El hombre como mediador entre mundos de dioses.
Sobre el sentido de la existencia humana.
A través de las reflexiones de ayer intenté evocar una representación de la posición del ser humano en el cosmos. Si se observa al ser humano desde el punto de vista que se encuentra más allá del umbral que separa el mundo sensible del mundo suprasensible, se revela la esencia del ser humano como un eslabón dentro del cosmos. Ayer intenté mostrar, en primer lugar, cómo el ser humano se encuentra, en cierto modo, exteriormente en el cosmos, señalando que detrás de la cortina que se extiende a nuestro alrededor y que contiene todas las impresiones sensoriales, hay un mundo espiritual. He subrayado que este mundo espiritual es un mundo gélido, un mundo frío. Es el mundo en el que, como ustedes saben, estamos inconscientes entre el dormir y el despertar, pero en el que en realidad nos encontramos, aunque entonces no percibimos su carácter real, sino que por el contrario, mediamos en la comunicación del mundo espiritual con él al llevar nuestro amor caluroso precisamente a este mundo. Con ello nos hemos adentrado en un ámbito espiritual. Pero ese ámbito espiritual que constituye nuestro entorno real es otro ámbito espiritual, —ya lo señalé ayer—, es aquel que se encuentra por debajo del espejo que nos devuelve los recuerdos. El ámbito espiritual del que surge la estructura de nuestro organismo de los miembros, con todo lo que pertenece a este organismo, es el ámbito espiritual al que aspira el místico común. Pero no lo encuentra, porque solo se encuentra cuando el ser humano penetra en los misterios de su organismo físico y etérico para descubrir entonces precisamente lo que forma, configura e impregna de movimiento a este organismo físico y etérico. Este ámbito tiene un carácter esencialmente diferente al del ámbito espiritual que se puede describir para el mundo exterior. Esta zona no necesita ser calentada por el ser humano. Esta zona es, en cierto modo, una zona que da la impresión de calor. Es la zona que está dotada de fuerzas opuestas a las de la anterior. He dicho que la zona anterior está dotada de las fuerzas que mantienen unido el cosmos espiritual, las fuerzas centrípetas; esta otra zona, de la que provienen las fuerzas que mueven nuestras extremidades, está impregnada de las fuerzas opuestas, las fuerzas centrífugas, aquellas fuerzas que actúan continuamente expandiendo, por así decirlo, el universo espiritual. Son las fuerzas centrífugas. Pero no debe imaginarse estas fuerzas como fuerzas físicas, sino como entidades espirituales. En cierto modo, vemos la constitución del universo. Relacionamos lo que constituye el universo con lo que hay en nosotros mismos. Seguimos las fuerzas que viven en nuestros ojos, en nuestros oídos, en resumen, en nuestro aparato sensorial, y las reconocemos como las fuerzas que mantienen unido el mundo. Encontramos en nosotros las fuerzas que nos permiten mover los brazos, las piernas y realizar muchas otras funciones de nuestro organismo, y debemos considerarlas como aquellas fuerzas que, si se dejaran a su libre albedrío, dispersarían el universo en la inmensidad. Como seres humanos, estamos inmersos en este contexto de fuerzas. Dentro de este contexto de fuerzas se encuentra el mundo de las entidades más diversas, aquellas entidades con las que las nueve jerarquías de las que hemos hablado de vez en cuando se relacionan precisamente a través del ser humano. El ser humano es el mediador entre los mundos de los dioses. Se podría decir que los dioses se encuentran a través del ser humano.
Se mira hacia el universo y se ve al ser humano, en cierta relación, como el mediador de los mundos divinos. Se desea que esa conciencia impregne las almas humanas, pues solo a partir de esa conciencia pueden superarse los elementos egoístas de las antiguas religiones. Estos elementos de las antiguas religiones se basan en gran medida en el egoísmo. Cuando se predica a los seres humanos desde las confesiones existentes, se hace para apelar a sus instintos egoístas de inmortalidad y similares. Al hablar desde las confesiones tradicionales, se apela a estos instintos egoístas. Solo hay que tener sensibilidad para percibir cómo se especula con estos instintos egoístas. La ciencia espiritual presentará al ser humano de tal manera que tome conciencia del papel que desempeña en todo el cosmos, de cómo a través de él se conectan un mundo de fuerzas centrípetas y un mundo de fuerzas centrífugas, que en el fondo solo se encuentran en el propio ser humano (véase el dibujo).
