Revista Lucifer - Gnosis (4 artículos de junio a septiembre de1905)
RUDOLF STEINER
"¿QUÉ SIGNIFICA LA TEOSOFÍA PARA EL SER HUMANO DEL PRESENTE?"
junio de 1905
Lo que hoy se proclama como teosofía no es en absoluto una nueva creación intelectual. La única novedad es que ahora se habla y se actúa públicamente en su nombre, y que se fundan sociedades a las que todo el mundo tiene acceso para cultivarla. Antes, su labor se llevaba a cabo en sociedades que no se daban a conocer públicamente. Solo se admitía a aquellas personas que, por sus capacidades probadas, habían demostrado estar a la altura de las tareas que se les encomendaban y cuyo carácter ofrecía la seguridad de que dedicarían su vida por completo al servicio de la corriente espiritual que se les había revelado.
Hoy en día, muchos se ríen de afirmaciones de este tipo. Pero es que ellos no tienen conocimiento de lo que realmente ocurre en la vida espiritual superior. Solo quieren ver la vida de manera superficial y se cierran a sus misterios. Aquellos que reconocen que su tarea consiste en comunicar hoy al mundo una parte del conocimiento superior, sabrán soportar que se les llame fantasiosos y entusiastas. Siempre se ha hecho así con quienes han tenido tales tareas. Actúan a su manera solo porque deben hacerlo.
Solo una parte del «conocimiento oculto», la mas elemental, se hace pública como teosofía. Para los demás ámbitos, debe continuarse con la antigua forma de trabajo. La «Sociedad Teosófica», fundada en 1875, es una de las instituciones dedicadas a la publicación de una parte del conocimiento superior, pero no es en absoluto la única.
Las personas que hoy en día trabajan en el sentido de la corriente teosófica están convencidas de que muchos de sus semejantes exigen con razón el conocimiento correspondiente, porque sin él se verían abocados a la desolación y la pobreza espirituales. La teosofía se dirige a aquellos que buscan con profunda seriedad la verdad sobre los bienes más elevados y nobles de la humanidad, y que no pueden alcanzar este objetivo por los caminos recorridos hasta ahora.
No se pretende afirmar que en épocas pasadas los frutos del conocimiento superior estuvieran vedados a la humanidad y fueran privilegio exclusivo de las personas reunidas en sociedades secretas. Los guardianes del conocimiento siempre buscaron la manera de poner su poder al servicio del mundo. Quien se adentra en la teosofía y acepta lo que esta tiene que ofrecer, pronto aprenderá a pensar de manera diferente sobre muchas cosas de la vida. Entre estas cosas se encuentra, sobre todo, la búsqueda religiosa. En esta búsqueda, las grandes masas han buscado respuestas sobre el destino del alma, sobre los objetivos de la vida; y han encontrado lo que necesitaban. Ahora las cosas han cambiado; cada vez es mayor el número de personas que se ven acechadas por los espíritus de la duda por todas partes. En épocas anteriores, los cultivadores de la ciencia eran también los líderes de la vida religiosa. En ellos se encarnaba la plena armonía entre la fe y el conocimiento, la religión y el saber. Hoy en día, una parte de la ciencia se ha separado de la fe. Y ambas siguen caminos separados. Pero esto ha traído discordia a las almas humanas. Y, en muchos casos, precisamente a aquellas que se toman la verdad más en serio.
Ciertamente, en lo que respecta a las antiguas tradiciones, hoy en día hay un número considerable de personas que no se han dejado confundir por los nuevos espíritus de la duda. Para ellos, el teósofo seguirá utilizando por el momento un lenguaje incomprensible y que les parece inútil. Pero su número disminuye cada día. Innumerables personas absorben la discordancia ya en su infancia. Deben aceptar una explicación del mundo a través de la doctrina religiosa y otra a través de la doctrina natural. Ambas son contradictorias para ellos, y llevan la ruptura en su alma a la vida posterior como fuente de un triste
Y no menos afectados por la duda y la incertidumbre se encuentran aquellos que, por sus capacidades y su formación, están llamados a ser líderes en la vida espiritual. Esto es natural, pues son precisamente ellos los que menos pueden escapar al triunfo de la duda científica. Y por eso, no transmiten ninguna fuerza ni influencia a la vida espiritual de los demás. Quien hoy en día sigue viviendo aislado en su pueblo o en su círculo más cercano, sin que le haya afectado ni una pizca del pensamiento actual, mañana puede encontrarse frente a un orador librepensador o tener en sus manos un libro que le quite el suelo bajo los pies, es decir, las convicciones que constituían su salvación. La ciencia moderna ejerce un efecto tan perturbador porque sus resultados se basan en el testimonio más burdo, el de los sentidos externos. Ella puede demostrar lo que afirma mediante estos testigos. Los sentidos no solo se niegan a aceptar las verdades religiosas sobre el mundo espiritual, sino que en sus afirmaciones incluso parecen contradecirlas. Pero la humanidad debe su bienestar exterior y los grandes bienes materiales de la vida a la ciencia, que se basa en los hechos de la percepción sensorial. Esta ciencia ha equipado al ojo para que pueda ver las regiones estelares más lejanas; ha hecho visibles innumerables seres vivos en la gota más pequeña; ha conquistado el globo terráqueo con sus fuerzas y tesoros naturales. Por lo tanto, es comprensible que pueda ejercer un poder enorme y que sea previsible que este poder crezca en el futuro. Se ha retirado la confianza a todo lo que parece contradecirla. Y esto es lo que ha ocurrido con las creencias religiosas, que no han podido justificarse ante el veredicto de esta ciencia.
