GA233 Dornach, 31 de diciembre de 1923 El incendio de Éfeso y el incendio del Goetheanum

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RUDOLF STEINER

 HISTORIA DEL MUNDO A LA LUZ DE LA ANTROPOSOFÍA

Dornach, 31 de diciembre de 1923

VIII conferencia

Hoy nos encontramos bajo el signo de un doloroso recuerdo, y en el signo de ese doloroso recuerdo quiero situar el tema de nuestra conferencia de hoy. La conferencia que pude pronunciar hace exactamente un año en nuestro anterior Goetheanum, -aquellos de ustedes que estuvieron presentes recordarán que dicha conferencia partía de las descripciones de la Naturaleza, de las relaciones que pueden observarse en la Naturaleza en la Tierra, y desde éstas conducía hasta los mundos espirituales y las revelaciones de los mundos espirituales en la escritura de las estrellas. Y recordarán cómo pudimos entonces llevar el corazón humano, el alma y el espíritu humanos en toda su naturaleza y ser a una estrecha conexión con lo que se encuentra cuando uno sigue el camino que se aleja de lo terrenal hacia los distantes espacios estelares, donde lo espiritual escribe su Escritura Cósmica. Y las palabras que escribí entonces en la pizarra, escribiendo por última vez en la habitación que tan pronto nos sería arrebatada, llevaban dentro este impulso y este propósito: elevar el alma humana a las alturas espirituales.

Así pues, aquella tarde entramos en contacto directo y estrecho con aquello a lo que nuestro Goetheanum estaba dedicado en toda su intención y carácter. Y hoy me permitirán que les hable de nuevo de estas cosas, como si fuera la continuación de la conferencia que se dio aquí hace un año.

En los días que precedieron a la quema de Éfeso, cuando los hombres hablaban de los Misterios, siempre que fueran hombres que tuvieran alguna comprensión y sentimiento por ellos, hablaban de ellos más o menos de la siguiente manera: El conocimiento humano, la sabiduría humana tiene un hogar y una morada en los Misterios. Y cuando en aquellos antiguos tiempos los Guías Espirituales del Universo hablaban de los Misterios, cuando se hablaba de los Misterios en los mundos suprasensibles, -permítaseme esta expresión, aunque por supuesto es sólo una figura retórica para describir cómo el pensamiento y la influencia descendían de los mundos suprasensibles a los mundos sensibles-, cuando, por lo tanto, se hablaba de los Misterios en los mundos suprasensibles, se hacía de la siguiente manera: «En los Misterios los hombres erigen lugares donde nosotros, los Dioses, podemos encontrar a los hombres que efectúan el sacrificio y que nos comprenden en el sacrificio».

Porque, en efecto, esa era la conciencia general del mundo antiguo de quienes sabían que los dioses y los hombres se reunían en los lugares de misterio y que todo lo que sostiene y mantiene al mundo depende de lo que ocurre en los misterios entre los dioses y entre los hombres.

Pero hay una palabra que también se transmite externamente de manera histórica, que puede conmover al corazón humano a partir de esta tradición histórica, pero que habla de manera particularmente conmovedora cuando uno la ve formarse a partir de acontecimientos muy especiales, como si estuviera escrita en la historia de la humanidad con letras de hierro, pero sólo visible por el momento en el espíritu. Y creo que una palabra así siempre puede verse cuando la mirada espiritual se dirige hacia la acción de Eróstratos, la quema de Éfeso. En estas llamas de fuego se puede encontrar la antigua palabra: la envidia de los dioses.