Si lo que acabo de decir no se queda en una teoría abstracta, sino que se traslada al mundo de los sentimientos y las sensaciones del ser humano, entonces este se siente parte del universo y se dice a sí mismo: «Estoy aquí por el desarrollo del universo, a través de mí fluye la corriente de los acontecimientos cósmicos». Este sentimiento de estar arraigado en el universo es lo que debe impregnar la conciencia del presente y del futuro próximo. Piensen por un momento en cómo este sentimiento se contrapone a otro sentimiento que ha sido impulsado a la superficie del desarrollo humano por la cultura de los últimos tres o cuatro siglos. ¿Han impulsado estos últimos tres o cuatro siglos por sí mismos algo de esa conciencia del ser humano? No, científicamente no se ha reflexionado en absoluto sobre lo que es y significa el ser humano en el universo. Se ha puesto el foco en la cadena animal. Se aprendió a reconocer cómo se desarrolla una forma animal a partir de otra, y entonces se dijo: bueno, el ser humano es la forma animal más elevada. Se le colocó, por así decirlo, como el animal más elevado por encima de los animales inferiores. Se aprendió a conocer al ser humano en su animalidad. No se hablaba en absoluto de la esencia del ser humano. Este es el cambio que debe producirse en el alma de la humanidad a partir de hoy, que el ser humano vuelva a ser consciente de que es un punto de paso para las fuerzas divinas, que es, en cierto modo, el lugar donde se encuentran las jerarquías para poder interactuar en el universo. Y el ser humano debe saber que si piensa mal de sí mismo, actúa de forma mezquina y menosprecia su conciencia humana, no será un mediador entre los mundos superiores e inferiores. El ser humano debe aprender a sentirse como un ser que pertenece al cosmos. Tanto los seres divinos que sirven a las fuerzas centrífugas como los que sirven a las fuerzas centrípetas se encuentran en el ser humano.
¿Y dónde encuentran su equilibrio? Las fuerzas centrípetas actúan preferentemente a través de la cabeza humana, las centrífugas preferentemente a través de las extremidades. La zona media del ser humano, el ser humano rítmico, es la que debe lograr el equilibrio, la concordancia, la armonía entre las fuerzas centrípetas y centrífugas del mundo. Piense en lo que esto significa. Significa que cuando el ser humano desarrolla en sí mismo un cierto estado de ánimo, cuando desarrolla una cierta actitud interior que, como hemos visto en los más diversos ámbitos, solo puede provenir de la ciencia espiritual, entonces da a toda su experiencia interior un cierto matiz, y entonces esta experiencia interior transcurre de una determinada manera. Y esto se expresa hasta en lo orgánico, hasta en el ritmo cardíaco y respiratorio. En otras palabras: la forma en que el ser humano respira, la forma en que late su corazón, tiene un significado no solo dentro del ser humano, sino también dentro de todo el cosmos. Y cuando se percibe el latido del corazón humano, esto significa la interacción de diferentes mundos de dioses o espíritus. La antigua verdad de que el ser humano es un templo para lo divino resurge de los nuevos conocimientos de la ciencia de la iniciación.
Por eso, lo que surge de estos conocimientos de la ciencia iniciática tendrá que tener un carácter diferente al que pueden aportar al ser humano las antiguas confesiones tradicionales. Estas cuentan con su egoísmo. ¿Con qué cuenta lo que puede surgir como percepción del mundo a través de la ciencia espiritual? Cuenta con la responsabilidad del ser humano hacia el mundo. Apela preferentemente al sentido de la responsabilidad. Eleva al ser humano mostrándole que es un eslabón esencial en todo el universo.
