GA063 Berlín 12 de febrero de 1914 - La base moral de la vida humana

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RUDOLF STEINER

 La base moral de la vida humana

Berlín 12 de febrero de 1914

Aunque naturalmente en este ciclo de conferencias se ha tenido que hablar más a menudo de la vida moral del hombre, del orden moral del mundo, quisiera sin embargo resumir hoy una vez más en concreto, lo que se puede decir desde el punto de vista de la ciencia espiritual sobre los fundamentos del orden moral del mundo en la vida humana.

Schiller expresó el carácter básico de la vida humana moral de un modo grandiosamente sencillo, podría decirse que a partir de un sentimiento general por el mundo. Lo expresa con palabras sencillas:

¿Buscas lo más alto, lo más grande?
En la planta está la enseñanza.
Lo que ella hace inconscientemente,
Hazlo tu conscientemente, de eso se trata.

Los debates de hoy mostrarán quizás que el carácter básico de la vida moral está realmente captado en esta frase. Pero que en la segunda mitad de esta frase se esconde un enigma, un significativo enigma: «Lo que la planta hace inconscientemente, hazlo tú conscientemente, ¡eso es!» Eso es lo que importa: cómo, por qué y de dónde el hombre podría hacer conscientemente lo que la planta hace inconscientemente. Y en el enigma que se esconde en esta segunda mitad de la frase de Schiller, hay que buscar el núcleo básico de toda investigación científica filosófica y moral, al recorrer la historia espiritual del desarrollo humano.

En nuestra época apenas es posible que un gran número de pensadores, de personalidades que se ocupan de las cuestiones morales de la humanidad, se adentren realmente hasta el punto del que se pueda extraer el hecho innegable de la obligación ética del hombre. Veremos cómo, para un gran número de pensadores y personalidades, brillan en la vida las obligaciones éticas, los impulsos morales, sin que sea posible decir nada sobre el lugar desde el que esta luz de los impulsos morales, se cuela realmente en el alma humana partiendo de las premisas de las cosmovisiones características del presente.

Precisamente cuando nos referimos a la afirmación de Schiller, -y sólo ciñéndonos a ella-, podemos advertir un hecho peculiar, que ilumina inicialmente la vida moral, y que se nos hace particularmente claro cuando descendemos al más bajo de los reinos de la naturaleza, al reino mineral. Supongamos que observamos algún objeto del reino mineral, por ejemplo un cristal de roca. Lo esencial, pero no siempre suficientemente perceptible, es que, de acuerdo con toda la situación del cosmos, debemos suponer que si este cristal de roca, si esta formación natural, lleva a cumplimiento lo que debe reconocerse como sus, -utilicemos la palabra-, leyes innatas, entonces representa lo que es su esencia. Si uno fuera capaz -y ciertamente la ciencia natural en curso llegará a tales logros-, (como formulaciones hipotéticas ya han sido intentadas por individuos), de indicar a partir de la sustancia especial del cristal de roca, cómo debe surgir su forma de cristal especial, el conocido prisma de seis lados, cerrado a ambos lados por pirámides de seis lados, entonces uno puede también saber, cuando alcanza tal forma de cristal, cómo se expresa en el mundo exterior esta ley, que puede ser reconocida, por así decirlo, según su sustancia. Entonces representa su esencia por lo que es en el espacio exterior. En cierto sentido podemos decir lo mismo de los seres del reino vegetal, quizá menos de los seres del reino animal; pero esencialmente la misma ley se aplica también en el reino animal, aunque algo modificada, ya que todo en la naturaleza sólo está presente en ciertas gradaciones. Habría que decir mucho si se quisiera explicar la peculiaridad de lo que implica esta ley. Aquí sólo lo insinuaremos. Cuanto más profundamente se sumerge uno en este hecho, más se da cuenta de que aquí radica un punto para nuestro ordenamiento del mundo gracias al cual el hombre es radicalmente diferente, -sobre todo uno se da cuenta de ello si se observa el ordenamiento del mundo sin prejuicios-, de los demás seres de la naturaleza.

Supongamos que uno pudiera reconocer realmente todas esas leyes formativas y de otro tipo que son innatas a una forma humana, tal como la forma cristalina es innata a un cristal de roca, y el hombre expresara esta suma innata de poderes formativos. Entonces no estaría representando exteriormente su ser en el espacio en el mismo sentido que los demás seres de la naturaleza. Porque en lo profundo del hombre subyace eso que llamamos impulso moral, y cuya primera característica es que enciende una tendencia interior de desarrollo en el sentido de que el hombre, cuando expresa sus poderes formativos naturales, al contrario que los demás seres de la naturaleza, no representa su ser de una manera autocontenida. Hay que admitir que esto expresa poco más que, digamos, un hecho bastante trivial, pero un hecho que hay que reconocer. Ni siquiera es reconocido por las cosmovisiones más naturalistas o materialistas; pero debe ser reconocido por una visión desprejuiciada de la existencia. 

Hay que reconocer que el hombre oye inicialmente, digamos, algo de alguna parte que quiere instalarse en su ser, y que cuando entra en la existencia, le confiere el impulso de no poder considerar su ser como un ser concluido, en el mismo sentido en que las demás criaturas de la naturaleza entran en la existencia. Sí, se podría decir: por muy perfecto, por muy completo que el hombre pudiera traer a la existencia sus fuerzas formativas en el sentido de las fuerzas formativas de las demás criaturas naturales, nunca podría declarar su ser como completo en relación con los impulsos morales. Esto llevó a Kant, el gran filósofo, a sentirse obligado a dividir su visión del mundo en dos partes completamente separadas: una parte, que representa todo lo que puede reconocerse del mundo exterior, debe reconocerse de tal modo que el hombre con todas sus fuerzas formativas orgánicas también encaje en esta visión del mundo, y la otra parte, que inicialmente sólo sobresale en la existencia humana como nota clave a través del «imperativo categórico»: Actúa de tal modo que la máxima de tus acciones pueda convertirse en el mandamiento de acción para todos los hombres. Así podría expresarse el imperativo categórico. Esta otra parte de la visión del mundo de Kant se sitúa en la vida humana de tal modo que marca la tónica del hombre. 

