GA233 Dornach, 26 de diciembre de 1923 La época Egipcio-Caldea

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RUDOLF STEINER

 HISTORIA DEL MUNDO A LA LUZ DE LA ANTROPOSOFÍA

Dornach, 26 de diciembre de 1923

III conferencia

Hace trece años, casi exactamente el mismo día, pronuncié en Stuttgart un ciclo (GA126) de conferencias, que también di entre Navidad y Año Nuevo, sobre el mismo tema al que también pertenece este ciclo de conferencias. La única diferencia es que tendré que cambiar el punto de vista que prevalecía entonces.

En las dos conferencias introductorias anteriores procuramos que nuestras almas comprendieran cuán profundamente ha cambiado el estado mental y anímico de la humanidad en el transcurso del desarrollo histórico y, sobre todo, prehistórico. Tampoco esta vez necesitamos remontarnos más allá de algunos milenios, al menos inicialmente. Ustedes saben que desde el punto de vista espiritual-científico consideramos que el vínculo más importante entre lo histórico y lo prehistórico desde la llamada catástrofe atlante que azotó la tierra es lo que suele llamarse la época de la glaciación de la tierra, la edad de hielo más reciente. En aquella época, sin embargo, tuvo lugar el acto final del hundimiento del continente atlante, que hoy forma el fondo del océano Atlántico. Y después de cuya catástrofe atlante se sucedieron cinco grandes períodos de civilización hasta nuestros días, como se ha señalado a menudo, los primeros de los cuales se han perdido por completo para la tradición histórica. Pues lo que está contenido allá en Oriente como literatura, -también en los maravillosos Vedas, en la profunda filosofía Vedanta-, no son más que los ecos de lo que hay que describir si se quiere representar esa época cultural de la que siempre hablo en mi "Ciencia Oculta" como la india primigenia, la persa primigenia también.

Ahora bien, no queremos volver a ese punto hoy, sino que queremos considerar el período que a menudo he descrito como el período cultural caldeo-egipcio, que precedió al griego. Hemos tenido que llamar la atención sobre el hecho de que en este período comprendido entre la catástrofe atlante y la época griega se produjeron grandes cambios con respecto a la capacidad de recordar, al poder humano de la memoria, y con respecto a la convivencia humana. Una memoria como la que tenemos hoy en día, para poder visualizar algo retrospectivamente en el tiempo, tal memoria del tiempo aún no estaba presente en este tercer período cultural postatlante, pero sí estaba presente una memoria ligada a la experiencia rítmica, tal como se la he descrito. Y esto surgió a partir de lo que fue particularmente fuerte durante el período atlante: la memoria localizada, en la cual el hombre sólo tenía una conciencia presente en sí mismo, pero por medio de todo lo posible que encontraba en el mundo exterior o que él mismo colocaba allí, tenía marcadores a través de los cuales se relacionaba con el pasado no sólo de su propia personalidad, sino con el pasado de la humanidad en general.

Sin embargo, los marcadores no eran sólo los que se colocaban directamente sobre la tierra, sino que los marcadores en la antigüedad eran también las constelaciones del cielo, especialmente las constelaciones planetarias, a partir de las cuales uno reconocía en su repetición o repetición variada cómo habían sido las cosas en épocas anteriores. De este modo, el cielo y la tierra trabajaban conjuntamente para formar la memoria externa localizada de una humanidad más antigua.

Pero esta humanidad más antigua era también diferente en toda su constitución humana que la posterior o incluso que la humanidad de nuestro tiempo. La humanidad de nuestro tiempo lleva el yo y el cuerpo astral en el cuerpo físico en el estado de vigilia tan inadvertidamente que la mayoría de la gente no nota realmente cómo este cuerpo físico, como una organización mucho más significativa de lo que es en sí, lleva el cuerpo astral y la organización del yo dentro de él junto con el cuerpo etérico. 

