GA068d Hamburgo, 3 de marzo de 1906 - Cuestiones educativas

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LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL 

Rudolf Steiner

Cuestiones educativas

 Hamburgo, 3 de marzo de 1906


¡Estimados asistentes! Cuando abordamos de manera práctica las grandes cuestiones culturales de nuestro tiempo, se pone de manifiesto el hecho de que la cosmovisión teosófica no consiste solo en una serie de enseñanzas y dogmas, y que lo importante no es principalmente profesarlos,. Hoy queremos examinar las cuestiones educativas desde el punto de vista teosófico. ¿Qué fruto más hermoso podría brotar de esta cosmovisión que el de introducirnos en las profundidades y en todos los rincones de la naturaleza humana, enseñándonos a comprender al ser humano y, con ello, el arte de influir en él? Por supuesto, eso sería algo diferente a si solo viéramos por curiosidad o sed de conocimiento, para escuchar y aprender cosas desconocidas sobre el espíritu, el alma y el cuerpo del ser humano.

Este camino por sí solo, el camino del aprendizaje, no puede considerarse teosófico, porque el camino teosófico es solo aquel que atraviesa la vida práctica. Para aquellos que no profundizan en las enseñanzas en su vida cotidiana, estas siguen siendo incomprensibles. Solo se conoce al ser humano en relación con el alma y el espíritu cuando se colabora en su vida sin desarrollar. De este modo, también se obtiene información sobre los mundos superiores. Y no podemos negar que es necesaria una comprensión íntima del alma si queremos ser guías.

El ser humano está compuesto por diferentes miembros, de los cuales el cuerpo físico es solo uno. Saber esto es muy importante, ya que quien sabe que el alma de un niño ha tenido una vida rica y que ha completado muchos niveles a lo largo de muchas vidas terrenales se comportará de manera muy diferente con el niño en crecimiento. Las aptitudes y habilidades que aparecen con el nacimiento se han adquirido en vidas anteriores.

Quien sabe que el alma se desarrolla gradualmente a partir de sus envolturas, ve al niño con otros ojos. La teosofía arroja una nueva luz no solo sobre el conocimiento más íntimo de la naturaleza humana, sino también sobre todo el proceso de desarrollo del ser humano a lo largo del tiempo.

Debemos distinguir dos cosas en el ser humano: en primer lugar, un núcleo eterno que vive nuevas experiencias en las más diversas encarnaciones, extrayendo, por así decirlo, lo esencial de cada vida terrenal; y, en segundo lugar, la naturaleza humana inferior, que solo constituye la envoltura del yo propiamente dicho. Repitamos brevemente de qué partes se compone esta naturaleza inferior.

En primer lugar, tenemos el cuerpo físico tangible y visible; en segundo lugar, el cuerpo etérico, que crea la forma del ser humano; en tercer lugar, los deseos, los instintos y las pasiones: el cuerpo astral. En estas envolturas está encerrado el yo superior. Compartimos el cuerpo físico con el reino mineral, el cuerpo etérico con el reino vegetal y el cuerpo astral con el reino animal. Solo el cuarto, el yo, es exclusivo del ser humano. Las envolturas que rodean al yo sirven al ser humano como instrumentos, como herramientas en las que se manifiesta el yo real, lo que ya existía.

Con cada nuevo nacimiento se forman de nuevo estas tres envolturas. Sin embargo, no debemos imaginarnos estas envolturas como capas de cebolla que separan el núcleo del ser del mundo exterior, sino que los cuerpos se impregnan unos a otros y el yo impregna los cuerpos.

Solo aquel que conoce al niño en crecimiento no solo por su cuerpo físico, que se forma y crece, sino que también tiene en cuenta el cuerpo etérico vivificante y el cuerpo astral, puede influir plenamente en su educación.

Pero hay otras cuestiones fundamentales que hay que abordar. Durante más de cien años se han realizado grandes avances en el arte de la educación. Pestalozzi, por un lado, Rousseau, por otro, y Herder han iniciado el intento de encontrar el camino para convertir al niño en un ser humano completo. Se han realizado profundos intentos. A través de la teosofía, estos intentos se profundizan aún más.

Dado que se trata de un tema tan amplio, esta noche nos limitaremos a algunas cuestiones educativas relacionadas con los miembros más delicados del ser humano.