¿Pero cómo la entiende Kant? De modo que por su naturaleza habla partiendo de un mundo completamente distinto del que abarca la cosmovisión del conocimiento y la cognición. Y habla tanto partiendo de un mundo completamente distinto que Kant toma prestado de esta parte, de la que habla el imperativo categórico, todo lo que intenta introducir en esta parte de su cosmovisión en cuanto a doctrinas sobre un ser divino, sobre la libertad humana, sobre la inmortalidad del alma. Y Kant explícitamente quiere decir que cuando se quiere escuchar aquello que compromete al hombre hay que hacerlo en un mundo completamente distinto al del conocimiento humano ordinario. El imperativo categórico es, por así decirlo, la puerta de entrada a un mundo elevado por encima del mundo de los sentidos, es este mandamiento incondicionalmente vinculante del deber. 

Así vemos que es bien sabido que el ser del hombre no está completo con lo que son sus fuerzas formativas, en correspondencia con las fuerzas formativas de las demás criaturas con las que él conjuntamente conforma el cosmos físico. Una cosa extraña está sucediendo en nuestro tiempo. Uno quisiera decir: nuestro tiempo del modo de pensar más materialista-mecanicista, naturalistamente ordenado, si se abandona consecuentemente a sus impulsos más íntimos, no puede hablar en realidad de tal mundo, del que hasta el mismo Kant hablaba todavía en el sentido que se acaba de indicar. Ciertamente, muy pocas personas en la actualidad son consecuentes con respecto a la cosmovisión de Kant. No extienden todos los sentimientos básicos que se desprenden de las premisas de su cosmovisión a la totalidad del mundo. Aquellos en particular que hoy rinden homenaje a una visión del mundo de tinte naturalista-materialista, -y que hoy prefieren llamarse a sí mismos monistas-, tendrían que rechazar por completo incluso la posibilidad de levantar la vista hacia un mundo al que Kant mira como a través de una puerta por medio de su imperativo categórico. Ellos también lo hacen. Y no sólo aquellos que están más o menos fundamentados en las ciencias naturales y para quienes es comprensible, sino también muchos que se llaman a sí mismos «psicólogos» hacen lo mismo. Numerosos pensadores psicológicos del pasado reciente se encuentran perdidos cuando preguntan: ¿De dónde proceden realmente los fundamentos morales de la vida humana? ¿De dónde procede aquello que en la vida humana se manifiestan como impulsos morales y que, sin embargo, distingue al hombre de todos los demás seres naturales? Por eso la gente viene a decir: la moral, la ética debe basarse en que el individuo no se limite a seguir aquellos impulsos que se dirigen directamente hacia su propio ser, hacia su propia existencia, sino que siga aquellos impulsos que se dirigen hacia el todo. En cuanto a la «ética social», se trata de un término muy popular en nuestro tiempo. Puesto que no podemos mirar hacia un mundo superior con los poderes que antaño creíamos a disposición de nuestra facultad cognoscitiva, buscamos asentarnos en ciertas zonas limítrofes, -pero, como veremos enseguida, sin embargo sin ningún fundamento real-, haciéndolo en lo que todavía puede considerarse «real»: la totalidad de los seres humanos o algún grupo de la humanidad. Y uno llama moral a lo que es en el sentido de esta totalidad, en contraste con lo que la persona individual hace sólo para sí misma. Uno puede encontrar en la actualidad pensamientos extraordinariamente hilvanados que quieren defender la ética y la moral desde este punto de vista de la mera ética social. 

Pero cualquiera que profundice en estas cosas, -independientemente de si investiga los impulsos morales para la vida humana individual o si investiga lo que el individuo tiene que hacer como miembro del conjunto-, debe preguntarse por el contenido real de lo que hay que hacer o, digamos más bien, de dónde puede provenir tal contenido, por el «lugar», hablando en sentido figurado, desde el cual pueden emanar los impulsos morales. En este sentido, Schopenhauer pronunció realmente una palabra brillante que he citado a menudo aquí: «Predicar la moral es fácil, justificar la moral es difícil». Con esto quiere decir que es difícil buscar las fuerzas y los impulsos en el alma humana que realmente hacen del hombre un ser moral, mientras que ciertos principios pueden deducirse fácilmente del curso histórico de la humanidad o de los sistemas religiosos o de otro tipo, que luego pueden utilizarse para predicar la moral. Lo que importa a Schopenhauer no es si uno puede pronunciar estos o aquellos principios morales, sino lo que subyace a los impulsos morales como fuerzas, del mismo modo que las fuerzas de la naturaleza externa subyacen a los fenómenos naturales.

Ahora, sin embargo, Schopenhauer busca unilateralmente estos impulsos de la naturaleza humana en la piedad y la compasión. Se ha dicho con razón: ¿Dónde debería buscar alguien que se siente moralmente relacionado con un asunto que sólo le concierne a él mismo y a nadie más para evitar el perjurio que sólo está impulsado por la compasión? ¿O cómo habría de impedirse moralmente a alguien, pongamos por caso, que se mutile por cierta compasión? En resumen, y se podrían citar muchas cosas semejantes: con el impulso que encuentra Schopenhauer se da, en efecto, con algo tremendamente abarcador, se da con algo que debe subyacer a la inmensa mayoría de las acciones morales, pero que como tal no puede ser exhaustivo.

Es instructivo bajo cualquier circunstancia que las teorías, puntos de vista y opiniones sobre el origen de la moral sean tanto más fútiles cuanto más se incline cualquier cosmovisión meramente hacia lo que se puede obtener con los sentidos externos y el intelecto que se dirige hacia este mundo sensorial externo. Naturalmente, llevaría demasiado tiempo si quisiera mostrarlo en detalle, pero podría mostrarse que tal cosmovisión, incluso si llega a la posición, por ejemplo, de justificar la cosmovisión de alguna imagen de la naturaleza, es de hecho incapaz de indicar el lugar de origen de lo moral. La moral, la vida ética, queda básicamente suspendida en el aire en toda cosmovisión de este tipo, que sólo quiere dirigirse hacia el mundo sensorial externo y hacia el intelecto que combina los hechos del mundo sensorial o los moldea en leyes.

Lo que se acaba de decir, sólo a modo de introducción, debe llevarnos a analizar lo que en el fondo debe parecer bastante natural después de las conferencias anteriores: Si se parte de la base, como es el sentido de todas las conferencias que he dado aquí, de que nuestro mundo de los sentidos y el mundo del intelecto se basan en un mundo de entidades espirituales y hechos espirituales, entonces es natural, puesto que no se pueden encontrar los impulsos de lo ético, lo moral, en el entorno del mundo de los sentidos, buscar estos impulsos en el mundo espiritual. Pues tal vez sean correctos las suposiciones, los puntos de vista y las opiniones de quienes creen que precisamente en la moral habla algo en la naturaleza humana que procede directamente de un mundo suprasensible. Abordemos, pues, la consideración de la vida moral con los supuestos que se han expuesto aquí en estas conferencias. Para aquellos oyentes que sólo han escuchado algunas de estas conferencias, resumiré brevemente cómo el investigador espiritual entra en el mundo espiritual, donde ahora queremos buscar el origen de la base moral de la vida humana.