Yo creo, sin embargo, que entre las muchas palabras que se han transmitido desde la antigüedad, que pueden verse en la vida de los tiempos antiguos de la manera que acabo de describir, ésta es una de las más terribles en este mundo físico: la envidia de los dioses. En aquellos tiempos antiguos se designaba con la palabra Dios a todo lo que vivía en un ser suprasensible de tal manera que nunca necesitaba aparecer en un cuerpo físico en la tierra, y en aquellos tiempos antiguos se distinguía entre las más diversas familias de dioses. Y muy ciertamente, esas entidades divino-espirituales que están tan conectadas con la humanidad que el hombre, según su ser más íntimo, ha llegado a existir a través de ellas y ha sido enviado a través del curso del tiempo, esas entidades divino-espirituales, que sentimos a través de la majestad y a través de las más pequeñas manifestaciones de la naturaleza exterior, que sentimos a través de lo que vive dentro de nosotros, esas entidades divino-espirituales no pueden llegar a ser envidiosas. Pero en la antigüedad la envidia de los dioses significaba algo muy real. Si seguimos el período en que se desarrolló la raza humana hasta Éfeso, encontraremos que los individuos humanos más avanzados han tomado para sí mucho de lo que los dioses buenos se complacían en darles en los misterios. Porque tenemos toda la razón cuando decimos: Existe una relación íntima entre los buenos corazones humanos y los buenos dioses, que se hizo cada vez más firmemente ligada en los Misterios, de modo que se antepuso a las almas de ciertas otras deidades luciférico-ahrimánicas, de modo que el hombre fue atraído cada vez más cerca de las buenas deidades. Y surgió la envidia de los dioses hacia el hombre. Y una y otra vez debemos oír en la historia cómo el hombre que lucha por el espíritu, cuando cae en un destino trágico, es descrito en la antigüedad de tal manera que su destino trágico se une a la envidia de los dioses.

Los griegos sabían que esta envidia de los dioses existía, y mucho de lo que ocurrió externamente en el desarrollo de la humanidad se lo atribuían a esta envidia de los dioses. Con el incendio de Éfeso se hizo realmente evidente que sólo es posible un cierto desarrollo espiritual ulterior de la humanidad si las personas toman conciencia de ello: Hay dioses, es decir, seres suprasensibles, que están celosos del progreso ulterior del hombre. - Esto, después de todo, da el color especial a toda la historia que siguió a la quema de Éfeso, -también podría decir el nacimiento de Alejandro. Y la comprensión correcta del Misterio del Gólgota también incluye esto: contemplar un mundo que está lleno de la envidia de ciertas cohortes de dioses. Sí, en realidad la atmósfera espiritual en Grecia ya estaba llena de los efectos de esta envidia de los dioses desde poco después de la Guerra Persa. Y lo que se hizo entonces en el período macedónico tuvo que hacerse con plena conciencia del hecho de que sobre la superficie de la tierra reinaba en la atmósfera espiritual la envidia de los dioses. Pero se hizo con valentía, con audacia, desafiando las incomprensiones de dioses y hombres.

Y en esta atmósfera, que estaba llena de la envidia de los dioses, se sumergió la gesta del Dios capaz del mayor amor que puede existir en el mundo. El misterio del Gólgota sólo puede verse bajo la luz adecuada si podemos añadir a todo lo demás la imagen de los nubarrones en el mundo antiguo, en Hellas, en Macedonia, en Oriente Próximo, en el norte de África, en el sur de Europa; la imagen de los nubarrones que son la expresión de la envidia de los dioses. Y maravillosamente cálido, suavemente radiante, el amor que fluye a través del misterio del Gólgota cae en esta atmósfera llena de nubarrones.

Lo que en aquellos tiempos, si se me permite decirlo, era un asunto que tenía lugar entre dioses y hombres, en nuestra época, en la era de la libertad humana, debe tener lugar más abajo, en la vida física del hombre. Y ya se puede describir cómo tiene lugar. En la antigüedad, cuando se pensaba en los Misterios, se hablaba de ellos en la tierra: El conocimiento humano, la sabiduría humana tiene un hogar en los Misterios. Cuando uno estaba entre los dioses, se decía: Cuando descendemos a los Misterios, encontramos los sacrificios de los hombres, y en el hombre que sacrifica somos comprendidos. Básicamente, el incendio de Éfeso fue el comienzo de la época en la que el sistema de misterios desapareció gradualmente en su antigua forma. Ya les he dicho cómo continuó existiendo aquí y allá, magníficamente, por ejemplo, en los misterios de Hibernia, donde el misterio del Gólgota se celebraba en el culto al mismo tiempo que estaba teniendo lugar físicamente allá en Palestina. Ellos tenían conocimiento de ello sólo a través de la mediación espiritual entre Palestina e Hibernia, no a través de la mediación física. Pero sin embargo, la esencia de los misterios en el mundo físico declinaba cada vez más. Las moradas exteriores, que eran lugares de encuentro entre dioses y hombres, perdieron cada vez más su importancia. Se habían perdido casi por completo en los siglos XIII, XIV d.C. Pues si se quería encontrar el camino al Santo Grial, por ejemplo, debía de saberse recorrer caminos espirituales. Los caminos físicos se recorrían en la antigüedad, antes del incendio de Éfeso. En la Edad Media había que recorrer caminos espirituales.

