GA009 Teosofía el mundo del espíritu y el espíritu del hombre después de la muerte

TEOSOFIA

RUDOLF STEINER

Introducción al conocimiento sobrenatural del mundo y del destino humano

volver al índice

III. EL MUNDO DEL ESPÍRITU


Antes de pasar a estudiar las fases ulteriores del peregrinaje del espíritu, es necesario observar la región en que éste entra: es el mundo del espíritu. Este mundo es de tal manera diferente del mundo físico que todo lo que se diga parecerá pura fantasía al que sólo confía en sus sentidos físicos. Lo que ya fue dicho con respecto al mundo anímico, tiene aquí mayor valor; es indispensable valerse de la semejanza para describirlo, pues nuestro lenguaje, que se aplica exclusivamente a la realidad sensible, no es ciertamente rico en vocablos apropiados para el mundo espiritual. Por esto, rogamos al lector que considere muchas de las cosas que aquí se dirán, como simples indicaciones encaminadas a dar una idea aproximada. Todo lo que se describirá es de tal manera distinto del mundo físico, que sólo es posible presentarlo de esa manera. El mismo autor tiene siempre presente cuán poco corresponden sus palabras a la verdadera experiencia en este campo, por causa de lo imperfecto de nuestros medios de expresión, exclusivamente propios del mundo físico.

Ante todo, es necesario advertir que el mundo espiritual está tejido por las substancias (también la palabra substancia, naturalmente se emplea aquí en sentido figurado), de que está constituido el pensamiento humano. Pero el pensamiento, así como vive en el hombre, es sólo una pálida imagen, una sombra de su verdadera entidad. El pensamiento que surge en la mente del hombre es, en relación a la verdadera entidad correspondiente en el mundo espiritual, como la sombra de un objeto con respecto al objeto mismo. Cuando en una persona se ha despertado el sentido espiritual, percibe realmente las entidades del pensamiento, como el ojo físico ve una mesa o una silla; el individuo anda en un ambiente de seres-pensamiento. El ojo físico percibe, por ejemplo, un león, y el pensar, basado en lo sensible, percibe solamente el pensamiento león como una sombra, como una imagen. El ojo espiritual ve en el mundo del espíritu el pensamiento león de una manera tal real como el ojo físico ve un león físico. También aquí, podemos recurrir a la comparación ya empleada, cuando hablábamos del mundo anímica: esto es, que lo mismo que al ciego de nacimiento, después de operado, el mundo se le aparece en un instante con nuevas cualidades de colores y de luces, así, a quien aprenda a emplear el ojo espiritual, el ambiente le parece lleno de un mundo nuevo, el mundo de los pensamientos vivientes o de los seres espirituales. Ante todo, en este mundo se ven los arquetipos espirituales de todos los objetos y de todos los seres existentes en el mundo físico y en el mundo anímico. Representémonos un cuadro presente en la mente del pintor, antes de ser pintado en la tela, y nos servirá de comparación para lo que aquí se entiende con el nombre de arquetipo. Poco importa si el pintor ha tenido o no en la mente un tal arquetipo de su cuadro antes de pintarlo, y que éste, en cambio, se vaya completando durante el trabajo práctico. En el verdadero mundo espiritual existen tales arquetipos para cada cosa, y los objetos y seres físicos son copia de dichos arquetipos. Es fácil comprender que quien se fía únicamente de sus sentidos físicos, sea incrédulo en este inundo de los arquetipos y sostenga que éstos no son más que abstracciones que la razón se ha formado de la confrontación entre los objetos físicos; como él no puede ver en aquel mundo superior, conoce el mundo del pensamiento solamente en sus abstracciones. Ignora que al clarividente, esos seres espirituales, le son tan familiares como a él le son su perro o su gato y que aun el mundo de los arquetipos tiene una realidad mucho más intensa que el mundo de los sentidos.

Ciertamente, la primera mirada en este mundo espiritual produce una impresión todavía más confusa que la vista del mundo anímico, porque los arquetipos, en su verdadera forma, se asemejan muy poco a sus copias físicas y son otro tanto diferentes, también, de sus sombras, esto es, de los pensamientos abstractos. En el mundo espiritual todo se halla en actividad y en continuo movimiento, en continua creación.

No existe reposo o una permanencia estable en un lugar como en el mundo físico, porque los arquetipos son seres creadores; son los constructores de todo lo que se genera en el mundo físico y en el anímico; sus formas cambian rápidamente y en cada arquetipo existe la posibilidad de asumir innumerables formas especiales. De ellos mismos, en cierto modo, hacen brotar las formas particularizadas, y apenas ha nacido una, el arquetipo se dispone a originar otra. Los arquetipos tienen entre sí relaciones de afinidad; no actúan aislados, sino que uno tiene necesidad del otro para la creación. A menudo colaboran muchísimos arquetipos con el propósito de producir uno u otro ser en el mundo físico o anímico.