Aquí se ha dicho a menudo: Si el hombre quiere ir más allá del ámbito de la experiencia sensorial y más allá de ese ámbito que la ciencia ordinaria puede encontrar, se trata de no detenerse en los poderes de cognición que el hombre tiene una vez que se sitúa en el mundo. Toda ciencia, toda contemplación que, en el sentido que a menudo se discute aquí, habla de los límites de la cognición y parte de la premisa de que el hombre no puede desarrollar otros poderes de cognición que los que están en él por sí mismo, que están en él porque, en la medida en que está colocado en el mundo sin su intervención, se encuentra en él con sus cualidades, es una ciencia correcta. Pero en la investigación espiritual es importante que se desarrolle aún más todo lo que ya está en el hombre, que se reconozca prácticamente la premisa: en el hombre hay poderes dormidos que pueden ser despertados. Y aquí hemos hablado a menudo de los métodos que pueden desarrollar estos poderes dormidos. Hemos hablado de esa «química espiritual» que procede estrictamente con exactamente la misma lógica y modo de pensar que la ciencia natural, pero que se extiende al ámbito espiritual y que, por lo tanto, se ve obligada a desarrollar los métodos naturales y el modo de pensar natural de un modo completamente distinto al de la propia ciencia natural. En este sentido hemos discutido a menudo donde la ciencia espiritual en el verdadero sentido debe ser una continuación de la ciencia natural en nuestro tiempo. Quizás pueda señalar una vez más para aclarar lo que sólo debería mencionarse, por así decirlo.

Una vez dije que no se puede ver que el agua, si uno la tiene delante sólo como agua, contenga hidrógeno, que el químico separa por química externa. El agua apaga el fuego, pero no es en sí combustible; el hidrógeno, un gas, es combustible y también puede licuarse. Así como uno no puede ver en el agua cuál es la naturaleza del hidrógeno, que se combina con el oxígeno para formar agua, tampoco se puede ver en el ser humano externo aquello que está ligado a lo físico externo como anímico-espiritual; y así como uno debe temer ser llamado dualista regresivo porque reconozca que el agua, un monón, se compone de hidrógeno y oxígeno, tampoco debe temer no ser un verdadero «monista» si dice que en lo que se nos presenta en el hombre se encuentra lo anímico-espiritual, al igual que el hidrógeno se encuentra en el agua, y que lo anímico-espiritual es tan distinto de lo que se puede observar en el ser humano cotidiano como el hidrógeno es distinto del agua. Y la química espiritual, sin embargo, no consiste en actividades tumultuosas, en algo que pueda llevarse a cabo externamente, como la química externa, sino en lo siguiente, que sólo se describirá muy brevemente. Los detalles pueden encontrarse en mi «Ciencia Oculta en Bosquejo» o en el libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?».

El hombre es el único instrumento a través del cual se puede penetrar en el mundo espiritual. Pero a través de ejercicios especiales, que él debe realizar con su alma, debe llevarse a sí mismo hasta el punto de que pueda conectar un significado con las palabras: Me experimento en mi alma espiritual fuera del cuerpo físico, -lo mismo que el hidrógeno tendría que decir si pudiera experimentarse a sí mismo: Me experimento fuera del oxígeno. De modo que lo anímico-espiritual prácticamente se separa de lo físico-corporal, y el ser humano llega a relacionar un significado con las palabras: Yo me experimento en lo anímico-espiritual pero mi corporalidad física está fuera de mí, como la mesa está fuera de mí, para esto son necesarios persistentes ejercicios anímicos, que duran más o menos y que consisten esencialmente en un aumento de la atención, que ya es importante en la vida ordinaria, -pero no atención a un contenido anímico provocado por cosas externas, sino por un contenido anímico arbitrariamente colocado en el centro de la vida anímica. Cuando el ser humano llega entonces a la posición de tensar de este modo todas sus fuerzas anímicas y luego las concentra en un contenido anímico manejable, del que sabe exactamente qué contenido anímico ha puesto él mismo en él, entonces poco a poco, mediante esta concentración más fuerte de las fuerzas anímicas, se impulsa todo lo que da al ser humano la capacidad de elevar lo anímico-espiritual fuera de lo físico-corpóreo. Sin embargo, a la práctica de la llamada concentración debe añadirse la práctica de la meditación. 

Esto es algo que el hombre ya conoce en la vida ordinaria, pero que en la ciencia espiritual puede aumentar hasta un grado ilimitado. debe aumentarse sin límite: Devoción, devoción al proceso general del mundo. El segundo requisito en la ciencia espiritual es ser tan devoto al ser general del mundo como el individuo lo es mientras duerme a través del resto de sus miembros, pero conscientemente y no inconscientemente. La razón por la que muchas personas no experimentan el éxito adecuado de estos ejercicios es que la gente se paraliza en la realización sistemática y persistente de estos ejercicios. Dando a las potencias del alma, por medio de tales ejercicios, una dirección diferente de la que tienen en la vida cotidiana y tensándolas de una manera diferente de la que se tensan en la vida cotidiana, se llega realmente a ese extraño momento que es posible alcanzar, en el que uno sabe: Ahora estás experimentando anímico-espiritualmente; pero mientras que antes utilizabas tu cerebro y tus sentidos, ahora sabes que has salido del cuerpo y que estás fuera de él, como si los objetos exteriores estuvieran fuera de ti.

