GA009 Teosofia El alma en el mundo anímico después de la muerte

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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II. EL ALMA EN EL MUNDO ANÍMICO DESPUÉS DE LA MUERTE


El alma es el eslabón entre el espíritu del hombre y su cuerpo. Sus fuerzas de simpatía y de antipatía, por su proporción y relación recíproca, producen las exteriorizaciones del alma: deseos, excitaciones, placer y dolor, etc., no obran solamente entre una y otra forma anímica, sino que se manifiestan también con respecto a los seres de los otros mundos, esto es, del físico y del espiritual. Mientras el alma mora en el cuerpo toma parte en lo que ocurre en éste. Cuando las funciones físicas del cuerpo se cumplen regularmente, sé produce en el alma placer y bienestar, y disgusto y dolor se derivan del hecho contrario. El alma participa también de la actividad del espíritu; mientras un pensamiento le causa alegría, otro puede despertarle horror, mientras un juicio exacto encuentra su aprobación, otro, falso, le proporciona disgusto. Podemos decir también, que el grado de evolución de un hombre depende de la inclinación de su alma hacia una u otra de aquellas direcciones; cuanto más su alma simpatice con las manifestaciones del espíritu, tanto más perfecto será, y estará tanto más lejano de la perfección, cuanto más las inclinaciones de su alma se satisfagan con las funciones del cuerpo.

El espíritu es el centro del hombre; el cuerpo es el mediador a través del cual el espíritu observa y conoce el mundo físico y actúa en él; el alma es la mediadora entre el espíritu y el cuerpo. Es ella la que, de la impresión física originada en el oído, mediante la vibración del aire, despierta la sensación del sonido y experimenta el placer producido por él. Todo esto es comunicado por ella al espíritu, quien adquiere así la comprensión del mundo físico. Un pensamiento que surge en el espíritu es transformado por el alma en deseo de realización, y sólo así, mediante la ayuda del instrumento corpóreo, puede ser traducido en acción. El hombre puede cumplir su misión solamente si se hace dirigir por el espíritu en todas las acciones. El alma, por sí misma, puede dirigir sus inclinaciones tanto a lo que es físico como hacia lo que es espiritual. Puede, por decirlo así, tender sus tentáculos tanto hacia el mundo físico como hacia lo que es espiritual. Cuando los sumerge en el mundo físico, su ser es compenetrado y coloreado por la naturaleza física y como el espíritu puede actuar en el mundo físico sólo por medio del alma, se le da así al espíritu dirección hacia lo físico; sus formas son atraídas por las fuerzas del alma hacia lo físico. Si observamos a un hombre poco evolucionado, vemos que las inclinaciones de su alma dependen de las funciones del cuerpo. Encuentra placer, únicamente, en las impresiones que produce el mundo físico sobre sus sentidos. Consecuentemente, su vida intelectual es arrastrada también hacia esa esfera; sus pensamientos sirven únicamente para satisfacción de las necesidades de la vida física. El Yo Espiritual, que vive de encarnación en encarnación, tendrá que ser dirigida cada vez más por el espíritu, sus conocimientos deberán ser determinados por el espíritu de la verdad eterna y sus acciones dirigidas por la bondad eterna.

