GA009 Teosofía -La entidad esencial del ser humano

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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LA ENTIDAD HUMANA


Las siguientes palabras de Goethe indican admirablemente el punto de partida de una de las vías por las cuales la entidad humana puede ser conocida: “Apenas el hombre se apercibe de los objetos que lo rodean, los examina con relación a sí mismo; y con razón, porque para él, todo depende del hecho de que le agraden o le disgusten, lo atraigan o le repelan, que le sean útiles o nocivas. Esta manera tan natural de mirar o juzgar las cosas, parece tan fácil como necesaria; no obstante, se expone a innumerables errores que a menudo le humillan y le amargan la vida. Tarea mucho más difícil se preparan aquellos que, por vivo deseo de saber, tienden a observar las cosas de la Naturaleza en sí mismas y en sus relaciones recíprocas, desde que tienen que prescindir de las normas que como hombres les hacían considerar las cosas en relación a sí mismos, esto es, dejan de guiarse por el agrado, el desagrado, la atracción o la repulsión, la utilidad o el daño; deben renunciar a sus propias impresiones y, como hombres indiferentes y casi divinos, estudiar e investigar lo que existe y no lo que les agrada. Así, el botánico ha de ser indiferente a la belleza o utilidad de las plantas: debe estudiar su estructura y sus relaciones con el resto del reino vegetal, y como el Sol a todo da vida y lo ilumina, así también el investigador debe dirigir su mirada serena a todo, indistintamente. La norma para juzgar las cosas y alcanzar conocimientos de las mismas, la debe hallar no en sí mismo, sino en las manifestaciones de los objetos que observa”.

Este pensamiento de Goethe dirige nuestra atención sobre tres puntos diversos: el primero nos lo dan los objetos, de los cuales obtenemos informes de continuo por la intervención de nuestros sentidos, por los que podemos palpar, oler, gustar, oír y ver; el segundo consiste en las impresiones que recibimos de los objetos, y que se manifiestan en nosotros como agrado y desagrado, deseo o repulsión, cuando los juzgamos con simpatía a unos y con antipatía a otros, útiles a unos y a otros nocivos; finalmente, el tercero, es el conocimiento que adquirimos “como seres casi divinos”, con respecto a esos objetos: es el secreto que se nos revela sobre su existencia y actividad.

Estos tres campos se distinguen netamente en la vida humana; por esto el hombre se apercibe de estar vinculado con el mundo de modo triple. El primer modo está representado por lo que nos rodea, y se acepta como un simple hecho; por el segundo, consideramos al mundo como cosa propia — como algo que tiene importancia para nosotros —. El tercero lo consideramos como una meta a la que debemos aspirar incesantemente.

¿Por qué razón el mundo se le aparece al hombre bajo este triple aspecto?. Nos lo enseñará una sencilla reflexión: Si atravesamos un prado, las flores manifestarán sus colores a nuestros ojos: éste es el hecho que aceptamos como tal. Nos alegramos de lo esplendoroso de aquellos colores; con esto transformamos ese hecho en un asunto personal. Por medio de nuestros sentimientos relacionamos a las flores con nuestra existencia. Supongamos que después de un año pasamos nuevamente por aquel prado: habrá nuevas flores y experimentaremos alegría otra vez. El placer experimentado el año anterior reaparecerá en forma de recuerdo: estaba dentro de nosotros, mientras los objetos que eran la causa han desaparecido. Pero las flores que vemos ahora, son de la misma especie de las del año pasado, y han crecido obedeciendo a las mismas leyes. Si nosotros hubiéramos adquirido algunas nociones sobre aquellas especies, y sobre aquellas leyes, volveríamos a encontrarlas en las flores de este año como las conocimos en las del año pasado, y podremos entonces razonar de esta manera: “Desaparecieron las flores del año pasado, la alegría que nos causaron ha permanecido sólo en nuestra memoria; está vinculada únicamente con nuestra propia existencia. En cambio, los conocimientos que hemos adquirido de aquellas flores el año pasado, y que volvemos a encontrar ahora, permanecerán mientras semejantes flores se produzcan. Esto es algo que se nos ha revelado, pero que no depende de nuestra existencia, como de ella depende nuestra alegría”. Nuestras sensaciones de placer están en nosotros, pero las leyes y la característica de aquellas flores están fuera de nosotros, en el mundo.

Así el hombre se relaciona continuamente de tres modos con las cosas del mundo. Ahora bien, sin agregar interpretación alguna, y tomando este hecho sencillamente como se nos presenta, resulta que el hombre tiene tres aspectos en su ser, que podemos relacionar con las tres palabras cuerpo, alma y espíritu. Con estas tres palabras queremos indicar sólo estos tres aspectos de la naturaleza humana, y nada más por ahora: quien las relacionara con alguna idea preconcebida o alguna hipótesis, arriesgaría comprender mal lo que expondremos en seguida. Por cuerpo entendemos aquí aquello por medio de lo cual se manifiestan al hombre los objetos que le rodean — como en nuestro ejemplo, las flores del prado —. Con la palabra alma, queremos indicar aquello por medio de lo cual el hombre relaciona los objetos con su propia existencia, y experimenta por ello agrado y desagrado, placer y disgusto, alegría y dolor. Por espíritu, entendemos lo que se revela en el nombre, cuando contempla los objetos, según la expresión empleada por Goethe, “como un ser casi divino”. En este sentido el hombre está constituido por: cuerpo, alma, espíritu.

Mediante el cuerpo, el hombre puede ponerse en relación momentánea con los objetos; mediante el alma, conserva las impresiones que éstos le han causado, y mediante el espíritu, se le revela el íntimo contenido de los mismos objetos. Sólo considerando al hombre bajo estos tres aspectos, se puede tener la esperanza de llegar al conocimiento de su ser, porque estos tres aspectos, lo presentan emparentado con el resto del mundo de una manera triple.

Mediante el cuerpo, el hombre tiene afinidad con los objetos que se evidencian desde afuera a sus sentidos. Su cuerpo se compone de los elementos del mundo externo, y las fuerzas externas obran también en él. Como observa los objetos exteriores con sus sentidos, así también puede contemplar su propia existencia física, pero le es imposible contemplar del mismo modo la existencia del alma. Con los sentidos físicos podemos percibir todo lo que hay en nosotros de procesos físicos, mientras que tales sentidos no nos dan la capacidad de percibir las sensaciones de agrado y desagrado, de alegría y de dolor ni en nosotros ni en los demás. Mientras la existencia física del hombre se manifiesta a la vista de todos, la vida del alma es un campo inaccesible a la percepción física; el hombre la lleva en su interior como en un mundo suyo propio. A través del espíritu, en cambio, el mundo externo se manifiesta al hombre de una manera superior. Es verdad que en su interioridad se le revela lo oculto del mundo externo, pero él, en espíritu, por así decirlo, sale de sí y deja que los objetos le hablen de ellos mismos; de lo que tiene importancia, no para él, sino para ellos. Así, cuando un hombre contempla la bóveda estrellada pertenecen a él la admiración y la alegría que siente en el alma, pero las leyes eternas de las estrellas, que él comprende con su mente, con el espíritu, no le pertenecen a él sino a las estrellas.

Por lo que antecede se ve que el hombre es habitante de tres mundos. Mediante su cuerpo pertenece al mundo que percibe por medio de ese mismo cuerpo; mediante el alma se construye su propio mundo, y por medio del espíritu se le manifiesta un mundo superior a los otros dos.