Lo que se necesita con tanta urgencia es alcanzar una cierta conciencia de la humanidad. Porque, ¿A qué se debe el que los seres humanos hayan llegado hoy a este caos, en el que nuestro orden social en todo el mundo civilizado se ha desmoronado en parte y amenaza con desmoronarse en parte? ¿¿A qué se debe? Se debe a que el ser humano ha olvidado su lugar en el cosmos, a que el ser humano no quiere saber nada de su lugar en el cosmos. Quien se sienta así en el cosmos comprenderá que el desarrollo del mundo no puede describirse partiendo únicamente de lo que está fuera del ser humano, sino que son preferentemente las fuerzas que hay en el propio ser humano las que han dado origen a nuestra Tierra, las que le darán fin y la transformarán en otras metamorfosis de la configuración del mundo. En el ser humano debemos buscar preferentemente aquello que debemos saber, lo que debemos sentir, a partir de lo cual debemos configurar nuestra voluntad.
¿Qué fuerzas son las que actúan preferentemente en la cabeza humana y que están relacionadas con las fuerzas centrípetas, osea, las fuerzas de compresión del cosmos? Son las fuerzas más antiguas de nuestro universo. Recuerden mis descripciones en «Ciencia oculta en líneas generales», cómo describí la antigua evolución de Saturno, cómo tuve que señalar que de esta evolución de Saturno se extrajo la vida sensorial humana. Lo que quedó atrás de ese desarrollo de Saturno se encuentra detrás de nuestro tapiz sensorial como el mundo frío y gélido que se desarrolló precisamente a partir del estado de calor del principio, al que hoy tenemos que llevar calor. Lo que se encuentra detrás del tapiz sensorial es, en cierto modo, el más antiguo de los mundos. En él entramos inconscientemente desde el momento en que nos dormimos hasta que nos despertamos. Pero, en realidad, siempre estamos vagando por él. Él nos proporciona todo lo que está relacionado con nuestros sentidos. Las fuerzas centrípetas actúan, formando por así decirlo los sentidos desde el exterior, en nuestros sentidos, en nuestros ojos, en nuestros oídos, y desde allí en nuestra mente física, en lo que pensamos. Y al recorrer el mundo pensando, en realidad lo recorremos con el bagaje humano que nos ha formado este entorno, es decir, con las fuerzas más antiguas, que ya han llegado a su decadencia. No debemos olvidar nunca que estas son las fuerzas que, en realidad, ya han llegado a su decadencia.
Se podría decir que la cuestión es la siguiente: si representamos esquemáticamente el universo, separándose, aspirando a la lejanía, pero manteniéndose unido centrípetamente en este límite, se trata de las fuerzas más antiguas del universo (véase el dibujo). Se desmoronan de cierta manera. Y de estas fuerzas que se desmoronan, de estas fuerzas que ya están pasando a la muerte, de estas fuerzas que se han convertido en caos, surge lo que es nuestra mente, lo que es nuestro intelecto humano.
El destino de la humanidad moderna ha sido que, durante los últimos tres o cuatro siglos, este intelecto tuviera que desarrollarse especialmente. Pero este intelecto surge, en cierto modo, del caos moribundo que ha quedado de la antigua evolución de Saturno. Hasta ahora, los seres humanos han querido actuar como reformadores en la vida social a partir de estas fuerzas. Pero estas fuerzas son precisamente las que actúan normalmente cuando son destructivas. No podríamos pensar si no tuviéramos estas fuerzas. No podríamos desarrollar nuestro intelecto si no tuviéramos estas fuerzas. Destruimos el orden social cuando queremos imponerlo con lo que se deriva de nuestro intelecto.
