GA009 Teosofía observaciones y notas

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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OBSERVACIONES Y NOTAS


Hasta hace poco tiempo, hablar de fuerza vital era exhibirse como una persona carente de conocimientos científicos. Pero ahora la ciencia empieza a no considerar extraña la idea de esta fuerza vital, que había sido adoptada en la antigüedad. Al observar el curso de la evolución científica moderna, se reconoce que es más consecuente la lógica de quienes, teniendo en cuenta aquella evolución, no quieren aceptar la fuerza vital. La fuerza vital no pertenece absolutamente a lo que actualmente se designa como: “fuerzas de la Naturaleza”. Y quien no quiere elevarse hasta la adquisición de hábitos mentales y representaciones superiores a los de la ciencia actual, no debería hablar de fuerza vital. Solamente la manera de pensar y las premisas de la ciencia espiritual, ofrecen la posibilidad de acercarse a estas cosas sin contradicciones. Igualmente los pensadores que quieren formar sus opiniones, únicamente, sobre la base de la ciencia natural, han abandonado ahora la idea que en la segunda mitad del siglo XIX atribuía valor, para explicar los fenómenos vitales únicamente, a las fuerzas que son activas también en la naturaleza inanimada.

La obra de un investigador de la Naturaleza, de una autoridad como lo es Oscar Hertwig: “La evolución de los organismos. Una confutación a la teoría casual de Darwin”, es un fenómeno científico que arroja mucha luz sobre el asunto. Refuta la suposición que las simples relaciones de las leyes físicas y químicas bastan para formar lo que tiene vida. Y es también importante que, en el llamado Neovitalismo, se ha afirmado la opinión, que a su vez hace valer, para lo que es viviente, la acción de fuerzas determinadas, opinión sostenida también por los .antiguos mantenedores de la fuerza vital. Pero nadie en este campo llegará a superar los conceptos esquemáticos abstractos, si no reconoce que en la vida, lo que con su acción trasciende en las fuerzas inorgánicas, puede ser observado solamente por la percepción que se eleva hasta la visión de lo suprasensible. No se trata de continuar aquel mismo conocimiento científico que ha sido aplicado a la ciencia natural en el campo de la vida, sino que se trata de llegar a un conocimiento de otra especie.


Al hablar aquí del sentido táctil de los organismos inferiores, no se entiende dar a este término el significado que se le da en las descripciones corrientes de los sentidos. Y hasta la exactitud de dicho término mucho sé podría objetar, desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Con “sentido táctil” se ha entendido decir más bien, una genérica facultad de percatarse de una impresión exterior, en oposición a ese modo especial de percibir que consiste en ver, oír, etcétera.


Puede parecer que la manera de dividir el ser del hombre empleado en este libro se basa en una diferenciación puramente arbitraria de las partes dentro de la vida del alma unitaria. Hay que destacar que esta diferenciación dentro de la vida del alma unitaria puede compararse con el fenómeno de los siete matices de color en el arco iris, causado por la luz que pasa a través de un prisma. Lo que el físico logra con su explicación del fenómeno de la luz a través de su estudio de este proceso, y los siete matices de color resultantes, lo logra el científico espiritual con respecto al alma del hombre. Los siete miembros de la luz se hacen visibles a través de un artificio externo, mientras que los siete miembros del alma se hacen observables por un método consistente con la naturaleza espiritual del alma del hombre. La verdadera naturaleza del alma no puede ser comprendida sin el conocimiento de esta organización interna porque el alma, a través de sus tres miembros, cuerpo físico, cuerpo vital y cuerpo anímico, pertenece al mundo transitorio; a través de sus otros cuatro miembros, está enraizada en lo eterno. En el alma unitaria lo transitorio y lo eterno están indistintamente unidos. Si no se es consciente de esta diferenciación del alma, no es posible comprender su relación con el mundo en su conjunto. También se puede utilizar otra comparación. El químico separa el agua en hidrógeno y oxígeno. Ninguna de estas sustancias puede ser observada en el agua unitaria. Sin embargo, cada una tiene su propia existencia. Tanto el hidrógeno como el oxígeno se combinan con otras sustancias. Así, al morir, los tres miembros inferiores del alma se unen con la parte transitoria del ser del mundo; en tanto que los cuatro miembros superiores se unen con lo eterno. Cualquiera que se oponga a tener en cuenta esta diferenciación del alma se parece a un químico analítico que se opone a saber algo sobre la separación del agua en hidrógeno y oxígeno.