Es evidente que sólo se puede adquirir una clara comprensión de dichos tres mundos y de la forma como el hombre participa en ellos, examinándolos de tres modos diferentes, puesto que son esencialmente diversos.

I. LA ENTIDAD CORPORAL DEL SER HUMANO

El cuerpo del hombre puede ser conocido mediante los sentidos físicos, y el método de contemplarlo no puede ser diverso de aquel con que se aprende a conocer los demás objetos que se perciben con los sentidos. Como se examinan los minerales, las plantas y los animales, así también se puede examinar al hombre. El está emparentado con estas tres formas de existencia. Como los minerales, construye su cuerpo con las substancias de la Naturaleza; como las plantas, crece y se reproduce; como los animales, percibe los objetos que lo rodean, y basándose en las impresiones que recibe, forma sus experiencias interiores. Se puede, de consiguiente, atribuir al hombre una existencia mineral, vegetal y animal.

La diferencia de estructura de los minerales, de los vegetales y de los animales, corresponde a las tres formas de sus respectivas existencias; y es precisamente esta estructura — la forma — que es percibida por los sentidos, y la que sólo puede ser llamada cuerpo. El cuerpo humano, sin embargo, difiere del animal, lo que debe ser reconocido por todos, cualquiera sea la opinión que se tenga del parentesco del hombre y del animal. Hasta el materialista más convencido, que niega todo lo que es anímico, no podrá menos que admitir la siguiente sentencia enunciada por Carus en su obra Organon der Natur und der Geistes: “Es verdad que la estructura más íntima del sistema nervioso, y sobre todo, del cerebro es aún un problema insoluble para los fisiólogos y los anatomistas; pero es un hecho absolutamente reconocido que la complejidad de esos órganos acreciéndose continuamente en la serie animal, alcanza en el hombre tal grado que no se encuentra en ningún otro organismo. Este hecho es de la mayor importancia por el desarrollo de la inteligencia en el hombre, y podemos aseverar que nos da ya una explicación suficiente. Donde el cerebro está precariamente desarrollado, donde su pequeñez e imperfección sé manifiesta como en los microcéfalos o en los idiotas, es cosa evidente que no se podrá hablar de la manifestación de ideas originales y de la facultad del conocimiento: de la misma manera que no se podrá esperar la propagación de la especie, de un hombre que tenga los órganos de la generación completamente atrofiados. La estructura normal, vigorosa y bella de todo el cuerpo humano, y del cerebro en particular, no podrá ciertamente substituir al genio, pero proporcionará, seguramente, la primera y más indispensable condición para la posibilidad de conocimientos superiores.

Como se atribuyen al cuerpo humano estas tres formas de existencia: mineral, vegetal y animal, se le debe atribuir también una forma de existencia particular además de aquéllas: la humana. Mediante su forma de existencia mineral, el hombre está emparentado con lo que es visible; mediante la vegetal, con todos los seres que crecen y se reproducen y, por la animal, con todos los seres que perciben el ambiente circundante y que, en base a impresiones exteriores adquieren experiencias interiores. Por su forma- de existencia humana, él forma un reino en sí, mirándolo solamente desde el punto de vista físico.

II. LA ENTIDAD ANÍMICA DEL SER HUMANO

La entidad anímica del hombre difiere del cuerpo, dado que tiene un mundo interior que le es propio, y esta “propiedad” nos resulta evidente apenas dirigimos la atención aun sobre la más simple sensación de los sentidos. Antes que nada, nadie puede saber si otro percibe la más simple sensación de idéntica manera como él la percibe. Sabemos que hay personas que no perciben los colores (daltonismo completo), por lo cual ven los objetos de un tinte gris de diversa intensidad; otros, afectados sólo de daltonismo parcial, no son capaces de distinguir determinados colores; para éstos, las imágenes del mundo, como se las dan sus ojos, son diferentes de las de los hombres normales. Lo mismo, poco más o menos, puede decirse de los demás sentidos y no se requiere más para tener la evidencia de que, hasta la más simple sensación pertenece al “mundo interior”. Con los sentidos físicos uno puede percibir un objeto rojo que también otro puede ver, pero a uno no le será posible percibir la sensación del rojo que tiene otra persona. Por esto debemos considerar la sensación de los sentidos como fenómeno anímico; y si nos damos bien cuenta de este hecho, cesaremos de considerar las experiencias interiores como simples procesos cerebrales o algo similar. Inmediatamente a la sensación sigue el sentimiento, agradable o desagradable, según el caso. Se trata de impulsos de la vida interior anímica. Con sus sentimientos el hombre agrega un segundo mundo al que desde afuera obra sobre él. Y a esto agrega una tercera cosa: la voluntad. Mediante ésta, el hombre reacciona hacia el mundo externo e imprime a éste su propio ser interno. En las acciones volitivas el alma se expande, por así decirlo, hacia lo externo. Los actos del hombre se distinguen de los hechos que ocurren en la naturaleza externa, justamente porque están improntados de su vida interior. Así el alma se contrapone, como cosa propia del hombre, al mundo externo: él recibe los estímulos del mundo externo, pero de conformidad con éstos, se forma un mundo propio suyo. La corporeidad sirve de base al ser anímico del hombre.

III. LA ENTIDAD ESPIRITUAL DEL SER HUMANO

No obstante, la vida anímica del hombre no está determinada sólo por su cuerpo. No vaga sin dirección ni meta, de una impresión de los sentidos a otra, ni obra bajo la impresión de cualquier estímulo que le es transmitido desde afuera o por los procesos fisiológicos de su cuerpo, sino que reflexiona sobre sus percepciones y sus acciones. Reflexionando sobre las percepciones, adquiere conocimientos sobre los objetos, y mediante la reflexión sobre sus propias acciones, establece un nexo racional en toda su vida. El hombre sabe que cumple dignamente con su deber de tal, sólo cuando se deja guiar, tanto en sus conocimientos como en sus acciones, por pensamientos justos. Lo anímico, por tanto, se encuentra ante una doble necesidad; es determinado por las leyes que dicta el cuerpo por necesidad natural; en cambio, por las leyes que lo guían al recto pensar, se deja regular espontáneamente porque reconoce su necesidad. En lo referente a las leyes de la formación de la materia, el hombre está sometido a la Naturaleza; en cambio, a las leyes del pensamiento se somete voluntariamente. Por esto el hombre adquiere el derecho de pertenecer a un orden más elevado que aquel al que pertenece por su cuerpo físico, y éste es el orden espiritual. Tanto como difiere el cuerpo del alma, difiere a su vez ésta del espíritu. Mientras se habla solamente de las moléculas de carbono, hidrógeno, ázoe, oxígeno, que se encuentran en el cuerpo humano, naturalmente, no se trata del alma: la vida de ésta empieza ahí donde comienza la sensación, esto es, cuando el hombre dice: “siento un sabor dulce”, o “experimento un placer”.

Igualmente no se trata del espíritu mientras se contempla sólo las experiencias anímicas que el hombre experimenta cuando se abandona por completo al mundo externo y a la vida del cuerpo. La vida anímica es más bien la base para la del espíritu, exactamente como la vida del cuerpo es la base para la del alma. Del cuerpo físico se ocupa el naturalista, del alma, el psicólogo y del espíritu el investigador de las cosas espirituales. Aquellos que quieren adquirir con el pensamiento el conocimiento de la naturaleza del hombre deben, ante todo, llegar a comprender claramente la distinción entre cuerpo, alma y espíritu, mediante reflexiones sobre su propio ser.

