GA062 Berlín, 3 de abril de 1913 La moral a la luz de la ciencia espiritual

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GA062 Rudolf Steiner


LA MORAL A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL


décimo tercera conferencia
Berlín, 3 de abril de 1913
     
Cuando Platón, el gran filósofo griego, quiso definir o caracterizar hasta cierto punto lo divino, lo describió como el «bien». Y Schopenhauer, que en muchos aspectos tomó como modelo a Platón, dijo una vez en sus escritos que a su visión filosófica él podía llamarla «ética», con mayor motivo de lo que se le atribuía a Spinoza, por la razón de que él, Schopenhauer, había basado toda su visión del mundo en la fuerza elemental de la voluntad, y así, de algo que está simultáneamente conectado con los impulsos morales más íntimos del alma humana, él había hecho la fuerza fundamental del universo; mientras que Spinoza -según Schopenhauer- había construido su sistema de tal manera que lo moral, lo ético como tal no estaba aún contenido en los principios más elevados del mundo.

Schopenhauer, al igual que Platón, quiso dar a entender, -y muchas cosmovisiones filosóficas han hecho lo mismo-, que todo lo que llamamos moral en la evolución de la humanidad, está tan íntima y profundamente basado en esta evolución, que en definitiva es impensable, que el ámbito de lo moral no abarque todos los acontecimientos meramente naturales, que no esté en la raíz de todo cuanto el hombre puede desentrañar en el mundo natural o espiritual, como principio y naturaleza básica de las cosas. Así pues, en opinión de tales filósofos, la moral en el hombre sería un captar y resplandecer de la moral divina que ilumina el mundo entero. De modo que se daría ya por supuesto, que naturalmente toda elevación, -en el sentido de una cosmovisión-, hacia los fundamentos primigenios de la existencia, tendría también que llevar al hombre cada vez más cerca de las fuentes de los impulsos morales de largo alcance.

Si bien no es en absoluto necesario estar completamente de acuerdo con tales cosmovisiones filosóficas, se puede decir no obstante, que tales cosmovisiones llegan a tal opinión, tal perspectiva, como la esbozada por Platón y Schopenhauer, precisamente porque sienten la plena dignidad y significación de lo moral en el desarrollo de la humanidad y, por tanto, no quieren pasar por alto los impulsos morales en los fundamentos primigenios de la existencia del mundo. Aunque no se esté en completo acuerdo teórico con tales cosmovisiones, se podrá, no obstante, aprender de ellas y encontrar justificación para el hecho de que cualquier cosmovisión que haya de intervenir en la vida y en la acción humanas, debe aparecer hasta cierto punto justificada ante el juicio moral, debe aparecer de tal modo que la moral pueda decirle un sí incondicional. Por lo tanto, es necesario que toda cosmovisión se comprometa con los impulsos morales de la existencia. Por este motivo se ha elegido el tema de la reflexión de hoy, que consiste en tratar la relación de lo que aquí se entiende por ciencia espiritual con los principios e impulsos morales del alma humana.

Ahora bien, cuando se abordan cuestiones morales, es necesaria desde el principio una cierta, podríamos decir santa timidez respecto al ámbito en el que uno se adentra, para tener una visión razonablemente sensata de las cosas. Después de todo, cuando uno se adentra en el terreno que mira hacia juicios que quieren decidir en el sentido más intensivo sobre el valor y la indignidad del alma humana, uno sospecha inmediatamente, que está llegando a profundidades insondables del alma humana, a profundidades tan insondables que no quiere tomarse a la ligera ningún juicio determinante en este terreno. También a este respecto Schopenhauer hizo una significativa afirmación, a menudo citada: «Predicar la moral es fácil, justificar la moral es difícil». ¿Qué quiere decir Schopenhauer con esta afirmación?

En cuanto se adentra uno un poco en la vida humana, se da cuenta de que predicar la moralidad es fácil. Pues casi nada se predica tanto en esta vida humana como la moralidad. Nada se juzga tanto como el valor moral o el desprecio moral del alma. Y si se considera a fondo esta vida humana, hay que decir de nuevo: ¡De qué poco sirven los sermones morales actuales para llegar realmente a las almas, a fin de captar estas almas de tal manera que los principios morales que uno u otro piensa, aunque sean claramente comprendidos, puedan ser también verdaderos impulsos morales en las almas! Ciertamente, qué fácil es para algunos predicarse la moral a sí mismos, ante los cuales se hace bastante difícil seguir impulsos verdaderamente morales. Schopenhauer cree que todo lo que uno pueda predicar en términos de principios, fórmulas morales o reglas morales no tiene realmente sentido. Para él, sólo tiene sentido si se puede demostrar una fuerza anímica, un impulso anímico en el alma humana, que es una realidad en el alma y a partir de la cual surge la acción moral. Entonces se podría decir que en el alma humana se descubre algo que, si se la deja a sí misma, impulsa a la acción moral; en ese caso se ha encontrado la razón de la acción moral en el alma. La moralidad ha sido establecida porque ha sido encontrado en el alma el impulso real. En cuyo caso uno no se ha limitado a predicar la moralidad.

Con semejante exigencia, que sea lo más justificada posible, ahora uno se da cuenta precisamente, de lo difícil que es penetrar en esas profundidades del alma humana, donde realmente yacen dormidos los impulsos morales, donde se encuentran esos impulsos a partir de los cuales surgen las cosas morales o inmorales. Es difícil penetrar en esas profundidades con nuestro juicio. Tomemos un caso particular, un caso que puede enseñarnos cuán difícil es para un alma consciente, formarse un juicio acerca del valor o desprecio moral de una acción humana. Supongamos que alguna persona eminente se sube a un caballo y sale cabalgando. En el camino, esta importante personalidad encuentra a una pobre mujer agachada en el camino. Este personaje, que galopa a caballo, ve a la mujer, mete la mano en el bolsillo, saca la cartera llena y se la arroja a esta mujer.

Ahora tenemos una acción ante nosotros. La pregunta ahora es: ¿Cómo queremos juzgar tal acción a la luz de la moralidad? Herman Grimm, de quien ya he hablado, dice sobre esta acción que realmente sucedió una vez en el mundo. -Sucedió lo siguiente: Supongamos que la mujer era supersticiosa y que había planeado cometer un robo en un futuro próximo para sus hijos, que se encuentran en extrema necesidad. Gracias al hecho de que este hombre le dio la billetera, ella quedó liberada de cometer el robo y causar aún mayor miseria a la miseria de su familia. Pero ella es supersticiosa, dice Herman Grimm. ¿Por qué no debería decir la mujer: Por medio de este hombre se me apareció un ángel de los mundos superiores y por medio de él fui salvada del abismo?

He ahí pues una especie de tratamiento moral de las cosas, que bien pueden ocurrir en el alma de esta mujer. Pero supongamos, dice Herman Grimm, que este personaje, que ha arrojado la bolsa llena a esta mujer, llega después a la compañía de varias personas. La primera de las personas que oye decir a esta persona misma que ha hecho esto, piensa: ¡Bueno, siempre he oído decir que esta persona es extraordinariamente avara; ahora veo lo insignificantes que son tales juicios en todas partes! Y tal personalidad podría ahora, además, salir en defensa de este hombre, -dice Herman Grimm-, y podría, por así decirlo, contribuir en todas partes a rectificar el rumor sobre la tacañería de esta personalidad de alto rango, difundiendo la «magnanimidad» de esta personalidad. Pero supongamos, dice Herman Grimm, que un segundo personaje oyera la misma historia y se sintiera peculiarmente conmovido por ella; pues este personaje, supongamos, hacía poco tiempo que había querido pedir prestada a aquel hombre una suma mucho menor que la que había en el monedero, y el hombre no le había prestado la suma. ¿No haría esta persona un juicio completamente diferente? O podría estar presente un tercer personaje, -piensa Herman Grimm-, que, en cuanto oye esto, se ve impulsado a decir: Sí, me da vergüenza; ¿No puedo yo mismo conseguir algo? Tal personalidad podría ahora llegar a un juicio que sería muy diferente tanto del de la mujer como del de las otras personalidades. Una cuarta personalidad podría tal vez saber, cuando se cuenta este incidente, que el hombre en cuestión tenía enormes deudas en aquel preciso momento, y esta personalidad vería ahora a su vez la acción bajo una luz moral completamente diferente. Ella podría decir que es una gran injusticia tirar la cartera con tanta facilidad cuando uno está obligado a pagar sus deudas, que los acreedores esperan por todas partes. Otra persona podría saber, -dice Herman Grimm-, que la cartera no pertenecía al propio hombre, sino a su mujer, y que el hombre tiró la cartera a su mujer por descuido, y la mujer podría quejarse del descuido del hombre. Y cabría la posibilidad de otros puntos de vista.

Así vemos cómo personas que parten de puntos de vista diferentes podrían juzgar una acción semejante de forma muy distinta y no tendrían por qué hacer de lo que vivía en el alma el verdadero impulso. Herman Grimm trata este caso en particular porque quiere mostrar hasta qué punto los juicios morales han de tomarse con cierta reserva cuando los encontramos sobre una personalidad tan importante, por ejemplo en las memorias. Todos esos juicios podrían hacerse en las memorias, pues todo el asunto que he estado tratando aquí tuvo lugar realmente en una situación similar, a saber, con el gran poeta Lord Byron. Y al hablar de uno de sus escritores de memorias que conoció a Byron, Herman Grimm se refiere al caso. La razón por la que se le cita aquí es que ilustra con bastante claridad todos los juicios vitales que hemos emitido de muy diversas maneras cuando nos disponemos a juzgar las acciones morales de alguien. Así que hay que decir, en efecto, que si ya es difícil en general, en el sentido de Schopenhauer, justificar la moralidad, entonces se hace francamente imposible abordar la vida anímica de una persona, con un juicio moral concluyente en un caso individual, de tal manera que este juicio moral concluyente acierte realmente con los hechos.

Pero uno no debe juzgarse a sí mismo a partir de estos supuestos como si tuviera que ser indiferente a la moral. Al contrario. Quien capte la vida en su totalidad considerará, sin embargo, la moral como lo más sagrado de la vida humana y llegará a la opinión de que a lo más sagrado de la vida humana también hay que acercarse con una sagrada timidez. Pues en muchos aspectos enfrentarse a otra persona con un juicio moral, es algo osado, en vista de lo mucho que separa un alma de otra.