Sin embargo, a partir de los siglos XIII y XIV, y sobre todo a partir del siglo XV, había que seguir caminos espirituales para obtener una verdadera enseñanza rosacruz. Pues los templos rosacruces estaban profundamente ocultos a la experiencia física externa. Muchos Rosacruces reales eran visitantes de los templos, pero ningún ojo humano físico externo podía encontrar los templos. Pero podía haber discípulos que acudían a estos antiguos Rosacruces, que se encontraban aquí y allá como ermitaños del conocimiento y de la santa actividad humana, para ser encontrados por aquellos que pueden oír el lenguaje de los dioses desde el suave brillo de sus ojos. No estoy diciendo nada que no sea auténtico. No quiero expresar una imagen, quiero expresar una verdad que era ciertamente una realidad significativa en la época a la que me refiero.  Al maestro rosacruz se le encontraba cuando uno había adquirido por primera vez la capacidad de oír el lenguaje celestial en el leve brillo físico de los ojos. Entonces, en el entorno menos exigente, en las condiciones humanas menos exigentes, en los siglos XIV y XV en Europa Central, se encontraron estas extrañas personalidades que estaban interiormente llenas de Dios, que estaban interiormente conectadas con los templos espirituales que existían, pero a los que el acceso era realmente tan difícil como el acceso al Santo Grial descrito en la conocida leyenda.

En tales ocasiones, al observar lo que ocurría entre tal maestro rosacruz y su discípulo, se pueden escuchar muchas conversaciones que, incluso en la forma de tiempos más recientes, representan la sabiduría de los dioses que caminan sobre la tierra. Las enseñanzas eran profundamente concretas. En aquel lugar un maestro rosacruz era encontrado en su soledad por un discípulo que se había propuesto buscarlo y encontrarlo. Después uno de los discípulos miraba a los ojos de mirada suave, de los que habla el lenguaje de los dioses, y allí recibía modestamente la siguiente enseñanza.

Hijo mío, mira dentro de ti. Dentro de ti llevas el cuerpo que ven tus ojos físicos exteriores. El centro de la tierra envía a este cuerpo las fuerzas que lo hacen visible. Este es tu cuerpo físico. Pero mira a tu alrededor en el entorno de ti mismo en la tierra. Ves las piedras, a ellas se les permite estar en la tierra por sí mismas, están en casa en la tierra. Una vez que han tomado una forma, pueden conservar esta forma a través de las fuerzas de la tierra. Mira el cristal: lleva su forma dentro de sí, retiene esta forma de su propia esencia a través de la tierra. Tu cuerpo físico no puede hacer eso. Si tu alma lo abandona, entonces la tierra lo destruye, lo disuelve en polvo. La tierra no tiene poder sobre tu cuerpo físico. Si lo tiene para poder dar forma y mantener las formaciones cristalinas transparentes y de formas maravillosas, pero no tiene poder para mantener la forma de tu cuerpo físico, debe disolverlo en polvo. Tu cuerpo físico no es de la tierra. Tu cuerpo físico es de alta espiritualidad. Los serafines, los querubines, los tronos, lo que es la forma y la figura de tu cuerpo físico les pertenece. Este cuerpo físico no pertenece a la tierra, este cuerpo físico pertenece a los más altos poderes espirituales inicialmente accesibles para ti. La tierra puede destruirlo, nunca podrá construirlo.