Ustedes si que conocen estas relaciones. Pero una humanidad más antigua percibía los hechos de su propia existencia de forma bastante diferente. Y volvemos a tal humanidad cuando regresamos al anterior tercer período cultural postatlante, al período egipcio-caldeo. Allí el hombre se experimentaba a sí mismo como espíritu y alma en gran medida fuera de su cuerpo físico y etérico, incluso cuando estaba despierto. Él sabía diferenciar: Esto es lo que guardo en mí como mi espíritu y mi alma, -lo llamamos yo y cuerpo astral-, y esto está conectado con mi cuerpo físico y etérico. El hombre pasaba por el mundo como esta dualidad. Él no llamaba yo a su cuerpo físico y a su cuerpo etérico, sino que al principio sólo llamaba yo a su espíritu y a su alma, a aquello que era espiritual y que estaba conectado hacia abajo de cierta manera, pero en una conexión con lo físico y con el cuerpo etérico que le era perceptible. Y en esta alma-espíritu, en este cuerpo yoico y astral, el hombre sentía la penetración de las jerarquías divino-espirituales, del mismo modo que el hombre de hoy siente la penetración de las sustancias naturales en su cuerpo físico.

En este cuerpo físico el hombre siente de tal manera que sabe que toma las sustancias de los reinos exteriores de la naturaleza con su alimento y con su respiración. Tales sustancias están primero fuera y luego dentro de él. Actúan de tal manera que pasan a través de él, se convierten en componentes de él. En aquel tiempo el hombre, que sentía una cierta separación de su alma-espíritu de su físico-etérico, sabía que los Ángeles, los Arcángeles hasta las más altas jerarquías eran entidades espirituales-sustanciales, que ahora también pasan a través de su alma-espíritu, se convierten en constituyentes, si puedo expresarme así, de él. Así que el hombre podía decir en cada momento de su vida: Los dioses viven en mí. Y no concebía su yo como construido desde abajo por sustancias físicas y etéricas, sino que concebía su yo como dado a él por la gracia, venida de arriba, del lado de las Jerarquías. Y hasta cierto punto percibía su físico-etérico como una carga, como un vehículo, como algo que utilizaba como un carruaje vital para avanzar en el mundo físico. Si no se capta esto de manera correspondiente a los ojos del alma, entonces no se comprende realmente el curso histórico del desarrollo humano.

Ahora podríamos seguir este curso histórico del desarrollo humano utilizando diversos ejemplos característicos. Hoy queremos poner ante nosotros, por así decirlo, un hilo conductor que ya toqué hace trece años vinculándolo al documento histórico y legendario que representa la fase más antigua del desarrollo del que quiero hablar, a saber, la Epopeya de Gilgamesh. Pero la Epopeya de Gilgamesh es en parte legendaria, y hoy describiré el proceso que describí hace trece años tal como surge directamente de la observación espiritual. 

Allá, en una ciudad de Oriente Próximo, -Erek la llama la Epopeya de Gilgamesh-, nos encontramos con una de esas naturalezas conquistadoras de las que hablé ayer, que realmente había crecido a partir de esas constituciones humanas anímicas y sociales que se describieron ayer. Gilgamesh es como lo llama la epopeya>. Así que se trata de una personalidad que, en la época de la que estamos hablando ahora, era de la misma naturaleza que ahora he caracterizado, que había conservado muchas viejas características humanas de épocas anteriores. Pero tan claro como era para esta personalidad en aquella época, por así decirlo, la dualidad entre el alma-espiritual, en la que prevalecen los dioses, y lo físico-etérico, en la que prevalecen las sustancias de la tierra y del cosmos, las sustancias físicas y etéricas, tanto mas es también un hecho que en la época en que vivió esta personalidad, de la que habla la epopeya de Gilgamesh, precisamente el pueblo característico, el pueblo representativo ya se encontraba en una época de transición hacia el desarrollo posterior de la humanidad. Y esta transición consistió en el hecho de que la conciencia del yo, que relativamente poco antes estaba en la cima de lo anímico-espiritual, si puedo expresarme así, se había ido hundiendo en lo corporal-etérico, de modo que Gilgamesh estaba justo entre los que empezaron a decir yo no a su parte anímico-espiritual, en la que se sentían los dioses, sino a lo que era terrenal-etérico a su alrededor. Ese era este nuevo estado anímico.

Pero en esta constitución anímica, de la que podemos decir que el yo ha sido arrastrado desde lo anímico-espiritual, arrastrado como yo consciente a lo físico-etérico, en esta personalidad existían al mismo tiempo todavía esos viejos hábitos: ese viejo hábito de experimentar preferentemente sólo en la memoria lo que se experimentaba en el ritmo, y existía ese sentimiento interior que sentía que había que familiarizarse con las fuerzas de la muerte, porque en realidad sólo las fuerzas de la muerte producen lo que lleva al hombre a la prudencia. Ahora bien, precisamente porque en esta personalidad de Gilgamesh se trata de un alma que ya había pasado por muchas encarnaciones en la tierra, pero que había entrado en la nueva forma de existencia humana, que era tal como la he descrito ahora, esta personalidad se encontraba, diría yo, en una existencia física que llevaba en sí cierta inseguridad. La justificación, por así decirlo, de los hábitos y de la memoria rítmica del conquistador empezó a no valer ya para la tierra. Y así, las experiencias de esta personalidad fueron definitivamente las experiencias de una época de transición.