Después de estas premisas, presentemos ahora lo que se ha dicho aquí sobre el carácter de la ciencia espiritual en estas diversas conferencias. La ciencia espiritual, por una parte, nos conduce más profundamente a los fundamentos espirituales de las cosas. Pero al mismo tiempo hemos visto cómo es capaz de hacer esto: es posible exponiendo las fuerzas más profundas de nuestra vida anímica, de modo que sólo podemos captar los fundamentos espirituales del mundo, haciendo surgir las fuerzas adormecidas en las profundidades del alma humana. Por tanto, estamos utilizando los métodos de la investigación espiritual para acercarnos a las profundidades más hondas del alma humana, esas profundidades a partir de las cuales surgen los impulsos morales a menudo de forma tan misteriosa. Y la pregunta debe ser: ¿Qué ocurre cuando esas investigaciones en las profundidades del alma, que quieren sacar a la luz, se encuentran con los impulsos morales? Después de todo, es en la vida cotidiana ordinaria del mundo físico, donde los impulsos morales pueden hablar con plena certeza desde lo más profundo al alma humana más simple, al alma humana más inculta. Y muchos hombres muy instruidos, hombres que tal vez se cuentan entre los filósofos o son científicos, pueden quedar avergonzados en el campo moral por una personalidad sencilla que no se precie de tener muchos conocimientos y que, sin embargo, desde lo más profundo de su alma es capaz en los casos más difíciles de realizar los actos más abnegados de auténtico amor humano. El conocimiento ordinario, el conocimiento físico externo, no tiene por qué conducir a las profundidades de las que brotan los impulsos morales, los impulsos en los que se ha de basar la moralidad.

De inmediato se ve que si la ciencia espiritual quiere ascender a las fuentes espirituales primigenias de la existencia, es necesario que el alma humana desarrolle en cierto modo tres cosas si quiere llegar a ser un investigador espiritual. En el curso de estas conferencias de invierno se han definido estas tres cosas como las tres etapas del conocimiento suprasensible. En primer lugar, lo que llamamos cognición imaginativa, es decir, la cognición que aparece ante el alma humana cuando ésta se ha liberado completamente de toda observación de los sentidos y de toda actividad intelectual ligada al instrumento del cerebro. Una vez que el alma ha alcanzado el punto en el que siente surgir de sus profundidades un mundo de imágenes, con un mayor entrenamiento del investigador espiritual, éstas se convertirán, en imágenes de las verdaderas realidades espirituales que existen tras el mundo sensorial exterior. El conocimiento imaginativo es el primero. Estas etapas del conocimiento suprasensible también se describen en el libro «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?».

La segunda cosa a la que tiene que llegar el alma humana, que sólo se puede expresar más o menos pictóricamente y de la cual ya se ha hablado, pero que hoy conviene mencionar brevemente para evitar malentendidos, consiste en que lo que primero ha aparecido pictóricamente, pero que no se puede comparar con las imágenes de un único significado, surge como si surgiera de sí mismo a través de un «lenguaje universal» como conocimiento inspirado. Esto significa que cuando la capacidad de inspiración del investigador espiritual se ha despertado, los seres y hechos espirituales que se encuentran más allá del mundo de los sentidos le hablan.

La tercera etapa, por la que el investigador espiritual penetra realmente en la esencia de los hechos y entidades espirituales, se llama intuición. No se trata de la intuición que a veces se designa con esta palabra en un lenguaje trivial, sino de algo que es un verdadero trascender de la propia vida anímica hacia otros seres, por lo cual el hombre, al conectar su ser con otros seres, llega a ser capaz de penetrar en el interior de seres espirituales fuera de sí mismo. La imaginación, la inspiración y la intuición se oponen, pues, en otros niveles de la cognición a lo que es la cognición de los sentidos y la cognición intelectual.

Por medio de estos tres niveles de conocimiento, el alma humana penetra en el mundo espiritual. Las facultades de la imaginación, o sea, de ver imágenes del mundo suprasensible, así como las facultades de la inspiración, o sea, de oír lo que los hechos espirituales y los seres espirituales de lo suprasensible tienen que revelarnos, y las facultades de la intuición, están latentes en toda alma humana. Las hacemos surgir a través de los métodos que también se han descrito aquí. Por consiguiente, el alma humana debe penetrar en sus profundidades como investigador espiritual para llegar a los fundamentos primigenios de la existencia.

Ya se ha llamado la atención sobre la importancia del punto de partida desde el que el alma alcanza los estadios de su existencia en los que puede ver el mundo espiritual, especialmente cuando expusimos los "errores de la investigación espiritual". Allí se hizo especial hincapié en que aquella alma que no parte de la capacidad moral, de la disposición moral, sufre una especie de impotencia respecto al conocimiento del mundo espiritual. Tal alma mostrará una cierta anestesia para los mundos superiores y sólo podrá revelar de estos mundos superiores lo que se ve a través de una especie de anestesia, que por lo tanto está distorsionada. Ya se ha señalado la conexión entre la disposición moral del alma en el punto de partida y lo que el alma puede alcanzar cuando entra realmente en los mundos espirituales por medio de la imaginación, la inspiración y la intuición. Pero podemos caracterizar de forma aún más precisa el significado de la disposición moral del alma para los niveles superiores de cognición.

En el investigador espiritual la imaginación se produce de tal modo que previamente surgen, como en el horizonte de su conciencia, imágenes de su vida anímica y luego de la esencia de la vida espiritual general. Estas imágenes, que surgen de este modo, y cuyo significado ya hemos descrito, deben ser diferentes según que la persona parta de tal o cual disposición anímica, que ya posea aquí en el mundo físico. Tal alma, que aquí en el mundo físico desarrolla el sentido para la conexión correcta y verdadera de los hechos, cuando asciende a la imaginación mediante los métodos descritos, llevará a los mundos superiores la constitución interior para la conexión verdadera de las cosas para consigo misma. Por consiguiente, podemos decir que un alma que sabe vivir verdaderamente dentro de los hechos del mundo físico sensorial, lleva su veracidad hasta los mundos espirituales. Mientras que un alma que se caracteriza por la inexactitud, -y de la inexactitud, como ya se ha dicho, al error, incluso a la falsedad, sólo hay un pequeño paso-, que se caracteriza por la falta de veracidad aquí en relación con los hechos sensoriales del mundo físico, tal alma lleva la condición interior de la falta de veracidad al mundo en el que han de surgir las imaginaciones, las imágenes del mundo espiritual. Y la consecuencia de esto es que a partir de su falsedad, que no se corresponde con el mundo, sino que brota sólo de su propio ser interior, se construye tal mundo de imágenes que en sí mismo no es más que un desbordamiento de la personalidad en cuestión.

La falsedad, por consiguiente, allí donde el alma asciende a las imaginaciones, hará que tal alma no pueda revelar otra cosa de los mundos espirituales que lo que sólo es el reflejo de su propia falsedad. Por consiguiente, con todo adiestramiento hacia el mundo espiritual, el alma, antes de entrar en el mundo imaginativo, tiene que consolidarse ya aquí en el mundo físico, como preparación para el conocimiento imaginativo por medio de lo que se puede llamar ser fiel a los hechos. Y hay que subrayar, enfáticamente, que todo lo que se aleja de ese ser fiel a los hechos no puede proporcionar una preparación adecuada para la contemplación del mundo espiritual. Para el que quiera convertirse en investigador espiritual será una buena preparación abstenerse en lo posible de toda crítica meramente personal y subjetiva, de todo juicio de las cosas «desde su punto de vista», de toda afirmación: «Creo que esto está bien», «Creo que esto está mal». Por el contrario, una buena preparación para el conocimiento espiritual, es cuando uno intenta lo mejor que puede y tanto como puede aquí en el mundo físico, abstenerse de todo juicio desde el propio punto de vista personal, de toda afirmación del propio punto de vista subjetivo personal; si uno se esfuerza por dejar que los hechos de la vida hablen sólo por sí mismos. Por lo tanto, encontraremos a aquel que está en el camino correcto hacia el mundo espiritual esforzándose, en todo lo que cuenta o describe, no en exponer lo que él opina sobre las cosas, sino en dejar que las cosas hablen por sí mismas esforzándose en reunir más justamente los hechos.

Por tanto, si nos enfrentamos a una persona que dice en cada oportunidad: Esto o aquello ha sucedido aquí o allá, lo encuentro desagradable; algo ha sucedido aquí o allá, no lo encuentro bueno; algo ha sucedido aquí o allá, lo encuentro feo, lo encuentro bello, -y cualesquiera que sean las gradaciones, tal persona no está en el camino correcto para penetrar en los mundos espirituales. Está más bien en un buen camino si se esfuerza por suprimir tal juicio y simplemente cuenta los hechos, si mira los hechos y los deja hablar por sí mismos y los convierte en su principio: Cuando impongo mi criterio a alguien, es mi criterio, - entonces no sólo se le insta a creerme que lo que digo es verdad, sino también que tengo un criterio. Pero si me propongo contarle a la persona lo que he encontrado aquí y allá, ella puede formarse su propio juicio. Cuanto más se fuerza uno a esta última forma de ver el mundo y de contar las cosas, más se equipa con ser fiel a los hechos y se prepara para la cognición imaginativa. Quien quiera prepararse para la cognición imaginativa debe abandonar el hábito de decir con cada experiencia: encuentro las cosas de esta o aquella manera. Debería considerar insignificante lo que pueda encontrar sobre las cosas y esforzarse por ser sólo la herramienta a través de la cual hablan las cosas o los hechos.

