GA009 Teosofía el mundo físico y su relación con el mundo anímico y espiritual

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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V. EL MUNDO FÍSICO Y SU RELACIÓN CON EL MUNDO ANÍMICO Y ESPIRITUAL


Las cosas y los seres del mundo anímico y del mundo espiritual, no pueden ser percibidas por los sentidos físicos ordinarios. Lo que forma el objeto de esta percepción sensible pertenece a un tercer mundo, que debe sumarse a los dos mundos ya descritos. Durante su existencia terrena, el hombre vive contemporáneamente en los tres mundos; percibe las cosas del mundo físico y actúa sobre ellas. Las cosas del mundo anímico actúan en él mediante sus fuerzas de simpatía y de antipatía; su alma provoca también en el mundo anímico vibraciones u ondas por medio de sus inclinaciones, sus repulsiones, sus deseos y sus pasiones. Pero la esencia espiritual de las cosas se refleja en el mundo de los pensamientos del hombre, y él mismo, como ser espiritual pensante, es habitante del mundo espiritual y compañero de todo lo que vive en esta región del Universo. Es evidente, entonces, que el mundo de los sentidos es solamente una parte de todo cuanto circunda al hombre; esta parte emerge del ambiente circundante general, con una cierta apariencia de autonomía, porque los sentidos la pueden percibir, mientras a los mismos sentidos se les escapa la parte anímica y espiritual, aunque éstas también pertenezcan a este mundo. Como un trozo de hielo flotante en el agua, es también materia igual a la del líquido que lo rodea difiriendo únicamente por ciertas propiedades particulares, así los objetos de los sentidos son materia semejante a la de los mundos circundantes, anímico y espiritual, y se distinguen solamente por ciertas cualidades que los hacen perceptibles a los sentidos físicos. Son, hablando en parte figuradamente, objetos anímicos y espirituales condensados; y es, precisamente, por efecto de esta condensación que los sentidos los pueden conocer. Y como el hielo es una de las formas en que el agua existe, así todos los objetos de los sentidos son solamente una forma en la que existen las cosas anímicas y espirituales. Una vez bien comprendido esto, es también fácil comprender cómo, análogamente a la transformación del agua en hielo, el mundo espiritual puede pasar al anímico y éste al físico.

Este punto de vista explica también por qué el hombre es capaz de formarse pensamientos sobre las cosas físicas. Hay una pregunta que debería presentarse a todo el que piensa. ¿Qué relación existe entre el pensamiento que el hombre se forma de una piedra, por ejemplo, y la piedra misma?. Esta pregunta se presenta con particular claridad ante el espíritu de los que penetran profundamente en la naturaleza exterior de las cosas; sienten la armonía entre el mundo del pensamiento humano y la estructura y el orden de la naturaleza. El astrónomo Kepler habla de esta armonía de la manera siguiente: “Es verdad que la incitación de lo divino a los hombres para que estudien astronomía está escrito en el mundo, no con palabras, sino con los hechos mismos, ya que existe correspondencia de los conceptos y de los sentidos humanos con el concatenamiento de los cuerpos y de los estados celestes”.

