GA009 Teosofía Las formas-pensamiento y el aura humana

 TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

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VI. LAS FORMAS-PENSAMIENTO Y EL AURA HUMANA


Se ha demostrado que las cosas de cada uno de los tres mundos, adquieren realidad para el hombre, solamente cuando éste adquiere la capacidad y los órganos para percibirlas. Ciertos procesos, en el espacio, el hombre los percibe come fenómeno de luz, únicamente porque tiene el ojo bien construido. Lo que es real, se manifiesta a un ser en proporción a su propia receptividad. Por tanto, nunca se debe decir que es real solamente lo que uno puede percibir; muchas cosas, para cuya percepción nos faltan los órganos, pueden ser reales. El mundo anímico y el espiritual son reales tanto como el mundo físico; son más reales aun que el mundo físico, en sentido mucho más elevado. Es verdad que ningún ojo físico puede ver los sentimientos o las ideas; no obstante, éstos son reales; y como el hombre, mediante sus sentidos externos, percibe el mundo físico que tiene ante sí, del mismo modo, mediante sus sentidos espirituales, percibe los sentimientos, los impulsos, los instintos, los pensamientos. Precisamente como por medio del ojo físico, ciertos procesos en el espacio son vistos como fenómenos de colores, así también los procesos anímicos y espirituales mencionados, pueden percibirse mediante los sentidos internos como fenómenos análogos a las manifestaciones de los colores físicos. El sentido más recóndito de esto puede ser comprendido verdaderamente por quien ya ha entrado en el sendero del conocimiento, del que trataremos en el próximo capítulo, y que por esto ha desarrollado sus sentidos internos. A un hombre de éstos le resultan suprasensiblemente visibles los fenómenos anímicos en el mundo anímico circundante y los fenómenos espirituales en el mundo espiritual; para él, los sentimientos que experimenta en los demás seres, irradian de estos últimos como proyecciones luminosas; los pensamientos a los que dirige su atención fluyen a través del espacio espiritual. Para este observador, el pensamiento de una persona que se refiere a otra, no es una cosa imperceptible, sino un proceso que se percibe. El contenido de un pensamiento vive como tal sólo en el alma del que lo ha pensado; pero este contenido produce efectos en el mundo espiritual, y éstos representan el proceso perceptible para el ojo espiritual. El pensamiento parte como una realidad efectiva de una persona y se dirige hacia otra. El modo como este pensamiento actúa sobre otra persona es experimentado como un proceso perceptible en el mundo espiritual. Así, en quien se han despertado los sentidos superiores, el hombre físicamente perceptible es sólo una parte de todo el hombre. Este hombre físico es el centro ele efluvios anímicos y espirituales. No se pueden dar más que indicaciones superficiales del mundo tan variado que se abre a quien ha adquirido la visión de los mundos superiores. Por ejemplo, un pensamiento humano que no vive habitualmente más que en la comprensión mental de los oyentes, se presenta como un fenómeno coloreado, espiritualmente perceptible, y su color corresponde al carácter del pensamiento. Un pensamiento que surge de un impulso sensual del hombre, tiene una coloración absolutamente distinta del que nace del interés que éste manifiesta por la ciencia pura, por la belleza superior o por la eterna bondad. Los pensamientos relacionados con la vida de los sentidos, atraviesan el mundo anímico (Las explicaciones que se dan aquí se prestan, naturalmente, a muchos malentendidos. Al final de esta nueva edición volveremos con algunos observaciones sobre el asunto) diversamente coloreados de rojo, mientras que aparecen con un bello amarillo, los pensamientos por medio de los cuales el pensador se inclina a concepciones más elevadas. Un pensamiento que se deriva de un amor devoto, resplandece con una bellísima coloración rosada. Y así como el contenido del pensamiento, también la mayor o menor precisión del mismo, se expresa por la forma suprasensible con que se manifiesta. Mientras el pensamiento preciso de un pensador, se manifiesta en formas y contornos bien determinados, una idea confusa se manifiesta, en cambio, como una figura nebulosa, de contornos imprecisos.

La entidad anímica y espiritual del hombre, de tal manera aparece como una parte suprasensible del conjunto de la entidad humana.