Por lo tanto, sucedió que cuando esta personalidad, por antigua costumbre, se apropió por conquista de la misma ciudad llamada Erek en la Epopeya de Gilgamesh, surgieron conflictos en esta ciudad. Al principio, esta personalidad no fue bienvenida en la ciudad, fue percibida como extraña, y probablemente no habría sido capaz de hacer frente por sí sola a todas las dificultades que habían surgido en la ciudad. Después, puesto que el destino la había conducido hasta allí, se encontró con otra personalidad, -la Epopeya de Gilgamesh la llama Eabani-, una personalidad que había descendido a la tierra relativamente tarde desde la existencia planetaria que la humanidad terrestre había llevado durante un tiempo en el sentido que describí en mi "Ciencia Oculta". Como ustedes saben, durante el período atlante las almas descendieron gradualmente, algunas antes, otras después, después de haberse retirado de la tierra al cosmos a diversos planetas en épocas muy tempranas de la evolución terrenal.

En Gilgamesh tenemos ante nosotros a una personalidad, a una individualidad que regresó a la tierra relativamente pronto, es decir, que había experimentado muchas encarnaciones terrenales durante el tiempo del que estoy hablando. En el caso de la otra personalidad, que ahora también ha sido atraída a esa ciudad, estamos tratando con una personalidad que había permanecido en la existencia planetaria durante un tiempo relativamente largo y que sólo regresó a la tierra en una etapa tardía. Esto puede leerse desde un punto de vista algo diferente en mi ciclo de conferencias, que tuvo lugar hace trece años en Stuttgart, sobre la historia desde el punto de vista de la ciencia espiritual.

Esta personalidad entabló entonces una íntima amistad con Gilgamesh, y juntos fueron capaces de establecer unas condiciones sociales verdaderamente sostenibles en la ciudad de Erek, en Oriente Próximo. Esto fue posible, en particular, porque esta segunda personalidad había conservado relativamente gran parte del conocimiento que se había preservado a través de unas pocas encarnaciones terrenales de su estancia cósmica fuera de la tierra. Había, como dije en Stuttgart, una especie de clarividencia, clariaudiencia, conocimiento clarividente en esta personalidad. Y de la confluencia de lo que estaba presente en una personalidad de los viejos hábitos conquistadores y de la memoria dirigida al ritmo, y de la perspicacia en los secretos del mundo de la otra personalidad creció, como solía ocurrir en tiempos más antiguos, la construcción del orden social en esa ciudad del Cercano Oriente. La paz llegó a esta ciudad, la felicidad llegó a sus habitantes, y todo habría estado en orden al principio si no hubiera ocurrido cierto acontecimiento que reorientó todo el curso de los acontecimientos de una manera diferente.

En esa ciudad existía una especie de misterio, el misterio de una diosa, y este misterio conservaba un número extraordinario de secretos del mundo. Pero en el sentido de la época era una especie de, yo diría, misterio sintético, es decir, las más diversas revelaciones mistéricas de Asia estaban recogidas en este misterio. Y en diferentes épocas los contenidos mistéricos se cultivaron y enseñaron allí de forma variada, metamorfoseada. Al principio el personaje que lleva el nombre de Gilgamesh en la epopeya no comprendió esto y se quejó a este centro de misterios de que enseñaba cosas contradictorias. Y el hecho de que el Misterio fuera acusado por una autoridad tan importante, -porque las dos personalidades de las que estoy hablando eran las que realmente daban orden y administración a toda la ciudad-, provocó dificultades, que finalmente llevaron a los sacerdotes del Misterio a recurrir a los poderes a los que podían recurrir en los antiguos Misterios. Ustedes no se sorprenderán hoy de que en los antiguos Misterios uno pudiera realmente dirigirse a los seres espirituales de las jerarquías superiores, pues ya les dije ayer que: en los antiguos tiempos orientales Asia era en realidad sólo el cielo más bajo, y en este cielo más bajo se sabía que los seres divino-espirituales estaban presentes y se comunicaban con ellos. Esta comunicación se cultivaba particularmente en los misterios. Así fue como los sacerdotes de los Misterios de Ishtar se dirigieron a esos poderes espirituales a los que, por lo demás, siempre habían acudido cuando querían iluminación, y así fue como se produjo que estos poderes espirituales impusieran un cierto castigo a la ciudad.

