza de la naturaleza. Pero quien tiene una visión espiritual del mundo sabe que lo que se manifiesta como instinto, lo que aparece como impulso, lo que se expresa como parentesco sanguíneo, se debe todo a fuerzas espirituales, a entidades espirituales que están detrás de la existencia sensorial. Así como hoy en día, de forma más o menos consciente, el orden social es dirigido por los hombres, en la antigüedad eran los devas [o dhyans], poderes divinos, los que dirigían la convivencia de la humanidad [ellos ordenaban las relaciones humanas].
Esta elaboración a partir de una base espiritual, que el ser humano aún desconoce, se manifiesta como impulso e instinto. La portadora de esta predisposición instintiva, fundada en la esencia espiritual, era la mujer. Los antiguos mitos y leyendas de los pueblos le proporcionan un testimonio de este hecho. [Desde el punto de vista teosófico, esto es fácilmente demostrable, pero también se puede demostrar esta visión desde un punto de vista puramente racional. Solo hay que mencionar una cosa. Si observan las imágenes que se remontan a los estados más antiguos de la raza humana, verán en ellas la tradición de una base originalmente femenina de toda la raza humana. Los griegos representaban [en las representaciones más antiguas] a Zeus con un busto femenino.
La cosmovisión teosófica nos lleva de vuelta al origen del tiempo, tan lejos como podemos rastrear el tiempo en la Tierra, a aquellos tiempos en los que aún no existía la separación de sexos, a aquellos tiempos de los que hoy no podemos hablar en detalle, a aquellos tiempos en los que los sexos no estaban distribuidos en dos individuos diferentes, sino que estaban unidos. Los conocedores de la investigación científica sabrán que incluso la ciencia natural apunta a un ser de la prehistoria que no era de un solo sexo, sino de dos. A este respecto, llamo la atención sobre el darwinista Oskar Schmidt. La teosofía habla de aquella época en la que el hombre primitivo representado pictóricamente era una realidad. Se inclinaba más hacia el sexo femenino.
Un poco de reflexión basta para comprenderlo. La acción reproductiva ha estado vinculada al sexo femenino en todas las épocas. Lo que existía como fundamento se ha manifestado también en los contextos sociales externos. En los primeros tiempos, este fundamento natural se tradujo en una especie de cosmovisión moral, que se plasmó en las estructuras sociales, en los derechos y en las instituciones.
Que la fuerza espiritual del ser humano se concentraba especialmente en la mujer nos lo muestra la visión que encontramos en Tácito, donde se consideraba a la mujer como una profetisa [llamada a anunciar desde el mundo espiritual lo que sucederá en el futuro —Velleda, Alruna —], que tiene que anunciar si algo es justo o injusto, si se debe hacer algo o no. Encontramos creencias similares en diferentes pueblos. De estos hechos se desprende que lo espiritual, allí donde aparece en los albores de nuestros tiempos, donde se presenta como algo nuevo, como algo sabio, tiene sus raíces en la misma base de la naturaleza.
Y ahora otra cosa: si nos remontamos a los albores de la cosmovisión religiosa, encontraremos en todos los pueblos un rasgo común relacionado, por un lado, con esta base natural del género humano y, por otro, con la conciencia a partir de la cual se desarrollaron las instituciones más antiguas y los pensamientos y aspiraciones de la humanidad. En épocas muy concretas la cultura y la religión de los diferentes pueblos, se expresa en símbolos sexuales, en alegorías relacionadas con esta base natural. Son épocas ingenuas, pero hermosas y grandiosas, en las que los seres humanos, con encantadora sencillez e ingenuidad, no asociaban nada bajo o frívolo con estos símbolos sexuales, en las que la procreación era para ellos una fuerza de la naturaleza y se simbolizaba en la mujer, que se manifestaba en diversas formas de expresión como la creación divina. Se ha intentado reavivar estas ideas de una supuesta religión sexual. No hay derecho a hacerlo como se ha hecho. Porque la base emocional actual no es la de revivir lo primitivo e inocente que se asociaba a estos símbolos, por lo que la forma en que se habla hoy de estas cosas antiguas resulta algo hiriente para los entendidos.