Además de lo que se puede percibir en el mundo espiritual por medio de la visión espiritual, existe en él también otra experiencia que se puede designar como una audición espiritual. Tan pronto el clarividente asciende del mundo anímico al espiritual, los arquetipos que percibe resultan también sonoros. Este sonido es un proceso puramente espiritual. Debemos representárnoslo sin asociarlo al pensamiento del sonido físico. El observador se siente entonces, sumergido en un mar de sonidos. Y en estos sonidos, en estas resonancias espirituales, se expresan los seres del mundo espiritual. Las leyes primarias de su existencia, sus recíprocas relaciones y afinidades, se expresan en el acorde de sus armonías, en el ritmo y la melodía. Lo que en el mundo físico es comprendido por la mente como ley, como idea, se presenta aquí, al oído espiritual, como espiritualidad musical. Los pitagóricos llamaban a esta percepción del mundo espiritual, “la música de las esferas”. Para quien ha abierto el oído espiritual, la música de las esferas no es meramente cosa imaginaria o alegórica, sino que es una realidad espiritual, bien conocida por él. Pero si queremos formarnos un concepto de esa música espiritual, debemos alejar de nosotros toda idea de música pertinente n los sentidos, como la percibida por el oído físico.

Se trata aquí de percepción espiritual y como tal debe permanecer mufla para el oído material. En las descripciones que ahora siguen, dejaremos de lado, para mayor simplificación, toda referencia a la mencionada música espiritual; será necesario tener presente que todo lo que describiremos con el nombre de imágenes o cosa luminosa es, al mismo tiempo, sonoridad. A cada color, a cada percepción de luz, corresponde un sonido espiritual, y a toda combinación de colores corresponde una armonía, una melodía, etc. Se requiere tener presente también que donde predomina la sonoridad no cesa absolutamente la percepción del espíritu; antes bien, a la luminosidad se agrega la sonoridad. En las páginas siguientes donde se habla de arquetipos, es preciso agregar siempre la idea de sonidos primordiales. Hay también otras percepciones que, por analogía, se pueden indicar como sabor espiritual, etc.

Pero no continuaremos con la descripción de estos procesos, porque al referir algunos modos de percibir tomados del conjunto del mundo Espiritual, intentamos solamente despertar una representación de ese mundo.

Es necesario distinguir las distintas especies de arquetipos. En el “mundo espiritual” es indispensable distinguir un cierto número de grados o regiones para poder orientarse. Bien entendido que aquí también, como en el mundo anímico, no es necesario representarse las distintas regiones como superpuestas por estratos, sino interpenetrándose recíprocamente. La primera región contiene los arquetipos del mundo físico, hasta donde éste no está dotado de vida. Encontramos aquí los arquetipos de los minerales y de las plantas: pero de éstas, sólo la parte puramente física, no teniendo en cuenta la vida que hay en ellas. Encontraremos también los arquetipos de las formas físicas de los animales y de los hombres. Con esto no termina todo lo que se encuentra, en esta región, sino que escogemos para ilustrarla los ejemplos más comunes. Esta región constituye, por decirlo así, los cimientos fundamentales del mundo espiritual, pudiéndose comparar con la tierra firme de nuestro globo físico. Es la masa continental del mundo espiritual. Comprenderemos su relación con el mundo de los cuerpos físicos valiéndonos de una comparación; nos daremos una idea aproximada del modo siguiente: figurémonos un espacio cualquiera circunscrito, ocupado por cuerpos físicos de todo género. Ahora imaginémonos ese lugar sin esos cuerpos físicos y, en su lugar, los espacios huecos correspondientes a esas formas, y representémonos los intersticios entre estas cavidades, que antes estaban vacíos, llenos ahora de formas distintas, que están en la más variada relación con los cuerpos que antes existían. Esto, aproximadamente, es el aspecto de la región más baja del mundo de los arquetipos; en él encontramos como espacios vacíos, y las cosas y los seres toman cuerpo en el mundo físico y en los intersticios entre los mismos se desarrolla la movida actividad de los arquetipos (y de la música espiritual). Cuando tiene lugar la encarnación física, esas cavidades son, en cierto modo, llenadas de substancias físicas. Quien mirara al mismo tiempo con el ojo físico y el espiritual en el espacio, vería los cuerpos físicos y, entre ellos, la activa movilidad de los arquetipos creadores. La segunda región del mundo espiritual contiene los arquetipos de la vida: pero esta vida forma aquí una perfecta unidad. Como elemento líquido esa vida llena el mundo espiritual y como si fuera sangre lo compenetra con su pulsación. Podemos compararlo con el mar y con las aguas de la tierra física; pero la forma como está distribuida, verdaderamente, es más semejante a la distribución de la sangre en el cuerpo animal, que a la de los mares y los ríos. Este segundo grado del mundo espiritual se puede llamar vida fluida, formada de substancia mental. En ella se encuentran las fuerzas primordiales creadoras de todo lo que se manifiesta en la realidad física como seres dotados de vida. Aquí se hace manifiesto que toda vida es una unidad, que la vida en el hombre está emparentada a la vida de todas las demás criaturas. La tercera región del mundo espiritual es la de los arquetipos de todo lo anímico. Aquí estamos en un elemento mucho más tenue y más sutil que en el de las dos primeras regiones. La llamaremos por analogía, la región aérea del mundo espiritual. Todo lo que acontece a las almas de los otros dos mundos encuentra aquí su contraparte espiritual; todas las sensaciones, los sentimientos, los instintos, las pasiones, etc., subsisten aquí una vez más con modalidad espiritual. Los dolores y los placeres de los seres en los otros dos mundos, en esta región se manifiestan como procesos atmosféricos. Los anhelos de un alma humana se manifiestan aquí como una ligera brisa; un desahogo pasional como una corriente tempestuosa. Quien es capaz de formarse representaciones de esta región, percibe profundamente los suspiros de cada criatura con sólo observar atentamente. Se puede decir, por ejemplo que hay fenómenos semejantes a temporales furiosos con relámpagos y truenos; y buscando la causa se encontrará que en esas tempestades espirituales se expresan las pasiones desencadenadas en una batalla librada sobre la tierra. Los arquetipos de la cuarta región no se refieren directamente a los otros mundos. Son, en cierto modo, entidades que reinan sobre los arquetipos de las tres regiones inferiores y que regulan su cooperación. Sus actividades, por consiguiente, consisten en reordenar y agrupar á los arquetipos subordinados. La actividad en esta región es, por consiguiente, más vasta y completa que la de las regiones inferiores. La quinta, la sexta y la séptima regiones son esencialmente distintas de las anteriores: porque los seres que ahí moran proveen a los arquetipos de las regiones precedentes los impulsos para su actividad. En ellas se encuentran las fuerzas creadoras de los arquetipos mismos: quien sea capaz de ascender a estas regiones, llega a conocer los propósitos que son el fundamento de nuestro mundo. (De todo lo que al principio se ha dicho sobre la dificultad de expresarse con palabras adecuadas es fácil comprender que el término “propósito” empleado aquí se ha adoptado simplemente por analogía. No se trata absolutamente del resurgimiento de la antigua doctrina utilitaria). Aquí los arquetipos existen apenas como gérmenes vivientes, prontos a asumir las más variadas formas de seres-pensamiento. Tales gérmenes transportados a las regiones inferiores, se inflan, por decirlo así, y asumen las formas más diversas. Las ideas, mediante las cuales la mente humana resulta creadora en el mundo físico, son el reflejo o la sombra de aquellos seres-pensamiento embrionarios del mundo espiritual superior. Quien tenga el oído espiritual abierto, cuando se eleva de las regiones inferiores del mundo espiritual a las superiores, advierte que los sonidos y las armonías se transforman en un lenguaje espiritual. Percibe entonces la palabra espiritual mediante la cual los objetos y los seres le manifiestan su propia naturaleza, no solamente en armonía musical, sino en palabras. Le revelan, como se suele decir en la ciencia espiritual, sus nombres eternos.