En aquella época se decía que algo que en realidad es un poder espiritual superior actuaba en Erek como una fuerza animal, una fuerza animal fantasmal. Todo tipo de cosas se apoderaron de los habitantes, enfermedades físicas, pero sobre todo colapsos mentales. Y la consecuencia de esto fue que la única personalidad que se había unido a Gilgamesh, que se llama Eabani en la epopeya, murió como resultado de estas dificultades, pero en realidad permaneció espiritualmente con esta personalidad incluso después de la muerte para continuar la misión de la otra personalidad en la tierra. De modo que tenemos que entender el tiempo posterior de la vida, el desarrollo posterior de esa personalidad que lleva el nombre de Gilgamesh en la epopeya, de tal manera que sigue habiendo una cooperación entre las dos personalidades caracterizadas, pero de tal manera que las inspiraciones, las iluminaciones de Gilgamesh desde el lado de Eabani tuvieron lugar en el tiempo siguiente, de modo que Gilgamesh solo siguió actuando no sólo por su propia voluntad, sino por la voluntad de los dos, por la confluencia de la voluntad de los dos.

Con esto, una vez más les he presentado algo que ciertamente era una posibilidad en aquellos tiempos antiguos. La mente humana no era tan inequívoca en aquellos tiempos antiguos como lo es hoy. Por lo tanto no podía existir la experiencia de la libertad en el sentido que existe hoy en día. O bien un ser espiritual que nunca había encarnado en la tierra podía obrar a través de la voluntad de una personalidad terrenal, o bien, como era el caso de Gilgamesh, una personalidad que ya había pasado por la muerte, que llevaba una vida post-mortem, podía hablar y actuar a través de la voluntad de una personalidad en la tierra. Y eso fue lo que ocurrió con Gilgamesh. Y a partir de lo que resultó de este modo de la confluencia de las dos voluntades, surgió en Gilgamesh, sobre todo, una toma de conciencia bastante clara de la situación histórica en la que realmente se encontraba. Él empezó a saber, precisamente por la influencia del espíritu que le inspiraba, que el yo se había hundido en el cuerpo mortal físico y etérico, y el problema de la inmortalidad empezó a desempeñar un papel intensamente fuerte para Gilgamesh. Todo su anhelo era llegar de algún modo tras este problema de la inmortalidad. Los misterios que preservaban lo que había que decir sobre la inmortalidad en la tierra en aquel tiempo no se abrieron a Gilgamesh al principio. Estos misterios todavía tenían la tradición y de las tradiciones también en gran medida el conocimiento vivo que estaba presente, mientras que en la tierra la sabiduría primordial prevaleció en el viejo tiempo atlante.

Pero los portadores de esta sabiduría primordial, que una vez caminaron por la tierra como seres espirituales, hacía tiempo que se habían retirado y fundado la colonia cósmica de la luna. Porque es pura ingenuidad pensar que la luna es el cuerpo rígido y helado que la física moderna describe. La luna es la residencia planetaria sobre todo de aquellos seres espirituales que fueron los primeros grandes maestros de la humanidad terrestre, que una vez trajeron la sabiduría primordial a la humanidad terrestre y que, poco después de que la luna abandonara la tierra como cuerpo físico planetario y ocupara su propio lugar en el sistema planetario, se retiraron a esta luna. Aquellos que hoy, a través de la comprensión imaginativa, tienen la oportunidad de conocer realmente la Luna, también llegan a conocer a aquellos seres espirituales de esta colonia cósmica que una vez fueron los maestros de la sabiduría primigenia de la humanidad en la Tierra. Lo que ellos habían enseñado una vez, pero también aquellos impulsos a través de los cuales uno puede entrar en una cierta relación con esta sabiduría primigenia, fueron preservados por los Misterios. No había ninguna conexión real entre estos misterios del Cercano Oriente, por ejemplo, y la personalidad mencionada en la epopeya de Gilgamesh. Pero a través de la influencia suprasensible del amigo que estaba unido a Gilgamesh en el estado postmortem, surgió en Gilgamesh el impulso interior de buscar caminos en el mundo a través de los cuales pudiera ser capaz de aprender algo sobre la inmortalidad del alma.