Solo de forma lenta y gradual, aquellas instituciones, aquellos estados de conciencia que se vinculan con el origen femenino del género humano, pasaron a otro orden, un orden que, en pocas palabras, fue creado por el hombre, por el hombre que se ha separado de esta base natural, por el hombre que no tiene que ver como tal con el progreso visible de la raza humana.
Solo a través de la ley, a través de la regulación jurídica, se introduce el derecho del hombre en el derecho original, basado en el parentesco consanguíneo y tomado desde el punto de vista femenino. Así vemos que, sobre esa base original de una cosmovisión religiosa que parte de las fuerzas generadoras de la naturaleza, se desarrolla lo que encontramos en los vestigios de los pueblos antiguos [antiguas tribus mongolas] como cultura ancestral. Se veneraba en la mujer una fuerza que actuaba de forma inmediata.
Entonces, en lugar de los sabios y adivinos, y en lugar de la veneración de lo femenino inmediatamente presente, aparece lo que se denomina culto a los antepasados, la veneración de los miembros fallecidos del pueblo que se han distinguido por el bien de la comunidad: los antepasados masculinos. Se les veneraba por lo que perduraba más allá de la muerte. Todavía se puede ver esto cuando el Mikado lleva la noticia de la paz y la guerra a las tumbas de sus antepasados. Aquí vemos, pues, la transición de la cultura femenina a la cultura masculina.
Mediante la razón y el pensamiento del hombre, se lleva a cabo de forma lenta y gradual, la conquista de las instituciones que desde tiempos inmemoriales han estado vinculadas a la mujer por la naturaleza. Pero hay algo más relacionado con esto, algo que no puedo describir mejor que como la transición de un conservadurismo primitivo a un idealismo que se va imponiendo gradualmente en el mundo.
Esto se puede observar en aquellos momentos de la evolución mundial en los que se desarrollaron las antiguas culturas religiosas de las que he hablado. Estas se remontan bien a épocas en las que se podía ver lo divino creador en la fuerza reproductiva creadora, bien a épocas en las que esta ya había desaparecido hacía tiempo, pero seguía actuando como algo presente. Estas culturas se basan en algo pasado. En primer lugar, encontramos en la evolución del mundo aquellas que se basan en el punto de partida de la humanidad, que se refieren a lo antiguo, a los orígenes, a lo que es sagrado desde tiempos inmemoriales, a la naturaleza, a los antepasados.
Ese es el punto de partida de la raza humana, y poco a poco esta visión se transforma en otra completamente diferente. En todos los pueblos que han sentado las bases de la cultura a la que nosotros mismos pertenecemos, en lugar del culto a los antepasados se encuentra el culto a los profetas, el culto a aquellos que anuncian el futuro, a aquellos que presentan a los pueblos los altos ideales. El conservadurismo primitivo se transforma poco a poco en idealismo. La mirada al pasado da paso a la mirada al futuro, incluso en el pueblo del que surgió el cristianismo. Los profetas eran las verdaderas grandes personalidades [que lo guiaban], y de la mano con ellos va un distanciamiento de lo natural, del mero parentesco consanguíneo, de todo lo que apunta a los fundamentos de nuestra raza.
Al observar este cambio, contemplamos la enorme profundidad del desarrollo humano. Lo que tiene que ver con la relación entre los sexos, lo que hoy en día es objeto de muchos debates entre antropólogos y otros, el llamado sentido de la vergüenza, no existía en los inicios de nuestra cultura. [Lo relacionado con la procreación humana no se ocultaba; era algo natural, algo evidente]. Solo aparece en el momento en que se produce el cambio caracterizado como una necesidad. Cuando la fuerza de la naturaleza pasó a la razón, a los ideales, se empezó a cubrir lo que se considera un vestigio de la base natural del género humano.
Analicemos este punto más detenidamente. ¿De qué se avergüenza el ser humano? Consideremos este sentimiento de vergüenza en otros ámbitos. En todas partes encontraremos que el ser humano se avergüenza cuando hace algo de tal manera que, en realidad, reconoce más o menos la exigencia de que podría haberlo hecho mejor, que lo que ha hecho no es correcto tal y como lo ha hecho. Desde el punto de vista psicológico, podemos afirmar algo muy similar sobre el sentimiento de vergüenza en general. Está ahí y se refiere a algo que proviene de tiempos antiguos y que puede superarse, y que hoy en día es como no debería ser si miramos hacia el futuro.