Entre quienes se basaban en dicha ciencia surgió la opinión de que las antiguas tradiciones sobre la vida espiritual solo contenían «ficciones» fruto de una imaginación infantil y carente de conocimientos científicos. Es más, muchos de los portadores de estas antiguas tradiciones se vieron obligados a aplicar los criterios de dicha ciencia a las propias enseñanzas religiosas; examinaron los documentos religiosos y, poco a poco, se perdió lo que había abierto al ser humano la perspectiva de un mundo superior; y lo que queda no tiene la fuerza necesaria para dar al alma la seguridad que necesita. Porque habrá que convencerse de que algunas de las llamadas corrientes libres de la religión, que quieren hacer las paces con la ciencia moderna, resultarán ser totalmente ineficaces desde el punto de vista religioso.
Pero también han fracasado todos los demás intentos de crear un sustituto para las antiguas tradiciones y satisfacer el indomable anhelo del mundo espiritual. Hasta hace poco se podía creer que la ciencia moderna proporcionaría ese sustituto. Muchas personas nobles, que se autodenominaban «librepensadores», construyeron una especie de credo científico. Aceptaron las enseñanzas del desarrollo «natural» en el sentido de la ciencia materialista, porque creían que eran «racionales» y que la llamada historia «sobrenatural» de la creación contradecía la razón. Consideraban que el alma era un producto del cerebro y se entregaban con cierto entusiasmo a la esperanza de que, cuando su cuerpo se
El servicio a la humanidad en aras del bienestar y el progreso terrenales sustituyó su devoción por cualquier exigencia religiosa. Ahora bien, este «librepensamiento» ha sido refutado hoy en día por la propia ciencia. Las ideas de las que surgió fueron el resultado de una «fe científica» precipitada. Y quien hoy en día quiera seguir profesándola, no solo peca contra las tradiciones religiosas, sino contra la auténtica ciencia avanzada. Lo que ésta ha descubierto en los últimos años por sus propios medios ya no es compatible con el librepensamiento mencionado. Solo algunos de los antiguos materialistas, que se
Hoy en día, las almas que buscan la verdad necesitan un nuevo camino. Y este es el que ha emprendido la fundación espiritual teosófica. Ésta demostrará que el mundo espiritual, que durante tanto tiempo ha sido objeto de fe, también es accesible al conocimiento. Y lo conseguirá mediante la publicación de una parte del conocimiento superior. Una de sus conclusiones más importantes es que las convicciones de la fe no son creaciones de una imaginación infantil y poco científica, sino de la más alta sabiduría humana. Las religiones no fueron creadas por personas inmaduras, sino por sabios guías de la humanidad. Sin embargo, ellos daban a sus mensajes la forma que correspondía a las épocas y los pueblos a los que se dirigían. Si los documentos religiosos no expresaban la sabiduría en su forma inmediata y original, sino que la revestían de imágenes y relatos, era porque así resultaba más accesible a las personas en un determinado nivel de comprensión que en forma de conceptos puros. Había que hablar del sentimiento, de la imaginación, porque estos alcanzan su perfección gracias a la razón. Pero en las escuelas ocultas, entre sus discípulos íntimos, los grandes maestros comunicaban sin velos lo que tenían que decir a los hombres. Y en estas escuelas, esta forma sin velos se perpetuó de siglo en siglo. Los iniciados transmitían de vez en cuando al mundo exterior lo que consideraban necesario, y de la manera que les parecía correcta y que más protegía contra el abuso y la confusión. De esta manera, el mundo conoció como fe lo que los guías poseían como conocimiento. Y fue correcto dejarlo en el ámbito de la fe mientras esta no pudiera ser sacudida por el conocimiento del mundo físico exterior. Los últimos siglos han hecho que esto suceda; y en los últimos tiempos, este conocimiento ha avanzado tanto que ahora es necesario desvelar parte del misterio. Seguir guardando silencio privaría a la humanidad de toda perspectiva de un mundo espiritual. Incluso aquellos que han alcanzado las cimas más altas de la ciencia física no han podido descubrir por sí mismos, cómo detrás de las
Por eso, la fundación teosófica puede cumplir la misión más necesaria en la vida espiritual actual, si se entiende bien. Por eso, quien haya buscado en vano la paz del alma por otros caminos, puede buscar consejo en ella. Pero incluso aquellos que aún no están atormentados por las dudas se sentirán estimulados por ella, ya que les aportará claridad sobre los objetos de su fe y profundizará la vida del alma.
"LA TEOSOFÍA COMO FORMA DE VIDA"
julio de 1905
La corriente teosófica actual no solo pretende satisfacer el ansia de conocimiento, sino también aportar seguridad a la práctica de la vida. Este es el aspecto que más se malinterpreta por parte de aquellos que no desean profundizar en ella. Un teósofo es fácilmente considerado como una persona ajena al mundo, que descuida la dura y cruda realidad por sus «ensueños» en las regiones celestiales de lo espiritual. No se puede negar que hay seguidores de esta visión del mundo que hacen que tales opiniones parezcan justificadas. Pero estas personas caen en un grave error. Están insatisfechas con la concepción insulsa de la realidad que ven a su alrededor y con la vida que se deriva de dicha concepción. Quieren volcarse hacia la vida espiritual y llenarse de un anhelo más noble que el bienestar sensual cotidiano. Pero confunden una concepción fatal de la realidad con la realidad misma. Y en lugar de liberarse de esa concepción, huyen de la vida.
Sin embargo, lo importante es encontrar el espíritu dentro de la realidad que rodea al ser humano. No es esta realidad la que carece de espíritu, sino que el ser humano es incapaz de encontrarlo. Del mismo modo que no se busca la electricidad, la luz y otras fuerzas naturales fuera del mundo, tampoco se hace con las fuerzas espirituales cuando se tiene una verdadera actitud teosófica. Entendida correctamente, la teosofía es el reconocimiento de tales fuerzas y leyes espirituales dentro del mundo. No solo lo que los ojos pueden ver y las manos pueden tocar es una fuerza del mundo, sino también aquello que solo es accesible a los ojos del alma y que ningún instrumento puede dominar, pero sí el poder del espíritu, y que puede convertir en realidad si este sabe cómo hacerlo. La técnica se basa en que el ser humano somete a su entendimiento las fuerzas perceptibles por los sentidos; y la teosofía puede conducir a una técnica espiritual que pone las fuerzas superiores al servicio de la salvación del ser humano. Desde este punto de vista, la actitud teosófica no conduce al alejamiento del mundo, sino a una participación activa en la vida, incluso a la práctica más noble y comprensiva. Porque su escenario no es un taller en el que se suministran productos materiales, sino la vida misma, tal y como se desarrolla entre los seres humanos.