En la Edad Media se hizo costumbre, si uno quería aprender algo sobre el mundo espiritual, sumergirse en el ser interior del hombre. En tiempos más recientes, me gustaría decir, es común un proceso aún más hacia el interior. Pero en aquellos tiempos más antiguos, de los que estoy hablando ahora, la gente sabía muy bien que la tierra no es el bloque de roca que la geología actual describe, sino que la tierra es un ser vivo, espiritual. Y del mismo modo que un animal pequeño, cuando camina sobre un ser humano, puede llegar a conocerlo caminando sobre la nariz, caminando sobre la frente, caminando sobre el cabello y adquiriendo su conocimiento a través de este viaje, así fue en aquellos tiempos que el hombre, al emprender su viaje sobre la tierra, llegó a conocer la tierra en sus diversas configuraciones en diferentes lugares y que, de este modo, adquirió conocimientos sobre el mundo espiritual. Él obtuvo los conocimientos, tanto si se le permitió el acceso a los misterios como si no, los obtuvo. Y realmente no es ninguna extravagancia que se diga de Pitágoras y similares que hicieron grandes viajes para adquirir sus conocimientos. Se recorrieron la tierra para absorber en la diversidad de sus configuraciones lo que se podía observar de las diversas configuraciones de la tierra anímico-espiritual física en diferentes lugares de esta tierra. Hoy en día la gente puede viajar a África, a Australia, no experimentan mucho diferente de lo que experimentan en casa, con la excepción de las apariencias externas que miran fijamente. Porque la sensibilidad humana a las diferencias radicales que existen entre las distintas partes del mundo se ha amortiguado. En la época de la que ahora hablo, no estaba amortiguada. Y por eso el impulso de conseguir algo para la solución del problema de la inmortalidad viajando a través de la tierra significaba algo muy importante para Gilgamesh.

Y así emprendió esta marcha. Este viaje fue un éxito muy, muy significativo para él. En una región de la que se ha hablado mucho en los últimos tiempos, pero que por supuesto ha cambiado mucho en cuanto a sus condiciones sociales, se encontró con un antiguo misterio en la zona conocida como Burgenland, que ha sido objeto de disputa sobre si debía pertenecer a Cisleithania o a Hungría, en una zona de Burgenland. El sumo sacerdote de este misterio se llama Xisuthros en la Epopeya de Gilgamesh. Se encontró con un antiguo misterio que era una auténtica secuela de los antiguos misterios atlantes, naturalmente en metamorfosis, como no podía ser de otro modo en una fecha tan tardía.

Y efectivamente, en aquel centro de misterios supieron juzgar y apreciar las capacidades cognitivas de Gilgamesh. Quisieron complacerle. Se le impuso una prueba que en aquella época se imponía a muchos estudiantes de los Misterios. La prueba consistía en hacer ciertos ejercicios espirituales estando completamente despierto durante siete días y siete noches. Esto no le fue posible. Y por eso sólo se sometió al sucedáneo de tal prueba. Y este sucedáneo consistía en que se le preparaban ciertas sustancias, que él tomaba en sí mismo y a través de las cuales recibía efectivamente cierta iluminación, aunque, como siempre ocurre en este campo, si no se garantizan ciertas condiciones excepcionales, éstas eran en cierto sentido dudosas. Pero una cierta iluminación estaba presente en Gilgamesh, una cierta comprensión de las interconexiones del mundo, de la estructura espiritual del mundo. De modo que cuando Gilgamesh completó su viaje y regresó, había en él una gran penetración espiritual.

Caminó aproximadamente a lo largo del Danubio, hacia el sur del Danubio de regreso a su ciudad natal, a su ciudad natal elegida. Pero antes de llegar a esta ciudad natal, debido a que no había recibido la iniciación en el misterio postatlante de la otra forma que he descrito, sino de esa forma un tanto difícil, sucumbió a la primera tentación, una rabia terrible ante un suceso que le impactó, en realidad algo que oyó sobre lo que ocurría en la ciudad. Lo oyó antes de llegar a ella. Una terrible oleada de ira se apoderó de él, y a través de esa oleada de ira la iluminación se oscureció casi por completo, de modo que llegó sin ella.