Cuando se tiene esto en cuenta, se percata de que una virtud muy esencial, la veracidad, ha de formar parte desde el principio de los medios preparatorios adecuados para un adiestramiento metódico para el conocimiento de los mundos superiores. Uno no puede avergonzarse dudando de que un correcto entrenamiento para el conocimiento de los mundos superiores es, o al menos debe ser, moralmente propicio. Sí, aquí el asunto se presentará desde otra perspectiva. Se puede argumentar que alguien no se está preparando para los mundos superiores mediante la veracidad que se acaba de describir. Después, basta con que se someta al adiestramiento anímico adecuado, a los ejercicios apropiados, para que, en efecto, pueda despertar los poderes dormidos de su alma y, por fin, se encuentre ante un mundo imaginativo. ¿Pero qué es entonces? Este mundo no es entonces otra cosa que la imagen especular de su propio ser. Y debido a que en el momento en que uno prescinde del mundo de los sentidos, cuando prescinde también del intelecto, que está ligado al cerebro, tiene ante sí este mundo imaginativo como algo real, independientemente de que exprese algo real o de que sólo sea el reflejo de su propio ser, quien lo tiene, quien no está debidamente preparado por la veracidad también tendrá ante sí un «mundo imaginativo», porque le engaña haciéndole creer que es real y, sin embargo, no es más que el reflejo de su propia alma, de su propio ser interior. Este mundo es entonces una tentación constante a la falsedad. Por lo tanto, se puede decir que aquel que no penetra en el mundo espiritual practicando la veracidad se pone en una posición en la que las tentaciones de la falsedad y la mentira están constantemente presentes en su entorno cuando percibe en el mundo suprasensible. De esto debe deducirse por sí mismo que todo ascenso al mundo suprasensible debe estar relacionado con el fomento de la virtud de la veracidad, con el fomento sobre todo la fidelidad a los hechos. Pues sólo si guardamos fidelidad a los hechos, una fidelidad para el contexto de los hechos en el mundo físico fuera de nosotros mismos, podemos educarnos para ser veraces.

Lo mismo ocurre de forma similar con la inspiración, sólo que en este ámbito se vuelve aún más vívida, aún más significativa. A través de la inspiración las cosas que están espiritualmente presentes en nuestro entorno comienzan, por así decirlo, a hablarnos; se nos revelan, nos revelan su naturaleza. No las oímos a través de voces y sonidos similares a los externos, sino que las oímos espiritualmente.

Para que el ser humano no se limite a escuchar lo que su propio ser le revela, sino que conozca un mundo objetivo y real, es necesaria otra preparación. Esto requiere la elevación de una virtud muy especial del alma. Tales cosas sólo pueden comprobarse a través de la experiencia. Quien desee alcanzar la inspiración debe desarrollar en sí mismo la virtud del valor moral, la firmeza y la fortaleza en un grado superior al necesario para el mundo ordinario. Porque sólo aquellos que tienen coraje moral, que no se arredran ante nada que pueda poner en peligro su propia personalidad, podrán soportar lo que se les dice a través de la inspiración de las realidades espirituales. Y quien no haya desarrollado suficientemente la fortaleza y el coraje moral antes de entrar en los mundos espirituales, muy pronto se dará cuenta, -o más bien no se dará cuenta tan fácilmente, pero los demás que entienden algo del asunto se darán cuenta-, de que ciertas cosas le hablan efectivamente desde el mundo espiritual, pero que todo lo que le habla de este modo no es más que un eco de su propio ser. Porque cuando su alma no es lo suficientemente fuerte, debido a que no tiene pleno apoyo en sí misma, no puede retener dentro de sí lo que es, sino que lo irradia, y por eso vuelve a ella lo que ella misma es. Un alma que no está preparada para la inspiración mediante el valor moral, muy pronto se presentará como alguien que oye algo así como «voces espirituales», solo que estas voces espirituales no serán otra cosa que lo que ella lleva dentro de sí, que no es más que un eco de su propio ser. Cuando tal alma se dé cuenta entonces de que éste es el caso, tanto más le sobrevendrá el desaliento por lo que le llega del mundo espiritual.

Así pues, nuevamente vemos que una cualidad esencial del alma, una cualidad a la que no se le puede negar su carácter moral, debe ser fortalecida y fortificada si esta alma quiere penetrar hacia arriba en el mundo suprasensible, esa cualidad no es otra que el valor moral, la fortaleza moral. Esto es indispensable como preparación para la verdadera inspiración. De ello se deduce fácilmente que ante todo hay que fortalecer el valor moral ya en el mundo físico antes de querer convertirse en investigador espiritual, para que el alma pueda percibir realmente las revelaciones de lo que se da a través de las imaginaciones también a través de las inspiraciones.

Muchas personas que no entendieron el asunto lo suficientemente a fondo creyeron que podían confiar en el valor moral de tal o cual alma, luego le dieron a ésta los medios para ascender al mundo suprasensible, después de algún tiempo pudieron encontrarse con el alma, -y ésta no reveló otra cosa que sólo el reflejo de su propio ser, que ella interpretaba como «sonidos», como «palabras».

Por lo tanto, el entrenamiento espiritual está íntimamente relacionado con el aumento de la fuerza moral y, por lo tanto, todo entrenamiento espiritual correctamente comunicado trabajará sobre todo para el fortalecimiento y la consolidación de la fuerza moral. Por lo tanto, dondequiera que ustedes encuentren la descripción de los métodos por medio de los cuales se penetra en los mundos superiores, por ejemplo en mi escrito «¿Cómo se alcanza el conocimiento de los mundos superiores?», encontrarán también referencias a la necesidad de fortalecer la fuerza moral. Pues la fuerza moral no debe permanecer meramente tal como es en la vida ordinaria del mundo físico, sino que debe ser aumentada y fortalecida.

Pero cuando pasamos a la intuición, por medio de la cual el alma, convertida en investigadora espiritual, es casi capaz de ponerse en el interior de otro ser espiritual o de otro hecho espiritual, nos encontramos especialmente ante lo que es necesario a este respecto. Aquí nos encontraremos con que resulta casi imposible empatizar realmente con otros seres después del entrenamiento espiritual si no nos hemos ocupado ya aquí, en el mundo físico, de aumentar lo que puede llamarse interés abierto por todo lo que nos rodea, interés libre, abierto. Toda la estrechez de miras del alma, todo el repliegue del alma sobre sí misma, todo lo que sea evitar dirigir la atención del alma hacia la compasión y la alegría de los semejantes, mas todo cuanto ya nos rodea en el mundo sensorial, todo esto impide al alma, cuando ha ascendido al mundo espiritual, llegar a la verdadera intuición, al verdadero conocimiento de los seres superiores. Y aquí nos encontramos en el terreno en el que nuestras consideraciones tocan lo que Schopenhauer llama su «justificación de la moral».

Schopenhauer no era en absoluto un científico espiritual en el sentido en que aquí se entiende la ciencia espiritual. Por eso, también para él, el alma que desciende a sus profundidades no se separa de tal modo que desarrolle una trinidad de fuerzas correspondientes a los tres estadios de la cognición, -imaginación, inspiración, intuición-, sino que para él todo se funde. El «alma» es una nebulosa de todas las fuerzas que viven en sus profundidades. Así, Schopenhauer tampoco puede separar las virtudes morales, cuya formación debe ser la preparación para la educación espiritual: Para la Imaginación: el atenerse a los hechos como base de la virtud de la veracidad, la fortaleza como base de la que conduce a la inspiración, y la tercera, -que Schopenhauer discute a fondo-, la que yace latente en las profundidades del alma y que en general puede llamarse interés por el entorno y los seres circundantes. Pero Schopenhauer llama la atención sobre algo más, y aquí se muestra en cierto sentido profundamente ingenioso. El llama la atención sobre, -algo que de hecho es una de las pocas características anímicas e impulsos anímicos que ya muestran en el mundo físico-, que entre alma y alma existe una conexión subterránea, por así decirlo, directa. Schopenhauer llama la atención sobre la compasión, mejor dicho, sobre la simpatía. Basta con mencionar la palabra piedad, compasión, de la que Schopenhauer dice que debe estar presente en toda alma que pueda llamarse moral, y se sentirá, en primer lugar, que con esta compasión se toca algo que está realmente conectado con el impulso moral más íntimo, con aquello que realmente puede establecer la moralidad. Por otra parte, hemos de admitir que con la palabra compasión estamos tocando algo que es una intuición ya presente en el mundo físico, una transferencia de la propia alma al alma del otro. Una prueba de que existe una conexión sub física entre alma y alma, una prueba de que el espíritu con sus poderes está presente entre alma y alma, una prueba de ello para todo aquel que pueda mirar el mundo con sensatez, es lo que se puede describir con la palabra compasión.

Schopenhauer, -y muchos otros que han indagado en estas cosas-, llama con razón compasión, simpatía, al verdadero misterio del alma humana, que ya puede observarse aquí en el mundo físico. Pues hay algo infinitamente profundo cuando un alma encerrada en un cuerpo siente algo por lo que la otra alma se alegra, o por lo que la otra alma sufre, de modo que en el traspaso una y otra vez de las potencias de un alma a la otra hay realmente una especie de misterio espiritual ya aquí en el mundo físico. Por eso Schopenhauer dice: Por mucho que se predique la moralidad: La moralidad se basa en este vivir de un alma en la otra alma, la moralidad sólo se basa en la compasión, o en la piedad. Por lo tanto, se puede decir muy bien que, en el sentido de Schopenhauer, hay tanta moralidad en el mundo como compasión. Schopenhauer tenía razón al señalar que sería insoportable escuchar la frase: «Este hombre es virtuoso, pero no conoce la compasión». Schopenhauer dice: Todo el mundo sentirá la imposibilidad de que pueda pronunciarse tal frase, de que la virtud y la falta de compasión puedan combinarse en una misma alma. Por eso Schopenhauer piensa que es insoportable oír la frase: «Es un hombre injusto y malvado y, sin embargo, es muy compasivo», aunque se puede decir, en efecto, que las razones internas del alma humana son a veces tan confusas que también se puede experimentar esto, cómo alguien puede, sin duda, hacer actos bastante malos, poco virtuosos y, sin embargo, desarrollar un cierto sentimiento, por ejemplo, hacia las palomas y animales similares. En conjunto, sin embargo, puede decirse que Schopenhauer toca aquí las profundidades del razonamiento moral, cuando habla de la compasión.

Si se habla en el sentido de la ciencia espiritual, entonces hay que extender el principio de la compasión un poco más, y entonces se presenta ante nuestra alma, lo que se puede describir como el interés participativo, como la atención participativa por todo lo que sucede en el entorno que nos rodea. Porque una persona no tiene un interés verdadero e interior en una alegría que se experimenta si no puede experimentar esta alegría, y una persona no tiene un interés verdadero y profundo en el sufrimiento de otro ser si no puede sufrir el sufrimiento dentro de sí misma. En muchos aspectos la piedad, la compasión y el interés coinciden. Tener verdadero y real interés es tener amor. Pues no se puede tener interés sin tener amor en el verdadero sentido de la palabra, sin compasión.

