GA208 Dornach 21 de octubre de 1921 - La Antroposofía como Cosmosofía vol II- Pensar y sentir en conexión con el cuerpo etérico y astral, querer y percibir en conexión con el yo y el cuerpo físico

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La Antroposofía como Cosmosofía vol II 

RUDOLF STEINER

primera conferencia

Dornach 21 de octubre de 1921

Hoy queremos examinar la vinculación del ser humano con el mundo en una relación corporal, anímica y espiritual. Hemos visto cómo, en cierto modo, lo que el hombre experimenta en todo el universo, en todo el cosmos entre la muerte y un nuevo nacimiento, es luego atraído hacia su interior en la vida terrena. Hemos visto cómo lo que el ser humano experimenta antes del nacimiento o antes de la concepción, digamos, como experiencias externas, luego vive en su efecto en sus órganos, en su ser interior, en su ser interior orgánico. Hoy queremos ver la otra cara del ser humano en su relación con el mundo, es decir, cómo pasa luego, lo que el ser humano experimenta entre el nacimiento y la muerte, con él a través de la puerta de la muerte y se convierte en experiencias de una nueva vida entre la muerte y un nuevo nacimiento.

En el ser humano debemos distinguir lo que tiene como vida interior durante su vida terrenal y lo que está separado de él como una especie de vida exterior. La vida interior, -podemos referirnos en primer lugar a los sentimientos, al contenido interior de la sensación, que el ser humano atraviesa entre el nacimiento y la muerte. Esta es su vida interior real. Lo que el ser humano siente, siente en relación con las impresiones que el mundo exterior hace sobre él, siente en relación con su propia experiencia interior, siente también en aprobación o en reproche en relación con sus expresiones de voluntad, en relación con sus acciones, todo esto es algo que el ser humano más o menos arregla consigo mismo durante su vida en la tierra, que puede, en efecto, dejar ver al otro, pero lo esencial en todo esto es, sin embargo, la manera en que el ser humano arregla esto consigo mismo.

Lo que el ser humano experimenta en la percepción no es, como ya sabemos por las observaciones que hicimos la última vez, una experiencia real, sino un mundo ilusorio que se extiende a nuestro alrededor. Este es el mundo que básicamente no es ni interior ni exterior, en el que participamos, y que transformamos en nuestro mundo interior sólo formando pensamientos sobre él, desarrollando sentimientos sobre él, siendo estimulados por él a hacer esto o aquello. Cómo nos relacionamos con él es esencialmente el resultado de las habilidades que traemos a la existencia a través del nacimiento. Así que la forma en que nos relacionamos con el mundo exterior, incluso el lugar en el que nos encontramos, la nación en la que nacemos, etc., todo ello está condicionado por nuestras vidas terrenales y espirituales anteriores. Esto, por lo tanto, más bien nos hace retroceder en vez de señalarnos el camino a seguir.

Pero tenemos que fijarnos en algo más que nos relaciona con el mundo exterior: Aquello que está arraigado en nuestra voluntad y pasa a nuestras acciones, eso se convierte en una parte del mundo exterior. Todo lo que se produce a través de nuestras acciones cambia el mundo exterior. Lo más mínimo que hacemos le da al mundo exterior algo que lo modifica.

Pero ahora podemos decir: Este mundo exterior, que nosotros mismos preparamos mediante nuestras acciones, este mundo exterior, está arraigado en nuestra voluntad. Por lo tanto, guarda con nosotros una relación semejante a la de los acontecimientos durante el sueño. En las profundidades de nuestro mundo volitivo no vemos con nuestra conciencia ordinaria, con ella, no vemos más de lo que vemos en los estados del sueño. Lo que realmente sucede en el mundo de la voluntad permanece fuera de nuestra conciencia. A menudo he dicho: Únicamente cuando movemos un brazo, cuando movemos una mano, todo el proceso de la voluntad, ese desarrollo de la fuerza que actúa en el brazo que se mueve, o en la mano que se mueve, elude la conciencia. Pero miramos nuestra mano en movimiento. Vemos el cambio que provocamos. Si nos limitamos a colocar un objeto de un lugar a otro, captamos el cambio a través de nuestras percepciones. Así que podemos decir: a través de nuestro mundo de percepción conocemos nuestras propias expresiones de voluntad. En cierto sentido, nuestra voluntad y sus efectos fluyen en nuestro mundo perceptivo.