IV. CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU


El hombre puede formarse un concepto justo de si mismo, sólo cuando ha comprendido bien la importancia de la facultad de pensar en su propio ser. El cerebro es el instrumento corpóreo del pensamiento; como el hombre sólo puede precisar los colores si tiene los ojos normalmente desarrollados, así también el cerebro, especialmente constituido, le sirve para pensar. Todo el cuerpo humano ha sido construido de manera de llegar al coronamiento en el órgano del espíritu, el cerebro. Se comprenderá la estructura del cerebro, si se lo contempla considerando su función de ser el instrumento corpóreo del espíritu pensante. Esto se comprende en seguida dirigiendo una mirada comparativa al desarrollo en el reino animal. En los anfibios, el cerebro es todavía pequeño con relación a la médula espinal; en los mamíferos resulta mayor la proporción, y en el hombre alcanza las dimensiones máximas en relación con el resto del cuerpo.

Existen no pocos prejuicios opuestos a estas observaciones en torno al pensamiento. Muchas personas tienden a restar importancia al pensamiento y a considerar como superior la “vida íntima de los sentimientos”, la “sensibilidad”, diciendo que no es por medio del “árido pensamiento”, sino más bien por el calor de los sentimientos y su fuerza inmediata que nos elevamos a conocimientos superiores. Los que hablan así, temen disminuir la intensidad de los sentimientos si llegan a pensar con claridad. Esto es cierto en el caso corriente de pensar únicamente en cosas de utilidad práctica. Pero por los pensamientos que nos elevan a las regiones superiores de la existencia se verifica lo contrario. No hay sentimiento o entusiasmo alguno que pueda ser comparado al ardor, a la belleza y elevación despertados por pensamientos puros, transparentes como cristal, que se refieren a los mundos superiores. Los sentimientos más elevados no son aquellos que se nos presentan “espontáneamente”, sino aquellos que se adquieren a consecuencia de un trabajo enérgico del pensamiento.

El cuerpo humano tiene la estructura adecuada para la función del pensarLas mismas substancias, las mismas fuerzas que se hallan en el reino mineral, están combinadas en el cuerpo humano, de tal modo que gracias a este conjunto se puede manifestar el pensamiento. Esta construcción mineral, formada de conformidad a lo que está destinada, será designada en este estudio el cuerpo físico del hombre.

Esta construcción mineral, ordenada para tener como centro al cerebro, nace por reproducción, y adquiere su forma desarrollada por crecimiento. La reproducción y el crecimiento, el hombre, los tiene en común con las plantas y los animales; por la reproducción y el crecimiento lo que vive se distingue del mineral, que no tiene vida. La vida nace de la vida mediante el germen; la prole se adhiere a los antepasados en el sucederse de las vidas. En cambio, las fuerzas por las cuales se forma un mineral han de buscarse en las mismas materias que lo componen. El cristal de roca se forma mediante las fuerzas propias del sílice y del oxigeno que en él se hallan combinados; pero si queremos encontrar las fuerzas que plasman un roble, deberemos buscar por un camino más largo a través del germen de las plantas madre y padre de este árbol; y la forma del roble se transmite en la reproducción de los antepasados a los descendientes. En lo que vive existen fuerzas internas determinantes innatas. Sólo una concepción primitiva de la Naturaleza podría opinar que los animales inferiores, inclusive los peces, pudieran generarse del fango: la forma de lo que vive se reproduce mediante la herencia. El modo de desarrollo de un ser viviente, depende únicamente de aquellos que han sido sus padres, o, con otras palabras, de la especie a la cual pertenece. Las materias de las que está constituido se cambian incesantemente, mientras la especie permanece durante toda la vida y se transmite por herencia a la prole. La especie es, entonces, la que determina la combinación de los elementos de un organismo; y podemos llamar a las fuerzas que generan la especie: fuerza vital. Como las fuerzas minerales encuentran su expresión en los cristales, así la fuerza vital la encuentra en la especie, o formas de la vida vegetal o animal.

El hombre percibe las fuerzas minerales mediante sus sentidos físicos, pero sólo puede percibir aquellas por las cuales ha desarrollado los sentidos correspondientes. Sin ojos no tendría percepción de la luz, y del sonido sin oídos. Los organismos inferiores han desarrollado apenas una especie del sentido del tacto, de manera que para ellos sólo existen las fuerzas minerales que son reconocibles por este sentido. En la misma medida que aumenta en los animales superiores el desarrollo de los otros sentidos, el mundo circundante que el hombre percibe se hace para ellos más variado, más rico. Depende, por tanto, de los órganos de un ser viviente, si lo que existe en el mundo externo, existe también para el mismo ser como percepción o sensación. Lo que existe en el aire como un determinado movimiento, resulta en lo interno del hombre una sensación de sonido. En cambio, el hombre no percibe la fuerza vital con sus sentidos ordinarios. Ve los colores de una planta, huele el perfume, pero la fuerza vital se substrae a este género de observación. Pero como el ciego de nacimiento no tiene derecho a negar la existencia de los colores, igualmente los sentidos ordinarios no tienen derecho a negar la existencia de la fuerza vital. Los colores existirán para el ciego de nacimiento apenas el cirujano le abra los ojos. Así también para la percepción del hombre, cuando se hayan desarrollado en él los órganos correspondientes, existirán las numerosas especies de plantas y de animales creados por medio de la fuerza vital, y no sólo los individuos. Con el desarrollo de este órgano se abre al hombre todo un mundo nuevo, porque desde ese momento percibe no solamente los colores, etc., de cada ser viviente, sino que percibe la vida misma de estos seres vivientes. En cada planta, en cada animal percibe, además de la forma física, también la forma espiritual, llena de vida. Para designarla con un término, llamaremos a esta forma espiritual el cuerpo etérico o cuerpo vital.


El autor de este libro, mucho tiempo después de la redacción del mismo (ver la revista “Das Reich”, 4° libro del primer año), ha dado a lo que aquí se ha llamado cuerpo etérico o vital, el nombre de cuerpo de las fuerzas formativas. Se ha sentido inducido a darle este nombre, porque considera que nunca se podrá hacer lo suficiente para prevenir el malentendido, que el cuerpo etérico del cual se pretende hablar aquí pueda ser confundido con la fuerza vital de la antigua ciencia material. Cuando se tratara de rechazar esta antigua idea de una fuerza vital por la ciencia natural moderna, el autor se atiene, en un sentido determinado, al punto de vista del opositor de una fuerza semejante. Porque con esto se quería explicar el modo especial de obrar de las fuerzas inorgánicas en el organismo. Pero lo que en el organismo obra inorgánicamente no ejercita en aquél acción distinta de aquella que manifiesta en el campo del mundo inorgánico. Las leyes de la naturaleza inorgánica son las mismas, tanto en el organismo como en el cristal, etc.; pero en el organismo existe algo que no es inorgánico: esto es la vida formativa. Como base de esto, está el cuerpo etérico o cuerpo de fuerzas formativas. Con la adopción de éste, la legítima tarea de los estudios naturales no sería estorbada en sus investigaciones en el mundo de los organismos por lo que se observa en la naturaleza inorgánica referente a acciones de fuerza y podría rechazar la idea, de que tal acción pueda ser modificada en el organismo por una especial fuerza vital. El investigador espiritual habla del cuerpo etérico, en cuanto se manifiesta alguna cosa de más en el organismo de lo que se manifiesta en la materia inanimada. A pesar de toda esto, el autor de este libro no se siente dispuesto a sustituir el nombre de cuerpo etérico por el de cuerpo de fuerzas formativas, pues todo el contexto de este libro excluye la posibilidad de un malentendido para cualquiera que tenga deseo de ver. Este malentendido podría producirse sólo cuando aquel nombre se adoptase en algún trabajo que no tenga semejante contexto. (Compárese esto también con lo que se dice al final en “Observaciones aisladas y notas a agregarse”).


