LA NATURALEZA HUMANA A LA LUZ DE LA CIENCIA ESPIRITUAL
Rudolf Steiner
El curso de la vida humana desde la perspectiva de la Ciencia Espiritual
Praga, 18 de noviembre de 1908
La teosofía o ciencia espiritual se acerca al ser humano principalmente proporcionándole información sobre un mundo trascendente, noticias seguras sobre lo que existe desde tiempos inmemoriales, desde los primeros comienzos del ser en el mundo de lo invisible, oculto tras nuestro mundo de los sentidos.
Al principio, la teosofía parece ser solo una teoría, como muchas otras. Pero si nos sumergimos en ella, aunque sea por poco tiempo, deja de ser una mera teoría; se convierte en un hecho, en una realidad para quien la practica, se transforma en verdad, sabiduría y riqueza a través de la vida.
Se convierte en todo esto no solo porque presenta al alma grandes ideales del desarrollo futuro del ser humano, sino también porque, desde el principio, antes de que se hayan realizado los grandes ideales, ya es posible significar algo para el alma, dar un giro a toda nuestra vida.
Un gran ideal global que la teosofía presenta al ser humano es que cada uno es capaz de desarrollar las fuerzas y capacidades que yacen latentes en su interior, de modo que, aunque sea en un futuro lejano, le sea posible contemplar por sí mismo el mundo espiritual del que habla la teosofía, tal y como hoy contempla nuestro mundo sensible. Sí, llegará el momento, tal vez en un futuro lejano, en que el mundo espiritual ya no será algo oculto, desconocido y misterioso para el ser humano, sino que brillará y resplandecerá ante su mirada espiritual como el mundo de colores y luces para alguien que ha sido ciego de nacimiento y que, tras una operación, de repente puede ver.
Este despertar a la vida espiritual, la inclusión del mundo espiritual en el campo de la experiencia humana, ese elevado ideal del que habla la teosofía, confiere al ser humano la esperanza, incluso la certeza, de que algún día lo alcanzará. En ello algo ya hay para el alma humana, que es de gran riqueza, algo que le confiere fuerza y certeza para toda su vida. Sin embargo, para muchos, para la mayoría de las personas, sigue siendo un ideal lejano.
No obstante, a pesar de este ideal lejano, la teosofía puede conceder al ser humano algo más, aun cuando uno se sienta lejos de este ideal.
Las grandes verdades sobre los mundos suprasensibles que los individuos avanzados, a quienes estos mundos ya se les han abierto, ofrecen a la humanidad, verdades que la humanidad desde el principio solo ha aceptado como teoría, se diferencian de otras teorías en que muestran al ser humano el camino hacia la comprensión de los fenómenos y experiencias cotidianos de nuestra vida. Son mensajes que nos explican las manifestaciones más importantes de la vida y nos dan la solución a los misterios más oscuros de la naturaleza y del ser humano.
Adquirir este conocimiento significa ganar fuerza para la vida. Porque no comprender lo que es misterioso en la vida humana significa inquietud, debilidad, incapacidad para vivir; por otro lado, comprender la esencia y el propósito de la vida da al ser humano fuerza, confianza y esperanza, que no le abandonarán ni siquiera en los momentos más difíciles, cuando más las necesita.
El significado excepcionalmente práctico de la teosofía nos parece más evidente cuando abordamos una cuestión como la que trata la conferencia de hoy, a saber, el misterio del hombre y la mujer y su relación con el niño. De hecho, se trata de un tema vital, ya que no podemos dar un paso en nuestra vida sin encontrarnos con esta cuestión.
Es cierto que la ciencia moderna, digna de toda admiración, ofrece un gran número de respuestas a esta pregunta. Sin embargo, esta ciencia, basándose en la observación de lo que ve la vista física, lo que muestra el aparato físico y lo que la razón vincula en un todo lógico, se basa únicamente en la observación externa y en las conclusiones derivadas de ella; la ciencia natural fracasa inevitablemente precisamente allí donde nos encontramos con tales preguntas y misterios de la vida cotidiana.
Basta con echar un vistazo a la literatura actual: vemos que la literatura contemporánea, que no sabe nada de las ciencias humanas, adopta una doble postura ante un problema tan importante como el actual.