Solamente porque las cosas del mundo de los sentidos no son más que entidades espirituales condensadas, el hombre — que mediante su pensamiento se eleva hasta estas entidades espirituales — puede comprender las cosas con su pensamiento. Las cosas sensibles derivan del mundo espiritual, son solamente otra forma de las entidades espirituales; y cuando el hombre se forma un pensamiento sobre las cosas, su interioridad se vuelve de la forma física al arquetipo espiritual de las mismas cosas. El comprender una determinada cosa mediante el pensamiento, es un proceso que podemos comparar a aquel mediante el cual un cuerpo sólido es antes licuado en el fuego, para que el químico pueda después estudiarlo en su forma líquida. En las diversas regiones del mundo espiritual se encuentran los arquetipos espirituales del mundo sensible. En la quinta, sexta y séptima regiones, los arquetipos se presentan todavía como puntos germinativos vivientes; en las cuatro regiones inferiores se forjan en formas espirituales. Son estas formas espirituales que el hombre percibe como en un pálido reflejo, cuando mediante el pensamiento quiere llegar a la comprensión de las cosas sensibles: quien aspira a comprender espiritualmente el mundo que lo circunda, se preguntará cómo aquellas formas espirituales se han condensado para construir el mundo sensible. El ambiente que es accesible a la observación humana, se diferencia en cuatro grados bien distintos entre sí: el mineral, el vegetal, el animal y el humano. El reino mineral es percibido mediante los sentidos y comprendido mediante el pensamiento. Cuando formamos un pensamiento referente a un cuerpo mineral cualquiera, tenemos ante nosotros dos cosas: el objeto sensible y el pensamiento. De conformidad con esto, es necesario representarnos que el objeto sensible es un ser-pensamiento condensado. Ahora bien, un ser mineral actúa sobre otro ser iliberal de manera externa; puede chocar y moverla, calentarlo, iluminarlo, disolverlo, etc.; este modo de actuar exteriormente puede expresarse mediante pensamientos; el hombre puede formarse pensamientos sobre el modo que, conforme a las leyes, los cuerpos minerales actúan externamente unos sobre otros. De cite modo, sus propios pensamientos se amplían hasta formar una imagen mental del conjunto del mundo mineral y esta imagen mental es un reflejo de la imagen primordial de todo el mundo sensible mineral. Se encuentra en su conjunto en el mundo espiritual.

En el reino vegetal, a la influencia externa de un objeto sobre otro, se agregan los fenómenos del crecimiento y el de la reproducción. La planta crece y produce nuevo; seres semejantes a ella. A lo que se presenta al hombre en el reino mineral, viene a agregarse aquí la vida.