El instinto humano, la intuición, apunta hacia algo que la cosmovisión teosófica presenta como una realidad en un futuro lejano. Hoy debo señalar que el desarrollo de la humanidad a través de los sexos es solo una etapa de transición, que, al igual que la humanidad partió de la unión de los dos sexos en un individuo, la humanidad se encamina de nuevo hacia un estado en el que no habrá dos, sino solo un sexo. Así, a través de la cosmovisión teosófica, ven nuestro desarrollo actual situado en un pasado lejano y en un futuro lejano, que son similares entre sí, que se parecen en cierta relación.
Podemos percibir cómo se manifiesta este hecho en las expresiones más íntimas del alma del género humano. Observen las antiguas representaciones artísticas o semiartísticas de la fuerza divina creadora, observen la visión de los antiguos egipcios, que la vinculaban con el culto a Isis, y compárenlas con el rasgo peculiar que emana de la Virgen de Rafael. Lo que es natural, lo que está relacionado con la fuerza generadora, lo vemos expresado de forma semiartística en la antigüedad. La fuerza generadora se oculta tímidamente en una Madonna de Rafael, y nos encontramos con un momento [completamente] diferente, [más elevado]: el amor, que es una relación que sustituye a la antigua relación natural como relación espiritual. La madre con el niño, rodeados por el encanto del amor. Y lo espiritual se expresa, por ejemplo, en la Madonna Sixtina, en las cabezas de ángeles que sobresalen. La fuerza creadora se insinúa como un eco espiritual. Ahí se ve una gran verdad universal presentida por el artista.
Las religiones siguen este camino. Las religiones ascéticas, aquellas que huyen del mundo, no se encuentran en los orígenes de la humanidad. Aparecen solo en la época en la que se ha producido el cambio mencionado. Es grandioso y formidable en los tiempos en que se prepara este cambio. Los salvadores en el desarrollo de la humanidad se representan míticamente como inmaculados. Esto se ve en Buda y en los demás salvadores de la humanidad y, finalmente, en la propia religión cristiana. En la religión, lo más sagrado es la base natural original.
[Compárese nuevamente el culto egipcio a Isis con estas religiones espiritualizadas]. En la transformación de Egipto, esto se insinúa maravillosamente, con el ideal y la sensación espiritualizada en el punto de partida de nuestra era. Entonces sentirán esta transformación en toda la humanidad. Por eso, la cosmovisión teosófica tiene claro que esa base natural de la que partió la raza humana es la expresión fisonómica externa de un ser espiritual. Este ser espiritual es el mismo al que el ser humano se acercará de nuevo de forma consciente en el futuro.
Si tenemos presente que avanzamos desde el espíritu en su forma natural hacia el espíritu en su forma inmediata, comprenderemos mejor muchas cosas que han tenido lugar a lo largo del desarrollo sexual. Entonces comprenderemos mejor, sobre todo, lo que he mencionado anteriormente: la sustitución de antiguas instituciones femeninas y de estructuras femeninas basadas en la base femenina por una cultura masculina, en la que aún vivimos hoy en día. Se pretendía reprimir la base natural. Al principio solo se pudo reprimir en el ámbito de las instituciones externas, pero por lo demás siguió existiendo, por lo que en nuestras instituciones actuales nos encontramos con una curiosa formación híbrida. Por una parte, siguen basándose en lo que proviene de la antigua base natural del parentesco consanguíneo y, por otra, estas mismas instituciones están inmersas en el entendimiento humano, en las instituciones morales que se han superpuesto a ellas. En nuestras instituciones actuales se vislumbra una mezcla variopinta de ambas cosas. [En el fondo, el hombre solo ha encubierto lo que le proporcionó la base natural original de la cultura femenina, que se trasluce por todas partes]. Sin embargo, con su cultura y su competencia, nos orientaremos hacia el futuro. Entonces, este espíritu se manifestará en su forma real y adecuada, a la luz de una visión completamente diferente a la que existía originalmente. Si el hombre primitivo quería elevarse a lo divino, si quería levantar la vista hacia aquello que debe recibir la máxima veneración y adoración, entonces se dirigía al poder creador natural que germinaba y brotaba del propio ser humano.