Llamamos aura humana a las manifestaciones coloreadas, perceptibles solamente a los sentidos superiores, que irradian en torno al cuerpo físico del hombre y lo envuelven como en una nube, de forma, aproximadamente, ovoidal. La extensión de esta aura es diferente en los distintos hombres, pero, término medio, se puede decir que el hombre completo aparece el doble más alto y cuatro veces más ancho del físico.

Dentro de esta aura fluctúan los colores más variados, y este ondular refleja fielmente, con la variedad de sus colores, la vida interna del hombre. Ciertas cualidades constantes, sin embargo, como ciertos talentos o hábitos, o determinadas propiedades del carácter, se expresan en colores fundamentales, también constantes.

Los hombres que se encuentran lejos de las experiencias del Sendero

del Conocimiento, que se expone en el próximo capitulo de este libro, quizá no podrán darse cuenta de lo que se entiende por el aura que aquí se describe. Ellos podrán creer que los colores de que se habla, se presentan ante el alma, como un color físico ante los ojos. Un color anímico semejante no sería más que una alucinación. Y la ciencia espiritual nada tiene que hacer con las impresiones de género alucinatorio, y no se trata absolutamente de esto en las descripciones que se han dado. Para llegar a una idea exacta, es necesario tener presente lo que sigue. El alma experimenta ante un color físico, no solamente la impresión física, sino que recibe también, una experiencia anímica. Esta experiencia anímica es diversa según que el alma perciba, por medio del ojo, una superficie amarilla o una azul. Se puede llamar a esta experiencia, un vivir en el amarillo o un vivir en el azul. El alma que se ha encaminado por el Sendero del Conocimiento, experimenta en amarillo ante las experiencias anímicas activas de los demás seres; y experimenta en azul ante las disposiciones del alma que tienden a la abnegación y a la devoción. Lo que es esencial, no es el hecho que el vidente, frente a la idea de otra alma, vea lo azul, así como ve este azul en el mundo físico, sino que es esencial que tenga una experiencia que lo autorice a llamar azul a aquella idea, así como el lumbre físico puede llamar azul a una cortina. Por lo demás, es esencial que el clarividente sea consciente de que esta experiencia suya se verifique independientemente del cuerpo, de manera que acoja la posibilidad de hablar del valor y del significado de la vida anímica en el mundo que no es percibido por medio del cuerpo humano. Si bien es absolutamente necesario tener presente también este significado de su descripción, para el vidente, es completamente natural hablar de azul, amarillo, verde, etc. en el aura.

El aura es muy distinta según los diferentes temperamentos y las diferentes disposiciones de los hombres, como varía también según los grados de evolución espiritual. El hombre completamente dominado por sus impulsos animales, tiene un aura muy distinta del que vive mucho en las ideas: es esencialmente distinta el aura de una persona de tendencia religiosa, de la de una completamente absorbida por las trivialidades de la vida cotidiana. Agréguese que todas las disposiciones momentáneas, todos los dolores, las alegrías, las inclinaciones, se expresan también en el aura.

Para aprender a conocer el significado de los colores, es preciso confrontar el aura de las diversas experiencias anímicas. Veamos, para empezar, las experiencias anímicas fuertemente improntadas de aspecto pasional. Estas pueden ser divididas en dos clases diversas: unas en que el afecto es determinado principalmente por la naturaleza animal y, otras, en que el afecto se manifiesta en la forma más meditada, que ha sido fuertemente influenciada por la reflexión. En las primeras se observa una preponderancia de colores pardo y rojo amarillento, en diversas gamas que atraviesan el aura en determinadas direcciones. En las otras, aquellas capaces de afectos más delicados, aparecen en los mismos puntos colores rojo amarillento claro y verde. Es fácil comprobar que al aumentar la inteligencia, los colores verdes se hacen mucho más abundantes. Personas muy inteligentes, pero que se dan enteramente a la satisfacción de sus deseos animales, tienen en su aura mucho verde que, sin embargo, muestra huellas, más o menos, visibles de marrón o rojo marrón. Las personas menos inteligentes muestran una gran parte de su aura recorrida por movimientos rojo obscuro o rojo sangre obscuro.

Esencialmente distinta de aquellas de naturaleza pasional, es el aura de las personas tranquilas, reflexivas, ponderadas. En ellas, escasamente se ven los colores obscuros o rojizos, mientras resaltan más numerosas las tonalidades del verde. En los grandes pensadores, el aura muestra un color fundamental de un verde simpático, agradable. Esto también se verifica en las personas de las cuales se puede decir con certeza que saben adaptarse a cualquier circunstancia de la vida.