La simple reflexión sobre este hecho nos resultará particularmente instructiva; la planta tiene en sí el poder de darse a sí misma su forma viviente y de reproducir esta forma en un ser semejante a ella. Y en el medio, entre el género de substancias minerales sin forma específica, como se nos muestra, por ejemplo, en los gases y en los líquidos, etc., y las formas vivientes del mundo vegetal, existen tas formas de los cristales. En los cristales tenemos el pasaje del mundo mineral amorfo a la facultad de producir formas vivientes en el reino vegetal. En este proceso exterior sensible de formación, tanto en el reino mineral como en el reino vegetal, se ve la condensación sensible de ese proceso, puramente espiritual, que tiene lugar cuando los gérmenes espirituales de las tres regiones superiores del mundo espiritual se transmutan en las formas espirituales de las regiones inferiores. Al proceso de cristalización, corresponde, en el mundo espiritual, como su arquetipo, el pasaje del germen espiritual amorío, a la figura dotada de forma. Si este pasaje llega a un grado de condensación que permite la percepción de los sentidos, entonces se muestra en el mundo físico como proceso mineral de cristalización. En la vida vegetal también, hay un germen espiritual dotado de forma, pero aquí el ser formado ha conservado la capacidad viviente de dar la forma, mientras que en el cristal, el germen espiritual, al adquirir la forma, ha perdido la facultad plasmadora; el cristal ha agotado su energía en la adquisición de su forma. La planta, en cambio, posee una forma y tiene, asimismo, la facultad plasmadora. La vida vegetal ha conservado esa capacidad de los gérmenes espirituales de las regiones superiores del mundo espiritual. La planta, por tanto, es forma, como el cristal, siendo también fuerza plasmadora. Además de la forma que los seres primordiales han asumido en la planta, es también activa en esta última forma la que lleva la impronta de los seres espirituales de las regiones superiores. Sin embargo, sólo es perceptible a los sentidos lo que la planta expresa en su forma definida; los seres plasmadores que dan a esta forma la vitalidad, existen en el reino vegetal de un modo que los sentidos físicos no los pueden percibir. El ojo físico ve a la planta pequeña de hoy y, después de algún tiempo, nota su crecimiento; pero la fuerza plasmadora que ha hecho de una pequeña planta una planta grande, es invisible para nuestros ojos. Este ser de fuerza plasmadora representa la parte activa invisible del mundo vegetal; los gérmenes espirituales han descendido un grado para obrar en el reino de la forma. En la ciencia espiritual se habla de los reinos elementales. Si las formas primordiales que no tienen todavía forma alguna, se indican como primer reino elemental, entonces los seres-fuerza invisibles para los sentidos, que actúan como artífices del crecimiento vegetal, pertenecen al segundo reino elemental. En el reino animal, a su capacidad de crecimiento y de reproducción, se agregan las sensaciones y los impulsos; éstas son manifestaciones del mundo anímico; un ser dotado con estas propiedades pertenece al mundo anímico, recibe impresiones del mismo, y por ellas lleva a cabo acciones. Ahora bien, toda sensación, todo impulso que surge en un ser animal, proviene de las profundidades del alma animal. La forma es más duradera que la sensación o el impulso. Se puede decir que la vida de los sentimientos es a la forma viviente más duradera, como la forma variable de la planta es a la forma rígida de los cristales. La planta, en cierto modo, se agota en la fuerza plasmadora, agrega siempre nuevas formas a sí misma durante su vida — primero las raíces, después las hojas, las flores, etc. —; el animal, en cambio, llega a una forma en sí definitiva y en esta forma desarrolla una vida variada de sentimientos y de impulsos; y esta vida tiene su existencia en el mundo anímico. Como la planta es lo que crece y se reproduce, el animal es lo que siente y desarrolla sus impulsos. Esto, para los animales, representa el elemento amorfo que se manifiesta en formas siempre nuevas. Asumen al fin, sus procesos arquetípicos en las regiones más elevadas del mundo espiritual, pero desenvuelven su actividad en el mundo anímico. Así en el reino animal, además de aquellos seres-fuerza, invisibles a los sentidos, que dirigen el crecimiento y la reproducción, existen otros seres que han descendido a un grado más bajo en el mundo anímico. En el reino animal, por tanto, existen como artífices que producen las sensaciones y los impulsos, seres sin forma que revisten involucros anímicos; son los verdaderos arquitectos de las formas animales; la región a la que pertenecen es llamada por la ciencia espiritual, el tercer reino elemental. El hombre, además de las facultades ya indicadas para las plantas y para los animales, posee la de perfeccionar sus sensaciones, transformándolas en ideas y pensamientos y de regular sus impulsos por medio del razonamiento. El pensamiento, que en la planta se manifiesta como forma y en el animal como fuerza anímica, en el hombre se presenta en su propia forma, es decir, como pensamiento. El animal es alma, el hombre es espíritu. La entidad espiritual ha descendido todavía un grado más; mientras en el animal ésta plasmaba el alma, en el hombre, en cambio, ha penetrado hasta el mundo de la materia sensible. El espíritu está realmente presente en el cuerpo, sensible, humano y, precisamente, porque aparece revestido de lo físico, sólo se manifiesta como débil reflejo que es el pensamiento, representando la entidad espiritual. Por intermedio del órgano físico del cerebro, se manifiesta en el hombre el espíritu, y éste es la esencia íntima del hombre. El pensamiento es la forma que la entidad espiritual amorfa asume en el hombre, así como en la planta asume forma y en el animal alma. Por esto, el hombre, como ser pensante que es, no depende para su construcción de ningún reino elemental fuera de sí mismo; su reino elemental trabaja en su cuerpo físico. Por el solo hecho de que el hombre es un ser que tiene forma y sentimiento, trabajan en él los elementales del mismo género de los que actúan en las plantas y en los animales. Pero el órgano del pensamiento, en el hombre, se desarrolla totalmente desde el interior de su cuerpo físico. En el organismo mental del hombre, en su sistema nervioso, que ha llegado a la formación de un perfecto cerebro, tenemos ante nosotros, materialmente visible, lo que en las plantas y en los animales trabaja como seres-fuerza suprasensibles. De esto resulta que, mientras el animal tiene la sensación de sí, el hombre en cambio posee la conciencia de sí. En el animal, el espíritu se siente como alma, pero no se comprende todavía a sí mismo como espíritu. En el hombre, el espíritu se reconoce a sí mismo como espíritu, pero, por hallarse condicionado a lo físico, sólo se reconoce como un reflejo muy débil del espíritu, como pensamiento. En este sentido, el mundo triple se subdivide del modo siguiente:


  1. Reino de los seres arquetipos amorfos (primer reino elemental);

  2. Reino de los seres creadores de forma (segundo reino elemental);

  3. Reino de los seres anímicos (tercer reino elemental);

  4. Reino de las formas creadas (formas cristalinas);

  5. Reino que resulta perceptible a los sentidos en las formas, alrededor de las cuales trabajan los seres creadores de la forma (reino vegetal);

  6. Reino que resulta también físicamente perceptible a los sentidos en las formas, en la que no obstante son activos, además de los seres creadores de la forma, los que desenvuelven su actividad en el alma (reino animal);

  1. Reino en el que las formas son perceptibles a los sentidos, en el que actúan los seres creadores de la forma y los seres activos en el alma y en los que el espíritu se forja en forma de pensamiento, en el mundo físico (reino humano).


De todo esto se ve cómo las partes constitutivas fundamentales del hombre encarnado se relacionan con el mundo espiritual. Debemos considerar el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo anímico sensible y el alma racional como arquetipos del mundo espiritual condensados en el mundo de los sentidos. El cuerpo físico es el resultado de una condensación del arquetipo humano que hace a éste perceptible a los sentidos. Por esto podemos también designar al cuerpo físico como una entidad del Primer Reino Elemental condensado, al punto de ser físicamente visible. El cuerpo etérico debe su existencia a que la forma generada de la manera que hemos indicado, es mantenida móvil mediante una entidad, no perceptible a los sentidos físicos, pero cuya actividad se extiende al reino de los sentidos. Si se quisiera caracterizar de un modo más completo, semejante entidad, sería indispensable decir que tiene su origen primordial en las regiones más elevadas del mundo del espíritu, que se forja en la segunda región, para ser arquetipo de la vida, y como tal actúa en el mundo de los sentidos. De la misma manera, la entidad que construye el cuerpo anímico sensible, es originaria de las regiones más elevadas del mundo espiritual, se forja en la tercera región de éste, para ser arquetipo del mundo anímico, y actúa como tal en el mundo de los sentidos. El alma racional empieza a formarse, porque en la cuarta región del mundo espiritual el arquetipo del hombre pensante se transforma en pensamiento y, como tal, actúa directamente, como ser pensante, en el mundo de los sentidos. De este modo, el hombre está en el mundo de los sentidos; así el espíritu trabaja en torno a su cuerpo físico, a su cuerpo etérico y a su cuerpo anímico sensible. Así este espíritu se manifiesta en el alma racional. Mientras en torno a los tres principios inferiores del hombre colaboran los arquetipos en forma de seres, que en cierto modo le son extraños, en su alma racional es el hombre mismo quien trabaja conscientemente sobre sí mismo. Los seres que trabajan en el cuerpo físico son los mismos que forjan el reino mineral; en su cuerpo etérico trabajan los seres que son activos en el reino vegetal; y en su cuerpo anímico sen-siente trabajan los seres que viven de manera invisible y no perceptible en el reino animal, pero que extienden su actividad en todos estos reinos.

Así, los diversos mundos cooperan en sus acciones; el mundo en el cual el hombre vive es la expresión de esta colaboración.