Ahora bien, la preparación correcta para un conocimiento intuitivo aquí, en el mundo físico, es la que tiene por objeto, en la medida de lo posible, fortalecer el alma, vigorizarla, de modo que el alma se acostumbre a interesarse por todo lo que vive, respira y es, a ser capaz de prestar atención a todo lo que la rodea. Cuanto más profundo pueda ser nuestro interés, mejor nos prepararemos como investigadores espirituales para la intuición de los mundos superiores. Por lo tanto, puede decirse que para la ciencia espiritual en particular, el fulgor de la compasión en el mundo físico aparece como un reflejo del hecho de que esos poderes profundos del alma que conducen a la intuición sólo pueden desarrollarse verdadera y correctamente si el alma se prepara para ello interesándose realmente por el entorno, es decir, amando, teniendo compasión.

Por eso, dondequiera que se hable del camino recto hacia la preparación espiritual, vemos que este camino recto es inseparable de aquello que es, al mismo tiempo, la virtud moral más importante del hombre. Pues las virtudes morales más significativas, es más, las más fundamentales radican, por así decirlo, en el amor interesado, en la mirada atenta a todo sufrimiento y a toda alegría, a toda existencia en general, en la firmeza de carácter del alma y en la veracidad. Quien quiera comprender cualquier virtud, por ejemplo una virtud como es la lealtad sin duda, podrá reconocerla fácilmente como una forma especial de firmeza. La persona que es firme también sabrá ser fiel de la forma adecuada. Todas las virtudes, podría decirse el ámbito de las virtudes, se resumirán en cierto modo a estas tres cualidades del alma.

Ahora bien, si se ha de describir la relación de la ciencia espiritual con la moral, también hay que llamar la atención sobre el modo en que el hombre, cuando llega realmente a contemplar el mundo espiritual, ya sea mediante el adiestramiento espiritual o simplemente aceptando con mente imparcial lo que la investigación espiritual le ofrece, se enfrenta a un mundo que le plantea exigencias muy especiales, exigencias que sin duda incluirán lo que el alma necesita en términos de confianza, esperanza, fortaleza, etcétera. Pero el hombre también llega a un punto en el que se enfrenta a sí mismo, en el que hasta cierto punto ha salido de su esfera personal en pleno conocimiento de sí mismo, en el que ha entrado en un mundo que ya no es sólo portador de sus intereses personales, de sus intenciones personales. En el camino de la investigación espiritual, nuestra alma llega a este punto, en el que se enfrenta a sí misma, en el que se enfrenta a su personalidad, en el que se enfrenta al ser que ha sido hasta ahora. Ya se ha señalado que en la investigación espiritual esta confrontación con el ser que uno ha sido hasta ahora se describe como el encuentro con el guardián del umbral, ese umbral que separa el mundo suprasensible del mundo físico ordinario. Con este guardián del umbral se da uno cuenta por primera vez de lo que uno es, de lo que antes llamaba su personalidad, de sus intereses, de lo que deseaba, de lo que sentía como algo relacionado con simpatía o antipatía. Todo esto se presenta ante uno, como un ser ajeno que sale de uno mismo. Lo ve uno como un ser extraño y aprendes a decir: Todo esto lo has dicho hasta ahora. Ahora lo tiene uno ante sí y se le muestra como otro ser; está uno fuera de sí. Lo mismo sucede con el sentimiento, y con la voluntad del hombre en el momento del encuentro con el Guardián del Umbral. Cuando se experimenta esto, uno se da cuenta también de lo fuertes que son todas las fuerzas magnéticas que le atraen hacia la personalidad que era y que, en realidad, debe abandonar.

Esta es la experiencia significativa, mencionada aquí antes como demoledora, donde uno se da cuenta: Sí, uno debe deshacerse de sí mismo, pero este ser que uno era, al que uno se enfrenta, no quiere soltarlo, tira de uno con cien y cien fuerzas. - Y si uno es presa de estas fuerzas, si uno no puede liberarse de lo que antes llamaba «uno mismo», entonces no puede entrar en el mundo espiritual. Al conocerse a sí mismo, uno llega a conocer el vínculo entre el mundo superior, entre los poderes superiores de cognición que siempre están latentes en el hombre, y lo que uno es en el mundo físico. sino que la intensidad de las fuerzas vinculantes también crecen al alejarse de uno mismo, de modo que uno siente que todo lo que quiere tirar de uno hacia atrás se hace más fuerte cuanto más se aleja de uno mismo. Cada vez es uno más consciente de lo que le atrae de la personalidad ordinaria, y también es cada vez más consciente de lo necesario que es haber adquirido previamente fuerzas para resistir a estas fuerzas magnéticas. Esto significa que la entrada real en el mundo espiritual debe ir precedida, en realidad, de un fortalecimiento tal de las fuerzas anímicas en lo bueno, en lo moral, de una inclinación tal hacia lo que el espíritu exige de nosotros, que uno pueda resistir las tentaciones de la personalidad inferior con una fuerza mayor que la necesaria en el mundo físico.

Por eso, sólo cuando uno se encuentra ante el acontecimiento estremecedor descrito, se da cuenta de cómo todo acercamiento al espíritu es al mismo tiempo un acercamiento a exigencias morales. Por tanto, a través de la experiencia, volvemos a tener algo de lo que Platón, el gran filósofo griego, justifica cuando llama a lo divino «el bien». Cuanto mas nos abstengamos de juicios morales al enfrentamos a fenómenos naturales, tanto más correcto será nuestro juicio sobre ellos. ¿Quién juzgaría moralmente un cristal de sal o una planta atrofiada en su desarrollo? En el mundo físico ordinario el orden natural y el orden moral del mundo convergen, de modo que uno sólo siente la profundidad del orden moral del mundo, cuando se da cuenta de que sólo se es realmente admitido en el mundo espiritual con fuerza moral. Por eso se considera un principio del mundo espiritual, y esto es de nuevo una experiencia: Cualquiera puede llegar hasta el Guardián del Umbral; sólo quien lo supera mediante su fuerza moral puede superarlo. Pero aquel que sólo llega hasta él y luego tiene que retroceder, entonces tiene ante sí un mundo espiritual que sólo es el reflejo de su propio mundo interior. Pues quien puede creer que tiene todo un mundo espiritual ante sí, también puede fingir ante otras personas lo que cree tener como mundo espiritual ante sí.  Y otras personas pueden creer que es un mundo espiritual que corresponde a la verdad. Si él no ha podido traspasar el guardián del umbral a través de su fuerza moral y a través de la condición moral de su alma, entonces su mundo espiritual no está impregnado de verdad, ni de objetividad. Por lo tanto, será evidente que todo conocimiento real del mundo espiritual ofrecerá tal representación de las condiciones espirituales que, por la naturaleza de su representación en el alma, no sólo predica la moralidad, sino que también la establece.

Esto resulta especialmente claro cuando se considera lo que aquí se ha presentado a menudo como un conocimiento necesario de la ciencia espiritual desde los más diversos puntos de vista: la vida del alma humana a través de repetidas vidas terrenas. Todo lo que somos en una vida forma las causas de las cualidades que tenemos en la vida siguiente. Y al igual que somos del modo que somos en una vida, también las cualidades que llevamos dentro son los efectos de vidas terrenas anteriores. Un alma que no desarrolla el atenerse a los hechos, por causa de no ajustarse a los hechos, preparará en su siguiente vida terrenal tales circunstancias que formarán las disposiciones para un alma que desde el principio muestra falsedad en su disposición. La falsedad, por así decirlo, practicada a través de tal vida anímica, produce disposiciones de falsedad para la siguiente vida terrenal. Sólo la veracidad, practicada en una vida anímica, produce veracidad para la siguiente vida terrena ya en la disposición, en el talento exterior, de modo que si se muestra la veracidad como preparación necesaria para la formación espiritual, al mismo tiempo se apunta a algo que, más allá de la muerte, moldea el alma para la siguiente vida terrena con mayor moral de lo que estaba antes.

Si en lugar de fortaleza, de coraje moral, en el alma se desarrolla una cierta indiferencia, una cierta ligereza interior, un cierto alejamiento en el alma de la fidelidad a uno mismo, de llevar a cabo lo que uno ha reconocido como verdadero y correcto, entonces, puesto que esto tiene un efecto sobre la inspiración, tal vida anímica, en la que se prescinde de esta educación para la fortaleza, asentará, por así decirlo, tales causas que, como por inspiración, actúan en la vida siguiente y allí hacen al alma egoísta, engreída. El egoísmo en una vida es, por así decirlo, inspirado a partir de la vida precedente por el hecho de que en esta última no prevaleció en el alma el valor moral. Y practicar la indiferencia hacia todo el mundo exterior, el desinterés, la falta de atención, la cerrazón egoísta, obra de tal modo que, como una intuición por así decirlo, envía a este ser presente a la siguiente encarnación, a la siguiente vida en la tierra, y lo intuye de tal modo que esta siguiente vida también da los frutos de ello, es decir, que entonces ya produce en sus disposiciones una alienación con el entorno, una falta de cohesión con el entorno.

¿Pero qué significa estar «alienado del entorno» en el alma humana? Oh, significa mucho. Quien está alienado del entorno, quien no está adaptado al entorno, le afecta de tal manera que le enferma constantemente, y por consiguiente esto no sólo afecta al alma, sino que también afecta al cuerpo. Las predisposiciones enfermizas, malsanas, son enviadas como una intuición de una vida anterior en la tierra a una vida posterior por el hecho de que esta alma vaga por la vida sin interés, sin prestar atención. Lo que es más espiritual en una encarnación, -falta de interés, falta de compasión por el mundo que nos rodea-, se profundiza en la siguiente encarnación, en el ser físico, y aparece como enfermedad. A menudo se dice que cuando la ciencia espiritual habla de vidas terrenas repetidas en el sentido de que el karma equilibrará en una vida posterior lo que una persona ha experimentado en alegría o sufrimiento, esto justifica un cierto egoísmo. Pero si uno no polemiza sobre las palabras, sino que mira lo que es importante, si uno no quiere hablar meramente de prédica moral, sino de razones morales, entonces hay que decir: <Para ser cada vez más y más moral, el alma debe ser cada vez más y más perfecta, es decir, deben demostrarse los impulsos interiores para que sea cada vez más perfecta. Hay que mostrar, pues, cómo se relacionan los impulsos morales con la perfección o imperfección del alma. Cuando se trata de mostrar la relación de la ciencia espiritual con la moral, entonces podemos decir: Esta ciencia espiritual se justifica ciertamente ante las legítimas exigencias de la moral, pues entre sus requisitos más importantes debe incluir al mismo tiempo las exigencias morales. Hasta cierto punto, justifica ciertamente, aquellos impulsos que prevalecían en un pensador como Platón, por ejemplo, que describía lo divino-espiritual como el «bien», mostrando que lo espiritual sólo puede tolerar el bien, es decir, que debe estar íntimamente relacionado con el bien.