El verdadero aspirante teosófico llega a la convicción de que innumerables hilos espirituales se extienden de alma en alma. Aprende a reconocer que no solo sus acciones externas visibles, sino también los movimientos más íntimos de su alma y sus pensamientos más ocultos influyen en el bienestar y el malestar, en la libertad o la esclavitud de sus semejantes. Esto significa reconocer las fuerzas espirituales, que el ser humano es consciente de que lo que ocurre en su alma es tan real como lo que pueden ver los ojos. Y lo que piensa y siente es algo que envía sus efectos al exterior, lo mismo que el imán o la batería eléctrica actúan hacia el exterior. El teósofo no ve todo esto solo de la manera externa, como el hombre sensual, sino de tal manera que atribuye realidad al espíritu como a la mesa que puede tocar con la mano.
Quien se familiariza con la teosofía, poco a poco llega a considerar natural esta actitud. Y de esta actitud surge entonces la relación correcta con la vida de su alma; y de esta, finalmente, el tratamiento adecuado de todas las tareas de la vida.
Solo aquel que es capaz de poner en movimiento de manera adecuada las fuerzas almacenadas en su alma, encuentra la posición correcta en la práctica de la vida, del mismo modo que solo aquel que conoce sus leyes sabe aplicar las fuerzas externas de la naturaleza en beneficio de la humanidad. Una batería eléctrica es útil para quien conoce las propiedades de los efectos eléctricos. Pero el ser humano es en sí mismo una batería espiritual y anímica, y las leyes que debe aplicar en la vida con sus semejantes deben estar dirigidas a él mismo.
En el ensayo anterior se dijo que los guardianes del conocimiento superior publican, dentro
Lo mismo ocurre con la práctica de la vida. Ésta es diferente ahora a como era en el pasado. !!!Cómo han cambiado todas las circunstancias¡¡¡. Basta con comparar seriamente la sencillez de la vida en épocas anteriores con las exigencias que se imponen al ser humano hoy en día. El ser humano entabla nuevas relaciones con otras personas. La personalidad ha salido de las relaciones de dependencia que limitaban su existencia y ha adquirido una libertad de movimiento incomparablemente mayor. Sin embargo, esto también le impone una mayor responsabilidad. Las viejas ataduras se han aflojado; a cambio, las condiciones y las luchas de la existencia se han vuelto más variadas. Las viejas fuerzas que guiaban a los antepasados de la humanidad actual ya no son suficientes para las nuevas exigencias.
Por estas razones, surgen aspiraciones y visiones de la vida que en épocas anteriores eran inimaginables. Cuántas preguntas preocupan al hombre actual. Estas «preguntas» surgen en todos los ámbitos de la vida: la cuestión social, las cuestiones jurídicas, la cuestión femenina, las cuestiones educativas y escolares, las cuestiones sanitarias y alimentarias, etc., etc. Todo ello se basa en la necesidad de reorganizar ciertas condiciones de la vida. Y una diferencia fundamental con respecto a épocas anteriores es que ahora esas regulaciones deben llevarse a cabo con la participación de cada individuo. Veamos, por el contrario, cómo se hacía antes. Donde fuerzas aparentemente indeterminadas dirigían a las masas, sin que las personalidades individuales estuvieran predispuestas a intervenir de forma directa y activa.
Una visión superficial considera que los instintos tribales o la arbitrariedad despótica de personas individuales crearon las instituciones en tiempos pasados. Sin embargo, quien profundiza en el curso de la evolución de la humanidad y sigue los avances de la historia sin supersticiones materialistas, se da cuenta de que la regulación de la vida práctica no se ha basado en los instintos o en la arbitrariedad, del mismo modo que las religiones tampoco tienen su origen en la «imaginación infantil del pueblo». Las creencias provienen de la sabiduría de los grandes guías de la humanidad, y lo mismo ocurre con las instituciones de la vida práctica.
Las escuelas ocultas son las que han mantenido y siguen manteniendo unida la red del orden social humano. Inconscientemente, los seres humanos han sido guiados hacia los objetivos de su vida. Precisamente esta inconsciencia ha dado a la existencia la seguridad que está relacionada con el carácter instintivo. Sin embargo, el progreso de la humanidad exige ahora liberar a la personalidad de este modo de existencia instintivo. En lugar de fuerzas ocultas, el orden del todo debe ser garantizado en adelante por el conocimiento y el juicio de la personalidad individual. De ello se desprende que el ser humano necesita actualmente un conocimiento de las fuerzas de la práctica de la vida que antes solo estaba al alcance de los iniciados de las escuelas secretas. Desde estos lugares se ponían en marcha, de acuerdo con las leyes, las fuerzas espirituales que actúan de alma humana en alma humana y provocan la armonía de la vida.
En la actualidad, cada persona necesita tener un cierto grado de comprensión de los grandes objetivos mundiales si no quiere renunciar a la libre movilidad personal. Cada vez más, todos somos colaboradores en la construcción de la sociedad.