Todo aquello que requiera el uso del pensar depende de que apele a este intelecto, al intelecto que surge del caos. Pero para llevar a cabo reformas sociales no debemos utilizar lo que surge del caos. En Europa Oriental, los extremos del intelectualismo europeo están actuando como reformadores sociales. Lo que ha surgido en Europa Oriental se está extendiendo por Asia, por Europa, por Occidente, a menos que se produzca a tiempo una reacción, pero ahora no intelectualista, sino, como veremos enseguida, de otro tipo. Necesitamos estas fuerzas para nuestra vida espiritual, para nuestra vida espiritual libre. Las necesitamos porque lo que debe ser sustentado por el intelecto humano solo puede surgir del caos. Pero cuando estas fuerzas se combinan con las fuerzas sociales, no son útiles. Entonces, esa inteligencia que es útil y provechosa en la vida espiritual más estrecha resulta perjudicial. Lo que da lugar a inventos, lo que da forma a poemas ingeniosos, debe surgir del caos, de la materia madura del organismo humano, y nunca debe creer que puede haber impulsos sociales en relación con la vida exterior. Es importante que la humanidad comience ahora a ver claramente estas cosas. No las verá claramente si sigue rechazando una y otra vez tener en cuenta la ciencia espiritual. Pero todo lo que hace grande a la vida espiritual propiamente dicha debe surgir de este caos. Esta vida espiritual debe surgir de los fondos caóticos de la individualidad del ser humano.
Aquí se articula la cuestión de la educación junto con la cuestión general de la cultura. Porque lo que se debe aportar a la humanidad de esta manera debe surgir del caos que el ser humano trae consigo al descender de mundos superiores al nacer. Trae consigo el organismo cerebral en descomposición. Y de este caótico organismo cerebral surge aquello que puede constituir la vida espiritual. En el extremo opuesto de la organización humana deben desarrollarse aquellas fuerzas que pueden servir de base a las ideas sociales.
Sin embargo, aquí toco un tema que resulta totalmente incomprensible para la humanidad actual, con sus terribles prejuicios. La humanidad actual cree que solo piensa con la cabeza. Eso es una tontería. Se piensa, se siente y se quiere no solo con la cabeza, sino con todo el ser humano. Los brazos y las piernas son órganos del alma al igual que la cabeza. Uno de los peores prejuicios es que la vida del alma se ha asignado orgánicamente de forma unilateral a la vida nerviosa. Solo la vida intelectual se ha asignado a la vida nerviosa. Así que precisamente a partir de las fuerzas centrífugas, de las fuerzas orgánicas frescas, que no representan el caos, sino que viven precisamente en la organización de las extremidades del ser humano y en todo lo que ello conlleva, debe desarrollarse aquello que puede emitir impulsos sociales, preferentemente impulsos sociales de la vida exterior, especialmente del tercer miembro del organismo social, la vida económica. Aquí el ser humano se enfrenta a las formaciones más recientes. En su organización de la cabeza, que es la base de la organización espiritual, nos enfrentamos a las formaciones más antiguas. Aquí, en todo lo que subyace a la organización económica, nos encontramos con las formaciones más recientes, aquellas que son portadoras de la voluntad humana, que en el estado normal de conciencia del ser humano actual se encuentran completamente en el inconsciente, pero que deben ser extraídas de allí mediante la ciencia de la iniciación, mediante la ciencia de los misterios. ¿Y cómo pueden ser extraídas? No necesito describirles cómo debe surgir la verdadera vida espiritual libre. La vida espiritual libre comienza con la educación del niño, sacando de su individualidad infantil aquello que los dioses envían desde los mundos espirituales cuando los niños entran en la existencia física al nacer. Trabajamos desde el caos, desde las profundidades oscuras y nebulosas, para introducir en la existencia física, a través del caos de la materia, el genio humano, las predisposiciones humanas, procedentes del espíritu.