Para el investigador de la vida espiritual, estas cosas su presentan del modo siguiente: para él, el cuerpo etérico no es meramente el resultado de las materias y de las fuerzas del cuerpo físico, sino que es una entidad autónoma, real, por cuya acción las mencionadas materias y fuerzas físicas están dotadas de vida. En el sentido de la Ciencia Espiritual, se puede decir de un cuerpo puramente físico, de un cristal, por ejemplo, que tiene su forma, a causa de las fuerzas físicas formativas que están en él. Pero un cuerpo viviente no tiene la forma que le es propia por virtud de estas fuerzas puramente físicas, porque en el momento en que la vida se retira de él y lo abandona a las solas fuerzas físicas, se disgrega. El cuerpo vital es una entidad mediante la cual, en todos los instantes de la vida se preserva el cuerpo físico de la disgregación. Para ver el cuerpo etérico, para percibirlo en otro ser, es indispensable haber despertado el órgano de la visión espiritual. Sin este órgano, se podrá admitir, por razones de lógica, la existencia del cuerpo etérico, pero se le puede ver con el ojo espiritual, precisamente como se ven los colores con el ojo físico. La denominación de cuerpo etérico no debería ser chocante para nadie, pues el éter que aquí se menciona es una cosa diferente del éter hipotético de la ciencia física. Debe aceptarse esta denominación simplemente como un medio adecuado para designar lo que se ha descrito. Como la estructura del cuerpo físico refleja su destino, así también el cuerpo etérico; igualmente éste puede ser comprendido considerándolo en relación con el espíritu pensante. El cuerpo etérico del hombre difiere del de los animales y del de las plantas, por su estructura ordenada según el espíritu pensante. Ahora bien, como el hombre pertenece por su cuerpo físico al mundo mineral, por su cuerpo etérico pertenece al “mundo vital”. Después de la muerte, el cuerpo físico se disuelve en el mundo mineral y el cuerpo etérico en el mundo vital. Se indica como cuerpo lo que da figura, forma de cualquier género a un ser. El término cuerpo no se debe confundir con lo que se entiende por forma corporal material. El término cuerpo en el sentido que se le atribuye en este libro, puede ser adoptado también por lo que toma forma anímica y espiritual.

El cuerpo etérico es una cosa exterior del hombre. Apenas se manifiestan en el hombre las sensaciones, la interioridad responde a los estímulos del mundo externo; pero en este mundo externo no se conseguirá encontrar la sensación, por más minuciosas que sean las investigaciones que se realicen. Los rayos luminosos penetran en el ojo y, dentro de éste, llegan a la retina. Ahí provocan (en el llamado pigmento visual) procesos químicos y el efecto de este estímulo se propaga, a través del nervio óptico, hasta el cerebro, donde se verifican otros procesos físicos. Si pudiéramos observarlos veríamos, simplemente, procesos físicos, lo mismo que se observan en el mundo externo. Si somos capaces de observar el cuerpo etérico, veremos que el proceso físico cerebral es, al mismo tiempo, el proceso vital. Pero la sensación del color azul, por ejemplo, percibido por aquel que ha recibido los rayos luminosos, no la hallaremos ciertamente por esta vía; la sensación nace únicamente en el alma de éste. Por consiguiente, si el ser de ese hombre estuviese constituido, únicamente, por el cuerpo físico y por el cuerpo etérico, las sensaciones no podrían ocurrir. La actividad por la cual se efectúa la sensación es esencialmente distinta de la acción de la fuerza vital formativa; a ésta se agrega una experiencia interior provocada por aquella actividad, mientras que sin ella se tendría un simple proceso vital, como se observa también en las plantas. Si nos imaginamos como el hombre recibe impresiones sensorias de todas partes, tendremos al mismo tiempo que representárnoslo como la fuente de la referida actividad que se dirige hacia todas las direcciones de las que él recibió aquellas impresiones; sus sensaciones responden en la dirección de cada impresión que recibe. Llamaremos a esta fuente de actividad alma sensible (Alma sensible: alma del sentimiento). Esta alma sensible es tan real cuanto lo es el cuerpo físico. Si un hombre estuviera delante de nosotros y, haciendo abstracción de su alma sensible, quisiéramos representárnoslo sólo como un cuerpo físico, sería lo mismo que si de un cuadro nos representáramos solamente la tela.

Con respecto a la percepción del alma sensible, debemos repetir lo que se ha dicho para el cuerpo etérico. Los ojos físicos son “ciegos” a su respecto y lo es también aquel órgano con el cual la vida puede ser percibida como vida. Pero como mediante aquel órgano el cuerpo etérico puede ser percibido, del mismo modo, mediante un órgano más elevado, el mundo interno de las sensaciones resulta un género especial de percepciones suprasensibles. El hombre, entonces, no sólo percibe las impresiones del mundo físico y del mundo etérico, sino que ve realmente las sensaciones. Ante un hombre dotado de tal órgano, el mundo de las sensaciones de otro ser se hace evidente como una realidad externa. Es necesario distinguir entre las experiencias del mundo propio de las sensaciones y la contemplación del mundo de sensaciones de otro ser. En el mundo propio de las sensaciones, cada hombre puede mirar naturalmente; pero el mundo de sensaciones de otro ser es visible únicamente para el clarividente que tenga abiertos los “ojos espirituales”. Si el hombre no es clarividente, conoce el mundo de las sensaciones solamente como un mundo interior, como experiencias ocultas de su propia alma; así que haya abierto el ojo espiritual, resplandece a su vista exterior espiritual lo que de otra manera vive solamente en la interioridad de los demás seres.

Para evitar malentendidos, debemos decir, explícitamente, que el clarividente no experimenta en sí mismo lo que otro ser tiene en sí como contenido de su mundo de sensaciones. Este ser experimenta las sensaciones desde el punto de vista de su interioridad; en cambio, el clarividente percibe una revelación, una manifestación del mundo de las sensaciones.

El alma sensible depende, con respecto a su actividad, del cuerpo etérico, porque extrae de éste lo que debe hacer resplandecer como sensaciones, y como el cuerpo etérico es la vida en el cuerpo físico, indirectamente el alma sensible depende también de este último. Las sensaciones de distintos colores, se hacen posibles sólo mediante ojos sanos y perfectos. De esta manera, la corporeidad ejerce una acción sobre el alma sensible. Esta, se halla por lo tanto, determinada y limitada en su actividad por el cuerpo; vive dentro de los límites que le traza la corporeidad. El cuerpo es construido con substancias minerales y es vivificado por el cuerpo etérico, limitando, a su vez, al alma sensible. Luego, quien posee el órgano antes mencionado para ver al alma sensible, reconoce que ésta está limitada por el cuerpo. Sin embargo, los límites de la misma no coinciden perfectamente con los del cuerpo físico; el alma sensible sobresale algo los de este último. Esto hace evidente que tiene más poder que el cuerpo físico. No obstante, aquella fuerza que le pone límites, emana del cuerpo físico. De manera que entre el cuerpo físico y el cuerpo etérico, por una parte, y el alma sensible, por otra, se halla todavía otro elemento especial de la entidad humana: es el cuerpo anímico o cuerpo sensible. Se podría decir también, que una parte del cuerpo etérico es más sutil que la otra, y que forma con el alma sensible una unidad, mientras la parte más densa forma una especie de unidad con el cuerpo físico. Pero como se ha dicho, el alma sensible se extiende más allá del cuerpo anímico.