Los colores celestes se presentan en el aura de las personas devotas y se intensifican a medida que el hombre empeña su yo en el servicio de una causa. También desde este aspecto podemos distinguir dos categorías de personas completamente distintas: las de naturaleza no habituada a desarrollar su fuerza, pensamiento, diríase almas pasivas que no pueden agregar nada a la corriente de los acontecimientos del mundo, fuera de su bonhomía; el aura de éstas resplandece en un bello celeste. De este mismo color son las de naturaleza devocional y religiosa, las de las almas piadosas y las de los que desenvuelven su actividad en una vida dedicada a la beneficencia. Si tales personas están dotadas también de una viva inteligencia, entonces en sus auras se alternan las corrientes celestes, con otras verdes, o el mismo color azul asume un tinte verdoso. Es característico de las almas activas, en contraste con las pasivas, en las que el interior de sus auras celestes es compenetrado, diríamos, por tonalidades más claras. Las naturalezas ingeniosas, los inventores, los que tienen ideas luminosas y fértiles, irradian casi como de un centro interior coloraciones más claras. Esto se verifica en el más alto grado en las personas que son llamadas sabias, sobre todo, en las que están llenas de ideas fructíferas. En general, todo lo que indica una actividad espiritual, toma más bien la forma de rayos que se proyectan del interior, mientras que todo lo que deriva de la vida animal tiene formas de nubecillas irregulares que fluctúan en el aura.

Según sean las ideas que surjan de la actividad que el alma ponga al servicio de los impulsos animales o al desinterés, ideales u objetivos, las respectivas auras presentan coloraciones diversas. La mente imaginativa que emplea todas sus ideas solamente para la satisfacción de sus pasiones sensuales, manifiesta en su aura el matiz rojo azulado obscuro; el aura de una persona que pone sus pensamientos al servicio de intereses objetivos o generales se presenta en cambio con coloraciones claras, rojicelestes. Una vida espiritual, de noble devoción y capacidad de sacrificio, se caracteriza por el color rosa o violeta claro.

Y no sólo la disposición fundamental del alma, sino también los afectos y los impulsos transitorios y otras experiencias interiores, manifiestan sus fluctuaciones en los colores del aura. Una explosión súbita de cólera violenta produce ondas rojas. Un sentimiento de dignidad ofendida que determina un desahogo momentáneo, puede manifestarse con la aparición de nubes verde obscuro. Las manifestaciones de colores, por lo demás, no se evidencian solamente como nubes irregulares, sino que se pueden manifestar también como figuras más o menos regulares y bien circunscriptas. Así, por ejemplo, en un acceso de miedo, el aura se muestra toda atravesada por estrías onduladas de tonos celestes con chispitas rojiazuladas. En otra persona, en cambio, que espera con ansiedad un acontecimiento cualquiera, se ve el aura continuamente atravesada, del centro a la periferia, por estrías de color rojo azulado.

Para quien esté dotado de exacta percepción espiritual, el fácil descubrir cada impresión que un hombre recibe desde afuera. Las personas que fácilmente se excitan por cualquier influencia externa, muestran un continuo relampaguear de pequeños puntos y manchitas rojiazuladas en su aura, mientras que en las personas que no tienen sentimientos vivaces, estas manchitas se muestran de un color amarillo anaranjado o un amarillo agradable. Las personas distraídas tienen en el aura manchitas azuladas que tienden al verde, de formas más o menos variables.

Quien tenga bien desarrollada la visión espiritual puede distinguir, en la fluctuante y radiante aura del hombre, tres géneros de manifestación coloreada. Existen ciertos colores que tienen más o menos el carácter de opacidad, que son apagados, si bien comparados con los colores perceptibles a nuestros ojos físicos, parecen ligeros y transparentes. Pero en el mundo suprasensible semejantes colores hacen al espacio que ocupan relativamente opaco, lo llenan de formas nebulosas. Un segundo género de colores lo proporcionan los que son, diríamos, solamente luz: iluminan el espacio que ocupan, resultando por esto un espacio luminoso. Completa monte distinto de estos dos es el tercer género de estos fenómenos coloreados; tienen un carácter radiante, resplandeciente, chispeante. Estos fenómenos coloreados no sólo iluminan el espacio en que se encuentran, sino que lo hacen resplandeciente, radiante. En estos colores hay algo activo, algo móvil, es un continuo generarse como de sí mismo, mientras los otros dos, tranquilos y sin esplendor. Por la presencia de los dos primeros géneros de colores el espacio es llenado como por una substancia sutil, líquida, que queda inmóvil, mientras el tercer género lo llena de una vida siempre nuevamente encendida de actividad permanente.