La muerte, considerada como un hecho del mundo físico, significa un cambio de las funciones del cuerpo físico; éste cesa de ser, por su propia constitución, el intermediario entre el alma y el espíritu. El cuerpo se muestra entonces completamente sujeto en sus funciones al mundo físico y a sus leyes; el cuerpo pasa a formar parte del mundo físico donde se desintegra. Sólo estos procesos físicos del cuerpo pueden ser observados con nuestros sentidos físicos, en tanto que, en el período que sigue a la muerte, escapa a nuestros sentidos lo que ocurre entonces al alma y al espíritu. Verdaderamente, también durante la vida, el alma y el espíritu son accesibles a nuestros sentidos sólo en cuanto se manifiestan exteriormente en procesos físicos. Semejante manifestación no es posible después de la muerte; por consiguiente, la observación con los sentidos físicos y la ciencia fundada en la misma no pueden decirnos nada sobre el destino del alma y del espíritu después de la muerte. Aquí empieza el campo del conocimiento superior, que se basa en la observación de los procesos que se verifican en el mundo anímico y en el espiritual. Cuando el espíritu se ha liberado del cuerpo físico, queda todavía unido al alma, y como durante la vida física el cuerpo tenía al espíritu alado al mundo físico, así ahora el alma lo tiene ligado al mundo anímico. Pero en éste no se encuentra el verdadero ser primordial del espíritu; el mundo anímico le sirve solamente para relacionarlo con el campo de sus acciones, esto es, con el mundo físico. Para comparecer en una nueva encarnación en forma más perfecta, el espíritu debe atraer fuerza e incremento del mundo espiritual. Empero, como estaba vinculado al mundo físico mediante el alma, está ligado a un ser anímico que está compenetrado y coloreado por la naturaleza de las cosas físicas, y por esto, él mismo ha recibido la tendencia hacia esa dirección. Después de la muerte, el alma ya no está ligada con el cuerpo, sino únicamente con el espíritu. Ella vive entonces en un ambiente anímico y sufre solamente la influencia de las fuerzas del mundo anímico. Y a esta vida del alma, en el mundo anímico, queda desde entonces vinculado el espíritu, del mismo modo que durante la encarnación física lo estaba al cuerpo. El momento de la muerte del cuerpo está determinado por las leyes del mismo. Conviene decir, en general, no que el alma y el espíritu abandonan el cuerpo, sino más bien que el cuerpo es liberado cuando sus fuerzas no son ya capaces de obrar en el sentido de la organización humana. Iguales son las relaciones entre el alma y el espíritu. El alma deja libre al espíritu para que vuelva a los mundos superiores espirituales, cuando ya sus tuerzas no pueden actuar en el sentido de la organización del alma humana. El espíritu quedará libre en el momento en que el alma haya abandonado a la disolución a aquello que era capaz de experimentar solamente en el cuerpo y conservará lo que puede continuar viviendo con el espíritu. Esta parte restante, si bien ha sido experimentada en el cuerpo, é impregnada como fruto del espíritu, es lo que el alma con el espíritu en el mundo puramente espiritual. Por tanto, para aprender a conocer el destino del alma, después de la muerte, es necesario examinar el proceso de su disolución. El alma tenía la misión de dirigir al espíritu hacia las cosas físicas. Desde el momento que cumplió con este deber toma la dirección hacia lo espiritual. En realidad, dada la naturaleza de este deber, el alma debería ser sólo espiritualmente activa, en seguida que el cuerpo la abandona, cuando ya no puede funcionar como anillo de conjunción. Y lo sería de hecho, si durante su vida en el cuerpo físico no hubiera sido influenciada por el mismo y atraída a las tendencias propias de éste. Sin esta coloración que el alma adquiere de su unión con el cuerpo inmediatamente de la separación del mismo, sólo seguiría las leyes del mundo espiritual anímico, sin esta tendencia ulterior hacia lo físico. Y esto ocurriría si en el momento de la muerte el hombre hubiera perdido todo interés por el mundo terreno, si hubiera satisfecho todos los deseos, todas las ansias que se conectaban con aquella existencia que ha abandonado. Pero si no es así, todo aquello que de tales deseos haya quedado, queda adherido al alma.

Para no dar lugar a confusiones, es indispensable aquí distinguir con todo cuidado entre las cosas que vinculan al hombre al mundo, de manera que puedan ser compensadas en una encarnación futura y las que lo vinculan a una determinada encarnación, es decir, a la última. Las primeras serán compensadas por las leyes del destino o del karma; de las últimas, el alma puede liberarse en el período que sigue a la muerte.

A la muerte sucede, para el espíritu humano, un período en el que el alma se despoja de sus inclinaciones hacia la existencia física, para continuar después sólo el cumplimiento de las leyes del mundo anímico y dejar en libertad al espíritu. Naturalmente, este período será tanto más prolongado cuanto más adherida esté el alma al mundo físico. Este será breve para el hombre que tuviera poco apego a las cosas de la vida terrena, siendo de larga duración para quien haya ligado todos sus intereses a la vida física, de modo que a su muerte sobrevivan todavía en el alma, sus deseos, sus pasiones, etcétera.