Lo que más arriba hemos llamado sensación, es sólo una parte del ser anímico. (Ha sido escogido el término alma sensible, por razones de simplicidad). Con las sensaciones están relacionados los sentimientos de placer y de disgusto, los impulsos, los instintos, las pasiones. Todo lo que tiene el mismo carácter de vida del propio ser como las sensaciones, y como éstas, depende del cuerpo físico.

El alma sensible tiene reciprocidad de acción no sólo con el cuerpo, sino también con el pensamiento, con el espíritu. Ante todo se sirve del pensamiento. El hombre se forma pensamientos sobre sus sensaciones, y de este modo se instruye respecto del mundo externo. El niño que se ha quemado reflexiona sobre el hecho y concluye con el pensamiento “el fuego quema”. Así también el hombre no sigue ciegamente sus impulsos, instintos y pasiones; las reflexiones le procuran la ocasión de satisfacerlos. Todo lo que llamamos cultura material sigue completamente esta dirección; esta cultura consiste en los servicios que el pensamiento presta al alma sensible. Inmersa en las fuerzas de pensamientos dirigidas a este objeto, ha sido la fuerza del pensamiento que ha construido buques, ferrocarriles, teléfonos, telégrafos, etc. La mayor parte de todo esto sirve para satisfacer las necesidades y deseos creados por el alma sensible. La fuerza pensativa compenetra al alma sensible de manera parecida a como la fuerza vital formativa compenetra al cuerpo físico. La fuerza vital normativa relaciona el cuerpo físico con los antepasados y descendientes, y lo coloca de este modo en un complejo de leyes que no conciernen a la simple mineralidad. Así también la fuerza del pensamiento coloca al alma dentro de un orden de leyes a las cuales ella, como simple alma sensible, no pertenece. Mediante el alma sensible, el hombre es afín a los animales. También en ellos observamos la presencia de sensaciones, impulsos, instintos, pasiones. Pero los animales siguen sus impulsos inmediatamente, no los entretejen con pensamientos independientes que trascienden la experiencia inmediata. Esto se verifica también, hasta un cierto grado, en los hombres menos evolucionados. La simple alma sensible es por esto, diferente del evolucionado elemento anímico superior que pone a su servicio al pensamiento. Llamaremos alma racional (Alma racional o alma razonadora) a esta alma servida por el pensamiento. La podríamos llamar también ánimo.

El alma racional interpenetra al alma sensible; quien posee el órgano para ver el alma, ve al alma racional como una entidad independiente con respecto a la simple alma sensible.



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Mediante el pensamiento, el hombre se eleva por encima de su vida interior, adquiriendo algo que se extiende más allá de su alma. Es para él una natural convicción que las leyes del pensamiento están de acuerdo con la ordenación del Universo; de consiguiente, se considera perteneciente al Universo, porque existe tal acuerdo. Este acuerdo es uno de los hechos importantes por los que el hombre aprende a conocer su propio ser. El busca la verdad en su alma, y a través de esta verdad se expresa no sólo el alma, sino que se expresan las cosas del mundo. Lo que se reconoce como verdad por el pensamiento, tiene su valor independiente que se refiere a las cosas del mundo y no sólo a la propia alma. Con la admiración que experimentamos en la contemplación del cielo estrellado, por ejemplo, vivimos en nosotros mismos, pero los pensamientos que formamos con respecto a la órbita de cada cuerpo celeste, tienen la misma importancia para el pensamiento de los demás como para nosotros. Sería absurdo hablar de nuestra admiración si nosotros no existiéramos, pero no es igualmente absurdo hablar de nuestros pensamientos; aun sin referirlos a nosotros, porque la verdad que nosotros pensamos hoy era verdad también ayer, y lo será igualmente mañana, aun cuando sólo nos preocupe hoy. Si un determinado conocimiento nos causa placer, este placer tiene importancia sólo mientras viva en nosotros: pero la verdad del conocimiento tiene importancia independientemente de aquel placer.

Al concebir una verdad, el alma se adueña de algo que lleva en si su propio valor y este valor no desaparece, con el sentimiento del alma, como que no nació de él. Lo que realmente es una verdad no nace ni muere, tiene una existencia que no puede abolirse. El hecho de que ciertas “verdades” humanas tengan sólo un valor pasajero, porque más tarde se las reconoce como errores totales o parciales, no contradice cuanto ahora se ha dicho, porque el hombre debe reconocer que la verdad existe en sí misma, aunque sus pensamientos no sean más que manifestaciones fugaces de las verdades eternas. Aun aquel que, como Lessing, dice que se contenta con la eterna aspiración hacia la verdad, porque la verdad pura y completa no puede existir sino en Dios, no niega con esto el valor eterno de la verdad, antes bien, lo confirma, porque sólo aquello que tiene un valor eterno en sí puede suscitar aspiraciones eternas. Si la verdad no fuese en sí independiente, si ella adquiriese su valor y su importancia por intermedio del sentimiento del alma humana, entonces la meta que ella representa, no podría ser la misma para todos los hombres. Por el hecho de que aspiramos a ella, tenemos que reconocer la independencia de su ser.

Cuanto hemos dicho para la Verdad, vale también para lo que es verdaderamente bueno; lo moralmente bueno es independiente de tendencias y pasiones, por cuanto no se deja dominar por éstas, sino que las domina. Placer y disgusto, deseo y repulsión, pertenecen al alma personal del hombre, el deber es superior a lo que agrada o desagrada. El hombre puede asignarle un valor tan alto al deber, como para sacrificarle hasta la vida. El hombre es tanto más elevado cuanto más ha purificado sus afecciones, lo que le agrada o le desagrada, de manera que sin coerción o sujeción cumpla con el deber que él reconoce como su deber. Lo que es moralmente bueno tiene, como la verdad, su valor eterno en sí, no lo recibe del alma sensible.

El hombre, dando vida en su interioridad a lo Verdadero y a lo Bueno, existentes por sí mismos, se eleva por encima de la simple alma sensible. El. Espíritu Eterno resplandece en esta alma y le enciende una luz imperecedera. El alma, en cuanto vive en esta luz, participa de la Eternidad y une a ésta su propia existencia. Lo que el alma contiene en sí de lo Bueno y de lo Verdadero es su parte inmortal. Lo que de eterno resplandece en el alma será llamado alma consciente (Alma-conciencia)Se puede hablar también de conciencia refiriéndose a las manifestaciones inferiores del alma. También las sensaciones más comunes son objeto de la conciencia. Y en este sentido, también a los animales se les puede atribuir conciencia. Aquí, con la denominación alma consciente, nos referimos al núcleo de la conciencia humana, el alma dentro del alma. El alma consciente, por lo tanto, es considerada aquí como un elemento especial del alma, que se distingue del alma racional. Esta última está todavía enredada en las sensaciones, en los instintos, en las emociones, etc. Cada hombre sabe como le parecen verdaderas en primer término aquellas cosas que él prefiere por sus sentimientos, etc. Pero la verdad duradera es aquella que se ha desvinculado de toda intromisión de la simpatía o de la antipatía de parte de los sentimientos, etc. La verdad es siempre la misma, aun cuando todos los sentimientos personales se rebelen, y aquella parte del alma en la cual vive esta verdad, es la que llamamos alma consciente.