Por tanto, la ciencia espiritual puede considerarse como algo que ya contiene en sí los principios que establecen la moralidad, no de un modo externo, sino interno. Y además de muchas otras cosas, de las que tendremos que hablar en la próxima conferencia, que la ciencia espiritual debe dar al hombre para el apoyo interior de su alma, para la salud de su alma, para todo lo que necesita en fuerza para trabajar, en seguridad para sostenerse en la vida exterior y para penetrar en lo que es su tarea, a todo esto la ciencia espiritual puede darnos algo más, que es un importante añadido a la concepción de la vida humana, que debe satisfacer al alma humana. Al principio de esta conferencia llamamos la atención sobre cómo la moral y el juicio moral apuntan a aquellas profundidades del alma humana en las que el alma calla ante la otra alma con santa timidez porque es consciente de la dificultad de penetrar hasta donde residen los impulsos morales en el alma. Habiendo visto pues, que quien habla de principios morales en la vida toca esas profundidades desconocidas del alma humana, ante las cuales debemos detenernos con el mayor respeto, de tal manera que debemos decirnos a nosotros mismos que toda intervención injustificada en esta alma humana, es en sí misma una cosa inmoral; la moral hace que nos posicionemos ante cada uno de nuestros semejantes de tal manera que inmediatamente sospechamos: -al vez estamos allí con el juicio moral ante las profundidades de su alma-, de modo que la ciencia espiritual nos muestra que estas profundidades del alma humana, cuando están fortalecidas, cuando están vigorizadas y consolidadas, conducen efectivamente al mundo espiritual objetivo, sólo entonces hacen del alma un conciudadano de los mundos espirituales.

Habiendo visto pues, que quien habla de principios morales en la vida toca esas profundidades desconocidas del alma humana, ante las cuales debemos detenernos con el mayor respeto, de tal manera que debemos decirnos a nosotros mismos que toda intervención injustificada en esta alma humana, es en sí misma una cosa inmoral; la moral hace que nos posicionemos ante cada uno de nuestros semejantes de tal manera que inmediatamente sospechamos: -tal vez estamos allí con el juicio moral ante las profundidades de su alma-, de modo que la ciencia espiritual nos muestra que estas profundidades del alma humana, cuando están fortalecidas, cuando están vigorizadas y consolidadas, conducen efectivamente al mundo espiritual objetivo, sólo entonces hacen del alma un conciudadano de los mundos espirituales. 

De este modo, la concepción científico-espiritual de la moral nos reconcilia con lo que podemos llamar el verdadero valor del alma humana. Pone en nuestra boca las palabras que, frente a mucho de lo que necesitamos, -en fuerza de alegría y abundancia, en fuerza de espíritu y alma, en consuelo para muchos de los sufrimientos de la vida-, nos permiten suponer que en cada situación del alma humana, aunque esta alma no sea consciente de esto o de aquello, hay mucho en lo que el alma puede decir de sí misma: ¡Aunque esté muy escondido, hay algo en mí que profesa ser bueno! Y eso contribuye más, cuando el alma necesita fuerza para mantenerse, contribuye más a la fuerza de la vida y a la fuerza del trabajo, cuando el alma humana, a pesar de muchas aberraciones en la esfera moral, puede sin embargo decirse a sí misma, -y puede decírselo a sí misma gracias al conocimiento de la ciencia espiritual- lo que dice Theone en el drama "Helena" del poeta griego Eurípides:

Quiero el bien por naturaleza, y lo amo,
¡porque debo respetarme a mí misma!

Traducido por J.Luelmo oct.2024



GA343 Dornach, 26 de septiembre de 1921 Antroposofía y vida religiosa

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Antroposofía y vida religiosa

RUDOLF STEINER

 
Dornach, 26 de septiembre de 1921

Mis queridos amigos. Quiero agradecer calurosamente al Licenciado Sr. Bock su acogida, y les prometo que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarles a encontrar lo que buscan durante su estancia aquí, al menos en parte.

Hoy quisiera discutir primero algunos puntos de orientación para que podamos entendernos bien. Porque en particular, esa será nuestra tarea, -también en las diversas sesiones de debate que celebraremos-, que hablemos precisamente de lo que en realidad es particularmente importante para ustedes para su futuro trabajo. Y espero que lo que tenga que decirles lo haga de la manera adecuada, precisamente porque podré escuchar sus deseos y las tareas que se propongan en las próximas horas de debate.

La Antroposofía, queridos amigos, debe permanecer honestamente en el terreno del que he mencionado a menudo, cuando decía: La Antroposofía como tal no puede aparecer como formadora de religión; la Antroposofía como tal debe proponerse la tarea limitada de fecundar la cultura y civilización actuales como ciencia espiritual, y no puede mentir en sus intenciones de aparecer como formadora de religión ella misma. De hecho, está muy lejos de ella intervenir directamente de cualquier manera en el proceso de desarrollo de la vida religiosa como tal. Sin embargo, me parece justificado que busquemos lo que se puede conseguir de la Antroposofía para el trabajo religioso en relación con las tareas que ustedes acaban de plantearse. Pues hay que decir que no sólo se puede conseguir mucho indirectamente a través de la antroposofía para el trabajo religioso, sino que también hay que conseguirlo; y vuestro sentimiento es en todo caso muy correcto de que la vida religiosa como tal necesita una profundización que sólo puede venir de las fuentes de la ciencia antroposófica.

Supongo, mis queridos amigos, que ustedes querrán participar activamente en esta vida religiosa, y que han buscado este curso antroposófico porque sienten que la actividad religiosa está, en cierta medida, llegando cada vez más a un callejón sin salida, y que en esta actividad religiosa de hoy, -a través de nuestras tradiciones, a través del desarrollo histórico y a través de muchas otras cosas que discutiremos-, faltan elementos que deberían estar en ella. Podemos ver cómo precisamente las personalidades quizás más importantes hoy en día, que buscan un nuevo fundamento para la actividad religiosa porque creen que tal fundamento es necesario, se mueven en una dirección muy concreta. Y lo primero que quisiera señalar es cómo las personalidades más conscientes se preguntan cómo llegar a un fundamento seguro para la conciencia religiosa, y cómo estas personalidades están todas en realidad buscando más o menos una especie de, -no se puede llamar de otra manera-, una especie de filosofía.

Sólo estoy recordando cómo Heim, por ejemplo, busca una especie de fundamento filosófico para la conciencia religiosa. Por supuesto, hay que reconocerlo como algo absolutamente necesario desde el punto de vista de la conciencia actual, y no hay que pasar por alto el hecho de que se está consiguiendo mucho de esta manera. Pero, si uno mira lo que se está intentando de una manera imparcial, sin embargo, no se puede dejar de llegar a la conclusión: Este tipo de esfuerzo en realidad conduce fuera de la vida religiosa en lugar de dentro de ella. Pues la vida religiosa, ustedes lo sentirán, debe ser inmediata, debe ser algo que esté elementalmente conectado con toda la naturaleza humana, que viva elementalmente de las razones más íntimas de esta naturaleza humana. Toda reflexión filosófica es reflexión y se aleja de esta experiencia elemental inmediata. Y si se me permite expresar un sentimiento personal, es éste: Cuando alguien se dedica a filosofar sobre la vida religiosa y cree que un fundamento filosófico es útil para la experiencia religiosa, siempre me parece como si utilizara la fisiología nutricional para llegar a la nutrición misma. Eso es un error, se pueden establecer los principios de la ciencia de la nutrición, pero eso no aporta nada a la nutrición en sí. La ciencia de la nutrición proporciona información sobre la nutrición, pero la nutrición debe basarse en la realidad, debe estar enraizada en la realidad; sólo entonces se puede filosofar sobre la nutrición. Del mismo modo, la vida religiosa debe estar enraizada en la realidad. Debe existir en la realidad, y sólo cuando está ahí se puede filosofar sobre ella. Pero, ciertamente, la vida religiosa no puede fundamentarse ni justificarse mediante ninguna consideración filosófica.

Eso por una parte. La otra es algo que me gustaría caracterizar mejor, -siempre me gusta señalar realidades-, por el hecho de que hace varias décadas se escribió en Basilea un libro titulado: «Sobre el cristianismo de nuestra teología contemporánea», -el libro es de Overbeck, en el que se demuestra que la teología moderna es efectivamente una teología, pero ya no es realmente cristiana. Y ahora, si se toma el libro de Harnack. «Das Wesen des Christentums» (La esencia del cristianismo) y, en los argumentos que allí da, si se pone en todas partes, simplemente «Dios» en lugar del nombre «Cristo» no cambiaría nada especial del contenido interno del libro de Harnack «Das Wesen des Christentums» (La esencia del cristianismo). Esto ya se expresa en el hecho de que Adolf Harnack dice que sólo la proclamación del Padre pertenece realmente a los Evangelios y no la de Cristo Jesús, mientras que por supuesto los primeros siglos del desarrollo cristiano veían en los Evangelios sobre todo la proclamación de Cristo Jesús mismo. Pero si uno realmente ve la proclamación real de Cristo Jesús en los Evangelios, entonces uno debe tener la experiencia de Cristo como una experiencia especial junto a la experiencia del Padre, es decir, junto a la experiencia de un Dios que actúa a través del mundo en general.  Hay que ser capaz de tener ambas experiencias. Un teólogo como Adolf Harnack ya no tiene las dos experiencias, sino sólo la única experiencia de Dios, por lo que se ve obligado a bautizar lo que experimenta en la concepción de Dios con el nombre de Cristo; por la mera razón histórica de que es un representante del cristianismo, bautiza su experiencia de Dios con el nombre de Cristo.

Estas cosas incisivas y significativas ya están ahí. Por supuesto, no siempre se realizan de la manera correcta, pero se sienten, y supongo que en el presente, cuando todo se agita en las mentes de las personas, los teólogos jóvenes en particular deben ver que no se puede llegar a un acuerdo con estas cosas, que se puede ser teólogo hoy sin estar imbuido de la esencia misma de Cristo. Esta experiencia también dio lugar a un libro como el de Overbeck sobre el cristianismo de la teología moderna, en el que básicamente se responde que la teología moderna ya no es cristiana, porque sólo se trata de un filosofar general sobre un Dios que impregna el mundo, pero la experiencia de Cristo no puede tomarse como base para todo el tratamiento de los problemas religiosos en el verdadero sentido. El tratamiento de los problemas religiosos sólo se basa en el problema del Padre, no realmente en la experiencia de Cristo.