Las descripciones científico-espirituales deben ser tomadas de manera precisa, porque su valor está en la exacta acuñación de las ideas. Por ejemplo, en la frase: “Ellos (los sentimientos, etc.), no son entretejidos en él (es decir, en el animal) con pensamientos independientes que trascienden la experiencia inmediata”; quien descuide observar las palabras “independiente, que trasciende la experiencia inmediata” podría caer fácilmente en el error de suponer que aquí se quiera decir que en el sentimiento o en los instintos del animal no esté contenido algún pensamiento.

La verdadera ciencia espiritual se funda, precisamente, en un conocimiento que dice, que toda experiencia interior de los animales (por lo demás en toda existencia) está entretejida de pensamientos. Con esta particularidad, que los pensamientos del animal, no son pensamientos independientes de un yo, que vive en el animal, sino que son pensamientos del yo colectivo animal, el cual debe ser considerado como un ser que domina al animal desde afuera. Este yo grupal no existe en el mundo físico como el yo del hombre, sino que actúa sobre el animal desde el mundo anímico que se describe en la página 54 y siguientes. (En “La Ciencia Oculta” se dan mayores detalles a este respecto). De lo que se trata es que, en el hombre, los pensamientos adquieren en él una existencia independiente, que no son experimentados indirectamente por el sentimiento, sino que son experimentados directa y anímicamente como pensamientos.

Es necesario observar que cuando se dice que los niños pequeñuelos, dicen “Carlos es bueno”, “María quiero esto”, no importa mayormente a qué edad los niños adoptan la palabra yo, sino de saber cuánto ellos relacionan a esta palabra la correspondiente representación. Cuando los niños oyen la palabra empleada por los adultos, puede ocurrir que ellos también la empleen sin tener, no obstante, la representación del yo; Por lo demás, el tardío empleo de la palabra señala, indudablemente, un importante hecho evolutivo, esto es, el gradual desarrollarse de la representación del yo, desde el obscuro sentimiento del yo.

En las obras “Cómo se obtiene el conocimiento de los mundos superiores” y en “La Ciencia Oculta” está descripto lo que realmente es la intuición. Si no se examina la cuestión con exactitud, se nos puede llevar fácilmente a encontrar una contradicción, entre el empleo que se hace de esta palabra en esos dos libros y el que se halla en la pág. 32 de este libro. Esta contradicción no existe para quien observa exactamente, que lo que desde el mundo espiritual se revela al conocimiento suprasensible por medio de la intuición en toda su realidad, se manifiesta a la Seidad Espiritual en su forma más baja, lo mismo como la existencia exterior del mundo físico se manifiesta en el sentimiento.

