GA099-VIII Munich 1 de Junio de 1907. -La conciencia humana en las siete condiciones planetarias

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GA099

RUDOLF STEINER

La conciencia humana en las siete condiciones planetarias

Munich 1 de Junio de 1907.

VIII conferencia, 

Contemplaremos ahora, una después de otra, las distintas incorporaciones de nuestro planeta. Para ello es preciso formarnos la idea de que se trata de incorporaciones de nuestro planeta Tierra, es decir esta última en sus estados de Saturno, Sol y Luna. También tenemos que imaginarnos que dichas incorporaciones fueron necesarias para el desarrollo de los seres, especialmente del hombre, es decir que la evolución del hombre mismo se relaciona íntimamente con la de la Tierra. Pero de lo acontecido sólo nos formaremos el justo concepto mediante el adecuado pensamiento acerca de cómo en el curso de la evolución con respecto a ciertas cualidades, ha cambiado lo que en el presente conocemos como ser humano, como nosotros mismos. Al respecto, contemplaremos en primer lugar los cambios que en el ser humano se han producido en lo referente a sus estados de conciencia. Absolutamente todo en el mundo se ha desarrollado. Nuestra conciencia también se ha desarrollado. La conciencia que el hombre tiene ahora no la ha tenido siempre, sino que la misma se ha formado paso a paso hasta su estado actual.

Nuestra conciencia del presente la llamamos la conciencia de los objetos (o bien, objetiva) la conciencia despierta, diurna. La conocemos como el estado que nos es propio, desde el despertar a la mañana hasta el dormirse de noche. Tengamos presente en qué consiste. Se caracteriza por el hecho de que el hombre orienta sus sentidos hacia el mundo exterior, donde percibe objetos; por esta razón la llamamos conciencia objetiva. El hombre dirige la mirada hacia el mundo circundante, y con sus ojos percibe los objetos en el espacio y sus colores. Mediante el oído se percata de que en el espacio hay objetos que suenan, que propagan sonidos. Mediante su sentido del tacto toca los objetos y los siente calientes o fríos, percibe el olor o el sabor de los objetos. También reflexiona sobre lo que percibe por medio de los sentidos; emplea su razón a fin de comprender la naturaleza de los objetos; y la conciencia diurna que el hombre tiene en el presente se compone de los hechos de las percepciones sensorias y de la comprensión de las mismas mediante el intelecto. El hombre no siempre ha tenido esta conciencia, sino que la misma se ha desarrollado; tampoco seguirá teniéndola para siempre, puesto que ella se elevará a estados de conciencia superior.

Los medios que nos da el ocultismo nos permiten, por de pronto, discernir siete estados de conciencia, de los cuales el de ahora está situado en el medio. Podemos discernir tres estados anteriores y tres del futuro. Puede parecer extraño el que nosotros nos encontremos justamente en el medio. Esto se debe a que al primer estado preceden otros los que se substraen a nuestra mirada, al séptimo siguen otros que lo mismo se substraen a nuestra contemplación. Dicho de otro modo: miramos hacia atrás tanto como hacia el porvenir. Si nos encontrásemos en un estado más atrás, nuestra vista abarcaría un estado más del pasado y otro menos del futuro, al igual que, estando en la campiña, la vista alcanza a la izquierda tanto como a la derecha.

Los siete estados de conciencia son los que siguen. Primero existe un estado de conciencia opaca de un grado muy bajo, un estado que el hombre del presente casi ya no conoce. Únicamente personas de disposición mediumnística pueden todavía tenerlo; es el estado de conciencia que en Saturno tenían todos los hombres. Las personas de disposición mediumnística pueden entrar en un estado también conocido por el psicólogo moderno.

