GA009 Teosofía - Prólogo / Introducción

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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PRÓLOGO


Lo que se dijo con motivo de publicarse la segunda edición puede decirse también en la presente. Asimismo, se han intercalado en ésta algunas ampliaciones y notas que nos parecen importantes para la mejor comprensión de lo que explicamos; en cambio, no hemos sentido ninguna necesidad de introducir modificaciones esenciales en él contenido de las ediciones primera y segunda y también en lo que hemos expresado sobre él propósito de esta obra cuando se publicó por primera vez. Tampoco el prólogo de la segunda edición necesita ser modificado; por eso lo reproducimos aquí tal como salió en la primera edición con el agregado de lo que se dijo en la segunda.

En este libro se dará una descripción de algunas partes del mundo suprasensible. Quien concede valor únicamente al mundo físico juzgará estas descripciones como una vana creación de la fantasía; pero quien anhela conocer el sendero que conduce más allá del mundo de los sentidos, comprenderá, en seguida, que es sólo por el conocimiento de otro mundo, que la vida humana adquiere valor e importancia. No tiene justificación el temor de muchos, que por causa de semejantes conocimientos el hombre se aparte de lo que se llama la vida real; por el contrario, por medio de ellos, se hará capaz de tomar una posición firme y segura en esta vida, aprendiendo a conocer las causas, mientras que, sin tales conocimientos, tiene que buscar a tientas, como un ciego, el camino a través de los efectos. La realidad sensible adquiere significado sólo por medio del conocimiento de lo suprasensible; de consiguiente, quien la obtiene no se hace inhábil, sino más hábil para la vida. Sólo quien comprenda perfectamente la vida puede convertirse en un hombre verdaderamente práctico.

El autor de este libro no describe cosa alguna de la cual no pueda dar testimonio con su propia experiencia, con ese género de experiencia que se adquiere en este campo, nada se expondrá que no haya sido experimentado por el autor.

Pero esta obra no deberá leerse como se suele leer libros en nuestra época, el lector tendrá que conquistar con asiduo trabajo cada página y, alguna vez también una simple frase. Y esto se ha hecho así deliberadamente, porque únicamente de esta manera el libro será lo que tiene que ser para el estudioso. Para quienes quieran recorrerlo solamente resultará como si no lo hubieran leído absolutamente; las verdades que aquí se enuncian tienen que ser experimentadas. Solamente en este sentido la Ciencia Espiritual tiene valor.

Este libro no puede ser juzgado con el criterio de la ciencia corriente, si el punto de vista para tal juicio no ha sido adquirido del mismo libro. Pero si el crítico acepta este punto de vista, ciertamente verá que cuanto aquí se expone no está en contradicción con el verdadero espíritu de la ciencia. El autor sabe que no ha querido ponerse en conflicto con su propia escrupulosidad científica en una sola palabra de su obra.

Si alguien quisiera encontrar por otra vía las verdades que se exponen en este libro, podrá encontrarlas también en la “Filosofía de la Libertad”. Los dos libros, por distintos caminos tienden al mismo fin; el estudio de uno no es indispensable para la comprensión del otro, aun cuando para algunos pueda resultarle beneficioso.

Quien quiera hallar en las páginas que siguen las últimas verdades quizá sufra alguna desilusión. El autor ha querido dar por el momento solo las verdades fundamentales del vasto campo de la Ciencia Espiritual.

Ciertamente, es propio de la naturaleza humana querer que se responda en seguida a cuestiones como las del principio y el fin del mundo, el objeto de la existencia y de la esencia de Dios, pero quien, en cambio de palabras y conceptos intelectuales, procura verdadero conocimiento para la vida, deberá saber que en un escrito que trata del principio del conocimiento espiritual, no se deben decir cosas que corresponden a grados más elevados de la sabiduría. Sólo a quien comprenda estos principios le resultará clara la manera como se deben exponer los problemas de orden superior; de esto se ocupa el mismo autor en la obra “La Ciencia Oculta” que es la continuación de ésta.

Como complemento del prefacio a la segunda edición se agregan aquí las siguientes palabras.