 Hoy en día, básicamente todos tenemos una educación en nuestro cuerpo que procede de la ciencia moderna, del enfoque científico que sólo comenzó a surtir efecto realmente en la civilización moderna, a partir de mediados del siglo XV, pero que ahora ha pasado a formar parte del pensamiento de toda la gente moderna. Básicamente, no hay otra forma de pensar que no sea la que ha adoptado la ciencia moderna, porque así es como se nos educa en la escuela desde el curso más bajo de primaria. Por eso la teología del siglo XIX también quiso orientarse de acuerdo con estas formas de la ciencia moderna. Quisiera decir que se sintió responsable ante la cátedra arbitral de esta cientificidad moderna y así se convirtió en lo que ha llegado a ser hoy. Hoy no hay otra manera de encontrar el camino correcto hacia el fundamento de una auténtica religiosidad, si no es considerando al mismo tiempo toda la justificación y todo el significado de la vida científica.

Algunos de ustedes ya me habrán oído referirme a un hombre al que hay que tomar en serio en lo que se refiere a la vida religiosa, Gideon Spicker, que enseñó filosofía en la Universidad de Münster durante mucho tiempo, que partía de una comprensión estrictamente cristiana del mundo, y que luego se fue adentrando cada vez más en la filosofía, pero que en realidad nunca consideró la filosofía más que como un instrumento para captar los problemas religiosos. Pero el pensamiento moderno no le dio la oportunidad de encontrar una base segura para ello. Y así encontramos en su opúsculo, que lleva el título «En el punto de inflexión del período mundial cristiano», la perplejidad del hombre moderno caracterizada por él de tal manera que dice:
Hoy tenemos una metafísica sin convicción trascendental, tenemos una epistemología sin significado objetivo, tenemos una psicología sin alma, una lógica sin contenido, una ética sin compromiso, y por lo tanto básicamente no podemos encontrar ningún fundamento para la conciencia religiosa. Gideon Spicker estaba muy muy cerca del verdadero quid que subyace a toda ambivalencia religiosa en el hombre moderno. Es como un síntoma que muestra dónde está el verdadero quid, diría yo. Cuando el hombre moderno conoce, es decir, cuando intenta formarse una imagen del mundo a través de las ideas, también tiene la sensación de que este conocimiento no penetra en lo más profundo. Gideon Spicker lo expresa así: «Tenemos una teoría del conocimiento sin significado objetivo», es decir, tenemos nuestras cogniciones sin poder encontrar en nosotros mismos el poder de relacionar lo que formamos como cogniciones con algo verdaderamente objetivo. Y así, la acción de conocer del ser humano de los tiempos modernos, sufre por el hecho de que no encuentra en ella la posibilidad de tener una garantía para la objetividad de la esencia del mundo, para la existencia como tal. No encuentra realmente su salida de lo que experimenta subjetivamente en la acción de conocer.

Todo esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la experiencia religiosa, precisamente porque se trata de filosofía. Sin embargo, se puede decir que la experiencia religiosa hoy está definitivamente bajo una influencia que va en una dirección similar. Para una humanidad que no es capaz de decir de la acción de conocer: con este conocer surge para mí un ser objetivo, tal humanidad siente entonces la misma falta de apoyo en otro punto, que no es otro que la vida religiosa. Allí surge la misma inestabilidad donde hoy se encuentra el verdadero punto central de la vida religiosa. Veremos cómo los más diversos otros problemas se agrupan en torno a este punto central. Este punto central se encuentra en la oración, en el significado de la oración. La persona religiosa debe sentir que la oración tiene un significado real; una u otra realidad debe estar conectada con la oración. Sin embargo, en una época en la que la persona discernidora no logra salir de su conocimiento subjetivo y no logra encontrar la realidad en el conocimiento, en la misma época las personas religiosas no encontrarán, durante la oración, la posibilidad de tomar conciencia de que la oración no es un mero acto subjetivo, sino que en ella tiene lugar una experiencia objetiva. Para una persona que no es capaz de comprender que la oración es una experiencia objetiva, le resultaría imposible encontrar un verdadero apoyo religioso. En la naturaleza de la humanidad actual, la oración debe centrarse en la vida religiosa. También en otros ámbitos debe centrarse en la oración. Sin embargo, una oración que sólo tenga un significado subjetivo haría que las personas se sintieran inseguras religiosamente.

Es la misma raíz de la que hoy crece entre nosotros, por un lado, la falta de fundamento del conocimiento, el ignorabimus, y por otro, el miedo, la preocupación de que no se viva en la oración una objetividad divina, sino tal vez sólo con ello se ocupa de su subjetividad.

Como ven, el problema de la fe y el problema del conocimiento, todos los problemas que afectan a la gente desde el punto de vista teológico, están relacionados con las mismas características. Todo lo que deprime a la gente desde el punto de vista de la experiencia religiosa directa, que necesita confirmación, que debe ser mantenido, todo esto proviene de la misma fuente. Y difícilmente se puede abordar esta cuestión si no se toma un poco de orientación histórica, donde queda muy claro hasta qué punto la ciencia actual estamos realmente lejos de lo que podemos llamar cristianismo, mientras que, por otro lado, hoy hay un esfuerzo constante por reconciliar el cristianismo con la ciencia. Tomemos todo lo que hay en los Evangelios, que es tradición cristiana. No se puede dejar de decir que la concepción del ser humano que hay es distinta de la que sostiene la ciencia moderna. 

En la ciencia moderna, el ser humano se remonta a algún ser arquetípico primitivo, -no quiero decir en absoluto que la humanidad haya surgido de un origen animal-, se nos remite a un Pre-humano primitivo, que se fue desarrollando gradualmente y en cuyo desarrollo hubo una progresión, un avance. La humanidad moderna se contenta con mirar atrás, según fundamentos científicos, a los seres arquetípicos primitivos que, mediante algún poder inherente, se dice, crearon un logro cultural cada vez mayor y más grande, y contemplar el futuro inesperado de esta perfección.

Si uno sitúa a Cristo, el Misterio del Gólgota, en esta evolución, entonces, -si uno se atiene honestamente a los Evangelios-, no puede sino decir que Él no encaja ahí, que ahí lo que encaja es un concepto de la historia que, por así decirlo, rodea el Misterio del Gólgota y lo deja fuera, pero el Cristo de los Evangelios en realidad no encaja en este concepto. El Cristo de los Evangelios no es concebible de otra manera que presuponiendo algo que todavía se daba por sentado en el siglo XVIII, sobre todo por parte de las personas más ilustradas, más espirituales. Por ejemplo con Saint-Martin - ahora dejaré de lado el desarrollo religioso y sólo quiero señalar a alguien que fue un científico en el sentido más eminente para el siglo XVIII, y ese fue Saint-Martin. Ciertamente existe una clara conciencia del hecho de que el hombre, al comienzo de su desarrollo en la tierra, ha descendido desde una cierta altura, que antes se encontraba en un medio mundial diferente, en un entorno diferente, y que a través de un tremendo acontecimiento, a través de una crisis, ha sido arrojado a una esfera que se encontraba por debajo de su anterior nivel de existencia, de modo que el hombre en su desarrollo actual no es hasta cierto punto lo que era antes.

Mientras que nuestra ciencia natural moderna se remonta al desarrollo del hombre primitivo que ha ido ascendiendo, el otro punto de vista, el punto de vista de Saint-Martin, debe remontarse al hombre que ha caído, al hombre que una vez fue algo superior. Esto es algo, como he dicho, que Saint-Martin da por sentado, y Saint-Martin tiene algo que siente como una especie de vergüenza humana por su caída. Vean pues, si colocan al Cristo en semejante concepto de desarrollo humano, en el que el hombre, al comenzar su existencia terrenal, descendió y es ahora más bajo de lo que era antes, entonces el Cristo se convierte en ese Ser que salva al hombre de la condición de continua caída, en consecuencia el Cristo lleva al hombre de nuevo a ese estado en el que estaba antes.

Veremos en qué forma debe aparecer esta concepción ante nuestras almas. Pero en cualquier caso, estamos definitivamente ante una inconmensurabilidad entre nuestra visión moderna de la evolución del hombre y la visión de los Evangelios, y siempre es deshonesto trabajar de un lado a otro y no admitirse a uno mismo que en realidad no se puede ser seguidor del modo de pensar científico moderno y al mismo tiempo cristiano. En realidad, esto debería estar claro para toda persona honesta, especialmente para la persona religiosamente honesta. Hay algo que debe salvarse primero para que la vida religiosa se recupere. Sin este puente, la vida religiosa nunca, nunca sanará. En realidad, personas como David Friedrich Strauss, que respondió a la pregunta «¿Seguimos siendo cristianos?» con un «No», parecen más honestas que algunos de los teólogos más recientes, que una y otra vez no reconocen la diferencia realmente radical entre lo que el hombre moderno considera su ciencia y la concepción evangélica de Cristo. Y éste es el carácter de la teología moderna. Básicamente, es el intento impotente de tratar la concepción de Cristo de los Evangelios de tal manera que pueda justificarse ante la ciencia moderna. Y el resultado es nada que se pueda sostener de ninguna manera.

Sí, pero hay una teología. En realidad, el pastor moderno tiene muy poco apoyo para su ministerio en la teología que le da hoy la escuela, por razones que ya están en lo indicado, a las que llegaremos en el curso de nuestras discusiones. El pastor moderno debe ser, por supuesto, un teólogo, aunque la teología no sea ciertamente religión. Pero para trabajar se necesita una formación teológica, y esta formación teológica adolece de todas las deficiencias que hoy he mencionado brevemente en esta introducción.