Mientras se considere a los seres humanos como un verdadero caos, solo se podrán obtener resultados a partir de observaciones. La situación es muy diferente para aquellos cuya mirada es capaz de percibir los cuatro miembros del ser humano, o que al menos conocen las relaciones entre estas cosas. El niño se desarrolla de manera diferente en los primeros años de vida y de manera diferente en los años posteriores. Por ahora, dejemos de lado el yo y ocupémonos de los cuerpos físico, etérico y astral.

Consideremos al niño tal y como se nos presenta tras su nacimiento. Tenemos el cuerpo físico, que es lo más importante. A partir de los siete u ocho años, lo más importante es cuidar con esmero el cuerpo etérico. En el momento en que se avecina la madurez sexual, el cuerpo astral necesita un tratamiento educativo muy especial.

¿Qué debe suceder en el primer año de vida? El cuerpo etérico se dedica por completo al crecimiento del cuerpo físico, de modo que, según su disposición natural, aún no está libre para el cuerpo astral. Solo más tarde, cuando el cuerpo físico está formado, el cuerpo etérico queda libre para crecer de forma independiente, lo que, desde el punto de vista ocultista, está relacionado con la voluntad, que se encuentra en lo más profundo.

Lo que más fácilmente cambia en el ser humano son sus conceptos e ideas. Los conceptos que nos formamos sobre las cosas en la primera infancia difieren considerablemente de lo que pensamos sobre ellas más adelante en la vida. Nuestro mundo emocional también es cambiante, aunque se modifica con más dificultad que el mundo conceptual. Por ejemplo, si un niño tiene un carácter malhumorado, le resultará difícil desprenderse de él. El temperamento y el carácter son más difíciles de cambiar.

Lo más difícil es el carácter básico de la voluntad, porque la voluntad tiene su sede donde el ser humano menos puede llegar. Puede crear una nueva comprensión, adquirir nuevos sentimientos, pero hay una cosa que no puede hacer: no puede trabajar en el cuerpo físico, y eso es lo que da al carácter de la voluntad su matiz básico. Solo en los primeros años de vida es posible trabajar en el cuerpo físico. El educador debe tener esto siempre presente. Para él, lo importante ahora es formar el valor de la voluntad en los primeros años; debe dedicarse por completo a su formación pura; debe tener cuidado de no interferir de forma perturbadora al querer enseñar conceptos al niño demasiado pronto. Por lo tanto, la voluntad debe desarrollarse antes que nada. El ser humano tiene en sí mismo el impulso de imitar. El educador debe centrar su atención principalmente en este impulso de imitación. Debe asegurarse de que el niño disponga de buenos modelos a imitar. El educador debe influir en el niño con su mera presencia. Las bases de algunas cualidades útiles, como la intrepidez y la presencia de ánimo, deben sentarse ya en los primeros años. Hasta los siete años, la atención debe centrarse en educar el cuerpo físico para que se convierta en un organismo útil.

¿No se puede influir en absoluto en el cuerpo etérico durante ese periodo? El educador no podrá intervenir mucho. Debe actuar a través de su presencia. Entonces comprenderá que los sentimientos y los pensamientos son hechos. No debe creer que solo una bofetada, un empujón o [una] indigestión son algo real, sino que debe tener claro que es igualmente real si tiene buenas o malas intenciones, y que no da lo mismo qué intenciones tenga quien cuida al niño. No importa lo que se haga con el cuerpo etérico y astral del niño, sino con qué pensamientos, con qué actitud, con qué atmósfera se rodea al niño. Dependiendo del entorno, la actitud del niño será noble o vil. Así es posible influir en el niño de forma sistemática, con plena conciencia, a través del ejemplo en la vida cotidiana. Todo lo que el niño absorbe, lo absorbe a través de los sentidos, y lo que absorbe, lo imita. De este modo, es posible influir en él de forma armoniosa.