Por tanto, se deben distinguir en el alma, como ya se hizo con el cuerpo, tres partes: alma sensible, alma racional alma consciente. Y como desde lo inferior la corporeidad ejercita una influencia limitadora sobre el alma, así el espíritu, desde lo alto, ejerce una acción expansiva, porque cuanto más contiene el alma de lo Verdadero y de lo Bueno, tanto más todo lo que hay de eterno se extiende y se expande en ella. Para aquel que es capaz de ver el alma, el esplendor que emana del hombre por la expansión de lo que tiene de eterno, es igualmente real, como lo es para el ojo físico la luz que se irradia de una llama. Para el clarividente, el hombre corpóreo es sólo una parte de todo el hombre. El cuerpo físico, como forma más grosera, está en medio de otras formas, que lo compenetran y recíprocamente se interpenetran. El cuerpo etérico, como forma vital, colma el cuerpo físico. Extendido en toda dirección, más allá del cuerpo etérico, se ve el cuerpo anímico (forma astral); y éste es sobrepasado en extensión por el alma sensible, después por el alma racional, la que se acrece a medida que acoge en sí la mayor suma de lo Bueno y de lo Verdadero. Porque lo Verdadero y lo Bueno efectúan la expansión del alma racional. El hombre que viviese únicamente según sus inclinaciones, lo que le agrada y lo que le desagrada, tendría un alma racional cuyos límites coincidirían con los de su alma sensible. El conjunto de aquellas formaciones, en medio de las cuales aparece el cuerpo físico como envuelto en una nube, se llama Aura Humana. Es por medio de ésta que la entidad del hombre se enriquece cuando se la considera del modo que este libro trata de describir.



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En el curso de la evolución infantil, se presenta un momento en la vida, en que, por vez primera el hombre, frente al resto del mundo, se siente un ser independiente. Para los individuos muy sensibles tal momento es una experiencia importante. El poeta Jean Paul refiere en su autobiografía: “No olvidaré jamás el acontecimiento interno, no referido hasta ahora a nadie, que fue el momento en que asistí al nacimiento de mi auto conciencia; y puedo todavía indicar el lugar y el tiempo. Fue en los primeros años de mi infancia. Una mañana estaba yo en el portal de mi casa, mirando hacia la izquierda, donde se apilaba la leña, cuando en un instante la visión interna yo soy un yo, descendió sobre mí como un rayo y me quedó imborrablemente impresa. En aquel instante, mi yo se había visto a sí mismo por primera vez y para siempre. No es posible creer en un engaño de mi memoria, desde que ningún relato de otras personas pudo mezclarse a un acontecimiento en el Sanctissimum más íntimo del hombre y del cual la novedad solamente podía hacer que las minucias de las circunstancias me quedasen en la memoria”. Es un hecho conocido que los niños, hablando de sí mismos, dicen: “Carlos es bueno”, “María quiere esto o aquello”; se encuentra natural que hablen así, como si se tratase de otros, porque no son conscientes todavía de su ser independiente, porque la conciencia del sí mismo no ha nacido aún en ellos. Mediante la autoconciencia, el hombre se designa a sí mismo como un ser independiente, separado de todo lo demás, como un yo. En el yo, el hombre comprende todo lo que experimenta como entidad física y, anímica.

Cuerpo y alma son los vehículos del yo, éste actúa en ellos. El alma tiene su centro en el yo, como el cuerpo lo tiene en el cerebro. Las sensaciones surgen en el hombre por los estímulos del mundo exterior; los sentimientos también se manifiestan como efectos del mundo externo, y la voluntad igualmente, desde que ella se realiza en acciones exteriores. En cambio, el yo, como verdadera esencia del hombre, permanece completamente invisible. Jean Paul tiene razón cuando llama al reconocimiento de su “yo”, un acontecimiento que tiene lugar “en el Santuario más íntimo del hombre”, porque éste está completamente solo con su yo. Este yo es el hombre mismo. Esto le da derecho a considerar a este yo, como su verdadero ser; por esto puede indicar su cuerpo y su alma como los involucros en que él vive, como las condiciones corpóreas por medio de las cuales actúa. En el curso de su evolución, aprende a emplear estos instrumentos cada vez más al servicio de su yo. La palabra yo, es un nombre que se distingue de todos los otros nombres. Quien reflexione de manera apropiada sobre la naturaleza de este nombre, gana al mismo tiempo el acceso al conocimiento de la entidad humana en el sentido más profundo. Cualquier otro nombre puede ser empleado por todos de la misma manera, respecto al objeto al que corresponde ese nombre. Cualquiera puede llamar mesa a una mesa o silla a una silla. Pero para el nombre yo no es así. Ninguno puede emplearlo para designar a otra persona; cada cual sólo puede dar este nombre al referirse a si mismo. El nombre yo, si se debe referir a mí, no puede jamás llegar a mi oído desde afuera; sólo desde lo interno, sólo de sí mismo el alma puede designarse como yo. Por lo tanto, cuando el hombre dice yo, a sí mismo, comienza a hablar de él algo que no tiene nada que ver con ninguno de los mundos de los cuales son extraídas las “envolturas” más arriba descritas. El yo se hace cada vez más dueño del cuerpo y del alma. También este hecho halla su expresión en el Aura humana.

Cuanto más dominio tiene el yo sobre el cuerpo y el alma, más variada, más diferenciada y más rica en colores es el aura. Esta influencia del yo sobre el aura, es visible al “clarividente”; no obstante, el mismo “yo es invisible aun para él, permaneciendo realmente oculto en el Sanctissimum del hombre”. Pero el yo absorbe los rayos de aquella luz que se enciende como luz eterna en el hombre. Como éste recoge las experiencias del cuerpo y del alma en el yo, así también deja afluir todos los pensamientos de verdad y de bondad en el yo. Las percepciones de los sentidos se manifiestan al yo por un lado, y por el otro, se muestra el espíritu. Cuerpo y alma están dedicados al yo para servirlo; pero éste se entrega al Espíritu para que lo compenetre. El yo vive en el cuerpo y en el alma, pero el espíritu vive en el yo; y lo que del espíritu existe en el yo es eterno, porque el yo adquiere esencia y valor de aquello con que está en conexión. En cuanto vive en el cuerpo físico, está sujeto a las leyes del mundo mineral; mediante el cuerpo etérico, está sujeto a las de reproducción y crecimiento; en virtud del alma sensible y del alma racional está sometido a las leyes del mundo anímico, y en cuanto acoge en si a lo espiritual, queda sometido a las leyes del espíritu. Lo que es formado por las leyes minerales y por las leyes de la vida, nace y muere, pero el espíritu nada tiene que ver con principio y fin.

