GA091 Landín, 21 de agosto de 1906 - La cuarta dimensión (1)

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 RUDOLF STEINER. 

NOTAS DE MATHILDE SHOLL 1904 - 1906   

LA CUARTA DIMENSION 1


 Landín,  21 de agosto de 1906

No debemos confundir espacio y dimensión. Solo se pueden reconocer tres dimensiones en el espacio. Son las tres dimensiones de lo que ha llegado a ser, de lo que existe, es decir, las que representan lo que se nos presenta en el presente como una sombra de las fuerzas entrecruzadas del pasado y el futuro. Pero a esto siempre hay que aplicar la frase «todo fluye». Nada permanece, sino que todo está en constante cambio. Las tres dimensiones espaciales son solo el medio para mostrarnos los distintos momentos de desarrollo como en un panorama, de modo que nosotros, como seres tridimensionales, marcados por el espacio, podamos reconocer también otros procesos en su plasticidad tridimensional. Esto es necesario para que el ser humano aprenda a reconocerse a sí mismo como un ser especial en el mundo. De lo contrario, nunca habría llegado a un conocimiento objetivo del entorno y siempre lo habría percibido de forma subjetiva en su interior.

Ahora bien, dentro de nosotros y a nuestro alrededor también tenemos las otras dimensiones. Las otras dimensiones no se encuentran en el espacio. Sino que más bien, el espacio, las tres dimensiones, descansan en esas otras dimensiones. Las otras dimensiones contienen en sí mismas las tres dimensiones del espacio, pero no están delimitadas en ellas, del mismo modo que el agua puede contener trozos de hielo flotantes, pero no está delimitada en ellos, o que el aire puede contener sustancias más densas, pero no está delimitada en ellas.

La dimensión en la que vivimos, que condiciona nuestro desarrollo y nuestro crecimiento, es el tiempo. Cada momento de nuestra vida es un movimiento a lo largo de esta cuarta dimensión, el tiempo. El tiempo abarca todo lo espacial. Lo inerte solo tiene tres dimensiones; no cambia hacia la cuarta dimensión, hacia el tiempo. En cambio, todo lo que está vivo vive en el tiempo. Vivir significa transformarse en el tiempo, en la cuarta dimensión. El hecho de que hoy seamos físicamente diferentes a como éramos ayer solo es posible gracias a la cuarta dimensión. Dentro de las tres dimensiones no pueden producirse cambios de crecimiento. Solo se hacen visibles dentro de las tres dimensiones como sombras del cambio en el tiempo.

La quinta dimensión también incluye la cuarta; se trata de la sensación, que trasciende el espacio y el tiempo. Lo que nos conecta con los demás seres es la quinta dimensión. La percepción contiene el espacio y el tiempo en sí misma y no está limitada por ellos. Cada dimensión superior nos hace independientes de la inferior, porque en la superior dominamos la inferior. La segunda dimensión es ir más allá de la primera dimensión; la tercera dimensión es ir más allá de la segunda dimensión, un avance hacia la independencia. La cuarta dimensión es ir más allá de la tercera dimensión, una mayor independencia. Porque el tiempo nos hace independientes del espacio. Lo que no podríamos hacer estando atados al espacio, lo podemos lograr en la cuarta dimensión, el tiempo. El tiempo nos permite elevarnos por encima de la dimensión espacial. Por tanto, la sensación, la quinta dimensión, nos permite elevarnos por encima del tiempo; a través de la sensación nos hacemos independientes del tiempo. Del mismo modo, la autoconciencia, la sexta dimensión, nos hace independientes de la sensación. La sexta dimensión, la autoconciencia, es aquella a partir de la cual también dominamos la sensación, osea la quinta dimensión. Con la autoconciencia también englobamos la quinta dimensión, la sensación. Nuestra sensación puede descansar en la autoconciencia, es decir, la quinta dimensión en la sexta. Así pues, el tiempo descansa en la sensación, la cuarta dimensión en la quinta; y el espacio descansa en el tiempo, la tercera dimensión en la cuarta; la superficie descansa en el cuerpo, la segunda dimensión en la tercera; la línea descansa en la superficie, la primera dimensión en la segunda. La sexta dimensión, la autoconciencia, conduce a dimensiones aún más elevadas. La superación de la autoconciencia se encuentra en la séptima dimensión, en lo que va más allá de la autoconciencia. En la séptima dimensión comienza a vivir el chela, que penetra en mundos superiores a través de la autoconciencia. La séptima dimensión es la entrega consciente al mundo. En esta entrega consciente se encuentra la séptima dimensión. La octava dimensión es la fusión consciente con el entorno; la novena dimensión es la creación consciente en el entorno.

