GA091 Haubinda, 15 de agosto de 1905 - El Cristo

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 RUDOLF STEINER. 

EL SER HUMANO, LA NATURALEZA Y EL COSMOS   

EL CRISTO


Haubinda, 15 de agosto de 1905

Hemos visto que el acontecimiento del nacimiento de Cristo en la Tierra tiene un significado cósmico, ya que se encuentra en el centro del desarrollo planetario. Desde que Cristo apareció en la Tierra, todo el cuerpo astral de la Tierra ha experimentado un cambio. Antes solo era posible contemplar los mundos superiores mediante los misterios y las escuelas de profetas. Antes no era posible una aparición como la conversión de Saulo en Pablo, [no era posible] que se vieran los mundos superiores a través del astral. Tal iniciación natural solo fue posible porque, con la muerte de Cristo, la sustancia astral de la Tierra había cambiado. Cristo se había creado un cuerpo a partir de la esfera etérica de la Tierra durante la aparición de Damasco, y en él se le apareció a Pablo.

Una y otra vez se plantea la pregunta de si Pablo era realmente un iniciado o no. De hecho, lo fue desde el momento de la aparición, pero no como los antiguos profetas e iniciados, sino a través de un fenómeno natural directo. Esto lo llevó a ser llamado a su misión. Lo entenderemos todo en sus sermones cuando comprendamos la impresión que esta aparición causó en él. Esto le llevó a representar la relación de Cristo con los seres humanos a la luz de la gracia.

La gracia, en el sentido cristiano original, es exactamente lo mismo que lo que en el lenguaje teosófico se denomina budhi. Budhi puede llamarse gracia: el ser humano nace en sucesivas encarnaciones. Cuando ha equilibrado el karma, su manas es puro y libre, por lo que se puede decir que el ser humano alcanza el manas a través de la justicia. A través de la justicia se produce el equilibrio del karma. Recibe el budhi como algo nuevo que fluye desde arriba. Al budhi se le llamaba caritas. Los antiguos profetas e iniciados dependían primero de adquirir el manas. El cristianismo deja caer, por así decirlo, un rayo de budhi sobre los seres humanos, ante el cual se elimina el karma, de modo que los seres humanos lo sienten como una gracia. Y personas como Pablo sienten especialmente la gracia porque han recibido una gran corriente de budhi.

Lo segundo más importante para Pablo era que, para él, Cristo era el Viviente que había vencido a la muerte. En su vida anterior no había creído en Jesús. Todo lo que había oído contar en Jerusalén y Tarso no le había convencido. Solo le convenció lo que había vivido como experiencia viva. En todas partes se refiere a que Cristo ha resucitado, que es el Viviente, basándose en su propia experiencia. Todo lo que asegura es que las personas pueden alcanzar su objetivo, que pueden ser transformadas por el Cristo vivo. Ese es el gran encanto que emana de Pablo. Pablo predicó la doctrina en el mundo exterior tanto como pudo, predicó en todas partes en este sentido y, además, fundó una escuela secreta en Atenas en la que se enseñaba esoterismo cristiano. Allí estaba su gran discípulo Dionisio el Areopagita, llamado así porque [pertenecía al Areópago]. Este Dionisio también fundó la doctrina de la llamada jerarquía cristiana. Sabemos que fue un gran esoterista cristiano que ejerció una gran influencia en la posterior doctrina cristiana al presentar a sus discípulos las naturalezas dhyánicas, los seres suprahumanos, los querubines y los serafines. Hasta el siglo VI se enseñó esta doctrina, que él nunca había puesto por escrito. Todos los directores de estas escuelas se llamaban Dionisio. No fue hasta el siglo VI cuando un tal Dionisio escribió la doctrina en libros, en la medida en que se podía representar externamente. Aquellos que no son esoteristas consideran que Dionisio no es una personalidad real, niegan el hecho y, por lo tanto, hablan del Pseudo-Dionisio. Pero eso es una tontería.