Hay que tener presente que estos seres-pensamiento embrionarios son de naturaleza compleja: de los elementos del mundo mental ha sido extraído solamente el involucro, y éste encierra el verdadero núcleo vital. Ahora hemos llegado al límite extremo de los tres mundos; porque ese núcleo procede de mundos todavía más elevados. Más arriba, donde hemos dado la descripción de los distintos cuerpos del hombre se ha hablado ya de ese mundo vital y, como parte constitutiva del mismo hemos indicado el Espíritu Vital y el Hombre-Espíritu. También para los otros seres del Universo existen núcleos vitales semejantes, que provienen de los mundos espirituales y son puestos en los tres mundos, de los que hemos tratado, pura que cumplan su misión. Seguiremos ahora el peregrinaje ulterior del espíritu humano a través del mundo espiritual en el intervalo entre dos encarnaciones; haciendo esto, se nos presentarán otra vez claramente las condiciones y las particularidades de aquel mundo.


IV. EL ESPÍRITU EN EL MUNDO DEL ESPÍRITU DESPUÉS DE LA MUERTE


Cuando el espíritu humano, en el camino que recorre entre dos encarnaciones, ha atravesado el mundo de las almas, entra en el mundo de los espíritus para morar ahí hasta que esté maduro para una nueva existencia física. El verdadero sentido de su permanencia en el mundo espiritual, se comprenderá si se interpreta exactamente el propósito de todo el peregrinaje del hombre a través de sus encarnaciones. Durante el tiempo en que está revestido de un cuerpo físico, actúa y crea en el mundo físico, pero lo hace como ser espiritual. Imprime a las formas físicas, a las substancias y a las fuerzas físicas, lo que su espíritu ha ideado y producido. Tiene, por tanto, como mensajero del inundo espiritual, el deber de incorporar el espíritu al mundo físico. Solamente por el hecho de haberse encamado, el hombre puede ser activo en el mundo corpóreo: tiene que asumir el cuerpo físico como un instrumento para poder actuar a través del cuerpo sobre él mundo físico, y para que lo físico pueda actuar sobre él. Pero siempre, lo que actúa a través del cuerpo físico del hombre, es el espíritu. De él surgen las iniciativas, las direcciones para la acción en el mundo físico.