El trabajo espiritual teosófico se encamina hacia este objetivo. Solo él es capaz de indicar el camino correcto para las «cuestiones» individuales mencionadas anteriormente. Porque la construcción de la humanidad es un todo, y quien quiera participar en ella debe tener, hasta cierto punto, una visión global. Todas las cuestiones mencionadas están relacionadas entre sí, y quien quiera trabajar en una de ellas sin tener una visión del conjunto, vivirá sin un plan. Por supuesto, esto no significa que todo el mundo deba participar por igual en todas estas «cuestiones». Sin duda, una sola persona encontrará suficiente trabajo en una sola de ellas. Pero la orientación hacia los objetivos generales de la humanidad es lo que da sentido y justificación al trabajo individual. Quien quiera resolver la «cuestión de la mujer» o la «cuestión de la educación», etc., de forma totalmente aislada, se asemeja a un trabajador que, sin tener en cuenta un plan general adecuado, comienza a perforar un agujero en cualquier lugar de una montaña con la idea de que se creará un túnel adecuado. La mentalidad teosófica no solo no está alejada de las cuestiones prácticas de la vida, si se entiende en su justa medida, sino que, más bien, aspira a la única práctica posible. Solo quien no quiere mirar más allá de su círculo más cercano puede negar el sentido práctico de tal orientación en la vida.
Sin duda, hoy en día algunas de las metas que se persiguen en relación con la forma de vida de los teósofos siguen pareciendo poco prácticas; y los de mente estrecha pueden parecer a menudo muy prácticos frente a tales entusiastas. Sin embargo, estos últimos, si fuera necesario, podrían señalar muchas instituciones prácticas que, en un principio, fueron consideradas fantasías por aquellos que se consideraban «prácticos». ¿Acaso el sello postal fue una fantasía frente a las antiguas instituciones? Y, sin embargo, el alto funcionario práctico competente consideró que la idea de esta institución, que provenía de un «no practicante», era una fantasía y, entre otras cosas, objetó que el «edificio de correos» de Londres no sería lo suficientemente grande si el tráfico alcanzara el volumen previsto. Y el director general de Correos de Berlín, cuando se iba a construir el primer ferrocarril entre la capital y Potsdam, dijo: si la gente quiere malgastar su dinero así, que lo tiren por la ventana, porque él envía dos carros de correos al día a Potsdam y no va nadie en ellos; ¡quién iba a viajar en un ferrocarril!
La verdadera práctica recae precisamente en aquellos que tienen una visión más amplia; y cultivar dicha práctica como actitud debería ser la tarea de la cosmovisión teosófica.
"LA TEOSOFÍA, LA MORALIDAD Y LA SALUD."
agosto de 1905
La «Sociedad Teosófica», que existe desde 1875, ha establecido como su primer principio: «formar el núcleo de una fraternidad universal de la humanidad, sin distinción de raza, credo, sexo o clase social». Sin embargo, en su actividad pública, la sociedad se ha fijado como tarea la difusión de ciertas enseñanzas sobre la reencarnación y el destino humano (karma), sobre los niveles superiores de vida, la formación del mundo, el desarrollo humano y temas similares. Muchos dirán: ¿acaso el fomento del amor universal, tal y como lo expresa el principio anterior, necesita una sociedad que defienda tales opiniones? ¿No es ese amor universal el ideal de todo verdadero filántropo? ¿No hay muchas sociedades y asociaciones que persiguen el mismo objetivo sin hablar de una confesión de las enseñanzas mencionadas? Y algunos opinan que se puede perjudicar la búsqueda de ese hermoso objetivo al asociarlo con la difusión de ciertas ideas. A veces también se afirma que esas enseñanzas solo pueden ser comprensibles para una minoría de personas, mientras que el objetivo mencionado debe echar raíces en el alma de cada ser humano.
Estas objeciones contra la labor de la «Sociedad Teosófica» resultan muy persuasivas para quienes no
Sin embargo, se puede hacer obligatorio defender públicamente las doctrinas mencionadas porque se ha reconocido en ellas, el medio adecuado para alcanzar el objetivo deseado. Sin duda, es hermoso hacer del amor universal al prójimo como tal el objetivo de una sociedad. Y quien lo exija y lo predique encontrará plena aceptación en los círculos más amplios. Porque este amor es una fuerza fundamental de la naturaleza humana. No se podría inculcar en el corazón humano si este no estuviera predispuesto a ello desde el principio.
Pero si esto es así, ¿Cómo es que este amor no está generalizado en la vida? ¿Por qué nos encontramos con tanta lucha, tanta discordia, tanto odio? El teósofo da hoy la respuesta que ha recibido del verdadero núcleo de las grandes enseñanzas de la humanidad, aquellas que siempre han conducido de la discordia a la concordia, del odio al amor, de la lucha a la paz. Lo esencial del modo de pensar teosófico es que a través de él se llega a la convicción inquebrantable de que las verdaderas fuerzas y causas de todo lo que sucede en el mundo se encuentran en el alma y el espíritu, y no en lo que los sentidos externos observan y exigen. Quien ha llegado a tal convicción, también tiene claro que las ideas y los pensamientos verdaderos despiertan las fuerzas más nobles en las almas, y que la discordia, el odio y la lucha son consecuencia del error y el engaño. Mientras se considere indiferente lo que piensa el ser humano, no se le dará especial importancia a la difusión de ciertas enseñanzas. Pero cuando se ha comprendido claramente que el mundo no debe su origen y su estructura a fuerzas ciegas, sino a la sabiduría divina; que la sabiduría es, en general, la causa de todo desarrollo y progreso en el mundo, entonces se llega a la conclusión de que la bondad del corazón debe provenir de su armonía con esta sabiduría divina.
El ser humano no podría equivocarse: no sería humano. Lo es porque puede actuar por su propia voluntad, sin estar esclavizado a un orden natural infalible. Si la capacidad de equivocarse le confiere su dignidad humana, también le convierte en el causante de innumerables males. Cuanto más se profundiza en la teosofía, más se revela la relación entre el error y el mal. Tan cierto es que todo lo sensual y material proviene del espíritu, como cierto es que todos los males del mundo sensual provienen de los extravíos del espíritu.