Y dentro de este cuerpo físico tuyo habita tu cuerpo etérico. Llegará el día en que tu cuerpo físico será aceptado por la tierra para su destrucción. Luego tu cuerpo etérico se disolverá en la inmensidad del cosmos. La inmensidad del cosmos puede disolver este cuerpo etérico, pero no puede construirlo. Sólo aquellos seres divino-espirituales que pertenecen a la Jerarquía de Dynamis, Exusiai, Kyriotetes pueden construirlo. A ellos les debes tu cuerpo etérico. 

Tú combinas las sustancias físicas de la tierra con tu cuerpo físico. Pero aquello que está dentro de ti transforma las sustancias físicas de la tierra de tal manera que se hace desigual en ellas a todo lo que es físico en la vecindad del cuerpo físico. Tu cuerpo etérico mueve en ti todo lo que es líquido, lo que es agua en ti. Los jugos que circulan allí, que transitan allí, están bajo la influencia de tu cuerpo etérico. Pero mira tu sangre: Exusiai, Dynamis, Kyriotetes, son ellos los que hacen que esta sangre circule por tus venas como fluido. Sólo eres humano como cuerpo físico. En tu cuerpo etérico sigues siendo un animal, pero un animal espiritualizado por la segunda jerarquía.

Lo que aquí les resumo, aunque en pocas palabras, era objeto de una larga lección por parte de aquel maestro en cuya dulce mirada el discípulo oía el lenguaje del cielo. Entonces se señalaba al discípulo el tercer miembro del ser humano, que llamamos cuerpo astral. Se le decía al alumno con claridad que este cuerpo astral contiene los impulsos para la respiración, para todo lo que es aire en el organismo humano, para todo lo que pulsa como aire en el organismo humano. Pero aunque la tierra se empeñe, durante mucho tiempo después de que el ser humano haya atravesado la puerta de la muerte, en retumbar, por decirlo así, en el aire, y durante años el retumbar de los cuerpos astrales de los difuntos pueda ser percibido por un ojo clarividente en los fenómenos atmosféricos de la tierra, ésta con su entorno no puede, sin embargo, hacer otra cosa hacia los impulsos del cuerpo astral que disolverlos. Pues sólo los seres de la tercera jerarquía, Arkai, Arcángeles, Ángeles, pueden formarlos. 

Y así, tocando al discípulo en el corazón, el Maestro le decía: Perteneces a tu cuerpo físico en la medida en que tomas el reino mineral en ti y lo cambias, en la medida en que tomas el reino humano en ti y lo procesas, perteneces a los Serafines, Querubines, Tronos. En la medida en que eres un cuerpo etérico, eres animal en lo etérico, pero perteneces a los espíritus que se describen como pertenecientes a la segunda jerarquía: Kyriotetes, Dynamis, Exusiai, y en la medida en que vives en el elemento fluido, no perteneces a la tierra, sino a esta jerarquía. Y en la medida en que gobernáis en el elemento aeriforme, no pertenecéis a la tierra, sino a la Jerarquía de los Ángeles, Arcángeles, Archai.

Y después que el discípulo recibiera esta instrucción de manera suficiente, ya no se sentía miembro de la tierra. Partiendo de sus cuerpos físico, etérico y astral, sentía, por así decirlo, las fuerzas que lo conectan a través del mundo mineral con la primera Jerarquía, a través del acuoso terrestre con la segunda Jerarquía, a través del mundo aéreo con la tercera Jerarquía. Y estaba claro para él: vive en la tierra sólo a través de aquello que lleva dentro de sí como elemento de calor. De este modo, el discípulo rosacruz percibía el calor que lleva dentro de sí, el calor físico que lleva dentro de sí, como lo propiamente terrestre-humano. Y aprendía cada vez más a sentir el calor del alma y el calor del espíritu en relación con este calor físico. Y mientras que el hombre posterior ha ignorado cada vez más que su sustancia física, su sustancia etérica, su sustancia astral está conectada con lo Divino a través de lo sólido, de lo líquido, de lo aeriforme, el discípulo rosacruz lo ha sabido muy bien y lo ha conocido: lo verdaderamente humano-terrenal es el elemento calor. En el momento en que el discípulo del Maestro Rosacruz había comprendido este secreto de la conexión entre el elemento calor y lo humano-terrenal, en ese momento sabía cómo vincular su parte humana con la espiritual.