Sería muy importante que desde el punto de vista teosófico se trabajara a fondo esta idea, para que se pudiera comprender cada vez mejor la enorme importancia que tiene el entorno para un niño pequeño. Intentemos aclararlo con algunos detalles concretos. Algunas personas creen que le hacen un gran favor al niño regalándole una bonita muñeca. A los ojos del ocultista, esto es lo peor que se le puede hacer. Con la bonita muñeca se encauza por determinados caminos el instinto de imitación del niño, que es lo que se pretende estimular. Se mata la fuerza creativa. Si se observa bien a un niño, se verá con frecuencia que tira los juguetes más bonitos y se crea uno nuevo con los materiales más sencillos. No se le debe dar al niño una imagen de la realidad. La imitación no debe limitar la imaginación. El niño debe vivir en un mundo de fantasía, la imaginación debe ocupar al niño.  Debe desarrollar sus propias fuerzas, crear su propio mundo imaginario. Y esta fuerza interior permanece inactiva en la bonita muñeca. Los juegos del niño son réplicas de lo que oye y ve; exigen esfuerzo de voluntad. Esto despierta dos tipos de energías: la destreza y la capacidad de mantener el equilibrio en las más diversas circunstancias. Estos son algunos de los aspectos que hay que tener en cuenta a la hora de abordar la educación del niño pequeño.

Alrededor del séptimo año, el cuerpo etérico se vuelve más libre. El cuerpo físico ha adquirido ahora la fuerza vital para seguir desarrollándose. Ahora es importante influir en el cuerpo etérico y desarrollar sus fuerzas, que son: la memoria y la atención. En esta etapa hay que inculcar buenos hábitos. El educador debe desarrollar ahora estas fuerzas del alma.

Los pedagogos actuales también han tenido esto en cuenta. Todavía no se debe influir en el cuerpo astral, eso vendrá más adelante; en estos años lo principal es la educación formal. En un primer momento no se trata de adquirir una gran cantidad de conocimientos determinados, sino del ser humano en sí mismo. Lo que el ser humano no aprende en estos años en materia de geografía y demás, lo puede recuperar más adelante, pero lo que no puede recuperar es la adquisición de la capacidad de memorización y de la atención. Y estas facultades deben fortalecerse para que el ser humano se preserve más adelante de la inconstancia, para que aprenda a ser firme y no se vuelva inestable. Por lo tanto, lo importante a esta edad es impartir una educación formal.

En este sentido se cometen grandes errores. Se quiere formar la capacidad de juicio del niño lo antes posible, responderle al porqué y al cómo. Pero aún no es el momento adecuado para ello. Más bien se le debe ofrecer al niño una suma de observaciones y así fortalecer su memoria. Se debe fomentar el silencio interior, se debe intentar limitar las preguntas incesantes para promover así una rica vida interior. En un primer momento, no se trata de decir sí o no, sino de desarrollar la capacidad de juicio propio, que se vería limitada si se le dijera: «Debes hacer esto, no debes hacer aquello», sino que se debe actuar más bien a través de ejemplos y relatos. Lo espiritual debe reflejarse en símbolos, cuentos y mitologías que se transmiten al niño, despertando así fuerzas espirituales más profundas. Al decir sí y no, limitamos las fuerzas; estas deben desarrollarse por sí mismas. No se debe inculcar al niño una moral preestablecida; hay que intentar generar grandes pensamientos y sentimientos por grandes personalidades. Si es posible, poca doctrina. Las historias sobre grandes personalidades surten mejor efecto que las reglas morales. Describir el mundo, pero no enseñar reglas y leyes. En esta etapa no se debe fomentar el juicio propio ni la visión propia; el niño aún no está maduro para ello. Pero lo que se descuida en la formación de la memoria entre los siete y los catorce años no se puede recuperar más tarde. Por ejemplo, en matemáticas: una vez sentadas las bases mediante la enseñanza visual, la memoria debe servir para aprender las tablas de multiplicar. Lo mismo se aplica a los idiomas y otras materias.

 El educador debe ir retirándose poco a poco y convertirse en un servidor del niño. No solo debe llenar el alma del niño con sabiduría, sino que debe acercarse a la esencia del niño y salir de su alma. Debe ser un descifrador de enigmas. Es una gran ganancia para el alma que la envoltura etérica adquiera una forma sólida entre los siete y los catorce años. Cuando se ejercita la memoria y se desarrolla la capacidad de que el niño pueda concentrarse tranquilamente en un objeto, se crean hábitos sólidos y duraderos que se convierten en constantes en las personas y permanecen con ellas toda la vida.