En ellas está adormecida y como muerta la conciencia diurna de vigilia e incluso otros estados de conciencia. Pero cuando en el recuerdo, o también durante dicho estado, dibujan o relatan lo experimentado, reproducen experiencias muy extrañas, las que no aparecen a nuestro derredor. Hacen toda clase de dibujos que, si bien son grotescos y mal hechos, no obstante concuerdan con lo que en la ciencia espiritual se caracteriza como estados cósmicos. Muchas veces son dibujos absolutamente poco correctos, sin embargo tienen algo que permite verificar que durante el estado aletargado esos seres tienen una conciencia opaca, pero universal. Perciben cuerpos cósmicos y por lo tanto los dibujan.

En la primera incorporación de nuestra Tierra el ser humano tenía semejante conciencia opaca, la que, no obstante, representa una omnisciencia en nuestro cosmos. A esta conciencia se le llama trance profundo. En nuestro mundo circundante existen seres que todavía ahora poseen tal conciencia; me refiero a los minerales. Si pudiésemos hablar con ellos, nos comunicarían cuál es el estado de Saturno, sólo que se trata de una conciencia totalmente opaca.

El segundo estado de conciencia bien conocido, mejor dicho, al que no conocemos, pues al tenerlo dormimos, es el del sueño común. Esta conciencia no es tan amplia, pero a pesar de que todavía es opaca, ya es clara, si la comparamos con el primer estado. Esta conciencia del sueño la tenían todos los seres humanos permanentemente, en el período en que la Tierra era Sol, durante el cual el precursor del hombre terrestre dormía constantemente. Este estado de conciencia existe también en el presente: lo tienen los vegetales; éstos son seres que duermen incesantemente; y si ellos pudiesen hablar, podrían describirnos el estado solar, puesto que poseen la conciencia del período del Sol.

El tercer estado que en comparación con nuestra conciencia diurna todavía es vago y opaco, es aquel de la conciencia imaginativa, y de ella ya tenemos un concepto bien claro, porque en el sueño lleno de ensueños experimentamos una reminiscencia, si bien únicamente rudimentaria, de lo que en la Luna era la conciencia de todos los hombres.

Será lo más indicado partir del ensueño, para obtener una idea de la conciencia lunar. En los ensueños se nos presenta, por cierto, algo confuso, caótico, sin embargo, observándolo más exactamente, lo caótico evidencia una íntima regularidad. El ensueño es un extraño simbolista. En otras conferencias frecuentemente he dado los siguientes ejemplos, tomados de la vida: Se sueña querer agarrar una rana y se siente su cuerpo resbaladizo, y al despertarse se nota tener en la mano la punta de la sábana. Con la conciencia despierta se hubiera percibido que la mano agarra la punta de la sábana, en cambio, la conciencia del ensueño nos da el símbolo de la acción exterior mediante lo que la conciencia diurna nota como un hecho.

Otro ejemplo: un estudiante sueña encontrarse en el aula ante la puerta. Otro le atropella, y de este acto resulta un desafío. En el ensueño vive todos los pormenores hasta el instante en que durante el duelo se descerraja un tiro. En el mismo instante despierta y se da cuenta de haber volcado la silla al lado de la cama.

En la conciencia despierta hubiera oído el choque de la silla; el ensueño simboliza este hecho prosaico mediante lo dramático del duelo. También el factor tiempo es muy distinto, pues en el mismo instante en que caía la silla se le apareció en la cabeza todo el drama. Todo lo preparatorio apareció en un instante; el ensueño corrió el tiempo hacia atrás, pues no obedece a las condiciones del mundo, antes bien, es un engendrador de tiempo.

No solamente acontecimientos exteriores pueden aparecer simbolizados, sino también sucesos internos del cuerpo humano.