El yo vive en el alma. Si las manifestaciones más elevadas del yo pertenecen al alma consciente, es necesario decir también que este yo, irradiando en ella, vive en toda el alma y, a través de ésta, manifiesta su acción sobre el cuerpo. En el yo vive el espíritu. Irradia sobre el yo y habita en él como en su involucro, precisamente como el yo vive en el cuerpo y en el alma como en sus involucros. El espíritu forja al yo desde lo interno hacia lo externo, mientras el mundo mineral lo forja desde afuera hacia lo interno. El espíritu que forma un yo y vive como yo, será llamado Yo Espiritual, porque se manifiesta como yo sí mismo del hombre. La diferencia entre el Yo Espiritual y el alma consciente puede ser definida de la manera siguiente: el alma consciente está en contacto con la verdad existente por sí misma, e independientemente de toda simpatía o antipatía; el Yo Espiritual lleva consigo esta misma verdad, pero acogida y guardada por el yo que la ha individualizado y acogido en el ser independiente del hombre. Por el hecho de que la Verdad eterna sea así individualizada y se reúna con el yo en una entidad, el mismo yo adquiere la eternidad.

El Yo Espiritual es una manifestación del mundo espiritual en el yo, como por otra parte la percepción de los sentidos, es una manifestación del mundo físico en el yo. En aquello que es rojo, verde, claro, oscuro, duro, blando, cálido, frío, se manifiesta a nosotros el mundo físico; en lo que es Bueno y Verdadero se manifiesta el mundo espiritual. En el mismo sentido como las manifestaciones del mundo físico se llaman sensaciones, así, la manifestación de lo espiritual será llamada intuición. Hasta el más simple pensamiento contiene intuición, puesto que no se le puede tocar con la mano ni ver con los ojos; se recibe del espíritu por intermedio del yo. Si un hombre muy evolucionado y otro menos evolucionado contemplan una plantad lo que vive en el yo del primero es ciertamente diferente de lo que vive en el yo del segundo, y sin embargo, las sensaciones de ambos han sido despertadas por el mismo objeto. La diferencia reside en esto: que el primero es capaz de formar pensamientos en torno de aquel objeto, mucho más perfectos que el segundo. Si los objetos se manifestaran sólo por medio de las sensaciones, no podría haber progreso en la evolución espiritual. La Naturaleza es sentida también por el salvaje, pero las leyes de la misma, se revelan sólo al pensamiento fecundado por la intuición en el hombre, que en su evolución ha llegado a un grado más alto. Los estímulos del mundo exterior son sentidos también por el niño como estímulos de la voluntad, pero los imperativos de lo moralmente bueno sólo se le revelan más tarde, en el transcurso de su desarrollo, cuando aprende a vivir en el espíritu y a comprender sus revelaciones.

Como sin los ojos no habría sensación de los colores, así tampoco puede haber intuición sin los pensamientos elevados de el Yo Espiritual. Como la sensación no crea a la planta en la cual aparece el color, así la intuición no crea lo espiritual, de lo cual sólo da noticias.

Mediante la intuición, el yo humano que vive en el alma, atrae los mensajes de lo alto, del Mundo Espiritual, como mediante las sensaciones recibe los mensajes del mundo físico; obrando de esta manera, introduce el Mundo Espiritual en la vida personal del alma, como por medio de los sentidos introduce el mundo físico. El alma, es decir, el yo que resplandece en ella, abre sus puertas por dos lados: por una parte, hacia el mundo físico y, por la otra, hacia lo espiritual.

Ahora bien, como el mundo físico sólo puede transmitir noticias de sí mismo al yo, sólo porque con materias y fuerzas físicas construye un cuerpo en el que vive el alma consciente y poseer los órganos apropiados para percibir las cosas físicas externas, así también el Mundo Espiritual, con las materias propias y fuerzas espirituales construye un cuerpo espiritual, en el cual el yo vive y percibe las cosas espirituales por medio de las intuiciones. (Es evidente que las expresiones substancia espiritual, cuerpo espiritual, tomadas literalmente, contienen una contradicción, pero las empleamos aquí para relacionar el pensamiento a lo que corresponde desde el punto de vista espiritual al cuerpo físico del hombre).

De la misma manera como en el mundo físico, cada cuerpo humano es construido como una entidad independiente, así también, se forma el cuerpo espiritual en el Mundo Espiritual. En este mundo existe para el hombre un “fuera” y un “dentro”, lo mismo que en el mundo físico, y como el hombre recoge del ambiente físico las materias y las elabora dentro del cuerpo físico, así también acoge del mundo externo espiritual, la espiritualidad y se la apropia. Lo espiritual es el alimento eterno del hombre. Como éste nace del mundo físico, así nace también del espíritu por virtud de las leyes eternas de lo Verdadero y de lo Bueno. Está separado del Mundo Espiritual que lo circunda, como está separado, como un ser independiente, de la totalidad del mundo físico. A este ser espiritual independiente, lo llamaremos Hombre-Espíritu.

Si examinamos el cuerpo físico del hombre, encontramos las mismas materias y fuerzas que se hallan fuera de él, en el resto del inundo físico. Así también en el Hombre-Espíritu; dentro de él palpitan los elementos del Mundo Espiritual exterior. En él son activas las fuerzas del Mundo Espiritual. Como un ser viviente y sensible está encerrado en una piel física, igualmente ocurre en el Mundo Espiritual. La “piel espiritual” que separa al Hombre-Espíritu del mundo de la unidad espiritual, lo hace en este Mundo Espiritual un ser espiritual independiente, que vive en sí mismo y que percibe intuitivamente el contenido espiritual del mundo. Esta “piel espiritual” será llamada Involucro Espiritual (Involucro Aurico).

Es indispensable tener presente que esta “piel espiritual” se va extendiendo continuamente con el progreso de la evolución humana, de manera que individualidad espiritual de un hombre (su Involucro Aurico) es susceptible de crecimiento ilimitado.

El Hombre-Espíritu vive dentro de este involucro espiritual construido por la fuerza vital espiritual, lo mismo que el cuerpo físico es construido por la fuerza vital física. En la misma forma como se habla de un cuerpo etérico, se debe hablar también de un espíritu etérico con respecto al Hombre-Espíritu. Este espíritu etérico será llamado Espíritu Vital. La entidad espiritual del hombre se divide, por tanto, en tres partes: Hombre Espíritu, Espíritu Vital y Seidad Espiritual.

Para el clarividente, en el mundo espiritual, esta entidad espiritual del hombre, es una realidad perceptible, como parte superior verdaderamente espiritual del Aura. Ve dentro del involucro espiritual, al hombre espiritual como Espíritu Vital, y ve, también, como este Espíritu Vital va creciendo continuamente, mediante la absorción de alimento espiritual del mundo espiritual exterior. Además, percibe cómo, después de esa absorción, el involucro espiritual se va ensanchando y, cómo el hombre espiritual resulta cada vez más grande. Considerado desde el punto de vista del “espacio”, este “engrandecimiento” es naturalmente, sólo una imagen de la realidad. A pesar de esto, en la representación de esta imagen, el alma humana es dirigida hacia la correspondiente Realidad Espiritual. La diferencia entre la entidad espiritual del hombre y la entidad física, consiste, precisamente, en que esta última tiene una extensión limitada, mientras que la primera, puede crecer infinitamente; porque lo que absorbe de alimento espiritual tiene un valor eterno. El aura humana aparece, entonces, compuesta de dos partes que se interpenetran, de las cuales una está formada y coloreada por la vida física del hombre, y, la otra, por su existencia espiritual. El yo señala la separación entre las dos, de tal modo, que lo físico sacrifica sus propiedades para construir un cuerpo capaz de albergar un alma, mientras que, de un modo similar, el yo se dispone a que el espíritu se desenvuelva dentro de sí, el que a su vez compenetra al alma y le da la meta en el Mundo Espiritual. Mediante el cuerpo, el alma está contenida en el mundo físico, en tanto que, por medio del hombre espiritual, le crecen alas para remontarse en el Mundo Espiritual.