Recordemos lo que dijimos la última vez. Dijimos: Primero está el cuerpo físico del ser humano (ver dibujo, amarillo); luego está el cuerpo etérico del ser humano (rojo). Entre ambos está el mundo tejedor del pensamiento, en la medida en que está integrado en nuestro organismo. Entre el cuerpo etérico y el cuerpo astral (verde) está el mundo del sentir, y entre el cuerpo astral y la envoltura del yo (azul) está el mundo de la voluntad. 

De hecho, para la conciencia ordinaria, este mundo de la voluntad no puede distinguirse del yo. Está completamente vinculado con el yo. Pero todo lo que sucede en el yo, cuando el yo activa la voluntad, todo eso no entra directamente en la conciencia ordinaria. Está, como he dicho, bajo la conciencia ordinaria, al igual que los acontecimientos durante el estado del dormir.

En el cuerpo físico tenemos los órganos de los sentidos, y éstos, las percepciones. A través de estas percepciones también percibimos nuestras expresiones volitivas. De manera que en el cuerpo físico disponemos de ojos y oídos, y lo que allí se desarrolla del yo y del mundo de la voluntad se percibe en realidad a través de los sentidos. De modo que lo más externo en el ser humano, la percepción, se conecta con lo que el ser humano experimenta allí a través de su voluntad y a través del yo (flecha).

Tomemos sólo este ejemplo, cuando demos unos pasos a través de nuestro yo, que vive allí en la voluntad, algo en lo mas profundo del organismo humano sucede, algo que impulsa nuestras piernas hacia adelante, pero todo esto escapa a la conciencia. Pero cuando hemos avanzado un poco, vemos un entorno diferente, o al menos una visión diferente del entorno. Es en esta otra visión donde vemos en la percepción sensorial lo que en la conciencia ordinaria nos da la idea, nos da una representación de lo que de otro modo está realmente abajo, en las profundidades de un dormir despierto. <Cuando invocamos a nuestro yo para que ejerza la voluntad, para que convierta los impulsos de la voluntad en acciones, experimentamos así estas acciones, -independientemente de que se produzcan al caminar o al agarrar o al dar zancadas, por cualquier tipo de trabajo-, todas estas cosas las experimentamos a través de la percepción. En realidad con la voluntad formamos parte de nuestro mundo exterior de percepción. Aferrémonos a esto: formamos parte de nuestro mundo externo de percepción con nuestra voluntad. Al desarrollar lo que observamos en términos de expresiones de voluntad, en términos de nuestras manifestaciones de voluntad, no entramos en nuestro mundo interior real. Aunque la voluntad fluye de nuestro ser interior más profundo, en realidad estamos completando un proceso externo para nuestra conciencia, o más bien una suma de procesos externos en el cuerpo.

Tomemos ahora el mundo interior. Allí tenemos, en primer lugar, el mundo entretejido del pensar. Este mundo del pensar entretejido, tal como actúa exteriormente, no puede interesarnos realmente en este sentido. Exteriormente, este mundo del pensar vive de tal manera que aporta una cierta conexión lógica, reguladora, a las percepciones. Clasificamos la naturaleza. Vemos plantas que son similares entre sí y las clasificamos; vemos animales que son similares entre sí y los clasificamos. Buscamos otras leyes de la naturaleza. Todo lo que formulamos de este modo en realidad no pertenece a nuestra vida interior. Es lo que es común a todos los seres humanos como ciencia. Eso no pertenece a nuestra vida interior.

Pero no podemos decir sin más que todo pensamiento no pertenece a nuestra vida interior. No tienen más que imaginarse que, una vez que han absorbido una región maravillosa mediante percepciones externas, digamos, pensando en esta región maravillosa, y cómo después, en cualquier momento, pueden volver a evocarla, aunque desvanecida, desde la memoria. Así que aquello que se asienta allí como pensamiento frente a lo exterior forma parte de su mundo interior. Lo mismo pasa con otras cosas que se experimentan del mundo exterior, que al transformarse en pensamientos, pasan a formar una parte del mundo interior.