Actualmente quien ofrece al público una exposición de hechos suprasensibles debe saber dos cosas: primero, que nuestra época tiene necesidad de cultivar los conocimientos suprasensibles; segundo, que en la presente vida intelectual predominan innumerables ideas y sentimientos que para mucha gente hacen aparecer semejantes descripciones como un fárrago de sueños fantásticos. La época actual tiene necesidad de conocimientos superiores, porque todo lo que el hombre aprende en torno al Universo y a la vida, hace surgir en él una cantidad de preguntas a las que sólo se puede responder mediante las verdades suprasensibles; y puesto que es inútil hacerse ilusiones, todo lo que nos dice la actual corriente intelectual en torno a los fundamentos de la existencia, no es una respuesta para el alma que siente más profundamente, sino una serie de preguntas alrededor de los grandes enigmas del Universo y de la vida. Es posible que por algún tiempo alguien se ilusione creyendo haber dado con “los resultados de hecho rigurosamente científicos” y con las consecuencias que algún pensador moderno haya educido, la solución de los problemas de la existencia: pero cuando el alma desciende a las profundidades a que debe llegar, se comprende verdaderamente a sí misma; entonces lo que al principio parecía ser una solución se le aparecerá como un estímulo al formularse la verdadera pregunta. Y la respuesta a esta pregunta no debe satisfacer únicamente una curiosidad del género humano, porque de ella depende la tranquilidad interna y la armonía de la vida del alma. 

La conquista de esa respuesta no sólo satisface la sed de saber, sino que hace al hombre capaz para el trabajo y para su misión en la vida, mientras que la falta de solución de esos problemas paraliza su alma y, finalmente, su cuerpo. El conocimiento de lo suprasensible no es simplemente algo para nuestras necesidades teóricas, sino para la verdadera práctica de la vida. Por esto, teniendo presente el género de vida intelectual de ahora, el conocimiento espiritual es un campo de conocimiento indispensable para nuestra época.

Por otra parte, nos hallamos ante el hecho de que muchos rechazan con la mayor energía lo que para ellos seria más necesario. Es tan convincente para muchos el poder de ciertas opiniones construidas “sobre la base de seguras experiencias científicas”, que no pueden menos de considerar como completamente desprovisto de sentido el contenido de un libro como éste. Quien se disponga a exponer los conocimientos suprasensibles, no debe hacerse ilusiones absolutamente a este respecto. Es, naturalmente, grande la tentación de exigir a un autor de este género, que aduzca “las pruebas indiscutibles” de sus asertos. 

Pero quien pida esto, no se da cuenta que se engaña a sí mismo, porque pide, sin ser perfectamente consciente, no las pruebas inherentes al asunto mismo, sino las que él quiere o las que está en condiciones de reconocer. El autor sabe que este libro no contiene nada que no pueda ser reconocido por quien se funda en las nociones actuales de la Naturaleza; está convencido que han sido satisfechas todas las exigencias de la ciencia natural; y que, precisamente por esto, se puede juzgar bien fundada la descripción que aquí da de los mundos superiores. 

La mente habituada a las concepciones de la ciencia natural debería sentirse familiarizada con este género de descripciones; quien piensa así, juzgará ciertas discusiones de la manera caracterizada por la frase, verdaderamente profunda, de Goethe: “No es posible refutar una doctrina falsa que se funda sobre la convicción, que lo falso es verdadero. 

Las discusiones son perfectamente inútiles para quienes reconocen como verdaderas, únicamente las pruebas que están conformes con su manera de pensar, pero quien conoce la esencia de la “prueba”, sabe perfectamente que el alma humana encuentra la verdad por otras vías que no por las de la discusión”. Con este convencimiento se da a la publicidad la presente edición de este libro.



INTRODUCCIÓN


Cuando Johann Gottlieb Fichte, en el otoño de 1813 daba al público su enseñanza como fruto maduro de una vida enteramente consagrada al servicio de la verdad, decía al comienzo de ella: “Esta ciencia presupone un nuevo órgano de sentido interior, por el cual se revela un mundo nuevo, que no existe para el hombre corriente”. Y a continuación demostraba por medio de una comparación, cuan incomprensible había de ser ésa, su enseñanza, para aquel que la juzgara según los conceptos que le transmitieran los sentidos ordinarios: “imaginaos un mundo habitado por ciegos de nacimiento, que conocen de los objetos y de las relaciones entre ellos, sólo lo que pueden concebir por medio del tacto. Habladles de los colores y de los otros fenómenos que solamente existen por medio del color y para la vista. 