Como ven, la Iglesia católica sabe muy bien lo que hace al no permitir que la ciencia moderna penetre en la teología. No es que la Iglesia católica no cultive la ciencia moderna, sino que la cultiva aún más. Los más grandes sabios se encuentran ciertamente en el seno de la comunidad teológica católica. Sólo me acuerdo del padre Secchi, un gran astrofísico, me acuerdo de gente como Wasmann, que es un zoólogo importante, y de muchos otros, sobre todo de los logros científicos extraordinariamente importantes, logros laico-científicos de la orden benedictina, etcétera. ¿Pero qué papel juega la erudición moderna dentro de la Iglesia católica? La Iglesia católica quiere que se cultive la cientificidad moderna, que en ella haya verdaderas luminarias. Pero esta cientificidad moderna sólo debe practicarse en relación con el mundo sensorial externo, debe mantenerse estrictamente alejada de captar nada espiritual, no debe decir nada en absoluto sobre lo espiritual. Les está virtualmente prohibido decir algo sobre lo espiritual; las ciencias no deben interferir cuando se dice algo sobre la justificación de la vida espiritual. Así que el catolicismo relega a la ciencia a sus límites, la expulsa de todo lo que es teología. El hecho de que entrara gradualmente, como en el modernismo, por ejemplo, fue algo que el catolicismo encontró muy inaceptable; de ahí su lucha contra el modernismo. La Iglesia católica sabe perfectamente que en el momento en que la ciencia entra en la teología, hay peligros extraordinarios, y es imposible llevarse bien con la investigación científica en teología. En realidad es algo bastante sombrío decir en términos tan abstractos: debemos tener teología, pero está siendo abrasada y quemada por la ciencia moderna. ¿De dónde viene eso? En primer lugar, esa es la gran pregunta candente. ¿De dónde viene eso?

Sí, queridos amigos, la teología, tal como la tenemos inicialmente, se basa en premisas completamente distintas de las del hombre moderno. Al fin y al cabo, los fundamentos de la teología, -si se entienden correctamente-, son exactamente los mismos que los del propio Evangelio. Al decir esto, estoy pronunciando una frase que, por supuesto, no será inmediatamente comprensible, pero que es de extraordinaria importancia y significado para nuestras discusiones aquí. La teología, tal como ha sido transmitida, no aparece en la forma en que aparece la ciencia moderna. La teología es, en su mayor parte, también algo tradicional en sus formas; como tal, remite a las formas anteriores de entender las cosas de la gente. Por supuesto, más tarde se aplicó la lógica moderna a la teología moderna, lo cual cambió un poco la forma de la teología; como resultado, ya no miramos realmente hacia atrás a lo que la teología fue una vez. De nuevo, es el catolicismo el que realmente tiene algo en este sentido que ejerce un efecto extraordinariamente encantador sobre las personas más inteligentes, y muchos clérigos se mantienen firmes en el catolicismo cuando estudian teología por lo que allí se les transmite como el conocimiento de la llamada revelación primordial.

¡Revelación primigenia! Porque hay que darse cuenta de que el catolicismo no sólo tiene la revelación de la que se suele hablar como revelación del Nuevo Testamento, ni sólo la revelación de la que se suele hablar como revelación del Antiguo Testamento, sino que el catolicismo, -en cuanto teología-, habla de una revelación primigenia. Y esta revelación primigenia se suele caracterizar de tal manera que se dice: Lo que ha sido revelado a través de Cristo ya había sido revelado a los hombres en el pasado; en aquel tiempo los hombres recibían esta revelación en otro ámbito, en un ámbito mundial cósmico, y a través de la Caída del Hombre esta revelación se perdió, pero una herencia de esta revelación primigenia seguía presente a través del Antiguo Testamento y a través de las enseñanzas paganas. Este es el punto de vista católico. Al hombre le fue dada una vez una revelación antes de que el hombre se hiciera pecador; si el hombre no hubiera pecado, no habría sido necesario todo el acto redentor de Cristo-Jesús. Pero la revelación original se enturbió a causa del descenso del hombre al mundo pecaminoso, y en el transcurso del tiempo hasta el Misterio del Gólgota, el hombre fue olvidando cada vez más lo que contenía la revelación original. Al principio, por así decirlo, el contenido de esta Revelación Primordial aún brillaba, pero luego, a medida que las generaciones avanzaban más y más, esta Revelación Primordial se oscureció, y se oscureció por completo en la época en que llegó la nueva revelación a través del Misterio del Gólgota. Así que el cristianismo, -donde se enseña teología-, sigue viendo en las enseñanzas del Antiguo Testamento y sobre todo en las enseñanzas paganas, una revelación original corrompida. El catolicismo ya tiene una visión de lo que he hablado a menudo en la antroposofía: los antiguos misterios. En mi libro «El cristianismo como hecho místico» insinuaba estas cosas, pero claro, solo hasta donde se podía llegar, porque estas cosas son lo más desconocidas posibles para el mundo actual y la mayoría de la gente no está en absoluto preparada para ellas. Pero aquí podemos hablar de ello con más detalle, especialmente sobre un punto.

En todos los misterios pagano-religiosos había ciertas experiencias a través de las cuales la gente aprendía más de lo que se podía comunicar externamente, exotéricamente, a las masas. Esta experiencia, sin embargo, no se obtenía a través de la instrucción, sino a través del ascetismo, a través de la práctica, se producía al pasar el hombre por ciertas experiencias; experimentaba una especie de drama con un clímax, con una catarsis, hasta que llegaba a una experiencia de la iluminación de las leyes divinas del mundo. Esto es simplemente un hecho, y ya hay conciencia dentro del catolicismo esotérico de que algo así como estos misterios existían. Pero se dice que los tiempos modernos están llenos de ciencia mundana, y esta ciencia mundana no tiene derecho a interferir en la teología; por lo tanto, preferimos preservar nuestro conocimiento de los misterios para que la ciencia mundana no venga y explique estos misterios. Porque explicar los misterios sería un gran peligro en cualquier circunstancia. El catolicismo tiene miedo de dejar que la ciencia se acerque a lo que se puede saber sobre esas cosas.

Ahora la pregunta es: ¿Qué transmitían realmente los Misterios en aquellos tiempos antiguos? Los Misterios no proporcionaban simplemente conocimientos teóricos, proporcionaban una transformación de la conciencia, una transformación real de la conciencia. La persona que había pasado por los Misterios aprendía a experimentar el mundo de forma diferente a la persona que no había pasado por ellos. La persona que está despierta en el mundo experimenta el mundo sensorial externo fuera del estado de sueño, experimenta su memoria, puede revivir su propia vida interiormente a través de la memoria, aunque tal vez con múltiples interrupciones, hasta cierto momento de su vida, que es unos años después del nacimiento. Ahora bien, en el caso del hombre que había pasado por duros ejercicios en los Misterios, brillaba en su conciencia algo muy diferente de lo que podía tener en su conciencia ordinaria. Esto se expresaba en los antiguos Misterios denominando «renacimiento» a lo que el hombre experimentaba allí. ¿Por qué se le llamaba renacimiento? Porque en el ser humano surgía, en efecto, una conciencia de una especie de experiencia embrionaria; surgía una conciencia del tipo de vida que el ser humano atraviesa durante el período embrionario. Si bien, durante el período embrionario, el ser humano experimenta interiormente únicamente a la manera en que nosotros experimentamos los pensamientos, mientras que él experimenta lo que los sentidos perciben a través del cuerpo materno. Esta experiencia aparentemente indirecta, pero en realidad mucho más directa del mundo, se despertaba en el discípulo de los misterios. Se despertaba una experiencia embrionaria; por eso se llamaba «renacimiento». Se pasaba por el tiempo de la experiencia embrionaria hasta el nacimiento, y al igual que surgen en caso contrario, los recuerdos, así surgía en el hombre, -a través de lo que allí se experimentaba-, la sensación de haber salido de un mundo espiritual, como si todavía estuviera semi-conectado con un mundo espiritual. Estos eran los Misterios del Nacimiento, y en el período de auge de los Misterios, eran entendidos como aquello que el hombre podía recibir a través de tal iniciación. Lo que recibía a través de tal iniciación era considerado como un conocimiento ensombrecido de aquel otro estado [en el que se encontraba el hombre] antes de caer en el mundo de los sentidos. Así que a través del «renacimiento» uno se ponía en cierto modo de nuevo en una forma de existencia humana sin pecado. Y [en épocas anteriores] sólo se llamaba «teología» a aquel conocimiento que no era de este mundo, sino al que sólo se podía acceder remontándose a un conocimiento que el hombre tenía antes de [entrar] en este mundo, y que se corrompió al entrar en el.

Les estoy describiendo estas cosas, y por supuesto más adelante tendremos que considerarlas en relación con nuestra conciencia actual. La teología era [en la antigüedad] un don de Dios que sólo podía alcanzarse a través de tales ejercicios que elevaban al hombre fuera del mundo de los sentidos, le devolvían al menos a la experiencia en el cuerpo materno, y de ese modo le hacían capaz de absorber de nuevo ese [conocimiento] aún incorrupto. Pero no puede absorberlo de tal manera que lo reciba [en forma de] conceptos lógicos modernos. En los Misterios la gente no recibía conceptos lógicos en el sentido moderno, sino imágenes. Todo conocimiento que se adquiere de esta manera se adquiere en imágenes, en visualizaciones. Cuanto más se sumerge uno en el mundo real de la existencia -no meramente «paseando» por la existencia-, cuanto más se vivencia por el interior de la existencia, tal como se vivencia por el interior del cuerpo materno en la existencia, tanto más deja la conciencia de vivir en conceptos lógicos abstractos, tanto más vive en imágenes. Por tanto, lo que la «teología» era para los antiguos, la teología de la era precristiana, era ciencia pictórica, ciencia que vivía en imágenes. Y por lo tanto puedo decir: Esta teología era bastante similar a esa forma de expresión tal como vive en los Evangelios. Pues también en los Evangelios encontramos imágenes, y cuanto más retrocedemos, más nos damos cuenta de que los Evangelios siguen evocando la actitud de la antigua teología; no hay diferenciación alguna entre religión y teología, la teología misma es algo que uno recibe de Dios, en la teología uno mira hacia Dios, uno ve cómo la teología le es dada a uno a través de un trato con Dios. Allí tener teología resultaba algo vivo. Después, la teología pasó a experimentarse [de otro modo], como las condiciones en las que uno vive a medida que envejece. Así, en la antigüedad, la teología se nutría de la experiencia religiosa. Y esta forma particular de vivir en el mundo [de la experiencia religiosa] se perdió realmente para la humanidad externamente al mismo tiempo que tuvo lugar el Misterio del Gólgota.