Por ejemplo, uno sueña encontrarse en un sótano obscuro, donde feas arañas le amenazan. Se despierta y siente dolor de cabeza. La cubierta del cráneo se ha convertido en el símbolo del sótano obscuro, y el dolor en símbolo de las arañas feas. El ensueño del hombre de nuestro tiempo simboliza sucesos que tienen lugar en el interior humano como asimismo afuera. No fue así cuando el hombre del período lunar tenía este tercer estado de conciencia, sino que entonces él vivía plenamente con imágenes similares a las del ensueño de ahora, pero las mismas expresaban realidades. Significaban una realidad exactamente como para nosotros el color azul significa una realidad, sólo que en aquel período el color se cernía libremente en el espacio, y no fijado en los objetos. Con la conciencia de entonces el hombre no hubiera podido salir a la calle como ahora, ni ver a otro hombre, o acercarse a él, puesto que no existían formas de seres de color en la superficie, ni tampoco podía el hombre caminar como lo hacemos ahora. Pero supongamos que en la Luna un hombre efectivamente se haya encontrado con otro; en tal caso se le hubiera presentado, libremente suspendida, una imagen de cierta forma y colores, digamos, una imagen fea, en cuyo caso el hombre se hubiera dirigido a un lado, para no encontrarse con ella, o bien, una imagen hermosa, a la que se hubiera acercado. La imagen fea le hubiera indicado que el otro tiene un sentimiento de antipatía contra él; la hermosa, que el otro le ama.

Supongamos que en la Luna haya existido sal común. Cuando en nuestro tiempo hay sal en la mesa, se la percibe tal como está como objeto en el espacio, granulada, de un color determinado. Así no se la hubiera visto en la Luna, pero sí, libremente suspendida se hubiera alzado, desde el lugar de hallarse la sal, una forma, lo imagen de una forma, y esta imagen hubiera expresado que la sal es algo útil. De tal manera la conciencia humana estaba colmada de imágenes con formas y colores, pero estas imágenes expresaban lo que en derredor del hombre sucedía, principalmente los aspectos anímicos y lo relacionado con la anímico, quiere decir, lo que le era benéfico o dañoso. Esto le permitía al hombre orientarse de la justa manera acerca de lo que existía a su derredor.

Al incorporarse en la Tierra lo que había sido la Luna, la conciencia humana iba transformándose en nuestra conciencia diurna del presente, y sólo un remanente de aquella existe en el ensueño del hombre del presente, un rudimento similar a rudimentos de otras configuraciones. Sabemos, por ejemplo, que próximos al oído existen ciertos músculos los que ahora nos parecen inútiles. En el pasado tenían un sentido concreto: servían para poder mover las orejas a voluntad. En e] presente hay muy pocas personas capaces .de hacerlo.

Esto nos dice que también en el ser humano hay estados que son últimos remanentes de una organización que en el pasado remoto había sido útil; y aunque hoy ya no tienen importancia, esas imágenes representaban entonces el mundo exterior. Hasta en nuestro tiempo existe tal conciencia -¡fíjense bien en este aspecto!- en todos aquellos animales que no son capaces de producir un sonido desde su ser interior. Es que en el ocultismo tenemos una clasificación de los animales mucho más correcta que la de las ciencias naturales exteriores, a saber: en animales sin sonido en su interior, y aquellos que son capaces de producir sonidos desde su interior. Es cierto que existen algunos animales inferiores que producen un sonido, pero en forma mecánica, por rozamiento o algo parecido, no desde su interior; e incluso las ranas no producen el sonido por su ser interior. Sólo los animales superiores, los que se generaron cuando a través del sonido. el ser humano podía expresar su dolor y su alegría, sólo ellos, juntamente con el hombre, adquirieron la posibilidad de expresar su dolor y su placer mediante sonidos y bramidos. Todos los animales que no producen sonidos desde lo interior, todavía tienen la referida conciencia imaginativa. Pero no sucede que animales inferiores perciban las imágenes con contornos como nosotros las vemos. Cuando un animal inferior, como por ejemplo el cangrejo, percibe una imagen que le causa una determinada sensación se hace a un lado. No ve los objetos, pero se le presenta lo perjudicial a través de una imagen repugnante.