Por un lado, vemos en alguna de estas observaciones un destello de visión materialista, que expresa las más diversas suposiciones sobre la naturaleza del hombre y la mujer. Por otro lado, vemos toda una serie de personas serias y pensantes que no se conforman con las vagas conjeturas, que intuyen una naturaleza más profunda de la contradicción entre el hombre y la mujer; estas personas no encuentran en la ciencia y la literatura modernas más que una visión unilateral y caótica; pero aún no son capaces de adentrarse en las ciencias espirituales y llegar allí a la verdadera iluminación de este misterio. Echemos un vistazo a algunas de las opiniones sobre este tema. ¡Cuán confuso es el conocimiento humano precisamente en este punto!
La escritora Rosa Mayreder, que se ocupó de esta cuestión, pero que aún no ha penetrado en las ciencias espirituales, ha recopilado algunas opiniones que hoy en día son habituales en todos los países cultos, especialmente en lo que se refiere a la mujer.
Una visión general de estas diferentes opiniones arroja una luz cruda sobre la completa confusión de la época actual. Veamos cómo la escritora compara los diferentes puntos de vista. El libro de la mencionada escritora «Über das Problem des Weibes» (Sobre el problema de la mujer) merece ser leído también por otras razones, ya que, por así decirlo, obliga a la teosofía, conduce al ser humano a la puerta de la teosofía, aunque ella misma aún no haya entrado en ella. Aquí podemos ver cómo un gran naturalista, a menudo citado, intenta captar brevemente la naturaleza de la mujer y resumirla atribuyéndole ternura. Otro naturalista, —su nombre no importa—, resume todas las cualidades de la mujer en el concepto de entrega. En otro lugar vemos de nuevo al hombre que ha crecido fuera de la época actual y que espera expresar mejor la esencia de la mujer con la palabra «ira».
Así, uno llega a la idea de la ternura, otro, con la misma sinceridad y honestidad, al concepto de la entrega, y un tercero, basándose en sus observaciones, al término de la ira. Otro juicio, que proviene de un hombre que se ocupó a menudo de la psicopatología, califica a la mujer de encarnación del conservadurismo. Un elemento conservador en la vida social, eso es lo que debe ser la mujer. No hay que ir muy lejos para encontrar la opinión contraria: «El verdadero elemento revolucionario reside en la esencia de la mujer».
Tenemos toda una serie de opiniones de este tipo. Su enorme diversidad, incluso su contradicción, es una prueba de lo poco que las personas comprenden estas cosas cuando se limitan a la observación externa.
Un pensador filosófico profundo, por su parte, intenta dividir a la humanidad, por un lado, en personas con pensamiento analítico, que analizan, descomponen, clasifican y profundizan en los detalles de todo lo que ven, y, por otro lado, en personas que, a su vez, comprenden el universo entero de forma sintética, y luego denomina a la mujer un ser analítico y al hombre un ser sintético; pero inmediatamente nos encontramos con la afirmación de otro filósofo que explica que la mujer siempre está dispuesta a la síntesis, pero que solo el hombre es capaz del conocimiento analítico riguroso que conduce a la ciencia.
Todos estos pensadores, cuyas opiniones se han citado aquí, se quedaron simplemente en una observación externa y superficial; de ahí toda la confusión y contradicción en estas diferentes afirmaciones.
Sin embargo, se puede decir que en la forma de abordar esta cuestión hay algo que impulsa a la ciencia moderna por un camino en el que, con el tiempo, inevitablemente tendrá que llegar al reconocimiento de la vida espiritual, al reconocimiento de lo que está más allá del mundo visible de la ciencia moderna.
El joven y desafortunado médico Otto Weininger resumió sus opiniones de una manera particularmente curiosa en su libro «Geschlecht und Charakter» (Sexo y carácter), una obra que, por un lado, muestra cómo la ciencia materialista moderna se ve impulsada por una necesidad interna de alcanzar un mayor conocimiento, pero, por otro lado, cómo esta ciencia es hoy incapaz de encontrar una solución definitiva a esta cuestión debido a sus prejuicios y a la naturaleza de sus métodos.