Pero aún así, y esa es la peculiaridad de esta personalidad, seguía teniendo la posibilidad de ver el mundo espiritual en conexión con el amigo fallecido, con el espíritu del amigo fallecido, o al menos de recibir comunicaciones del mundo espiritual. Sin embargo, ahora es un asunto diferente mirar directamente al mundo espiritual a través de una iniciación que recibir comunicaciones de una personalidad que se encuentra en un estado post-mortem. Pero aún se puede decir que: algo de una visión de la naturaleza de la inmortalidad le quedó a Gilgamesh. -Y ahora no estoy considerando aquello por lo que se atraviesa después de la muerte; estos acontecimientos que se viven allí no desempeñan todavía un papel muy fuerte en la conciencia de las próximas encarnaciones, ni hoy ni entonces: ¡en la conciencia!  En la vida, en la constitución interior, ciertamente muy fuertemente, pero no en la conciencia.

Como verán, les he descrito dos personalidades que juntas expresan la constitución espiritual humana en el tercer período cultural post-atlante, -aproximadamente hacia su mitad-, que todavía vivían de tal manera que en su forma de vivir se notaba fuertemente que el hombre consiste en una dualidad. Debido a que uno de ellos, Gilgamesh, era consciente de esta dualidad, aunque fue uno de los primeros que la había atravesado, de que la conciencia del yo se había ido bajando, el yo se había ido introduciendo en lo físico-etérico. El otro, al haber experimentado algunas encarnaciones en la tierra, tuvo una comprensión clarividente, mediante la cual tuvo la intuición de que la materia, la sustancia, no existe en absoluto, que todo es espiritual, que lo llamado material no es más que otra forma de lo espiritual.

Pueden imaginarse ustedes que todo lo que el hombre piensa y siente hoy, naturalmente no podía pensarlo ni sentirlo con semejante constitución de su ser. Todo su modo de pensar y sentir era distinto. Y a tales personalidades no podía llegarles, por supuesto, nuestra escolarización actual, ni algo que se pareciera a la escolarización actual de la gente ni a la escolarización superior, sino que todo lo que llegaba a la gente espiritualmente, culturalmente, en términos de civilización, fluía de los Misterios, de alguna manera les era comunicado a través de todo tipo de canales a las más amplias masas de gente. Sino que los verdaderos autores eran los sabios sacerdotes en los Misterios.

Ahora bien, lo peculiar de las dos personalidades de las que estoy hablando era que en la encarnación que acabo de describir no podían vincularse a los misterios, precisamente a los misterios de su entorno, debido a su tipo especial de alma. El que se llama Eabani en la epopeya de Gilgamesh, estuvo en estrecha relación con los Misterios a través de sus estancias extraterrestres; el que se llama Gilgamesh experimentó una especie de iniciación en un Misterio post-atlante, pero sólo fructificó a medias en él. Pero todo esto obró de tal manera que algo sintieron estas personalidades, como en su propio ser, que las asemejaba a la prehistoria terrenal humana. Ambos podían decirse: ¿En qué nos hemos convertido? ¿A través de qué hemos pasado con el desarrollo en la tierra? Nos hemos convertido en lo que somos a través de la evolución en la tierra. ¿A través de qué hemos pasado?

La cuestión de la inmortalidad, que Gilgamesh padeció y con la que luchó, estaba conectada en aquella época con necesarias percepciones del desarrollo prehistórico terrenal, precisamente por la disposición de las almas humanas. Y no se podía pensar o sentir realmente sobre la inmortalidad del alma en el sentido de aquella época si no se tenía al mismo tiempo una cierta percepción de cómo las almas de los hombres, que ya estaban presentes durante las fases más antiguas del desarrollo de la Tierra, durante los estados de luna y sol, etc., veían lo que entonces se volvía terrenal acercándose a ellas. Uno sentía que pertenecía a la tierra; para reconocerse a sí mismo, debía ver a través de su conexión con la tierra.

Ahora bien, los misterios que se practicaban en todos los misterios asiáticos eran ante todo misterios cósmicos, que tenían como contenido de enseñanza y sabiduría el curso del desarrollo de la tierra en conexión con el cosmos. En estos misterios una idea general de cómo se había desarrollado la tierra y de cómo se había desarrollado el hombre con todas estas sustancias en las olas y olas de las sustancias y fuerzas de la tierra a través de la época del sol, la luna y la tierra, se presentaba ante el hombre de una manera muy viva, para que pudiera convertirse en ideas en el hombre. Esto se demostró en toda su viveza.