Esos pensamientos impregnan inicialmente el cuerpo etérico. Pero también continúan relacionándose con los sentimientos hasta el cuerpo astral. Todo esto es algo que tiene lugar internamente. Este lado interior de la vida del pensamiento, el mundo de los sentimientos además, ese es el mundo interior humano real. En realidad, no podemos buscar nada en el mundo exterior a partir de lo que experimentamos en el aspecto interno de nuestro mundo de pensamientos, de lo que experimentamos en nuestros sentimientos. Siempre tenemos que indagar en nuestro mundo interior si queremos conocerlo. Ya lo he dicho antes: podemos hablar con la gente, podemos dejar que otras personas miren en nuestro interior arbitrariamente, pero la esencia es sólo eso: Vida interior. Y ahora podemos distinguir exactamente lo que es vida exterior en cierto sentido, en el sentido de que el ser humano lleva continuamente su vida interior al mundo exterior, diferenciándolo de lo que es mundo interior.

Si nos dejamos transportar por un tren ferroviario desde Suiza occidental hasta Suiza oriental en una noche, por la mañana nos encontramos en un entorno volitivo completamente distinto y absorbemos este entorno volitivo en nosotros a través de nuestra percepción. Llevamos con nosotros nuestro ser interior. Es el mismo ser interior que teníamos en un lugar y que tenemos en el lugar siguiente, modificado a lo sumo por aquello que a su vez se ha desplazado hacia nosotros desde los pensamientos, que se han interiorizado.

Podemos, pues, distinguir con bastante precisión, si queremos, entre lo que es el interior real del ser humano, tejido anímicamente a partir de pensamientos y sentimientos, tejido corporalmente a partir de un ritmo de cuerpo etérico y cuerpo astral entretejidos entre sí, de esto podemos distinguir lo que es en cierto sentido mundo exterior, tejido anímicamente a partir del contenido de la voluntad y la percepción, tejido corporalmente a partir del yo y el cuerpo físico. Pues llevamos nuestro cuerpo físico con nosotros, lo observamos, entra en otras relaciones con el entorno. Podemos distinguir lo interior y lo exterior de la manera que acabo de decir.

Pero esta distinción es muy importante si ahora pretendemos considerar la vida que el ser humano lleva a través de la puerta de la muerte. Podemos expresar de manera muy compleja cómo se comportará después de la muerte aquello que ahora hemos tipificado como interior y exterior, pues podemos decir:

Lo exterior se convierte en interior.

Lo interior se convierte en exterior.

Este es, en efecto, el tremendo cambio que se produce con la muerte. Lo exterior se convierte en interior. Del mismo modo que ahora sentimos el interior de nuestra alma, -podemos visualizar cómo esta alma interior está entretejida de pensamientos y sentimientos-, del mismo modo que decimos yo a este interior, después de la muerte todo lo que hemos experimentado en términos de percepciones sobre nuestras acciones se convierte en nuestro interior. Pero es como si lo que ahora experimentamos como interior se resumiera en un punto, diría yo, o mejor, se resumiera en una esfera: la visión de lo que hemos hecho aquí en la tierra. Lo que hemos hecho, llevamos como nuestra memoria interior a través de la muerte las imágenes de todo nuestro ser en la tierra, y eso es entonces nuestro ser interior. Así que es como una inversión completa: lo que era externo, lo que sólo podíamos percibir a través de la contemplación de lo que hacemos, eso es entonces nuestro interior. Así como ahora vivimos en las sensaciones, en los sentimientos de las impresiones externas, entonces vivimos en nuestros actos. Nuestras acciones son nuestro ser interior. 

Así que quien ha hecho algo bueno o malo a alguien es entonces él mismo lo que ha hecho bueno y lo que ha hecho malo. Es realmente él mismo después de la muerte. No debemos imaginarnos estas cosas de un modo tan abstracto que algún yo indeterminado se deslice a través de la muerte y sea entonces otra cosa, o sea un poco diferente, sino que nosotros mismos somos lo que hemos hecho, hasta el último detalle. Somos cada uno de nuestros actos después de la muerte. Somos cada una de nuestras experiencias y a todo ello le llamamos yo.