La cosa cambia cuando tenemos que apelar a lo que en el ser humano es el eslabón más joven de su organización, donde en la conciencia normal es completamente inconsciente, donde la ciencia de la iniciación tiene que sacar todo de esas profundidades inconscientes. ¿Cómo ocurre esto? Bueno, en el pensamiento social es diferente al pensamiento que surge de lo espiritual. En lo espiritual, todo se basa en el desarrollo de la individualidad. En el pensamiento social, por ejemplo, se puede calcular estadísticamente cuántas personas, digamos, de cada mil veinteañeros, llegarán a los sesenta años. Se pueden obtener cifras fiables tomando como referencia a miles de veinteañeros de una determinada zona; de estos miles de veinteañeros, al cabo de diez años habrá tantos treintañeros, al cabo de otros diez años tantos cuarentones, al cabo de otros diez años tantos cincuentones y al cabo de otros diez años tantos sesentones. Un determinado tipo de cálculo, el cálculo de probabilidades, se basa en lo que se puede deducir de la evolución numérica de los grupos humanos. Y se puede confiar en este cálculo con las instituciones sociales. Las instituciones de seguros se basan en estos cálculos. Si a los veinte años aseguro mi vida, tengo que pagar según la medida que se obtiene al calcular cuántos de cada mil veinteañeros, por ejemplo, llegarán a los sesenta años, es decir, cuánto hay que pagar a los sesenta años. Y al considerar el asunto desde el punto de vista social, al considerarlo por grupos, el asunto tiene sentido, de lo contrario todas las compañías de seguros tendrían que quebrar. Se basan en tales agrupaciones de hechos en el desarrollo de la humanidad. ¿Tiene este cálculo algún valor para el individuo? ¿Y a partir de este cálculo, se puede saber, si se tiene veinte años, cuál es la esperanza de vida probable? Nadie dirá: «Bueno, solo voy a vivir tanto tiempo...». La esperanza de vida probable, según la cual se asegura la vida, es diferente de la que se calcula como persona individual, como individuo. Esto se encuentra en ámbitos muy diferentes del pensamiento, de la formación de juicios. Hay que pensar de manera muy diferente sobre el ser humano cuando se quiere asegurarlo, es decir, cuando se quiere crear una institución social, que cuando se piensa en la vida como ser humano, como individuo.
Y si se quiere llegar a las instituciones sociales, en particular a las de carácter económico, ¿qué hay que hacer? Hay que hacer estadísticas, tal y como se hace con las estadísticas de seguros, hay que recopilar los datos que se obtienen. De ello nunca se obtiene la sabiduría que surge del interior del ser humano, del caos, sino que se obtiene algo que se puede expresar en cifras. Miren a su alrededor y vean todo lo que han logrado los seres humanos, especialmente los de la ciencia occidental. Encontrarán estadísticas por todas partes, y a partir de ellas se deduce cuánto hay que pagar en concepto de aranceles por tal o cual artículo, cuánto se necesita para esto o aquello, etcétera. Es un cálculo muy similar al cálculo de los seguros. Al fijarse en lo creativo de la vida espiritual, se llega a un juicio muy diferente al que se obtiene al fijarse en lo que se establece socialmente en los grupos humanos. Pero lo que se establece socialmente en los grupos humanos, lo que se puede calcular de esta manera, está relacionado precisamente con estas fuerzas centrífugas, está relacionado con las fuerzas organizativas más recientes del ser humano, que aún no han llegado a la conciencia, cuyo contenido, por lo tanto, debe deducirse de las estadísticas.
Aquellas personas que tienen un entusiasmo muy especial, un entusiasmo cínico, como el que tenía Nietzsche, por todo lo que surge del interior del ser humano, del caos del ser humano, y se abre paso a partir de ese caos, consideran que, en realidad, solo tiene valor lo que se abre paso a partir de ese caos más íntimo, y desprecian todo lo que tiene que ver con los grupos. Nietzsche despreciaba terriblemente todo lo que era colectivo en el mundo. Por eso, especialmente en su época temprana, Nietzsche consideraba todo el desarrollo de la humanidad de tal manera que, para él, para su visión del mundo, solo tenían valor los individuos selectos. Nietzsche consideraba que la historia mundial no era más que un camino para que los demás, los insignificantes, formaran el desvío hacia los pocos individuos destacados. Esa era la base de la primera visión del mundo de Nietzsche. Solo quería centrar la atención en los pocos genios que ha dado el desarrollo de la humanidad. El resto, decía Nietzsche, que se lo quedara el diablo o las estadísticas. Para él era más o menos lo mismo. Pero sobre estas estadísticas se construye hoy, y se debe construir, lo que se refiere a la configuración económica, a la formación del juicio económico, que tiene que ver con las fuerzas centrífugas, con las fuerzas más recientes de la organización de la humanidad.