El cuarto estado de conciencia es aquel de todos los hombres del presente. Las imágenes que antes el hombre había percibido con sus colores libremente suspendidos en el espacio, en cierto modo envuelven los objetos, los cubren, y así determinan los límites de los objetos. Aparecen fijados a estos últimos, mientras que antes se las veía libremente suspendidas, y debido a ello se han convertido en la expresión de la forma. Lo que antes el hombre tenía en sí, se ha trasladado afuera y se ha fijado a los objetos. Esto le ha dado al hombre su conciencia despierta diurna del presente. Ahora vamos a considerar otro aspecto. Ya hemos dicho que en Saturno se preparó el cuerpo físico del hombre. En el Sol se le agregó el cuerpo etéreo o vital. Este penetró y transformó al cuerpo físico. El cuerpo etéreo acogió en sí lo que el físico había llegado a ser, y siguió desarrollándolo. En la Luna se añadió el cuerpo astral, el que a su vez cambió la conformación del cuerpo físico. En Saturno este último había sido muy sencillo.

En el Sol ya estaba mucho más complicado, pues allí influía el cuerpo etéreo sobre el mismo, haciéndolo más perfecto. En la Luna se le agregó el cuerpo astral y en la Tierra el yo, para hacerlo más perfecto todavía. En el período de Saturno cuando aún no había penetrado el cuerpo etéreo en el cuerpo físico, éste no contenía ninguno de los órganos que hoy están en él, pues faltaban la sangre y los nervios, ni tampoco tenía glándulas. El hombre tenía entonces, si bien solamente los gérmenes respectivos, aquellos órganos que ahora son los más perfectos y que tenían el tiempo necesario para llegar a su perfección del presente: los órganos sensorios, maravillosamente construidos. La estructura maravillosa del ojo humano, el milagroso aparato del oído, son órganos que sólo en nuestro período han alcanzado su perfección, debido a que fueron formados a base de lo extraído de la masa de Saturno, y porque sobre ellos han influido, para formarlos, el cuerpo etéreo, el cuerpo astral y el yo. Lo mismo sucedió con la laringe cuyo germen ya existió en Saturno, pero el hombre aún no poseía la capacidad de hablar. En la Luna empezó a lanzar sonidos y gritos inarticulados, pero sólo por el trabajo durante largos tiempos, la laringe llegó a ser el aparato perfecto, como ahora existe en la Tierra. En el Sol, al serle agregado al hombre el cuerpo etéreo, los órganos sensorios se desarrollaron algo más. También se formaron aquellos órganos que principalmente son órganos de secreción y órganos vitales relacionados con la nutrición y el crecimiento, los que tuvieron su primer germen durante el estado solar. Durante el estado lunar influyó adicionalmente el cuerpo astral y después el yo durante el estado terrestre. Eso condujo a que las glándulas, los órganos del crecimiento y otros alcanzasen su madurez actual.

Por la incorporación del cuerpo astral durante el estado lunar también se formó el germen del sistema nervioso, quiere decir durante el período en el que el hombre tenía la conciencia de las imágenes. En cambio, lo que le capacitó para expresar su placer y su pena mediante sonidos, desde su interior, el yo, este es el principio que en el hombre generó la sangre.

Vemos pues que todo el universo es el constructor de los órganos sensorios, y que todo lo que son glándulas, órganos de procreación y nutrición, lo generó el cuerpo vital: vemos que el cuerpo astral es el constructor del sistema nervioso, y que el yo es el principio que añade la sangre. Hay un fenómeno que se denomina anemia, o clorosis, el que se debe a que la sangre llega a un estado en que no es capaz de mantener la conciencia de vigilia. Las personas que lo padecen suelen caer en una conciencia aletargada, similar a la durante el estado lunar.