Por otra parte, lo interior se convierte en exterior. Todos los pensamientos, las ideas y los sentimientos se convierten en externos. Del mismo modo que ahora nos rodea el sol resplandeciente con las nubes o por la noche el cielo estrellado con sus movimientos, después de la muerte nuestros pensamientos y nuestros sentimientos nos rodean como nuestro mundo exterior. Así pues, lo que llevamos íntimamente dentro de nosotros se incorpora al mundo exterior después de la muerte, mostrándosenos en poderosas imágenes en el mundo exterior. Después de la muerte vemos un cielo en el que, al igual que brilla el sol del cielo actual, es nuestro ser humano interior actual el que brilla.

Si he de describirlo en detalle, es así: antes he dicho que sentimos nuestros actos como una esfera, como nuestro ser interior. Lo que hemos elaborado en el mundo lo recorremos una y otra vez; así como hemos ido, así iremos de nuevo.

Somos, por así decirlo, después de la muerte algo que experimenta sus propios hechos de forma siempre ampliada en una esfera (ver dibujo, azul). Y siempre miramos hacia atrás, hacia la tierra (verde). Igual que ahora miramos en el espacio del mundo a las estrellas, al sol, así luego volvemos a mirar a la tierra. Y la tierra está rodeada por las imágenes de nuestro mundo interior anterior (flechas). No como si experimentáramos la mera apariencia de nuestro mundo interior, sino que experimentamos desde el lugar que hemos dejado, brillando tras nosotros, aquellas cosas que antes eran nuestro mundo interior, como las formaciones de nubes que emanan de este lugar, también las formaciones estelares y así sucesivamente.

El antiguo mundo periférico, en el que nos sentimos dentro, y el antiguo mundo de la tierra, sobre el que nos situamos, lo sentimos como nuestro mundo exterior central. Hacia allí miramos. Nosotros mismos somos entonces los circundantes, y la tierra que está en el centro es entonces aquello a lo que miramos, y que al desenrollarse enciende toda nuestra vida interior en poderosas imágenes.

Esto ocurre hasta en los detalles.

Lo exterior se convierte en interior.

Lo interior se convierte en exterior.

Cuando uno entonces mira hacia abajo desde la esfera en constante expansión hacia la tierra, uno ve todos los sentimientos y sensaciones que uno tuvo por otras personas fluyendo de retorno desde la tierra. Lo que uno ha experimentado interiormente, salvo lo experimentado en relación con la gente, aparece más bien como formaciones de nubes, pero los sentimientos que uno ha tenido por la gente aparecen como estrellas. Pero las personas mismas que uno ve en la vida entre el nacimiento y la muerte como figuras, las personas mismas que uno experimenta de este modo como experiencias provocadas por hechos, esto se convierte en un mundo. Así que todas las personas con las que se ha tenido algún vínculo se convierten con el mundo interior.

Esto es, por supuesto, bastante recíproco. Cada ser humano, del mismo modo que ahora lleva dentro de sí sus sentimientos o su corazón y su estómago, lleva dentro de sí, entre la muerte y un nuevo nacimiento, todo lo que tuvo lugar externamente en el espacio o por contra entre él y otros seres humanos, con la forma de otros seres humanos dentro. De dos personas que han estado cerca la una de la otra, una, A, lleva la imagen de B, B lleva la imagen de A como su propio contenido interior dentro de sí. Lo exterior se convierte en interior; lo interior, los sentimientos que hemos experimentado, se convierten en exterior, se convierten en contenido cósmico. Lo que hemos sentido por la gente, lo que hemos recibido de la gente, irradia desde la tierra.

De este modo, el hombre se convierte realmente en una especie de creador de lo que le ha de rodear después de la muerte. Durante la vida es así: no es cierto que siempre estemos parados en algún punto del mundo, -no me refiero sólo al trivial pararse habitual en Basilea o en Dornach, sino que en general como algún punto, algún punto de vista en el mundo que tenemos, tanto en términos físicos como morales. Desde ese punto vemos el mundo. De modo que podemos decir: Nos situamos en un punto determinado y vemos el mundo desde esta perspectiva. Eso es algo subjetivo. Los demás tienen un punto de vista diferente.