Estos tres géneros de colores en el aura humana no están, como se podría suponer, separados y dispuestos uno junto a otro en el espacio, sino que se interpretan de las maneras más variables. En el mismo punto del aura se encuentran los tres géneros entrelazados al mismo tiempo, así como se puede ver y oír al mismo tiempo en un cuerpo físico, como por ejemplo, una campana. En consecuencia, resulta que el aura humana es un fenómeno extraordinariamente complicado, porque se podría decir que hay tres auras, una dentro de la otra, que se interpenetran. Pero se puede llegar a aclarar la impresión dirigiendo la atención alternativamente sobre una de estas tres auras. En el mundo suprasensible, se efectúa entonces, un procedimiento análogo al que se realiza en el mundo físico, cuando por entregarse completamente a la impresión de una melodía se cierran los ojos. El vidente tiene, en cierto modo, tres órganos distintos para los tres géneros de colores del aura; y para observar esto sin ser estorbado, puede abrir uno u otro de estos órganos y cerrar los otros dos. Puede darse también el caso, que en un clarividente se haya desarrollado uno solo de estos órganos, por ejemplo, el que corresponde al primer género de colores; verá entonces solamente una de las auras, y las otras dos quedarán invisibles para él. Así también, otra persona puede tener la facultad de percibir las dos primeras y no la tercera. El grado más elevado de la facultad clarividente consiste en que un hombre pueda percibir las tres auras, ser capaz de dirigir por un estudio especial, alternativamente, su atención sobre una u otra.

Esta triple aura es la expresión que puede percibirse por los sentidos suprasensibles de la entidad-hombre; en ella se manifiestan las tres partes: cuerpo, alma y espíritu.

La primera aura refleja la influencia que el cuerpo del hombre ejerce sobre su alma. La segunda caracteriza la vida propia del alma que se ha elevado por encima de lo que estimula directamente los sentidos, pero que no se ha dedicado todavía al servicio de lo eterno. La tercera, finalmente, refleja el dominio que el Espíritu eterno ha adquirido sobre el hombre perecedero. Sin embargo, cuando se dan descripciones del aura, como aquí se ha hecho, es necesario tener siempre presente que semejantes cosas no sólo son difíciles de observar, sino, sobre todo, dificilísimas de describir. Por esto, las explicaciones deberían ser recibidas como simples sugerencias.

Para el vidente, las propiedades de la vida anímica se expresan por las características del aura. Si se le presenta un aura cuya vida está toda dedicada a satisfacer los impulsos y deseos momentáneos de sus sentidos y los estímulos externos, descubrirá la primera aura con los colores más estridentes, mientras la segunda sólo está débilmente desarrollada, con pocos colores, y la tercera aura apenas esbozada. Quizá sólo se encienda en uno y en otro punto una chispa como un indicio de que también en aquel hombre, lo eterno existe en germen, pero que está sofocado por la acción descripta de los sentidos. A medida que el hombre se libera de su naturaleza impulsiva, menos evidente y predominante se hace su primera aura. En cambio, se acrece cada vez más la segunda, llenando consecutivamente con su fuerza luminosa el cuerpo coloreado en el cual vive el hombre físico. Y cuanto más el hombre se empeña en ser un Servidor de lo Eterno, tanto más se manifiesta la tercer aura maravillosa, aquella parte que da testimonio del grado en que el hombre pertenece al mundo espiritual, porque a través de esta parte del aura humana, el yo divino irradia en el mundo terreno. Los hombres en los que esta aura está bien desarrollada, son las antorchas, las luces mediante las cuales la Divinidad ilumina a este mundo. Ellos evidencian por medio de esta parte del aura humana, hasta qué punto han aprendido a vivir, no para sí mismos, sino para lo que es eternamente Verdadero, Bello y Bueno, y que mediante ásperas luchas han llegado a obtener que su yo inferior se sacrifique en el altar de la Gran Obra Universal.