Weininger se basa en la ciencia seria y exacta, en los métodos de la investigación moderna, para afirmar que existe una especie de polaridad entre los sexos masculino y femenino, una especie de tipo ideal masculino y femenino, que sin embargo nunca encontramos en la práctica, ya que, de hecho, siempre se encuentra en el individuo, tanto en el hombre una parte femenina oculta como en la mujer una parte masculina oculta. Sin embargo, Weininger basa todo esto en una base materialista. Da la impresión de que en la sustancia orgánica femenina se mezcla una parte de materia masculina y viceversa.
También en otros casos encontramos en Weininger, junto a ideas que conducen a un verdadero conocimiento, un amplio espectro de ideas y conclusiones completamente erróneas. En general, este libro muestra una mezcla maravillosa de ideas profundas y prejuicios extremos contra la naturaleza de las mujeres. Esto se ve mejor en las conclusiones, donde Weininger llega a la opinión definitiva de que una mujer no tiene libertad, ni individualidad, ni intelecto, ni razón.
Estas diferentes opiniones sobre la mujer, llenas de contradicciones, son capaces de despertar en el interior del ser humano un eco comprensivo en el sentido de que se reconoce la necesidad de dirigir la mirada no solo hacia la observación de la vida a través de los sentidos externos, sino también hacia los acontecimientos internos y espirituales; solo cuando vemos al hombre y a la mujer no solo como aparecen ante nuestros ojos, sino cuando nos adentramos en el interior del ser humano, podemos reconocer la verdadera naturaleza, el origen y las leyes de los dos sexos humanos.
En otras conferencias se ha demostrado que, basándonos en los grandes problemas del estar despierto y el dormir, la vida y la muerte, podemos tomar conciencia de las partes invisibles del ser humano.
Se ha demostrado cómo todo el mundo accesible a nuestros sentidos, que se extiende a nuestro alrededor durante el día mientras estamos despiertos y conscientes, y toda nuestra conciencia despierta, se hunde en una oscuridad indefinida por la noche, al dormirnos; y que luego, por la mañana, al despertar, todo lo que se extendió ante la conciencia del ser humano la noche anterior vuelve a salir de la oscuridad del inconsciente. Es un fenómeno cotidiano y, sin embargo, quizá por eso, este principio no se ha investigado lo suficiente, a pesar de que es una de las cuestiones más profundas y enigmáticas de la vida, que puede llevar al ser humano, si se enfrenta a ella con seriedad, a un profundo conocimiento.
Según las experiencias de aquellos que han desarrollado capacidades superiores, se puede observar que, al acostarse por la noche, el ser humano deja una parte de su ser en la cama, mientras que la otra parte sale del cuerpo físico y vive con él en el otro mundo trascendente durante el tiempo que está dormido.
Pero, ¿por qué el ser humano no puede percibir con plena conciencia los fenómenos de ese mundo superior y suprasensible con la parte que se separa del cuerpo físico durante la noche?
Porque solo se puede percibir aquello para lo cual se dispone de órganos sensoriales. Solo es perceptible aquel mundo para el cual existen los sentidos. En la parte espiritual y anímica del ser humano, que mientras se está dormido se separa del cuerpo físico, aún no se han desarrollado órganos en el ser humano actual.
Por esta razón, el ser humano está [insensible] y ciego desde que se duerme hasta que se despierta a todo lo que ocurre en este mundo superior, en el que viviría si hoy no estuviera relegado al mundo puramente sensorial, en el que solo tiene un aparato perceptivo desarrollado y al que siempre regresa su parte anímico-espiritual por la mañana, cuando se reincorpora al cuerpo físico.
Podemos ir más allá y señalar otra circunstancia que nos lleva a una observación real de la ciencia espiritual. En cuanto a lo que yace en la cama mientras dormimos, podemos observar dos cosas: la primera, el cuerpo físico, que puede percibirse mediante el sentido del tacto en la persona dormida, y que está compuesto por las mismas fuerzas que una piedra, por lo que es de naturaleza mineral.
Este cuerpo físico se desintegraría en sus propias fuerzas y sustancias si no estuviera impregnado de un principio que lo satura de fuerza vital, el llamado cuerpo vital o cuerpo etérico. Todo lo que vive debe conquistar constantemente la vida. La piedra se mantiene gracias a sus fuerzas minerales; solo desde el exterior pueden llegar las fuerzas perturbadoras que la destruyen. Pero el cuerpo vivo solo permanece si se mantiene mediante la fuerza vital, si se le abandona a su suerte, se descompone bajo la influencia de las fuerzas minerales en las sustancias individuales de que está compuesto y se convierte en un cadáver.