Después de la muerte es diferente. Entonces la gente ya tiene algo en común. Pues tienen la esfera como cosa común. Pero cada uno ha tenido una vida interior diferente. Por eso la tierra brilla a su alrededor de forma distinta, con nubes distintas, con formaciones estelares distintas. Es como si todos los hombres estuvieran parados en un mismo punto de la tierra, pero aquí para uno estaría presente la imagen, para otro otra imagen. De esta manera puedo dar sentido a las condiciones después de la muerte.
El ser humano abandona su cuerpo físico con la muerte. Este cuerpo físico es disuelto por el propio reino terrenal, -ya lo he explicado en relación con anteriores presentaciones de las últimas semanas. Pero lo que permanece es ese tejido que surge de nuestros actos, en el sentido de que con nuestras percepciones perseguimos nuestros actos, las revelaciones de nuestra voluntad. Piensen en ello, todos los caminos que han recorrido en la tierra, -supongamos entonces: Cuando eran niños, ustedes gateaban, luego se irguieron, luego caminaron, luego hacían un largo viaje, todo tipo de cosas, ¿No es así? Pero eso no es mas que el marco exterior.

Ahora, todo lo que han hecho allí en detalle, todo lo que se entreteje en un tejido; eso se expande, eso se convierte en esfera, eso se convierte en vida interior. Se convierte en vida interior, y el hecho de que se convierta en vida interior garantiza al hombre su yo durante su existencia en la tierra. Porque de la tierra tiene su yo, o a través de la tierra tiene su yo. El hecho de que reciba todo lo que hace en la tierra entretejido después de la muerte en tal imagen perceptivo-recordatoria, tiene el efecto de que lleva su yo precisamente a través de la muerte. Las experiencias interiores reales, por otra parte, se vuelven a experimentar poco tiempo después de la muerte, ya que el cuerpo etérico sólo se desprende algo más tarde. Pero el cuerpo etérico se disuelve en el espacio del universo, y esto proporciona la base para todo aquello que se teje de pensamiento y sentimiento a partir del cuerpo etérico, pero también con la envoltura astral, que esto se convierte en esa formación-nube o también, como he indicado, formación-estrella, que rodea la tierra. Lo que se desprende de nosotros en dos direcciones, hacia la tierra y hacia el aire, por así decirlo, constituye nuestro ser interior y nuestro ser exterior, a medida que atravesamos la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Imaginen muy vívidamente qué tipo de entorno tienen entre la muerte y un nuevo nacimiento. Tienen su actividad, en la medida en que fluye de la voluntad, como su vida interior. Tienen su vida emocional, su vida de pensamiento, como el cosmos, como el mundo exterior. Sólo que ustedes no miran hacia el cosmos, sino que desde el cosmos miran a la tierra, que les devuelve estos aspectos de su pensamiento interior. Cuando vivimos aquí entre el nacimiento y la muerte, tenemos por un lado la vida solar. El sol está fuera. Estamos asentados sobre la tierra. Miramos al sol. Después de la muerte, el sol desaparece inmediatamente. Porque somos nosotros mismos, y lo que somos nosotros mismos no lo vemos. Simplemente pasamos a la vida solar, y eso que he descrito antes es precisamente el paso a la vida solar. Esto, que nuestros actos se convierten en nosotros mismos, está relacionado con el hecho de que pasamos a la vida solar. Y a medida que nos alejamos de la tierra, precisamente aquello que hemos experimentado a través de la tierra se convierte ahora en aquello hacia lo que miramos. Aquí estamos en la tierra, mirando hacia el sol. Vemos la tierra debajo de nosotros. Esto se debe a la peculiar naturaleza material de la tierra. El sol no tiene constitución material. Lo que los físicos dicen sobre él, como he dicho muchas veces, es sólo vana fantasía.

Cuando nosotros mismos estamos en el sol, por así decirlo, y miramos hacia atrás, tenemos detrás de nosotros todo el mundo espiritual, el mundo de las jerarquías. Así como aquí en la tierra vemos la materia sólida mirando hacia abajo debajo de nosotros, así también entre la muerte y el nuevo nacimiento tenemos detrás de nosotros el mundo jerárquico. Así somos sol y vemos el verdadero sol, que es espiritual. La tierra podríamos llamarla cielo. Pero ese cielo es ahora el que la gente prepara a partir de lo que vive interiormente. Esto también será el futuro, esto también será la existencia de Júpiter. He explicado esto vívidamente. Todo lo que la gente teje alrededor de la tierra a través de sus sentimientos, a través de sus pensamientos, eso permanecerá. Lo que desaparecerá es lo que hay hoy como tierra material, porque eso perecerá. Hoy, entre la muerte y un nuevo nacimiento, el hombre puede ver lo que teje interiormente. Después, cuando la tierra se acerque a su ocaso, entonces eso se hará realidad, entonces eso mismo se convertirá en una nueva tierra; entonces la vieja tierra se derretirá, y todo aquello que los hombres han vivido interiormente, eso se convertirá en el futuro de la tierra.