Verán, si miran ustedes hacia Oriente, con el cual las fuentes de nuestra vida religiosa están conectadas históricamente, se encuentran, digamos, con la vida religiosa india. ¿Cuál fue el origen de esta vida religiosa india? Esta se nutre de la percepción de la naturaleza, pero la percepción de la naturaleza era algo muy diferente para los indios de lo que es para el hombre actual. En la antigua India, esta percepción de la naturaleza era tal que se puede decir que al observarla, la percibía espiritualmente, pero sólo percibía espiritualmente lo que estaba por debajo de la esencia real del hombre. Percibía espiritualmente el mundo mineral, el mundo vegetal, el mundo animal, incluso era consciente de una base divino-espiritual de este mundo; pero si quería llegar a lo humano en sí, entonces esto no se le revelaba en su mundo. Allí, al pretender hacer surgir la esencia real del hombre en el mundo que él tenía, no le resultaba nada: el Nirvana, la entrada en la nada en relación con lo que podía percibirse [en relación con el hombre]. Por eso este fervor por el nirvana, [de la vida religiosa india], que todavía estaba en la época en que la teología, la religión y la ciencia eran una sola cosa. Tenemos ahí una huida de lo que se percibe desde la base de la naturaleza con la antigua conciencia en imágenes, una huida hacia el Nirvana, donde todo lo que se entrega a los sentidos salta por los aires. Esta voluntad de entregarse al nirvana hay que entenderla muy religiosamente para tener una de las formas posibles para las corrientes emocionales religiosas del ser humano.

Después, si observamos la visión religiosa del mundo un poco más adelante entre los persas y los caldeos posteriores, vemos que ellos miran hacia afuera, no experimentan el mundo como nosotros, experimentan un mundo espiritualizado, experimentan los sustratos espirituales en todas partes en las cosas, pero se aferran a ellos. Hay una disposición de carácter diferente entre estos pueblos que entre los indios. Los indios buscan al hombre y no lo encuentran. Los otros pueblos que vivían al norte y al oeste de la India no se esfuerzan hacia el hombre, sino que se esfuerzan hacia el mundo, hacia lo espiritual del mundo. No pueden captar este aspecto espiritual del mundo de otra manera que evitando con todas sus fuerzas lo que ya no podría evitarse en el desarrollo posterior de la humanidad. Es tremendamente significativo, mis queridos amigos, darse cuenta de cómo por un lado el antiguo indio se esfuerza por salir de lo que ve, porque cuando se esfuerza por el hombre, quisiera decir, cae en la inconsciencia, en el nirvana, mientras que el hombre primordial permanece en lo que ve. Lo divino, que subyace en el mundo mineral, vegetal, animal, es captado por el ser primordial, su esfuerzo religioso se dirige hacia ello, pero ahora le invade el temor de que se vea impulsado a buscar al ser humano, y eso le hubiera llevado a una concepción abstracta de lo que allí percibía en imágenes. Este es en realidad el sentimiento básico de estos pueblos del Cercano Oriente hasta África. Ellos ven un mundo espiritual en el fondo de la naturaleza; no ven al hombre, pero también tienen miedo de ver al hombre, porque sienten que entran en una región abstracta, la región en la que más tarde entraron los romanos con su religión. Antes de la época romana, en el segundo y tercer milenio, nos esforzábamos en todas partes por no entrar en lo abstracto, sino por captar lo que surge en imágenes. Y se busca expresar en imágenes lo que se capta en imágenes, se busca encontrar la relación con lo divino que se contempla, no a través de conceptos abstractos, sino en actos pictóricos; ése es el origen del culto. En este campo religioso, al que estoy apuntando, está el origen del culto.

Y ahora, dentro de todo este desarrollo, sitúen ustedes al antiguo pueblo hebreo, el judaísmo, que, en virtud de su desarrollo étnico, siente fuertemente el impulso de situar ahora al hombre en aquello que se tiene en conciencia. Hoy sólo pretendo sugerirlo para que podamos orientarnos. El miembro del pueblo hebreo quería ante todo sentir al Dios que subyace a la naturaleza humana. El indio sólo sentía al dios o dioses que subyacen a la naturaleza infrahumana, y cuando penetraba hacia arriba con su conciencia hasta lo humano, quería fundirse en el Nirvana. Los otros pueblos, el persa, el caldeo, el egipcio, buscaban la conexión con la deidad en la imagen y, por su disposición de carácter, evitaban penetrar hacia arriba hasta lo humano. Y así podemos ver cómo en el judaísmo este impulso de juntar lo divino con lo humano, de poner lo divino en relación con lo humano, [lleva a que] lo divino aparezca al mismo tiempo como base de lo humano mismo. No había disposición para esto en el indio, se navegaba hacia el nirvana; no se tenían más ideas si se quería llegar [a la conciencia] de lo humano. En los indios] había que evitar este camino individual del alma humana. Este camino individual del alma humana sólo llevaba a una especie de deslizamiento de la existencia hacia la no existencia. <El otro camino, el persa, se detenía en las imágenes, se detenía en la mera adoración.

En medio de estos esfuerzos, vemos al pueblo judío desarrollando su propio carácter especial, y al principio era imposible llegar a Dios partiendo de sus propias vidas. Tenían que esperar y ver lo que Dios mismo daba, y ahí es donde surgió el concepto real de revelación. Había que esperar y ver lo que Dios daba, y por otro lado había que tener cuidado de no buscar el camino de las imágenes, que uno temía. Si se busca el camino de las imágenes, se llega a un Dios infrahumano, no al Dios que lleva lo humano. En el judaísmo no se buscaba la vía de las imágenes, ni se quería hablar con el Dios a través de actos de culto, pero tampoco a través del contenido del conocimiento. El judío antiguo quería explorar a Dios de tal manera que Dios se revelara a sí mismo, y el hombre tratara con Dios de una manera humana no utilizando actos sacrificiales que tenían lugar externamente, sino algo que sólo surge de la subjetividad: la promesa, -revelación, promesa-, y el contrato entre ambos, una relación legal, se podría decir, entre el hombre y su Dios.

Así es como la religión judía se situó a sí misma y así es como la religión judía se sitúa dentro de todo el desarrollo de la humanidad. De modo que se puede decir: La relación que todavía juega un papel importante en nuestros tiempos modernos, donde se quiere eliminar la ciencia [de la religión] para que la ciencia no tenga nada que decir [en la religión], al igual que el antiguo judío eliminó todo lo que estaba presente en las imágenes. Todo esto ya está prefigurado en el judaísmo, y precisamente en la diferenciación moderna entre conocimiento y fe hay mucho de judaísmo. En la «Esencia del cristianismo» de Harnack todo se retoma del judaísmo. Tienen que darse cuenta de que estamos sufriendo por estas cosas.

En el desarrollo de la humanidad penetraron cada vez más otras cosas. Lo que era peculiar del judío se desarrolló cada vez más: la conciencia de la personalidad, que empuja hacia el desarrollo del yo. En el desarrollo de los griegos, junto a la visión externa de la naturaleza, se desarrolló un poderoso mundo interior, pero era un mundo de cuya validez se podía dudar porque se consideraba simplemente un mundo de mitología. En el helenismo, en el elemento religioso del helenismo, se siente esta iluminación que vive a través de la mitología griega, a través de la imaginación mitificadora que busca encontrar al ser humano, -que no se encuentra en la naturaleza-, a través de lo que surge en el ser humano. Pero el griego aún no capta el centro de gravedad real dentro del ser humano, de ahí la fantasía mitificadora, que el romano transfiere luego al pensamiento abstracto, que, por supuesto, ya comienza con Aristóteles, pero se desarrolla especialmente en Roma. Este pensamiento abstracto, que es entonces lo suficientemente poderoso como para situar al hombre en el centro de su yo, para llevar al hombre a la autoconciencia, a la conciencia del yo, lo llevamos todavía hoy dentro de nosotros, y lo llevamos pesadamente dentro de nosotros en [la forma del] agnosticismo moderno.

Mis queridos amigos, no hay enseñanza más espiritual en esencia que el materialismo moderno. Parece una extraña paradoja, y sin embargo es así. Lo que el pensador materialista moderno lleva en la cabeza está completamente espiritualizado, tan espiritualizado que es completamente abstracto, que ya no tiene ninguna relación con la realidad. Eso es el romanismo vivido al máximo. En realidad, a lo largo del siglo XIX nos hemos convertido en personas tremendamente espirituales, pero negamos esta espiritualidad afirmando que sólo podemos comprender la materia a través de esta espiritualidad. En realidad tenemos un contenido completamente espiritualizado en el alma, espiritualizado hasta la idea, pero pretendemos que a través de todo esto sólo podemos comprender un mundo material.  Así, el hombre se ha aferrado a su yo a través de esta espiritualización, su autoconciencia se ha vuelto tan fuerte, pero se ha separado del mundo. Hoy debe buscar de nuevo la conexión con el mundo, debe buscarla en la cognición, debe tener la posibilidad no sólo de tener una «cognición sin significado objetivo», sino una cognición con significado objetivo, de modo que en la cognición pueda experimentar el ser del mundo, y por otro lado debe tener aquello que garantice lo objetivo al ser interior del hombre.

Como ven, los griegos tenían una gran ventaja sobre el mundo oriental, eran capaces de sintetizar el interior, por así decirlo. Pudieron llegar a un contenido desde ese interior, pero el contenido sólo se consolidó a lo imaginativo. Pero hubo algo que los griegos no pudieron hacer. Realmente llevaron el desarrollo de la humanidad a la interiorización, pero no hasta la fijación interior. La interiorización, el endurecimiento, fue aún más lejos en el romanismo y en todo lo que vino después, y habría que aprender a comprender, -todavía hoy estamos en la necesidad de este aprendizaje para comprender-, cómo se fija ahora en el ser interior aquello que hace que este ser interior se impregne. El griego podía pensar dioses en grandiosas imágenes fantásticas, pero lo que el griego no podía hacer era rezar. Eso es lo importante: El griego no podía orar. En realidad, la oración llegó más tarde; y hay que buscar la posibilidad de captar las realidades en la oración. Para ello, debemos retomar aquellos tiempos en los que la oración no era meramente hablada, ni meramente pensada o ni meramente sentida, sino en los que la oración era una misma cosa con el acto del sacrificio. Y de nuevo, el catolicismo sabe muy bien por qué no se separa del culto, del acto del sacrificio, del acto central del sacrificio, del sacrificio de la Misa.
Bien, luego seguiremos tratando estos temas.

Traducido por J.Luelmo nov.2024