Lo que sabemos hacer debe practicarse. En estos años hay que repetir una y otra vez que todo se convierta en un hábito. Las fuerzas creativas y formativas se desarrollan en los años once, doce y trece. La tarea del educador es ahora pasar del ejemplo a la capacidad de juicio; el niño debe aprender a utilizar sus fuerzas más sutiles. No hay que actuar solo sobre el ánimo, ni solo mediante prohibiciones y mandatos. Pitágoras mantuvo el equilibrio y dio sabias enseñanzas, revestidas de una forma que mantenía el equilibrio entre el ejemplo y el principio. No debes golpear el fuego con tu espada, es decir: quien se enfada desperdicia su fuerza. Ahora bien, él expresa esto de una manera que no solo actúa sobre la mente abstracta, sino que resume la enseñanza en una imagen que estimula la imaginación del niño, desarrolla su fantasía, su imaginación. Los principios pitagóricos son un término medio entre la imagen y el principio. Se debe trabajar para que el niño aprenda a formarse su propia opinión. La opinión del niño no debe verse limitada por doctrinas estrictas, ni restringida, sino ampliada. Y esto se consigue mediante imágenes, mediante representaciones simbólicas de las grandes verdades. Durante los primeros años escolares, es importante establecer el equilibrio adecuado entre el descanso y el trabajo en relación con el cuerpo etérico. Cuando se acerca el momento de la madurez, es necesario alcanzar el equilibrio adecuado para que el ser humano pueda desarrollarse plenamente en los tres mundos. La primera tarea consistía en liberar el cuerpo etérico de las exigencias y los esfuerzos físicos del cuerpo; para ello era necesario observar cuidadosamente cómo endurecer y flexibilizar el cuerpo mediante ejercicios gimnásticos y, a continuación, proporcionarle el descanso necesario, acostumbrarlo al descanso mientras el cuerpo etérico trabaja.

Según se acerca el tercer periodo, que es cuando se llega a la madurez sexual, las tareas del educador se vuelven cada vez más difíciles. Hay que trabajar con cuidado en el cuerpo astral. Ahora es cuando hay que enseñar al niño a formarse su propio juicio. Antes, lo que se buscaba era el silencio. En el primer periodo, el niño se ve impulsado a imitar a través de sus sentidos; por eso es importante crear el modelo adecuado. En el segundo período, se debe influir en el niño mediante la autoridad; esto es natural y tiene un efecto beneficioso, ya que genera fe y confianza. Afortunado el niño que mira con reverencia a una autoridad que lo es todo para él. Durante el tercer período, el educador debe dejar que su propia sabiduría pase a un segundo plano frente a la sabiduría del ser humano que tiene ante sí en el niño que está creciendo. La madurez sexual está relacionada con la independencia del ser humano. Para ello es necesaria una preparación. Lo que el cuerpo astral debe absorber debe prepararse en el cuerpo etérico. Esto se refiere a una formación armoniosa del mundo emocional. Si se logra generar sentimientos estéticos y elegantes en el niño, esto repercute en el cuerpo astral y genera una capacidad de juicio normal, armoniosa y estética.

No es bueno que los niños de 16 o 17 años se acerquen a nosotros con juicios preconcebidos; esto tiene consecuencias amargas. Hay que acercarles a los personajes nobles de la historia, a los poemas hermosos, a las obras de nuestros grandes maestros, pero no a las confesiones. Las confesiones provocan un sí o un no, pero no una vida interior rica. Y quien no ha tenido la suerte de tener autoridades ante sí, tampoco llegará a formarse un juicio propio.

Ahora ha llegado el momento en el que debemos esforzarnos por desarrollar la relación entre las personas. Antes se trataba de despertar el sentimiento de veneración; ahora debe aprender a reconocer por sí mismo el valor de las diferentes personas. Ahora aprende a distinguir su antigua relación con las personas como ser humano, reconoce lo que tiene valor y lo que no. Porque, ¿qué hay que despertar ahora? Los afectos, las sensaciones, el placer y el dolor. El astral se desarrolla en relación con el entorno. Por eso, primero debemos cuidar el cuerpo astral para que actúe hacia dentro. Ahora sale al exterior. Para que haga un uso correcto de su libertad, debe estar preparado por el cuerpo etérico. El cuerpo astral también se denominaba cuerpo de impulsos y deseos. Si no está bien preparado, se manifiesta en forma de deseos salvajes y vicios de la vida académica. Si no está preparado para la libertad, la fuerza impulsora que quiere manifestarse se vuelve salvaje y desenfrenada; debe consolidarse en años anteriores mediante la educación del cuerpo etérico.