Podemos hacernos fácilmente una idea del estado del alma en el tiempo que sigue a la muerte, tomando un ejemplo un poco grosero: el de un glotón. Este era dichoso con los placeres del paladar que le proporcionaban los manjares escogidos. El placer que éste gustaba, naturalmente, no es cosa que pertenezca al cuerpo, sino al alma: en ésta vive el placer y la ansiedad por procurárselo. Para satisfacer tal deseo, es necesario, sin embargo, el correspondiente órgano corpóreo, el paladar, etc. Después de la muerte, el alma no pierde enseguida esos deseos, pero ya no tiene el órgano corpóreo que era el medio para satisfacerlos; el hombre se encuentra entonces en la misma condición, por una razón ciertamente diversa, pero que tiene efectos semejantes y aun más intensos, del de un ser que sufriera sed ardiente en una región donde no hubiera agua. Así el alma, sufre agudas penas por la falta de placer, por haber perdido el órgano corpóreo mediante el cual podía procurárselo. Lo mismo sucede para todo aquello que el alma desea y que puede ser satisfecho, únicamente, por medio de los órganos corpóreos. Tal estado de ardiente privación persiste hasta que el alma aprende a no desear más lo que puede satisfacer solamente por medio del cuerpo. El tiempo que se pasa en semejante estado se puede llamar la región de la ansiedad, bien que no se trata de un lugar determinado.

Cuando el alma, después de la muerte, entra en el mundo anímico, queda sujeta a las leyes del mismo. Estas leyes actúan sobre el alma, y de la acción de las mismas depende la manera como se anulan sus tendencias hacia el mundo físico; el efecto de las leyes será diverso según las cualidades de las substancias y de las fuerzas anímicas a cuyo dominio ha sido llevada el alma. Cada una de estas cualidades hará valer, a su modo, su influencia purificadora. El proceso que aquí se desarrolla consiste en que todo cuanto existe de antipatía en el alma, es gradualmente vencido por las fuerzas de la simpatía, y en que esta misma simpatía es intensificada hasta el mayor grado. Por medio de este más elevado grado de simpatía con todo el mundo anímico, el alma, por decirlo así, se funde, se identifica con él; entonces el egoísmo del alma se agota completamente y cesa de existir como ser que tiende a la existencia física sensible, liberando así al espíritu. El alma continúa entonces su obra de purificación a través de las regiones descritas del inundo anímico, hasta que en la región de la perfecta simpatía se unifica enteramente con el mundo anímico. Se explica que el espíritu permanezca ligado al alma hasta el último momento de la liberación de esta última, porque durante su vida con el espíritu se hizo completamente afín con ella. Tal afinidad es mucho más íntima que la que existe entre el espíritu y el cuerpo, porque con este último el espíritu está vinculado por medio del alma, mientras que con ésta está directamente conexo. En realidad, el alma es la vida misma del espíritu. Por esto, el espíritu no permanece ligado al cuerpo en vías de descomposición, sino al alma, la que poco a poco se libera de las tendencias hacia el mundo físico. Estando el espíritu inmediatamente conexo al alma, puede sentirse separado de la misma, sólo cuando ésta se ha unificado con el mundo anímico general.

Al mundo anímico como morada del hombre, inmediatamente después de la muerte, se le designa la región de los deseos. Los distintos sistemas religiosos que han conservado en sus doctrinas un recuerdo de esas condiciones, lo conocen también con el nombre de purgatorio, de “Fuego Purificador”, etcétera.

La región más baja del mundo anímico es la del deseo ardiente. Es ahí, después de la muerte, donde se elimina del alma todo aquello que existe de ansias egoístas más groseras, relacionadas con la vida física más baja; porque es, precisamente, por medio de estas ansias que el alma siente la acción de las fuerzas de esta región anímica. Las ansias no satisfechas que han quedado de la vida física, ofrecen el punto de apego; las simpatías de semejantes almas se extienden solamente a lo que puede alimentar su ser egoísta y son ampliamente superadas por la antipatía que se derrama sobre todo lo demás. Aquellos deseos tienen atinencia sólo con los placeres físicos que no pueden ser satisfechos en el mundo anímico. A causa de esta imposibilidad de satisfacción, la avidez llega al más alto grado, pero por esta misma imposibilidad tiene necesariamente que extinguirse en forma gradual. Las ansias ardientes se consumen poco a poco; el alma comprende por experiencia que la destrucción de tales deseos es el único medio para impedir el dolor que ellas le proporcionan. Durante la vida física se da siempre nueva satisfacción a los deseos; en tales casos, el dolor de las ansias es disimulado por una especie de ilusión. Pero después de la muerte, en el “Fuego Purificador”, aquel dolor se manifiesta abiertamente, las almas pasan por la experiencia de la insatisfacción y en ese estado se ponen tristes, lúgubres. Pero se comprende que están sujetos a ese estado solamente quienes en la vida física se inclinaron hacia los deseos más groseros. Las naturalezas que tienen pocos deseos, atraviesan esta región sin darse cuenta, porque no tienen afinidad alguna con ella. Hay que decir que las almas son influenciadas por aquella “ansia ardiente” más prolongadamente, cuanta mayor afinidad han adquirido durante la vida física con este ardor, resultando entonces proporcionalmente más necesaria su purificación. Esta purificación no debe ser considerada un sufrimiento en el mismo sentido en que una experiencia análoga sería considerada en el mundo físico como dolor. El alma misma anhela la purificación después de la muerte, porque solamente por medio de ella puede eliminar su imperfección. Otra categoría de procesos en el mundo anímico, está constituida de manera que la simpatía y la antipatía se equilibran; y si un alma humana después de la muerte, se encuentra en semejante estado, es influenciada por tales procesos durante un tiempo. Este estado es producido por la dedicación completa a las minucias externas de la vida q por la alegría buscada en las impresiones pasajeras de los sentidos. Los hombres viven en ese estado tanto cuanto dependen de aquéllas las tendencias de su alma. Como ellas se dejan influenciar por cualquier minucia del momento, y como sus simpatías no se dirigen de modo particular hacia cosa alguna, las impresiones pasan rápidamente. Todo lo que no pertenece a ese mundo baladí resulta antipático a semejantes personas.