Mientras el espíritu actúa en el cuerpo físico, no puede vivir como espíritu, en su verdadera forma; no puede más que transparentar, por decirlo así, a través del velo de la existencia física, porque, verdaderamente, la vida del pensamiento humano pertenece al mundo espiritual, y su verdadera forma está velada cuando se manifiesta en el mundo físico. Se puede decir también, que la vida del pensamiento en el hombre físico es un reflejo, una imagen o una sombra del verdadero ser espiritual a que pertenece. Así, durante la vida física, el espíritu, mediante el instrumento corporal, entra en reciprocidad de relaciones con el mundo corpóreo terrestre. Si bien uno de los propósitos que debe realizar el espíritu humano, mientras pasa de encarnación a encarnación, consiste precisamente en su acción en el mundo físico, es claro que no podría cumplir ese propósito si viviese una sola vez en la existencia corpórea, porque los propósitos de la misión terrestre no pueden ser desarrollados y adquiridos en la encarnación corpórea, así como no se crea el plan de un edificio sobre el lugar mismo de la construcción donde trabajan los obreros. Como tal plan debe ser ejecutado en el estudio del arquitecto, de igual modo los planos y los propósitos de la acción sobre la Tierra, son elaborados en la región de los espíritus. El espíritu humano, entre dos encarnaciones, torna a vivir siempre a esa región para presentarse de nuevo al trabajo en la vida física, enriquecido de cuanto lleva consigo de aquella región. Como el arquitecto en su estudio traza los planos del edificio, de acuerdo con las leyes arquitectónicas, etc., sin manejar ladrillos ni argamasa, así también el arquitecto de la obra humana, esto es, el espíritu o yo superior, debe perfeccionar sus facultades y sus propósitos en el mundo espiritual, según las leyes vigentes allá, para ponerlos en práctica más tarde en el mundo físico. Solamente si el espíritu humano vuelve siempre de nuevo a morar en su propio reino, podrá también ser capaz de llevar el espíritu al mundo terreno, por medio de los instrumentos físicos corpóreos. Sobre el campo de acción físico el hombre aprende a conocer las propiedades y las fuerzas, del mundo físico: durante su actividad en él recoge experiencias y aprende lo que se necesita para trabajar en ese mundo. Aprende a conocer las propiedades de la substancia en la que debe incorporar sus pensamientos y sus ideas; pero estos pensamientos, estas ideas, no las puede extraer de la materia, de manera que el mundo físico es para él, al mismo tiempo, el campo para actuar y aprender. En el mundo espiritual, lo que ha sido aprendido es transformado en capacidades activas del espíritu. Para hacer este hecho más claro, continuaremos sirviéndonos de la comparación mencionada anteriormente. El arquitecto traza los planos de una casa que luego se lleva a cabo. Con esto el arquitecto adquiere una cantidad de variadas experiencias que concurren a aumentar su capacidad. Cuando tenga necesidad de preparar otros planos, todas esas experiencias serán utilizadas por él, de manera que los nuevos planos, con respecto a los precedentes, aparecerán enriquecidos de todo lo que el arquitecto ha aprendido de los primeros. Así sucede en las encarnaciones consecutivas de los hombres. En el intervalo que media entre dos encarnaciones, el espíritu vive en su reino; ahí se entrega por entero a las exigencias de la vida espiritual, puede perfeccionarse y desarrollarse en todas las direcciones, libre entonces de la corporeidad física; y lleva en este desarrollo los frutos de las experiencias recogidas en las encarnaciones precedentes. De este modo, la atención del espíritu está siempre dirigida hacia el campo de sus deberes terrestres, y trabaja siempre para perfeccionar la Tierra, que es el campo de su actividad, en la evolución que le es necesaria. El espíritu trabaja sobre sí mismo para poder cumplir sus servicios con más perfección en la Tierra, en cada sucesiva encarnación. En verdad esto sólo nos da una imagen general de las encarnaciones humanas; no da una idea exacta, sino más o menos aproximada de la realidad.

Alguna vez, por circunstancias especiales, puede verificarse que la nueva vida de un hombre resulta mucho menos perfecta que la precedente, pero generalmente tales irregularidades son compensadas en las encarnaciones sucesivas.

La evolución del espíritu en el mundo espiritual se cumple con la adaptación a las distintas regiones del mismo. La vida propia del hombre se identifica poco a poco, con cada una de las regiones que atraviesa, asumiendo temporalmente sus propiedades. Las distintas regiones, de ese modo, compenetran al ser con su esencia, con el propósito de que así reforzado y enriquecido, actúe de nuevo en el mundo físico. En la primera región del mundo espiritual, el hombre está rodeado por los arquetipos espirituales de los objetos terrestres. Durante la vida terrena aprende a conocer las sombras de tales arquetipos por sus propios pensamientos. Pero lo que sobre la Tierra es solamente pensado, en esta región es experimentado. El hombre, en tales regiones, está circundado de pensamientos, pero éstos son verdaderas entidades. Lo que percibía en la vida terrena con los sentidos, ahora se le presenta con la correspondiente forma-pensamiento. Pero el pensamiento no se muestra como una sombra oculta detrás de los objetos, sino como realidad viva que genera los objetos. El hombre se encuentra, diremos así, en el laboratorio de los pensamientos, donde los objetos terrestres son formados y plasmados. En el mundo espiritual todo es actividad vital y movimiento: aquí el mundo de los pensamientos actúa como mundo de los seres vivientes, es mundo creativo y formativo; aquí se ve cómo es fundado lo que se ha experimentado en la vida terrestre. Como en el cuerpo físico hemos experimentado los objetos de los sentidos como realidad, así, ahora, como espíritu, experimentamos las fuerzas formativas espirituales como realidad. Entre los seres-pensamiento que aquí existen, el hombre puede encontrar también el pensamiento de su propia corporeidad física. Se siente separado de esta última, siente que sólo la entidad espiritual le pertenece; y cuando percibe el cuerpo como en el recuerdo, no ya en forma de ser físico, sino como ser pensamiento, entonces comprende que el cuerpo pertenece al mundo exterior. Aprende a considerar el cuerpo como algo que forma parte del mundo exterior, como una parte de éste. Por esto, el hombre ya no considera más su corporeidad como separada del resto del mundo y como cosa más afín a su yo: siente todo el mundo externo, inclusive también sus encarnaciones corpóreas, como una unidad. Nuestras propias encarnaciones se funden aquí con el resto del mundo en una unidad. En aquella región se contemplan los arquetipos de la realidad física corpórea como una unidad, a la cual nosotros mismos hemos pertenecido. Por medio de las observaciones, aprendemos a conocer poco a poco nuestras afinidades, nuestra identidad con el mundo que nos circunda. Aprendemos a decir: “Todo lo que se extiende ante ti, en torno a ti, ha sido tú mismo”. Pero éste es uno de los pensamientos fundamentales de la antigua sabiduría vedanta de los hindúes. El sabio se apropia durante la vida física lo que los otros experimentan solamente después de la muerte. Esto es, aprende a comprender la idea de que él mismo es afín a todas las otras cosas; la idea se expresa con la frase: “Tú eres aquello”. En la vida terrena esto es un ideal al que puede dedicarse la vida del pensamiento, pero en el mundo espiritual es un hecho inmediato que resulto siempre más claro mediante la experiencia espiritual. El hombre adquiere en esta morada cada vez más la conciencia de pertenecer, en su verdadera entidad, al mundo espiritual. El se ve a sí mismo como espíritu entre espíritus, como parte de los espíritus, primordiales; y oye en sí mismo las palabras del Espíritu Primordial, “Yo soy el Espíritu Primordial” (la sabiduría vedanta se expresa así: “Yo soy Brahmán”, esto es, pertenezco como un miembro a aquel Ser Primordial del que provienen todos los seres”). Como se ve, lo que durante la vida terrena es comprendido como un pensamiento que es apenas como una sombra, lo que es la meta de toda sabiduría, es directamente experimentado en el mundo espiritual; aun más, podemos decir que es pensado en la vida terrena, únicamente, porque es un hecho real en la existencia espiritual.