Esta visión se está transformando cada vez más en otra completamente diferente, y hoy nos encontramos justo en los albores de esta nueva visión. Sin embargo, en algunos elegidos, esta visión se ha desarrollado desde hace mucho tiempo. Tres palabras expresan de manera embrionaria esta visión del mundo en la maravillosa y antigua sabiduría india del Vedanta: Tat twam asi — eso eres tú. ¿Y qué significa esto? Significa mucho. Cuando el sabio vedanta se sumergía por completo en este «tú eres eso», se dirigía a todo el gran universo, se dirigía a todo lo que está fuera de él, se dirige a aquello con lo que se siente uno. Entonces le decía a cada piedra: «Eres de la misma naturaleza y esencia que yo, eso eres tú». Así como mi mano me pertenece, la piedra pertenece a una esencia a la que yo también pertenezco.
A través de esta cosmovisión, todo lo que nos rodea se convierte en una invitación a mirar hacia fuera, a buscar lo divino en el mundo mismo, a adorar al espíritu no solo en las fuerzas creadoras y productoras que actúan a través de la propia naturaleza humana. El «Tat twam asi» es la adoración del espíritu divino en toda la naturaleza y, al mismo tiempo, la invitación a llevar este espíritu divino a todo nuestro entorno, a transformar este entorno para que vuelva a surgir a nuestro alrededor ese estado original del que surgió el propio ser humano.
De la asexualidad surge la sexualidad. De lo masculino-femenino surge lo masculino y lo femenino. Esta diferencia volverá a desaparecer en el mundo exterior colectivo y objetivo cuando el ser humano encuentre su yo en el gran universo, cuando se sienta unido y conectado con todo el gran universo, que no tiene género y que es tanto más perfecto cuanto más elevado está por encima de todas las diferencias similares.
Si esta idea cobra vida por completo, de modo que pueda impregnar la cultura con esta idea del ser humano superior, que se eleva por encima de todo género, entonces habrá salido el sol. Es lo que hoy les brilla como el amanecer de una nueva cultura. Entonces, el futuro de nuestra cultura estará garantizado, esa cultura en la que debemos entrar cuando el idealismo se haya desarrollado más, y esta cultura no debe llevar nada en el mundo exterior que tenga que ver con el género. Así entramos en instituciones, en organismos que nos muestran un entorno cultural, un entorno de costumbres que se aplica por igual al hombre y a la mujer, que son los mismos para el hombre y la mujer.
Esa es la idea teosófica, según la cual el ideal teosófico es transformar nuestras instituciones, que han surgido [de una cultura originalmente femenina y han pasado por una cultura masculina, para llevarlas a un estado superior, en el que estas dos épocas, en el sentido hegeliano, solo estarán presentes como momentos disueltos].
Esto solo puede darse en una cultura que sea espiritual en el mejor sentido de la palabra, una cultura que parta de lo que no tiene nada que ver con la diferenciación de sexos. La que se está preparando en el movimiento teosófico es una de esas. Porque, ¿qué quiere cultivar la cosmovisión teosófica? El yo superior del ser humano, esa naturaleza y esencia que no tiene nada que ver con el hombre y la mujer. Porque lo que el teósofo ve en el ser humano, lo que convierte en objeto de su contemplación especial y de su estudio particular, el ser humano superior, el ser humano espiritual, aparece en una encarnación como hombre y en otra como mujer. El que hoy vive como hombre, al igual que el que vive como mujer, ha pasado por encarnaciones masculinas y otras tantas femeninas. El hombre y la mujer eran una expresión externa de la individualidad interior superior, que no es ni masculina ni femenina.
Por lo tanto, en el ser humano actual ya existe algo que es a la vez masculino y femenino, algo que une ambos lados. Y una cosmovisión que muestra este masculino-femenino a lo largo de las encarnaciones como la base de ambos, una cosmovisión que cultiva esto, prepara el terreno para que el hombre y la mujer sean completamente iguales, no solo en nuestras instituciones legales, sino también en términos emocionales. Mediante el «Tat twam asi» superamos las diferencias de género, y la colaboración entre hombres y mujeres en la Sociedad Teosófica es una especie de modelo, un débil comienzo para una gran y poderosa cultura que debe desarrollarse en esta dirección en el futuro, donde los dos géneros no convivirán en una igualdad abstracta, ya que la diferencia puede ser mayor que en la actualidad. Pero lo que es igual es lo que importa. Es el mundo exterior que nos rodea.