El reconocimiento de que tal cosa es posible está todavía en el principio de la cultura temporal. Esto prevalecerá, así como las verdades, -la verdad de Copérnico, Kepler, Galileo-, siempre han prevalecido. A ellos se opusieron exactamente las mismas fuerzas del conocimiento, sólo que matizadas, retrógradas, que se oponen hoy al reconocimiento de los mundos espirituales. Si entonces los opositores eran personas que se apoyaban en antiguas tradiciones religiosas, hoy son los llamados «espíritus libres» los que se oponen al reconocimiento del conocimiento científico espiritual. Pero el paso hacia este reconocimiento se dará, tendrá que darse en el mismo sentido en que se dio el paso hacia la ciencia natural externa en la época de Copérnico, Galileo y Giordano Bruno. Nunca he tenido la costumbre de hablaros con abstracciones y especulaciones, sino que siempre he intentado exponer los hechos espirituales concretos a los que llega el ser humano cuando alcanza las etapas indicadas de comprensión espiritual. En efecto, se puede experimentar que el ser humano en su ser anímico-espiritual se eleva fuera del cuerpo-físico y se experimenta de tal manera que tiene claramente la conciencia, que se diferencia de toda ilusión y alucinación por la experiencia misma: Se experimenta a sí mismo fuera de su cabeza, y cuando se sumerge de nuevo, es como si comenzara de nuevo a utilizar su cerebro como un instrumento externo. Esta experiencia, cuando ocurre por primera vez, en sus primeras etapas, es chocante. Pero es alcanzable, y se afirma en mi escrito: «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?». Y entonces uno entra en un mundo de experiencias espirituales concretas, donde uno se encuentra dentro de los hechos espirituales igual que uno se encuentra con los sentidos y el intelecto en un mundo de seres sensoriales concretos y hechos sensoriales.

Este mundo, al que nos enfrentamos de este modo, se aborda en tres etapas. La primera etapa a través de la cual hay que abrirse camino es la que me he tomado la libertad de llamar etapa del mundo imaginativo. Este mundo imaginativo no es un mundo imaginario, sino un mundo en el que uno experimenta los hechos del mundo espiritual en una suma de imágenes que realmente expresan los procesos del mundo espiritual como imágenes, al igual que las percepciones sensoriales expresan los hechos del espacio. Hay que abrirse camino a través de este mundo imaginativo, hay que abrirse camino sobre todo de tal modo que uno se vaya familiarizando poco a poco con todas las fuentes de error, que son muy numerosas, de modo que uno aprenda poco a poco a distinguir entre lo que engaña y le engaña a uno y lo que pertenece a una existencia espiritual real de seres o procesos. Después se asciende a una segunda etapa de comprensión, que me permito llamar inspiración. La inspiración sólo difiere en la percepción espiritual de la imaginación en que en esta última uno sólo tiene, por así decirlo, la superficie exterior de los procesos y entidades espirituales en imágenes, mientras que ahora hay que desarrollar aquello que distingue radicalmente la percepción espiritual de la percepción exterior: que uno está inmerso en la percepción espiritual. De hecho, uno no se enfrenta a la existencia espiritual de la misma manera que en la existencia sensorial: que está ahí y yo estoy aquí; pero en la cognición espiritual sí que tiene lugar algo así como una expansión más allá de lo percibido, una inmersión en lo percibido. Suena extraño, pero es literalmente cierto: En el mundo espiritual uno se expande espacialmente con su propio ser en todas las cosas que percibe. Mientras que en el mundo espacial uno se mantiene en un punto del espacio, encerrado en su piel, y todo lo demás está fuera, en el mundo espiritual todo se convierte en el mundo interior, al que uno está acostumbrado a llamar mundo exterior. En él se vive, se teje y se absorbe, hasta donde uno es capaz de penetrar. Y luego hay un nivel superior de cognición, del que no es necesario hablar hoy aquí; se trata de la intuición, entendida en el sentido correcto, no de lo que a menudo se llama intuición en el sentido ordinario. A través de la imaginación, la inspiración y la intuición uno se abre camino en el mundo espiritual.

Ahora nos ocupará la cuestión siguiente: Si, entonces, fuera del cuerpo y fuera de las experiencias ordinarias de la existencia ¿Qué diferencia surge entonces en relación con todo lo que se llama conocimiento que viene de fuera, que uno está acostumbrado a recibir de fuera, y en relación con lo que uno aborda como sus impulsos morales, como sus ideas y concepciones morales? ¿Estamos entonces en condiciones de señalar una fuente de vida moral si acaso podemos señalar esta fuente en el mundo a la que uno sólo llega cuando abandona el mundo ordinario de los sentidos y penetra en un mundo espiritual con la propia cognición espiritual?

Veamos primero lo que un mundo espiritual de imágenes erige a nuestro alrededor. Simplemente expongo los hechos tal como surgen para la observación espiritual. Allí uno encuentra en relación con todo lo que adquiere a través de la percepción de los sentidos, que se basa en la percepción de los sentidos, en general lo que uno adquiere en relación con lo que uno está dentro en la vida exterior, que en el momento en que uno abandona este mundo, una especie de oscuridad se extiende sobre este mundo mismo, y surge un nuevo mundo de seres espirituales y hechos espirituales, en el que por lo demás uno también está dentro cuando duerme; pero como investigador espiritual uno se sumerge en este mundo de procesos y entidades espirituales en estado consciente. Cuando uno se sumerge en ellos de este modo, se da cuenta: Lo que uno ve como colores, lo que uno oye como sonidos en el mundo de los sentidos, eso desaparece; lo que uno puede llevarse consigo al mundo espiritual es sólo un recuerdo de ello; algo que uno puede a lo sumo imaginar. Cuando eso desaparece, uno se sumerge de tal manera que, por así decirlo, la actividad del pensar, la actividad de la imaginación, también la actividad del sentir y del percibir se apodera de otros seres en los que uno se sumerge: Pues eso es lo esencial, que en el mundo espiritual uno se sumerge en un mundo de seres.  Y entonces se llega a lo que a menudo se ha discutido: tan pronto como uno se sumerge en el mundo espiritual, encuentra hechos y entidades concretas; y lo que uno observa en el mundo de los sentidos aparece realmente de tal manera que uno vive realmente dentro en el mundo supersensible, invisible, espiritual, pero cuando estamos encerrados en el cuerpo, este mundo supersensible lanza su imagen especular hacia nosotros a través de la actividad del cuerpo. De hecho, se convierte en un hecho concreto que todo el mundo externo que vemos a nuestro alrededor es un reflejo del mundo espiritual, ese mundo espiritual que he explicado como productor primero de los procesos cerebrales que crean el aparato espejo a través del cual se perciben los procesos externos y que él mismo no puede percibirse. Del mismo modo que el hombre no se percibe a sí mismo cuando se acerca a un espejo, sino que percibe la imagen especular, cuando se sumerge en el mundo físico ve la imagen especular del mundo espiritual, en el sentido de que el mundo espiritual se refleja en el aparato especular a través de los procesos del cuerpo. Y ahora uno se da cuenta de que con el mundo físico de la percepción ocurre lo mismo en relación con el mundo espiritual que con la imagen del espejo en relación con el observador. En efecto, así como la imagen del espejo sólo tiene sentido para el observador cuando éste se mira en el espejo y se lleva la imagen a su alma, así también la imagen del espejo del mundo espiritual, todo el mundo físico de percepción que tenemos a nuestro alrededor, tiene sentido como «imagen» aparte del proceso físico que hay detrás de ella. Cuando se entra en el mundo espiritual, se da uno cuenta de ello.