Así el hombre, durante su existencia espiritual, contempla como desde un observatorio más elevado, se podría decir desde afuera, las condiciones y los hechos que lo rodeaban durante su jornada por la Tierra; y en la región más baja del mundo espiritual vive en esta actitud con respecto a las condiciones terrenas que más inmediatamente se relacionan a la realidad física corpórea. Por ejemplo, un hombre nace en la Tierra, en una familia, en un pueblo, en una determinada nación, según las circunstancias que se le presentan en el mundo físico, hará conocimientos y amistades, tendrá una u otra ocupación, condiciones todas que determinarán las circunstancias de su vida terrena y lo vuelve a encontrar durante su vida en la primera región del mundo espiritual como entidad pensamiento viviente. De una determinada manera lo revive una vez más, pero lo revive en su aspecto activo espiritual. Los afectos de familia que profesaba, la 'amistad que sentía por los demás, vuelven a vivir en él, surgen de su interioridad; sus capacidades se acrecientan en aquella dirección: lo que en el espíritu humano actúa como fuerza de afecto por la familia o por los amigos, es reforzado; el hombre estará más tarde en la otra vida terrena perfeccionado bajo este concepto. En cierto modo los hechos de la vida terrena maduran en esta región más baja del mundo espiritual como frutos; y en el hombre cuya atención estaba enteramente absorbida por los hechos corrientes de la vida, se sentirá afín con esta región durante la mayor parte di su vida espiritual entre dos encarnaciones. En el mundo espiritual se encuentran los hombres con los cuales se ha vivido en el mundo físico. Como se separa del alma lo que provenía de la vida física, así también el vínculo que unía a las almas en la vida física se disuelve de todo lo qué significaba acción en el mundo físico. Pero perdura más allá de la muerte, hasta en el mundo espiritual, todo lo que el alma era para el alma en la vida física. Es natural que las palabras adecuadas para las condiciones físicas no .pueden reproducir con precisión lo que tiene lugar en el mundo espiritual. No obstante, con respecto a esto, se puede decir que es exacta la afirmación de que las almas que estuvieron vinculadas en la vida física se encuentran nuevamente en el mando espiritual, para proseguir en común la vida de conformidad con aquel mundo. La segunda región es aquella en la cual la vida en conjunto del mundo terrestre se desliza como un ser-pensamiento comparable a lo que podríamos llamar el elemento fluido del mundo espiritual. Mientras contemplamos el mundo, revestidos de un cuerpo físico, la vida nos parece ligada a seres vivientes aislados, pero en el mundo espiritual, la vida está separada de éstos y circula por toda la región, en cierto modo, como sangre vital. La vida es en aquel mundo la unidad viviente, presente en todas las cosas. Durante la vida terrestre sólo un reflejo de esta unidad se muestra al hombre, y este reflejo se manifiesta en cada forma de devoción que “el hombre dedica al conjunto, a la unidad y armonía del mundo. De este reflejo deriva la vida religiosa de los hombres. El hombre se da cuenta que el verdadero sentido de la existencia, no está en las cosas separadas y pasajeras; considera a éstas como símbolos, como imágenes de lo eterno, o de una unidad armónica hacia la cual eleva la mirada con veneración y le ofrece ritos y ceremonias religiosas. En el mundo espiritual se manifiesta, no como un reflejo, sino en su verdadera forma, como ser-pensamiento viviente; y el hombre puede realmente unirse a la unidad que él ha adorado sobre la Tierra. En esta región se manifiestan los frutos de la vida religiosa y de todo lo que tiene atinencia con ella. El hombre aprende a conocer por experiencia espiritual, que su destino individual no es el de estar separado de la comunidad a que pertenece. En esta región se desarrolla en el hombre la capacidad de reconocerse a sí mismo como parte de un todo; y adquieren nueva fuerza sus sentimientos religiosos. En esta región, una buena parte de la existencia entre dos encarnaciones, los hombres con sentimiento religioso y los que durante su vida observaron una elevada moral, reencarnarán con iguales capacidades intensificadas en la misma dirección.