Las dimensiones 1 a 3 son las inanimadas;
las dimensiones 4 a 6 son las animadas, pero pasivas;
las dimensiones 7 a 9 son las creadoras.

La separación solo existe en la tercera dimensión. La tercera dimensión es la dimensión de la singularidad. Al superar la tercera dimensión, salimos de la singularidad y entramos en la comunidad. 

Los seres con dimensiones superiores y con la primera y la segunda no están sujetos a la particularidad, sino que pueden superar el espacio. La tercera dimensión es el espacio en sí. Los seres pueden tener varias dimensiones que no tienen nada que ver con la tercera dimensión espacial. Los que tienen la primera y la segunda dimensión y la cuarta —el tiempo— y la quinta —la sensación— son independientes de la tercera dimensión espacial. En el mundo astral también somos independientes de la tercera dimensión espacial. A cambio, tenemos el tiempo como un panorama detrás y delante de nosotros. Al igual que aquí vemos el espacio, en el astral, en la cuarta dimensión, podemos ver el tiempo. El tiempo se extiende ante nosotros como un rollo. El pasado y el futuro nos rodean como un panorama, igual que aquí en el espacio. Mirar hacia atrás, al pasado, o mirar hacia adelante, al futuro, depende, por tanto, de la capacidad de entrar conscientemente en la cuarta dimensión o de captar conscientemente el panorama del tiempo que se despliega ante nosotros.

El punto no tiene extensión. El hecho de que lo que no tiene extensión adquiera extensión se debe a la primera dimensión; de este modo, el punto se convierte en línea. El hecho de que la línea pueda moverse se debe a la segunda dimensión; de este modo, se convierte en superficie; el hecho de que la superficie pueda moverse se debe a la tercera dimensión; a través de la tercera dimensión, todo lo existente se vuelve físico, fijo. Cuando el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas, nada había entrado aún en la tercera dimensión, nada estaba fijado físicamente. Las otras dimensiones estaban ahí, pero no la tercera dimensión espacial. Esto significó la mayor acumulación de corrientes de vida en la Tierra. Así surgió lo físico, la separación, la singularidad, el surgimiento de las cosas individuales a partir del todo, la solidificación, la cristalización. Es el símbolo de lo que el ser humano debe realizar en lo espiritual. Así como a partir del caos del mundo, de la confluencia de corrientes en el mundo, se cristalizó un cosmos que se hizo visible en la tercera dimensión y se configuró, creando así algo sólido y fijo en el mar de mundos que fluía, aportándo ritmo al caos, el ser humano debe configurar espiritualmente un cosmos a partir de las fuerzas que fluyen en su interior. En primer lugar, debe encontrar en su conciencia el punto fijo, la tierra firme sobre la que puede apoyarse, y luego ordenar a su alrededor, dar forma rítmica a todas las fuerzas que hay en él. Se le ha dado el material para este microcosmos, pero él mismo debe trabajar este material, construir con él un templo en el que reine lo divino. Así como las fuerzas de la naturaleza, al interactuar y cruzarse, provocan una acumulación, pero también una configuración, el ser humano también debe configurar y cristalizar algo sólido y duradero a partir de las fuerzas superiores e inferiores, al fluir en sentido contrario y acumularse: debe construir un templo.  Una vez alcanzado esto, puede actuar creadoramente en el mundo desde este todo ordenado y armonioso. Entonces es el gobernante de este microcosmos. Entonces ya no es impulsado por las fuerzas, sino que es él quien impulsa, quien crea algo nuevo. Entonces domina todas las dimensiones. Entonces estas son para él solo las líneas a lo largo de las cuales envía sus fuerzas al mundo. El crecimiento espiritual trasciende todas las dimensiones; domina y supera todas las dimensiones; no tiene límites, ni por el espacio, ni por el tiempo, ni por la sensación.