No pretendo establecer esto como una visión teleológica de la naturaleza. Ni quiero decir que el mundo esté dispuesto por un intelecto infinito de tal modo que el hombre pueda encontrar la posibilidad de formar su yo, sino que simplemente quiero señalar el hecho que se da por supuesto: que aquello que el hombre toma en su yo, cuando lo ha visto en el mundo exterior, cuando lo ha recibido en su alma, ya lo puede llevar más lejos. Para lo que llamamos actos cognitivos, el hecho es que todo este mundo de la cognición se construye mediante un proceso de reflejo, y lo que en el fondo desaparece como proceso de reflejo cuando uno se sumerge en el mundo espiritual, en el que se sumerge inmediatamente en un mundo de procesos y seres espirituales, de los que sabe: le pertenece, y de él se toma lo que sólo es una imagen especular en el mundo físico.

Eso es lo esencial, que en el momento en que uno se despide, por así decirlo, del mundo de los sentidos y asciende a un mundo espiritual, aprende a reconocer: A eso que uno mismo es, que no estaría ahí sin uno, y al cual uno mismo pertenece, sólo se ha añadido el reflejo, reflejo que sólo se ha producido por el hecho de que uno es un organismo humano; y este reflejo tiene un significado para su ser, para su yo, para eso que uno lleva a través del giro del tiempo como anímico-espiritual. Por lo tanto, en cuanto uno se encuentra en el mundo espiritual, se encuentra en un mundo que está ahí sin uno, del cual se aprende a reconocer: Éste debe reflejarse para que podamos percibirlo. Pero el ser en sí no se añade al reflejo.

Ahora examinamos el momento en que entramos en el mundo imaginativo. ¿Qué ocurre con los conceptos morales cuando entramos en el mundo espiritual?

Aquello que uno siente como impulsos morales se presenta en el momento en que entra en el mundo imaginativo, Lo que experimentamos como impulsos morales surge en el momento en que entramos en el mundo imaginativo, que no se puede abordar de otra manera que diciendo: ¡Has producido algo, has puesto algo en el mundo espiritual! Lo que uno adquiere como conocimiento no lo ha introducido en ningún mundo, sino que lo ha introducido en sí mismo y lo transmite a través del tiempo. Lo que corresponde a un impulso moral, a una acción moral, o incluso sólo a una volición moral, es creador; así hay que decir cuando se mira en el mundo espiritual:

A través de lo que experimentamos en nosotros mismos con el concepto de lo ético, creamos seres en el mundo espiritual. Somos los creadores, en primer lugar, de procesos, y después incluso de seres en el mundo espiritual.

Aquellos de nuestros honorables oyentes que han escuchado a menudo estas conferencias saben que la ciencia espiritual habla de vidas terrenas repetidas. Esta vida terrena que estamos experimentando ahora está construida sobre una sucesión de vidas terrenas anteriores, y siempre hay una vida subsiguiente en una existencia espiritual que corresponde a una vida terrena; y desde nuestra vida terrena actual miramos a su vez, hacia las vidas terrenas venideras. Aquello que representamos en nosotros mismos en nuestra experiencia moral, se objetiva ahora literalmente, inicialmente en procesos espirituales. El modo en que yo pienso y actúo moralmente, en el mundo espiritual es reconocido como procesos. Son procesos que surgen del mero yo del ser humano. Mientras que las experiencias de cognición sólo se llevan con el mero yo y se trasladan con el yo a las siguientes vidas en la tierra, lo perteneciente a la vida moral o inmoral se pone en el mundo como procesos y sigue actuando como tal, de modo que en la siguiente vida en la tierra tenemos que volver a ocuparnos de ellos por medio del karma. Y el que asciende a los mundos espirituales se da cuenta de cómo los impulsos morales establecen una determinada relación con lo que él produce como yo.

Tomemos, por ejemplo, uno de los impulsos más importantes, -sería ir demasiado lejos si tuviera que explicar por qué lo llamo uno de los impulsos morales más importantes-, el que el eminente psicólogo Franz Brentano llamó el único impulso del orden moral del mundo, el impulso del amor. ¿Quién negaría que innumerables cosas en la vida moral proceden de los diversos estadios del amor -desde los estadios más bajos del amor hasta los más altos, hasta el amor spinozista, el amor Dei intellectualis? Todo lo que sucede bajo el impulso del amor, que contamos como parte del ámbito de lo moral, ¿Cómo lo encontramos en el mundo imaginativo? De este modo encontramos que todo lo que surge bajo este impulso nos es familiar, de modo que podemos decir: podemos vivir en el mundo espiritual con lo que surge bajo el impulso del amor. Nos sentimos en casa en el mundo espiritual con algo que surge de la capacidad de amar. Esto es lo esencial que se presenta ante uno en cuanto entra en el mundo imaginativo.

Pero tomemos lo que brota del odio, lo que se presenta como una acción o simplemente como una intención inspirada por el odio. Se da el hecho muy sorprendente de que todo lo que fluye del ámbito del odio se muestra en el mundo imaginativo de tal manera que infunde miedo, que repele. En efecto, uno de los aspectos trágicos de la experiencia del investigador espiritual es que él debe ver cómo ha de situarse en el mundo espiritual con las fuerzas de simpatía y antipatía. Verdaderamente, como quiera que sean las cosas: en cuanto uno entra en el mundo espiritual, puede ocurrir que se encuentre con simpatías o antipatías. En el mundo físico no ocurre que la gente sienta antipatía; simpatía, tal vez. Pero en el mundo espiritual uno está sujeto a las leyes espirituales, como aquí lo está a las leyes de la naturaleza. Todo lo que ha surgido de la capacidad de amar, de la capacidad de sacrificarse, de lo que uno realiza por un impulso moral o siente como una actitud moral, todo esto se basa en procesos del mundo espiritual, que uno ve en la cognición imaginativa, ve de tal manera que uno puede sentir simpatía por sí mismo a causa de pensar, actuar o sentirse capaz de amar. Todo, por ejemplo, lo que se emprende bajo el odio o impulsos similares, por malicia, vanidad, aparece en el mundo imaginativo de tal manera que uno sabe: Tú eres el creador de estos procesos, que son simplemente la objetivación de tus impulsos odiosos o de tus impulsos maliciosos; tú apareces dentro de ellos de tal manera que los procesos te obligan a ser antipático contigo mismo. No puedes evitar ser antipático contigo mismo.