En nuestra época, sin embargo, esto resulta difícil de comprender. ¿Qué podría parecer más fantástico al pensamiento actual que alguien que afirme que la enfermedad física tiene que ver con el error, mientras que la salud tiene que ver con ideas verdaderas y correctas? El futuro demostrará que la verdadera superstición no consiste en profesar esta afirmación, sino en negarla. Quien conoce verdaderamente el alma y el espíritu no los convierte en apéndices de lo material, sino que los considera dominadores de este último. Y la esencia del alma y el espíritu es la verdad y la sabiduría. La verdad y la sabiduría no solo crean lo bueno y lo excelente de manera externa, sino que, como fuerzas del alma y del espíritu, crean la perfección en el mundo exterior. No se puede demostrar en una breve discusión, como la que aquí se presenta, pero al profundizar en la teosofía resulta evidente para cualquiera, que la salud del cuerpo es consecuencia de la sabiduría y la verdad del alma, mientras que la enfermedad es el efecto del error y la ignorancia. Quien interprete esta afirmación de manera superficial, la malinterpretará y solo podrá considerarla fantástica. La objeción fácil de que hay personas muy sabias con mala salud y personas robustas con poca sabiduría, puede planteársela incluso quien formula la afirmación anterior. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como para que esta objeción tenga algún peso. La causa y el efecto, el error y el mal, a menudo están muy alejados entre sí. Y para comprender el sentido de tal afirmación, es necesario profundizar en la mentalidad teosófica.
Los males morales y físicos provienen del error: y quien se esfuerza por alcanzar la verdad y la sabiduría, promueve el bien moral y también la salud física del mundo. En ello reside la veracidad de las afirmaciones sobre la curación espiritual. — Y se trata de comprender que el ser humano promueve el bien y la salud cuando deja que la sabiduría divina, de la que ha surgido la armonía del universo, fluya también en su alma. «Theo-Sophia» es «sabiduría divina». Lo que proclama son precisamente los grandes pensamientos divinos según los cuales el espíritu primigenio gobierna el mundo, según los cuales se forma la vida y se desarrolla el ser humano. Son las leyes de la vida del alma en el cuerpo, de su destino en el mundo. Vivir en armonía con estas grandes verdades conlleva bondad y salud; oponerse a ellas tiene como consecuencia el mal y la enfermedad. Cuanto más se penetra en ellas, cuanto más se impregna uno de ellas, más se convierten en fuerzas eficaces en el alma. Si se entiende correctamente la teosofía, esto es lo que se quiere decir cuando se afirma que lo importante no es el mero conocimiento, el conocimiento teórico, sino la vida. Pero quien afirmara que, por eso, no tiene por qué preocuparse en absoluto por las enseñanzas de la sabiduría, estaría negando precisamente la eficacia de la idea, del pensar, es decir, de lo que constituye la vida del espíritu y del alma. Para que una fuerza sea eficaz, primero debe existir. Para que los pensamientos divinos, que son las fuerzas creadoras en las profundidades de la existencia mundial, se conviertan también en las fuerzas morales y sanadoras del alma humana, primero deben entrar en esta alma. La fundación teosófica no difunde ciertas enseñanzas para satisfacer una mera curiosidad intelectual, sino porque con ello quiere lograr el verdadero progreso moral de la humanidad y, no menos importante, la verdadera salud de la vida.
La fraternización general de la humanidad pasará de ser un objetivo ideal a convertirse en un sentimiento creativo y global, en una fuerza generadora de progreso, concordia y comprensión, si la verdadera «teosofía» le marca el camino. Ciertamente, alguien podría objetar: pero ¿quién garantiza que la teosofía contenga realmente la verdad sanadora? ¿Acaso no han prometido los mejores efectos todas las posibles creaciones espirituales? Solo puede responder a esta pregunta quien se haya familiarizado con la búsqueda teosófica. Entonces descubrirá cómo este tipo de pensamiento busca el camino hacia la verdad precisamente porque no profesa ninguna opinión unilateral ni quiere imponerla a nadie. Puede tener la verdadera tolerancia hacia cualquier opinión sin caer en la indiferencia. Porque la verdadera búsqueda de la verdad enseña a apreciar igualmente la verdad en los demás. Ninguna opinión es tan errónea que, con verdadera honestidad, no se pueda encontrar la verdad en ella. Y quien se enfrenta a una opinión ajena puede buscar en ella lo que la diferencia de la suya o lo que, aunque sea remotamente, se parece a la suya. Quien busca lo primero contribuye a la separación interior entre las personas, pero quien se esfuerza por lo segundo contribuye a la unión. La verdadera teosofía busca incluso en el peor error el grano de verdad que sin duda existe, sin insistir en la corrección incondicional de la propia opinión. Y así, en la interacción de las opiniones, la verdad se revela con seguridad en un progreso gradual. De ello surge una fraternidad interior, una fraternidad de pensamientos, de la que toda fraternidad exterior debe ser reflejo.
Pero, se objeta, ¿se encuentra realmente todo esto en los teósofos? Sin duda, no. Pero no se trata de si tal o cual persona que se llama a sí misma teósofa cumple un ideal, sino únicamente de si la causa en sí misma es adecuada para promover ese ideal. Pero para decidir sobre ello, hay que familiarizarse con la causa en sí misma, y no solo con lo que se manifiesta aquí o allá. Se promueve lo correcto mucho más haciéndolo uno mismo que reprendiendo lo incorrecto en los demás. Pronto se reconocerá como uno de los frutos más hermosos del propio esfuerzo teosófico que este tiene una fuerza de convicción interna que no depende de los éxitos externos momentáneos. Con tal actitud, pronto se comprenderá claramente que, donde aparecen frutos malos, probablemente tampoco se basa la teosofía correcta.
