Todos los reinos de la naturaleza son una expresión del poder creador divino. La tranquilidad del reino mineral encarna el pensamiento divino, el movimiento, la vida del reino vegetal encarna el amor divino, la fuerza del reino animal encarna la voluntad divina.
En el ser humano, la voluntad divina se individualizó en muchas voluntades individuales. Los animales, las plantas y los minerales aún no tienen voluntad propia. Hay seres superiores detrás de ellos, a cuya voluntad están sometidos estos reinos. La voluntad individual humana no habría podido desarrollarse si no se hubiera manifestado primero como tal, separándose del todo, desprendiéndose de él. El mineral no tiene vida propia, vive en un todo, en todo el mundo mineral; la planta no tiene sensibilidad propia, solo siente en la totalidad de todo lo vegetal; el animal no tiene voluntad propia, tiene su voluntad en una totalidad superior y global. Solo el ser humano posee voluntad propia.
La primera tarea principal del ser humano fue desarrollar su propia voluntad. Posee vida propia, sentimientos propios y voluntad propia. Su propia voluntad le permite seguir desarrollándose. Mientras que la fuerza creadora divina solo expresa sus pensamientos en forma visible en los minerales, en las plantas a través de su crecimiento visible y su reproducción, y en los animales a través de su voluntad de movimiento y pasión, no solo ha convertido al ser humano en el centro de todas sus expresiones y revelaciones, sino que además le ha dotado de la autoconciencia, sumergiéndose por completo en él. Ella le dio la capacidad de reconocerla en sí mismo. El ser humano es el ser que toma conciencia del poder divino y que debe aprender a utilizar conscientemente este poder creador. Al principio, solo aprendió a utilizar el poder creador divino para sus propios fines, ya que primero debía desarrollarse por completo como germen divino, como dios en devenir. Primero utilizó la voluntad divina para la reproducción. Los sentimientos se manifestaban en él en forma de placer y disgusto, deseo y repugnancia, amor y odio, y el pensamiento divino se manifestaba en él en su mente, en su capacidad de pensar.
Así pues, observamos aquí el descenso de la fuerza creadora divina en la naturaleza, desde el pensar, pasando por el sentir, hasta la voluntad, y el ascenso de las fuerzas creadoras divinas en el ser humano, desde la voluntad, pasando por el sentir, hasta el pensar. Así como el ser humano se presenta ante nosotros como un ser que quiere, siente y piensa con autoconciencia, sigue siendo un ser humano sin purificar, que solo contiene en germen las fuerzas superiores. Debe ir equiparando gradualmente estas fuerzas a la fuerza primigenia, mediante la clarificación, la purificación y la consolidación. Mientras que primero recibió de la divinidad la voluntad, luego el sentir y luego el pensar, ahora su ascenso continúa de tal manera que primero purifica su pensar y lo hace completamente suyo, luego, a través del pensar purificado, también purifica sus sentimientos y aprende a dominarlos por completo, y más adelante, a través del pensar y el sentir, debe purificar la voluntad y hacerla completamente suya. Solo entonces se convertirá en un ser humano libre.
Su pensar debe volverse claro y tranquilo como el reino mineral; su sentir debe volverse puro y casto como el sentir del reino vegetal; su voluntad debe volverse fuerte como la fuerza del reino animal, pero unida a la tranquilidad del reino mineral y a la castidad del reino vegetal; solo entonces se convertirá en un ser humano completo. Entonces podrá participar en la configuración de todas las fuerzas cósmicas. Cada ser humano es una flor en el árbol de la divinidad. Pero solo después de haber absorbido todas las fuerzas de la divinidad y de haberlas armonizado en sí mismo mediante un proceso de transformación interior, solo entonces podrá ser productivo en un sentido superior, solo entonces la flor podrá convertirse en fruto, del que más tarde brotará nueva vida. Ser imagen de la vida, del cuerpo etérico. Entonces estará vivo, será vegetal. La codicia trajo la muerte al ser humano; la codicia es precisamente lo que mata. La entrega le trae la vida. Le construye el cuerpo inmortal, que se autogenera a sí mismo. Todo el desarrollo es un desarrollo hacia la vida. Desarrollo significa vida.
Todo lo que se almacena en el reino animal nos muestra el nivel que era necesario para introducir al ser humano en la existencia física. El reino animal es el deseo acumulado del ser humano. En la medida en que supera sus deseos, ejerce un efecto liberador sobre el reino animal. La fuerza acumulada en el reino animal, la pasión que se intensificó en el ser humano hasta convertirse en pasión consciente, debe completarse gradualmente mediante la purificación de la naturaleza humana, utilizarse allí como fuerza y transformarse en vida. Entonces, mediante la alquimia interior, crea la vida armoniosa del reino vegetal a partir de la pasión del reino animal y la calma del reino mineral. A partir de la inactividad y el caos, cristaliza en formas vivas lo vivo, lo armonioso, lo bello.
En el reino mineral se encarna la sabiduría, el pensar sabio; en el reino animal se encarna la fuerza; en el reino vegetal deben florecer unidas la fuerza y la sabiduría para alcanzar la belleza.
Por eso, el ser humano tuvo que separar primero todos estos reinos, para poder luego, como individualidad, como fuerza cósmica libre, crear un hermoso cosmos a partir de estos reinos, que son al mismo tiempo medios para su ascenso, modelos y campos de acción. Entonces, la sabiduría del reino mineral y la fuerza del reino animal se integrarán por completo en la vida vegetal. El ser humano será entonces el arquitecto que utilice estas fuerzas y las transforme en un hermoso templo espiritual lleno de vida y armonía.
Traducido por J.Luelmo nov.2025
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