Ahora corresponde considerar los tres estados de conciencia que todavía han de seguir, Se puede preguntar: ¿cómo es posible ya saber algo acerca de ello? La iniciación lo hace posible, pues ya en el presente el iniciado es capaz de tener anticipadamente dichos estados de conciencia. El próximo estado de conciencia al que el iniciado ya conoce es el llamado psíquico, una conciencia que reúne los dos estados: la conciencia imaginativa y la diurna de vigilia. Mediante esta conciencia psíquica se percibe al hombre como se lo ve con la conciencia diurna de vigilia, con sus contornos y formas, pero al mismo tiempo se ve lo que vive en su alma y que se expande como nubes e imágenes en colores en lo que se llama el aura. Pero no se está entonces en el mundo como el hombre lunar en estado onírico, sino dotado de absoluto control de sí mismo, tal como el hombre del presente de conciencia diurna. En el planeta que sigue a nuestra Tierra toda la humanidad tendrá esta conciencia psíquica, o conciencia del alma, la conciencia jupiteriana.

Después existe el sexto estado de conciencia, al que el hombre llegará en un futuro lejano. En este estado se unirá la actual conciencia diurna con lo que el iniciado conoce como conciencia psíquica y, además, todo aquello en que la conciencia del hombre actual no penetra. Cuando viva con esta conciencia, la de la inspiración, el hombre percibirá lo muy profundo de la naturaleza de los seres. No solamente percibirá las imágenes y formas en sus colores, sino que oirá resonar el ser del prójimo. Cada individualidad humana tendrá su tono y el todo consonará en forma de una sinfonía. Esta será la conciencia del hombre cuando nuestro planeta se habrá transformado en el estado de Venus, y allí oirá la armonía de las esferas, como Goethe la describe en su prólogo al "Fausto":


De manera antigua el Sol resuena con su canto en esferas fraternales y su órbita la describe

con paso tronador.


Cuando la Tierra era Sol el hombre percibía en forma indecisa este resonar, y en el estado de Venus volverá a oírlo “de manera antigua”. Goethe conserva la imagen hasta en el uso de esta palabra.

Como séptimo estado de conciencia rige la conciencia espiritual. En realidad la del más alto grado, en el que el hombre tiene la conciencia universal que le permitirá percibir no solamente lo que sucede en su propio planeta, sino lo que acontece en toda la vecindad cósmica; es la conciencia que el ser humano tenía en Saturno, la que, por cierto, era muy apagada, no obstante esa especie de conciencia universal. La tendrá al haber llegado a Vulcano, juntamente con todos los demás estados de conciencia.

Los ahora descritos son los siete estados de conciencia por los cuales el hombre tiene que pasar en su peregrinación por el cosmos, y cada una de las incorporaciones ofrece las condiciones respectivas que posibilitan tales estados de conciencia. La actual conciencia diurna de vigilia sólo se ha hecho posible por el hecho de que en el período lunar se ha creado el germen del sistema nervioso que siguió desarrollándose hasta la formación del cerebro de ahora.

Se deben crear semejantes órganos por medio de los cuales los estados superiores de conciencia pueden experimentarse físicamente, lo mismo que ya en el presente el iniciado los experimenta espiritualmente.

En el hecho de que el hombre pueda pasar por los referidos siete estados planetarios, reside el sentido de la evolución. A cada incorporación planetaria corresponde el desarrollo de uno de los siete estados de conciencia humana, y los órganos físicos respectivos se forman por la que sucede en cada estado planetario. En Júpiter el hombre tendrá un órgano físico más altamente desarrollado. En Venus existirá un órgano mediante el cual podrá desarrollar físicamente la conciencia que en el presente el iniciado tiene en el plano del devacán. Y en Vulcano existirá la conciencia espiritual que en el presente posee el iniciado cuando se encuentra en la región superior del devacán, en el mundo de la razón.

En la próxima conferencia contemplaremos sucesivamente los distintos estados planetarios, pues así como antes, por ejemplo en los períodos atlante y lemúrico, el aspecto de nuestra Tierra era distinto del de ahora y como en el futuro será distinto, así también la Luna, el Sol y Saturno tenían, dentro de su evolución, distintos estados, y en el mismo sentido pasarán por estados diversos, Júpiter y Venus.

En esta conferencia hemos llegado a conocer la amplitud de los ciclos planetarios, y en la próxima vamos a considerar los cambios habidos en los mismos, mientras fueron el escenario de la evolución del hombre.


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