Entre el nacimiento y la muerte, el cuerpo físico del ser humano está entrelazado con el cuerpo etérico. Sin embargo, al morir, este cuerpo etérico sale junto con el cuerpo astral y deja atrás el cuerpo físico muerto. Esta es la diferencia entre el dormir y el morir. Mientras dormimos, el cuerpo físico y el etérico permanecen juntos, pero al morir, el cuerpo etérico se retira junto con el cuerpo astral y los principios superiores del ser humano, mientras que el cuerpo físico, abandonado a su suerte, se convierte en un cadáver. Lo que más nos interesa hoy en día sobre este tema es que, por la noche, cuando el ser humano se encuentra en el mundo espiritual, es casi puramente espiritual, es decir, un ser anímico-espiritual compuesto por el cuerpo astral y el «yo» humano.
En los cuerpos físico y etérico se encuentran los órganos que el ser humano utiliza durante el día, cuando está despierto y se encuentra en su envoltura física, con el fin de entrar en contacto con el mundo exterior. Por lo tanto, solo comprendemos correctamente la esencia del ser humano cuando observamos sus estados cambiantes durante el día y la noche.
El ser humano se encuentra exactamente en una relación similar con respecto al sexo. Los estados que resumimos bajo el concepto de hombre y mujer solo los encontramos en la parte del ser humano que permanece en la cama por la noche como cuerpo físico y etérico. Lo que se separa de ellos mientras duerme, —el cuerpo astral y el «yo» del ser humano—, y regresa a ellos por la mañana, no tiene sexo. Lo que sale del cuerpo por la noche es el ser humano elevado por encima del sexo.
Así, cuando el ser humano sale del cuerpo, abandona todo el ámbito del sexo; por la mañana, cuando despierta, regresa y vuelve a entrar en la sexualidad.
Solo el cuerpo físico y el etérico nos parecen sexuados y nos lo muestran de manera maravillosa.
La teosofía nos proporciona este conocimiento especial, maravilloso e inaudito, ¡pero cierto! Solo exteriormente, un ser humano pertenece al sexo que puede observarse a través de los sentidos. Pero si observamos la parte suprasensorial de lo que permanece en la cama durante el sueño, es decir, el cuerpo vital o cuerpo etérico, este cuerpo nos muestra algo sorprendente en comparación con el cuerpo físico. El cuerpo etérico está dotado, de hecho, del sexo opuesto al cuerpo físico; el cuerpo etérico de un hombre es de sexo femenino y el cuerpo etérico de una mujer es de sexo masculino.
¡Aquí está la clave del misterio del sexo! El ser humano que tenemos delante está compuesto por el cuerpo físico, el cuerpo etérico y el cuerpo astral, y el yo (ego); el ego y el cuerpo astral son suprasexuales y, por lo tanto, no participan en lo sexual, salvo que se rodean del cuerpo etérico y del cuerpo físico.
De los cuerpos físico y etérico, con los sentidos comunes solo vemos el cuerpo físico; pero cuando dirigimos nuestra atención hacia el interior, hacia el lado suprasensible, el cuerpo etérico, encontramos el sexo opuesto. Cuando el ser humano observa la vida desde la perspectiva del género, cuando el hombre o la mujer la experimentan y tratan de comprenderla a partir de ella, pero la ciencia espiritual le proporciona entonces información como la de la oposición entre el género del cuerpo físico y el etérico, al ser humano se le caen las vendas de los ojos; solo entonces se da cuenta, cuando observa la vida como hombre, de que, aunque la naturaleza exterior le incita a realizar actos masculinos, armoniza estas cualidades masculinas, las equilibra con otras cualidades casi femeninas. Del mismo modo, la mujer nos muestra toda una serie de rasgos masculinos. Entonces descubrimos que no hay nada que podamos atribuir, ya sea como ventaja o como defecto, solo al hombre o solo a la mujer, que esté vinculado únicamente a un sexo.