Cuando se ha comprendido de esta manera el mundo de los sentidos, se nos abre la posibilidad de comprender a otros seres de género diferente a los que existen en los cuatro reinos de la Naturaleza ya mencionados. Como ejemplo podemos citar a la entidad que es llamada espíritu de los pueblos, espíritu nacional. Esta no se manifiesta de manera inmediata, perceptible a nuestros sentidos: pero vive y desenvuelve su actividad en las sensaciones, en las inclinaciones, en los sentimientos que son comunes a toda una nación. Se trata, por tanto, de un ser que no se encarna físicamente; pero como el hombre construye su cuerpo con materia visible y tangible, plasma también su cuerpo con materia extraída del mundo anímico. Este cuerpo anímico del espíritu nacional es como una nube en la cual viven los componentes de una nación; su acción se manifiesta en las almas de todos los hombres, pero él no se deriva de aquellas almas. Para quienes no se representan el espíritu nacional de este modo, éste viene a ser como una figura esquemática, privada de esencia y de vida, una pura abstracción. Y lo mismo se puede decir, de otro ser que se llama el espíritu de la época. De este modo la vista espiritual se extiende sobre una gran variedad de seres, inferiores y superiores, que viven en torno al hombre, sin que él los perciba con los sentidos. Quienes poseen la facultad de la visión espiritual perciben estos seres y pueden describirlos. Pertenecen a los géneros inferiores de esos seres los designados por los ocultistas con los nombres de salamandras, sílfides, ondinas, gnomos, etc. Naturalmente, tales descripciones no deben tomarse como representaciones de la realidad en que están fundados. Si lo fuesen, entonces el mundo que con ellos tratamos de describir no sería espiritual, sino absolutamente material. Estas son claras ilustraciones de una realidad espiritual que sólo se puede describir de este modo, es decir, por medio de analogías. Quienes admiten solamente la realidad de lo que se puede percibir con los sentidos, consideran a tales seres como parte de una desordenada fantasía y de la superstición. Naturalmente que estos seres no pueden ser visibles para los ojos físicos, porque no tienen un cuerpo físico. La superstición no consiste en creerlos reales, sino en creer que esos seres puedan aparecer en forma física. Seres de esas formas cooperan en la construcción del inundo y se los encuentra apenas se penetra en las regiones de los mundos superiores, inaccesibles a los sentidos físicos. Los que ven en tales descripciones la imagen de realidades espirituales no son unos supersticiosos; lo son en cambio, los que creen en la existencia física de esas imágenes y también los que niegan el espíritu, porque creen que tienen el deber de negar las imágenes sensibles. Debemos mencionar también, ciertos seres que no descienden hasta el mundo anímico, porque su envoltura está constituida solamente de substancia del mundo espiritual; el hombre los percibe y se hace su compañero al despertársele la vista y el oído espiritual. Este despertar le hace comprensible muchas cosas, que de otro modo miraría sin poderlas comprender: desaparece la obscuridad en torno a él y descubre las causas primordiales cuyos efectos se manifiestan en el mundo de los sentidos. Comprende entonces lo que negaba cuando le faltaba la vista espiritual o ante lo cual debía contentarse con la frase: “Existen muchas más cosas entre el cielo y la tierra aparte de lo que enseña la ciencia corriente”. Las personas espiritualmente sensibles experimentan cierta inquietud cuando adivinan alrededor de sí mismos la existencia de un mundo diferente del físico, tienen un vago presentimiento y se adelantan vacilantes como ciegos en medio de cosas físicas y visibles. Sólo una clara visión de estas regiones más elevadas de la existencia y la penetración consciente en todos los procesos de las mismas, puede dar al hombre la seguridad de sí mismo y de conducirlo a la meta. Por medio de la visión de lo que es inaccesible a los sentidos físicos, el hombre amplía su ser de manera de sentir la vida que ha transcurrido hasta entonces como un sueño sobre las cosas de este mundo.

Traducida por J.Luelmo feb.2015

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