Uno de los misterios en los que se realizaban tales cosas se conservó hasta tiempos muy recientes. Este es el centro de los misterios de Éfeso, el centro de los misterios de Artemisa de Éfeso. Este centro de los misterios de Éfeso tenía la imagen de la diosa Artemisa en su centro. Cuando alguien hoy mira las réplicas de la diosa Artemisa de Éfeso, sólo tiene la grotesca sensación de una figura femenina sin nada más que pechos, porque no tiene ni idea de cómo se experimentaban estas cosas en la antigüedad. La experiencia de estas cosas era importante en la antigüedad. Los estudiantes de los Misterios tenían que pasar por preparaciones a través de las cuales luego eran conducidos al centro real de los Misterios. El centro de estos Misterios Efesios era esta imagen de Artemisa. Cuando eran conducidos a este centro, se convertían en uno con dicha imagen. El ser humano, de pie ante esta imagen, dejaba de tener la conciencia de que era algo dentro de su piel. Él tomaba conciencia de que es lo que es la imagen. Se identificaba con la imagen. Y esta autoidentificación en la conciencia con la imagen de los dioses en Éfeso tuvo el efecto de que uno ya no miraba los reinos de la tierra que le rodeaban, las piedras, los árboles, los ríos, las nubes, etc., sino que, al sentirse uno mismo en la imagen de Artemisa, adquiría una percepción interior de su conexión con los mundos etéricos. Uno se sentía uno con el mundo estrellado, con los procesos del mundo estrellado. Dejaba de sentir la sustancialidad terrenal dentro de la piel humana, sentía su existencia cósmica. Uno se sentía en lo etérico.

Y a través de esta sensación en lo etérico, uno se daba cuenta de lo que eran los estados anteriores de la experiencia terrenal del hombre y de la propia experiencia terrenal. Hoy miramos la tierra de tal manera que es, como he dicho, una especie de bloque de roca que lleva las aguas sobre una gran parte de su superficie, que está rodeada por un círculo de aire en el que hay oxígeno y nitrógeno y otras sustancias, en el que sobre todo está lo que el hombre necesita para respirar etc. Y cuando la gente de hoy comienza a especular, a observar, a interpretar la observación en lo que es conocimiento común de la naturaleza, -¡entonces sale algo correcto! Pues lo que precedió a estas condiciones actuales en los tiempos más antiguos sólo puede alcanzarse a través de la mirada espiritual. Pero tal mirada espiritual sobre los estados primitivos de la tierra y de la humanidad les era revelada a los discípulos de Éfeso cuando se identificaban con la imagen de los dioses, y aprendían a reconocer que lo que ahora es la atmósfera alrededor de la tierra no era antes como es ahora, sino que lo que estaba presente en este entorno terrestre en el lugar donde hoy se encuentra la atmósfera era extraordinariamente liviano, proteína líquido-volatil, sustancia proteica. De modo que todo lo que vivía en la tierra necesitaba las fuerzas de esta sustancia proteica, que era volátil sobre la tierra, para su formación y también vivía en ella. Y uno veía cómo lo que ya estaba allí en cierto sentido en esta sustancia proteínica, finamente distribuido, pero definitivamente con la tendencia de cristalizar por todas partes (ver dibujo, rojizo), que estaba allí en un estado finamente distribuido como ácido silícico, representaba una especie de órgano sensorial de la tierra, que absorbía las imaginaciones, las influencias por todas partes del cosmos. De modo que en el contenido de ácido silícico de la atmósfera proteínica terrestre había imaginaciones reales, externamente presentes en todas partes.

Estas imaginaciones tenían la forma de organismos vegetales gigantescos, y a partir de aquello que se imaginaba a sí mismo como imaginaciones de lo terrenal, se desarrolló más tarde la planta por medio de la absorción de sustancia atmosférica, primero en forma líquida volátil alrededor de la tierra. Sólo más tarde se hundió en la tierra y se convirtió en la sustancia vegetal posterior. Y además de la sustancia silícea, esta atmósfera albuminosa estaba incrustada de cal finamente distribuida. De la materia calcárea, bajo la influencia de la coagulación de esta proteína, surgió lo animal. Y el hombre se sentía a sí mismo en todo esto. El hombre sentía que era uno con toda la tierra en los tiempos primitivos. A través de la imaginación, él vivía en lo que se formaba en la tierra como plantas, él vivía en lo que se formaba en lo terrenal como el animal, tal como acabo de describir. Cada ser humano básicamente se percibía a sí mismo como extendido sobre toda la tierra, como uno con la tierra. De modo que los hombres, como aún he descrito en mi libro "El cristianismo como hecho místico" en relación con la facultad humana de las ideas, eran uno con la enseñanza platónica.