Si consideramos la opinión de Weininger desde este punto de vista, vemos cierta similitud, pero ciertamente no se trata de cosas materiales en el hombre y la mujer de sexos opuestos, sino que tiene su origen en el cuerpo etérico.
¿Por qué se equivocan tanto en sus opiniones sobre las mujeres y los hombres aquellos que se basan en la impresión exterior? Precisamente porque juzgan la vida espiritual por los signos externos del sexo y olvidan que en cada hombre hay algo femenino y en cada mujer algo masculino y que, por lo tanto, en cada sexo hay siempre algo del otro sexo que lo complementa.
En todas las caracterizaciones de la mujer mencionadas anteriormente, en las que se le atribuía a la mujer ahora el concepto de «ternura», ahora «fidelidad», «venenosa», «conservadora» o, de nuevo, «el elemento revolucionario en el ser humano», vemos aquí que solo se juzgaba lo que se encontraba a partir de los sentidos externos.
¡Profundicemos más! La teosofía arroja luz sobre estas cuestiones y nos enseña a comprender la esfera en la que se encuentran la masculinidad y la feminidad. Allí donde el ser humano se eleva por encima de la vida material, como por ejemplo cuando duerme, no existe el género en su significado habitual. Pero sería erróneo juzgar que la contradicción que se da en ambos sexos solo tiene significado para el mundo físico. Por el contrario, hay que comprender plenamente y con seriedad la naturaleza del mundo físico, según la frase de Goethe: «Todo lo efímero es solo una parábola»: ¡Todo lo físico es solo una parábola de lo espiritual!
Si reflexionamos sobre esta diferencia entre los sexos, comprenderemos su verdadera naturaleza. Solo conocemos esta diferencia en el mundo físico, como polaridad entre hombre y mujer. Sin embargo, la diferencia es solo la expresión de una contradicción mucho más profunda en el mundo espiritual. Dos manifestaciones van de la mano con la vida, dos extremos que comúnmente llamamos vida y muerte.
En la vida exterior, la imagen de esta contradicción se puede observar claramente en un árbol en crecimiento. En la superficie vemos la corteza que envuelve la vida interior, que se ha retirado de la superficie. Sin embargo, en el interior vemos una vida exuberante, corrientes de savia que ascienden desde el tronco hacia todas las ramas, fortaleciéndolas y alimentando las hojas, las flores y los frutos. En el interior, el árbol está lleno de vida, pero está cubierto por una capa sólida. Y, sin embargo, este árbol necesita estar atrapado en la corteza sólida, porque ¿cómo podría un árbol despojado de la corteza que aparentemente encierra su vida sobrevivir al invierno, a las tormentas y a las inclemencias del tiempo? Un árbol cuyo tronco está herido, despojado de su corteza, muere.
De manera similar, toda la vida está impregnada de la contradicción entre la vida y la forma.
Lo que hay dentro del árbol quiere crecer y prosperar, pero se ve retenido por estar encerrado en una forma que se opone constantemente a la vida como algo opresivo y mortífero; la vida misma se desbordaría, se precipitaría, si no existiera la muerte. Solo la forma, que retiene y ata, crea la armonía y el equilibrio deseados con la vida que avanza rápidamente. La corteza del árbol es precisamente la imagen de lo que limita, retiene y mata.
La muerte y la vida, como dos opuestos, intervienen en toda la vida, en todos los acontecimientos. Encontramos la vida en todas partes, y la forma que la retiene y la contiene para que no se precipite, pero tampoco desaparezca de inmediato.
Podemos observar este fenómeno en la creación artística: en las bellas obras de la escultura griega, donde el artista sabio nos muestra los secretos ocultos del mundo espiritual en la imagen de la estatua.
Dos obras de la escultura griega nos lo muestran con especial claridad: la cabeza de Zeus, que nos muestra típicamente cómo se veía a Zeus (el original se encuentra en el Museo Nacional de Roma) y la de Juno (la llamada Juno Ludovisi). Dos maravillosas obras de la creación humana; quien las contemple, no de forma superficial, sino más profundamente, se fijará en la frente ancha y plana de Juno, que de repente se inclina hacia atrás, y, en contraste, en la frente estrecha y redondeada hacia los lados de Zeus, cuyo arco se retira lentamente hacia las sienes.