Sobre la reencarnación del espíritu y el destino. Con respecto a las observaciones de este capítulo, se debe reflexionar que, de la observación mental del curso de la vida humana misma y sin tener en cuenta los conocimientos científicos espirituales, como se describe en los demás capítulos, se ha intentado adquirir representaciones sobro la cuestión: hasta qué punto esta vida humana y su destino dan de sí mismos indicio de repetidas vidas terrestres. Estas representaciones parecerán, naturalmente, de valor muy dudoso para quien considera fundadas, solamente las representaciones que se refieren a una vida. Parecería necesario reflexionar también, que la descripción que se da, trata de establecer la opinión que este género habitual de representaciones no puede conducir, precisamente, a conocimiento sobre las causas del curso de la vida. Por esto se deben buscar otras representaciones, aunque parezcan contradecir a las habituales. Y se renuncia a buscar estas otras representaciones, sólo cuando uno se rehúsa, categóricamente, a aplicar la observación mental a un curso de procesos que pueden ser comprendidos sólo anímicamente, lo mismo como se la aplica a un curso de procesos que se desenvuelven en lo físico. Rehusándose a esto, no se concede valor alguno al hecho que un golpe del destino que afecta al yo, resulta, para el sentimiento, comparable al encuentro entre un recuerdo y una experiencia que es afín a la recordada. Pero quien trata de percibir cómo se experimenta realmente un golpe de la suerte, puede distinguir este experimentar, de las descripciones que necesariamente se dan por quien toma el punto de vista del inundo exterior, eliminando así, naturalmente, toda relación viva entre ese golpe del destino y el yo. Para semejante punto de vista, el golpe de la suerte aparece determinado, o por el acaso, o por una causa exterior. Como existen también golpes de suerte que, por decir así, constituyen una causa primordial en la vida del hombre y cuyas consecuencias sólo se verán más tarde, es tanto mayor la tentación a generalizar la interpretación, que sólo a ellos puede aplicarse sin tomar en cuenta alguna otra posibilidad. Esto sólo se empieza a tener en cuenta cuando las experiencias de la vida dan a las facultades representativas una dirección como la que se encuentra en Knebel, el amigo de Goethe, quien escribe en una carta: “Observando exactamente, se encontrará que en la vida de la mayor parte de los hombres, existe un determinado plan, que les viene como preestablecido por su propia naturaleza, o por las circunstancias que los guían. Por variadas y mudables que puedan ser las condiciones de sus vidas, esto no obstante, al final se presenta como un todo, que en el fondo deja entrever una determinada concordancia... La mano del destino, por oculta que pueda estar en su acción, se hace evidente con precisión, tanto si es movida por causas externas como por estímulos internos; y hasta causas contradictorias se mueven frecuentemente en su dirección. Por confuso que resulte su curso, siempre se revela su razón y su dirección”. A una observación de este género, es fácil oponer objeciones, especialmente, por parte de personas que no quieren entregarse a las consideraciones de las experiencias anímicas de las cuales aquéllas se derivan. El autor de este libro cree haber trazado exactamente, en las consideraciones de las repetidas vidas terrenas y del destino, los límites dentro de los cuales se pueden formar las representaciones sobre causas de la conducción de la vida. Ha hecho presente, que la idea a la que estas representaciones conducen, sólo es determinada por estas últimas en forma de bosquejo y que ellas pueden sólo preparar mentalmente a lo que se debe encontrar por vía científico-espiritual. Pero esta preparación mental es una función interior del alma, la cual, si no valora erróneamente su alcance, si no quiere demostrar, sino simplemente ejercitar el alma, hace al hombre desprejuiciadamente receptivo a conocimientos, que, sin esta preparación, le parecerían absurdos.

Lo que se: dice brevemente en el último capítulo de este libro “El Sendero del Conocimiento”, con respecto a los órganos espirituales de percepción, está más ampliamente descripto en los libros “Cómo se obtiene el conocimiento de los mundos superiores”, “La Iniciación” y “La Ciencia Oculta”.

Sería un error considerar que en el mundo espiritual haya continua inquietud, sólo porque no existe reposo, una estable morada en un lugar, como en el mundo físico. Donde están “los arquetipos seres creadores” no existe lo que se puede llamar reposar en un lugar; existe, en cambio, el reposo que es de género espiritual y que puede conciliarse con la movilidad activa. Se lo puede comparar a la serena satisfacción y beatitud del espíritu que se manifiesta en la actividad y no en la inacción.

Es necesario adoptar la palabra “intentos” con respecto a las potencias estimuladoras de la evolución cósmica, si bien este término puede inducirnos a representarnos a estas potencias simplemente como si tuvieran intenciones humanas. Se puede evitar este error, si en el empleo de semejantes palabras, que fatalmente tienen que ser tomadas del mundo humano, se las eleva a un significado de ellas en el cual se les quita todo lo que tienen de humano y estrechamente limitado y se les da en cambio el sentido que el hombre les confiere, aproximadamente, en los Casos de su vida, en los cuales se eleva por encima de sí mismo.