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Si queremos comprender al hombre integral, lo debemos considerar como constituido por todas las partes que hemos mencionado. El cuerpo está constituido por materias del mundo físico, de una manera adecuada al yo pensante. Está compenetrado de fuerza vital por lo que viene a ser cuerpo etérico o cuerpo vital. Este, como tal, se abre al mundo exterior por medio de los sentidos y viene a ser cuerpo anímico; a éste lo compenetra el alma sensible, y forma con él una unidad. El alma sensible no recibo sólo las impresiones del mundo externo en forma de sensación, sino que tiene vida propia que fecunda por una parte, por medio del pensamiento, y por otra, por medio de las sensaciones. Resultando así el alma racional, lo que le es posible porque se entreabre a lo alto a las intuiciones como hacia lo inferior a las sensaciones. Actuando así es alma consciente. Esto le es posible porque el mundo espiritual crea en ella el órgano intuitivo, de modo análogo como el mundo físico le forma los órganos de los sentidos. Como éstos transmiten las percepciones mediante el cuerpo anímico, así el espíritu le transmite las intuiciones a través del órgano de la intuición. En consecuencia, el hombre espiritual queda vinculado con el alma consciente, formando con ella una unidad, así como el cuerpo físico y el alma sensible están unidos en el cuerpo anímico. El alma consciente y el Yo Espiritual forman una unidad; en esta unidad el hombre espiritual vive como Espíritu Vital, así como el cuerpo etérico forma la base corpórea vital para el cuerpo anímico. Y como el hombre físico está encerrado en la piel física, así el Hombre-Espíritu en el involucro espiritual. La constitución del hombre completo puede ser representada entonces como sigue:


  1. Cuerpo físico;

  2. Cuerpo etérico o de vida;

  3. Cuerpo anímico;

  4. Alma sensible;

  5. Alma racional;

  6. Alma consciente;

  7. Yo Espiritual;

  8. Espíritu de Vida;

  9. Hombre-Espíritu.


El cuerpo anímico c) y el alma sensible d) son una unidad en el hombre terrestre, como también el alma consciente f) y el Yo Espiritual g). Resultando entonces siete partes en el hombre terrestre:


  1. El cuerpo físico;

  2. El cuerpo etérico o vital;

  3. El cuerpo anímico sensible;

  4. El alma racional;

  5. El alma consciente, llena de espíritu; 6) El Espíritu de Vida; 7) El Hombre-Espíritu.


En el alma resplandece el yo, que recibe su contenido del espíritu, resultando así el vehículo del hombre espiritual. Por este hecho el hombre tiene parte en los “tres mundos” (el mundo físico, el mundo anímico y el Mundo Espiritual). Por medio del cuerpo físico, del etérico y del anímico, está enraizado en el mundo físico y mediante el Yo Espiritual, el Espíritu Vital y el Hombre-Espíritu se eleva floreciendo en el Mundo Espiritual. Pero el tronco que tiene las raíces en una parte y florece en otras, es el alma misma.

Se puede, conservando la armonía con la constitución del hombre, citada más arriba, representarla también en forma más simple. Si bien el yo humano resplandece en el alma consciente, compenetra, sin embargo, todo el ser anímico. Las partes de este ser anímico no están nítidamente separadas como las partes corpóreas: se interpenetran en un sentido más elevado. Si se considera el alma racional y el alma consciente como los involucros pertenecientes al yo y a éste como núcleo de las mismas, entonces, se puede dividir al hombre en cuerpo físico, cuerpo vital, cuerpo astral y yo. La expresión cuerpo astral sirve aquí para indicar el conjunto de cuerpo anímico y del alma sensible. Esta expresión se encuentra en la literatura antigua y la empleamos aquí libremente, para expresar lo que reside en la entidad humana, más allá de la perceptibilidad sensoria. Si bien el alma sensible es, en cierto modo, impulsada también por el yo, no obstante, está tan estrechamente conexa al cuerpo anímico que, para ambas consideradas en conjunto, está justificado el empleo de una expresión única. Ahora bien, cuando el yo está interpenetrado por el Yo Espiritual, entonces este Yo Espiritual se presenta de manera que el cuerpo astral es transformado por lo que emana del elemento anímico. Influencian al cuerpo astral antes de aquella interpenetración los deseos, las pasiones del hombre en cuanto son sentidas y actúan en él las percepciones sensorias. Las percepciones sensorias se producen por medio del cuerpo anímico, que representa un vehículo en el hombre que le es construido por el mundo exterior. Los instintos, los deseos y las pasiones, etc., nacen en el alma sensible en cuanto ésta es impulsada por fuerzas de la interioridad, antes qué esta interioridad se abandone al Yo Espiritual. Si el yo se interpenetra del Yo Espiritual, entonces el alma a su vez, invade el cuerpo astral con este Yo Espiritual. Y esto se verifica de manera que los instintos, los deseos y las pasiones son iluminadas por aquello que el yo ha recibido del espíritu. El yo, en virtud de su participación en el Mundo Espiritual, ha llegado entonces a dominar en el mundo de los instintos, de los deseos, etc. Cuanto más lo realiza, tanto más el Yo Espiritual se hace evidente en el cuerpo astral, el que, a su vez, viene a resultar transformado.

El cuerpo astral aparece entonces, él mismo, como una entidad en dos partes: una transformada, y, otra, no transformada. Por esto, el Yo espiritual, en su manifestación en el hombre, puede ser indicada como cuerpo astral transformado. Un proceso similar se verifica en el hombre cuando acoge en su yo al Espíritu Vital. Se transforma entonces el cuerpo vital, que es compenetrado por el Espíritu Vital. Este se manifiesta de manera que el cuerpo vital viene a ser diferente de lo que era antes. Se puede decir, entonces, que el Espíritu Vital es el cuerpo vital transformado. Y si el yo acoge en sí al Hombre-Espíritu, recibe entonces la poderosa fuerza para compenetrar el cuerpo físico. Es natural que lo que del cuerpo físico es así transformado no se pueda percibir con los sentidos físicos. Del cuerpo físico ha resultado Hombre-Espíritu precisamente la parte que se ha espiritualizado. Existe entonces, físicamente, para la percepción de los sentidos, y en cuanto lo físico se ha espiritualizado es percibida por la facultad cognoscitiva espiritual. A los sentidos exteriores, aun aquella parte física que es interpretada por la espiritualidad, se evidencia sólo físicamente. Basándose en todo esto se puede representar la constitución del hombre, también de esta manera:

    1. Cuerpo físico;

    2. Cuerpo vital;

    3. Cuerpo astral;

    4. Yo, como núcleo anímico;

    5. Yo   Espiritual, como cuerpo astral transformado;

    6. Espíritu Vital, como cuerpo vital transformado;

    7. Hombre-Espíritu, como cuerpo físico transformado.

Traducido por J.Luelmo feb.2015

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El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919