Si se observa el rostro completo de Zeus y Juno, y si se los compara entre sí, se descubrirá que el rostro de Zeus despierta en uno la sensación de que, si esta estatua estuviera viva, en poco tiempo toda su expresión cambiaría, se transformaría; en este rostro se desarrolla una enorme fuerza vital, fuerte y exuberante, capaz de transformar y remodelar todo el rostro en poco tiempo.
No es así en el caso de Juno. El alma que habita en este ser, capturada por el artista en la expresión de esta estatua, se ha encarnado por completo en la forma, convirtiéndose en una forma bella y perfecta. Aquí sentimos la paz tras la creación, y no podemos imaginar este rostro de otra manera; al contrario, sentimos que si este rostro viviera ante nosotros por toda la eternidad, su expresión no cambiaría. En Zeus, el rostro solo captura un instante de lo que ocurre en esta alma, mientras que en Juno sentimos la paz del alma, que alcanza su expresión plena en la forma acabada y perfecta.
Aquí vemos de nuevo toda la contradicción: la vida que habría traído consigo la muerte si se hubiera dejado a su libre albedrío, porque borraría constantemente una forma tras otra, no toleraría ni un momento de consolidación en la forma; esta vida, por un lado, y por otro, el encerramiento de la vida, la cristalización, la conservación de la misma en el marco, en la forma.
Tan pronto como ascendemos del mundo físico al mundo espiritual, desaparece la diferencia entre los sexos, pero allí encontramos la oposición entre la vida fluida y vertiginosa y aquella fuerza que quiere retener la vida apresurada, cristalizarla. Y la manifestación de estos dos opuestos del mundo espiritual y su correspondencia en la vida física es precisamente la masculinidad y la feminidad.
Sin embargo, hay que tener en cuenta aquí que no se puede determinar lo masculino y lo femenino por las características externas que determinan el género en la vida cotidiana, ya que una parte de lo femenino también está presente en el hombre, y viceversa.
El polo masculino es para nosotros una manifestación de lo que se precipitaría y se desarrollaría demasiado rápido, la manifestación de esa vida exuberante que, abandonada a sí misma, no se detendría ni un instante; por el contrario, la manifestación femenina es esa fuerza de la naturaleza que retiene la vida, la obliga a detenerse y, con ello, permite su manifestación al dar forma a la creación. Así es como la masculinidad y la feminidad interactúan en la naturaleza, complementándose mutuamente.
La mujer: el principio de la forma; el hombre: el principio de la vida.
Si interiorizamos lo que se ha dicho aquí, si no lo consideramos solo una idea inerte del intelecto árido, entonces comprenderemos también la función de los sexos en la naturaleza y encontraremos así el camino hacia el entendimiento mutuo y hacia la comprensión de ambos sexos en la vida humana.
Ahí radica precisamente la gran ventaja de la teosofía, en que resuelve de manera práctica las grandes cuestiones del espíritu humano y muestra la dirección en la que se puede alcanzar una comprensión más profunda de estas [cuestiones].
De manera similar, también llegamos a la solución [de la cuestión] de la relación entre el hombre, la mujer y el niño...
No nos resultará difícil comprender la relación del niño con el hombre y la mujer si recordamos que, incluso mientras dormimos, lo que sale del principio físico como parte espiritual y anímica del ser humano es asexuado.
Si comparamos la muerte con el dormir, llegamos a comprender la naturaleza del niño.
¿Qué ocurre en la muerte? — El cuerpo etérico y astral y el yo salen del cuerpo físico, que queda entregado a las fuerzas del mundo físico.
El yo permanece unido al cuerpo etérico solo durante un breve periodo de tiempo, como máximo unos días; luego, el cuerpo etérico, en particular la parte que es portadora del sexo, también se separa y se forma un segundo cadáver etérico.
Sin embargo, lo que no es sexual del cuerpo etérico continúa con los demás principios como un principio independiente.
Cuando el ser humano entra en una nueva existencia, la semilla del ser humano desciende de los mundos suprasensibles y se inclina de nuevo para renacer a través del hombre y la mujer.
Se necesitan tres elementos para que el ser humano vuelva a entrar en la vida física: el hombre y la mujer en el mundo físico y el germen humano que se inclina hacia ellos, que ha pasado algún tiempo en el mundo puramente espiritual, donde ha madurado y se ha preparado durante mucho tiempo para una nueva encarnación.