Para un investigador espiritual es necesario en ciertos casos aprender a soportar tales situaciones en un profundo conocimiento de sí mismo, y aprender a soportar con paciencia cómo resultan en el karma posterior. Esto no quiere decir necesariamente que un investigador espiritual no deba tener tal antipatía, sino que de ninguna manera debe tener la voluntad de presentarse como un santo o como un hombre superior. Pero lo que debe procurarse es que se esfuerce por ennoblecer su vida moral, en lo que se refiere a la convivencia con otras personas, hasta tal punto que la tragedia de sentir antipatía se produzca en menor grado. Pues significa un estado de la más terrible tensión del que uno quisiera escapar; y este querer escapar sólo se manifiesta al ascender al mundo espiritual. Ahí se puede ver de dónde vienen los impulsos que nos hacen hacer lo que amamos y aprender a evitar lo que odiamos. Porque lo que hacemos en el mundo ordinario a partir de tales impulsos actúa como una fuerza en el mundo espiritual. Sí, se puede decir que cuando una persona se sumerge en el dormir, las fuerzas que se acaban de caracterizar aquí como familiaridad con el mundo espiritual o como miedo a él, como conexión simpática con lo que surge de las propias acciones, o como antipatía y deseo de escapar, siguen actuando. Esto tiene un fuerte efecto sobre el dormir y determina la salubridad del dormir, al menos en parte. Aquello que surge como resultado de la vida cotidiana y que, cuando está activo conjuntamente, no permite a una persona conciliar el sueño, es al mismo tiempo lo que debe observar el investigador espiritual.

Ahora preguntémonos: ¿De dónde vienen esos impulsos morales que hablan en el alma humana?

En la vida ordinaria no sabemos de donde nos llegan. Pero están ahí y hablan de tal manera que quien sólo utiliza el intelecto, que combina los hechos del mundo de los sentidos y los convierte en leyes, no puede encontrarlos. ¿De dónde viene, pues, lo que habla al hombre como desde otro mundo?

Pues sólo está ahí como concreción cuando se ve en el mundo imaginativo. Pero actúa como fuerzas oscuras cuyo origen permanece oscuro para la cognición, pero que hablan en el alma como impulsos. Los efectos de lo que ve el investigador espiritual, se experimentan en el mundo de los sentidos como impulsos morales, mientras que las causas se encuentran en el mundo espiritual. Por eso el hombre se ve a sí mismo como un ser que siempre debe decirse a sí mismo: Por muy perfectamente desarrollada que esté tu fuerza de amar, perteneces a un mundo espiritual y encuentras allí la otra parte de tu ser, donde adquieres lo que aquí se expresa como vida moral, -que se expresa, por ejemplo, en lo que llamamos la conciencia, que es un enigma muy grande si se quiere ser consecuente.

Ahora hemos encontrado donde radican las fuerzas que se expresan como conciencia y similares. Supongamos que nos enfrentamos a una persona y que la configuración particular de nuestra vida imaginaria podría hacer que la odiáramos. Lo que podría hacernos odiarle y lo que temeríamos como acontecimientos en el mundo espiritual, esta voz le habla a nuestra alma así: «¡No odiarás! ¡No odiarás! Lo que actúa en la capacidad de amar, y por lo que podemos simpatizar en el mundo espiritual, habla a la vida terrenal como: «¡Amarás! ¡Amarás! Y lo mismo ocurre con los demás fenómenos de la vida moral, que acaban cristalizando espiritualmente como conciencia.

Y esta autoconciencia, ¿Cómo se presenta como un hecho en el mundo espiritual?

Todavía no se encuentra como un hecho en el mundo imaginativo. Para encontrarla como un hecho, uno debe sumergirse en el mundo inspirativo, debe hacerlo de tal manera que uno se sienta extendido por todo el ámbito perceptivo de lo espiritual y experimente estas percepciones internas como su propio ámbito perceptivo, como en uno mismo. Ahora el origen de la conciencia habla desde allí. Sólo se sirve, se expresa, por así decirlo, en lo que puede experimentarse en el mundo imaginativo, pero su centro se encuentra en el mundo inspirativo. Y si se elevaran hacia ella y probaran a preguntarse: ¿Qué ocurre si hace uno abstracción de todo lo que dice la voz de la conciencia? Si supusieran por una prueba que pueden hacer algo amoroso igual que hacen algo por odio, y supusieran que su conciencia no habla, se darían cuenta de que ocurre algo que primero me gustaría aclarar mediante una comparación. Me gustaría decir que ustedes mismos experimentarían algo parecido a una gota de agua que hubiese sido trasladada a algún lugar donde hace tanto calor que se evaporase de inmediato. Algo así ocurre cuando la conciencia se desconecta en el mundo imaginativo a modo de prueba. En ese momento uno experimenta lo siguiente: la conciencia quiere extinguirse, por así decirlo, pierde su centro de gravedad; uno deja de orientarse en el mundo espiritual. Es una de las experiencias más terribles que uno tiene entonces: Estar dentro del mundo espiritual y sentir que tu conciencia se desvanece después de haberte entrenado primero para hacer surgir una conciencia. Es un estado terrible cuando las personas que en verdad carecen de conciencia tienen experiencias superiores cuando ascienden al mundo espiritual. Porque supongamos que una persona que por lo demás no es muy concienzuda entrara en el mundo espiritual. Los ejercicios que se encuentran en el libro «Cómo Alcanzar el Conocimiento de los Mundos Superiores» pueden ser practicados por cualquiera si los practica con la energía necesaria para que entonces pueda percibir en el mundo espiritual. Uno no debe subir mientras no sea saludable. En ese momento uno experimenta lo siguiente: la conciencia quiere extinguirse, por así decirlo, pierde su centro de gravedad; uno deja de orientarse en el mundo espiritual. Es una de las experiencias más terribles que uno tiene entonces: Estar dentro del mundo espiritual y sentir que tu conciencia se desvanece después de haberte entrenado primero para hacer surgir una conciencia. Es un estado terrible cuando las personas que en verdad carecen de conciencia tienen experiencias superiores cuando ascienden al mundo espiritual. Porque supongamos que una persona que por lo demás no es muy recta entrara en el mundo espiritual. Los ejercicios que se encuentran en el libro «Cómo Alcanzar el Conocimiento de los Mundos Superiores» pueden ser practicados por cualquiera si los practica con la energía necesaria para que entonces pueda percibir en el mundo espiritual. Uno no debe subir mientras no sea saludable. Por lo tanto, también se recomiendan tales ejercicios en los que uno no pierde la conciencia; de modo que en el libro mencionado se dan tales ejercicios que hacen a un hombre moral, para que la conciencia no se apague en el mundo espiritual. Pero supongamos que una persona sin escrúpulos ascendiera al mundo espiritual. Entonces sucedería que inmediatamente caería presa de la disolución, de la evaporación de su conciencia. Existen tales investigadores espirituales sin escrúpulos. Los que ascienden al mundo espiritual con cierta falta de escrúpulos sienten inmediatamente la necesidad, al entrar allí en una esfera de entidades, de entregarse a otras entidades espirituales.  Las personas carentes de conciencia, llegan al punto en que su conciencia les proporciona un centro de gravedad fijo en su realidad, las personas que sienten que su conciencia se «evapora» allí, por así decirlo, se entregan a otro ser, se vuelven poseídas por otro ser para tener un punto de apoyo. Esta es una experiencia que puede producirse realmente. Por eso, de hecho, cuando una persona así vuelve a la conciencia diurna, ya no proclama lo que ella misma ha experimentado en el mundo espiritual, sino lo que un ser con el que se ha hecho poseer habla entonces a través de ella. La integridad de nuestro ser se mantiene llevando realmente al mundo inspirativo aquella voz que está presente aquí como conciencia. Entonces uno se siente a sí mismo dentro de sí, pero de tal manera que lo que uno trae, lo que ya se muestra en el mundo imaginativo, está presente de tal manera que uno no pierde su centro de gravedad y que es algo que lo sostiene y lo lleva. Y aquello que puede llevar y sostener al hombre en su verdadero ser espiritual en el mundo espiritual, aquello que habla a través de dos mundos, a través del mundo imaginativo, hasta el mundo de los sentidos, y eso es la voz de la conciencia.