Otra crítica que se le hace a la «Sociedad Teosófica» es la dificultad de comprender sus enseñanzas, que solo son accesibles para personas con cierta formación previa. Se dice que, sin un estudio especial, es imposible familiarizarse con los términos extranjeros y todas las teorías complicadas. No se puede negar que aún queda mucho por hacer en este sentido para que la teosofía pueda llegar al corazón y a la mente de todos. Pero este trabajo debe realizarse. Lo que esta corriente de pensamiento tiene que proclamar puede ser realmente comprensible para todos si se encuentran las formas adecuadas de expresión. Sí, en ningún otro ámbito es tan posible como aquí encontrar la forma de expresión adecuada para cada grado de formación o experiencia vital. Tanto el más erudito como el más ignorante pueden encontrar lo que necesitan para la salvación y la paz de su alma. Las corrientes de pensamiento que aspiran a grandes cosas no pueden encerrarse en círculos estrechos; y cuando la teosofía lo ha hecho hasta ahora, ha sido porque se encuentra aún en los inicios de su trayectoria y, por lo tanto, debe buscar primero los caminos adecuados en los distintos ámbitos de la vida. Sin embargo, cuanto más amplios sean los círculos en los que se extienda, más adecuados serán los medios que utilice. Que pueda perder profundidad y seriedad al ganar mayor difusión no es una idea a la que nadie se haya entregado. Porque la difusión de ciertas enseñanzas que aquí se consideran es hoy un deber; y, al reconocerlo, hay que velar por la conservación de lo auténtico en ellas, a pesar de la expansión, pero sin dejarse disuadir de esta expansión por el temor a la deformación.
"LA TEOSOFÍA Y LA CIENCIA."
septiembre de 1905
Entre las diversas acusaciones que se le hacen a la teosofía se encuentra también la de que no es científica. Y dado que la ciencia, o más bien lo que hoy se denomina así, goza de una autoridad inmensa, tal acusación puede perjudicar mucho al emergente movimiento teosófico. El «mundo académico» no quiere ocuparse de ella en absoluto, porque, debido a su educación en las ideas científicas, no sabe qué hacer con los hechos que afirma la teosofía. Esto se puede comprender cuando se familiariza uno con las ideas y experiencias que actualmente se enseñan a los juristas, médicos, profesores, químicos, ingenieros, etc., durante su formación. Qué lejos está todo esto del contenido de la literatura teosófica. Qué diferente es el modo de pensar que prevalece en una conferencia de química del que se encuentra en las enseñanzas de los principales exponentes de la teosofía. No es exagerado afirmar que, en la actualidad, no hay mayor obstáculo para la comprensión de las afirmaciones teosóficas que la posesión de un título de doctor.
Pero esto tiene un efecto negativo en la difusión de la teosofía. Porque es comprensible que quien no comprende las cosas completamente se sienta desconcertado por tal hecho. Y así, no siempre es necesario que surja de la malicia cuando se dice: vosotros, los teósofos, solo atraéis a los círculos incultos; pero no logran atraer a las personas que se encuentran en la «cima de la ciencia».
De ahí puede surgir fácilmente la opinión de que la teosofía va por mal camino y que debe adaptarse más a la forma de pensar de los círculos científicos. Solo cuando se vea que las enseñanzas de la reencarnación y el karma pueden fundamentarse científicamente igual que las demás leyes naturales, entonces se reconocerá la veracidad de la cuestión; así se ganará al mundo erudito y, con ello, la teosofía se impondrá.
Es una creencia bienintencionada, pero que surge de un prejuicio fatal. Este consiste en pensar que el modo de pensar científico habitual hoy en día puede llegar por sí mismo a la teosofía. Pero esto no es así en absoluto, y solo pueden caer en tal engaño aquellos que, inconscientemente, introducen en la ciencia actual las ideas teosóficas recibidas de otras fuentes. Es decir, se puede introducir perfectamente toda la sabiduría teosófica en la ciencia, y no se encontrará la más mínima contradicción entre lo que es válido en la ciencia y las afirmaciones de los teósofos. Pero nunca se puede extraer la teosofía de lo que hoy se enseña oficialmente como ciencia. Se puede ser el mayor erudito en cualquier campo en el
Quien reflexione un poco sobre ello, se dará cuenta de ello. Lo que afirman los teósofos no son en absoluto conclusiones derivadas de ideas o concepciones, sino hechos suprasensibles. Y los hechos nunca pueden descubrirse mediante la mera lógica y la deducción, sino únicamente a través de la experiencia. Ahora bien, nuestra ciencia oficial se ocupa únicamente de los hechos de la experiencia sensorial. Todas sus ideas y conceptos se basan únicamente en esta experiencia. Por lo tanto, mientras parta de esta premisa, nunca podrá decir nada sobre hechos no sensoriales. Los hechos nunca se demuestran mediante la lógica, sino únicamente mostrándolos en la realidad. Supongamos que hoy en día la ballena fuera un animal desconocido. ¿Podría alguien demostrar su existencia mediante conclusiones? Por muy buen conocedor que fuera de todos los demás animales, no podría hacerlo. Sin embargo, hasta el más ignorante demostrará la existencia de la ballena si la descubre en la realidad. Y qué ridículo parecería un erudito que se enfrentara a un ignorante y le dijera: según la ciencia, animales como las ballenas no son posibles, por lo que no existen; el descubridor debe de haberse equivocado.
No, la mera erudición no sirve de nada frente a la teosofía. Nada puede decidir sobre sus hechos salvo la experiencia suprasensorial. Hay que ayudar a las personas a alcanzar esta experiencia suprasensorial, no remitirlas a una erudición infructuosa.
Ahora bien, naturalmente se planteará inmediatamente una objeción. Es tan barata como es posible. Pero si las personas no tienen ninguna experiencia suprasensorial, ¿cómo pueden esperar que crean lo que dicen unas pocas personas que pretenden ser clarividentes y tener tales experiencias? Como mínimo, deberían abstenerse de enseñar las experiencias teosóficas a un público que no es clarividente y solo exponerlas a aquellos a quienes primero han convertido en clarividentes.