Vuestro discurso no tendrá sentido para ellos, y podríais daros por contentos si os lo dijeran, porque así os daríais cuenta de vuestro error, y cesaríais de hablarles, porque sería inútil ya que no podríais abrirles los ojos”. Ahora bien, el que habla al hombre de cosas semejantes a las que trata Fichte, se encuentra muy a menudo en situación análoga a la del vidente entre ciegos de nacimiento. Sin embargo, estas cosas son las que se refieren a la verdadera entidad humana y a su más elevada meta. Y creer que es necesario “cesar de hablar porque es inútil”, sería lo mismo que desesperar de la humanidad. Al contrario, no debe dudarse un instante de que, con relación a estas cosas, es posible “abrir los ojos” de quien demuestre buena voluntad para ese fin. 

Con esta suposición han hablado y escrito todos aquellos que sentían haber desarrollado el “órgano del sentido interno” para conocer el verdadero ser del hombre que se oculta a los sentidos externos. Esta es la razón por la cual desde los tiempos más remotos siempre se ha hablado de tal “sabiduría oculta”. El que ha adquirido algo de ella, siente que tal conquista es tan segura, como con ojos perfectos se tiene un concepto seguro de los colores; para el, esta “sabiduría oculta” no requiere “pruebas”. Sabe, además, que no puede carecer de pruebas nadie que, como él, haya desarrollado el “sentido superior”. A tal persona puede hablársele; lo mismo que uno que haya viajado puede hablar de América a quienes no la han visto, pero que pueden formarse idea de ella, porque verían todo lo que el viajero ha visto, si se les presentara la oportunidad.

Pero el que ve lo sobrenatural, no debe hablar tan sólo para los investigadores del mundo espiritual. Tiene que dirigir sus palabras a la humanidad entera, pues tiene que informar sobre cosas que a toda ella conciernen. Sabe, además, que sin el conocimiento de esas cosas, uno no puede, en el verdadero sentido de la palabra, llamarse y vivir como “ser humano”, y aun cuando se dirige a todos, sabe, no obstante, que hay diferentes grados de comprensión para lo que ha de comunicar. Sabe que también aquellos que están lejos aún del momento en que puedan iniciar investigaciones espirituales por sí mismos, pueden entenderle porque el sentimiento y la comprensión para la verdad son inherentes a todo hombre. Y comienza a dirigirse a esa capacidad de comprensión que puede brotar en toda alma sana. Sabe que en esta comprensión existe una fuerza que paulatinamente conducirá a grados superiores de conocimiento. 

Este sentimiento que, al principio, no ve nada absolutamente de lo que se le dice, es precisamente la fuerza mágica que abre los “ojos del espíritu”. Este sentimiento surge en la obscuridad. El alma no ve, pero por este mismo sentimiento llega a compenetrarse del poder de la verdad; y luego, gradualmente la verdad se apodera del alma y abre en ella el “sentido superior”. Una persona tardará más, otra menos, pero quien tenga paciencia y firmeza conseguirá su objeto. Porque si no es posible operar a todos los que son físicamente ciegos, el ojo espiritual puede abrirse en cada uno, siendo este despertar sólo cuestión de tiempo.

La erudición y la cultura científica no son condiciones indispensables para abrir este “sentido superior”. Puede desarrollarse en el hombre sencillo como en el de mayor ilustración. Lo que en nuestros días se acostumbra llamar “ciencia única”, puede llegar hasta a constituir un obstáculo para alcanzar tal fin. Porque esta ciencia, únicamente, reconoce como “real” lo que perciben los sentidos comunes. Y por altos que sean sus méritos con relación al conocimiento de esta realidad, cuando se declara competente para dictaminar en todo lo que concierne al saber, crea abundantes prejuicios que impiden la consecución de las realidades superiores.

A lo que se acaba de decir, se objeta con frecuencia que existen “límites infranqueables” para nuestros conocimientos y que, no pudiendo pasar de estos límites, debiéramos desechar todos los conocimientos que no respetaran tales “límites”. De modo que se considera muy presuntuoso al hombre que pretende saber algo sobre cosas que, según muchos, se encuentran más allá de los “límites” de la capacidad humana para conocerlas. 