Así es como se produce la verdadera metamorfosis. Sólo cometemos una extravagancia cuando decimos que la tierra pasa a Júpiter. Sólo vemos a través del proceso cuando sabemos que lo que constituye materia terrestre externa, se funde en el espacio cósmico, se atomiza; lo que se teje por ahí a partir de nuestros sentimientos, eso se convierte en la tierra futura, eso se sella cada vez más, eso se convierte realmente en el planeta Júpiter.

No es cierto, como nosotros hoy, digamos, excavamos a través de la geología en el estrato inferior de la tierra y a veces desenterramos estos o aquellos estratos que se formaron hace mucho, mucho tiempo, así en el futuro, en la existencia de Júpiter, uno podrá explorar los estratos individuales que surjan allí. Entonces también encontraremos todo tipo de estratos procedentes de los sentimientos y pensamientos humanos que se fueron superponiendo. Por ejemplo, como geólogo de Júpiter, un día desenterrarás una capa tras otra, y ahora, como dice el geólogo de la Tierra: ahí está la capa roja, éstas son las capas terciarias, el geólogo de Júpiter dirá un día: Ah sí, esto es un estrato, el cual nos remite a una época, siglo XX se llamaba del tiempo de la tierra, principios del siglo XX, este es el estrato que está formado por todos aquellos que en el siglo XX desarrollaron sus sentimientos y pensamientos casi sobre toda la tierra. Así como hablamos ahora del Silúrico, así en el futuro se podrá hablar de la "capa tal o cual". Por supuesto, también se podrá hablar de otras capas. Pero esto son realidades.

Al hombre no le está permitido dejar pasar lo que experimenta en su interior. Esto se convierte en mundo, esto ya se está convirtiendo en mundo. Y sólo aquello que será mundo en el futuro, el hombre lo ve incluso ahora a través de su conciencia entre la muerte y un nuevo nacimiento.

Cuando estamos aquí en la tierra, entre las muchas cosas que hay en nuestro entorno, también seguimos a la luna. Ella se sitúa en nuestro entorno de una manera muy especial. Nos devuelve la luz del sol. Vemos su superficie, por así decirlo, sólo en la medida en que la luz del sol le teje un ropaje. De modo que, en realidad, incluso cuando brilla la luna, el sol brilla para nosotros; sólo entonces, por una desviación, nos aparecen los rayos del sol. Está, por así decirlo, sin embargo en una relación muy especial con nosotros como satélite terrestre.

Así que cuando estamos en la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, tenemos primero nuestro mundo interior, el efecto de todos nuestros actos, en la medida en que están arraigados en la voluntad, como la esfera del mundo interior, el núcleo central, rodeado por nuestros sentimientos y pensamientos, que irradian hacia el espacio del mundo. Pero algo como la luna también está ahí. Me gustaría decir que entonces vemos la luna desde el otro lado. Esta vida en la esfera tiene que ver con otras leyes de perspectiva que nuestra vida aquí en la tierra, y algunas de estas leyes de perspectiva son, por supuesto, difíciles de decir porque las leyes de la tierra son muy diferentes. Entre la muerte y un nuevo nacimiento, en cierto sentido no estamos fuera de la luna, sino dentro de la luna. Siempre estamos en cierta conexión con el interior de la luna. Estamos, por así decirlo, dentro de la luna. Igual que aquí en la tierra vemos constantemente esta luz solar reflejada, en cambio allá, entre la muerte y el nuevo nacimiento vemos constantemente el interior de la luna. (ver diagrama)