¿Cómo entra un ser humano en la vida física?
Se ha reflexionado mucho y profundamente sobre lo que en la vida cotidiana llamamos el amor entre el hombre y la mujer. ¡Qué maestro de la vida tendría que ser el ser humano para comprender plenamente el significado de esta palabra, en la que hay tantos misterios! Desde el éxtasis más sublime hasta la humillación más miserable, desde la exaltación más elevada hasta la terrible destrucción de toda vida, todo ello está contenido en la palabra «amor».
Todos los pensadores profundos que han reflexionado sobre el amor y su naturaleza coinciden en que hay algo muy íntimo y delicado que escapa a la observación directa; en Schopenhauer encontramos directamente la afirmación de que cada acto, cada encendido del amor entre hombre y mujer, tiene un carácter especial e individual, de modo que una pareja puede llevar muchos años junta y, sin embargo, cada acto de amor, cada acercamiento conyugal es algo especial, nuevo, individual.
Schopenhauer tiene razón. ¿Qué significa este acto de amor, qué ocurre en el amor entre un hombre y una mujer? No solo importa lo que vive en la «vida física» entre el individuo masculino y el femenino, sino que se añade algo tercero. Siempre hay un ser humano en el mundo superior que entra en la encarnación física y, con este fin, se enciende el amor entre los dos seres.
Lo que llamamos amor entre corazones, ese sentimiento ardiente que une dos almas, es un reflejo de esa nube espiritual ardiente de amor con la que el yo, al descender para nacer, envuelve a dos seres, es esa llamada al hombre y a la mujer que pueden hacer posible que este ser humano entre en la vida física.
El amor mismo, que une a los sexos, no proviene solo de ellos, es una sombra, una proyección de un ser que quiere encarnarse.
Así hay que considerar la individualidad, la peculiaridad de cada acto de amor, porque en cada unión de este tipo, una individualidad humana quiere manifestarse a través de aquellos que ha elegido como padres y educadores.
De esta manera de ver las cosas, aprendemos a distinguir entre lo que es individual y lo que se hereda. Dado que el padre y la madre participan en la procreación, lo masculino y lo femenino del padre y la madre, —su cuerpo físico y etérico—, se cruzan de diversas maneras, pero además nos parece un aspecto individual lo que el yo humano, que quiere encarnarse allí, trae consigo de los mundos superiores y de sus vidas anteriores.
Por lo tanto, hay que distinguir entre lo que es individual y lo que se hereda del padre y la madre. Lo vemos claramente en las familias con muchos hijos: lo que han heredado del padre y la madre se manifiesta en todos los hijos, pero en cada uno de ellos podemos observar sobre todo algo especial, individual, lo que el espíritu ha traído consigo, lo que no está en el padre ni en la madre, sino que ya estaba en el ser humano antes de nacer.
Entonces podremos evaluar correctamente lo que realmente se ha heredado de un progenitor y la maravillosa forma en que esto ocurre. Descubrimos por qué tan a menudo las hijas se parecen a sus padres y los hijos a sus madres, por qué en las biografías de los grandes hombres también nos ocupamos de estudiar las características y el carácter de sus padres. Por otro lado, aprendemos cómo lo que es innato en el ser humano se sumerge en la envoltura heredada y se fusiona parcialmente con ella.
Sin embargo, vemos cómo la ciencia materialista actual señala una y otra vez cómo a menudo se heredan las características de los padres e incluso las cualidades espirituales. A menudo se nos recuerda cómo el genio hereda sus características de sus padres y su familia. Aquí también solo se habla de características heredadas. Se dice que el talento del ser humano, todo el ser espiritual, se compone de lo que se ha acumulado a lo largo de varias generaciones. Se dice que el punto álgido siempre llega al final, porque ahí tenemos una especie de acumulación, de acumulación. ¡Qué lógica tan especial! El razonamiento lógico correcto debería conducir aquí a las puertas de la ciencia espiritual. Aquí, el genio debería estar al principio. Precisamente el hecho de que el genio se encuentre a menudo al final de muchas generaciones es una prueba inequívoca de que aquí no se trata de una mera herencia. Que el genio aparezca teñido de herencia no es más sorprendente que el hecho de que, por utilizar una comparación bastante trivial, cuando alguien se cae al agua, sale mojado. Pero hay algo que se ha acumulado a lo largo de generaciones, aunque solo se trate de las características externas, esas envolturas que se desarrollan de generación en generación. Estas cosas deben considerarse de la manera correcta, entonces se nos revela la individualidad interna coherente y cerrada, que encuentra su primera expresión en el sentimiento de amor entre los futuros padres como una sombra proyectada y se encarna en una diferencia total y distinta de lo que se heredará.