Mientras en la primera región se está junto con las almas con las cuales en la vida anterior se estaba unido por las vínculos estrechos del mundo físico, en la segunda región, en cambio, se penetra en el campo de todos aquellos con los cuales estaba unido en sentido más amplio, por la comunidad de ideales y de religión, por ejemplo. Conviene decir que las experiencias espirituales de las regiones precedentes permanecen en las siguientes, de manera que el nombre no es substraído a los vínculos de la familia y de los amigos, cuando penetra en la vida de la segunda región o de las siguientes. Las regiones del mundo espiritual no están separadas como compartimientos, sino que se interpenetran, y el hombre se experimenta a sí mismo en una nueva región, no porque haya entrado en alguna forma exterior, sino porque ha adquirido la facultad interior que lo vuelve apto para percibir lo que antes no percibía.

La tercera región del mundo espiritual contiene los arquetipos del mundo anímico. Todo lo que vive en aquel mundo existe en forma de serespensamiento; se encuentran los arquetipos de las pasiones, de los deseos, de los sentimientos, etc., pero aquí, en el mundo espiritual, ningún elemento de egoísmo se apega a lo anímico. Como en la segunda región del mundo espiritual, la vida forma una unidad, así aquí, en la tercera región, todas las pasiones, los deseos, placeres y disgustos, forman una unidad. Las pasiones y los deseos de los demás no son ahí distintos de los propios; las sensaciones y los sentimientos de todos los seres constituyen un mundo común que circunda y contiene todo lo demás, lo mismo que la atmósfera física rodea nuestra Tierra. La tercera región representa, en cierto modo, la atmósfera de la región de los espíritus. Ahí fructifica todo lo que realizó el hombre, durante su vida terrestre, en servicio de la comunidad, con devoción altruista para con sus semejantes. Por medio de esos servicios, por medio de esa devoción, el hombre ha vivido en un reflejo de la tercera región del mundo del espíritu. Los grandes benefactores de la humanidad, las naturalezas que con abnegación prestaron grandes servicios a la comunidad, han adquirido esta capacidad en esta región, después de haber merecido en encarnaciones precedentes, el privilegio de estar más íntimamente vinculadas a la misma.

Es evidente que las tres regiones del mundo espiritual hasta ahora descritas están en relación con los mundos inferiores a ellas, esto es, con el mundo físico y el anímico, porque ellas contienen los arquetipos o seres pensamiento vivientes, que en los mundos inferiores adquieren existencia corpórea anímica. Solamente con la cuarta región entramos en el verdadero lugar puro de los espíritus, pero aún éste no lo es todavía en el verdadero sentido de la palabra. Se distingue de las tres regiones inferiores, porque en éstas se encuentran los arquetipos de las condiciones físicas y anímicas que el hombre encontró en los mundos físico y anímico, antes que el mismo ejercite allí influencia alguna. Las relaciones de la vida ordinaria están condicionadas a las cosas y a los seres que el hombre encuentra en el mundo, y las cosas transitorias de este mundo atraen la mirada del hombre y lo llevan hacia los eternos fundamentos primordiales. Y también los demás seres vivientes a los cuales dedica sus pensamientos altruistas, no existen por obra del hombre, pero por obra de él existen en el mundo las creaciones del arte, de la ciencia, de la técnica, del gobierno, etc., en suma, todo lo que él ha traído al mundo como producción original de su espíritu; de todo esto, sin su trabajo, no existirían en el mundo las reproducciones físicas. Pues bien, los arquetipos de estas creaciones puramente humanas se encuentran en la cuarta región del mundo espiritual. Todo lo que el hombre produce en sus actividades científicas, ideas y formas artísticas o descubrimientos técnicos durante la vida terrena, en la cuarta región produce sus frutos; y de esta fuente es de donde extraen sus impulsos los artistas, los doctos, los grandes inventores durante su permanencia en el mundo espiritual, acreciendo su genio para contribuir en la encarnación siguiente al mayor progreso de la cultura humana. No debe representarse esta cuarta región como si tuviera importancia, únicamente, para los hombres de destacadas condiciones. Tiene importancia para todos los hombres. Durante la vida física, todos los intereses de los hombres que trascienden a los deseos y a los fines de la vida ordinaria, tienen fuente primordial precisamente en esa región. Si el hombre, en el tiempo que media entre la muerte y un nuevo nacimiento, no permaneciera en aquella región, no tendría en una vida ulterior ningún interés en salir del círculo restringido de su vida personal, para entregarse a los intereses generales de la humanidad. Antes ha sido dicho que esa región aún no puede ser llamada mundo espiritual, en el sentido estricto de la palabra, y lo repetimos porque en la existencia espiritual de los hombres en esa región tiene también influencia el grado de cultura general de la humanidad, al tiempo de su muerte. Ellos pueden, en el mundo de los espíritus, gozar de los frutos de lo que han podido hacer según predisposiciones y según el grado de evolución del Estado o de la nación a que pertenecían.