Así que la conciencia, de la que muchos pensadores no pueden descubrir realmente el origen, de la que hablan como si sólo se formara a través del orden social de la convivencia humana, -así que la conciencia es algo que nos es transmitida desde el mundo espiritual, que está allí en su efecto en el hombre que experimenta sensorialmente y que se encuentra en su causa-origen cuando uno asciende al mundo espiritual. Si uno puede encontrar básicamente sólo los secretos del mundo entero si uno realmente desarrolla esos poderes de cognición de los que se ha hablado a menudo aquí, entonces uno debe decir del mundo de la moral en particular que envía hacia abajo sus impulsos desde los reinos espirituales, y que el hombre, cuando se hace consciente de los impulsos sensoriales, es en ese caso que experimenta el efecto de lo que tiene su origen en el mundo espiritual. Y una comprensión correcta del orden del mundo moral nos muestra por una parte que los mundos espirituales hablan a través del alma, pero por otra parte también que con lo que son los impulsos morales, creamos realidades que siguen teniendo efecto, que volvemos a encontrar, realidades que enviamos al mundo espiritual, y que son causas en este mundo, que subyace al mundo sensorial.

Apenas he podido insinuar esto dejando completamente sin mencionar un amplio campo de etapas intermedias, por las que tiene que pasar el investigador espiritual cuando asciende desde el mundo de los sentidos a los mundos espirituales. Pero quisiera añadir brevemente: Lo que así vemos surgir al actuar moral o inmoralmente, lo que se expresa en sus efectos en nuestros impulsos morales, lo que percibimos en el mundo imaginativo como fuerzas constructivas con las que podemos convivir familiarmente, o como fuerzas destructivas con las que nos hacemos antipáticos, eso se nos muestra como las primeras causas de la existencia del mundo en general. Pues miramos hacia el ancho mundo de las estrellas, en el que reinan la seguridad, el orden y la armonía, y nos remontamos a tiempos primitivos en los que los seres eran moralmente activos de un modo similar a como podemos serlo hoy, en los que los seres enviaban sus impulsos morales, que parecen tan insignificantes que parecen nada al lado de toda la existencia del mundo. ¡Pero estos impulsos morales continúan creciendo en el tiempo! Estos impulsos morales, que emanaron de aquellos seres en los tiempos primitivos, crecieron más y más, -y en su crecimiento ellos mismos se convirtieron en las fuerzas de la naturaleza. Se aprende a reconocer, -ahora hay que saltarse las etapas intermedias-, cuando se considera lo que se encuentra en las leyes de los cielos, que llenaron de tanta piedad a quien fundó la ciencia natural más reciente, Kepler: que en el cosmos actúan viejos y maduros impulsos morales originales. Aquellos que en la antigüedad se convirtieron en líderes espirituales en el sentido de aquellas épocas, -sabemos por conferencias anteriores que ya no se puede ascender a los mundos espirituales del mismo modo que antes se ascendía a los Misterios; hoy hay que hacerlo de otra manera-, han tenido que pasar ciertas etapas, grados. Entre estos grados, uno de los más elevados era el que daba al alma la oportunidad de ver en los altos reinos de la existencia espiritual. Era tal grado que se llamaba el grado del Héroe del Sol o del Hombre del Sol. ¿Por qué el hombre del sol? Porque se le llamaba así, es debido a que un alma así, que ve conexiones en el mundo que han de ser vistas de la manera que se acaba de caracterizar, debe haber llevado, en efecto, la vida interior a tal grado que, cuando se eleva a los más altos reinos del conocimiento, no está expuesta a la arbitrariedad interior a la que está expuesta la vida ordinaria del alma, sino a tales impulsos que actúan con necesidad interiormente reconocida y experimentada, de modo que uno se decía a sí mismo: Si te desvías de ellos, causarás tal desorden como el que causaría el sol en el universo si se desviara de su órbita aunque sólo fuera por un instante. En los antiguos misterios, a los que alcanzaban tal nivel de conocimiento se les llamaba hombres del sol. En ello radica la conexión que existe entre lo que enviamos al mundo y lo que surge de él, del mismo modo que lo que experimentamos como las «leyes del cosmos» surgieron de los impulsos morales de seres de tiempos remotos y distantes.