Cuando después de la muerte el alma pasa este estado sin hallar los objetos físicos necesarios para darle satisfacción, naturalmente este estado termina por extinguirse. Se comprende que la privación que precede a la extinción completa, es dolorosa para el alma, y que esta condición penosa es una buena escuela para destruir la ilusión en la cual el hombre vivió durante la vida física.

Una tercera categoría del mundo anímico se relaciona con los procesos en los que predomina la simpatía: son aquellos en los que prevalece la naturaleza del deseo; su influencia se extiende a las almas que conservan aún después de la muerte una atmósfera de deseos. También éstos se apagan gradualmente por la imposibilidad de ser satisfechos.

En la región del placer y del dolor que ya hemos designado como cuarta, el alma es sometida a pruebas especiales. Mientras el alma mora en el cuerpo, toma parte en todo aquello que al cuerpo se refiere; con él se relaciona el sucederse del placer o del dolor. El cuerpo le proporciona las sensaciones de bienestar y de placer o de malestar y dolor. Durante la vida física el hombre siente su cuerpo y lo identifica con él, que es llamado el sentimiento de sí mismo y está basado, precisamente, en este hecho; cuanto mayor es en una persona la tendencia hacia el mundo de los sentidos, tanto más el sentimiento de sí mismo tendrá esta característica. En cambio, después de la muerte, como falta el cuerpo físico, objeto de este sentimiento de sí mismo, el alma, en la cual ese sentimiento ha quedado, se siente entonces, completamente vacía y tiene la sensación de haberse perdido a sí misma. Esta sensación perdura hasta que el alma reconoce que el verdadero hombre no es el cuerpo físico. La influencia de esta región cuarta, destruye por tanto, la ilusión del yo corpóreo. El alma aprende a no considerar a la corporeidad como parte esencial; ha sido curada y purificada en su tendencia hacia la corporeidad. Con esto, el alma ha superado lo que la tenía sometida fuertemente al mundo físico y puede desplegar libremente las fuerzas de la simpatía que irradian hacia el exterior. Ha renunciado, por así decir, a sí misma, y está pronta a fundirse plena de simpatía en el mundo anímico universal.

Conviene mencionar aquí que las experiencias de esta región, son sentidas de manera especial por los suicidas. Ellos abandonan de un modo nada natural su cuerpo físico, quedando inalterados todos los sentimientos inherentes al mismo. En la muerte natural paralela con la decadencia del cuerpo, va la desaparición parcial de los sentimientos que le son conexos, pero en los suicidas, se agrega a la pena causada por la sensación de súbito vacío, la de los deseos y las pasiones no satisfechas que lo han empujado al suicidio.