Bueno, como ya he dicho, allí la perspectiva es diferente. Quizá les resulte más comprensible si aclaro el asunto de la siguiente manera: supongamos que ésta es la Tierra (véase el dibujo, amarillo); a su alrededor gira la Luna (rojo). Ahora bien, en lo referente a las condiciones que tenemos que discutir para la visión después de la muerte, esa esfera no es la que entra en consideración, sino toda la esfera lunar. Toda la esfera, alrededor de la cual da vueltas, entra en consideración, y la percibimos realmente desde dentro. Al principio nos alejamos de la tierra en la esfera. Después, por supuesto, durante mucho tiempo estamos en la circunferencia tanto que estamos dentro de la esfera lunar. Al principio, estamos dentro de la esfera lunar, allí y allí etc., siempre dentro de la esfera lunar. Pero ahora también llegamos fuera de la esfera lunar. Ahora no podemos verla desde dentro. Pero tampoco la vemos desde fuera, pues deja entonces de ser visible para nosotros, de ser perceptible para nosotros. No obstante, permanece para nosotros como un recuerdo.

Y lo que allí vemos inicialmente, lo que es, por así decirlo, una visión en la pared interior de la luna, de la esfera lunar, cuando salimos, lo vemos: lo que entonces retenemos en la memoria, eso es lo que retenemos como efectos de una vida terrestre anterior en la vida terrestre posterior. De hecho, es esta luna la que conserva los acontecimientos de una vida terrestre como efectos en relación con las vidas terrestres posteriores. La luna y todo su secreto en el cosmos están relacionados con la supervivencia del contenido de una vida terrestre en la siguiente.

Aquí se presenta un aspecto, en el cual estamos sobre la tierra y miramos hacia el universo; éste es el aspecto entre el nacimiento y la muerte. Entre la muerte y un nuevo nacimiento tenemos otro aspecto, en el cual estamos en la esfera y miramos hacia atrás, hacia el núcleo central. Allí tenemos justamente el mundo que es en cierto sentido opuesto al nuestro. Pero a través de ambos mundos se lleva lo que es, por así decirlo, guardado por nosotros a través de la luna, se concentra y así sucesivamente. La luna es ya en cierto sentido un cuerpo celeste extraordinariamente importante para nosotros. Es la mediadora entre las vidas terrenales individuales; por supuesto no esa escoria que vemos aquí en el destello de luz de la tierra.

Como ven, de este modo la vida del ser humano individual se une a la vida de todo el cosmos. Al vivir aquí entre el nacimiento y la muerte, vemos, por así decirlo, lo que los mundos anteriores nos fueron dejando, lo que queda de la existencia de Saturno, del sol, de la luna, de la existencia terrestre anterior. Todo eso lo vemos cuando estamos aquí, rodeados de los fenómenos que nos rodean. Esto nos remite más o menos al pasado. Todo lo que llevamos dentro y que nosotros mismos hemos realizado en esta tierra nos señala el futuro. Y este futuro ya lo vemos reflejado, por así decirlo, en el presente en nuestras experiencias entre la muerte y un nuevo nacimiento, donde lo interior se convierte en exterior, lo exterior en interior.

Si se toma todo el sentido de las representaciones que he dado aquí en semanas anteriores, de cómo el hombre trae su vida entre la muerte y un nuevo nacimiento a esta vida en la tierra, era algo parecido. Yo decía: Lo que el hombre experimenta externamente con el cosmos exterior hasta la constelación de los planetas, eso aparece de nuevo en su organización, eso aparece de nuevo en su ser interior, y lo que él tenía como su ser interior, eso se convierte en su ser exterior. Ahora bien, después de la muerte ocurre algo parecido: lo que él establece de sí mismo como mundo exterior, eso se convierte en su interior; lo que él experimenta interiormente, ya sea a través de su entorno, como he dicho, como sentimientos satisfactorios o como autorreproches por sus actos, este mundo interior, eso se convierte en su mundo exterior, su mundo exterior, que ahora se asoma a él como su firmamento, -pero es central-, hacia el espacio del universo.

También se puede decir, si tal cosa no se malinterpreta: La vida exterior del hombre se convierte en su vida interior, en su vida solar, pues se convierte en habitante del sol; la vida interior del hombre, en la medida en que ha sido experimentada en la tierra, se convierte en su cielo. Sólo que el cielo es ahora lo que experimenta abajo. En la vida entre la muerte y un nuevo nacimiento, la tierra se convierte en cielo, el sol se convierte en tierra.