Mayores detalles sobre la “Palabra Espiritual” se encuentran en “La Ciencia Oculta”.

Cuando en este punto se dice: “desde lo eterno él puede determinar la dirección del futuro”, se entiende dar una indicación sobre el género especial de disposición de alma durante el tiempo que corresponde al período entre la muerte y un nuevo nacimiento. Un golpe del destino que (¡tuna al hombre en la vida del mundo físico, puede parecer a la disposición de alma de esta vida, algo completamente contrario a la voluntad del hombre; en cambio, en la vida entre la muerte y el nuevo nacimiento, domina en el alma una fuerza semejante a la voluntad, que dirige al hombre hacia la experiencia de este golpe del destino. El alma ve, por así decir, que de las vidas terrestres pasadas, le ha quedado una imperfección: una imperfección que proviene de una acción no bella, o de un pensamiento no bello. Surge en el alma, entre la muerte y el nuevo nacimiento, el impulso semejante a la voluntad de compensar la imperfección. El alma asume, por tanto, en su ser, la tendencia a lanzarse, en la vida futura terrestre, a una desgracia, para proporcionarse, por medio del sufrimiento de ésta, la deseada compensación. Después del nacimiento en el cuerpo físico, el alma, que es afectada por un golpe del destino, no sospecha que en la pura vida espiritual que precedió al nacimiento, ella se dirigió por sí misma hacia este golpe del destino. Por tanto, lo que parece completamente involuntario desde el punto de vista de la vida terrestre, ha sido decidido por el alma en lo suprasensible. “Desde la eternidad el hombre determina su propio porvenir”.

El capítulo de este libro de “Las Formaspensamiento y el Aura Humana”, verdaderamente es lo que más fácilmente se presta a malentendidos. Los sentimientos más opuestos encuentran en estas descripciones, óptimas oportunidades para objeciones. Uno se siente fácilmente tentado a reclamar que las comunicaciones de los clarividentes, en este campo, se demuestren con pruebas que correspondan al método de representaciones de la ciencia natural. Se podría pretender que un número determinado de hombres que afirman ver la parte espiritual del alma, se pongan frente a otros hombres y dejen actuar sobre sí las auras de estos últimos; después, los clarividentes deberían decir qué pensamientos, sentimientos, etc., vieron en el aura de los hombres que estuvieron observando. Entonces, si sus revelaciones concuerdan, y si resulta que los hombres observados han tenido realmente los sentimientos y los pensamientos, etc., indicados por el clarividente, se podrá creer en la existencia del aura. Esto, ciertamente, corresponde al pensamiento de la ciencia natural. Pero es necesario considerar lo siguiente: el trabajo del investigador espiritual sobre su alma, que le confiere la facultad de la visión espiritual, está dirigido precisamente, a adquirir esta capacidad. No depende de él que en un caso particular perciba algo en el mundo espiritual ni qué cosa sea la percibida. Esto viene en él, como un don del mundo espiritual. No puede obligarlo a venir, debe esperar hasta que le sea dado. Su intención de procurarse la percepción, no puede ser jamás una de las causas que producen esta percepción. El método representativo de la ciencia natural, exige, para el experimento, precisamente, que se tenga esa intención. El mundo espiritual no permite que se le ordene. Si se tuviera que efectuar la prueba con éxito, debería ser el mundo espiritual quien la dispusiera. En aquel mundo, un Ser tendría que tener la intención de revelar los pensamientos de uno o de más hombres, a uno o más clarividentes. Ellos tendrían entonces, por incitación espiritual, que ser impelidos todos juntos a la observación. Así, ciertamente, sus comunicaciones concordarían. Por más que todo esto pueda parecer paradójico al puro pensamiento de la ciencia natural, sin embargo, es así. Los “experimentos” espirituales no pueden hacerse como los físicos. Si el clarividente recibe, por ejemplo, la visita de una persona extraña, no puede proponerse, sin más ni más, observar el aura de esa persona. Pero él ve el aura, si en el mundo espiritual existe un motivo para que ella se le manifieste. Con estas pocas palabras, se entiende poner de manifiesto cuánto malentendido hay en la observación indicada más arriba. La misión de la Ciencia Espiritual es indicar por cuál camino el hombre llegará a la visión del aura; por cuál camino, por tanto, él mismo puede proporcionarse la prueba de la experiencia de la misma. A quien quiere conocer, esta ciencia puede, por lo tanto, responderle: aplica a tu propia alma las condiciones necesarias para ver, y verás. Indudablemente, sería más cómodo si fa referida exigencia del método científico natural pudiera ser satisfecha; pero quien la pretenda, demuestra no tener conocimientos de los más elementales resultados de la ciencia espiritual.