Como ven, aquellas dos personalidades de las que hablé entonces en Stuttgart, y de las que vuelvo a hablar ahora, el destino hizo que nuevamente se encarnaran como miembros del Misterio de Éfeso, y allí absorbieran íntimamente en su alma lo que ahora he expuesto. En cierto modo sus almas se consolidaron así interiormente. Ahora absorbían como sabiduría terrena a través del Misterio lo que antes sólo les había sido accesible en experiencia, pero en su mayor parte en experiencia inconsciente. Así, la experiencia de lo humano en estas personalidades se extendía a lo largo de dos encarnaciones distintas. Como resultado, sin embargo, llevaban dentro de sí una fuerte conciencia de la afiliación del hombre con el mundo superior, con el mundo espiritual, pero al mismo tiempo una fuerte e intensa sensibilidad por todo lo que es terrenal.

Porque veran, si estas dos cosas fluyen siempre la una en la otra, si no se pueden mantener separadas, entonces se confunden la una en la otra; pero si se diferencian claramente, entonces se puede juzgar a cada una por la otra. Y así, por un lado, estas dos personalidades pudieron juzgar lo espiritual del mundo superior que seguía después de la vida y vivía en ellas como un eco de las encarnaciones anteriores. Y ahora que el asunto les fue transmitido en el Misterio, en el Misterio de Éfeso bajo la influencia de la diosa Artemisa, fueron capaces de juzgar cómo las cosas de la tierra llegaron a existir aparte del hombre, cómo lo extrahumano de la tierra surgió gradualmente de una sustancialidad original que incluía al hombre. Así, la vida de estas personalidades, que en parte todavía cae en el último tiempo en el que Heráclito vivió en Éfeso, pero luego en el tiempo posterior, la vida de estas personalidades se convirtió en particularmente interiormente rica, interiormente fuertemente impregnada por los misterios del mundo. Y también surgió una fuerte conciencia de que el hombre en su vida anímica puede estar conectado no sólo con lo que se extiende horizontalmente en la tierra, sino con lo que se extiende hacia arriba cuando el hombre estira su ser hacia arriba. Y esta configuración anímica interior, que estas dos personalidades, que habían trabajado juntas en el antiguo período egipcio-caldeo, que luego vivieron juntas en la época de Heráclito, podría decirse, pero todavía algo más tarde, en relación con el Misterio de Éfeso, esta cooperación podía ahora continuar. La configuración del alma que se había desarrollado en ambos pasó entonces por la muerte, pasó por el mundo espiritual y se preparó para una vida terrenal, a partir de la cual básicamente muchas cosas tenían que convertirse en un problema, tenían que convertirse en un problema de diferentes maneras, por supuesto. Y precisamente en la forma en que estas dos personalidades tuvieron que situarse en el curso histórico del desarrollo terrenal se puede ver cómo, a través de las experiencias de las almas de épocas anteriores, que luego continúan kármicamente en vidas terrenales posteriores, se preparan cosas que luego aparecen en vidas posteriores en metamorfosis de encarnación muy diferentes en el desarrollo de la humanidad terrenal.

Y cito este ejemplo porque estas dos personalidades aparecen después en una época extraordinariamente importante del desarrollo histórico, que también señalé entonces en Stuttgart. Pues, de hecho, ya hablé de todas estas cosas desde cierto punto de vista hace trece años. Estas personalidades, que en la época egipcio-caldea habían pasado por una vida mundana ampliamente extendida, que luego profundizaron interiormente esta vida mundana, de modo que sus almas se habían consolidado en cierto modo, estas personalidades vivieron en encarnaciones posteriores como Aristóteles y Alejandro Magno. Y sólo entonces, como ya mostré en Stuttgart en ese capítulo histórico, cuando se consideran estos antecedentes en las almas de Aristóteles y Alejandro Magno, se puede comprender en qué consiste realmente lo que luego actuó de forma tan problemática en estas personalidades en la decadencia de lo helénico en el punto de partida de la dominación romana, lo que luego actuó a través de estas personalidades. Hablaremos más de esto mañana en la próxima conferencia.

Traducido por J.Luelmo ago,2024

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