Muchas personas, al escuchar estas enseñanzas, temen que el amor hacia los hijos y los padres pueda enfriarse. Pero eso no es cierto. Por el contrario, el vínculo espiritual entre padres e hijos se fortalecería y consolidaría aún más. ¿Por qué ciertos padres deben tener precisamente a ese hijo? Porque es ese hijo el que quiere estar con esos padres y nacer de ellos.
De ahí la individualidad de los sentimientos de amor, ese amanecer del amor que precede al nacimiento de un niño: el amor precede incluso al nacimiento, el niño ama a sus padres antes de nacer, incluso antes de la relación sexual y la concepción por parte de la madre, expresando a sus padres que quiere nacer.
De ello se deriva para nosotros la necesidad del amor de los padres hacia los hijos, que en realidad no es más que la devolución del amor que el niño ya sentía por sus padres antes de nacer.
Y así ocurre con muchos conceptos que encontramos en la vida cotidiana y sobre los que la teosofía, cuando nos sumergimos más profundamente en ellos, arroja una luz [cada vez] más clara.
Aquí vemos en el padre, la madre y el niño una maravillosa armonía de esta trinidad, que es la base de la vida en toda la naturaleza y en el ser humano, aquí la encontramos de una forma muy clara y comprensible.
El hombre es la vida que sigue fluyendo, la mujer es el símbolo de la forma que acoge y encierra esta vida y la cristaliza en belleza; Estos dos principios se unen entonces entre sí, el hombre y la mujer se unen en el amor para [posibilitar] el descenso del ser espiritual desde los mundos sexualmente neutros a la forma del mundo físico y, así, con todo su amor, abrir esta puerta entre el mundo superior, el mundo espiritual y el mundo de la materia.
Si, como ya se ha mencionado, estos conceptos no se quedan en abstracciones áridas, sino que los transformamos en impresiones y sentimientos poderosos y luego, enriquecidos por ellos, nos adentramos en la vida, entonces vemos cómo la teosofía explica y resuelve todos los enigmas y misterios de la vida con los que nos encontramos a cada paso.
Así llegamos también a la explicación de numerosos fenómenos de la vida social, a la solución de las contradicciones entre conservadurismo y progreso; vemos cómo, por un lado, actúan las fuerzas de la vida, que se precipitan hacia adelante, y, por otro, las fuerzas de la forma, que cuidan y conservan.
Al profundizar en el estudio, descubrimos que incluso el progreso puede ser perjudicial si no le da al segundo polo de la vida lo que le corresponde, si no hace justicia a la forma que cuida la vida y la fortalece mediante la resistencia.
Cuando nos acercamos a la vida desde el punto de vista de la ciencia espiritual, descubrimos que esta vida no nos agobia, sino que nos resulta comprensible y nos llena de reverencia, nos hace libres y desatados; La teosofía, bien entendida, nos muestra las pautas que podemos seguir, nos abre las profundidades de la vida y, como cosmovisión, nos abre caminos para que nuestras opiniones e ideas se transformen en certeza, fuerza y esperanza. Entonces no nos perderemos en los momentos difíciles, no nos ahogaremos en nuestra tristeza en los momentos oscuros, si alguna vez se nos ha concedido mirar más profundamente en los fundamentos de la vida y del mundo.
Pero para aceptar la doctrina teosófica no se necesitan más pruebas que las que nos da la vida misma paso a paso. Quien se empapa de estas enseñanzas y luego aborda todas las cuestiones de la vida, comprende que la teosofía no es solo una teoría, sino también una sabiduría práctica y, en última instancia, una valiosa riqueza vital de incalculable valor.
Traducido por J,Luelmo nov.2025
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