[Les decía] que Dionisio fundó, además del esoterismo cristiano, la llamada jerarquía cristiana. Él dice que existen grupos de espíritus ordenados jerárquicamente unos sobre otros. Si la Iglesia debe significar algo especial, debe ser una imagen terrenal de esta jerarquía celestial, y así ordenó la jerarquía terrenal. Era una idea noble, no en el sentido de las degeneraciones posteriores. Ahora se imponían dos corrientes en la Iglesia. Una se basaba en que el yo superior debía nacer de la personalidad.

Se basaba principalmente en hacer nacer en cada ser humano ese yo superior como el Cristo. Esa era la corriente arriana. En aquella época era algo prematura, y el presbítero Arrio la defendió en vano en el Concilio de Nicea, pues lo que enseña Arrio solo podrá nacer en la sexta subraza a partir de la personalidad devocional. Como semilla, como germen, estaba presente en los pueblos orientales y apareció por primera vez entre los godos. La traducción de la Biblia de Wulfila se mantuvo en ese sentido; todo Oriente era arriano. Era un puesto avanzado, la teosofía de la época.

La otra corriente era el atanasianismo. Esta no basaba el yo superior en la personalidad individual, sino en la organización de la Iglesia. Y ahí se abrió la puerta a la degeneración. Por lo tanto, desde muy temprano tuvimos que distinguir entre el curso externo de la Iglesia y el intento recurrente de profundizar en el cristianismo. La primera figura importante es Agustín. Él transformó la doctrina de San Dionisio Areopagita en un misticismo interior, de modo que en San Agustín se puede encontrar un misticismo teosófico realmente profundo. Pero al mismo tiempo también enfatizó el principio del Estado eclesiástico; y tan importantes son los escritos místicos de Agustín como la «Civitate Dei». Con ello se produjo la victoria definitiva del atanasianismo, ya que, al defender Agustín, el gran padre de la Iglesia, el principio de la autoridad eclesiástica, toda la Edad Media tuvo que basarse en esta autoridad. «No aceptaría la verdad del cristianismo si la Iglesia no me obligara a ello». En esta afirmación de Agustín se encuentra el germen del dogma de la infalibilidad. Luego vemos cómo la doctrina de Dionisio se profundiza y brilla como un meteoro en el gran escocés Escoto Eriugena, que vivió en la corte de Carlos el Calvo en Francia. En su gran y significativa obra «De divisione naturae», expuso, al más puro estilo de Dionisio, la doctrina del hombre y las entidades superiores. Por ello, sus compañeros sacerdotes lo torturaron literalmente con tenazas hasta la muerte.

 Luego, la antigua doctrina oculta llegó a Europa a través de España: gracias a los cabalistas judío-árabes, se conocieron en cierto sentido los misterios, y se hizo necesario armonizar la doctrina cristiana con lo que había llegado. La forma de la doctrina que había llegado era muy espiritual. Por lo tanto, el cristianismo también tenía que volverse muy espiritual. Todo tenía que elaborarse en términos sutiles, y esto se hizo a través de la escolástica, que floreció entre los siglos XII y XIV.

La escolástica es la espiritualización del intelecto. Va acompañada de una espiritualización del ánimo, lo que se expresa en dos aspectos. Comienza con los místicos franceses, los dos Saint-Victor y el muy erudito presidente del Concilio de Constanza, Gerson, ante quien Hus tuvo que responder, y los místicos alemanes, desde Meister Eckhart hasta Valentin Weigel. Luego, en el siglo XV, el alemán Nicolás de Cusa renovó una vez más la doctrina.

Luego llegó el tiempo en que la ciencia siguió su propio camino, donde todo se explicaba físicamente, comenzando con Copérnico, y con ello se menospreció la parte espiritual del conocimiento. La consecuencia de ello fue que Lutero quiso proteger la fe frente a la ciencia y por eso dijo, por así decirlo: la religión no tiene nada que ver con la ciencia, ésta solo debe basarse en la letra de la Biblia.

Y después vinieron siglos en los que la ciencia y la religión se enfrentaron cada vez más. Esto provocó en el siglo XIX un fuerte antagonismo entre la religiosidad y el materialismo, cuya compensación debería ser la teosofía.

Traducido por J.Luelmo nov,2025

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