Pero estas estadísticas no pueden aportar nada realmente beneficioso. Trotski y Lenin extrajeron su principal verdad de este tipo de estadísticas, y en el pensamiento puramente económico de Occidente, las estadísticas desempeñan un papel importante. Pero, en realidad, todas estas estadísticas carecen de valor inmediato. Me gustaría señalarles que, por muy ingeniosa que sea la forma en que intenten recopilar estadísticas, difícilmente obtendrán mucho, y hay que decir que lo que se ha hecho con las estadísticas como ciencia social es bastante grave. No se obtiene mucho y no se ha obtenido mucho. En el fondo, unos agrupan los números de una manera y otros los agrupan de otra, y a partir de ahí surgen los consejos más diversos en las ciencias sociales.
¿De dónde proviene esto? Proviene del hecho de que las fuerzas a las que se refiere, las fuerzas centrífugas, son precisamente las fuerzas más recientes en el ser humano, aquellas fuerzas que aún no han alcanzado la conciencia. El ser humano aún deambula infantilmente por esta región. Por lo tanto, deberíamos decir: si se quisiera basar las ciencias sociales y los impulsos sociales en lo que existe hoy en día en la conciencia normal de la humanidad, no se obtendría ningún resultado. Hasta que no se admita que la ciencia y la conciencia actuales son impotentes en lo que respecta a la formación de un juicio social, tal y como es esta ciencia, tal y como es esta conciencia común, hasta que no se admita esto, no habrá una visión clara de lo que es necesario. Porque, ¿qué es lo necesario? Saber que el individuo por sí solo no puede hacer nada con los números, que solo las asociaciones con los números pueden hacer algo, grupos de personas que aprovechan estas experiencias, complementándose mutuamente. Pero tales asociaciones, sin embargo, no lograrán nada especial si no tienen fuerzas orientadoras, y ¿cuáles deben ser estas fuerzas orientadoras? Las que provienen del conocimiento imaginativo, las que surgen de la ciencia de la iniciación. Deben venir personas que, en cierto sentido, estén iniciadas y que puedan encauzar las experiencias de las asociaciones, precisamente en la vida económica.
¿Dónde se necesitarán primero las fuerzas rectificadoras de las ciencias espirituales para comprender correctamente las necesidades de la humanidad en el presente y en el futuro próximo? Se necesitarán precisamente en el ámbito de la vida económica. Allí deben formarse asociaciones, allí deben experimentar sus fuerzas orientadoras aquellas experiencias que las asociaciones recopilan en sus cifras, a través de aquellos efectos que solo pueden obtenerse de la experiencia interior en los mundos superiores. La vida espiritual, que es la vida de los genios, debe sacarse del caos de la organización natural en la educación. Lo que subyace a la vida económica debe extraerse en sus fuerzas orientadoras de la ciencia de la iniciación, y estas fuerzas orientadoras de la iniciación deben ordenar lo que se recoge de las asociaciones individuales de este o aquel círculo profesional, de este o aquel círculo industrial, agrícola, etc. Es precisamente la vida económica la que más necesita la influencia de la vida espiritual, y es precisamente en la vida económica donde no se puede avanzar sin ella, porque si en la vida económica no se toma conciencia de que se desarrolla de la manera que he descrito, todo seguirá siendo instintivo. Por lo tanto, habría que decir: ¡Primero, traed una escoba y eliminad de la vida económica todo lo que niega el espíritu! De ello depende la salvación de la humanidad futura. Todo lo que no quiera al espíritu, fuera de la vida económica, ¡precisamente de la vida económica! Ahí es donde es más necesario, de lo contrario se producirá el caos económico y, con ello, el caos civilizatorio. Y eso se ve, diría yo, con suficiente claridad.