Lo importante no es lo que llevamos dentro, sino lo que vive fuera, a nuestro alrededor. Mientras el ser humano sea egoísta, mientras toda la cultura se base en el dominio y la personalidad, el ser humano seguirá extrayendo de su personalidad femenina o masculina los impulsos para las instituciones. Pero tan pronto como logran lo que se basa en el yo superior, por muy diferente que sea su interior, el mundo exterior, que se refleja en el interior, es el mismo. Para utilizar una imagen, coloquen dos espejos cóncavos, uno convexo y otro cóncavo, y coloquen la misma imagen delante de ambos. El convexo, curvado hacia fuera, mostrará una imagen diferente al cóncavo, pero en ambos casos se trata de la misma imagen. Mientras haya masculino y femenino en el cuerpo físico, naturalmente seguirá habiendo un espejo convexo y uno cóncavo, pero se reflejará el mismo mundo exterior. No debe ser diseñado de manera unilateral por uno u otro sexo.
Quien haya comprendido el espíritu, verá en él algo infinitamente superior. Solo una visión materialista ve en lo espiritual un efecto de la materia. Pero el teósofo llega a la convicción de que toda la materia proviene únicamente del espíritu, que todo lo que hoy es material existía antes en forma espiritual, y que todo lo que pudimos observar en el punto de partida proviene de fundamentos espirituales anteriores. Así, también surgirá un futuro supraespecífico natural a partir del supraespecífico actual, que el propio ser humano crea. Las instituciones externas que traeremos al mundo las crearemos en igual medida a partir del espíritu femenino y masculino. Ellas mismas serán la causa de los efectos naturales posteriores. Lo que el ser humano crea como cultura asexuada creará más tarde una naturaleza supra-sexual.
Por lo tanto, era natural que la cultura primitiva se remontara a la veneración de lo que se conservaba de los tiempos antiguos, a la veneración de las fuerzas reproductivas de la naturaleza, a la veneración de los antepasados. El espíritu precedió a la naturaleza. A través de él se creó la naturaleza. Si se quería contemplar el espíritu, había que mirar hacia los albores del mundo. Pero si se quiere mirar hacia el futuro, hay que colaborar como seres humanos, tanto en estado inconsciente como consciente. Entonces, la mirada profética hacia el futuro sustituye al antiguo culto a los antepasados y a la veneración de los sexos. Lo que debe ser en el futuro, la cultura exterior que debe existir, debemos prepararlo nosotros mismos hoy como cultura.
De este modo, un horizonte mundial amplio y completo nos lleva a una solución de la cuestión femenina que nos abre grandes perspectivas. Si hoy en día, a través de la cosmovisión teosófica, se busca la naturaleza humana superior en el hombre o en la mujer y el sexo sigue siendo un asunto completamente privado, es decir, no se tiene en cuenta lo que realmente se envuelve, entonces, en cierta relación, se trata de esa formación superior del sentimiento que emerge como vergüenza en los tiempos de transición, entonces lo que antes era un recato tímido, hoy es una superación sagrada.
Esa actitud de apertura y visión es un ideal emocional grandioso y poderoso para el futuro. Al desarrollar la visión teosófica del mundo en el ser humano superior, tanto en el hombre como en la mujer, despierta en ellos sentimientos que dan lugar a la creación cultural. De este cuidado de la naturaleza humana superior deben brotar sentimientos nobles, hermosos, que trasciendan todo lo que es bajo. La cultura surgió de una especie de base femenina. Y si miramos atrás a los tiempos antiguos, en todas partes podemos encontrar que las fuerzas reproductivas femeninas se veneraban como naturaleza divina. Esto luego pasó a ser una cultura [masculina]. En primer lugar, tenemos una verdadera oposición a esta cultura [masculina] en el movimiento feminista actual, que también se explica a partir de ella [una rebelión contra esta cultura masculina es hoy el movimiento feminista, y está totalmente justificada].
Pero toda unilateralidad en el mundo nos muestra su complementariedad. Lo que nos encontramos en la historia exterior se nos muestra idealmente en una especie de imagen opuesta. La cultura antigua unilateral busca un contrapunto. La antigua cultura femenina, la cultura de Isis, encuentra su antítesis ideal en el culto a Osiris, que fue destrozado, destruido y por el que Isis añora. Es una imagen a través de la cual lo femenino quiere complementarse, allí donde lo nuevo, surgido del pensamiento [masculino], sustituye a la antigua cultura.