Y en aquellos hogares, a menudo muy poco pretenciosos, donde vivían tales maestros rosacruces, ocurría que antes de entrar, los alumnos eran preparados de una manera a menudo no buscada, de hecho aparentemente milagrosa, al ser concienciados, -uno de esta manera, el otro de aquella otra, a menudo parecía exteriormente una coincidencia-, al ser concienciados: Debes buscar dónde tu parte espiritual pueda conectarse con lo cósmico-espiritual. Y cuando el discípulo hubo recibido la instrucción de la que acabo de hablarles, entonces, sí, entonces podía decir a su maestro: Ahora me alejo de ti con el mayor consuelo que podría haberme llegado en la tierra. Porque al mostrarme que el hombre terrenal tiene verdaderamente su elemento en el calor, me has dado la oportunidad de conectar con mi físico al alma y a lo espiritual. No llevo lo espiritual a los huesos sólidos, a la sangre líquida, a la respiración aérea. Lo llevo al elemento calor.

Y era una tremenda calma con la que los así instruidos partían de sus maestros en aquellos tiempos. Y a partir de la calma del semblante, que expresaba el resultado de la gran consolación, de la calma del semblante se desarrollaba gradualmente esa mirada suave desde la que puede hablar el lenguaje del cielo. Y así una profunda instrucción espiritual estuvo básicamente presente hasta el primer tercio del siglo XV, oculta a los acontecimientos relatados en la historia externa. Pero allí tuvo lugar una instrucción que se apoderaba de todo el ser humano, una instrucción que permitía al alma humana conectar su propio ser con la esfera de lo cósmico-espiritual.

Todo este ánimo espiritual se ha perdido en los últimos siglos. Ya no está contenido en nuestra civilización. Y una civilización exterior, ajena a Dios, se ha extendido por los lugares que antaño vieron lo que acabo de describirles. Hoy uno se encuentra allí con el recuerdo, que sólo puede invocarse en el espíritu, en la luz astral, de muchas escenas similares a la que acabo de describirles. Este es el estado de ánimo básico que tenemos hoy cuando miramos hacia atrás, hacia aquellos tiempos, que a menudo se describen como tan oscuros, y luego miramos hacia adelante, hacia nuestro tiempo. Pero cuando se mira hacia atrás, las revelaciones espirituales que han estado a disposición de la gente desde el último tercio del siglo XIX dan lugar a un profundo anhelo en el corazón el impulso de hablar a la gente de una manera espiritual. Y el camino espiritual no puede ser anunciado sólo a través de palabras abstractas, el camino espiritual exige muchos signos para poder hablar de una manera abarcante. Y tal lenguaje, que debía ser encontrado para aquellos seres espirituales que deben comunicar a la humanidad moderna, tal forma de lenguaje, eran las formas de nuestro Goetheanum, que fue quemado hace un año. Verdaderamente, era en estas formas en las que debía seguir pronunciándose lo que se hablaba desde el podio de las ideas a los oyentes. Y así, en cierto modo, algo estaba presente con el Goetheanum que realmente podía recordarnos lo antiguo en una forma completamente nueva.

Cuando el iniciado entraba en el templo de Éfeso, su mirada se dirigía a la estatua de la que he hablado en estos días, a la estatua que realmente le gritaba las palabras en el lenguaje del corazón: Únete al éter del mundo y verás lo terrenal desde las alturas etéricas. Así es como muchos discípulos de Éfeso veían lo terrenal desde las alturas etéricas. Y cierta raza de dioses sintió envidia. Pero contra la envidia de los dioses, siglos antes del Misterio del Gólgota, personas valerosas encontraron, sin embargo, la posibilidad de propagar, -aunque en forma debilitada, pero sólo en la forma debilitada en que podía seguir funcionando-, lo que había funcionado desde los antiguos años sagrados del desarrollo humano hasta la quema de Éfeso. Y si nuestro Goetheanum hubiera estado completamente terminado, entonces desde la entrada en el oeste la mirada habría recaído en esa estatua en la que el hombre habría encontrado la invitación a conocerse a sí mismo como un ser cósmico, situado entre los poderes de lo Luciférico y los poderes de lo Ahrimánico, en un equilibrio de la naturaleza interior, transmitido desde Dios. Y si se observaban las formas de las columnas, los arquitrabes, expresaban un lenguaje, un lenguaje que era la continuación del lenguaje que interpretaba lo espiritual desde el podio hasta las ideas. Las palabras seguían resonando a lo largo de los moldes, que tenían formas escultóricas. Y en lo alto de la cúpula podíamos ver aquellas escenas que podían acercar el desarrollo de la humanidad a la mirada espiritual. Para los que podían sentir, este Goetheanum ya recordaba al templo de Éfeso.