Con la descripción del aura humana que se ha dado en este libro, no se ha querido satisfacer el gusto por las sensaciones relacionadas con lo suprasensible, y que, frente al mundo espiritual, se declara satisfecho sólo cuando se le presenta como “espíritu” algo que, en la representación, no se diferencia de lo sensible; frente a lo cual, puede cómodamente permanecer con sus representaciones en el campo de los sentidos. Lo que se ha dicho en la página 98 sobre la manera especial de cómo nos debemos representar el color del aura, podría ser apropiado para preservar esta descripción de .semejante malentendido. Pero quien aspira a ver rectamente en este campo, debe comprender que el alma humana, cuando experimenta lo espiritual y lo anímico, se pone, necesaria mente, ante la visión espiritual — no la sensible — de cuanto se refiere al aura. Sin una visión semejante, la experiencia su queda en lo inconsciente. No se debe confundir la visión figurada con la experiencia; pero es necesario darse cuenta claramente, que en esta misión figurada, la experiencia encuentra expresión completamente adecuada. No una expresión que el alma que observa, crea arbitrariamente, sino una expresión que se forma por sí, en la percepción suprasensible. Actualmente, se puede perdonar a un naturalista, que se considere autorizado a hablar de una especie de aura humana en la forma como habla el profesor, doctor Moritz Benedict, en su libro sobre la teoría “de la varilla y del péndulo”. “Hay hombres, aunque en número relativamente exiguo, que están conformados para la obscuridad. Una parte proporcionalmente grande de esta minoría ve en la obscuridad muchos objetos sin color, y solamente pocos, comparativamente, ven los objetos coloreados... Un número considerable de hombres de ciencia y de médicos fue examinado en mi cámara obscura por dos sujetos míos clásicamente conformados para la obscuridad... A los que fueron examinados por ellos no les pudo quedar alguna duda justificada sobre la exactitud de la observación y de la descripción... Ahora bien, las personas conformadas para la obscuridad, que perciben también los colores, ven ante ellos la frente y la coronilla de color azul y, asimismo, la parte derecha también azul y la izquierda color rojo, y algunos, amarillo anaranjado. Cuando observan la parte posterior de la cabeza, se verifica la misma división, los mismos colores”. Pero no se le perdona tan fácilmente al investigador espiritual que hable del aura. Aquí no se trata de juzgar estas comunicaciones de Benedict — que están entre las más interesantes de la ciencia natural moderna —, ni aprovechar una ocasión fácil, que a muchos les agrada tomar, para “disculpar” a la ciencia espiritual por medio de la ciencia natural. Se trata solamente de indicar cómo un naturalista pueda llegar, en un caso determinado, a afirmaciones que no difieren gran cosa de las de la ciencia espiritual. Pero a este propósito es necesario observar que el aura, que se debe comprender espiritualmente y de lo cual se habla en este libro, es algo absolutamente distinto de lo que se investigaba por medios físicos y de la cual nos habla Benedict. Se cae, naturalmente, en un grave error si se cree que el aura espiritual pueda ser objeto de investigaciones hechas con los medios externos de la ciencia natural. Ella no es accesible más que a la mirada espiritual, que ha seguido el Sendero del Conocimiento, como se describe en el último capítulo de este libro. Pero se fundaría en un malentendido, si se quisiera sostener que la realidad de lo que se percibe espiritualmente, puede ser demostrada del mismo modo que lo que se percibe con los sentidos físicos.

Traducida por J.Luelmo feb.2015


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