Ésta tercera dimensión espacial tiene una gran importancia en el desarrollo del mundo y en el desarrollo de la individualidad del ser humano. Pero debe ser superada. Cuando el ser humano superar la tercera dimensión, se libera. Entrar en la tercera dimensión significa estancamiento; pero el estancamiento es también acumulación de fuerza, afianzamiento, anclaje en un punto fijo, la única posibilidad para el ser humano de aprender a mantenerse firme. Pero el ser humano no debe permanecer en el estancamiento de la tercera dimensión, sino que debe volver a superarlo, crecer conscientemente más allá de este estancamiento, para que las fuerzas acumuladas se liberen y puedan desarrollarse. Lo que se ha solidificado debe volver a licuarse. Cuando el ser humano se libera a sí mismo del estancamiento, libera sus propias fuerzas, entonces también puede liberar al resto de la naturaleza del estancamiento. Eso es la redención del reino mineral y la transición de la naturaleza al reino vegetal, el paso del estancamiento de la tercera dimensión a la vida de la cuarta dimensión. Entonces todo lo que hay ahora seguirá estando ahí, pero viviendo en la cuarta dimensión, superando la tercera dimensión. Entonces no veremos lo ya existente, sino lo que está llegando a existir a nuestro alrededor. Todo lo que está en el tiempo se hace entonces visible para nosotros. Las condiciones de vida se desarrollan entonces ante nuestros ojos. Mientras que ahora toda la vida está oculta tras el velo —maya— de lo que ha llegado a ser, entonces comprendemos la vida misma.

 Así como la segunda dimensión permite el movimiento de la primera y la tercera el de la segunda, de igual manera la cuarta dimensión permite el movimiento de un cuerpo tridimensional. Además, la sensación permite el movimiento del tiempo, la cuarta dimensión, y la autoconciencia permite el movimiento de la sensación. O se puede decir: la primera dimensión se mueve en la segunda, la segunda en la tercera, la tercera en el tiempo, el tiempo en la sensación, la sensación en la autoconciencia. O, así como la primera dimensión fija la segunda, la segunda fija la tercera, la tercera la cuarta; así el espacio fija el tiempo, el tiempo la sensación, la sensación la autoconciencia. Por un lado, partimos de la causa, por otro, del efecto; por un lado, de lo más estrecho, limitado y dependiente, por otro, de lo más amplio, que traspasa los límites y es más independiente.

El ser humano tuvo que descender completamente a lo estrecho, lo limitado, la dependencia, para poder, a través de esta limitación, acumular fuerzas del entorno para su propio ámbito, para poder convertirse en individuo, y ahora tiene que volver a superar los límites, devolver al mundo las fuerzas que ha acumulado. Pero su crecimiento espiritual consiste ahora precisamente en esta devolución. En la medida en que da, crece espiritualmente, porque espiritualmente no se da uno mismo, sino que dar espiritualmente significa crecer hasta donde se da. Si doy algo físicamente, me quedo donde estoy y lo que he dado ya no es de mi propiedad. Si doy algo espiritualmente, voy con lo que he dado.  Si guardo todo para mí espiritualmente, permanezco estancado, no crezco; si doy espiritualmente, me expando en la medida en que doy. Dar espiritualmente es construirse a uno mismo. Todo lo que el ser humano da espiritualmente al entorno es y sigue siendo él mismo. Así pues, quien logre entregarse espiritualmente por completo al resto del mundo, como lo hizo Cristo, se convertirá él mismo en todo el resto del mundo.

Esto significa no estar cerrado, abrirse al entorno de los seres espirituales. De este modo, la luz interior irradia hacia el entorno. Un ser que no vive en el estancamiento, que no está cerrado en la tercera dimensión, irradia su interior hacia el entorno; de este modo, ilumina el entorno. Quien vive en el estancamiento, en el egoísmo, no puede irradiar y brillar; solo puede hacerlo quien se entrega desinteresadamente. Quien se cierra no tiene luz propia. Necesita luz del exterior para percibir el entorno en su aislamiento. Quien no se cierra, irradia luz propia desde su interior; ilumina el entorno.

Traducido por J.Luelmo nov, 2025

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