Si se tiene esto en cuenta, entonces se empieza a experimentar la afirmación de Kant de un modo diferente. Cuando el deber moral, la conciencia moral en general, apareció ante los ojos de su espíritu, pronunció estas significativas palabras: "Hay dos cosas que siempre me llenan de tímido asombro: ¡el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí!" Tales conexiones, que han sido experimentadas, que uno pasa por alto, donde uno ve la ley moral, por así decirlo, en el obrar del tiempo, le llenaban cuando hablaba del «cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Quien reconoce los impulsos primigenios de la vida moral a través de la ciencia espiritual, reconoce también que esta vida moral está conectada con la verdadera fuente raíz del ser humano. Por lo tanto, la ciencia espiritual sólo puede conducir en el sentido más elevado a dar a esta vida moral una base firme, de modo que uno pueda decir realmente: Sí, todo el conocimiento está ahí para que nos encontremos a nosotros mismos dentro de nosotros mismos y llevemos lo que encontremos por el mundo y los tiempos; pero todo lo que experimentamos en impulsos morales dentro de nosotros nos hace creadores a nosotros mismos, co-creadores del mundo. Podemos comprender cómo debemos despreciarnos a nosotros mismos como personas inmorales que traen la ruina, que traen la destrucción al mundo, cuando nos damos cuenta: A través del orden moral del mundo estamos conectados con el mundo en un sentido mucho más real que a través de las otras percepciones que ahora absorbemos en nuestras mentes. Y entonces nos damos cuenta de lo que sentían espíritus tan profundos como Johann Gottlieb Fichte, cuyo centenario hemos celebrado recientemente, cuando dijo: Lo que es el mundo de los sentidos no tiene existencia independiente fundamentada en sí mismo;sólo es la materia sensorializada para el deber, para el orden moral del mundo. Lo que la ciencia espiritual tiene que sacar hoy a la luz fue presentido en relación con la cosmovisión moral por un espíritu tan fuerte como Fichte, que en el fondo veía el mundo de tal manera que se decía a sí mismo: El orden moral del mundo es lo más real, y lo otro sólo está ahí para que tengamos un material en el que podamos expresar lo que son los impulsos morales. Por supuesto, la ciencia espiritual tampoco podrá apoyarse en la cosmovisión de Fichte, pues ésta representa una unilateralidad. Proviene de una época en la que la ciencia espiritual aún no existía. Pero se puede contemplar con admiración cómo un hombre como Fichte experimentaba en sí mismo el orden moral del mundo. Pues esto es precisamente lo que muestra la ciencia espiritual: todos los demás conocimientos se nos presentan como un retablo del mundo; pero la moral es lo que debemos ser si queremos desarrollar todo nuestro ser. Es aquello que no sólo nos fija en nosotros mismos, sino que nos sitúa con verdadero equilibrio en todo el orden del mundo.

Cuando se ve cómo la ciencia espiritual en particular es capaz de encontrar el soporte vivo del orden moral del mundo, entonces se comprende lo que a menudo se ha dicho en estas conferencias. Sin embargo, la ciencia espiritual moderna se encuentra todavía hoy en la misma posición en la que se encontraba Giordano Bruno ante sus contemporáneos cuando quiso ampliar la visión del mundo más allá de la bóveda azul de los cielos hacia extensiones infinitas del espacio. <Tuvo que mostrar a la gente de su tiempo: «Lo que percibís como la bóveda azul del cielo son sólo los límites de vuestra estrecha visión. Tal fantasmagoría espiritual es lo que el hombre ha puesto en su existencia a través del nacimiento o la concepción y la muerte. Pero al igual que la bóveda azul del cielo es sólo el estrecho límite de la propia percepción en el espacio, el nacimiento y la muerte son para la percepción humana sólo los límites en el tiempo. Y del mismo modo que lo que el hombre ha establecido para sí mismo como maya, como límite del espacio, ha sido reconocido como tal, así se abren para el alma humana los límites más allá del nacimiento y de la muerte, y se reconocen los mundos infinitos que yacen más allá del nacimiento y de la muerte. Hoy en día nos encontramos en relación con los datos científico-espirituales de nuestro tiempo de la misma manera que la ciencia natural moderna se encontraba en los albores de los tiempos modernos en relación con los puntos de vista científico-naturales. Pero, en cierto modo, seguimos estando solos. La fe invencible en la verdad, que busca su camino a través de las grietas y hendiduras más estrechas, aunque los poderes opuestos quisieran luchar contra ella, uno se siente aislado de manera diferente con la ciencia espiritual: Uno siente cómo la época actual debe apresurarse hacia la ciencia espiritual, cómo las almas deben exigirla, -y uno se siente en armonía con lo que los espíritus más importantes de todos los tiempos presintieron y significaron, lo que a menudo expusieron de un modo más sencillo de lo que uno debe expresarlo hoy, pero que sin embargo no expresaron con menos acierto desde el alma que presiente la verdad. Así, al señalar desde la ciencia espiritual las verdaderas fuentes de la vida moral y de un orden moral del mundo desde los mundos divino-espirituales, uno se siente de acuerdo con muchos otros espíritus, -y también con Goethe, de quien se va a traer aquí un dicho para resumir lo que se les ha dicho en el curso de esta conferencia. Con respecto a la fuente de la vida moral, Goethe dijo una frase muy significativa, sencillamente, se podría decir, para aquellos que realmente pueden sentir la vida moral: ''En voz muy baja habla un Dios en nuestro pecho, en voz muy baja, pero también con claridad; él nos lleva a reconocer lo que hay que tomar y de lo que hay que huir''. Al decir que un Dios habla muy suavemente pero también claramente en nuestro pecho, Goethe está señalando, -y lo muestra con todas las grandes personalidades y especialmente con las personalidades sensibles que podían sentir la verdad en este campo-, como por intuición a lo que se puede descubrir a través de la ciencia espiritual como los impulsos de la vida moral en el mundo espiritual. Miramos hacia el mundo espiritual y nos decimos: Es precisamente la vida moral la que atestigua que el hombre tiene su origen en los mundos espirituales; pues desde allí habla el Dios que anuncia en voz baja y, sin embargo, con toda claridad, lo que hay que asir y de lo que hay que huir; Aunque oculta lo que el investigador espiritual ve como las razones para tomar y huir, pero lo que el hombre expresa en impulsos morales tiene sus verdaderas razones originales en el mundo espiritual, lo que desciende desde él hasta nuestra mente, lo que habla en el alma humana como un Dios real, como la voz de Dios desde el mundo espiritual, anunciando la naturaleza del hombre, a través de la cual se extiende sobre lo que son las criaturas de su mundo semejante en el cosmos.

Traducido por J.luelmo feb,2020

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