Pero el recuerdo se hizo terriblemente doloroso cuando, de un modo nada distinto al antiguo, justo en el punto de su desarrollo en que el Goetheanum debería haber pasado por sí mismo a convertirse en portador de la renovación de la vida espiritual, la antorcha incendiaria fue arrojada a este Goetheanum.

Queridos amigos, nuestro dolor era profundo. Nuestro dolor era indescriptible. Pero tomamos la decisión de continuar nuestra labor en favor del mundo espiritual, sin que nos lo impidiera lo más triste y trágico que podía habernos ocurrido. Pues podíamos decirnos en nuestros corazones: Si vemos las llamas que se elevan desde Éfeso, la envidia de los dioses aparece inscrita en las llamas en una época en la que la gente aún tenía que seguir sin libertad la voluntad de los dioses buenos y malos.

En nuestro tiempo, la gente se organiza hacia la libertad. Hace un año, en Nochevieja, miramos hacia las llamas devoradoras. La llamarada roja se elevaba hacia el cielo. Líneas de llamas azuladas, rojizas y amarillas parpadeaban en el mar de fuego general, procedente de los instrumentos metálicos que contenía el Goetheanum, un gigantesco mar de fuego con los más variados contenidos de color. Y cuando se miraba este mar de llamas con las líneas de colores en él, había que interpretar, dirigiéndose al dolor del alma: la envidia de los hombres.

Así se articula lo que de época en época describe la evolución de la humanidad, incluso en la mayor desgracia. Desde la palabra que expresa una desgracia mayor discurre un nexo de unión, partiendo del tiempo en que los hombres aún miraban a los dioses esclavizados, pero debían liberarse de la esclavitud, un nexo de desarrollo espiritual, -desde aquella desgracia, donde se veía inscrito en las llamas: la envidia de los dioses-, hasta nuestra desgracia, donde el hombre debe encontrar en sí mismo el poder de la libertad y donde inscrito en las llamas estaba: la envidia de los hombres. En Éfeso la estatua de los dioses; aquí en el Goetheanum la estatua del hombre, la estatua del representante de la humanidad, el Cristo Jesús, en quien pensábamos, identificándonos con él, fundirnos con toda humildad en el conocimiento de la misma manera que en su día los discípulos de Éfeso se fundieron a su manera con Diana /Artemisa de Éfeso de una manera ya no del todo comprensible para la humanidad actual.

Cuando se observa desde un punto de vista histórico lo que nos deparó la Nochevieja del año pasado, el dolor no disminuye. Cuando se me permitió subir por última vez al estrado, que se erigió en armonía con todo el edificio, la mirada del público en aquel momento, la mirada del alma, debía dirigirse hacia la ascensión de las regiones terrestres a las regiones estrelladas, que expresan la voluntad y la sabiduría, la luz del cosmos espiritual. Sé bien que en ese momento estaban presentes los padrinos, los espíritus de aquellos que en la Edad Media enseñaban a sus discípulos de la manera que les he descrito.

Una hora después de haber pronunciado la última palabra, me llamaron al fuego del Goetheanum. En el fuego del Goetheanum pasamos toda aquella noche de Año Nuevo.