En las regiones todavía más elevadas del mundo espiritual, el espíritu humano está libre de todo vínculo terreno. Asciende al verdadero mundo espiritual, donde experimenta las intenciones, y la meta que el espíritu se había prefijado en la vida terrena. Todo lo que ya ha sido realizado representa solamente una copia desleída de las intenciones y los fines más elevados. Cada cristal, cada planta, cada animal, y también, todo lo que se efectúa en el campo de la creación humana, no nos da más que una débil imagen del verdadero propósito del espíritu; y el hombre, durante sus encarnaciones, puede vincularse únicamente con estas imágenes imperfectas de aquellos intentos y de aquellos fines perfectos. El hombre mismo, durante una de sus encarnaciones, no puede ser más que una pobre reproducción de aquello que en el reino espiritual se quería que fuese. Lo que él es verdaderamente, como espíritu, en el mundo espiritual, se manifiesta solamente cuando, en el intervalo entre dos encarnaciones, asciende a la quinta región del mundo espiritual. En esta región él es verdaderamente él mismo. Es, precisamente, aquello que en las múltiples encarnaciones obtiene una existencia exterior. En tal región, el verdadero yo del hombre puede expandirse libremente en todas las direcciones. Este yo, por tanto, es aquello que reaparece como Uno en cada encarnación y lleva consigo las capacidades que se han desarrollado en las regiones inferiores del mundo espiritual, transportando así los frutos de las vidas precedentes a las que siguen. El es el portador de los resultados de las encarnaciones anteriores. Por ello, el yo, cuando permanece en la quinta región del mundo espiritual, está en el reino de los intentos y de los designios. Como un arquitecto adquiere experiencia de las imperfecciones en que incurre en sus trabajos e introduce en los nuevos planos lo que en el transcurso del tiempo ha ido perfeccionando, así también el yo se despoja, en la quinta región, de los resultados de sus vidas anteriores, que se refieren a imperfecciones de los mundos inferiores, y fecunda los intentos del mundo espiritual del que participa, con los resultados de las vidas pasadas. Es evidente que la fuerza que es extraída de aquella región, es proporcional a los resultados dignos de ser acogidos en el Reino de los intentos, que el yo ha adquirido durante su encarnación. Un yo que durante la vida terrena ha procurado realizar los intentos del espíritu, mediante una activa vida de pensamiento, o mediante una sabia obra de amor, habrá adquirido grandes derechos en aquellas regiones; en cambio, quien se ha dado enteramente a las cosas del momento y ha vivido sólo en lo que es transitorio, ciertamente que no ha sembrado nada que pueda representar parte alguna en los intentos de la eterna ordenación del mundo.

Solamente esa mínima parte de las acciones del yo que se extendió más allá de los intereses del día, puede desarrollar su fruto en las regiones superiores del mundo espiritual, pero no es necesario creer que aquí se trata de lo que procura gloria terrena o algo semejante; no, precisamente se trata de lo que en las circunstancias más pequeñas de la vida conduce a la conciencia de que cada cosa tiene su importancia para el eterno devenir de la existencia. Es necesario familiarizarse con la idea de que en esta región, el hombre debe juzgar de manera diferente que en la vida física. Por ejemplo, si el hombre ha adquirido poco de lo que tiene afinidad con esta quinta región, surge en él el estímulo para tener el impulso en la siguiente vida terrena, que le permitirá desenvolverse de manera que el destino (karma) de la misma, muestre el correspondiente efecto de esa deficiencia. Lo que después, en la siguiente vida terrena, desde el punto de vista de aquella misma vida, se manifiesta como destino doloroso — y como tal será quizá muy deplorado por el hombre — en cambio, en esta región del mundo espiritual, es considerado como una suerte absolutamente necesaria. Como el hombre, en la quinta región, vive en su verdadero yo, se encuentra por encima de todo lo que en los mundos inferiores lo envuelve durante sus encarnaciones. El es ahí lo que fue siempre y lo que será siempre durante el curso de sus encarnaciones. Vive en la esfera de los intentos que regulan a las encarnaciones y que él incorpora a su propio yo. Mira retrospectivamente su pasado y siente que todo lo que ha experimentado formará parte de los intentos que llevará a cumplimiento en el futuro, se le presenta una especie de memoria de las vidas pasadas y la visión profética de las futuras. Se ve: aquello que más arriba hemos llamado Yo Espiritual, en lo qué ha evolucionado, vive en esta región con su correspondiente realidad: se desarrolla y se prepara para hacer posible, en una nueva encarnación, la realización de los intentos espirituales en la realidad terrena.