Al formularse semejante objeción, no se considera que a los conocimientos superiores les deba preceder el desarrollo de las capacidades para obtener tales conocimientos. Lo que antes de tal desarrollo se encuentra más allá de dichos límites, estará enteramente al alcance de nuestro conocimiento, una vez despertadas las capacidades que dormitan en todos nosotros. Sin embargo, hay algo en esto, que se debe considerar con atención. Uno podría decir: ¿De qué sirve hablar a la gente de cosas que están fuera de su alcance, desde que no tiene desarrollado el poder de percibirlas?. Pero tal razonamiento es erróneo. Ciertamente, se requieren ciertas facultades para hacer investigaciones y encontrar las cosas de que se trata, pero los resultados que se obtienen son comprensibles a toda persona a quien se les comuniquen, si se emplea una lógica imparcial y un criterio sano para juzgar la verdad. 

El contenido de este libro es tal, que quien lo perciba con mente amplia y sentimiento sano, y desee desenvolver sus facultades de pensar de manera amplia y sin prejuicios, obtendrá la sensación de que es posible ocuparse de los enigmas de la vida humana y de los fenómenos del Universo, con resultado satisfactorio. Puede, cada uno, formularse la pregunta: si lo que aquí se manifiesta es cierto ¿Habrá en ello una explicación de la vida que pueda satisfacer?. Y encontrará que su propia vida le da la confirmación.

En cambio, para ser Maestro en estas regiones superiores de lo existente, no basta, simplemente, con que se haya despertado en el hombre el sentido para percibirlas. Para tal propósito es indispensable que haya adquirido la ciencia de esas regiones, como se requiere poseer ciencia para sor maestro en lo que concierne a la realidad común. La vista superior no basta para ser un sabio en las cosas del mundo espiritual, como nadie llega a la sabiduría en el mundo físico sólo con el perfecto desarrollo de sus sentidos. Y como es cierto que ambas realidades — la corriente y la espiritual — son, simplemente, dos aspectos de una sola entidad fundamental, el hombre ignorante de los conocimientos elementales, muy probablemente lo será también de los superiores. 

Este hecho crea un sentimiento de inmensa responsabilidad en quien — por vocación espiritual — siente que tiene que hablar de las regiones espirituales de lo existente, y le impone modestia y reserva. Pero este hecho no debe ser un impedimento para ocuparse de las verdades superiores ni para aquellos que por su género de vida no pueden dedicarse al estudio de las ciencias comunes. Porque si bien uno puede cumplir perfectamente con sus deberes de hombre sin saber nada de botánica, zoología, matemáticas o de otras ciencias, no puede, en toda la amplitud de la palabra ser hombre, sin haber percibido algo de la esencia y del destino del hombre revelado por el saber de lo suprasensible.

A lo más alto a que el hombre puede elevar su mirada, lo llama Divino, y debe pensar que su ulterior destino tiene que estar relacionado con esa Divinidad. Por esta razón, tenemos derecho a llamar Sabiduría Divina o Teosofía a la sabiduría que está más allá de lo que perciben los sentidos, y que revela al hombre su propio ser y su destino. Puede denominarse Ciencia Espiritual al estudio de los fenómenos espirituales en el hombre y en el Universo. Pero tratándose especialmente del ser espiritual del hombre, como ocurre en este libro, emplearemos el término Teosofía, que ha sido usado en el mismo sentido desde hace siglos.

Animados por el propósito que acabamos de enunciar, daremos en esta obra una concepción teosófica del mundo. El autor no expondrá nada que para él no sea un hecho, del mismo modo que un fenómeno físico es un hecho para la vista, el oído y el intelecto común. Se trata, en verdad, de experiencias al alcance de cualquiera que se decida a entrar en el Sendero del conocimiento, que tiene un capítulo en esta obra. 

Frente a los hechos del mundo suprasensible, es preciso reconocer que el pensamiento recto y el sentimiento sano, son aptos para comprender los verdaderos conocimientos que se pueden obtener en los mundos superiores, y que esta misma comprensión constituye una sólida base que equivale a un paso importante hacia el desarrollo de la capacidad vidente, aunque para obtener esta última se requiere algo más. 

Desdeñar este sendero y querer penetrar en los mundos superiores sólo por otros métodos, significa cerrarse la vía al verdadero conocimiento superior. Tener por norma no reconocer la existencia de los mundos superiores hasta después de haberlos visto, es un obstáculo para llegar a conocerlos. 

La voluntad de querer comprender por medio del recto pensamiento lo que más tarde podrá estar al alcance de nuestra observación, favorece el desarrollo de la facultad vidente, estimula fuerzas esenciales del alma que conducen a esta facultad.


Traducido por J.Luelmo feb.2015

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919