Basta pronunciar estas palabras para que ocurran cosas indecibles en todos nuestros corazones, en todas nuestras almas. Pero cuando algo así ha pasado por encima de algo sagrado en el desarrollo de la humanidad, siempre ha habido algunos que han jurado seguir trabajando después de la disolución de lo físico en el espíritu al que lo físico estaba dedicado. Y creo que ya que estamos reunidos en el momento del aniversario de nuestra desgracia del Goetheanum, podemos recordar que nuestras almas tienen el estado de ánimo adecuado para este nuestro permanecer juntos, si todos juramos continuar en espíritu a través de la ola de progreso de la humanidad lo que fue puesto ante el ojo físico a través de la forma física, la imagen física, el diseño físico con el Goetheanum y fue retirado del ojo físico a través de un acto de Herostratos.

Nuestro dolor se aferra al viejo Goetheanum. Sólo nos hacemos dignos a través de lo que nos impone el hecho de que se nos permitiera construir este Goetheanum, si nos hacemos hoy en la memoria el voto de permanecer fieles a los impulsos espirituales que tuvieron su forma exterior en aquel Goetheanum, cada uno ante lo mejor divino que lleva en su alma. Este Goetheanum nos puede ser arrebatado. El espíritu de este Goetheanum no puede, si realmente lo deseamos honesta y sinceramente, ser arrebatado de nosotros. Y menos nos será arrebatado si, en esta hora grave y solemne, que nos separa sólo un poco del momento en que, hace un año, ardieron las llamas de nuestro querido Goetheanum, no sólo volvemos a sentir el dolor en este momento, sino que desde este dolor juramos permanecer fieles al espíritu al que se nos permitió construir este lugar durante diez años. Entonces, queridos amigos, si este voto interior brota hoy honesta y sinceramente de nuestros corazones, si podemos transformar el dolor y el sufrimiento en el impulso para actuar, entonces transformaremos también el triste acontecimiento en una bendición. El dolor no puede disminuirse con esto, pero nos corresponde a nosotros encontrar el impulso para la acción, para la acción en el espíritu, precisamente a partir del dolor.

Y así, queridos amigos, recordemos las terribles llamas de fuego que nos llenaron de tan indecible dolor. Pero hoy, encomendándonos a las mejores fuerzas divinas que hay en nosotros, sintamos en nuestros corazones la llama sagrada que ha de iluminar y calentar espiritualmente lo que se pretendió con el Goetheanum, llevando adelante esta voluntad a través de las olas del progreso de la humanidad. En este momento estamos repitiendo en profundidad las palabras que se me permitió pronunciar allí hace un año más o menos por la misma época. En aquella ocasión dije algo así como: Estamos viviendo un Año Nuevo, debemos vivir hacia un nuevo año mundial. ¡Oh, si el Goetheanum estuviera aún entre nosotros, este llamamiento podría repetirse en este momento! Ya no está entre nosotros. Precisamente porque ya no está entre nosotros, creo que puede pronunciarse con mucho más vigor esta Nochevieja. Llevemos el alma del Goetheanum al nuevo año mundial y esforcémonos por erigir en el nuevo Goetheanum un monumento digno, un monumento digno al cuerpo del antiguo.

Esto, queridos amigos, ata nuestros corazones al viejo Goetheanum, que tuvimos que entregar a los elementos. Pero que esto ate nuestros corazones al espíritu, al alma de este Goetheanum. Y con este compromiso con nuestro mejor ser interior no sólo queremos vivir en el nuevo año, queremos vivir en el nuevo año mundial, enérgicos, portadores de espíritu, conductores de alma.

Queridos amigos, me habéis recibido levantándoos en la memoria del viejo Goetheanum. Vivís en el recuerdo de este viejo Goetheanum. Levantémonos ahora en señal de que nos comprometemos a seguir trabajando en el espíritu del Goetheanum con las mejores fuerzas que podamos encontrar a imagen de nuestro ser humano. Que así sea. Amén.

Y así mantengámoslo, queridos amigos, mientras podamos, según la voluntad que une nuestras almas humanas con las almas de los Dioses, a los que queremos permanecer fieles en el espíritu por el que buscamos esta fidelidad a ellos en un determinado momento de nuestras vidas cuando buscamos la ciencia espiritual del Goetheanum. Y sepamos cómo mantener esta fidelidad.

Traducido por J.Luelmo ago,2024

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