Cuando el Yo Espiritual, después de una serie más o menos larga, de permanencias en el mundo espiritual, ha evolucionado hasta el punto de poder moverse libremente allá, considerará a aquel mundo cada vez más como su verdadera patria. La vida espiritual se le hará familiar, como al hombre corriente la vida en la realidad física, y los puntos de vista del mundo espiritual, desde entonces en adelante, tendrán sobre él acción determinante, y serán los únicos que, más o menos conscientemente adoptará para sus siguientes encarnaciones. El Yo se puede considerar como parte integrante del orden universal divino; las limitaciones y las leyes de la vida terrena no afectan ya a su interno ser, y la fuerza para todo lo que lleva a cabo se la provee el mundo espiritual; pero el mundo espiritual es una Unidad; quien vive en él, sabe cómo el Eterno ha creado el pasado y cómo desde el Eterno mismo se determina la dirección del porvenir. La perspectiva del pasado se amplía y se perfecciona. Un hombre que llega a este grado de evolución se fija la meta a que ha de llegar en la próxima encarnación y desde el mundo espiritual influye sobre su propio porvenir, de manera que éste se cumpla conforme a la Verdad y al Espíritu. Un hombre así, durante el intervalo entre dos encarnaciones, se encuentra en presencia de todos aquellos seres sublimes, ante la mirada de los cuales se manifiesta sin velos la Sabiduría Divina, porque él ha ascendido hasta la altura en la cual puede comprenderlos. En la sexta región del mundo espiritual el hombre cumple sus acciones de acuerdo a la verdadera naturaleza del mundo, porque ya no busca lo que le beneficia, sino lo que debe sobrevenir según el justo curso de la ordenación del mundo. La séptima región del mundo espiritual conduce al límite extremo de los tres mundos. El hombre se encuentra aquí frente a los núcleos vitales que de los mundos superiores son transportados a los tres mundos que hemos descrito, para cumplir el deber que se les ha asignado. El hombre, al llegar al límite de los tres mundos, se reconoce entonces a sí mismo en su propio núcleo vital. De esto se deduce que para él, los enigmas de aquellos tres mundos deben quedar resueltos; abarca con la mirada la vida toda de estos mundos. En las condiciones ordinarias de la vida física, el alma no es consciente de las capacidades por virtud de las cuales pasa en el mundo espiritual las experiencias aquí descritas. Estas facultades, trabajan en las profundidades inconscientes del alma, los órganos corpóreos que forman nuestra conciencia del mundo físico. Esta es precisamente, la razón por la cual resultan invisibles en este mundo. También el ojo no ve a sí mismo, porque en él actúan las fuerzas que hacen visibles las otras cosas. Si se quiere juzgar en cuánto una vida humana, entre el nacimiento y la muerte, puede ser el resultado de vidas terrenas precedentes, es necesario tener en cuenta, que un punto de vista fundado sobre esta misma vida, tal como al principio nosotros la recibimos, no ofrece ninguna posibilidad de juicio. Para tal punto de vista, una vida terrena podría parecer dolorosa o imperfecta; en cambio, con respecto a estas condiciones con todo su dolor y toda su imperfección, debe resultar como consecuencia de vidas anteriores, si se observan desde afuera en esta vida terrena. Cuando el alma se encamina por el sendero del conocimiento, en el sentido que se describirá en uno de los próximos capítulos, se libera de las condiciones de la vida corpórea y así llega a percibir en imágenes las experiencias por que pasa entre la muerte y el nuevo nacimiento. Esta percepción da la posibilidad de describir los procesos del mundo espiritual, de la manera como lo hemos esbozado aquí. Esta descripción, en su justa luz, es posible, solamente si no se descuida el tener presente que toda la disposición del alma es distinta en el cuerpo físico de lo que es en el puro experimentar espiritual.

Traducido por J.Luelmo feb.2015

No hay comentarios:

El objetivo de este blog es publicar en Internet todo el material fuente existente para las transcripciones de las conferencias de Rudolf Steiner de la forma más completa posible, para que este gran tesoro esté disponible para toda la humanidad. Se trata de notas de oyentes, transcripciones de conferencias y, en su mayor parte, transcripciones en texto plano de conferencias estenografiadas, también conocidas como transcripciones en texto plano. De este modo, cualquiera puede comprobar por sí mismo, mediante comparaciones, qué dijo realmente Rudolf Steiner y cómo fue editado (y, por tanto, modificado) en las distintas ediciones. Y por último, pero no menos importante, también encontrarán mucho material inédito. La obra de Rudolf Steiner es de dominio público desde 1996 y, por tanto, pertenece legalmente a toda la humanidad. Él mismo habría elegido una fecha mucho más temprana para la publicación de su obra, como se desprende de los pasajes sobre propiedad intelectual que citamos a continuación; Incluso el período de protección de 30 años que se aplicaba entonces le parecía demasiado largo. ¿Y qué habría dicho sobre el hecho de que 85 años después de su muerte, parte de su obra docente siga inédita y acumulando polvo en los archivos? Él mismo encontró una expresión adecuada para esto: Fue puesto en un ataúd. Este sitio web está destinado a ayudar a liberarlo de este ataúd. "Lo que el hombre puede crear a partir de sus capacidades intelectuales se lo debe a la sociedad humana, al orden social humano. En realidad, no le pertenece. ¿Por qué gestionamos nuestra propiedad intelectual? Simplemente porque la produces; al producirla, demuestras que tienes la capacidad de hacerlo mejor que los demás. Mientras tengas esa capacidad mejor que los demás, gestionarás mejor esa propiedad intelectual al servicio del conjunto. Ahora la gente se ha dado cuenta al menos de que esta propiedad intelectual no se perpetúa sin fin. Treinta años después de la muerte, la propiedad intelectual pertenece a toda la humanidad. Cualquiera puede imprimir lo que yo he producido treinta años después de mi muerte. Puede utilizarlo como quiera; y eso está bien. Incluso estaría de acuerdo si hubiera más derechos en este ámbito. No hay otra justificación para la gestión de la propiedad intelectual que el hecho de que, porque se puede producir, también se tienen las mejores capacidades [...] Será una forma sana de socializar el capital si hacemos fluir en el organismo social lo que hoy se acumula como capital en el derecho de sucesiones, en el surgimiento de las pensiones, del derecho de las manos ociosas, de los derechos humanos superfluos, lo que así se acumula en capital; eso es lo que importa. Ni siquiera hace falta decir que la propiedad privada debe convertirse en propiedad social. El concepto de propiedad no tendrá ningún significado". Rudolf Steiner el 25 de abril de 1919