Luego aparece otro ideal en el cristianismo. El cristianismo tuvo que ser al principio una etapa cultural masculina. Pero se complementó. Al igual que la cultura de Isis en un ideal masculino, esta cultura masculina se complementó en un ideal femenino: en el culto a María de la Edad Media.
Goethe también insinuó la oposición entre la cultura femenina y la masculina en su obra «Fausto». «Lo eternamente femenino nos atrae hacia arriba», dice en relación con los versos anteriores. Esto es lo que él imaginaba: la cultura superior será aquella en la que ya no se tenga que anhelar en la mujer la contraimagen del hombre y ya no se tenga que anhelar el ideal femenino de la cultura masculina, en la que ya no sea necesario que lo femenino nos eleve, sino en la que lo divino superior, el yo superior, aparezca como lo que nos eleva en el ser humano. Este yo superior, el ser humano completo, es lo que aspira la cosmovisión teosófica. ¿Cómo no iba a ser la mujer la primera en comprender mejor lo que ahora, en una especie de amanecer, nos espera de la cultura futura?
Hemos tenido una cultura masculina durante milenios. Toda nuestra cultura es una cultura masculina. Nuestra justicia moderna, nuestra teología, nuestra medicina, etc., son casi exclusivamente productos de la cultura masculina. Quien profundice en estas cuestiones encontrará fácilmente una expresión fisiológica del alma masculina. Pero si ahora las cosas cambian, es evidente que quien impulse ese cambio debe ser la mujer. Para que el movimiento teosófico se comprenda más rápidamente, debe entenderse en esta dirección. Quien no lo comprenda así, puede llamarlo hoy, en sentido peyorativo, femenino. Pero quien tenga claro que desde lo femenino también lo masculino, hacia lo masculino-femenino, se produce el gran progreso de la cultura, encontrará natural que la mujer pueda comprender mejor esta cosmovisión teosófica.
Al hombre le resulta más difícil [liberarse de los prejuicios de la cultura actual], ya que ha crecido desde su juventud en el seno de una cultura masculina. Debe transformarse interiormente de manera formal. Y tendrá que hacerlo si quiere estar a la altura de los tiempos. Pero todo lo que está por venir nos impone también la libre interacción, la colaboración totalmente libre entre hombres y mujeres, la igualdad absoluta en la percepción del yo superior, del verdadero espíritu del ser humano.
Así pues, la antigua imagen ideal de lo eterno en el hombre, que nos encontramos en el culto a Osiris, y de lo eterno en la mujer, que en la nueva era ha encontrado una expresión mística y formal y ha sido vivida por poetas y místicos, se transformará en la imagen ideal del ser humano armoniosamente estructurado, sin ninguna parcialidad. Podemos prever una cultura a nuestro alrededor que llevará la fisonomía externa de la suprasexualidad. Esa es la tarea de la cosmovisión teosófica. No trabajamos con frases, con palabras y programas, con exigencias, sino que buscamos, desde la contemplación del espíritu, despertar la vida viva en el alma, abrir la fuente que es creadora en sí misma. No hablamos solo como teósofos, sino que mostramos lo que, según la naturaleza de los hechos, debe desarrollarse en estas almas.
Como se ve en esta cuestión concreta, el espiritualismo europeo, la teosofía europea, tiene algo muy diferente que decir, aparte de reproducir los restos de antiguas cosmovisiones que aún conservan el culto a los antepasados. Tienen la espiritualidad, la referencia a lo espiritual, pero no tienen lo que nosotros tenemos como personas que deben trabajar según ideales, no según viejas costumbres. El espiritualismo es sin duda una necesidad para nosotros y debe llegar al mundo; pero no un espiritismo que lleve los logros de nuestra cultura a las tumbas de los antepasados —aunque podamos comprender y respetar tal cosa—, sino un espiritismo que sea profético, que lleve lo mejor que podemos desarrollar en nosotros [a un altar] para quemarlo en un fuego que sea la luz de nuestro futuro.
Traducido por J.Luelmo dic, 2025
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