Es curioso cómo pensaba la gente en ese momento catastrófico de la historia mundial. Desde 1914, la gente veía cómo se avecinaba la catástrofe mundial. ¿Qué pensaban? Pensaban: «Bueno, si el año que viene llega la paz, entonces todo volverá a estar bien». Y cuando la paz no llegó: «Bueno, ¡si llega el año que viene! Y así sucesivamente. Luego llegó la paz, pero solo fue el punto de partida para conflictos aún mayores. Ahora la gente sigue durmiendo. No ven cómo, mes tras mes, las fuerzas de decadencia se acumulan y se hacen más fuertes. No quieren verlo. ¿Por qué no quieren verlo? Porque no quieren tener el espíritu, porque no quieren tener lo único que realmente puede ayudar al mundo. No sirve de nada creer hoy que se pueden hacer concesiones con esto o aquello que sobresale de lo antiguo. Eso no es posible. El mundo quiere reconstruirse, el mundo quiere obtener nuevas fuerzas de nuevas fuentes. Lo que debe considerarse ciencia iniciática, y de lo que deben provenir los impulsos que he caracterizado, es lo que quiere entrar de nuevo en el mundo y lo que hay que aceptar, porque, ante todo, lo que debe conducir a un ascenso, sin ello, debe decaer, no puede avanzar. Se trata de que se establezca una fuerte conciencia de estas cosas, especialmente en aquellas personas que, en cierto modo, tienen la mayor responsabilidad en el futuro próximo, —ya he hablado aquí de estos hechos alguna vez—, es decir, la población angloamericana. Las poblaciones de Europa Central y Oriental están postradas en el suelo. La población angloamericana, al ser la que está expandiendo su poder y, sobre todo, su influencia, tiene la responsabilidad incondicional de volcarse en la vida espiritual.
Y uno quisiera decir que por eso fue tan importante que el representante de nuestro movimiento espiritual se mantuviera en terreno neutral durante los años catastróficos. Aquí, en Dornach, había un terreno neutral en el que podían reunirse personas de todas las naciones que quisieran venir, donde nadie se veía obstaculizado por lo que tiene sus raíces en la ciencia espiritual misma. Yo diría que lo que ahora se encuentra aquí ha sido extraído de Europa Central. En verdad, no son las peores fuerzas de esta Europa Central las que han creado, también en relación material, lo que ahora está aquí, y lo que está aquí de tal manera que pregunta: ¿le brinda el mundo comprensión? A Europa Central no se le puede preguntar así: ¿le brinda el mundo comprensión? Porque yace en el suelo, se enfrenta a su devaluación espiritual y económica. Que tenía valores en sí mismo puede deducirse del hecho de que pudo construir aquí este edificio. Ahora se plantea la cuestión de si se le comprende. Y es ya una cuestión mundial, una cuestión que se dirige al mundo: ¿Quedará esta construcción inacabada, como parece hoy en día, quedará inacabada, se habrá construido solo lo que se ha construido desde Europa Central y lo que se ha añadido desde territorios neutrales? ¿O el mundo angloamericano comprenderá esta pregunta sobre el futuro de la humanidad? Esta pregunta debería considerarse profundamente significativa. Porque o bien se dirá que sí al espíritu, y entonces se encontrarán los medios y las formas de terminar lo que de otro modo tendría que quedar inconcluso, o bien se dirá que no al espíritu, y entonces aquí quedará una construcción inconclusa, como señal de que no se ha querido comprender lo que son las fuerzas ascendentes. Pero entonces también se habrá respondido negativamente a la pregunta de si se quiere tomar en serio el progreso de la humanidad.
Traducido por J.Luelmo jun, 2025
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