La quinta región del mundo anímico es la de la luz anímica. Ahí, la simpatía hacia lo demás tiene destacada importancia. Tienen afinidad con esta región las almas que durante la vida física no se dedicaron simplemente a la satisfacción de las necesidades inferiores, sino que sintieron dicha y placer con el mundo circundante. Se purifica en esta región, por ejemplo, la pasión por la Naturaleza, en cuanto tuvo un carácter de pura satisfacción de los sentidos. Sin embargo, es necesario distinguir bien esta pasión por la Naturaleza, de aquella vida superior en la Naturaleza que tiene un carácter espiritual y que busca al Espíritu que se manifiesta en las cosas y en los procesos naturales. Esta manera de sentir a la Naturaleza, forma parte de las cosas que desarrollan el espíritu mismo, dejando en él una impronta duradera. Es necesario hacer diferencias de este sentido de la Naturaleza, del goce que tiene por fundamento los sentidos. Respecto a esto, el alma tiene necesidad de purificación, como con respecto a todas las demás tendencias que tienen su raíz únicamente en la vida tísica. Muchas personas consideran ideales aquellas instituciones que sirven al bienestar físico y también al sistema educativo que tiende, sobre todo, a procurar el bienestar. No se puede decir de ellos que sirvan solamente a los impulsos egoístas, pero no obstante, sus almas son dirigidas al mundo de los sentidos y deberán ser curadas por medio de la fuerza de simpatía que domina en la quinta región del mundo anímico, donde faltan estos medios exteriores de satisfacción. El alma aprende ahí, gradualmente, que aquella simpatía debe tomar otros caminos; y esos caminos, por virtud de la simpatía con el ambiente anímico, se encuentran en la efusión del alma en el espacio anímico. En la misma región se purifican también las almas que piden, en compensación de sus prácticas religiosas, un acrecentamiento de su bienestar personal, ya sea que sus deseos contemplen paraísos terrestres o celestes. Encuentran ese paraíso en el mundo anímico, pero solamente con la finalidad de comprender su valor negativo. Todos los casos expuestos aquí, naturalmente, son ejemplos de purificación que tienen lugar en la quinta región; se podría aumentar su número indefinidamente.

En la sexta región, que hemos llamado de la fuerza anímica activa, ocurre la purificación de las almas ansiosas de actividad cuya acción no tiene carácter egoísta, pero que no obstante, tiene su fundamento en la satisfacción que proporciona a los sentidos. Naturalezas así constituidas, pueden dar la impresión de idealistas, mostrándose capaces de sacrificios; pero, consideradas más profundamente, su interés consiste en aumentar el placer de los sentidos. Muchas naturalezas de artistas o de los que se dan a la actividad científica por placer, pertenecen a esta categoría. Lo que los ata al mundo físico es la opinión de que arte y ciencia existen para procurar semejantes placeres.

Finalmente, la séptima región, la de la verdadera vida anímica, libera al hombre de sus últimas tendencias hacia el mundo físico sensible. Cada una de las precedentes regiones anímicas absorbe del alma lo que le es afín. Todavía está en el espíritu la idea de que su actividad debe ser enteramente dedicada al mundo de los sentidos. Hay personas de condición elevada que aun no piensan en otra cosa que en los acontecimientos del mundo físico. Este punto de vista suele ser llamado materialista. Esta creencia tiene que ser destruida, y de hecho lo es en la séptima región. Ahí, esas almas advierten que, en la verdadera realidad, no existen cosas para su modo de ver materialista, por lo que dichas creencias del alma se disuelven como la nieve al sol. Entonces, el ser anímico es absorbido por el mundo al que pertenece y el espíritu, libre de ataduras, se eleva a aquellas regiones para vivir en el único ambiente que le es propio. El alma ha terminado durante la última vida terrena con la misión que se había impuesto y lo que esta misión tenía de atadura para el espíritu se ha disuelto con la muerte. Habiendo el alma superado hasta lo último que le quedaba de la vida terrena, se ha restituido a su propio elemento. Por esta descripción se ve que las experiencias del mundo anímico, lo mismo que los estados de la vida del alma después de la muerte, toman un aspecto tanto menos desdichado, para aquélla, cuanto en mayor medida el hombre, se haya despojado de lo que, por su unión terrena con la corporeidad física, se le adhiere por directa afinidad. Según haya sido el curso de vida física, la permanencia del alma será más o menos prolongada en una u otra de las regiones descritas. Ahí, donde se siente afinidad, el alma se detiene hasta que tal afinidad se extingue; donde no existe afinidad el alma pasa indiferente, sin ser influenciada. En este capítulo se describen en líneas generales, solamente, las características fundamentales del mundo anímico y de la vida del alma en dicho mundo; así serán también las descripciones del mundo del espíritu, que seguirá a éste. Un examen más profundo de otras características de estos mundos superiores excedería los límites señalados a este libro. Porque como en dichos mundos las relaciones del espacio y el curso del tiempo son absolutamente distintos a los del mundo físico, es necesario, para poder comprenderlos, hablar detalladamente. A este respecto, se dan noticias importantes en el libro Ciencia Oculta.

Traducido por J.Luelmo feb.2015

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