Esto suena razonable, pero no se puede sostener ante los hechos reales. En primer lugar, quienes hablan así también deberían considerar sumamente ofensivas todas las conferencias y escritos populares sobre ciencias naturales. ¿Acaso los numerosos lectores de La historia natural de la creación, de Haeckel, o de El devenir y el perecer, de Carus Sterne, tienen todos la posibilidad de convencerse por sí mismos de la realidad de lo que allí se afirma? No, también en este caso se apela en primer lugar a la credulidad del público y se da por sentado que este confía en quienes investigan en los laboratorios o en los observatorios astronómicos. — En segundo lugar, sin embargo, la credulidad que se presupone para los hechos suprasensibles es muy diferente de la que se presupone para los hechos sensoriales. Quien cuenta lo que ha visto a través de un microscopio o un telescopio, da por supuesto que su oyente puede convencerse por sí mismo de la veracidad de lo contado si aprende los trucos que hay que utilizar en este tipo de investigación y si se procura los instrumentos necesarios. Pero el mero relato no contribuye en absoluto a tal verificación. No ocurre lo mismo con los hechos suprasensibles. Quien habla de ellos no cuenta nada que no pueda experimentarse en el alma humana. Y el relato en sí mismo puede ser el estímulo que despierte en el alma las fuerzas ocultas de la propia percepción. Por muchas palabras que le digas a alguien sobre pequeños organismos que se pueden ver con un microscopio, tus palabras nunca le revelarán los secretos del microscopio. Él debe procurarse los medios para la verificación desde fuera. Pero si le hablas de lo que se puede encontrar en el alma misma, tus palabras pueden, como tales, comenzar a despertar las facultades latentes de su interior.
Esa es la gran diferencia entre la comunicación de hechos suprasensibles y sensoriales: en el primer caso, los medios para la confirmación se encuentran en el alma de cada persona, mientras que en el segundo no es así. No se trata aquí en absoluto de defender esa concepción superficial de la teosofía que afirma siempre que, para llegar al fondo de la verdad divina, basta con sumergirse en el propio interior, donde se encuentra al «hombre-Dios», que es la fuente de toda sabiduría. Cuando el ser humano se sumerge en su alma en cualquier etapa de su existencia y luego cree que el «yo superior» habla en él, en la mayoría de los casos solo será el «yo» ordinario el que saque de sí mismo lo que ha adquirido de su entorno, a través de la educación, etc. Tan cierto como es que la verdad divina está encerrada en el alma misma, también es cierto que la mejor manera de extraerla de ella es dejarse guiar por alguien más avanzado, que ya ha encontrado en sí mismo lo que uno mismo busca. Lo que el maestro sanador te dice que ha encontrado en sí mismo, tú también puedes encontrarlo en ti mismo si te dejas llevar sin prejuicios por sus indicaciones. El «yo superior» es el mismo en todas las personas, y la forma más segura de encontrarlo es no encerrarse en la vanidad, sino dejar que este «yo superior» actúe sobre uno desde donde ya habla en otra persona. Como en todas las demás cosas, los maestros son una necesidad para el alma que busca.
Pero con esta salvedad, cada uno puede encontrar en sí mismo la verdad de los hechos suprasensibles. Quien solo tenga imparcialidad, perseverancia, paciencia y buena voluntad, verá surgir en sí mismo, al escuchar el relato de tales hechos, un sentimiento que es una intuición de aprobación. Y si sigue este sentimiento, estará en el camino correcto. Porque este sentimiento es el primero de los poderes que despiertan las fuerzas latentes del alma. Cuando la verdad se nos presenta tal y como la ha visto el alma clarividente, nos habla con su propio poder. Sin duda, esto solo es un primer paso en el camino hacia un conocimiento superior y para seguir avanzando se necesita un entrenamiento cuidadoso; pero este comienzo está asegurado al escuchar con imparcialidad la palabra de la verdad.
¿Cómo es posible que en nuestra época haya tantas personas que no sientan este sentimiento hacia la comunicación de hechos suprasensibles? Esto se debe simplemente a que el hombre actual, y sobre todo el que tiene formación científica, se ha acostumbrado a creer solo en los testimonios de los sentidos. Y tal creencia tiene un efecto paralizante sobre el sentimiento imparcial. Hay que liberarse de ella si se quiere comprender al investigador clarividente. Hay que liberarse de los hábitos de pensamiento creados por la «ciencia» y sus prejuicios populares. Es decir, no se pueden encontrar las verdades superiores a partir de esta ciencia, sino independientemente de ella, en los caminos internos del alma. Una vez que se ha encontrado el acceso a los conocimientos superiores de esta manera, se verá que estos también se confirman a través de toda ciencia verdadera. Y precisamente nuestra ciencia actual se revelará entonces como la prueba más maravillosa de la verdad superior. Por muy poco adecuada que sea esta ciencia para dar lo suprasensible a quien aún no lo ha encontrado de otra manera, tanto más puede ofrecer a quien sí lo ha encontrado.
Por lo tanto, la tarea del movimiento teosófico solo puede ser romper la autoridad y el seguimiento ciego de los prejuicios «científicos», -lo cual no significa que se rechacen los logros de la ciencia actual-, sino que se subraya la necesidad de no seguir ciegamente a aquellos que interpretan esta ciencia en el sentido de negar los hechos suprasensibles.
Un erudito educado en la corriente actual solo podrá encontrar la expresión de lo suprasensible en su ciencia cuando se haya preparado para ello mediante el estudio profundo de la teosofía. Ni la química, ni la zoología, ni la geología, ni la fisiología, tal y como se desarrollan actualmente, pueden conducir por sí mismas a la teosofía; pero todas ellas podrán servir como prueba de los conocimientos suprasensibles, una vez que estos se hayan obtenido a través de la visión teosófica. Solo cuando el ser humano haya adquirido el sentido teosófico, lo aplicará también en la ciencia. La visión teosófica del mundo no necesita de la ciencia actual para confirmar su verdad, mientras que dicha ciencia necesita la profundización teosófica.