Gracias a los conocimientos teosóficos, el educador será capaz de profundizar y espiritualizar sus habilidades pedagógicas. Así, la teosofía resulta útil cuando se aprovecha para influir en la juventud. Quien intente aplicar estos conceptos de forma práctica en la vida reconocerá lo útil que es tenerlos. Entonces obtendrá el conocimiento de forma práctica a partir de la vida, incluso renunciando a la cosmovisión teosófica. Y este conocimiento práctico vale más que la curiosidad y el afán de saber.

Los conocimientos materiales externos no dependen en muchos casos de nosotros. El Estado, la clase social y las circunstancias suelen ser decisivos, pero eso tampoco es lo más importante. Lo que exige la profesión y la clase social puede tomar un rumbo bueno o malo. Incluso con el plan de estudios más defectuoso y las aulas más abarrotadas, se puede influir si se conoce a las personas. Si es cierto que el ser humano puede desarrollar todas sus facultades de forma armoniosa, esto solo puede suceder si se le conoce desde los primeros años de vida, incluso antes del nacimiento.

Lo espiritual es realidad. No es indiferente qué pensamientos rodean a un niño, no es indiferente quién recibe al ser humano. Es muy importante si la persona que recibe a un ser humano tiene pensamientos y sentimientos buenos o malos; el médico y la comadrona deberían ser personalidades refinadas, con formación sacerdotal. Si es así, el ser humano entra en una atmósfera pura al nacer, y eso no es indiferente. El espíritu es algo real. Este es un ámbito en el que una educación sensata puede ser muy útil y, a la inversa, la ignorancia puede ser muy perjudicial. El ser humano entra en la existencia de forma imperfecta. Entra en la existencia para adquirir capacidades superiores; debe pagar con su indefensión la posibilidad de ascender. Hay que ayudarlo. En esto reconocemos verdaderamente la solidaridad de toda la humanidad, la necesidad de la ayuda mutua. Así, toda la humanidad es un gran cuerpo del que los individuos son solo miembros. Esto nos da una comprensión de la fraternidad, el primer principio de la Sociedad Teosófica.

Cuando el ser humano llega a la existencia, no se trata, en el sentido más eminente, de una vida completa; la tarea de los educadores consiste en formarlo para la cultura, y eso solo puede suceder si se hace desde el sentimiento de fraternidad, desde el sentimiento de comunidad.

Respuesta a una pregunta

Un profesor, que evidentemente estaba profundamente conmovido por este discurso claro y convincente, hizo una pregunta sobre las relaciones hereditarias.

Respuesta: El educador debe ser ante todo un observador. Debe observar la naturaleza humana del niño. En un primer momento, no importa si tiene una visión materialista, según la cual las aptitudes y los instintos del niño son hereditarios, o una visión teosófica, según la cual el ser humano ha adquirido sus aptitudes en vidas terrenales anteriores y, por ese motivo, ha nacido en determinadas circunstancias y de determinados padres. Los hechos, el resultado de la observación, serán siempre los mismos. El educador debe abstenerse de intervenir violentamente en el desarrollo del niño. Veamos un ejemplo: un educador trabajaba con un niño de once años en una familia. Este niño tenía un retraso mental y su cuerpo tampoco era normal, ya que tenía la cabeza demasiado grande. Nunca había pasado de la clase más baja. Entre otras cosas, sus cuadernos de matemáticas estaban en un estado lamentable. Cuando hacía un ejercicio, nunca acertaba y lo borraba hasta dejarlo lleno de agujeros.

El educador no se desanimó y se dijo a sí mismo: el alma ya formaría el cuerpo. Con cuidado, se dedicó a formar el alma del niño, trabajando según el principio del mínimo esfuerzo. Partió de puntos de vista muy concretos y descubrió que se puede aprender a adivinar acertijos. En un año y medio logró educar al niño para que se convirtiera en un niño normal, porque supo reconocer las causas de sus características y de dónde provenían. La cabeza grande fue adquiriendo poco a poco la forma correcta; el niño se desarrolló con normalidad y más tarde fue capaz de estudiar.

Sería muy deseable que la cuestión de la educación se elaborara a fondo a la luz de la teosofía.

Traducido por J.Luelmo dic, 2025

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