Sin embargo, ya es así: Cuando este otro lado del mundo se añada a la visión del mundo que el hombre intelectualista de hoy considera como la única, sólo entonces aparecerá ante el hombre la imagen completa del mundo. Entonces el hombre se sentirá en el mundo de otra manera. Esta otra imagen del mundo es en realidad lo que se describe en la Antroposofía, lo que yo siempre describo, -en contraste con la imagen pasiva del mundo que el hombre se forma a partir de la observación externa-, como una imagen activa del mundo, como aquella imagen del mundo en la que uno debe tomar parte activa. Cuando ustedes leen libros antroposóficos, deben poner en movimiento sus pensamientos. Cuando ustedes escuchan una conferencia antroposófica, deben poner en movimiento sus pensamientos. Quienes sólo están habituados al presente no quieren tomar parte, quieren que todo esté en reposo, para que también sus pensamientos sean imágenes tranquilas y pasivas del mismo, para que en cierto modo puedan dormir un poco en su entorno.

El hombre, aquí en la existencia entre el nacimiento y la muerte, tiene un cuerpo físico, un cuerpo etérico, un cuerpo astral y un yo. El yo es lo que podemos llamar lo más elevado aquí en la existencia terrenal. Cuando el ser humano pasa a la existencia del sol después de la muerte, el yo es en realidad lo más bajo, y tiene como sucesiva entidad a la de abajo, lo que surge como el yo espiritual, luego el espíritu de vida, el hombre espiritual, que sólo estará ahí físicamente en períodos posteriores de evolución, pero que el ser humano desarrolla en una relación espiritual entre la muerte y un nuevo nacimiento.

En efecto, es el yo espiritual el que irradia hacia el espacio del universo como imagen de la tierra. El yo vive en el sol, en la existencia del sol, y el yo espiritual irradia desde la tierra tal como lo he descrito. Las otras entidades son entidades superiores que luego vienen al hombre desde el cosmos, que al principio no tienen nada que ver con su propio ser interior. Esto, que irradia hacia él, aparece en una nueva vida; así se convierte en el espíritu de vida. Y eso que él tiene como sus hechos está impregnado por una alta sustancialidad espiritual, se agita a través del hombre espiritual. Eso es algo que se le añade entonces desde el cosmos, que recibe, por así decirlo, ahí fuera. Así como, cuando desciende por el nacimiento, recibe su cuerpo físico, su cuerpo etérico, así recibe su espíritu vital, su hombre espiritual, cuando ha atravesado la puerta de la muerte, como aquello con lo que entonces se reviste. Por otra parte, lo que entonces soy yo procede realmente de él, -lo he esbozado un poco aquí-. Y lo que irradia de la tierra, este yo espiritual, es en verdad, entre la muerte y un nuevo nacimiento, una existencia planetaria finamente tejida, algo que uno siente entonces como una tierra transformada, que uno contempla retrospectivamente, que uno va tejiendo de vida en vida. De modo que cuando la Tierra haya llegado al final de su evolución, el ser humano pasará con ella a Júpiter y, precisamente a través de lo que ha tejido allí, podrá desarrollar físicamente su yo espiritual en Júpiter, pues ha puesto los cimientos de éste durante su existencia terrena a través de su propio ser interior.

Así son los procesos reales. Así es como se produce realmente la evolución. Como ven, no hay necesidad de juntar palabras externamente: Es muy posible, si se capta al ser humano en su totalidad, describir la transición de uno a otro. Sólo hay que ser capaz de formar los propios conceptos de tal manera que ellos mismos puedan captar tales puntos de vista: cómo nuestros sentimientos y pensamientos, extendiéndose dentro de nosotros, irradian incluso desde la tierra planetariamente, como estrellas, hacia el espacio universal con el que entonces vivimos nosotros mismos; cómo ahora llevamos dentro a los demás seres humanos con los que hemos entrado en relación.

La vida humana es complicada. Pero los que quieren construir una visión del mundo con unos pocos conceptos fijos tienen muy poco sentido de lo que es correcto. Esto sólo puede construirse a partir de la visión de la vida como un todo. Ahora bien, incluso en el escarabajo más pequeño, la vida es algo muy complicado, y no hay que imaginarse que en todo el universo, con el que el hombre está conectado como un microcosmos, la vida esté estructurada de tal manera que pueda abarcarse con unos pocos conceptos pegados.

Mañana hablaremos más de ello.

Traducido por J.Luelmo oct,2023

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