Las objeciones que pueden plantearse contra todo esto son, por supuesto, numerosas. Por ejemplo, se puede señalar cómo la psicología actual, mediante la investigación de los hechos del hipnotismo, la sugestión, etc., se esfuerza por acercarse a lo suprasensible. Pero, en realidad, la forma en que se investigan estas cosas no nos acerca a los conocimientos superiores, sino que solo nos aleja de ellos. Porque se busca seguir caminos engañosos también en relación con lo suprasensible. Se trata de encontrar lo suprasensible a través de los sentidos externos. Pero lo importante no es rebajar lo suprasensible a los sentidos externos, sino desarrollar las capacidades de percepción internas. Quien quiera demostrar lo sobrenatural mediante medios externos es como alguien que quiere demostrarme de todas las formas posibles que fuera hace buen tiempo, en lugar de simplemente abrir la ventana y dejarme ver el buen tiempo. Por muy bonitos que sean los experimentos con los que se demuestre que el ser humano tiene en su alma más de lo que conoce la conciencia cotidiana, no se podrá encontrar más que un reflejo externo de lo que se revela en toda su extensión y en su propia verdad cuando se siguen los caminos internos del alma. — Fotografíen ustedes mismos a los espíritus: para aquellos que no encuentran al espíritu en su interior, no demostrarán nada con ello. Porque intentarán demostrarles que su fotografía se ha realizado de una manera totalmente material. Pero quien haya encontrado el espíritu en sí mismo, verá en cada flor, en cada piedra, un ser espiritual encarnado, y eso es todo lo que se puede lograr con los medios de la ciencia que se aferra a lo sensual. Sería una debilidad complacer la conciencia materialista de la época tratando de demostrarle lo suprasensible con sus propios medios. Más bien hay que dejar claro que con esos medios no se puede alcanzar nada verdadero.
Los intentos de los eruditos actuales en el ámbito suprasensible no son el comienzo de algo nuevo, sino que solo representan los últimos estertores del materialismo, que no puede elevarse por encima de lo sensorial y, por lo tanto, quiere satisfacer sus necesidades suprasensibles a partir de lo sensorial.
No se debe engañar a las facultades superiores del conocimiento alimentando la creencia de que es posible demostrar lo sobrenatural sin despertarlas. El teósofo no puede basarse en los prejuicios científicos actuales, sino que debe enriquecer primero a la ciencia con sus conocimientos superiores. Una vez que la teosofía haya encontrado cabida en las almas, se abrirán por sí solas las puertas de la ciencia. No es necesario hacer que la teosofía sea científica, pues lo es en un sentido mucho más elevado que la ciencia actual; sino que es la ciencia la que debe hacerse teosófica.
Primero hay que ser guiado hacia los hechos suprasensibles, luego se pueden clasificar en el edificio de la ciencia; pero no se pueden extraer de una ciencia que desconoce estos hechos mediante conclusiones lógicas o de otro tipo. Mientras no se haya desarrollado el sentido para lo supranatural, la ciencia no puede hacer nada con ello. Esto deberían comprenderlo aquellos que acusan una y otra vez a la teosofía de ser anticientífica.
A quienes han crecido con la mentalidad científica de nuestro tiempo les puede resultar difícil aceptar lo dicho con imparcialidad. Porque la sugerencia que emana de esta ciencia es grande. Sus logros, con su consecuencia, la cultura material actual, tienen un efecto abrumador. Pero para que uno se vuelva hacia la teosofía no es necesario ser enemigo de esta ciencia. Al contrario, solo así se puede llegar a ser su verdadero amigo. El oro de esta ciencia solo puede obtenerse a través de la teosofía. ¡Qué luz tan maravillosa iluminan entonces los descubrimientos de Haeckel, qué espectáculo ofrecen los resultados de nuestros fisiólogos, antropólogos, historiadores de la cultura, etc., cuando se ven a la luz de la teosofía y no con el sentido materialista y prejuicioso de sus actuales portadores! No se pretende con ello reprochar nada a nadie. Como se dice que las grandes personalidades suelen tener los defectos de sus virtudes, lo mismo ocurre con las corrientes de la época. Para hacer los maravillosos descubrimientos en el campo del mundo sensorial, los investigadores tuvieron que dejar de lado por un tiempo el camino del alma. Y lo que no se practica durante un tiempo, se va perdiendo poco a poco. Al igual que ciertos animales dotados de buena vista pierden la capacidad visual cuando se adentran en cuevas oscuras y continúan allí su vida, al igual que los músculos de la mano se debilitan cuando se dejan de realizar trabajos pesados durante un tiempo, los exploradores de lo sensual perdieron la capacidad de ver lo suprasensorial. Hay que valorarlos por sus logros positivos y no hay necesidad de subestimarlos por lo que han sacrificado para conseguirlos. Pero lo que es real no lo decide quien no lo ha visto, sino quien lo ha descubierto. Por eso, todas las protestas de los naturalistas contra aquellos que han adquirido la capacidad de ver más allá de los sentidos no pueden tenerse en cuenta. Pero tampoco se puede obtener información sobre lo suprasensorial de los propios naturalistas actuales. Sería como preguntarle a un ciego sobre los colores. El ciego tiene una percepción íntima de ciertas sutilezas del sentido del tacto; se puede aprender mucho de él al respecto. Pero para conocer los colores, hay que fijar la vista en ellos. La ciencia natural es importante para el tacto en lo sensual, pero no puede ofrecer nada para la visión en lo suprasensible. El ciego debe dejarse instruir por el vidente sobre la luz; así, también la ciencia natural debe dejarse instruir por el teósofo sobre el espíritu. Y aquellos que quieren obtener del investigador natural, que tantea a ciegas, las pruebas de la luz brillante del mundo espiritual, se encuentran en un camino erróneo y fatal.
Traducido por J.Luelmo oct,2025
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