Así, en el aura humana, se expresa lo que el hombre ha hecho de sí mismo durante el curso de sus encarnaciones.

Las tres partes del aura contienen todos los colores de gradaciones muy diferentes; el carácter de éstas cambia con el progreso evolutivo del hombre. En la primera parte del aura la vida impulsiva, poco evolucionada, Se muestra con todos los colores del rojo al azul, pero estos colores son opacos, turbios. Los colores rojos acentuados indican los deseos sensuales, los placeres carnales, los fuertes deseos de gozo del paladar y del estómago. Los colores verdes se hallan, sobre todo, en las naturalezas inferiores que tienden a la apatía y a la indolencia, que se dedican ávidamente a cualquier goce rehuyendo al mismo tiempo los esfuerzos que podrían requerirse para la satisfacción de los mismos. Cuando las pasiones tienden violentamente hacia una meta, que las facultades adquiridas no son capaces de conseguir, se presentan en el aura colores verde-marrón y amarillentos. En algunas esferas de la vida moderna se cultiva precisamente esta especie de aura.

El sentimiento personal, arraigado en las tendencias más bajas y que representa el grado ínfimo del egoísmo, se revela en el aura con colores que varían del amarillento poco definido al marrón. Sin embargo, es evidente que la vida puramente animal e impulsiva alguna vez puede asumir también un” carácter simpático. La espontaneidad para el sacrificio, por ejemplo, se encuentra muy desarrollada en el reino animal; esta cualidad se hace evidente en toda su perfección en el afecto materno natural. Semejantes impulsos inegoístas se manifiestan en la primera aura, con un rojo claro o con varias gradaciones de rojo. La pusilanimidad, la vileza, el temor por las impresiones físicas, se reconocen en el aura por la presencia de colores entremezclados de azul y marrón o de azul y gris.

La segunda aura muestra también gradaciones variadísimas de colores. El color marrón y anaranjado nos indica presuntuosidad fuertemente arraigada, orgullo y ambición. La curiosidad se muestra por manchas rojoamarillentas. El amarillo claro intenso, refleja los pensamientos bien determinados e inteligencia, mientras el verde expresa una comprensión aguda de la vida práctica y del mundo. Por ejemplo, los niños que aprenden fácilmente, muestran mucho verde en esta parte de su aura. Un amarillo verdoso en la segunda aura, parece indicio de buena memoria. El color rosado indica una naturaleza benévola, afectuosa, mientras el celeste es signo de devoción. Cuanto más ésta se aproxima al ardor religioso, tanto más el celeste se transforma en violeta. El idealismo y un concepto serio, superior de la vida, se revela con el índigo (añil).

En la tercera aura, finalmente, los colores fundamentales son el amarillo, el verde y el azul. El amarillo claro aparece cuando el pensamiento está completamente ocupado por ideas elevadas, amplias, que comprenden los detalles como parte del conjunto del orden divino universal, y si estos pensamientos son intuitivos y enteramente exentos de representaciones sensorias, el amarillo adquiere reflejos de oro. El verde expresa amor hacia todos los seres, el azul es signo de capacidad de sacrificio a favor de todos los seres. Si esta última virtud se intensifica en una fuerte voluntad de ponerse activamente al servicio del mundo, el celeste se transforma en violeta claro. Si en una persona muy evolucionada subsisten todavía orgullo y ambición como últimos vestigios del egoísmo personal, junto a los colores amarillos se observan otros, que tienden al anaranjado. No obstante, es necesario observar que en esta parte del aura los colores son muy diferentes de los que el hombre está habituado a ver en el mundo de los sentidos; al clarividente se le presenta tal esplendor, tal belleza sublime, que nada en el mundo corriente puede servirle de comparación. Esta descripción del aura no puede ser juzgada exactamente, por quien no atribuye la mayor importancia al hecho de que la visión del aura debe representar amplitud y enriquecimiento de todo lo que se percibe en el mundo físico, una amplitud que tiende a reconocer la forma de la vida del alma que, más allá del mundo sensible, tiene realidad espiritual. Toda esta descripción nada tiene de común con la percepción alucinatoria del aura que quiere indicar el carácter y el pensamiento de un hombre; ella tiende, en cambio, a extender el conocimiento del mundo espiritual y no tiene nada que hacer con el arte equívoco de descubrir el alma de los hombres por su aura.

Traducido por J.Luelmo feb.2015

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